Preguntas y Respuestas Bíblicas: Una Reseña de Doce Doctrinas Bíblicas Básicas

Table of Contents

1. Prefacio
2. Número 1
3. Número 2
4. Número 3
5. Número 4
6. Número 5
7. Número 6
8. Número 7
9. Número 8
10. Número 9
11. Número 10
12. Número 11
13. Número 12

Prefacio

Los «Diálogos Bíblicos» que aparecen en este pequeño volumen tuvieron lugar en el curso de unas reuniones especiales en una gran carpa levantada en la ciudad de Kingston, en Jamaica. Cientos de personas asistieron, y hubo muchos testimonios de la ayuda y bendición que comportaron.
Estos Diálogos se proponen presentar, de la forma más sencilla posible, para ayuda de convertidos y de jóvenes cristianos, algunas de las verdades fundamentales de nuestra santa fe. Se presentan con la esperanza regada con oración de que Dios quiera en Su gracia usarlos para la confirmación y la consolidación de los corderos del rebaño de Cristo.
Harold P. Barker

Número 1

La Fe
Preguntas por O. Lambert;
Respuestas por H. P. Barker
El tema que hemos escogido para nuestro primer diálogo es de importancia primordial, porque la fe es el gran principio sobre el que Dios otorga Su bendición.
Cuando brotó la angustiada pregunta «¿qué debo hacer para ser salvo?» de los labios del carcelero en Filipos, la respuesta inspirada no le invitó a orar, a esforzarse o a hacer votos, ni nada parecido. Se le dijo que creyera en el Señor Jesucristo, y sería salvo. Nada que él pudiera hacer le serviría para ganar la salvación de Dios. El hacer lo había cumplido todo Cristo. Todo lo que queda al pecador es apropiarse de los resultados de Su poderosa obra por la simple fe.
¿Qué Es La Fe?
La fe es algo que las personas ejercitan en cientos de maneras cada día de sus vidas. Cuando aquella señora entró ahora en la carpa y se sentó en aquella silla, fue un acto de fe. Ella confió en la silla y reposó sobre ella. Cuando yo mismo me quité el sombrero y lo colgué de aquella percha, fue otro acto de fe. Yo confié en la percha, y me fié de que me sostendría el sombrero. La fe a la que se refiere la Biblia es tan simple como esto. Cristo es su objeto, y tener fe en Él es confiar en Él o contar con Él para aquello que necesitan nuestras almas. Esto mismo se expresa de otras formas en la Escritura: «Mirad», «Venid», «Tomad», «Recibid» — todas estas cosas tienen un sentido muy semejante al de «Confiad» o «Creed».
Si podéis decir, de corazón
Ningún otro refugio tengo yo,
Mi alma impotente en Ti reposa,
entonces tú eres uno de los que tiene fe en Él.
¿Puede Alguien Creer Por Su Propia Cuenta?
Cuando el Señor Jesús mandó al hombre con la mano seca que la extendiera, aquel hombre no dijo: «¿Cómo voy a poder hacerlo?» Pudiera haber dicho: «Señor, no he podido mover este brazo durante años. Está paralizado e inerte. No puedes esperar que lo levante». Sin embargo, hizo sencillamente como se le había mandado. De esto aprendemos que cuando Dios manda, Él da poder para obedecer.
Ahora es Su mandamiento que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo (véase 1 Juan 3:23). Si fuésemos dejados a nosotros mismos, no es probable que deseásemos confiar en Él. Nuestros corazones son por naturaleza duros y corrompidos; en ellos no hay lugar para Cristo. Pero Dios tiene Sus maneras de producir lo que desea, y no nos toca a nosotros razonar acerca de nuestra capacidad o incapacidad para creer, sino recordar que se nos manda que lo hagamos. Lo mejor es ser sencillos acerca de esto. Podemos confiar unos en otros sin dudarlo. No debiera ser más difícil confiar en el Salvador.
¿Por Qué Se Dice Que La Fe Es «Don De Dios»?
Significa, me parece, que no se trata solo de que la bendición nos viene gratuitamente de Dios, sino que también nos da el medio de apropiarnos de esta bendición.
Supongamos que un amigo acude a ti y te dice: «He puesto una gran cantidad de dinero a tu nombre en el Banco Central. Aquí tienes un talonario de cheques. Cuando quieras dinero, escribe un cheque y preséntalo, y te darán la cantidad que pidas».
Así, tu amigo te ha dado una doble provisión. Primero, ha hecho provisión de una cantidad de dinero para que puedas recurrir a ella. En segundo lugar, te proporciona el medio para acceder a estos fondos. Pero de nada te serviría decir: «Muy bien, todo lo que tengo que hacer es cruzarme de brazos y esperar hasta que me venga el dinero». Si actuases de esta forma, nunca recibirías nada de este dinero.
Deberías emplear diligencia para aprovechar los medios provistos. Tendrías que rellenar y firmar los cheques y presentarlos al banco para que te los pagasen.
Ahora bien, la fe es como el talonario de cheques. Es don de Dios, y es el medio por el que puedes apropiarte libremente de toda la bendición que Cristo ha conseguido para los pecadores mediante Su obra en la cruz. El efecto de todo esto debería ser el de ejercitarte, y hacerte diligente en actuar para recibir la bendición que se te ofrece.
¿Me Salvará Creer Que Soy Salvo?
¡No más que podría un mendigo volverse millonario por creer que lo es! A veces oímos decir: «Todo lo que has de hacer es creer que eres salvo, y eres salvado». Sería lo mismo que ir al lado de la cama de un enfermo de tifus y decirle: «Todo lo que has de hacer es creer que estás bien del todo, y estarás bien del todo». Es peor que inútil que alguien crea que está salvado, hasta que realmente es salvo por la fe en Cristo.
¿Qué Se Tiene Que Creer Para Ser Salvo?
Yo más bien diría, ¿A quién se tiene que creer?, porque no es un hecho, sino una Persona, la que nos es presentada como objeto de la fe. En 2 Timoteo 1:12 el apóstol dice: «Yo sé a quién he creído».
Para ser salvo, no se nos dice que creamos acerca del Señor Jesucristo, sino que creamos en Él, esto es, que confiemos en Él.
Una señora acudió una vez a ver a un amigo mío después de una ferviente predicación del evangelio, y le dijo: «¿Me podrá señalar algún texto de la Biblia que tenga que creer para ser salva?» El predicador le dijo: «Señora, usted puede creer cualquier texto de la Biblia o todos ellos, y sin embargo no ser salva. Creer la Biblia nunca ha salvado un alma.»
«Bueno», dijo la señora, «si creo que Cristo murió por los pecadores, ¿esto me salvará?»
«No, señora», le respondió, «porque esto sería solo la creencia de un hecho. Un hecho muy bendito, desde luego, pero solo un hecho, y creer en un hecho, por cierto que sea, nunca ha salvado un alma.»
«Supongo,» dijo la señora, «que lo que usted quiere decirme es que debo hacerlo una cuestión más personal, y creer que Jesús murió por
«Señora,» contestó mi amigo, «es un hecho indescriptiblemente precioso que Jesús murió por usted. Él murió por los impíos, y por ello mismo por usted. Pero esto es solo un hecho, y permítame que le repita que creer un hecho nunca ha salvado un alma.
«Cristo es un Salvador viviente, poderoso, mediante la obra que Él ha cumplido, para obrar la salvación. Confíe en Él para su salvación. Él está dispuesto; Él es capaz; descanse en Él.»
Yo no podría explicar esto de manera más simple que lo hizo mi amigo en su conversación con aquella señora. Es un Salvador viviente y amante en la gloria al que somos llamados a confiarnos.
¿Es La Fe La Única Condición De Salvación?
No me parece muy adecuado referirme siquiera a la fe como «condición de salvación». Cuando la reina Elisabet I de Inglaterra estaba a punto de perdonar a uno de sus nobles que había infringido las leyes del reino, quiso imponer ciertas condiciones.
«Majestad», dijo el cortesano acusado, «la gracia que pone condiciones no es gracia.»
La reina se dio cuenta de la verdad que había en sus palabras, retiró las condiciones, y dejó al noble en plena libertad.
Para hablar a la reina como lo hizo, tiene que haber confiado en ella. Tenía fe en su clemencia y gracia, pero esto no era una condición de su perdón.
Ahora bien, la gracia de Dios es tan libre e incondicional como lo fue la de la reina Elisabet. No tiene condiciones. Si la fe es el principio sobre el que Dios bendice, es «para que sea por gracia» (Ro. 4:16).
Esto es importante, estoy seguro, porque muchos contemplan la fe como algo que tienen que llevar a Dios como el precio de su salvación, lo mismo que llevarían unos honorarios a su médico. La fe es la simple apropiación de lo que Dios ofrece gratuitamente.
Pero es probable que mi amigo, al hacer esta pregunta, tenga en mente algo que siempre va de la mano de la fe verdadera, y esto es el arrepentimiento. Son dos hermanas gemelas. Cuando uno realmente se vuelve al Señor con fe, uno siempre se aparta del yo con repulsión, y esto es lo que yo comprendo por arrepentimiento. Me siento más bien escéptico de la llamada «fe» de aquellas personas que nunca han estado ante Dios en juicio propio acerca de sus pecados.
¿Cómo Puedo Saber Si Mi Fe Es De La Clase Correcta O No?
La gran cuestión es, ¿descansa sobre el objeto correcto? Si es así, aunque sea débil y pequeña, es sin embargo fe de la clase correcta. Supongamos, por ejemplo, que estoy enfermo. Puedo tener una gran fe en una cierta medicina para curarme. Pero las dosis, muy repetidas, no producen el efecto apetecido, y llego a la conclusión de que aunque mi confianza era muy grande, no estaba bien dirigida, porque la medicina en la que yo confiaba no tenía eficacia. En cambio, me recomiendan un remedio de valor demostrado. Yo no tengo mucha fe en el mismo, y a duras penas me persuaden a probarlo. Pero cuando comienzo a tomarlo, me encuentro muy mejorado. Mi fe en este remedio era pequeña, pero era la clase correcta de fe, porque la medicina que acepté tomar era eficaz.
De la misma manera, uno puede tener una fe intensa en la oración, o en experiencias felices, o en sueños, pero esta clase de fe es fe de la clase falsa. La fe que uno tenga en Cristo puede ser muy débil, pero es fe solamente en Él, es fe de la clase correcta.
¿Cómo Se Puede Conseguir Una Fe Fuerte?
Si alguien es indigno de confianza, cuanto mejor se le conoce, menos se confía en él; pero si alguien es digno de confianza, la confianza en esta persona aumenta según se la conoce mejor. Cuanto más aprendemos del Señor Jesús, tanto más se ahonda nuestro conocimiento personal de Él; cuanto más exploramos de las alturas y profundidades de la gracia de Dios, tanto más se fortalece nuestra fe en Él. Cada nueva lección que se aprende de Él fortalece nuestra fe.
Suponiendo Que La Fe De Alguien Sea Siempre Débil, ¿Será Sin Embargo Salvo?
Está de más decir que es bueno ser como Abraham, que «se fortaleció en fe, dando gloria a Dios». Se ha dicho con verdad, sin embargo, que en tanto que una fe fuerte nos trae el cielo a nosotros, la fe débil (siempre que sea fe en Cristo solo) nos llevará al cielo.
Una vez estaba yo viajando en tren en Inglaterra, a la ciudad de Birmingham. Había dos señoras en el mismo compartimiento. Una de ellas estaba evidentemente acostumbrada a viajar, y, después de asegurarse de que estaba en el tren correcto, se sentó tranquila en su rincón, leyendo un libro hasta que llegó a Birmingham.
La otra señora era una anciana que parecía estar muy preocupada por si acaso, después de todo, no llegaba a su destino. Casi en cada estación en la que paraba el tren se asomaba por la ventana, y preguntaba a algún empleado del ferrocarril si estaba en el tren correcto. Todas sus afirmaciones parecían impotentes para tranquilizarla.
Haré yo una pregunta ahora. ¿Cuál de estas dos señoras crees tú que llegó primero a Birmingham? Está claro, las dos llegaron a la vez. La llegada de ambas no dependía de la cantidad de su fe, pues en tal caso la señora con sus dudas y temores hubiera quedado muy atrás. La llegada de las dos dependía del hecho de que las dos estaban en el tren que se dirigía a Birmingham.
Del mismo modo, dos personas pueden haberse confiado a Cristo, y haberse acogido a Su sangre como la única esperanza de sus almas. Una de ellas está llena de santa confianza y de serena tranquilidad, y la otra es víctima de dudas que la torturan. ¡Pero la primera no tiene mayor seguridad de llegar al cielo que la segunda! Las dos llegarán con toda seguridad allá, porque Aquel en quien han confiado ha dado Su palabra de que nunca dejará que ninguna de sus ovejas se pierda.
Supongamos Que Alguien Trata De Creer, ¿Qué Más Puede Hacer?
Que alguien hable acerca de «tratar de creer» muestra que está totalmente equivocado acerca de la naturaleza de la fe. Si usted viene y me dice, «vivo en la calle tal-y-cual, número 10», y yo le respondo, «Bueno, trataré de creerle», ¿qué pensaría? Se erguiría y, con tono indignado, respondería, «¿Qué? ¿Tratar de creerme? ¿Acaso cree que le voy a contar una mentira?» Su indignación sería natural. ¡Sin embargo, hay personas que hablan de «tratar» de creer en Cristo! ¿Acaso es Él tan indigno de confianza? ¿No es acaso la Persona del universo en la cual deberíamos encontrar más fácil confiar?
No nos centremos en nuestra fe. Como sucede con todo lo que nos atañe, es decepcionante, y ningún esfuerzo en «tratar» la mejorará. Apartemos la mirada del yo y dirijámosla a Cristo. No podemos confiar en nosotros mismos, pero, gracias a Dios, podemos confiar totalmente en Él.
¿No Existe Aquello De «Creer En Vano»?
Desde luego, y el apóstol Pablo habla de esto en su primera epístola a los Corintios, capítulo 15. Pero esto es solo otra manera de expresar lo que ya hemos dicho, es decir, una fe en un objeto indigno de confianza. El apóstol estaba exponiendo a los Corintios que la resurrección de Cristo ha demostrado que Él es el Objeto digno de toda nuestra confianza. Si Él no hubiera resucitado, esto hubiera demostrado que la carga de nuestros pecados era demasiado grande para que Él pudiera llevarla. En tal caso, la fe en Él hubiera sido en vano. Pero Él ha resucitado de los muertos, lo que demuestra que Su obra de expiación es completa. Él está sentado en el cielo como poderoso Salvador. Nadie que confíe en Él confiará en vano.
¿No Debe La Fe Ir De La Mano Con Las Obras?
La fe sin obras está muerta, pero es la fe la que salva, no la fe y las obras. Las obras vienen como la evidencia de la realidad de la fe, y tienen mucha importancia. Desconfío de quien me dice que cree en Cristo y que sin embargo no es «celoso de buenas obras».
Cuando se ve humo saliendo de la chimenea, se sabe que hay un fuego dentro. No se puede ver el fuego, pero el humo es evidencia de su existencia. Sin embargo, es el fuego, no el fuego y el humo, lo que da calor. La fe es como el fuego; las obras son como el humo. Van de la mano, pero no para conseguir la salvación. Ninguna obra que podamos hacer podrá añadir valor a la obra realizada por Cristo en nuestro favor. La fe reposa en Su obra, y se hace patente en obras que hacen los salvos por gratitud a Él.
«Por gracia sois salvos por medio de la fe,» leemos. «No por obras, para que nadie se gloríe.» Pero en el siguiente versículo se nos dice que hemos sido «creados en Cristo Jesús para buenas obras» (Ef. 2:8-10).
Así, Cuando Creemos En Cristo, ¿Ejercitamos La Fe Una Vez Por Todas, O Es Algo Continuado?
Al confiar en el Señor Jesucristo para perdón y salvación, confiamos en Aquel que nos dará lo que buscamos una vez por todas. Del juicio que merecen nuestros pecados, del infierno hacia el que nos estábamos precipitando, de la ira que pendía sobre nuestras cabezas, nos confiamos a Él para que nos libre una vez por todas. Al confiar en Él encontramos que la cuestión de nuestro futuro eterno queda resuelta, una vez por todas.
Pero al decir esto no quiero decir que vaya a haber un tiempo, a lo largo de todo el período de nuestra vida terrenal, en la que la fe no deba estar en ejercicio vivo. Desde luego que creemos en el Señor Jesucristo una vez por todas, pero nunca dejamos de confiar en Él.
Además, hay otras cosas que la salvación del alma que demandan el constante ejercicio de la fe. La salvación misma es contemplada en más que un aspecto. Además de ser la porción presente del creyente, es contemplada como algo que, en su plenitud, todavía esperamos, y que ha de «ser manifestada en el tiempo postrero». Y es para esto que, según 1 Pedro 1:5, somos guardados por el poder de Dios, no como meras máquinas, sino mediante la fe.
Luego hay cientos de cosas, grandes y pequeñas, relacionadas con nuestro andar aquí abajo, cada una de las cuales demanda el ejercicio de la fe. Para las bendiciones temporales más pequeñas dependemos de la bondad de Dios, y en relación con ellas, así como con referencia a las cosas más sublimes que hemos sido llamados a gozar, necesitamos ejercitar cada día la fe en Dios.
Aquí termina nuestro primer diálogo. Que cada uno y todos puedan saber qué es asirse de Cristo por la fe para salvación, y para todas las bendiciones que la gracia de Dios ha atesorado en Él para nosotros.

