Oseas 13

Hosea 13
Últimos brillos, alba de la liberación
En el capítulo 13, la tempestad levantada contra Efraim infiel vuelve a hacer oír su gran voz. Un último torbellino de ira parece romperlo todo a su paso. Luego se hace un gran silencio, el silencio de la muerte. Entonces en el seno de la misma muerte se alza una voz libertadora (versículo 14). Otra última ráfaga de viento del Oriente, un estruendo de terror y carnicería. La destrucción de Efraim es consumada (versículos 15-16). Entonces por fin suena la hora del avivamiento bajo el reino glorioso del Mesías (capítulo 14).
(Versículo 1).— “Cuando Efraim hablaba, todos temblaban; tanto fue ensalzado en Israel; pero ofendió en cuanto a Baal, y murió”.
El profeta sigue exponiendo la condición de Efraim. Esta tribu tenía autoridad venida de Dios, un lugar de eminencia en Israel. Todo lo había perdido por la idolatría de Baal y por los becerros de Bet-El. ¿Cuál sería su suerte? ¿Qué quedaría de él? “Serán como la nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que luego desaparece; como el tamo que el torbellino arrebata de la era, y como el humo que sale de la chimenea” (versículo 3). Buscad a Efraim; ¿dónde lo podréis encontrar? Tanto valdría intentar a recuperar la nube, el rocío y el humo. ¡Es el caso de las diez tribus hasta este día!
En el versículo 4, Jehová vuelve a los testimonios pasados de Su gracia (fíjese cuántas veces, desde que “de Egipto llamó a su hijo” al capítulo 11:1); vuelve, digo, a lo que fue para Israel desde el país de Egipto. “Mas yo soy Jehová tu Dios, desde la tierra de Egipto, y tú no conocerás a otro Dios fuera de mí; pues que no hay ningún salvador sino yo. Fui yo quien te conocí en el desierto, aquella tierra de sequías” (versículos 4-5). ¡Ah!, ¡cuán lejanos quedaban los días cuando la esposa seguía a su esposo en el desierto, cuando el Pastor de Israel alimentaba y daba de beber a sus ovejas, de suerte que cada uno pudiese decir: “nada me faltará”! Pero Efraim se había levantado, de modo que Jehová había tenido que rugir contra él cual león devorador, en vez de rugir a su favor (véase 11:10), como lo hará al fin. ¡Suerte terrible! Efraim iba a ser atacado, devorado por todas las fieras, imágenes de las naciones hostiles y sin piedad que subieron al asalto de este pueblo. “Yo pues seré para ellos como león rugiente; cual leopardo asecharé junto al camino; los encontraré como osa a quien le han robado los cachorros, y desgarraré la tela de su corazón: los devoraré allí como león; las fieras del campo los destrozarán” (versículos 7-8).
¡Qué locura el ser enemigo de Dios, del único que puede ayudarnos! ¿No es ésta la condición de los hombres de hoy, como también la de los hombres de aquel entonces? Uno prefiere ser saciado con los bienes de este mundo, como está dicho aquí (versículo 6), más bien que devolverse hacia el Salvador. Mas en vano uno busca a crearse la ilusión; si uno por Él no es, contra Él ha de ser. Si uno es a favor del mundo y las cosas en el mundo, enemigo es de Dios. ¿No es ésta la ilusión mortal del creyente profesante, la de pensar poder al mismo tiempo ser amigo del mundo y de Dios? ¡Ojalá tengan cuidado las almas de eso, para que no encuentren a Dios, cual león en su camino! Otro Salvador fuera de Él, no lo hay, e Israel ¡había estado “contra él; contra su mismo auxilio!” (versículo 9). Y cuando en fin, el juicio se había aproximado, había buscado la salvación apoyándose en el brazo de la carne. “¿Dónde pues está tu rey, para que te salve en todas tus ciudades? tus jueces también, de quienes dijiste: Dame un rey y príncipes”. Jehová recuerda a las diez tribus lo que habían sido los reyes y los príncipes que ellos habían pedido, pues que aquí no se trata de Saúl, como yo lo creía antes, aun menos de David y de Salomón, ni siquiera de Jeroboam I, suscitado por Dios en juicio contra Judá. “¡Os doy reyes en mi ira”, dice Dios a Efraim, “y los quito en mi indignación!”. Toda la profecía de Oseas traslada el pensamiento hacia Jehú, ejecutor de la ira de Dios contra la casa de Acab, y hacia su último sucesor, Zacarías, que pereció de muerte violenta después de seis meses reinando. Como lo vimos en el primer capítulo, Dios no toma en cuenta a los sucesores de Zacarías y, sin embargo, esta palabra: “y los quito en mi indignación” se aplica a la casi totalidad de entre ellos, pues que hasta el último, Oseas, mueren de muerte violenta.