Número 2

La Conversión
Preguntas por C. A. Miller;
Respuestas por H. P. Barker
Cada amo de casa de esta ciudad afirma su derecho de decidir quién va a entrar en su casa y quien no. Ahora bien, el derecho que demandamos para nosotros debemos seguramente reconocérselo al Señor Jesucristo. En Mateo 18:3 Él nos dice claramente que algunos no entrarán en Su reino. Excepto que uno se convierta, es inútil que espere tal cosa. Leemos: «si no os convirtiereis, y fuereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (SEV).
Esto nos muestra la inmensa importancia de la conversión. Haremos bien en dedicar una sesión esta noche a este tema. Aparte de la conversión, no puede haber bendición, goce verdadero ni cielo para nadie.
¿Puede Explicarnos Lo Que Se Quiere Decir Por Conversión?
No podemos hacer nada mejor que acudir a la Escritura para recibir la respuesta. Miremos primero en 1 Corintios 6. Después de mencionar muchos terribles vicios predominantes entre los paganos, el apóstol dice, en el versículo 11: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados». Esto es una hermosa definición de la conversión. Pasemos ahora a Efesios 2:13: «Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.» Esto es como el apóstol lo expone a los creyentes en Éfeso. Luego miremos 1 Pedro 2:25: «Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.» Todos estos pasajes muestran con mucha claridad lo que es la conversión, pero no sé de ninguno que lo exprese de manera más hermosa que otro versículo en el mismo capítulo en 1 Pedro, versículo 9, «os llamó de las tinieblas a su luz admirable».
Estos pasajes de las Escrituras dejan bien claro que la conversión es un cambio vital y radical que afecta al alma — un traslado desde las tinieblas, el peligro y la distancia a la luz, la salvación y la proximidad con Dios.
La otra noche tuve ocasión de ir a mi dormitorio para cambiarme el abrigo. Era oscuro, pero como sabía donde colgaba el otro abrigo, pude hacer el cambio sin necesidad de luz. Así se logró realizar un cambio externo. Dejé el abrigo viejo para ponerme el nuevo, ¡pero todo este tiempo permanecí en las tinieblas! Algo parecido sucede a menudo en la historia de los hombres. Reciben impresiones religiosas, abandonan sus malas compañías, dejan hábitos pecaminosos y hacen esfuerzos por vivir de mejor manera. En lugar de frecuentar la taberna asisten a un lugar de culto, y se vuelven ciudadanos sobrios y respetables. Todo esto y mucho más es verdad acerca de ellos, pero todo este tiempo permanecen en tinieblas. No amanece en sus almas ninguna luz celestial que revele a un Salvador lleno de amor y de poder. Ha tenido lugar un cambio externo, deseable de todo punto, pero sus almas no han sido llevadas del peligro a la seguridad, de las tinieblas a la luz. No podemos dejar de insistir en que esta reforma no es conversión. Pasar página no es lo mismo que ser llevado a Dios mediante la sangre de Cristo.
Los hay que creen que si han tenido sueños notables o experiencias arrebatadas y sentimientos religiosos, que se trata de la conversión. Pero la conversión es una realidad mucho más profunda que ninguna de estas cosas; es nada menos que pasar de muerte a vida (Juan 5:24).
¿Necesitan La Conversión Los Que Han Sido Bautizados Y Que Nunca Han Cometido Ningún Pecado Grave?
No hay pecado que no sea grave a los ojos de Dios. Los hombres suelen considerar algunos pecados como repulsivos y otros como triviales, pero cada pecado es aborrecible para Dios. El pecado más insignificante cierra las puertas del cielo de manera tan eficaz contra el que lo comete como el pecado de asesinato, y demanda igual de clamorosamente la expiación mediante la sangre de Cristo.
Pero no es solo a causa de lo que hemos hecho que la conversión es una necesidad tan grande, sino debido a lo que somos. Y a este respecto no hay diferencia; todos somos pecadores, todos debemos declararnos culpables, todos estamos expuestos al juicio. La Escritura declara de la forma más decidida que «no hay diferencia». La dama bautizada, educada, refinada, amable y con inclinaciones religiosas necesita convertirse si quiere ir al cielo, del mismo modo que el blasfemo, el borracho y el ladrón.
¿Podemos Convertirnos Cuando Nos Plazca?
Dios nunca da al pecador la elección de la ocasión; Su tiempo es siempre el presente. «He aquí ahora el día de salvación», y, «Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones». Si alguien posterga este asunto, incurre en un terrible peligro. Puede que nunca tenga otra posibilidad. No diré que no la vaya a tener, porque Dios tiene gran longanimidad, y Su gracia se detiene sobre muchos; pero sería más seguro jugar con el rayo que menospreciar Su misericordia o los llamamientos de Su Espíritu.
¿Cuánto Tiempo Tarda Uno En Convertirse?
El viernes pasado leímos una nota de una joven amiga que asiste aquí, que dice que en menos de un minuto recibió la bendición que buscaba, siendo culpable pecadora. Muchos podrían hacerse eco de su testimonio. ¿Cuánto tardó el ladrón moribundo de la cruz en convertirse? ¿Cuánto tiempo le llevó a Pablo, el acerbo perseguidor en el camino de Damasco, para caer abatido y que el grito de «¡Señor!» brotase de sus labios? ¿Cuánto tiempo fue necesario para que el corazón endurecido de aquel carcelero de Filipos, que odiaba el evangelio, cuando fue despertado por el terremoto, recibiera una respuesta a su pregunta  — «¿Qué debo hacer para ser salvo?»
Sin duda que generalmente hay muchos ejercicios del alma que acompañan a la conversión, y estos ejercicios pueden extenderse semanas o años. Pero creo que hay un momento concreto en que los ejercicios alcanzan su punto culminante, cuando el alma pone de una vez por todas su confianza en el Salvador y en Su preciosa sangre, y es perdonada y purificada. No es un proceso largo, sino un acto instantáneo.
Si Alguna Persona Convertida Cae En Pecado, ¿Tiene Que Volverse a Convertir?
Esta es una pregunta que hacen miles de personas, en una u otra forma. Pero me aventuraré a decir que esta pregunta nunca surgiría si realmente comprendiésemos que cuando un pecador se convierte queda también justificado de todas las cosas, pasa a ser hijo de Dios, y por el don del Espíritu es hecho miembro del cuerpo de Cristo. Si todo esto se tiene que repetir cada vez que un creyente cae en pecado, ¡entonces tendría que repetirse veinte veces al día en el caso de muchos! Pero un pasaje de la Escritura disipará tal concepto. Leemos que «todo lo que Dios hace será perpetuo» (Ec. 3:14). Cuando un alma se salva, es Dios quien la salva, y esto «será perpetuo», para siempre. Cuando un pecador es justificado por la fe en Cristo, «Dios es el que justifica», y «será perpetuo».
Ningún padre terrenal puede romper la relación que existe entre él mismo y su hijo. Así sucede con la relación celestial y eterna que se forma entre Dios y el alma creyente. Si uno de Sus hijos cae en pecado, Él podrá corregirlo y someterlo a diversas formas de disciplina; pero ¿rechazarlo? ¡Jamás! El tal necesita ser restaurado a la comunión y al camino recto, pero no puede volver a ser convertido otra vez.
Al decir esto no me olvido de Lucas 22:32. Pedro era un hombre verdaderamente convertido desde la memorable escena en la que se reconoció como pecador, pero se aferró a los pies del Salvador, si no antes de ello. Pero cayó gravemente, y negó a su Señor con maldiciones. El Señor, sin embargo, le dice que ha orado por él, e incluso antes de su caída ya contempla su restauración. «y tú, una vez vuelto,» dice, «confirma a tus hermanos». Esto se traduciría mejor como: «una vez restaurado», porque se refiere no a la conversión de un pecador impío, sino a la restauración de un santo recaído.
Voy a presentar una ilustración que tomo de un amigo. Un hombre se alista como soldado. Después de un cierto tiempo se cansa de la vida de soldado, y, aprovechando una oportunidad, huye. Ahora es un desertor, y vive con un temor constante de ser descubierto. Al final resuelve volver al ejército. Su regimiento ha sido enviado al frente, y él quiere volverse a incorporar al mismo. ¿Cómo va a volver a las filas? No puede volver a alistarse como si nunca hubiera vestido el uniforme del rey. No puede volver como un recluta, sino como un desertor. Lo que debe hacer es presentarse ante sus mandos, y someterse a cualquier pena que consideren adecuado imponerle.
Así es con un hijo de Dios que se haya desviado. Es un desertor de las filas, y no puede volver a alistarse como un recluta. Debe volver como uno que se ha ido errante, no para buscar la absolución de un juez, sino el perdón de un Padre. Que los tales recuerden que la gracia restauradora de Dios es tan grande como Su gracia salvadora. Si se da la bienvenida al pecador culpable, también se dará al hijo que se ha ido errante; pero es como hijo que ha de volver, no como quien necesita conversión, sino restauración, y la obtendrá de cierto mediante la intercesión de Cristo.
¿Es La Conversión Todo Lo Necesario Para Hacer a Uno Cristiano?
Si lo fuera, no hubiera habido necesidad de que Jesús descendiera del cielo y muriera en la cruz. Aquella magna obra fue necesaria antes que nadie pudiera llegar a hacerse cristiano. Pero quizá nuestro amigo está pensando en un concepto extendido en ciertos medios de que nadie puede considerarse cristiano hasta que, al final del curso de su vida, se prepara a pasar de la tierra al cielo. Pregunta a alguien que crea esto, «¿Eres cristiano?», y la respuesta será: «Lo estoy intentando.»
Ahora bien, ninguna cantidad de intentos ha transformado a nadie en cristiano. Nadie se hace soldado tratando de comportarse como uno, sino alistándose. En el momento en que se alista es tan soldado del rey como el comandante general. Aquel nunca habrá puesto el pie en el campo de batalla, y éste puede ser veterano de cien batallas, pero los dos son soldados del rey.
¿Cuáles Son Los Rasgos De Una Persona Convertida?
Los convertidos de Tesalónica manifestaban cuatro rasgos muy evidentes. Los encontraremos en 1 Tesalonicenses 1:9-10.
(1) Se habían vuelto a Dios. Este es el primer rasgo de una persona convertida. En lugar de tener miedo de Dios, tiene paz con Dios; en lugar de esconderse de Él, dice: «Tú eres mi refugio»; en lugar de considerar a Dios como un duro explotador o un juez severo, lo conoce como su amante Padre.
(2) Se habían vuelto de los ídolos. Otros entre nosotros, además de los paganos que adoran a la madera y a la piedra, tienen ídolos. Cualquier cosa que se permita que tome el lugar de Dios en el alma es un ídolo; cualquier cosa del yo en el que uno fundamente una esperanza de gloria futura es un ídolo. ¿Esperas el favor de Dios debido a tu forma moral de vivir, o por sus oraciones o votos? Entonces estas cosas son tus ídolos. Se levantan entre ti y la bendición de Dios. Un rasgo de una persona convertida es que ha lanzado a los vientos todo aquello sobre lo que antes edificaba sus esperanzas  —  sus propios esfuerzos y resoluciones, cualquier cosa que se interpusiera entre él y Dios.
(3) Ahora estaban sirviendo al Dios vivo y verdadero. Un inconverso sirve al yo y a Satanás; una persona convertida trata de servir a Dios en todos los detalles de su vida. Todo lo que está bajo su control, por así decirlo, queda convertido. Si es vendedor de tejidos, tiene cuidado en que cada metro sea de cien centímetros; si es lechero, se preocupa de que la leche sea leche, no leche y agua. Todo en él da testimonio de que ahora es siervo de Dios.
(4) Estaban esperando al Hijo de Dios del cielo. La popularidad, la fama, el éxito, las riquezas, no son objetos de ambición del que ha sido verdaderamente convertido. Conoce a Jesús como su Libertador de la ira que ha de venir, y su esperanza está fijada en aquel mundo resplandeciente en el que el Hijo de Dios es el Centro de todo. Lo espera a Él, y su deseo más querido quedará satisfecho cuando se encuentre en Su presencia para siempre. ¡Oh, que estos rasgos fuesen más visibles en cada uno de nosotros!
¿Puede Cada Persona Convertida Recordar Con Exactitud La Fecha De Su Conversión?
Muchos pueden. Pueden señalar con el dedo cierto día en el calendario y decir: «Este es mi cumpleaños espiritual». Pero no todos pueden hacerlo, y no creo que nadie deba inquietarse por ello. Si estás seguro de que estás convertido, de que has sido trasladado de la tierra tenebrosa del pecado al resplandor de la gracia y de la libertad, es suficiente. No hay necesidad de sentir ansiedad por no poder señalar el momento preciso de tu conversión.
¿Va La Conversión Siempre Acompañada
De Un Profundo Dolor Del Pecado?
Tengo graves dudas acerca de cualquier conversión en la que no haya una medida de juicio propio y de dolor por el pecado. No es un espectáculo grato ver a alguien «recibir la palabra con gozo», como sucedió con aquellos de los que leemos en Lucas 8:13. Lo siguiente que se dice de ellos es que «no tienen raíz», solo creen «por un tiempo» y pronto «se apartan». He visto a personas profesar la conversión y de inmediato caer de rodillas y orar por sus amigos, por los predicadores del evangelio, por los soldados en la guerra, por los expuestos a los peligros del mar, por los judíos, y no sé por qué más. Parece que no tienen un sentido de la gravedad de sus pecados, que necesitaron de tal sacrificio como el de Cristo para expiarlos. No hay una pasada profunda del arado por sus conciencias, ningún dolor por su dureza de corazón. Por mi parte, veo bueno que haya lágrimas de contrición en las mejillas de un pecador arrepentido, y que se oiga el clamor contrito del pródigo al volver al Padre. Creo que Dios también lo valora.
Dios gusta de oír el clamor contrito,
Gusta de ver el ojo humedecido,
Leer el profundo suspiro del espíritu.
Pero es verdadero el dicho de que «las aguas mansas son profundas». A menudo los que más sienten son los más parcos en expresar sus sentimientos. Pero uno espera que haya alguna indicación de un estado quebrantado y contrito del alma, y alguna conciencia de la gravedad y maldad del pecado.
¿Por Qué Vemos Tan Pocas Conversiones
Hoy En Día, En Comparación Con Lo Que Leemos
De Tiempos Pasados?
Esto puede atribuirse a más de una sola causa. Quizá se deba no en poca medida a que en muchos sectores ya no se considere que la conversión es necesaria. Se pronuncian sermones sin mencionarla para nada. Se exhorta a la gente a «seguir a Cristo» y a «andar en Sus pasos» sin decir que para ello les es necesaria la conversión.
Sin duda, otra causa es la lamentable frialdad e indiferencia entre nosotros los cristianos evangélicos, que creemos en la necesidad de la conversión.
Cuando David se apartó del Señor, dejó de ejercer influencia para bien sobre los demás. En el Salmo 51 le vemos arrepentido. Escuchemos sus palabras. «Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti». Mientras el corazón de David estuvo frío hubo escasez de conversiones. La restauración de su gozo sería el medio de bendición para otros además de para él mismo. Habría pecadores que se convertirían. Hermanos, no tendríamos que lamentar la escasez de conversiones si tan solo nuestros corazones fuesen más cálidos y respondieran mejor al gran amor de Dios.
Si Alguien Dice: «Quiero Ser Convertido, Pero No Sé Como Lograrlo», ¿Qué Le Aconsejaría?
Lo dirigiría a Hechos 3:19: «Arrepentíos y convertíos». Le apremiaría a que se volviera al Salvador con verdadero arrepentimiento. También le leería Hechos 16:31: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Un pecador arrepentido que verdaderamente cree en Jesús y confía en Él para salvación, se ha convertido. Se ha vuelto de sus pecados al Señor.
Nuestro diálogo ha concluido. Ahora me toca a hacer una pregunta, y quiero que cada uno aquí la conteste honradamente, como en presencia de Dios.
¿Estás TÚ Convertido?
Mi ferviente deseo es que busques una entrevista personal con el Salvador. Reconoce tu culpa. No presentes excusas. No retengas nada. Luego confíate a Él. Él te salvará y te bendecirá. Luego podrás decir: «Gracias, Dios, estoy convertido».

Número 3

El Arrepentimiento
Preguntas por P. Brown;
Respuestas por H. P. Barker
A veces, al buscar una definición correcta, se pierde el significado de la cosa. Me temo que esto es lo que sucede muchas veces con el «arrepentimiento».
Recuerdo mencionar la visita que hizo un predicador del evangelio a cierto hombre.
«Solo tengo un mensaje para usted,» le dijo, «y es que tiene que arrepentirse».
«¿Y qué es arrepentimiento?» preguntó su interlocutor.
«Bien,» respondió el predicador, «cuando piensa en su vida llena de culpas y en que inevitablemente ha de encontrarse con Dios en breve, si no sabe lo que es el arrepentimiento, ¡no se lo puedo explicar!»
Con todo, trataré de clarificar su significado. Resumiendo, este término significa un cambio de mente, pero se trata de un cambio de mente que afecta al ser moral del hombre hasta lo más profundo de su ser. Es un cambio de mente que le hace apartarse de sus pecados con repulsión, y que lo lleva a aborrecerse por haberlos cometido. Así, un pecador arrepentido se pone del lado de Dios y contra sí mismo.
Supongamos Que Alguien No Haya Cometido Ningún Pecado Muy Terrible, ¿Hay Alguna Necesidad De Arrepentimiento En Su Caso?
Antes de hablar de lo que sería adecuado para tal hombre, ¡encuéntrenlo! Lo cierto es que todos los pecados son terribles a los ojos de Dios, y que no hay una sola persona que no haya pecado. Por tanto, la necesidad de arrepentimiento es universal. Dios «ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hch. 17:30).
Supongo que difícilmente podríamos encontrar a alguien más libre de los más virulentos excesos de pecado que Job. Dios mismo dio testimonio de que «no hay otro como él en la tierra,» y de que era un «varón perfecto y recto» (esto es, en su conducta externa), «temeroso de Dios y apartado del mal».
Si se pudiera suponer de alguien que no necesitase arrepentimiento, desde luego que este era Job. Él podía decir de sí mismo con verdad: «Me vestía de justicia, y ella me cubría; como manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos al ciego, y pies al cojo. A los menesterosos era padre» (Job 29:14-16).
¡Hombre amado, noble, bondadoso y caritativo! ¿Acaso necesitaba él arrepentirse? Dejemos que responda por sí mismo. Mientras se refería a su vida y carácter externos, podía con razón afirmar su preeminencia en bondad, pero cuando contempla su estado y condición ante Dios, oigamos sus palabras: «He aquí que yo soy vil. ... Mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 40:4; 42:5-6).
A Veces Oímos Del «Arrepentimiento En El Lecho De La Muerte». ¿Qué Se Quiere Decir Con Esta Expresión?
Los hay que viven toda su vida descuidada y sin Cristo. Si se les apremia la importancia del bienestar de sus almas, dicen que ya considerarán el asunto «algún día», y con ello lo van postergando una y otra vez, y siguen con sus pecados y con sus placeres. Al final, cuando se encuentran al borde del sepulcro, se sienten alarmados y comienzan a clamar a Dios que tenga misericordia de ellos, y hacen profesión de fe en Cristo. Esto, supongo, es lo que se conoce como «arrepentimiento de lecho de muerte».
Pero los arrepentimientos de lecho de muerte son algo muy poco satisfactorio. Lejos de mí negar que uno, incluso en el ocaso de su vida, si de verdad se vuelve al Salvador y pone su confianza en Su preciosa sangre, encontrará misericordia. La gracia de Dios es infinita, y no me cabe ninguna duda de que muchos estarán en el cielo que fueron salvos en su lecho de muerte.
Pero en muchos casos ha habido personas que creían que estaban muriendo, que profesaron arrepentimiento, y que se han recuperado. Con la restauración de la salud vino de nuevo el amor al pecado. Sus impresiones se desvanecieron, su alarma se calmó, y su pretendido arrepentimiento resultó irreal, el mero resultado del terror al pensar en la muerte.
Es fácil ver cuán grande es la insensatez de dejar el arrepentimiento para la hora de la muerte. Incluso si uno puede tener un lecho de muerte (cosa en absoluto segura), ¿va a ser este el mejor momento para pensar en el alma, cuando el cuerpo está atormentado por el dolor y la mente enturbiada por el continuo sufrimiento?
Además, ¿no parece cosa muy mezquina dedicar los mejores años al servicio del pecado y del yo, y luego, cuando faltan las fuerzas y la vida se apaga, volverse a Dios porque uno ya no puede seguir en sus propios caminos?
¿Qué Diferencia Hay Entre Arrepentimiento Y Remordimiento?
En el remordimiento no hay un verdadero aborrecimiento por el pecado. Uno puede estar lleno de remordimiento por algo que ha hecho sin sentir demasiado dolor por el pecado mismo. En tal caso el alma se vuelve sobre sí misma en amargura. No se acude a Dios con juicio propio.
Judas se sintió lleno de remordimiento por su sórdida traición cuando contempló su terrible resultado. Pero no hubo un verdadero arrepentimiento, un apartarse del pecado y del yo para volverse a Dios. En la amargura de su alma, se fue y se colgó.
El alma verdaderamente arrepentida queda afectada por el amor y la bondad de Dios. No se hunde en la negrura de la desesperación, sino que se da cuenta de que, a pesar de su terrible pecado y corrupción, tiene que aferrarse a Cristo. Lo mismo que Pedro en Lucas 5, el pecador verdaderamente arrepentido se da cuenta de su indignidad de que el Salvador se fije en él, y exclama, «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador», y sin embargo, al mismo tiempo se arroja a los pies de Jesús.
¿Cómo Puede Uno Saber Que Se Ha Arrepentido Lo Suficiente?
Tengo la fundada sospecha de que cualquiera que haga esta pregunta está haciendo un Salvador del arrepentimiento. Quizá el tal crea que la sinceridad de su arrepentimiento inducirá a Dios a mostrarle Su gracia. Ahora bien, se debe recalcar una y otra vez que cuando Dios bendice a un pecador, ello no se debe a la profundidad del arrepentimiento del pecador, ni a la intensidad de su fe, sino a la obra expiatoria de Cristo en la cruz.
El arrepentimiento nunca es tan profundo como debiera, pero si un pecador arrepentido se vuelve del yo a Cristo, entonces su arrepentimiento ha tomado la buena dirección. No tiene que ocuparse ya más con ello, sino que encontrará la paz y la bendición al confiarse a Cristo, y al descansar en Su obra consumada para salvación.
Si Dios No Quiere Que Nadie Se Pierda, Sino Que Todos Vengan Al Arrepentimiento, ¿Por Qué Permite Que Muchos Mueran Sin Arrepentimiento?
Dios nunca fuerza Sus bendiciones sobre los hombres, ni los trata como meras máquinas. Él sacia el «alma sedienta». La oferta de salvación del evangelio se da a todos, y a todos se manda que se arrepientan. Pero si alguien cierra los oídos voluntariosamente, y da la espalda a la misericordia de Dios, no podrá culpar a nadie más que a él mismo si perece miserablemente en sus pecados. Todo lo que el amor divino podía dar le ha sido dado libremente; todo lo que la justicia divina demandaba ha sido aportado gratuitamente; todo lo que se debía hacer ha sido cumplido plenamente. ¿Qué más puede esperar el hombre?
¿Qué Buscaría En Una Persona Que Diga Que Se Ha Arrepentido?
Esperaría de tal persona que dé «frutos dignos de arrepentimiento». Es inútil que nadie diga que se arrepiente de sus pecados mientras persiste en los mismos. Un hombre verdaderamente arrepentido no solo confiesa sus pecados, sino que los abandona (Pr. 28:13).
Entre otras señales de verdadero arrepentimiento observaremos una buena disposición a hacer restitución a cualquiera que haya sido perjudicado.
Vemos esto en el caso de Onésimo. Onésimo había perjudicado a su amo, Filemón, al huir. Después de su conversión trata de hacer restitución, hasta donde pueda, volviendo inmediatamente a su amo. En Zaqueo tenemos otro ejemplo de esto. Cuando el Señor Jesús respondió con tanta gracia a su deseo de verle, y llevó la salvación a su casa, Zaqueo dijo: «si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado» (Lc. 19:8). Este es un caso de dar frutos dignos de arrepentimiento.
¿Hay alguien a quien hayas perjudicado? ¿Alguien a quien hayas defraudado durante muchos años con prácticas astutas, y que nunca te haya descubierto? ¿Alguien a quien hayas perjudicado con tu lengua, a quien hayas hecho daño mediante calumnia y maledicencia? ¿Existe tal persona? Entonces, no me digas que te has arrepentido hasta que estés dispuesto a hacer lo que esté en tu mano para hacer restitución.
Una señora que se convirtió en una de nuestras reuniones en la carpa había sido dependienta, en sus años jóvenes, en una tienda de tejidos. Se había comprado un sombrero nuevo, y necesitaba de una cinta para adornarlo. Como no tenía dinero para ello, se sintió tentada a sustraer como un metro de dicha cinta de la tienda de su patrón. Nadie se enteró; nunca echaron en falta la cinta.
Cuando aquella dama se convirtió, recordó aquella circunstancia. Tomando la pluma, escribió a la encargada de la tienda en este sentido:
«QUERIDA———-,——Mientras trabajaba de dependienta en la tienda del Sr. D.—-, siento decir que sustraje un metro de cinta rosa por un valor de—-. Ahora soy cristiana, por la gracia de Dios, por lo que incluyo esta cantidad en sellos de correo, y le ruego que acepte mi expresión de sincero pesar.»
Esta es la clase de actitud que esperamos ver en cualquiera que profese arrepentimiento.
Si Alguien Dice: «Quisiera Arrepentirme, Pero Siento Mi Corazón Sumamente Duro, Y No Me Duelo Por Mis Pecados Tanto Como Debiera», ¿Cómo Le Respondería?
Le diría que es bueno saber que siente tanto la dureza de su corazón, y que se duele tanto por no dolerse como debiera. ¡Cuántas veces nos encontramos con personas en este estado, sintiéndolo porque no lo sienten más, doliéndose porque no se duelen más! Pero lo que encontramos en el fondo de todo esto es ocupación con el yo. Ahora bien, el Salvador nunca ha rechazado a un pecador porque sus sentimientos acerca del pecado no fuesen suficientemente intensos. Y tampoco un pecador ha sido recibido y salvado porque su corazón estuviera suficientemente ablandado y su dolor fuera sincero.
Si hay alguno agitado porque su corazón es tan duro, le diría, «la dureza de tu corazón es otra razón por la que debieras ir a Jesús en el acto. Él puede ablandarlo». Si tal persona protesta que su dolor por el pecado no es suficientemente intenso, le diría, «Mayor razón para que no pierdas el tiempo en acudir al Salvador. Confía en Él, piensa en Su amor hasta la muerte por ti en aquella cruz, y si esto no te hace doler por tus pecados, tampoco lo conseguirá ningún ensimismamiento en tu propia condición».
Cuando El Carcelero De Filipos Preguntó: «¿Qué Debo Hacer Para Ser Salvo?», ¿Por Qué Pablo Y Silas No Le Dijeron Nada Sobre Que Debía Arrepentirse?
Porque el que hizo esta pregunta era un pecador arrepentido. Observemos el cambio que había tenido lugar en aquel hombre en el lapso de unas pocas horas. De un hombre brutal y endurecido se había transformado en un indagador ansioso en pos de la salvación. ¿A qué se debía esta diferencia? Indudablemente, al terror. Pero había otra influencia operando, que parece haber tocado su corazón y producido una medida de arrepentimiento. ¿Qué influencia era esta? La bondad de Dios.
Cuando, en su desesperación, el carcelero estaba a punto de quitarse la vida, una fuerte voz llegó a sus oídos: «No te hagas ningún mal». Aquellas palabras le revelaron que había alguien que se preocupaba por él. El cuidado y la solicitud que Pablo y Silas mostraron por su cruel carcelero eran el eco del interés y amor del mismo Dios. Esto fue una revelación de la bondad de Dios hacia el alma de aquel hombre, y lo quebrantó e hizo brotar de sus labios el clamor de un pecador arrepentido: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» El arrepentimiento ya estaba allí; todo lo que necesitaba entonces era que le señalasen al Señor Jesucristo como Aquel en quien podía confiar para salvación.
Si Alguien Muere No Arrepentido, ¿Habrá Alguna Posibilidad De Que Se Arrepienta Después De La Muerte?
Es la bondad de Dios la que lleva al arrepentimiento (Ro. 2:4). Cuando alguien muere en sus pecados, sale para siempre de la esfera en la que está activa la bondad de Dios. Puede haber remordimiento en la región de los perdidos, pero no arrepentimiento. Al contrario, el lloro y la lamentación van acompañados de «crujir de dientes», cosa muy diferente del arrepentimiento. No hay nada en el infierno para cambiar el corazón del hombre. La Escritura muestra claramente que «ahora [es] el día de salvación». Es en esta vida que quedan fijados nuestros destinos eternos.
En Lucas 16 se nos muestra que el rico en el infierno desea que sus hermanos sean advertidos. Dice él: «si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán». Pero nunca dice nada como «me arrepentiré». Los perdidos en el infierno se dan cuenta de que su oportunidad para arrepentirse se ha desvanecido para siempre.
Usted Dice Que Es La Bondad De Dios La Que Guía a Los Hombres Al Arrepentimiento. Pero, ¿Nunca Se Induce a Los Hombres Al Arrepentimiento Mediante El Temor?
No me cabe ninguna duda de que el temor al juicio venidero ha sido el medio para despertar a muchos. Algunos de los siervos más ricamente bendecidos de Dios han visto a cientos volverse hacia Él mientras sacudían a sus oyentes con el tema del infierno. Diferentes personas quedan afectadas de diferentes formas. Algunos pueden ser atraídos con gentileza, otros tienen que ser empujados. Mientras que en el caso de algunos la voz «apacible y delicada» tiene más peso, otros son más movidos por el retumbar del trueno y el estallido de la tempestad. Algunos corazones se funden bajo la dulce historia del amor de Dios; otros quedan quebrantados bajo la terrible advertencia de la muerte y del juicio. Los siervos del Señor han de tratar con los hombres de manera distinta, y tienen que mantenerse siempre en estrecho contacto con su Señor para saber cómo hablar. Pero la bondad de Dios se ve tanto en los mensajes de advertencia como en los mensajes de la gracia. Es Su misericordia la que advierte. Así que siempre es cierto que la bondad de Dios guía al arrepentimiento.
¿Qué Significa La Escritura En 2 Corintios 7, Que Dice Que «La Tristeza Que Es Según Dios Produce Arrepentimiento Para Salvación»?
El arrepentimiento y la salvación a la que se hace referencia aquí son el arrepentimiento y la salvación de los cristianos. Los creyentes en Corinto habían errado gravemente, y el apóstol Pablo les había escrito una carta con una fiel reprensión. Dicha carta (la Primera Epístola a los Corintios) había producido el efecto deseado. Un dolor según Dios había sustituido la desvergonzada jactancia en el mal, y este dolor por sus pecados había inducido al arrepentimiento llevando a los creyentes de Corinto a volverse de su curso de maldad y a apartarse del mal que antes habían permitido. Arrepintiéndose así, fueron salvados de seguir yendo cuesta abajo hacia el apagamiento. De este modo, se obró el «arrepentimiento para salvación» mediante su tristeza según Dios. Esto muestra que cuando un creyente peca, su arrepentimiento debería ser tan real y tan práctico como el que se espera del arrepentimiento del pecador al principio. Es bueno desear estar apartados del mal, y ser guardados de contristar al Espíritu Santo, para que se pueda decir de nosotros, como de los Corintios: «Esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto» (2 Co. 7:11).

Número 4

La Justificación
Preguntas por S. W. Royes;
Respuestas por H. P. Barker
El tema que vamos a tratar ahora es de la mayor importancia. Podemos confiar en el Señor Jesús como nuestro Salvador, y recibir una cierta consolación al pensar en Su preciosa sangre y en el poder de la misma para limpiar de todo pecado. Pero hasta que el alma conozca lo que es ser justificada, no puede haber una sólida paz.
Por lo que respecta a los no creyentes, es imposible exagerar la importancia de este asunto en su caso. Porque la justificación está en el umbral de toda verdadera bendición. Nadie puede entrar en el cielo excepto los que estén justificados de su culpa. Por ello, pido la atención de todos a las preguntas que se harán y a las respuestas que se den.
¿a Qué Clase De Personas Justifica Dios?
No me cabe ninguna duda de que muchos dirían: «A la buena gente», o «A aquellos que hacen lo mejor que pueden». Pero vamos a descartar las opiniones humanas y volveremos a la Palabra de Dios para recibir luz. El apóstol Pablo se refiere a Dios con un título muy entrañable en Romanos 4:5: «Aquel que justifica al impío». Así, es a los impíos a los que Dios está dispuesto a justificar.
Encontramos una ilustración de esto en el caso de dos hombres que subieron al templo a orar. Uno era religioso, y su religión afectaba en gran manera su vida y su conducta. Lo preservaba de muchas acciones de extorsión, injusticia e inmoralidad. Dos veces cada semana observaba un rígido ayuno. Pagaba sus diezmos puntualmente, y dedicaba grandes cantidades de dinero al servicio de Dios.
El otro hombre no pertenecía a la clase de los religiosos. En realidad, era un pecador, y no lo ocultaba. Al entrar en el templo, era bien consciente de que no era apto para estar allí, y, parado de lejos, inclinaba la cabeza, evidentemente avergonzado.
¿Cuál de estos dos hombres, pensáis vosotros, era más susceptible de ser justificado? El Señor Jesús, refiriéndose a este último, el pecador irreligioso, impío, dice: «Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro» (Lucas 18:14).
Sí, son los culpables, los pecadores y los viles, los que Dios justifica cuando reconocen su condición y se vuelven a Él. Aquellos que se imaginan ser «justos, que no tienen necesidad de arrepentimiento», permanecen sin justificación y sin bendición.
¿Cuál Es La Diferencia Entre La Justificación
Y El Perdón?
El perdón es la eliminación de la pena de nuestros pecados; la justificación es la eliminación de la acusación misma de culpa que antes teníamos contra nosotros.
Comprenderemos mejor la diferencia si hacemos una imaginaria visita a un juzgado. Se está procediendo a juzgar a dos acusados de robo. El primero tiene muchos testigos para demostrar que estaba a muchos kilómetros de distancia cuando se cometió el delito. Se demuestra su inocencia de una manera irrefutable. Al absolverlo, el juez dice: «El preso puede abandonar este tribunal libre de toda culpa». En otras palabras, siendo inocente, queda justificado.
Con el otro, las cosas son distintas. Pero hay circunstancias atenuantes. Es joven; es su primer delito, y parece que fue inducido a cometer el delito contra su mejor criterio. El juez dirige una seria advertencia al preso y lo deja en libertad. No se dicta ninguna pena, y sale del juzgado libre. En pocas palabras, ha sido perdonado. Pero, aunque está perdonado, no ha quedado absuelto de los cargos contra él.
Ahora bien, esta ilustración nos ayudará a ver la diferencia entre justificación y perdón. Pero hemos de recordar que entre los hombres solo los inocentes pueden ser justificados, mientras que los culpables pueden ser perdonados. Salomón era consciente de esto al orar en la dedicación del templo (1 Reyes 8). En el versículo 32 él ora: «tú oirás desde el cielo y actuarás, y juzgarás a tus siervos, condenando al impío ... , y justificando al justo». Luego, en el versículo 34 vuelve a orar: «tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel». ¡Considerad esto! Justificación para el justo y perdón para los que pecan.
Pero la gloria del evangelio es que muestra como Dios puede hacer lo que es imposible entre los hombres. Él puede justificar a los impíos, y ello incluso sin circunstancias atenuantes. Él puede tomar un pecador vil y corrompido, y no solo perdonarlo, sino absolverlo de toda acusación de una forma tan completa que puede proclamarse este reto, que nunca podrá ser contradicho: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Ro. 8:33).
Si Es Dios Quien Justifica, ¿Por Qué Se Dice Que Somos Justificados Por La Fe?
La fe es simplemente el principio en base al que Dios justifica. Si Dios se declara dispuesto a justificar a pecadores impíos, es cosa bien razonable que Él debe declarar el principio en base al que Él lo hará, y el principio debe ser tal que deje claro que todo es de gracia de principio a fin. Es por esta razón que es «por fe», o porque, en las palabras de Romanos 3:26, Dios es el que justifica «al que es de la fe de Jesús».
Así que es la «fe», y no las obras, ni los votos, ni las oraciones, lo que se cuenta por justicia, pero es Dios quien lo cuenta como tal. Es totalmente Su acción.
Leemos Que Cristo Ha «Resucitado Para Nuestra Justificación». ¿Qué Tiene Que Ver La Resurrección De Cristo Con Que Nosotros Seamos Justificados?
¡Tiene todo que ver! Es el gozne sobre el que gira toda la cuestión. Supongamos que fuese declarado culpable de alguna infracción y condenado a pagar una fuerte suma de dinero. Al no poder disponer de tal suma, me vería abocado a cumplir una sentencia de cárcel. Pero un amigo interviene y se compromete a pagar mi multa. Pero hasta que llegue el dinero, uno de los dos, mi amigo, o yo, ha de quedar detenido. Mi amigo, habiendo asumido mis responsabilidades, se queda allí hasta que pueda llegar un mensajero del banco con el monto de la multa, y a mí me dejan salir.
Lleno de ansiedad, me paseo arriba y abajo delante del juzgado. Finalmente llega el mensajero del banco y entra en el edificio. Al cabo de unos minutos sale mi amigo y se reúne conmigo. En el acto cesa mi ansiedad. El hecho de su reaparición demuestra que las demandas del tribunal han quedado satisfechas. Ahora estoy verdaderamente libre, porque mi sustituto está libre.
Apenas si es necesario mostrar como se aplica esta sencilla parábola. Tú y yo somos los infractores, bajo el juicio de Dios. Cristo se ha ofrecido como nuestro Sustituto, y en la cruz Él satisfizo las demandas de la justicia en nuestro favor. Él pagó la multa por nosotros. ¿Fue suficiente Su pago? ¿Lo aceptó Dios como un pleno descargo de todas nuestras responsabilidades? Antes de morir, Él clamó: «Consumado es». Él dio Su todo, Su vida, Su sangre, pero, ¿fue esto suficiente?
Él salió del sepulcro en la mañana del tercer día. La pregunta quedó contestada. Había sido suficiente. Aquel que había tomado nuestros pecados sobre Sí mismo estaba libre. Entonces, ¡también nosotros quedamos libres!
Así, la resurrección de Cristo está en la base de nuestra justificación. Naturalmente, cuando digo «nuestra» me refiero a los «creyentes». Él fue resucitado para nuestra justificación.
En Romanos 3:28 Se Dice Que «Que El Hombre Es Justificado Por Fe Sin Las Obras De La Ley». ¿Cómo Lo Concilia Usted Con Santiago 2:24, Donde Leemos Que «El Hombre Es Justificado Por Las Obras, Y No Solamente Por La Fe»?
Estos dos pasajes no necesitan ser conciliados. A veces los hay que se imaginan que han descubierto declaraciones contradictorias en las Escrituras, pero la falta está en sus propias mentes, no en la Palabra de Dios.
En el caso que nos ocupa, la dificultad se desvanece cuando vemos que en Romanos se está hablando de la justificación ante Dios, mientras que en Santiago el tema es la justificación ante los hombres. Ambas cosas se ponen en contraste en Romanos 4, y en el versículo 2 se expone que la justificación por las obras «no [es] para con Dios».
Dios toma nota de la fe del creyente, y la cuenta por justicia para el dicho creyente. Pero la fe es invisible a los ojos de los hombres. Si ellos nos desafían respecto a qué razón tenemos para profesar que hemos sido perdonados y salvados, que somos hijos de Dios y herederos juntamente con Cristo, no podemos simplemente contestar, «Tenemos fe». Tenemos que justificar la posición que adoptamos con más que palabras. El amigo de Job, Zofar, preguntó: «¿Y el hombre que habla mucho será justificado?» (Job 11:2). Desde luego que no. No son los que hablan bien, sino los que andan bien, los que son justificados a la vista de sus semejantes. No es por los labios, sino por la vida; no por palabras, sino por obras, que podemos convencer a los demás que somos lo que afirmamos ser.
Es acerca de este aspecto de la verdad que trata Santiago. Pablo también, en algunas de sus epístolas, de manera especial en la dirigida a Tito, da mucho peso a la importancia de las buenas obras, no como una ayuda a nuestra justificación ante Dios, sino como testimonio ante los hombres, y con el fin de que «adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador».
Pero que nadie comience a hablar de buenas obras antes de asegurarse de que está justificado de todas las cosas por la fe en el Señor Jesucristo.
Leemos Acerca De Estar «Justificados ... Por ... Gracia» (Ro. 3:24), «Justificados Por Fe» (Ro. 3:28), Y «Justificados En Su Sangre» (Ro. 5:9). ¿Debemos Concluir Que El Hombre Tiene Que Ser Justificado Tres Veces?
En absoluto. Las tres expresiones comunican diferentes conceptos, pero todas tres se refieren al mismo acto. La gracia de Dios es la fuente de todas nuestras bendiciones; la sangre de Cristo es el canal mediante el que nos alcanza, mientras que la fe es sencillamente la apropiación de todo ello por nuestra parte.
Ilustraré lo que quiero decir. Esta ciudad recibe su suministro de agua del río que procede de los montes de más allá. Hay un abundante suministro para todos.
Hay tubos tendidos que van a las casas de la gente, y cuando alguien quiere agua, todo lo que tiene que hacer es abrir el grifo.
El río, que contiene un suministro inagotable de agua, es como la gracia. La gracia de Dios es el manantial y la fuente de toda bendición. En este sentido somos «justificados por Su gracia».
Los tubos son el medio por el que el agua es conducida a nuestras puertas, así como la sangre de Cristo es el medio por el que la gracia de Dios es puesta a disposición de los pecadores. Así, somos «justificados en Su sangre».
¿Y qué es «justificados por fe»? La fe es acudir con el vaso vacío y abrir el grifo. Es la apropiación para uno mismo de la bendición que se origina en la gracia de Dios, y que es hecha posible para nosotros por la sangre de Jesús.
Bildad Suhita, Otro De Los Amigos De Job, Preguntó: «¿Cómo, Pues, Se Justificará El Hombre Para Con Dios?» ¿Cómo Respondería Usted a Esta Pregunta? (Job 25:4)
Lo primero es dejar de justificarse a uno mismo. «Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos», dijo el Señor Jesús a los fariseos, y en tanto que alguien haga esto, Dios no lo justificará. Cuando dejamos de tratar de justificarnos a nosotros mismos, justificamos entonces a Dios en Su juicio sobre nosotros debido al pecado. «Los publicanos justificaron a Dios», leemos, y esto era precisamente lo contrario a lo que estaban haciendo los fariseos. Condenarse uno mismo y justificar a Dios son así dos cosas que van juntas. Nos ponemos del lado de Dios contra nosotros mismos, y reconocemos la verdad de Su veredicto sobre nosotros como pecadores culpables, viles, merecedores del infierno. Este es el primer paso.
Además de esto, tenemos que apartar la mirada de nosotros mismos y dirigirla a Cristo. Creer en Jesús significa quedar justificado de todas las cosas (Ro. 3:26; Hch. 13:39). Cuando aprendemos lo que Su muerte ha cumplido por nosotros, y cómo Su resurrección nos absuelve de todo cargo, comprendemos lo que es estar justificados, y el bendito resultado de ello es la «paz para con Dios» (Ro. 5:1).
Los Cristianos, ¡Triste Es Decirlo!, Son a Veces Muy Inconsecuentes En Su Manera De Vivir. ¿Acaso Estos Cristianos Siguen Siendo Personas Justificadas?
Si solo aquellos cuya conducta fuese intachable fuesen los justificados, se tendría que buscar durante mucho tiempo antes de descubrir a un hombre justificado.
Pero veamos cómo se designa a los cristianos en Corinto. Su conducta distaba de ser perfecta. Habían merecido una reprensión pública acerca de cuestiones relacionadas con los principios morales más básicos. Sin embargo, y de la manera más incondicional, el apóstol Pablo podía decir de ellos: «ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados» (1 Co. 6:11). Observemos que estas palabras se dirigen a ellos inmediatamente después de una ácida reprensión por sus constantes contiendas. Cierto, se les recuerda que habían sido lavados, santificados y justificados a fin de que huyeran de aquellas cosas de las que habían sido lavados. Pero no se les dice, a la vista de su pecado, que tuvieran que volver a ser lavados otra vez, santificados de nuevo, y vueltos a justificar. Se menciona su justificación como algo que había sido cumplido una vez por todas, y esta realidad es la base sobre la que puede hacerse un llamamiento a vivir de una manera consecuente y piadosa.
¿Cómo Puede Uno Saber De Cierto Que Está Justificado?
Un pasaje de las Escrituras al que ya nos hemos referido nos proporciona una respuesta clara y plena. Volvamos a Hechos 13:39, y leeremos estas palabras: «en él» (Jesús) «es justificado todo aquel que cree». No creo que ninguna de mis palabras lo podría expresar de una forma más clara que esta.
No consideremos estas palabras meramente como un dicho de Pablo. Son palabras de Dios, registradas en el Libro de Dios para la bendición de nuestras almas.
Ahora bien, ¿qué es lo que Dios dice en este versículo? Que todos los que creen son justificados de todas las cosas.
¿De quiénes se dice que son justificados de todas las cosas? De todos aquellos que creen.
Ante esta declaración tan maravillosamente clara y sencilla, revestida como está de toda la autoridad del mismo Dios, dejad que os haga a esta pregunta a cada uno aquí: «¿Estás tú justificado de todas las cosas?»
Si tú te encuentras dentro del círculo de «todo aquel que cree», puedes con verdad decir, «Gracias a Dios, lo estoy».
Y si alguien preguntase cómo lo sabes, puedes contestar: «Dios dice que “todo aquel que cree” está justificado. Yo soy uno de aquellos de quién Él habla, un creyente en Jesús, de modo que estoy justificado». ¡Qué dicha cuando uno es sencillo y suficientemente semejante a un niño para tomar a Dios en Su palabra!
¿Cómo Puede Dios, Que Es Muy Limpio De Ojos Para Ver El Mal, Ser Justo Al Justificar a Un Pecador Impío?
¡Aquí tenemos un verdadero problema! Pero, gracias a Dios, la solución se encuentra en la cruz de Cristo. Las exigencias de la justicia quedaron completamente satisfechas con Su sangre, y quedó abierta la puerta para que Dios pudiera justificar y bendecir a pecadores impíos sin comprometer Su carácter como Dios de santidad y de verdad.
El propósito de Dios, desde la fundación del mundo, era la bendición del hombre, y este propósito se ha cumplido, no mediante ninguna mínima cesión en Su juicio contra el pecado, sino por la provisión de Uno que pudo llevar aquel juicio en toda su severidad y agotarlo.
No hay nadie que pueda, a la vista del Calvario, decir que el pecado sea cosa leve a los ojos de Dios. Él ha dejado bien claro ante el universo que Él aborrece infinitamente el mal, y que no bendice ni puede bendecir a los hombres aparte de la plena satisfacción de las exigencias de la justicia. La bendición que Él ofrece la ofrece con justicia. La obra de Cristo ha glorificado a Dios de tal manera que Él es justo, así como lleno de gracia, al justificar al pecador impío que cree en Jesús (véase Ro. 3:26).
¿Durante Cuánto Tiempo Está Justificado El Creyente?
Durante todo el tiempo en que Cristo esté en el trono de Dios. La justificación del creyente durará hasta que Cristo vuelva a la cruz del Calvario y deshaga la obra que Él realizó allí. ¿Y cuándo será esto? ¡Nunca! Aquella obra permanece en toda su inquebrantable eficacia. Aquel que la realizó ha sido levantado del sepulcro y sentado a la diestra de Dios. En tanto que Él esté allí, y en tanto que Su obra retenga su eficacia, durante todo este tiempo el más débil creyente en Él estará «justificado de todas las cosas». Ningún cambio en nosotros, ninguna falta en nuestra conducta, ninguna frialdad de corazón, ningunos sentimientos de desesperación pueden desplazarlo del trono ni detraer del valor de Su obra. Así que, gracias a Dios, no pueden detraer de nuestra justificación. A pesar de nuestros fracasos y de nuestros defectos, estamos tan libres de nuestros pecados ante la mirada de Dios como Cristo mismo.