(Versículos 12-13).— “La iniquidad de Efraim está atada en un lío, su pecado está guardado en depósito. Dolores, como de la que da a luz, vendrán sobre él; es un hijo no sabio; porque ya ha tiempo que no debiera detenerse al punto mismo de nacer”. Cuando el Asirio se presentó ante Jerusalem, el piadoso Ezequías había recurrido al profeta Isaías, al decirle: “Día de angustia y de reconvención y de ultraje es este día; porque los hijos han llegado al punto de nacer, mas la que pare no tiene fuerzas ... Eleva pues la oración a favor del resto que aun nos queda” (Isaías 37:3-43And they said unto him, Thus saith Hezekiah, This day is a day of trouble, and of rebuke, and of blasphemy: for the children are come to the birth, and there is not strength to bring forth. 4It may be the Lord thy God will hear the words of Rabshakeh, whom the king of Assyria his master hath sent to reproach the living God, and will reprove the words which the Lord thy God hath heard: wherefore lift up thy prayer for the remnant that is left. (Isaiah 37:3‑4)), y Dios había contestado al rey de Judá —mientras que el pecado de Efraim se mantenía en reserva.
Pero he aquí que, a pesar de todo lo que Jehová iba a hacer contra Efraim, anuncia, sin transición alguna como siempre: “¡Del poder del sepulcro yo los rescataré, de la muerte los redimiré! ¿dónde están tus plagas, oh muerte? ¿dónde está tu destrucción, oh sepulcro? Cambio de propósito será escondido de mi vista” (versículo 14). Sí, aunque Efraim no se arrepintió, el Señor quería cumplir hacia él Su obra de liberación. Nueva alusión a la obra libertadora de Cristo, como ya lo vimos en el capítulo 6:2. Esta obra, Dios la cumplirá para la liberación terrenal de Israel, en virtud de la muerte y de la resurrección del Salvador. Entonces tomará lugar lo que se anuncia en Isaías 25:8: “¡tragado ha la muerte para siempre ... y quitará el oprobio de su pueblo de sobre la tierra!”.
Pero esta obra, cumplida para la liberación terrenal de Israel, lo será para nosotros, cristianos, en una escala bastante más amplia. La resurrección de Cristo es el preludio de la resurrección de los santos dormidos y de la transmutación de los santos vivientes. Esta liberación de los santos y de la Iglesia tiene a la vista el cielo, y no la tierra. Entonces también se cumplirá para nosotros, de manera absoluta y definitiva, esta maravillosa promesa: “La muerte será tragada en victoria”. Lo será hasta siempre jamás, antes de ser abolida para todo tiempo. Hasta este momento la muerte tiene sobre los rescatados una victoria aparente, ya que, en cuanto a su cuerpo, pueden morir y ser tendidos en la tumba. Un solo hombre, Cristo, está hoy para siempre fuera de su poder, pues que lo venció por Su resurrección. Y ya tenemos la victoria por nuestro Señor Jesucristo. Nos ha sido dada y nos pertenece, habiendo sido dada al segundo Adam, jefe de la familia de Dios, y como consecuencia a todos los que forman parte de esta familia (1 Corintios 15:54-5754So when this corruptible shall have put on incorruption, and this mortal shall have put on immortality, then shall be brought to pass the saying that is written, Death is swallowed up in victory. 55O death, where is thy sting? O grave, where is thy victory? 56The sting of death is sin; and the strength of sin is the law. 57But thanks be to God, which giveth us the victory through our Lord Jesus Christ. (1 Corinthians 15:54‑57)). En este pasaje es asimilada a un escorpión cuyo aguijón, el pecado, introduce su principio destructor en el hombre. El poder del aguijón, del pecado, es la ley, su veneno, que hace de la muerte un tormento para el hombre, al mostrarle la muerte que merece y la imposibilidad de escapar a ella. Esta liberación de la muerte y todo lo que la acompaña, lo poseemos en Cristo.
De manera que la liberación futura de Israel tiene, como la nuestra, un mismo origen, un Cristo resucitado. Introducirá a este pueblo en una tierra purificada del pecado; pero nosotros, cristianos, en el cielo, librados para siempre de la presencia del pecado y de la muerte.
En los versículos 15-16, el profeta vuelve al juicio presente de Efraim. Es el último estampido del trueno. Judá, que no se menciona aquí, sufrirá la misma suerte por la mano de Babilonia, que Efraim por la mano del Asirio. Pero el enemigo que, en su odio atroz, hizo caer los hombres por la espada, aplastó los niñitos, rajó el vientre de las mujeres preñadas, encontrará su retribución después de haber sido la vara de Dios contra Israel, y contra Judá. Se puede aproximar este pasaje a la palabra profética sobre Edom, puesta en la boca del Residuo de Judá que suspendió sus harpas en los sauces de Babilonia: “¡Oh hija de Babilonia, que has de ser desolada, dichoso aquel que te diere el pago de lo que hiciste con nosotros! ¡Dichoso aquel que cogiere y estrellare tus niñitos contra la peña!” (Salmo 137:8-98O daughter of Babylon, who art to be destroyed; happy shall he be, that rewardeth thee as thou hast served us. 9Happy shall he be, that taketh and dasheth thy little ones against the stones. (Psalm 137:8‑9)).