Número 5

Paz Con Dios
Preguntas por W. E. Powell;
Respuestas por H. P. Barker
Es el feliz privilegio de cada verdadero creyente en Cristo el gozar de paz con Dios. Esto no significa que cada creyente goce de ella, pero sí que es posible para cada uno de nosotros poseer una paz sólida y firme con Dios por lo que respecta a nuestros pecados. ¿No es este pensamiento suficiente para hacer que nuestros corazones ardan con fervor para poseer y gozar de esta gran bendición? Que el Señor nos ayude en nuestra consideración de esta cuestión.
A Veces Oímos Acerca De «Paz Verdadera» Y «Paz Falsa». ¿Qué Significan Estos Términos?
Es de temer que una gran cantidad de personas en esta ciudad están pasando sus vidas en una falsa paz, esto es, una paz que surge de la indiferencia. Habitan en el paraíso de los insensatos, y viven sin pensar en sus almas y descuidados de su terrible peligro. Adormecidos con el opio del diablo, pasan sus días en medio de un sopor, absortos en sus negocios, sus deberes, sus placeres, sus amigos, sus cuitas y sus pecados.
La verdadera paz, la paz divina, la paz con Dios, es algo muy diferente. Es el resultado no de la ignorancia o de la indiferencia, sino de saber que uno está fuera de peligro. Aquel que tiene paz con Dios ha afrontado su propia condición en presencia de Dios. Ha contemplado la enormidad de sus pecados y se ha reconocido como un rebelde culpable y merecedor del infierno. Ha creído las gratas nuevas acerca de Cristo que murió por los pecadores, y que resucitó de los muertos para su justificación.
Si le preguntáis donde están sus pecados, puede contestar: «Han desaparecido. Todos fueron echados sobre Cristo, y Él hizo expiación por ellos con Su sangre. Hoy Él está en la gloria. Aquel que llevó mis pecados sobre Sí mismo ya no los lleva más. ¡Ha quedado libre de la carga que llevó en el Calvario, y por cuanto Él está libre, yo también estoy libre!»
¿Puedes tú hablar de esta manera? Este es el lenguaje de aquel que tiene la paz verdadera.
¿Es Posible Tener Paz Respecto a Algunas Cosas, Y No Respecto a Otras?
Creo que sí. El otro día yo estaba visitando a un hombre pobre que, por accidente, había perdido su posición. Había quedado hundido en la miseria, y apenas si sabía de dónde vendría la siguiente comida. Pero su confianza en la bondad de Dios se había mantenido firme. «No me siento inquieto», me dijo: «Dejo mis problemas en manos de Dios. Él me ayudará.» Este hombre podía, de esta manera, tener paz acerca de sus cuitas y necesidades.
Pero al continuar conversando, quedó claro el hecho de que en cambio no tenía paz tocante a sus pecados y a su estado delante de Dios. Aunque reconocía la bondad de Dios, lamentaba su propia falta de bondad, y a veces temía que nunca llegaría al cielo. No comprendía que su aceptación por parte de Dios no dependía del estado de su corazón, por importante que esto sea en su lugar, sino de la obra que Cristo llevó a cabo. De aquí que desconociese la verdadera paz con Dios. Respecto a sus problemas y cuitas, podía sentirse calmado y en paz, esperando que Dios le ayudaría; pero por lo que se refería a sus pecados y a su estado ante Dios, estaba lleno de ansiedad.
El caso de este hombre no es en absoluto infrecuente. Hay muchos que pueden pasar en paz por las tormentas de la vida, con la conciencia en sus corazones de la bondad de Dios, pero que nunca han llegado a aprender el secreto de la paz con Dios, por medio de la muerte y de la resurrección de Cristo.
¿Es La «Paz Con Dios» Lo Mismo Que La Certidumbre De La Salvación?
No. El hecho es que no se dice mucho en la Biblia respecto a la «certidumbre de salvación», por la simple razón de que en los tiempos de los apóstoles, cuando se predicaba el evangelio en su sencillez y sin mixturas, aquellos que lo recibían y que creían en Cristo eran salvos, y, naturalmente, lo sabían. Pero en nuestros tiempos se da un estado de cosas muy diferente. Debido a la forma distorsionada en la que con frecuencia se presenta el evangelio, mezclado con la ley y con principios judaicos, existen miles que en cierta medida confían en Cristo y edifican todas sus esperanzas sobre Su preciosa sangre, pero que no pueden hablar con certidumbre de su salvación. De ahí la necesidad en la actualidad de apremiar la certidumbre, y de exponer como se obtiene, sencillamente aceptando lo que Dios ha dicho. Tomemos, por ejemplo, el bien conocido versículo de Hechos 13:39: «En Él es justificado todo aquel que cree». ¡Qué arma tan eficaz es este pasaje para poner en fuga toda duda y todo temor!
Pero la paz con Dios va más allá de mantener a raya las dudas y los temores mediante la ayuda de algún precioso pasaje de las Escrituras. Es el resultado de conocer lo que ha sido realizado mediante la muerte y resurrección de Cristo para el creyente. Mediante aquella obra han sido quitados todos nuestros pecados; hemos sido justificados de toda acusación. En otras palabras, ha quedado eliminado el elemento perturbador, y la bendita consecuencia es la paz con Dios.
Permitidme que dé una ilustración para mayor claridad. Hace algunos meses yo vivía en una casa rodeada de pastos en los que había mucho ganado. El camino desde la casa al pueblo vecino pasaba por estos pastos. No había otra forma de llegar allí.
Una tarde estaba yo dirigiéndome a pie al pueblo con una señora que tenía mucho miedo a las vacas. Cuando vio que nuestro camino pasaba directamente a través de una manada de estos animales, se puso muy nerviosa, y quería volverse atrás. Hice todo lo que pude para tranquilizarla. Le dije que había pasado por este camino muchísimas veces, y que nunca había visto la menor señal de ferocidad en las vacas; que eran totalmente inofensivas, y que sería más probable que las vacas huyeran de ella que no la acometieran. Al final mi amiga se tranquilizó y emprendió la marcha, no sin alguna inquietud al principio, pero con una creciente confianza. Ella creyó mi palabra cuando le aseguré que no había ningún peligro, y sus temores se desvanecieron totalmente cuando vio que realmente no había ninguna causa para alarmarse. De esta manera obtuvo la certidumbre.
Al volver del pueblo, más tarde, encontramos que todas las vacas habían sido conducidas a otra sección de la finca. No quedaba una sola pezuña, ningún cuerno a la vista.
El rostro de mi acompañante se iluminó con una sonrisa, y exclamó: «¡Oh, las vacas han desaparecido!»
«Sí,» contesté, «pero usted ahora no tendría miedo de pasar por su lado, verdad?»
«No,» dijo la señora; «Sé que no me harían daño y que mis temores son insensatos y sin razón, pero de todos modos me alegra que hayan desaparecido».
Ahora bien, creo que esto ilustra la diferencia entre la certidumbre de la salvación y la paz. Tranquilizados y con la seguridad que nos da la propia Palabra de Dios, podemos seguir nuestro camino sabiendo que los temores son infundados y sin razón. Pero cuando vemos que todo aquello que temíamos ha desaparecido, que nuestros pecados han sido quitados, que el juicio que merecíamos ha sido soportado, y que las demandas de la justicia divina han quedado plenamente satisfechas  —  entonces es que tenemos una verdadera paz. La fuente de nuestro temor ha quedado eliminada. Y esto es precisamente lo que Cristo ha cumplido por nosotros.
¿Por Qué No Todos Los Creyentes Gozan De La Paz Con Dios?
Hay multitudes que carecen de paz porque son creyentes incrédulos. Cuando el Señor Jesús alcanzó a los dos caminantes en el camino de Emaús, se encontró con que ellos, aunque eran verdaderos discípulos, estaban llenos de incredulidad. «¡Oh insensatos,» les dijo, «y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!»
Muchos en la actualidad están precisamente en la misma condición. Confían en el Señor Jesús como su Salvador, y depositan todas sus esperanzas de gloria futura en Su preciosa sangre, pero son lentos en creer lo que el evangelio les asegura que es el resultado de Su muerte y resurrección. No ven que como consecuencia de Su obra todos sus pecados han sido eternamente quitados, y que son con toda justicia absueltos por Dios de toda acusación.
La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la historia de la victoria de David sobre Goliat. Un israelita, al ver al valeroso joven avanzar hacia el arrogante gigante, pudiera haber exclamado: «Confío en este joven. Sé que es un hombre de Dios, y tengo toda la confianza de que por medio de él Dios dará hoy la libertad a Israel.»
El hombre que habla así es evidentemente un creyente en David. Sus esperanzas de liberación descansan en la capacidad de David para vencer a Goliat.
Pero finalmente, cuando los clamores de triunfo reverberan en el aire, y David vuelve al campamento con la cabeza del gigante en sus manos, aquel mismo hombre está sentado en su tienda con una mirada de ansiedad en su rostro. ¿Por qué no comparte el gozo y no se une al cántico de gratitud? Porque no conoce el significado de estas aclamaciones. No se ha dado cuenta de que el gigante ha muerto. En el momento en que comprenda no solo que David es un libertador digno de confianza, sino que realmente ha cumplido la obra de liberación, y que el enemigo ha desaparecido, la paz y el gozo serán su parte.
Es así que muchos permanecen privados del goce de la paz. Tienen fe en Cristo como Libertador digno de confianza, pero no comprenden el pleno resultado de la obra que ha cumplido. Quizá nunca les ha sido expuesto. Tan pronto como lleguen a comprenderlo, el bendito resultado será la paz.
La introspección es otra causa de agitación. Una mentalidad mundana es también un gran obstáculo para el goce de la paz.
¿Puede Llegar a Ser Demasiado Tarde Para Que El Pecador Comience a Hacer La Paz Con Dios?
En cada caso es demasiado tarde — diecinueve siglos demasiado tarde. De hecho, es una total imposibilidad absoluta que un pecador arregle su situación con Dios. Pero no debe desesperar por ello, porque Cristo ha realizado la obra necesaria, y la paz se debe conseguir, no con que el pecador haga nada, sino pasando a gozar de los resultados de la obra de Cristo.
Cristo ha hecho la paz, una vez por todas, mediante la sangre de Su cruz (Col. 1:20). Él ha echado los seguros fundamentos de nuestra bendición. No tenemos parte ni suerte en la realización de tal obra.
Para obtener la «paz con Dios», entonces, que el pecador deje de tratar de hacerla él, y que se apropie, por la fe en Cristo, de los resultados de Su muerte y resurrección. Nunca es demasiado tarde para esto, mientras haya vida.
En El Salmo 119:165 Leemos: «Mucha Paz Tienen Los Que Aman Tu Ley». ¿Qué Significa Esto?
No es exactamente la «paz con Dios» lo que se menciona aquí. La «ley» en este pasaje es algo mucho más amplio que los Diez Mandamientos. Se trata de la revelación de los caminos de Dios (hasta allí donde consideró oportuno en darlos a conocer en aquellos días), e indicaba el camino de la sabiduría, justicia y paz para el hombre. Aquellos cuyos corazones estaban influidos por ella gozaban de la bendición inseparable del conocimiento de Dios y de Sus caminos, por parcial que fuese necesariamente aquel conocimiento.
En nuestros días, el claro de estrellas de los tiempos del Antiguo Testamento ha dado lugar a la gloriosa luz de mediodía de la plena revelación de Dios. Dios se ha dado a conocer, y ha dado Su Santo Espíritu para que guíe nuestros corazones en las líneas de Su revelación. Si nos sujetamos a este bendito Espíritu Santo, y le dejamos que Él dirija nuestros corazones en lo que Dios ha revelado para nuestra bendición, nuestra segura porción será una gran paz, así como era la porción de los santos, en tiempos de David, que amaban las cosas de Dios.
Y por ello leemos, en Romanos 8:6, que «el ocuparse del Espíritu es vida y paz».
Pero esta paz no se debe confundir con la paz de Romanos 5:1, que es el resultado de ser justificados. En este caso se trata de una paz que es lo contrario a aquel estado de morbosa insatisfacción con el yo que con frecuencia es resultado de ensimismarnos con nuestra propia frialdad y pecaminosidad.
¿De Qué Depende La «Paz Con Dios»?
Si nos volvemos a Romanos 4:25, y relacionamos este pasaje con el primer versículo del siguiente capítulo, tendremos una respuesta en las mismas palabras de la Escritura. «Jesús, Señor nuestro,» leemos, «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.»
La paz con Dios sigue inmediatamente del hecho de que somos justificados, y esto depende, como hemos visto, de la muerte y resurrección de Cristo. De esta manera han quedado satisfechas las demandas de la justicia divina, y por consiguiente la paz es nuestra.
¿Cuál Es La Diferencia Entre La «Paz Con Dios» Y La «Paz De Dios» De La Que Leemos En Filipenses 4:7?
La «paz con Dios» tiene que ver con nuestros pecados y con nuestro estado de culpa ante Él, y es el resultado de lo que Él nos da a conocer.
La «paz de Dios» tiene que ver con las circunstancias de la vida, con las dificultades y las pruebas, y es el resultado de presentar nuestras peticiones ante Él.
La ansiedad es algo que debilita el brillo de muchas vidas cristianas. El creyente tiene la paz con Dios respecto a sus pecados, pero para poder pasar por este mundo de pruebas y dolor, tiene que cultivar el hábito de presentar todo a Dios en oración.
El resultado será que su corazón y su mente serán guardados en paz. La propia paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, reinará en él. Entonces aceptará cada circunstancia como ordenada por Aquel que hace que todo coopere para nuestro bien, y en lugar de angustiarnos y de murmurar, gozará de una serena confianza y paz.
Esto es lo que significa el pasaje en Filipenses 4.
¿Qué Significaba El Señor Jesús Al Decir Que Dejaba Su Paz Con Sus Discípulos En Juan 14:27?
El concepto es muy parecido al que acabamos de exponer. Pero las pruebas y las aflicciones de la vida son comunes a todos — las padecen tanto los inconversos como los hijos de Dios, aunque solo los últimos tienen la «paz de Dios» para guardar sus corazones en medio de todo ello.
Pero hay ciertas cosas con las que solo los cristianos tienen que enfrentarse, como la persecución por causa de Cristo y el padecer pérdida por fidelidad a Él. Estas cosas, el resultado del rechazo contra Cristo aquí y de Su ausencia, fueron previstas por Él, y Él advirtió «a los Suyos», a los que dejaba atrás, de que debían esperar sufrir oposición, injurias, persecuciones y calumnias. Pero en medio de todo lo que deberían sufrir por causa de Su nombre, gustarían de la dulzura de la paz celestial, Su propia paz. Si la tierra iba a ser un lugar de rechazo y dolor para ellos, se les iba a preparar un lugar en las «muchas moradas» arriba. Si les iba a dejar un legado de sufrimiento, esto iría acompañado de un precioso legado de paz. Se trata de una paz que el mundo nunca podrá dar, de una paz que el mundo nunca podrá arrebatar.
Hemos hablado a menudo de cuatro clases diferentes de paz.
1. La paz con Dios, que tiene que ver con nuestros pecados y estado de culpa, el resultado de haber sido justificados debido a la muerte y resurrección de Cristo (Ro. 5:1).
2. La paz interior, en contraste con una morbosa insatisfacción con uno mismo, el resultado de «ocuparse del Espíritu» (Ro. 8:6). Se trata de una paz que depende no tanto de nuestra fe en Cristo como de nuestra cotidiana ocupación con Cristo, por el Espíritu Santo.
3. La paz de Dios, que guarda los corazones y las mentes de los que echan sus ansiedades sobre Él en medio de las cotidianas cargas y perplejidades de la vida (Fil. 4:7).
4. La paz de Cristo, la preciosa porción de aquellos que son dejados aquí para representarle en Su ausencia, y que a menudo tienen que soportar el vituperio y la persecución por causa de Su nombre.

Número 6

El Perdón De Los Pecados
Preguntas por E. D. Kinkead;
Respuestas por H. P. Barker
Como introducción al tema que nos ocupa, leeré un versículo de las Escrituras: «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7).
Este pasaje muestra muy claramente que hay algunos que podían decir, y a los que Pablo les alentaba a decir: «tenemos el perdón de pecados».
Sin duda alguna hay muchos que están acostumbrados a repetir, domingo tras domingo, las palabras: «Creo en el perdón de los pecados». Por la gracia de Dios, algunos de nosotros podemos ir más allá y decir: «Creo en el perdón de mis propios pecados.» ¿Puedes tú decir esto? Si no, te ruego que prestes gran atención al tema que vamos a considerar.
¿Debe El Pecador Cargar Todos Sus Pecados Sobre Jesús Para Poder Ser Perdonado?
Ninguno de nosotros podría recordar todos nuestros pecados. Cuando examinamos el panorama de nuestras vidas pasadas, no cabe duda que hay algunos pecados que se levantan como promontorios, y el recuerdo de los mismos permanecerá con nosotros hasta nuestra última hora en la tierra. Pero multitudes de nuestros pecados, pecados veniales según algunos los designarían, han quedado olvidados. Sin embargo, cada uno de ellos exige la expiación, se debe responder de cada uno de ellos. La obra de Cristo es suficiente para responder por todos ellos, pero si, antes de recibir el beneficio de aquella obra, tuviéramos que tomar nuestros pecados y cargarlos sobre Jesús, estaríamos en un verdadero apuro. El pensamiento de nuestros pecados olvidados estaría siempre acosándonos. «¿Qué haremos acerca de ellos?» sería una pregunta que nos privaría de nuestra paz.
Pero hay otra razón por la que nunca podríamos cargar nuestros pecados sobre Jesús, y es que Jesús está ahora en la gloria. ¿Crees que Él puede cargar sobre Sí ningunos pecados donde Él está? Nada que contamine entrará jamás allá. ¿Cómo pues puede un pecador cargar sus contaminantes pecados sobre Jesús, el Señor exaltado y coronado en gloria? ¡Imposible!
El tiempo para cargar los pecados fue cuando Él estuvo clavado en la cruz. Y fíjate en esto: Si tus pecados no fueron cargados entonces sobre Jesús, nunca lo serán. Ahora bien, es cosa cierta que tú no hubieras podido cargar tus pecados sobre Él en el Calvario. Tú no existías entonces. La verdad es que Dios cargó sobre Él el pecado de todos nosotros. «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros.»
¿Qué Debe Hacer El Pecador Para Demostrar Que Es Digno De Ser Perdonado?
Un pecador nunca podría hacer nada para demostrar que es digno de ningún perdón. La base sobre la que Dios perdona pecadores no es que ellos sean dignos de tal perdón, ni nada que ellos puedan hacer o ser. Es totalmente por causa de Cristo, y debido a lo que Él ha hecho. Esto se verá expresado con toda claridad en Efesios 4:32: «Dios también os perdonó a vosotros en Cristo». Igualmente en 1 Juan 2:12, «vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre».
Supongamos que una persona con buena disposición da un cheque a un pobre, y le dice que lo presente para su pago en una determinada sucursal bancaria. Mientras se dirige hacia allí comienza a sentir desconfianza acerca de si le darán el dinero o no. Está vestido de harapos, su pobreza es evidente, y su nombre es totalmente desconocido. Sin embargo, haciendo acopio de valor, acude al mostrador y presenta el cheque. El cajero lo toma y mira atentamente — ¿qué? ¿Mira acaso a los harapos del hombre? No, sino que mira el nombre en el cheque. Es el de uno de los mejores clientes del banco. Debido a este nombre el cajero entrega el dinero sin hacer una sola pregunta al portador.
Esto es lo que sucede con el pecador que acude a Dios mediante el Señor Jesucristo. Dios no toma en cuenta si el pecador es digno o indigno. No hace ninguna diferencia que el solicitante de la bendición tenga una buena reputación de honradez y respetabilidad, o que sea conocido como un malvado rechazado por todos. Puede que su nombre esté inscrito en el registro de miembros de una iglesia de renombre, o que esté en los ficheros de la policía judicial. Dios no hace diferencias en Su trato al pecador que regresa debido a circunstancias de esta clase. Lo que Él mira es el nombre que el pecador trae como su único alegato. Si es el precioso nombre de Jesús, no hay bendición tan grande que Dios no dé a quien la busque. En el acto perdonará los pecados de toda una vida por causa de este nombre.
Cuando Un Pecador Confía En Cristo, ¿Recibe El Perdón De Todos Sus Pecados, O Solo De Sus Pecados Pasados?
Supongo que es solo natural para la gente contemplar sus pecados como pasados, presentes y futuros, pero es seguro que Dios no los divide así. Él ve nuestra vida, desde sus primeros momentos hasta nuestra última hora en la tierra, extendida delante de Él. Nuestros pecados, los olvidados ya de hace mucho tiempo, y los no todavía cometidos — Él los ve como un todo, como una serie de acciones, palabras y pensamientos de maldad.
Más todavía: Él no solo ve nuestros pecados así, como un todo, sino que los vio así hace diecinueve siglos. Todos nuestros pecados eran futuros entonces, pero Dios los vio todos, y los cargó todos sobre Cristo. Si hay un solo pecado que hayas cometido o que puedas aun cometer, y que no fue cargado sobre Cristo, este pecado debe quedar para siempre sin expiación, y no puede haber cielo para ti. Gracias a Dios, el creyente tiene razón para saber que cada pecado de su vida fue cargado por su Salvador en el Calvario, y que como consecuencia necesaria cada pecado de su vida, desde la cuna hasta la tumba, quedó borrado cuando confió en Cristo. Como hijo de Dios, puede que cometa pecados, y tendrá necesidad de recibir perdón de su Padre por los mismos. Pero nunca más tendrá que acercarse a Dios como quien necesita perdón como un criminal culpable bajo la sentencia de condenación eterna.
¿Es Correcto Que Alguien Ore Por El Perdón De Los Pecados?
Entiendo que su pregunta no es si jamás fue correcto, sino si es correcto en la actualidad que se ore por perdón.
Alguien ha dicho que las Escrituras son tan elocuentes en aquello que omiten como en aquello que revelan. Desde luego que debemos contar entre sus omisiones cualquier instrucción para orar pidiendo perdón desde que la obra de expiación de Cristo quedó cumplida. Encontramos muchas referencias que muestran que el perdón de los pecados era cosa conocida por los primeros cristianos, y que se había dado provisión en el caso de cristianos que pecasen, pero buscamos en vano por cualquier exhortación a orar por esta gran bendición.
¿Cómo podemos orar por algo que ya tenemos? ¿No sería una oración así la oración de la incredulidad? Si como cristianos pecamos, se nos da la seguridad del perdón si confesamos nuestros pecados; no si oramos pidiendo perdón. Hay una gran diferencia entre confesar nuestros pecados y orar por el perdón, y hablaremos más de esto.
Con respecto a los pecadores no salvos, la cuestión es evidentemente diferente. Pero incluso a los tales nunca se les instruye que oren pidiendo el perdón. Dios se revela como Aquel que lo ofrece a todos gratuitamente por medio de Cristo (Hechos 13:38), y se exhorta a los pecadores a que lo reciban.
Al decir que no se instruye a nadie que ore por el perdón, no olvido que el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar «Perdona nuestras deudas»; pero esto fue antes que se cumpliese la obra de la expiación. Aquellos a los que se enseñó esta oración no estaban en la posición en que estamos nosotros, que vivimos con posterioridad al cumplimiento de aquella magna obra. Aunque ellos tuvieron el privilegio de acompañar al Señor Jesús sobre la tierra, estaban en la posición de los creyentes del Antiguo Testamento hasta que Él murió y resucitó, y el Espíritu Santo acudió para tomar Su residencia aquí. Desde aquel tiempo, no se enseña a nadie a orar en aquella forma que era correcta y apropiada antes.
¿Necesitamos Ser Perdonados Más De Una Vez?
Supongo que en esta pregunta se refiere usted a los creyentes. Sí, necesitamos el perdón, tantas veces como pecamos. Ya hemos visto que el perdón de los pecados que acompaña a la salvación (véase Lucas 1:77) se recibe una vez por todas. Esta es una bendición que poseemos para siempre. Pero si nosotros, los hijos de Dios, cometemos pecado, nuestra comunión con Él queda interrumpida, y se precisa del perdón, que lleva a la restauración de esta comunión. ¡Y Dios, nuestro Padre, está muy dispuesto a conceder este perdón! Si a nosotros se nos exhorta perdonar a un hermano que haya pecado contra nosotros hasta setenta veces siete, podemos estar seguros de que Él nunca se cansará de perdonarnos hasta setenta mil veces siete.
¿Acaso El Hecho De Que Dios Esté Tan Dispuesto a Perdonar No Alentará a La Negligencia Respecto Al Pecado?
Si se comprende correctamente, tendrá el efecto exactamente opuesto. Un versículo en el Salmo 130 da una respuesta a esta pregunta: «En ti hay perdón, para que seas reverenciado». Observemos bien estas palabras: «para que seas reverenciado». La gracia perdonadora con la que siempre se recibe la confesión contrita del que ha errado, produce en el alma del perdonado un sentimiento tal de la bondad de Dios, y con ello una conciencia tal de la gravedad del pecado, que teme volver a contristar a un Dios tan amante, paciente y lleno de gracia. Este temor no es el temor que tiene tormento. Es un temor piadoso y sano a pecar. Sin duda que el temor al castigo actúa a menudo como freno sobre los hombres. Pero, ¡qué mejor es cuando se produce un temor al pecado! Y este es el resultado de la gracia perdonadora de nuestro Dios. Hace que sea una delicia andar en Su temor y buscar agradarle en palabra y obra.
¿Qué Deberían Hacer Los Cristianos Cuando Pecan?
Esta pregunta puede responderse con las mismas palabras de las Escrituras: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Observemos que no dice: «Si pedimos perdón». Es fácil decir, «Oh Dios, te ruego que me perdones por causa de Jesús», pero confesar el pecado cometido es algo más profundo. Significa que tenemos que derramar la historia de nuestro pecado a oídos de Dios; que tenemos que decir: «Oh, mi Dios y Padre, te he deshonrado mintiendo», o bien, «Oh, mi Dios y Padre, he vuelto a dar paso a mi malvado mal temperamento». Sea cual fuere el pecado en particular, tenemos que confesarlo en verdadero juicio propio. Con ello, recibimos el perdón de Dios en gracia.
Me permito ahora dar una palabra de consejo a mis amados jóvenes hermanos en la fe. Mantened cuentas cortas con Dios. No dejéis los pecados del día para incluirlos en una confesión general por la noche, sino que, tan pronto como os encontréis sorprendidos en una falta, confesadla. Si estás en un lugar donde no puedas estar a solas para arrodillarte, solo eleva tu corazón y di en silencio, «Padre, he pecado, he hecho esto y aquello». El perdón es el resultado seguro.
¿De Qué Depende Nuestro Perdón, Como Hijos De Dios?
De la abogacía del Señor Jesús. Naturalmente, Su obra expiatoria en la cruz es la base de toda nuestra bendición y es el fundamento sobre el que se logra nuestro perdón eterno. Pero Aquel que murió allí vive para siempre. Ya no como el que lleva el pecado, sino como Abogado de Su pueblo, Él vive en la gloria.
Esto es lo que aprendemos de 1 Juan 2:1: «si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo».
Tan pronto como un creyente peca, pasa a ser objeto de la especial preocupación de su bendito Abogado. Como resultado, es inducido a juzgarse por su pecado y a acudir a su Padre en humilde confesión. Como resultado adicional recibe el perdón, y queda purificado de toda iniquidad.
¡Cuán agradecidos deberíamos estar por los servicios de nuestro Abogado! Él es tan por nosotros en la gloria hoy como lo era cuando padecía como nuestro Sustituto en el Calvario, y Él nos mantiene en toda la eficacia permanente de Su maravillosa obra expiatoria. En Él está siempre ante la vista del Padre una base sobre la que Él puede perdonarnos, y cuando confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para con Cristo al perdonarlos.
¿Es Lo Mismo «Purificar De Toda Iniquidad» Que El Perdón De Nuestros Pecados?
Creo que es algo adicional. Un padre dice a su niño que no salga a jugar al jardín. El niño desobedece la prohibición y sale, cae en el fango, y se mancha la ropa. Este niño tiene ahora necesidad de dos cosas. Necesita perdón porque ha sido desobediente, y necesita purificación porque está sucio.
Si de veras siente su desobediencia, y la confiesa, su padre le perdona en el acto. Pero el proceso de purificación toma más tiempo. Demanda la aplicación de jabón y agua.
Esto es precisamente lo que sucede con el creyente. Cuando peca, no es solo desobediente, sino que queda manchado. Al confesar, queda perdonado en el acto, pero antes que su comunión con Dios pueda quedar plenamente restaurada, tiene que quedar limpio de la contaminación que ha contraído. Esto es también un resultado de la abogacía de Cristo.
¿Cómo Se Realiza Esta Purificación?
Creo que en el Salmo 119:9 podemos ver los medios que emplea Dios.
«¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra». La Palabra de Dios es lo que tiene poder purificador para el creyente. Recordemos que ahora no estamos hablando de aquella purificación que recibimos cuando acudimos a Cristo como pecadores culpables. En aquella ocasión fuimos purificados de una manera muy diferente, con la preciosa sangre de Cristo. Pero como creyentes necesitamos el continuo lavamiento, no con sangre, sino del «agua por la palabra» (Efesios 5:26).
Alguna preciosa porción de la Palabra de Dios se aplica con poder al alma, y una vez más podemos contemplar con gozo el rostro de nuestro Padre. No se trata de que dudásemos de Él; siempre sabíamos que Él es nuestro Padre, y que al confesar nuestro pecado habíamos recibido Su perdón. Pero, con todo, había una sensación de intranquilidad — una sensación de distancia. La aplicación de la Palabra elimina esto, y la comunión queda plenamente restaurada.
¿a Qué Se Debe Que Tantos Del Amado Pueblo De Dios Vivan Sin La Certidumbre De Haber Sido Perdonados Para Siempre?
Supongo que se debe a que no ven que todos sus pecados fueron cargados sobre Jesús, y que Dios es demasiado justo para jamás cargar sobre ellos los pecados con los que cargó al Sustituto de ellos. Y a que ellos no reposan con una simple fe en las preciosas declaraciones de la Palabra de Dios como las que ya hemos mencionado, como que «Dios ... os perdonó a vosotros en Cristo».
Parece que muchos están convencidos de que su perdón está de alguna manera relacionado con que ellos sean dignos del mismo, y al encontrarse a sí mismos llenos de indignidad, vacilan acerca de situarse entre los perdonados y salvados. Para los tales, las benditas palabras del Señor Jesús están llenas de consolación: «Tus pecados te son perdonados. ... Tu fe te ha salvado, ve en paz» (Lucas 7:48,50).
Si Jesús Murió Por Todos, Y Llevó Los Pecados De Todos, ¿No Sigue De Ello Que Todos Han De Ser Perdonados Y Salvados?
Cuando decimos que Jesús «murió por todos», estamos usando las mismas palabras de la Biblia (véase 2 Corintios 5:15). Pero si decimos que Él llevó los pecados de todos, estamos traspasando los límites de las Escrituras.
Es una bendita verdad que Jesús murió por todos. Él murió para abrir el camino al cielo para «todo el que quiera». Su muerte ha proporcionado una base desde la que Dios puede en justicia llamar a todos en gracia, y ofrecer la salvación a todos.
Pero no podemos decir a cada uno con quien hablamos, «Cristo llevó tus pecados en la cruz». Aquellos cuyos pecados Cristo llevó no tendrán que llevarlos ellos mismos, jamás. Pero muchos llevarán sus propios pecados para siempre en el infierno.
La verdad es que en tanto que Cristo pagó un precio infinito, suficiente y sobreabundante para todos, Él fue solo el Sustituto de aquellos que creen. Podemos decir que Él «llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero» (1 Pedro 2:24).
Es desde luego un resultado necesario de que Cristo llevase nuestros pecados que hemos sido perdonados y salvados, pero esto es de aplicación solo a los que creen.
¡Quiera Dios conceder que todos aquí crean en el Señor Jesucristo y reciban la remisión de sus pecados!

Número 7

La Santificación
Preguntas por E. C. Mais;
Respuestas por H. P. Barker
La importancia del tema que vamos ahora a considerar se puede deducir del hecho de que se habla tanto del mismo en la Biblia.
A veces los hombres dividen las verdades de la revelación divina en «esenciales» y «no esenciales». Por estos términos designan aquellas verdades que son esenciales para la salvación y las que no lo son. Pero esta es una manera muy egoísta de considerar las cosas. Desde luego, el hecho de que Dios nos haya dado una comunicación acerca de cualquier asunto demuestra que Él considera la cuestión como esencial para Su propia gloria y para nuestra bendición. Desde luego, no podemos permitirnos ser indiferentes a ninguna verdad divina, tanto si nos damos cuenta inmediatamente de la importancia que tiene para nosotros como si no. Y desde luego la santificación es una cuestión que no podemos descuidar sin llegar a ser grandes perdedores.
¿Qué Significa Ser Santificado?
El significado de la palabra es ser separado o puesto aparte para un propósito. Hay un versículo en el Salmo 4 que comunica este pensamiento: «Jehová ha hecho apartar al piadoso para sí» (v. 3, V.M.).
Es importante que tengamos esto presente, porque muchos contemplan la santificación como un proceso de mejora por el que las personas son gradualmente hechas más santas, y hechas aptas para habitar en el cielo.
Un examen de los pasajes de la Escritura que hablan de esta cuestión demostrará la falsedad de esta idea. Por ejemplo, en Deuteronomio 15:19 encontramos que se santificaban becerros y ovejas. Desde luego, esto no puede significar que fuesen mejorados y hechos más santos; significa sencillamente que eran apartados para un propósito.
En Isaías 66:17 se dice de los malvados que se han santificado para hacer el mal. Es decir, se han puesto aparte para cumplir sus malvados propósitos.
En Juan 17:19 el Señor Jesús dice: «por ellos yo me santifico a mí mismo». No es posible que Él tuviera que ser mejorado y hecho santo, porque Él fue siempre perfecto e intachablemente santo. Pero por causa de los «Suyos» Él estaba a punto de apartarse de la tierra, y de las cosas en medio de las que había venido, e iba a regresar al cielo. Él iba así a ponerse aparte a Sí mismo, para servir a Su pueblo como su Abogado e Intercesor.
Estos pasajes exponen claramente el verdadero significado de la santificación.
¿Quiénes Son Los Santificados?
Queda claro en el Nuevo Testamento que todos los verdaderos creyentes en Cristo son santificados. Junto con el perdón de los pecados va la «herencia entre los santificados» (Hechos 26:18).
Escribiendo a los creyentes en Corinto, el apóstol dice: «Habéis sido lavados ... habéis sido santificados» (1 Corintios 6:11).
La palabra «santo» significa simplemente una persona santificada; y este era el nombre usual por el que todo se conocía al pueblo de Dios en aquellos primeros tiempos. Eran llamados «discípulos», «hermanos», «cristianos», «amigos», «creyentes», pero el nombre más comúnmente usado era el de «santos». Y este nombre no se aplicaba meramente a ciertos hombres santos y devotos, sino a todos los verdaderos cristianos.
En la actualidad la palabra casi ha caído en desuso, y si sucede que decimos que hemos ido a visitar a algunos de los «santos», ¡nos miran como si hubiéramos estado comunicándonos con los espíritus de los muertos! La verdad es que la pobre Elisabet, que yace enferma en su casa en la siguiente calle, es tan santa como el mismo San Pedro; y que el viejo Tomás, que trabaja de picapedrero, tiene tanto derecho a este título como el apóstol San Pablo.
Pedro y Pablo no eran santos debido a su celo, santidad y devoción. Eran santos porque habían sido purificados de sus pecados por la preciosa sangre de Cristo, y esto es lo que ha constituido a cada verdadero creyente en santo, o «persona santificada».
¿Deben Incluso Los Creyentes Llenos De Imperfecciones Considerarse Como Santificados?
Si solo los que se han librado de sus imperfecciones fuesen santificados, tendríamos que andar buscando largo tiempo antes que los encontrásemos. Incluso los mejores entre nosotros están llenos de imperfección, y los que viven en una comunión más estrecha con Dios sienten sus imperfecciones con mayor intensidad.
Pero la santificación no depende de lo que seamos en nosotros mismos. Cada cristiano tiene en sí lo que la Escritura designa como «la carne»; y «la carne», sea en un santo o en un pecador no convertido, es desesperada e irremediablemente mala. Es evidente, entonces, que lo que constituye nuestra santificación no es ninguna mejora de «la carne».
Y en 1 Corintios 1:2 vemos que es en Cristo Jesús que somos santificados, no en nosotros mismos. Y en el versículo 30 del mismo capítulo se nos dice que Cristo Jesús (no un estado más santo o más perfecto) «nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención».
Debo explicar aquí que los cristianos deben aprender a pensar de sí mismos de dos formas totalmente diferentes. Primero, tal como somos realmente aquí en este mundo, con «la carne» todavía en nosotros, con tentaciones y pruebas en torno a nosotros, y con nuestros cuerpos todavía llevando la semejanza de Adán. Como tales, nuestra historia acabará cuando abandonemos este mundo. Segundo, como somos en Cristo, de pie sobre todo el valor de Su obra consumada, y puestos ante Dios para gozar de Su favor, sin una mancha, defecto ni imperfección. Esto último es lo que seremos realmente en el cielo, pero Dios nos ve ya así en Cristo, y la fe cuenta las cosas como Él las cuenta.
Como hombres en «la carne», hijos de Adán, Dios no puede agradarse de nosotros. Él ha declarado que el hombre según este orden no podrá ser de Su agrado. Sus propósitos de gracia y bendición han de ser asegurados mediante Otro, es decir, Cristo, y, como nueva creación según el orden de Cristo, Dios puede agradarse en nosotros. De ahí se desprende que nuestra santificación (o ser puestos aparte para el beneplácito de Dios) ha de ser en Cristo. Ningunas imperfecciones en nosotros pueden jamás afectar nuestra posición en Él, ni tocar lo que tenemos en Él.
Puede que no sea fácil para nuestras almas comprender esto en el acto. Pero es tan importante que le he dedicado un buen espacio de tiempo, y pido a todos los presentes que lo consideren cuidadosamente.
¿Cuándo Es Santificado Un Creyente?
La Escritura habla de nuestra santificación en relación con más de un período de tiempo.
(1) Antes que el mundo fuese, en la mente y en el propósito de Dios.
(2) El la cruz, cuando Jesús murió, hace diecinueve siglos.
(3) Cuando el Evangelio es aplicado por el Espíritu Santo con poder, y lo recibimos.
Será bueno usar una sencilla ilustración para exponer cómo esto puede ser así.
Un lunes por la mañana una señora está haciendo unas compras en uno de los grandes almacenes en la Calle del Puerto. Mientras está haciendo sus compras, un sombrero muy atractivo llama su atención. Ella piensa: «¡Qué sombrero más encantador!», y descubre desilusionada que no tiene suficiente dinero para comprarlo en el momento. Pero toma nota mental de aquel sombrero, y decide adquirirlo lo más pronto posible.
El martes la señora está de nuevo en la tienda. Pide el sombrero, lo paga, y pasa a ser su propietaria. Ahora es su sombrero, para hacer con el mismo lo que le plazca. «Apártelo,» dice ella, «y enviaré a buscarlo mañana.»
El miércoles, la señora envía a su criada. La criada entra en la tienda, expone su encargo, menciona el nombre de su señora, y vuelve con la bolsa que contiene el sombrero.
Ahora Preguntaré, ¿Cuándo Fue Que Aquella Señora Santificó, O Apartó, Aquel Sombrero Para Su Propio Uso?
El lunes, por lo que respecta a su mente y propósito; el martes, al asegurarlo mediante el pago del precio; el miércoles, al enviar a su criada a buscarlo, por medio de la cual el sombrero pasó efectivamente de la tienda a la casa de la señora.
Ahora bien, esta ilustración servirá al menos para clarificar cuándo fuimos santificados o puestos aparte por Dios para Sus propios propósitos.
Primero, hace largo tiempo en la eternidad pasada, Dios nos predestinó para que fuésemos Sus hijos. Por así decirlo, Él dijo: «Serán Míos para deleite de Mi corazón y para que los bendigan Mis manos». De modo que en Su propósito Dios nos apartó, o santificó, antes que el mundo fuese (véase Ro. 8:29-30; Ef. 1:4; 2 Ts. 2:13).
Luego, cuando Jesús murió, quedó pagado el precio de nuestra redención. Cada obstáculo que el pecado había levantado para que fuésemos de Dios para toda la eternidad quedó eliminado, y abierto el camino para el cumplimiento de Su propósito en gracia. Fuimos así puestos aparte mediante el pago del inmenso precio por el que Él nos compró y nos hizo Suyos (véase 1 Co. 6:20). De modo que además de ser santificados por el propósito y la voluntad de Dios, «somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre» (He. 10:10).
Finalmente, cuando, por la operación del Espíritu Santo, nuestros corazones son abiertos para recibir el evangelio, somos efectiva y personalmente traídos a Él. Somos separados de nuestros pecados; ya no formamos parte de este mundo que está precipitándose al juicio. Somos efectivamente apartados para Dios. Este aspecto de nuestra santificación se expresa en 2 Tesalonicenses 2:13-14: «que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio».
¿No Existe Un Proceso De Santificación Que Vaya En Progreso De Día En Día En La Vida Del Creyente?
Desde luego que sí. No hemos tocado todavía este lado práctico del tema, porque quería que todos comprendieran claramente lo que es ser santificados una vez para siempre por el propósito de Dios, por la obra de Cristo y por la operación del Espíritu Santo.
Pero el aspecto práctico de la santificación es también de inmensa importancia. En 1 Tesalonicenses 5:23 el apóstol ora que el Dios de paz santifique plenamente a los creyentes a los que él escribe. ¿Qué quiere decir con ello?
Volvamos de nuevo a la ilustración de la señora y su sombrero. Después que lo ha comprado, y que la criada lo ha ido a buscar, ¿se acaba ahí la historia? En absoluto. Ahora que ha llegado a ser posesión efectiva de la propiedad de la señora, es apartado de día en día para su propio uso; es decir, lo lleva. Nadie más lo usa. Es apartado para el uso exclusivo de su propietaria.
Ahora bien, Dios, tras haber propuesto nuestra bendición, y habiendo muerto Cristo para conseguirla, y habiendo el Espíritu Santo obrado eficazmente en nosotros de modo que hemos sido llevados a Dios — ¿es esto el final de todo? En absoluto. El Espíritu Santo sigue realizando Su obra en nosotros, separándonos más y más de las cosas de este mundo, separándonos de los deseos de la carne, de los malos caminos en los que antes anduvimos, y promoviendo de esta manera nuestra santificación práctica.
Pero esto no se lleva a cabo, tengamos esto en cuenta, mediante la gradual erradicación de nuestra naturaleza pecaminosa, o la mejora de la carne, sino siendo conducidos al bendito secreto de la libertad respecto al amargo yugo del pecado, de la victoria sobre el poder del mal interior, y del gozo en el Espíritu Santo. Al adherirse más y más nuestros corazones a Cristo, nos apartamos con creciente aborrecimiento de todo lo que pertenece al yo, y el resultado es que en nuestro andar y caminos somos «santidad al Señor», verdaderamente separados para Él.
¿Qué Es Lo Que Dios Usa Para Promover Nuestra Santificación Práctica?
Él puede obrar, e indudablemente lo hace, por medio de muchas cosas. La aplicación de la verdad a nuestras almas es uno de los medios más eficaces. Cuando el Señor Jesús estaba orando por nosotros, en Juan 17, Él dijo: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad».
Espero que todos aquellos que hace poco se han convertido llegarán a ser diligentes estudiantes del Libro de Dios. Si no os alimentáis de la sincera leche de la Palabra, vuestras almas desfallecerán. Al leer, Dios lo bendecirá en vosotros, y ello tendrá un efecto separador y santificador sobre vosotros. Al familiarizaros más con sus maravillosas verdades, podréis discernir mejor lo que es de Dios y lo que es del mundo, de la carne y del diablo. Muchas cosas en las que ahora no veis ningún mal serán puestas a descubierto por la verdad que aprenderéis, y de esta manera seréis separados de las mismas. Aprenderéis que vuestro Señor y Salvador no tiene lugar en la tierra, que está rechazado aquí, y que ha sido echado del mundo. Decidme, ¿acaso el pensamiento de esto no os separará, en corazón y alma, de la escena donde Él fue rechazado?
Otra cosa que Dios usa es la ira y persecución de los inicuos. De esto tenemos un ejemplo en Juan 9. El ciego había sido sanado por Jesús, y había confesado abiertamente Su nombre. Esto fue demasiado para los dirigentes judíos. Era intolerable que nadie se manifestase a favor de Aquel a quien ellos odiaban. De modo que, tras injuriar al hombre que le había confesado, le expulsaron.
¿No pensáis que su acción debió tener un poderosísimo efecto sobre aquel hombre, separando su corazón del sistema de cosas en medio del que se había criado, y fijando sus afectos en Cristo? Estoy seguro de que su excomunión por parte de los dirigentes religiosos de su tiempo fue una gran ayuda para su santificación.
«Bienaventurados seréis» dijo el Señor Jesús, «cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre» (Lc. 6:22).
¿Por Qué Es Necesario Que Seamos Santificados?
Para que seamos preparados de manera práctica para el propósito de Dios, y útiles para el uso del Señor. Veamos lo que se dice en 2 Timoteo 2:21 acerca del vaso «útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra».
¿No hace esto vibrar una cuerda de deseo en tu corazón, querido hermano en la fe? ¿No deseas ardientemente ser un vaso útil para el Señor? Tú puedes ser uno, pero para que puedas ser útil para el Señor, tienes que separarte de manera práctica de todo lo que no es de Él, tu corazón destetado del mundo, tu alma emancipada de la esclavitud del pecado y de la carne. En una palabra, debes ser puesto aparte, mediante la obra efectiva del Espíritu Santo en ti, para Cristo.
Usted Estaba Hablando Ahora Mismo De Los Medios Que Dios Usa Para Nuestra Santificación Práctica. ¿No Es La Aflicción Uno De Ellos?
Sí, Dios tiene que disciplinarnos y hacernos pasar por la tribulación, pero es siempre para nuestro bien, para que lo que es de Dios en nosotros pueda ser desarrollado, y para que podamos ser crecientemente preparados para el agrado de Dios.
La palabra «tribulación» procede del latín tribulum, que era una especie de triple azote que usaban los romanos para batir el grano. El tribulum separaba el grano de la cáscara, y esto es lo que la tribulación hace por nosotros. Hay mucha «cáscara» de la que tenemos que ser liberados. De ahí la disciplina que Dios aplica a Sus hijos. Él nos purifica para que podamos dar más fruto.
¿No Es La Esperanza De La Venida Del Señor Otro Medio De La Santificación Práctica?
Ciertamente. Leemos que «todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3:3).
Es fácil ver que así es. Si esperamos el regreso del Señor en cualquier momento, tendremos cuidado acerca de lo que hacemos y decimos. No querremos que Él llegue y nos encuentre leyendo libros dudosos o en medio de malas compañías, o sentados en lugares de diversión mundana, o diciendo algo que no querríamos que Él oyera. El pensamiento de Su venida, si lo mantenemos presente en nuestras mentes, y lo abrigamos como esperanza en nuestros corazones, tendrá un marcado efecto sobre nosotros, y nos purificará de lo que no es de Él, y nos santificará, o separará más y más para Él.
La Palabra «Santificar», ¿Significa «Separar» En Todos Los Casos?
No digo que las dos palabras se puedan emplear siempre de manera indistinta, pero, por lo general, sí se puede. Desde luego, el sentido usual de la palabra tal como se emplea en las Escrituras es «poner aparte» para algún propósito divino.
Pero nosotros somos demasiado propensos a limitar nuestros pensamientos acerca de esta cuestión a aquello DE lo que somos santificados. La felicidad reside en comprender algo de aquello PARA lo que somos santificados.

Número 8

Aptitud Para El Cielo
Preguntas por O. Lambert y otros;
Respuestas por H. P. Barker
Nuestro tema es la «Aptitud para el cielo». Es cosa maravillosa que personas como tú y yo, llenas de fracasos y defectos, podemos ser hechos aptos para el cielo, y ello mientras vivimos aquí en la tierra. Pero esto es lo que la gracia de Dios puede hacer por nosotros.
En Apocalipsis 21:27 leemos que ninguna cosa impura puede entrar en la Santa Ciudad. Entonces, ¿cómo podemos ser hechos aptos para habitar allí?
La eficacia de la preciosa sangre de Cristo es tan grande que puede eliminar la impureza por entero. Puede purificar los pecados de toda una vida en un momento, y lavar al pecador dejándolo blanco como la nieve.
Si alguien ha sentido que sus pecados eran tan negros como el infierno mismo, y más en número que los granos de arena de la playa, podríamos seguir señalándole la sangre que purifica de todo pecado, que emblanquece y purifica al pecador culpable e impuro, y lo hace apto para el resplandeciente y glorioso hogar de Dios.
¿Sirve De Ayuda Para Hacerse Apto Para El Cielo Recurrir a Los Sacramentos, Hacer Penitencia, Y Cumplir Estrictamente Todos Los Deberes Religiosos?
Si cosas como estas pueden ayudar en alguna manera a hacer que nuestras almas sean aptas para el cielo, ¡es extraño más allá de toda medida que la Biblia no nos lo diga! Al contrario, encontramos que las «obras», aunque tienen su lugar en relación con la vida del cristiano en la tierra, no tienen lugar en absoluto en relación con su salvación, o para hacerlo apto para el cielo. La salvación se describe claramente como «NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:9); y Si Dios ha salvado a Su pueblo, ello ha sido «NO POR OBRAS de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia» (Tito 3:5).
Los hay muchos, sin embargo, que rechazarían enérgicamente y denunciarían la doctrina de la salvación por obras, y que sin embargo abrigan la idea de que depende de ellos en alguna manera u otra hacer aptas sus almas para el cielo. De modo que cantan ó
«Un encargo yo tengo para guardar, un Dios al que glorificar,
Un alma inmortal para salvar, y para el cielo preparar.»
Es cierto que el Señor ha dado un encargo a Su pueblo, pero este encargo no es desde luego que salven sus propias almas y las preparen para el cielo. La obra que Él consumó es lo único que puede conseguir tal cosa. Nada puede de ningún modo añadir al valor de lo que Cristo ha hecho por nosotros, ni hacer más perfecto aquel impecable manto de justicia del que nos ha revestido la gracia de Dios.
Ser Hecho Apto Para El Cielo, ¿Es Lo Mismo Que Tener Derecho a Ir Allí?
Naturalmente que no. Yo puedo recibir una invitación para asistir a una recepción en el Palacio Real de parte de Su Excelencia el Gobernador mismo. Esto me daría un claro derecho a ir. Pero tal como estoy aquí ahora no soy apto para asistir a una ocasión tan brillante como esta. No estoy vestido para ello. Necesitaría un cambio completo de vestimenta antes que se reconociera mi aptitud para la recepción ofrecida por el Gobernador. En cambio, mi vestimenta pudiera ser apropiada en todos sus aspectos, pero la misma no me daría derecho a acudir. En un caso, tendría derecho, pero no aptitud. En el otro, tendría aptitud, pero ningún derecho. Ahora bien, por la gracia de Dios hay provisión tanto de un derecho al cielo como de una perfecta aptitud para aquel santo lugar para todos los que confían en el Señor Jesucristo. Su preciosa sangre nos hace perfectamente aptos para el cielo, así como nuestros pecados nos habían hecho aptos para el infierno.
Pero nuestra aptitud no se limita meramente a que nuestros pecados hayan sido lavados. Cristo mismo es la medida de nuestra aptitud. Estamos de tal manera vinculados con Él que Dios nos ve en Él, revestidos de toda Su hermosura, y hechos aptos para la presencia de Dios así como Él lo es. Nuestro derecho, también, aunque basado en la preciosa sangre de Cristo, reposa en el hecho de que Él mismo ha entrado en el cielo por nosotros. Tenemos derecho a estar allí porque Él, nuestro Sustituto, nuestro Salvador, y nuestra exaltada Cabeza, está allí.
Supongamos Que Fuese Posible Que Un Pecador Llegase Al Cielo En Sus Pecados, ¿Cuál Sería El Resultado?
Supongo que una persona así se sentiría absolutamente desgraciada. Con una naturaleza totalmente inapropiada para la presencia de Dios, y sin ser apto para un lugar de luz y de santidad, le sería algo insoportable. Su grito sería: «¡Sacadme de este lugar!»
Oí hablar una vez de un jugador de apuestas que se dirigía a alguna carrera de caballos y que, por error, subió a bordo de un barco diferente. Se encontró entre muchos cristianos que se dirigían a una conferencia. En el salón, en cubierta, allí donde iba, había gente cantando himnos, o corros enfrascados en conversaciones acerca de Cristo. Aquel hombre se encontró totalmente fuera de lugar, y su incomodidad lo llevó a ofrecer al capitán una gran suma de dinero para que se dirigiese al puerto más cercano para dejarlo bajar.
La gente habla con mucha facilidad acerca de ir al cielo cuando mueran, pero se olvidan que excepto que hayan sido hechos aptos para aquel lugar y hayan recibido una naturaleza que pueda gozar de las cosas de Dios, se sentirían tan desgraciados en el cielo como aquel jugador de apuestas se sintió entre los cristianos en el barco. Si una hora en compañía de ellos le resultó insoportable, ¿qué sería toda una eternidad en la misma presencia de Dios para un pecador no regenerado?
¿Dónde En La Biblia Leemos Acerca De Ser Hechos Aptos Para El Cielo?
En Colosenses 1:12-14. Leamos el pasaje: «dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado Hijo, en quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados».
¿Deberíamos Orar a Dios Que Nos Haga Aptos Para Ser Participes De La Herencia Celestial?
Si examinamos el capítulo del que acabamos de leer, veremos que desde el versículo nueve hasta el once leemos de diversas cosas por las que como cristianos podemos ORAR. Deberíamos orar con fervor, por ejemplo, para ser llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, y poder andar como es digno del Señor, y para ser llenos de fruto en toda buena obra, etcétera. Pero los versículos doce a catorce mencionan cosas por las que podemos DAR GRACIAS. Ahora bien, la oración la hacemos por aquellas cosas que deseamos, pero las gracias las damos por lo que ya hemos recibido. Observaréis que la condición de ser aptos para participar de la herencia en las alturas es una de las cosas por las que debemos dar gracias, y no una de las cosas por las que debemos orar. Esto queda muy claro en base al versículo doce. Por la gracia de Dios, es algo que ya tenemos ahora.
La otra noche estuvimos hablando de aquella pequeña pero áurea palabra, «tiene». ¡Cuántos han podido llegar a liberarse de todas sus dudas al ver que «tiene» implica una posesión presente! Aquí tenemos la misma implicación con los términos que se utilizan: «con gozo dando gracias al Padre que NOS HIZO APTOS para participar de la herencia de los santos en luz». Es una acción ya realizada. ¡Démosle gracias por este gran don!
¿Quiénes Son Aquellos a Los Que Se Hace Referencia Con El «Nos» En Este Pasaje?
El cuarto versículo del capítulo dará respuesta a esta pregunta. « ... habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús.» Eran personas que habían acudido a Cristo y que habían creído en Él como su Salvador. El apóstol no se está refiriendo a incrédulos ni a meros profesantes. Los tales no han sido hechos aptos para ser partícipes de la herencia de los santos en luz. Esta gran bendición es la porción solo de los que han confiado en Cristo.
¿Acaso Los Creyentes No Son Dejados Sobre La Tierra Con El Propósito De Que Sean Hechos Más Y Más Aptos Para El Cielo Por La Gracia De Dios Y La Influencia Del Espíritu Santo?
Esta pregunta se podría contestar con otra: ¿Acaso hay nada realizado en nuestras almas, o producido en nuestras vidas por la gracia de Dios y por el Espíritu Santo, que pueda añadir al valor de la preciosa sangre de Cristo? Desde luego que no.
Desde luego, Dios nos ha dejado en la tierra con un propósito, pero este propósito no es que seamos hechos más aptos para el cielo.
Sé que alguna buena gente abriga el pensamiento de que los cristianos están madurando gradualmente para el cielo, del mismo modo que una naranja, bajo la influencia de los rayos del sol, se vuelve dulce y tierna, y apta para ser arrancada y comerla. Sea cual sea el otro aspecto de la bendición para el cristiano que se pueda ilustrar con aquella naranja, desde luego no expone cómo se le hace apto para el cielo.
Lo cierto es que si desde el día de tu conversión hasta el día en que te despidas de la tierra, pudieras vivir una vida de celo santo y devoción en el servicio del Maestro; si por oración continua y el estudio de Su Palabra llegases a ser un gigante en el conocimiento espiritual, no serías más apto para el cielo en tu último momento que cuando, como pobre pecador, confiaste en Cristo al principio. Habría crecimiento, en muchos respectos — en conocimiento, en experiencia, en devoción, en celo; pero no habría ni podría haber crecimiento en la aptitud para el cielo.
¿No Hay Acaso Un Lugar Al Que Se Envían Las Almas Después De La Muerte, Para Ser Hechas Definitivamente Aptas Para El Cielo?
Un lugar así existe solo en la imaginación de las mentes de los hombres. La Biblia no solo guarda silencio respecto a la existencia de un lugar así, sino que da un claro testimonio en contra de la misma.
Sé que muchos de los presentes aquí esta noche están acostumbrados a oír hablar de aquello que se designa como Purgatorio. Pero, ¿acaso alguien me dirá que ningún sufrimiento por el que yo pudiera pasar puede conseguir lo que no haya podido conseguir el sufrimiento por el que pasó mi Salvador por mí? ¿Acaso mis sufrimientos serían más eficaces para hacer mi alma apta para el cielo que los sufrimientos Suyos? ¡Imposible!
¡Oh, no!, gracias a Dios, mi Salvador ha conseguido para mí, mediante Su obra consumada, no un lugar en el Purgatorio, sino en la casa del Padre. Su obra fue todo lo necesario para hacer apto para aquel lugar al pecador que cree, y solo estamos esperando hasta que Él venga para ser llevados al lugar para el que Él nos ha hecho aptos. Si somos llamados a morir, no será para sufrir un proceso adicional mediante un fuego purificador del Purgatorio, sino para «partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Filipenses 1:23), Partir y estar con Cristo es algo muy diferente a partir para estar en el Purgatorio, ¿no es cierto?
Había Cristianos En Corinto Que No Actuaban Bien, Y Como Consecuencia Muchos Dormían. ¿Qué Hay Acerca De Ellos?
Este caso no invalida en absoluto la verdad en la que estamos insistiendo. El mismo apóstol Pablo dijo a estos mismos cristianos: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios». El lugar para el que no eran aptos era Corinto. En lugar de estar viviendo para la gloria de Dios y de ser testigos brillantes y luminosos para Cristo, su reprobable conducta estaba causando deshonra a Su nombre y haciendo del cristianismo un escarnio entre los paganos. Esta es la razón de que Dios interviniese y los extrajese de la tierra mediante la muerte.
Hay toda la diferencia del mundo entre ser «aptos para participar de la herencia de los santos en luz», por una parte, y ser «útil al Señor» (2 Timoteo 2:21). Hay muchos de los que son aptos para la gloria que distan mucho de ser instrumentos útiles para el Señor aquí en la tierra. De modo que Dios tiene que castigarlos y disciplinarlos, y a veces quitarlos totalmente de la tierra.
¿Es El Caso De Aquellos Creyentes De Corinto Un Ejemplo Del «Pecado De Muerte»? (1 Juan 5:16)
Sí, me parece que sí. Si Dios se nos ha dado a conocer en gracia, no debemos llegar a la conclusión de que Él deja de ser un Gobernante sabio y justo. Él no puede permitir la persistencia del pecado sin trabas entre Su pueblo. Pero incluso si el pecado llega a ser de tal naturaleza que Dios vea necesario refrenarlo quitando a aquel que peca, sin embargo, el tal, si es un creyente en Jesús, es quitado al cielo.
Supongamos que un padre, sentado en su casa, oye la voz de su hijo mezclada con las voces de algunos chicos violentos y problemáticos en la calle. Se siente profundamente disgustado al oír las palabras que salen de boca de su propio hijo. Abriendo la ventana, llama: «Jorge, ¡sube aquí!» Jorge vuelve la cabeza hacia él, y su padre continúa: «He visto lo mal que te has estado comportando. No puedo confiar más en ti allá abajo. ¡Sube en el acto!»
Así, llama a su hijo quitándolo de la calle, donde estaba deshonrando el nombre de su padre; pero, ¿adónde llama al muchacho? Lo llama de vuelta al hogar.
Esto es lo que Dios tiene que hacer a veces con Sus hijos. El pecado de ellos es un pecado para muerte. Dios los saca de la tierra (el lugar para el que no son aptos) y los lleva al cielo (el lugar para el que, por la sangre de Jesús, que son aptos).
¿Hay Algún Otro Caso En La Biblia Que Ilustre Este Mismo Principio?
Sí, el caso de Moisés. Fue desde luego un maravilloso siervo de Dios, pero pecó al desobedecer las instrucciones de Dios en una ocasión, y no mantuvo el honor de Dios a los ojos del pueblo. Por esta razón, Dios le dijo: «Sube a este monte de Abarim, ... y muere en el monte al cual subes» (Deuteronomio 32:49-50). A Moisés no le fue permitido conducir al pueblo de Dios a la tierra prometida. Su servicio fue dado a Josué, y Dios lo llamó fuera de la tierra.
Si alguien pregunta: «Pero, ¿cómo sabe que después de su fracaso Moisés fue al cielo?», respondo, «Porque cuando el Señor Jesús fue transfigurado en el monte, Moisés fue uno de Sus compañeros que apareció con Él en gloria» (Lc. 9:30-31).
La aptitud de Moisés para el cielo no dependía de su fidelidad, o nunca hubiera llegado allí. Su continuidad como siervo escogido de Dios en la tierra sí que dependía de su fidelidad, y debido a que fracasó, fue llamado fuera de la tierra. Y así es con nosotros. Si no somos fieles, no somos «útiles al Señor», y Dios tendrá que tratar con nosotros como le parezca adecuado. Pero nuestra aptitud para la gloria depende de algo cuyo valor nunca podrá quedar menoscabado por ninguno de nuestros fracasos, la preciosa sangre de Cristo.
Al Hablar Así, ¿No Está Usted Exponiendo Una Doctrina Muy Peligrosa?
Para mí es suficiente con que esta sea la doctrina de la Escritura. Pero, después de todo, ¿le parecen tan malos sus efectos prácticos? ¿Es que aquellos que tienen la seguridad de que la preciosa sangre de Cristo es todo lo que necesitan para hacerlos aptos para el cielo son una gente tan negligente y terrible? En realidad, es bien al revés, y en la vida real se encuentra que la plena confianza en el poder de la sangre de Cristo para purificar, y la certidumbre de que mediante la misma hemos sido hechos aptos para la gloria, van de la mano con una forma piadosa de vivir y con un interés en glorificar a Dios en la tierra.
¿Verdad Que El Caso Del Ladrón Muriendo En La Cruz Ilustra Cómo Un Pecador Es Hecho Apto Para El Cielo Sin Ningunas Obras De Su Parte?
¡Desde luego que sí! ¡Pobre hombre! Con las manos clavadas en la cruz, ¿qué clase de obras podía hacer? Sólo podía volverse al Señor tal como era, con toda su vileza e impotencia. Y así lo hizo, y recibió en el acto la bendición de esta promesa: «hoy estarás conmigo en el paraíso». Poco importa lo que digan o piensen los hombres acerca de dónde estaba el «paraíso». El argumento es que él estaba en aquella cruz, y que entonces fue hecho apto para la compañía de Cristo, y que recibió la certidumbre de que estaría con Él.
¿Para Qué Instituyó Cristo El Sacramento Si, Como Usted Dice, No Nos Ayuda a Hacernos Aptos Para El Cielo?
En modo alguno estoy implicando que la Cena del Señor, o el sacramento, como usted lo llama, carezca de importancia. Yo mismo lo tomo, cuando es posible, cada domingo. Pero al hacer esto no tengo ni el más remoto pensamiento de que por ello mismo yo sea hecho más apto para el cielo. Si usted desea saber por qué el Señor Jesús instituyó la Cena, solo tiene que volverse a las Escrituras para encontrar la razón. Esta razón se da con toda claridad. Vea en Lucas 22:19. Él mismo lo dijo: «Haced esto en memoria de Mí».
Esto es algo muy diferente a decir: «Haced esto para ser más aptos para el cielo».
La verdad es que el pan y el vino nos han sido dados para que tengamos el recuerdo constante de nuestro ausente Señor, en Su muerte. Él desea que no le olvidemos como el copero se olvidó de José, y para ello instituyó la Cena como un sencillo medio de recuerdo. No hay ninguna indicación en ninguna parte de la Biblia de que sea un «medio de la gracia», ni de que tenga ninguna virtud en sí para ayudarnos a ser aptos para el cielo. Solo aquellos que saben que son salvos y que han sido hechos aptos para el cielo por la preciosa sangre de Cristo tienen derecho a tomar la Cena, porque solo ellos pueden recordarle como Sus amados, aquellos que deben toda su bendición a Su muerte.

Número 9

Recaída Y Restauración
Preguntas por P. Brown;
Respuestas por H. P. Barker
El tema que en esta ocasión va a ocupar nuestra atención es de gran solemnidad. Creo que la mayor parte de los cristianos, por no decir que todos, saben lo que es la recaída. No me refiero a que hayan caído en pecado público. Uno puede actuar de la forma más ejemplar, y, sin embargo, en medio de todo ello, ser «reincidente de corazón» (véase Proverbios 14:14). Muchos de nosotros, estoy seguro, tenemos que lamentarnos de las ocasiones en las que nos hemos descarriado conscientemente de la comunión con Dios, y en que nuestras almas se han enfriado y nublado. Oremos, por tanto, que Dios nos ayude al pasar a considerar esta cuestión.
¿Cuál Es La Causa De La Recaída?
Para responder a esta pregunta, es necesario observar que los descarriados aparecen en dos clases. Hay aquellos que nunca han pasado de una mera profesión de fe cristiana. Han quedado bajo influencias religiosas, han tomado el puesto de creyentes en Cristo, y con toda sinceridad se imaginan que están de camino al cielo. Pero en sus almas no ha entrado de parte de Dios una convicción de pecado; sus conciencias nunca han sido aradas por el poder de la Palabra de Dios; son totalmente ajenos al arrepentimiento y a la fe salvadora en el Señor Jesucristo. A pesar de su profesión de fe son lo que siempre fueron, pecadores no regenerados. Más tarde o más temprano, quizá, la vida religiosa en la que han entrado les resulta fastidiosa. Sienten que no pueden vivir según la profesión de fe que han hecho. Se reafirman los viejos gustos y deseos, y poco a poco van deslizándose hacia su antigua manera de vivir y son considerados como recaídos por aquellos que los habían considerado como verdaderos cristianos. Igual que la puerca de la que leemos en 2 Pedro 2:22, su lavamiento no había ido más allá de la superficie; reformados exteriormente, nunca habían sido transformados en ovejas de Cristo, y era solo de esperar que volvieran a la ciénaga del pecado.
La otra clase se compone de aquellos que han sido verdaderamente convertidos. Como pecadores merecedores del infierno, pero arrepentidos, han depositado toda la confianza de sus almas en el Señor Jesucristo y en Su obra expiatoria. Sus pecados han sido perdonados, y son de Cristo para siempre.
Es doloroso tener que decirlo, pero es solo demasiado cierto que incluso los tales pueden descarriarse, enfriarse de corazón y caer en pecado.
Son muchas las causas que pueden contribuir a producir la decadencia espiritual en un cristiano. Quizá una de las más frecuentes es la confianza en uno mismo. Somos muy proclives a olvidar que no podemos proseguir por una sola hora a no ser que nos apoyemos en el fuerte brazo de Cristo para mantenernos en pie. A veces somos tan insensatos que nos imaginamos que las maravillosas bendiciones que hemos recibido son suficientes para mantenernos firmes sin una constante dependencia del Dador de la bendición. Haremos bien en recordar lo que sucedió en el caso de Jacob. En aquella memorable noche, junto al vado del Jacob, recibió una maravillosa bendición. Dios cambió su nombre, y, cosa más significativa, se añade que «le salió el sol». Pero lo siguiente que leemos es que «cojeaba de su cadera». Las tinieblas habían dejado paso a la luz, las dudas y los temores habían dejado paso a la confianza; Dios había dado libremente Su bendición, pero Jacob quedó tan débil e incapaz en sí mismo después de esto como lo era antes. Seguía necesitando apoyarse en algo fuera de sí mismo. Y muchos años después persistía la misma necesidad (Hebreos 11:21).
Lo mismo sucede, en lo espiritual, en el caso de cada hijo de Dios. La única forma de ser preservado de la recaída es una dependencia constante, momento a momento, y así será hasta nuestro último segundo en la tierra. Olvidar esto y confiar en cualquier manera en nuestra propia constancia es asegurar el fracaso y la derrota.
Si Un Verdadero Hijo De Dios Recae, ¿Necesita Volver a Ser Salvo?
Podría contestar a esta pregunta haciendo otra. Si un muchacho huye de casa, ¿necesita que le hagan hijo de su padre otra vez? No, desde luego que no; puede que precise de castigo, y cuando se arrepienta necesitará perdón y restauración a su puesto en el círculo familiar, pero el vínculo de la relación entre él y su padre es de tal naturaleza que ninguna mala conducta de su parte la puede destruir.
Ahora bien, el vínculo que se forma entre el creyente y Dios es un vínculo eterno. Es Dios mismo quien lo ha constituido, y «todo lo que Dios hace será perpetuo» (Eclesiastés 3:14). Dios lo ha salvado, ha hecho de él Su propio hijo querido. Lo ha sellado con Su Espíritu y le ha asegurado que nunca perecerá. Además, ha llegado a ser miembro del cuerpo de Cristo, y objeto del amor y cuidado especiales del mismo Cristo. ¿Acaso todo esto puede quedar en entredicho, y deshecha la obra de Dios, y que se arrebate una oveja de manos del Pastor? Para una mente reflexiva, y que comprenda lo que se implica en la salvación de un alma, hacer tales preguntas es contestarlas.
Así, ¿No Hay Tal Cosa Como Ser Borrado Del Libro De La Vida?
Usted debe referirse, supongo, a lo que se asevera en Apocalipsis 3:5. Pero debemos recordar que en la ciudad de Sardis había algunos que, por así decirlo, habían escrito sus propios nombres en el libro de los vivientes. Tenían nombre de que vivían, como nos dice el versículo 1, pero en realidad estaban muertos. Ahora bien, si Dios escribe el nombre de quienquiera en el libro de la vida, se debe a que aquel está verdaderamente vivo, habiendo sido vivificado por el mismo Dios. Y si Dios escribe un nombre en aquel libro, jamás lo borrará. Pero si alguien toma el puesto de ser un viviente, sin haber «pasado de muerte a vida», es como si hubiera inscrito su nombre donde no tiene derecho a estar, en las páginas del libro de la vida. Y todos estos nombres Dios desde luego los borrará. Pero son los nombres no de santos recaídos, sino de falsos profesantes carentes de vida.
¿No Temía El Apóstol Pablo Que Después De Todo Él Pudiera Llegar a Ser Reprobado?
Si este fuera el caso, ¡tiene que haber dudado de la verdad de lo que él mismo enseñaba constantemente! Pero la Escritura no dice lo que su pregunta presupone. El pasaje que usted tiene en mente es 1 Corintios 9:27, que, como observará, no menciona devenir un reprobado, aunque la posibilidad de ser un profesante, e incluso un predicador, y sin embargo no ser otra cosa que un pobre inconverso y réprobo, queda claramente reconocida.
¿Por Qué Permite Dios Que Sus Hijos Recaigan?
No podemos referirnos a nuestras recaídas como por permisión de Dios. Naturalmente, es cierto que Él tiene poder para guardarnos de recaer, pero no es Su forma de actuar tratarnos como unas meras máquinas inanimadas. Él ha puesto a disposición de nosotros todas Sus riquezas de gracia y poder, de modo que si nos descarriamos y desviamos, solo podemos culparnos a nosotros mismos. Y Dios emplea nuestros fracasos y nuestras caídas para hacernos aprender la lección que tan lentos somos en aprender — la de nuestra absoluta debilidad e incompetencia.
Pero a fin de que podamos ser preservados de tropiezos y de extravíos, Dios nos ha dado un Salvador viviente en el cielo para que sea nuestro grande y poderoso Intercesor. Él conoce nuestras debilidades y nuestra necesidad, y Él vive para satisfacerla con Su gracia y poder.
Tenemos también el Espíritu Santo habitando dentro de nosotros para ser nuestro Guía y Consolador, para hacer reales las cosas de Dios para nosotros, y para controlarnos para Cristo.
Y luego tenemos también el inapreciable tesoro de la Palabra de Dios para actuar sobre la conciencia y para señalarnos el camino de la verdad.
Con recursos como estos, no hay excusa para la recaída. Es solo cuando descuidamos la maravillosa provisión que Dios nos ha dado, e intentamos andar con nuestro propio poder, que nos alcanza el desastre espiritual.
Si Un Cristiano Peca, ¿Se Le Debe Considerar En Cada Caso Como Recaído?
Naturalmente que no, porque, en tal caso, ¿quién entre nosotros no sería un recaído? Debemos distinguir entre aquel que persiste en el pecado, y aquel que es «sorprendido en alguna falta», aunque incluso este último necesita restauración (Gálatas 6:1).
Si observamos una columna de humo, la veremos a menudo empujada de un lado a otro por los golpes de viento pasajeros. Pero su principal dirección es hacia arriba, a pesar de todo. Así es con el cristiano. Puede ser influido por cosas pasajeras, y por falta de vigilancia puede ser sorprendido en alguna falta. Pero si su principal dirección es hacia arriba, y si prosigue en este curso, lamentando sus fracasos y persistiendo adelante a pesar de todo, no debe ser contemplado a la misma luz de quien persiste durante días, semanas o meses sin acudir a la presencia de Dios en juicio propio, para confesar su pecado y para buscar gracia que le capacite para apartarse del mismo.
¿Qué Quiere Decir Por «Reincidente De Corazón»?
Es un término escriturario, como veremos si examinamos Proverbios 14:14 (V.M.). Tenemos un ejemplo de lo que se quiere decir con esto en el caso de los santos en Éfeso. Se trataba de lo que muchos considerarían sin duda como una congregación modélica. Su arduo trabajo, su fidelidad en repudiar falsos maestros, su paciencia por causa de Cristo, eran cosas bien conocidas. Sin embargo, Aquel que lee los corazones tenía algo contra ellos: habían dejado su primer amor (Apocalipsis 2:24). Externamente eran todo lo que se podría desear, pero el amor de ellos por Cristo había dejado de arder con su antiguo brillo, el ardor de su primer afecto hacia Él mismo se había enfriado; eran descarriados de corazón.
¡Cuántos entre nosotros tienen que confesar que esto es lo que nos ha sucedido! ¡Y cuán evidente es, por la evidencia de estos creyentes efesios, que la actividad y el celo en el servicio del Señor, incluso cuando todo ello va acompañado de una fidelidad inflexible a la verdadera doctrina, no remedia el enfriamiento del «primer amor».
¿Cómo Puede Ser Restaurado Un Hijo De Dios Recaído?
Si se busca una restauración plena, tiene que llegarse al fondo del propio pecado y enfriamiento en presencia de Dios. No será suficiente con una mera expresión de dolor y oración buscando el perdón. Ha de haber un verdadero juicio propio, y un seguimiento de los pasos tomados en el punto en que tuvo lugar el extravío.
Recuerdo una ocasión, mientras descansaba en mi alojamiento, que un ratoncito salió de su agujero y comenzó a pasearse por la habitación. Pero pronto se asustó por un pequeño movimiento de mi pie, y desapareció por su agujero. Pocos minutos después reapareció, saliendo esta vez de un agujero al otro lado de la estancia.
Que cada cristiano recaído observe esto. ¡No puedes hacer como aquel ratón! Él huyó hacia un agujero y salió por otro, pero esto es imposible para ti. Tú te has introducido en algún orificio oscuro, lejos de la luz de la presencia de tu Salvador, lejos del gozo de la comunión con Dios. Y si tienes que ser restaurado tendrás que salir por el mismo agujero que por el que entraste.
Lo que quiero decir es que tendrás que remontar, en presencia de Dios, aquel episodio de la historia de tu alma que se encuentra entre el momento de tu extravío y el presente. Con ayuda del Señor, lo podrás hacer; y la confesión del primer mal paso, y el juzgarte a ti mismo por haberlo tomado, es un gran comienzo.
Ten en cuenta, en todo ello, que el bendito Señor te contempla con ojos de amor inmutable. Todo tu pecaminoso extravío no ha hecho disminuir ni un ápice Su fiel amor por ti. Piensa en ello. Medita esta bendita realidad: «El me ama, a pesar de todo», y con el pensamiento de este verdadero, intenso, tierno y eterno amor, acude con tu confesión en presencia de Dios. «Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová», y Él sanará tu recaída y te llenará de nuevo el corazón de gozo.
Pero no quieras ofrecer excusa alguna por tu alejamiento.
Tu peor enemigo eres tú mismo, y al volverte al Señor harás bien en no concederte ningún cuartel.
Al confesar tu pecado de esta forma, puedes tener la certidumbre de que quedas perdonado. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados». Puede que no experimentes, y probablemente no experimentarás, ningún repentino alivio ni ninguna dispersión inmediata de las nubes, pero desde luego quedas perdonado en el momento en que derramas la triste historia de tu pecado a oídos de tu Padre.
Luego, por la abogacía de Cristo, sigue la restauración. Él hará que Su palabra tenga efecto sobre ti; te hablará al corazón de una forma que te derretirá, y profundizará en ti el sentido de Su amor y fidelidad y de tu propia insensatez e indignidad. Luego, no confiando en tu propia sabiduría y fuerza, emprenderás continuar en el poder de Su gracia.
Cuando Un Recaído Regresa Al Señor De Esta Manera, ¿Es Inmediata Su Restauración?
No por lo general, me parece, aunque su perdón es instantáneo en el momento en que presenta su confesión. Pero la restauración es algo distinto del perdón, y no se da con tanta celeridad. Al extraviado que regresa se le hace que se dé cuenta de que su pecado no es cosa ligera, y que el privilegio de la comunión con Dios no es algo que se pueda echar de lado y luego reanudar a placer.
Al decir esto, tengo en mente un pasaje en Oseas 5:15, y 6:12, que aunque primordialmente se refiere a Israel, expone el principio que estoy tratando de explicar.
El Señor se aparta en el capítulo 5:15, «Andaré y volveré a mi lugar», dice el Señor, «hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro». El efecto de esto es que el pueblo se exhortan unos a otros. «Venid y volvamos a Jehová; porque Él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará». Así, se anticipa un intervalo de tiempo entre el retorno de sus almas al Señor y el avivamiento y levantamiento que procederá de Él. Este período de tiempo permite al alma pasar por el ejercicio espiritual, y que se realice la prueba de su realidad. Pero si se mantiene la actitud de verdadera contrición y de juicio propio, la restauración es tan cierta como el perdón; podemos tener la certidumbre de que Dios no mantendrá a nadie esperando más tiempo del suficiente para que se aprendan las necesarias lecciones.
Dejad que añada que la restauración no llega generalmente en forma de un repentino estallido de éxtasis, ni nada de esta clase; acontece cuando nuestros pensamientos se dejan de centrar en nosotros mismos y se dirigen a Cristo. El Espíritu Santo dirige nuestros pensamientos a Su amor, y, al estar con la atención puesta en Él, la bendición que anhelábamos llega a ser nuestra de nuevo.

Número 10

La Inspiración De La Biblia
Preguntas por W. E. Powell;
Respuestas por H. P. Barker
En nuestros diálogos anteriores hemos hablado de muchas cosas maravillosas que aparecen en la Biblia. En esta ocasión vamos a hablar de la Biblia misma, y del título que tiene a nuestra obediencia. Espero que como resultado de ello, pueda crecer nuestra reverencia por el santo Libro de Dios, y que se implante en nuestros corazones un deseo por una mayor familiaridad con sus enseñanzas.
¿Qué Hace Que La Biblia Sea Diferente De Cualquier Otro Libro?
La Biblia nos viene con una afirmación que no hace ningún otro libro del mundo que sea digno de una verdadera atención. No me será necesario referirme al Corán, ni a los libros sagrados del los hindúes o de otras naciones orientales, ni a las pretensiones sin sustancia de los mormones y de otros grupos. Puede que sus seguidores reclamen inspiración para los mismos, pero nadie aquí estaría dispuesto a dar ninguna consideración a tal pretensión.
Dejando de lado estos productos del fanatismo y del paganismo, si comparamos la Biblia con otros libros buenos y útiles, descubrimos que se levanta sobre una base inconmensurablemente más elevada que incluso los mejores entre ellos. Los libros escritos por consagrados hombres de Dios son de lectura útil y provechosa, y sus escritores pueden haber tenido la ayuda del Espíritu Santo mientras los escribían. Pero, con todo, las palabras de tales libros son las palabras de sus escritores, y no las mismas palabras de Dios. En el caso de la Biblia, es diferente. Sus palabras han sido dadas divinamente. «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). Es decir, la Biblia fue escrita, no porque el Espíritu Santo sugiriese pensamientos buenos y santos a los escritores (como puede suceder en la actualidad), sino por la inspiración de las palabras mismas a fin de impedir toda posibilidad de error o imperfección. Las Sagradas Escrituras, tal como fueron dadas al principio, son como su Divino Autor — perfectas. Esta es la verdad que deseo mantener, por la gracia de Dios.
¿Cómo Puede Usted Demostrar Que La Biblia Está Inspirada?
El cristiano que conoce y ama su Biblia encontrará en sus maravillosas excelencias, y en la manera en que habla a su corazón y afecta a su conciencia, una suficiente prueba de su origen divino.
Si te encontrases en aquella calle de allí al mediodía, no necesitarías que nadie te demostrase que el sol resplandece. Sentirías su calor, y esto te sería suficiente. Y si recibieras un profundo corte de una navaja de afeitar, ¿necesitarías alguna otra prueba de que está afilada? De la misma manera, cuando uno siente su corazón ardiente por la lectura de este bendito Libro, como solo el amor divino lo puede hacer arder; y cuando la conciencia se siente afectada, como solo la voz de la autoridad divina la puede afectar — uno tiene prueba de la inspiración de las Escrituras.
Las evidencias externas son cosas débiles para descansar la fe sobre ellas. Pero en el caso de la Biblia, no están en absoluto ausentes.
El maravilloso y detallado cumplimiento de sus profecías; la perfecta armonía entre sus diversas partes, redactadas como lo fueron bajo diversas circunstancias y en diferentes épocas; el fracaso absoluto de sus críticos en su intento de fundamentar sus acusaciones de imperfección; la imposibilidad para la mente humana, por muy instruida y culta que sea, para sondear y agotar sus enseñanzas — todos estos y muchos otros hechos dan testimonio de la autoría divina de la Biblia.
¿Cómo Concuerda La Inspiración Divina De La Biblia Con El Hecho De Que Sus Diversas Partes Fueron Escritas Por Hombres?
Se empleó a hombres para escribir las palabras, y con este propósito se seleccionaron escritores cuyo carácter, posición o historia les hacían especialmente idóneos para comunicar la revelación que les fue dada. Pero las palabras por medio de las que ellos hicieron sus respectivas comunicaciones eran tan verdaderamente las verdades del mismo Dios como si Su propio dedo las hubiera grabado.
Ilustremos lo que quiero decir con ello. Cuando Moisés fue llamado a la cumbre del monte, recibió la ley grabada en dos tablas de piedra, «escritas con el dedo de Dios» (Éxodo 31:18). Sin emplear ningún instrumento humano, el mismo Dios había escrito las palabras. «Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas» (Éxodo 32:16).
Pero cuando Moisés descendió del monte y encontró al pueblo clamando y danzando en honor de un becerro de oro, con un impulso de ira justiciera rompió a trozos las tabletas que Dios le había dado.
Tras esto, Moisés fue vuelto a llamar a la cumbre del monte para una nueva entrega de las tablas, pero en este caso Moisés debía preparar el material (Éxodo 34:1), y aunque Dios de nuevo emprendió escribir Sus palabras sobre ellas, fue por mano de Moisés que las iba a escribir. «Y Jehová dijo a Moisés: Escribe tú estas palabras» (v. 27). Pero aunque fue la mano de Moisés la que en esta ocasión escribió estas palabras, eran tan verdaderamente las palabras del mismo Dios como cuando Su propio dedo las había escrito; de modo que Moisés pudo decir: «Estas son las cosas que Jehová ha mandado que sean hechas» (Éxodo 35:1).
Esto nos servirá de ayuda para comprender como unas palabras escritas sobre materiales fabricados por hombres, y por dedos humanos, pueden sin embargo ser los mismos dichos de Dios. Así son las palabras de la Biblia.
Si pasamos a Hechos 1:16, veremos que las palabras de las Escrituras se describen así. El apóstol Pedro, citando del Antiguo Testamento, designa la cita como una escritura «que el Espíritu Santo habló antes por boca de David». También, en Hechos 28:25, Pablo exclama: «Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías».
Los Hay Que Pretenden Haber Encontrado Contradicciones Y Errores En La Biblia. ¿Qué Dice Usted Acerca De Esto?
Por lo general es fácil demostrar que los errores existen en las mentes de los críticos, y no en la Biblia. Tomemos, por ejemplo, la pretendida discrepancia entre la enseñanza de Pablo y la de Santiago acerca del tema de la justificación. El primero dice que somos justificados por la fe, el segundo que somos justificados por las obras. Pero, al examinar la cuestión, encontramos que la justificación de la que habla Pablo es la justificación ante Dios; mientras que Santiago habla de la justificación delante de los hombres, algo totalmente diferente. Así, la acusación de error cae sobre la cabeza del crítico, que resulta culpable de superficialidad y de falta de discernimiento.
Tomemos otro ejemplo. En el Evangelio de Mateo, se dice que el llamado «Sermón del Monte» fue pronunciado en un monte, donde el Señor Jesús se sentó y enseñó a Sus discípulos. «Pero», dice el crítico, «en el Evangelio de Lucas se dice que este mismo sermón fue pronunciado mientras el Señor estaba de pie, y además no en un monte, sino en un lugar llano» (Lucas 6:17). ¡Y presentan este ejemplo como una prueba concluyente de contradicción entre los escritores de los Evangelios!
Yo más bien hubiera pensado que esta no es más que una prueba concluyente de la ceguera de los presuntuosos críticos de la Biblia. Porque, incluso si suponemos que el sermón registrado por Mateo y el que nos da Lucas fuesen exactamente el mismo, palabra por palabra (lo cual distan de serlo), no sigue de ello que haya ninguna contradicción entre ambos relatos. Allí donde el Señor iba, predicando el evangelio del Reino, tenía el mismo mensaje que proclamar, y es muy probable que expusiera las mismas verdades, en términos idénticos o semejantes, en diferentes localidades. ¿Qué hay pues que nos impida creer que en una ocasión el Señor pronunció las palabras que aparecen en Mateo, sentado en la ladera de un monte, y en otra ocasión las palabras que aparecen en Lucas, de pie en un lugar llano? Este parece ser el caso.
Bien lejos de ser un ejemplo de imperfección en la Biblia, se trata de otro ejemplo de su maravillosa y detallada perfección. Porque en Mateo se presenta al Señor como el largamente esperado Mesías de los judíos, el Siloh a quien se congregarían todos los pueblos. La gran carga de Su mensaje que se presenta de este modo era «Venid a Mí». ¡Qué apropiada es entonces la imagen que Mateo dibuja del Señor sentado en el monte, con Sus seguidores reunidos en torno a Él!
Pero en Lucas Él se presenta como el Hijo del Hombre, que descendió en gracia celestial para satisfacer la necesidad del hombre pecador. La carga del mensaje evangélico en Lucas no es tanto «Venid a Mí» como «Yo he venido a vosotros». «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). De ahí que Su descenso al lugar llano para pronunciar el sermón es el incidente seleccionado para el retrato mediante la pluma de Lucas, en hermosa armonía con el propósito de su evangelio.
Así es como quedan los críticos.
Un microscopista o un químico, por diestros que sean, nunca podrán satisfacer su hambre mediante la disección o el análisis del plato de alimento que tienen delante de ellos. Tampoco nosotros, si ocupamos el sillón del crítico, prosperaremos con nuestro estudio de la Palabra de Dios. Es con un espíritu humilde, como el de un niño, que deberíamos alimentarnos de lo que Dios nos ha dado para alimento de nuestras almas, y dejar la búsqueda de faltas a aquellos que deseen permanecer flacos y famélicos toda su vida.
¿No Hay Muchas Cosas En La Biblia Muy Difíciles Para Que Los Cristianos Jóvenes Las Comprendan?
Sí, sin duda alguna; pero, por otra parte, hay mucho que el más sencillo creyente puede comprender y de lo que se puede alimentar. Se cuenta una historia de una vieja señora que comparaba la lectura de la Biblia con comer un plato de pescado. «Cuando llego a una espina», dice, «no me preocupo porque no la puedo digerir. La pongo a un lado y sigo comiendo aquella parte del pescado que puedo asimilar. Y cuando leo la Palabra de Dios, si llego a algo que va más allá de mi pobre comprensión, no me preocupo por ello, solo lo dejo hasta aquel momento en que el Señor quiera darme mejor entendimiento, y, entretanto, dirijo mi atención a la abundancia de preciosas verdades que son suficientemente sencillas para que yo las comprenda, y consigo muchas buenas comidas para mi alma con ello».
Esta vieja señora era sabia, y yo querría aconsejar a todos los jóvenes cristianos que lean sus Biblias en base a este mismo principio. Lo que encuentren difícil de comprender lo pueden dejar para una futura consideración, o bien pueden buscar la ayuda de algún cristiano espiritual que esté más avanzado que ellos en las cosas de Dios.
¿No Hay Peligro De Que Los Cristianos Jóvenes Interpreten Erróneamente La Biblia, Y Que Con Ello Se Perjudiquen Espiritualmente?
No solo hay el peligro, sino la certidumbre de interpretar erróneamente las Escrituras si confiamos en nuestro propio entendimiento para su estudio. Solo hay una Persona en la tierra que pueda interpretar correctamente para nuestras almas la bendita enseñanza de la Palabra de Dios. Me refiero al Espíritu Santo. Pero Él está aquí, entre otras razones, con el propósito expreso de iluminar nuestras almas con el conocimiento de la verdad. Fue Él, en primera instancia, el autor de las palabras de la Biblia, y Él puede nos aclarar su significado. Él es el Divino Intérprete del Libro Divino.
Gracias a Dios, no somos abandonados al juicio privado para la interpretación de las Escrituras, ni dependemos de las decisiones de eruditos doctores, ni de los pronunciamientos de ninguna pretendida autoridad humana, sea papal o de otra clase. Tenemos al mismo Espíritu Santo como nuestro Maestro y Guía. El que lea su Biblia en una sencilla y ferviente dependencia de Su enseñanza no quedará decepcionado. Será guardado de muchos errores, y será alimentado con la mejor flor de harina del trigo más selecto.
Si Un Joven Cristiano Fuese a Decir: «Me Gustaría Estudiar Mi Biblia, Pero No Sé Por Dónde Empezar», ¿Cómo Le Aconsejaría?
Esta es una pregunta de difícil respuesta, porque mucho depende del grado de familiaridad que se tenga con las Escrituras.
Se podría comenzar estudiando las maravillosas parábolas que se nos dan en el Evangelio de Lucas, que exponen de una forma tan sobresaliente la gracia de Dios. Me refiero a las parábolas del hijo pródigo, de la gran cena y del buen samaritano.
Por otra parte, se podrían escudriñar las Escrituras para descubrir lo que dicen acerca de cualquier cuestión determinada que pueda estar pesando en la mente.
Pero en particular recomendaríamos a todos los cristianos jóvenes que lean por sí mismos las porciones de las Escrituras que se nos proponen en nuestras reuniones públicas, aquellas mediante las que se expone el evangelio, o aquellas que se puedan escoger como tema de una lectura bíblica o de una conferencia. Estas porciones se seleccionan a menudo con vistas especialmente a las necesidades espirituales de los creyentes jóvenes, y se deberían estudiar en privado después de haberse considerado en la reunión.
¿Hay Algunos Puntos No Esenciales En La Biblia?
Parece bien poco probable que Dios se hubiera preocupado de darnos una revelación de cosas para que podamos contemplarlas con indiferencia.
Demasiadas veces nos parecemos a los viejos astrónomos que consideraban la tierra como el centro del universo, y que así razonaban. Somos proclives a considerarnos como la figura central del maravilloso plan de Dios, y a considerar cualquier cosa de la que no veamos una relación inmediata con nuestra propia bendición como un punto «no esencial». Pero esta es una manera profundamente egoísta de considerar esta cuestión. La realidad es que Cristo es el centro de todos los planes y propósitos de Dios, y lo que se revela es con vistas a Su gloria. Puede que no veamos como alguna verdad en particular nos afecta a nosotros, pero si está de alguna forma relacionada con la gloria de Cristo, ¿puede algún corazón leal considerarla como «no esencial»?
Así, podemos estar seguros de que todo en la Biblia es esencial — esencial para la gloria de Cristo y para la integridad de la revelación de Dios, y si intentamos prescindir de ninguna de sus partes, seremos por ello mismo perdedores.
¿Aconsejaría Usted a Un Inconverso Que Proceda a Leer La Biblia?
Desde luego, porque sus palabras son palabras de vida. No quiero decir con esto que los hombres puedan salvarse por la lectura de la Biblia. Uno puede haberse leído la Biblia entera y poder repetirla de memoria capítulo por capítulo, y sin embargo no ser salvo.
Pero hay incontables ejemplos conocidos de almas a las que les ha llegado la voz de Dios con poder vivificador a través de las páginas de las Escrituras. El Espíritu Santo aplica algún pasaje a la conciencia, y es así el medio de despertamiento y bendición. Incluso ha habido incrédulos que, estudiando la Biblia con el deseo de encontrar fallos en ella, han sido despertados y llevados a Cristo por lo que han encontrado en ella; ha habido paganos, en lugares donde nunca se ha oído la voz del predicador, que han obtenido copias de la Palabra de Dios, y que han encontrado vida y bendición en Cristo por medio de ella.
¿Está Usted En Favor De Enseñar La Biblia a Los Niños?
Totalmente. Los padres cristianos descuidan un deber de la mayor importancia si no emprenden saturar las mentes de sus pequeños con las verdades de la Palabra de Dios. Es cierto que para que estas verdades tengan efecto ha de haber una obra del Espíritu Santo en el alma; pero si la mente está saturada con las Escrituras desde la juventud, hay material que el Espíritu Santo puede usar en cualquier ocasión posterior. ¡Cuántos hay que, durante la madurez, han recordado algún pasaje de las Escrituras que habían aprendido en su niñez, y este pasaje ha hecho una impresión tan poderosa sobre sus almas que ha resultado en su conversión! De modo que incluso si hemos de esperar muchos días, o años, para que la semilla brote, es bueno sembrarla en las mentes de nuestros niños. Podemos estar seguros de que si no impregnamos sus mentes con la enseñanza del Libro de Dios, Satanás estará bien listo para aprovecharse de ello y plantar allí sus malos pensamientos. Así, por todos los medios, enseñad a vuestros hijos, y que reciban la enseñanza de las verdades de la santa Palabra de Dios.

Número 11

La Oración
Preguntas por S. W. Royes;
Respuestas por H. P. Barker
¿Hay Alguna Razón Especial Por La Que
Usted Haya Escogido El Tema De La Oración
Inmediatamente Después De Nuestro Diálogo
Sobre Las Sagradas Escrituras?
Sí. En la vida espiritual del creyente, ambas cosas  —  la Palabra de Dios y la oración  —  tienen que ir de la mano, o el resultado será el naufragio. En Lucas 10:39 encontramos a María sentada a los pies de Jesús, escuchando Su palabra. Es elogiada por la buena parte que escogió, y aprendemos de su caso cuán bueno es desear conocer la palabra del Señor. Pero inmediatamente después de esto se narra un incidente por el que aprendemos la importancia de la oración; y vemos por la estrecha relación en que se ponen ambas escenas en la página sagrada la íntima relación que tienen ambas cosas: la Palabra de Dios y la oración.
Para mantener un fuego encendido, se precisa de una constante aportación de combustible y de aire. Privado de cualquiera de ambas cosas, el fuego se apagaría. Del mismo modo, se precisa de dos cosas si se quiere mantener ardiendo el fuego del gozo y de la comunión en el alma del creyente — una constante aplicación de la Palabra a su corazón, y el constante ejercicio de la oración.
¿a Quién Se Debería Dirigir La Oración?
A Dios, y solo a Dios. En ninguna parte de las Escrituras encontramos ni una insinuación de ninguna oración dirigida a la virgen María ni a los santos. Parece insólito que en nuestra época tengamos que insistir en esto, y volver a luchar en esta cuestión la batalla de la Reforma. Sin embargo, es penoso observar que la práctica de invocar a los muertos se está volviendo más y más frecuente en círculos que habían sido claramente protestantes. De este modo se hurta a Dios del honor que le pertenece a Él solo; se exalta a las criaturas a expensas del Creador; se rinde culto a difuntos, hombres y mujeres, y se les invoca a ellos en lugar de al Dios viviente.
Naturalmente, cuando se dice que Dios es el Único a quien deberíamos dirigir nuestras oraciones, no niego ni por un momento que debamos orar al Señor Jesús. Él es Dios, igual con el Padre, y le pertenece el mismo honor (Juan 5:23). Encontramos a Esteban orando al Señor Jesús, que reciba su espíritu. Pablo también oró al Señor Jesús respecto a su aguijón en la carne.
No podemos definir con ninguna receta especial las ocasiones en las que la oración se debería dirigir al Padre, y cuándo al Hijo. Por lo general, nos dirigimos a nuestro Dios y Padre con referencia a nuestras necesidades como Sus hijos aquí en la tierra; nos dirigimos al Señor Jesús en relación con Su servicio en el que en Su gracia nos ha permitido dedicarnos.
Solo queda decir que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la bendita Trinidad, nunca es presentado como objeto ni de oración ni de alabanza. Él está en la tierra habitando en nosotros, para generar, no para recibir, nuestras oraciones y alabanzas.
¿Ha Prometido Dios Darnos Siempre Aquello Que Pedimos?
Él es un Gobernante demasiado sabio y un Padre demasiado amante para hacer tal cosa. ¿Qué padre terrenal concedería cualquier deseo insensato que su hijo pudiera presentarle? Hay muchas y preciosas promesas, que resplandecen en las páginas de las Escrituras, que dan seguridad al creyente de que su oración será oída, bajo ciertas condiciones. Pero tanto si Dios, en Su amor y sabiduría, considera oportuno conceder alguna petición en concreto o no, hay algo con lo que siempre podemos contar. Pasemos a Filipenses 4:67 y veréis lo que quiero decir. Dios se compromete a que en cada caso Su paz misma guardará nuestros corazones y nuestras mentes en Cristo Jesús. Puede ser que el infinito amor nos niegue aquello que pedimos, pero este beneficio, la guarda de nuestros corazones en la serena atmósfera de la propia paz de Dios, nunca será negado a aquel que lleva sus peticiones delante de Él.
¿Qué Condiciones Aseguran Que La Oración Reciba Respuesta?
Consultemos las Escrituras para ello. Primero veamos el Salmo 66:18. «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado.» Si queremos obtener respuesta a nuestras oraciones, tenemos que estar a bien con Dios en secreto. Nuestra vida privada se tiene que corresponder con nuestra profesión pública. El pecado oculto, como una serpiente en el seno, quita toda vitalidad a la oración. Una mala conciencia es un verdadero obstáculo para que se concedan nuestras peticiones. Dios no derramará Sus bendiciones en vasos sucios. De modo que la primera condición para la oración que prevalece es una buena conciencia.
Ahora leamos Santiago 4:3. «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.» Aquí aprendemos que los que piden algo a Dios con motivos egoístas se quedarán totalmente decepcionados. Dios no colaborará en la propia gratificación. Las oraciones que se registran en las Escrituras, y que recibieron unas respuestas tan maravillosas, fueron oraciones en favor de otros, u oraciones que tenían en vista la gloria de Dios en relación con aquellos que las pronunciaron. Así, una segunda condición es que haya un motivo limpio.
Luego veamos Santiago 1:67. «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.» Así, es necesaria una confianza inamovible si queremos obtener respuesta a nuestras oraciones. Dudar es deshonrar a Dios, y asestar un golpe de muerte a nuestras propias peticiones.
Examinemos ahora 1 Juan 3:22. «Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él.» Así, otra condición es que haya obediencia por nuestra parte. No se nos deja sin saber qué cosas agradan al Señor. Pero no es suficiente con saberlas. Tenemos que hacerlas si deseamos recibir de Él aquellas cosas que pedimos.
Volvamos de nuevo a Juan 16:23. «Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.» Aquí tenemos una quinta condición. Si la oración es en nombre de Cristo recibirá respuesta. ¿Qué significa orar en Su nombre? Desde luego, no significa orar acerca de cualquier cosa que nos plazca, y luego terminar diciendo: «Todo esto te lo pedimos en el nombre y por causa de nuestro Señor Jesucristo». Significa que aquello que pedimos debe ser algo a lo que el nombre de Cristo pueda ir verdaderamente unido, algo que Él pediría si estuviera en nuestras circunstancias. Esto demanda discernimiento espiritual, que solo puede adquirirse andando cerca del Señor. De modo que pedir cualquier cosa en Su nombre implica que estamos en estrecha comunión con Él.
Ya Que Dios Conoce Todas Nuestras Necesidades, ¿Por Qué Deberíamos Orar a Él Acerca De Las Mismas?
Desde luego, es suficiente con saber que Dios quiere que oremos. Se podrían citar docenas de pasajes de las Escrituras que exponen que la oración es aceptable para Dios. Nadie se imagina que oramos para informar a Dios de lo que Él no sabe. Tampoco oramos para asegurarnos Su interés en nosotros o Su amor. El santo que ora con inteligencia se da cuenta de que está hablando con Aquel que conoce cada una de sus necesidades mucho mejor que él mismo, que tiene un interés sin límites en todo lo que se refiere a Su pueblo, y cuyo amor no podría ser más grande de lo que es. El objeto de la oración es que se pueda expresar nuestra dependencia de Dios, y que nuestras almas puedan entrar en contacto con Él acerca de aquello por lo que oramos; que al esperar en Él aprendamos Su mente; que se dé expresión a los deseos que el Espíritu Santo ha originado en nosotros, y que cuando la respuesta llegue, seamos conscientes de que es ciertamente de parte de Dios que viene.
¿Deberíamos Orar Más De Una Vez Por Cualquier Cosa?
No se puede establecer ninguna norma concreta respecto a algo así. En algunos casos se nos hace sentir que nuestra petición, por alguna sabia razón, no nos será concedida, y nos sentimos sin libertad para seguir pidiendo. Casos como este pueden ser infrecuentes, pero desde luego se dan. A Moisés, cuando oró que le fuera permitido entrar en Canaán, se le prohibió repetir su petición (Dt. 3:26).
Por otra parte, a veces, cuando pedimos al Señor algo especial, viene sobre uno una sensación abrumadora de que ha sido oído, y de que la petición está concedida, y se tiene la sensación de que volver a pedir sería una presunción.
Pero estos son casos excepcionales, y, en general, el Señor querría que persistamos en oración por aquello que está en nuestros corazones. A menudo nos mantiene esperando durante meses, e incluso durante años, antes de dar una respuesta, con el fin de poner a prueba la realidad de nuestro deseo, y de probar nuestra fe. Él quiere que seamos importunos acerca de lo que queremos de Él, y así mostrar que somos serios acerca de aquello. Esta es la lección que se nos comunica en la parábola del anfitrión de un viajero, que pidió pan a un amigo suyo a medianoche (Lucas 11). Fue oído por su importunidad. Otra parábola — la de la viuda que había sufrido una injusticia (Lucas 18) — refuerza esta misma verdad, de la necesidad de orar siempre, y no desmayar.
No se trata de que Dios sea un Dador difícil y mal dispuesto, sino de que la importunidad es una prueba de seriedad y de fe.
¿Es Deseable Apartar Momentos Concretos Para La Oración Privada?
Desde luego que así es para la gran mayoría de los cristianos. Todo lo que se deja para momentos ocasionales queda a menudo relegado del todo, y estoy convencido de que la falta de una programación regular es la razón de que haya tan poca oración entre nosotros. Los santos de la antigüedad tenían horas programadas. «Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y Él oirá mi voz» (Salmo 55:17).
También Daniel cultivó este mismo hábito, y nada podía impedirle de arrodillarse en su estancia tres veces al día, para orar y dar gracias delante de su Dios (Daniel 6:10). ¡Qué pena que permitamos que cosas triviales nos priven de nuestro tiempo para la oración!
Decid que se trata de una práctica «legalista», si queréis, ¡pero me gustaría ver mucha más de esta clase de legalidad! Recomiendo a cada joven creyente, con toda intensidad, la costumbre de reservar una cierta hora cada día para tener una relación a solas con Dios. El mejor momento es por la mañana temprano, e inmediatamente antes de retirarse por la noche.
Pero además de reservar momentos regulares para la oración, y de los que no deberíamos dejar que nada ni nadie nos privase, deberíamos tratar de estar siempre en un espíritu de oración y dependencia, listos en cualquier momento para volvernos al Señor acerca de cualquier dificultad, o en cualquier emergencia. En Nehemías tenemos un maravilloso ejemplo de esto. Él era el copero del rey, y mientras estaba cumpliendo sus deberes, su real señor le hizo de repente una pregunta que él se sintió totalmente incapaz de contestar sin consultar con el Señor. Precisaba urgentemente de la dirección divina, pero la pregunta del rey tenía que ser contestada de inmediato. Nehemías pudo dirigirse al Señor en oración. «Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey» (Nehemías 2:45). ¡Ojalá estuviéramos siempre tan cerca del Señor que pudiéramos consultarle y buscar sabiduría y dirección de Su parte con tanta presteza como pudo hacerlo Nehemías!
¿Recomendaría Usted Alguna Forma Especial De Oración?
No. El Espíritu Santo está aquí para generar nuestros pensamientos y deseos en la línea de la voluntad de Dios, y Él pone en nuestros corazones los asuntos adecuados para la oración, y nos capacita para presentarlos delante del Señor. Así, se nos exhorta a orar «en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu», y a orar «en el Espíritu Santo» (Efesios 6:18, Judas 20).
Es cierto que, si somos dejados a nosotros mismos, «qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos», pero en el Espíritu Santo tenemos al mejor de los maestros, y podemos dejarle a Él, seguros, el controlarnos y dirigirnos en nuestras oraciones
¿Cree Usted En Hacer Largas Oraciones?
Sí, siempre y cuando sean pronunciadas en privado y broten del corazón. No podemos estar demasiado tiempo de rodillas en secreto. En una ocasión, el Señor Jesús estuvo toda una noche en oración; pero el mero hecho de que alguien esté largo tiempo en oración no asegura que vaya a ser oído. A nadie se le oye por mucho hablar. La sinceridad y una profunda reverencia deberían acompañarnos al dirigirnos a Dios.
Pero me imagino que su pregunta se refiere a las oraciones públicas. Si consideramos las oraciones registradas en la Biblia, encontraremos que la más larga de ellas — la pronunciada por Salomón en la dedicación del templo — tomó menos de diez minutos, incluso en el caso de que se pronuncie lenta y reverentemente. Se ha dicho con razón que cuando uno quiere algo de verdad, podrá comunicar su petición con pocas palabras. Es cuando alguien no tiene nada que pedir en particular que la oración toma veinte o veinticinco minutos.
El Señor Jesús Era Omnipotente, Y Era El Creador De Todas Las Cosas. ¿Por Qué Tenía Él Ninguna Necesidad De Orar?
Es cierto que el Señor Jesús era todo lo que usted dice. Él era «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos». Pero Él descendió a la tierra para recorrer la senda de un Hombre dependiente, y todo aquello que Dios buscaba en un hombre fue hallado en Él en toda perfección. Obediencia, verdad, justicia, confianza, dependencia — todas estas cosas se vieron en Cristo. Y fue como Hombre, en el humilde camino al que Su gracia le había traído, que le encontramos una y otra vez en oración. En todo esto Él nos ha dejado un brillante ejemplo. ¡Que sigamos fielmente en Sus pasos! En el Evangelio de Lucas, donde vemos a nuestro Señor de una manera especial como Hombre, creo que lo encontramos siete veces en oración.

Número 12

La Segunda Venida Del Señor
Preguntas por S. W. Royes;
Respuestas por H. P. Barker
Es bueno que nos recordemos unos a otros que la Biblia nos presenta no teorías u opiniones, sino realidades. Y si alguien fuera a preguntarme: «¿Cuáles son los hechos principales relacionados con el cristianismo?», le contestaría que tres de los hechos más asombrosos son estos:
(1) El trono de la Deidad está ocupado por un Hombre.
(2) Dios el Espíritu Santo es un Residente en este planeta.
(3) El Señor Jesucristo tiene un tesoro peculiar en el mundo, y está a punto de acudir personalmente para transferir este tesoro de la tierra al cielo.
Es acerca del último de estos tres hechos que vamos a ocuparnos ahora. Es un hecho que Jesús ha de volver, tan verdadero como que estuvo ya aquí durante treinta y tres años, y que murió en la cruz.
Antes de comenzar nuestras preguntas, os pediré que abráis la Biblia y leáis tres notables pasajes en los que la segunda venida del Señor es mencionada como un hecho, primero por un apóstol, luego por un ángel, y en tercer lugar por el Señor mismo.
Pasemos primero a 1 Tesalonicenses 4:15-17.
«Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta LA VENIDA DEL Señor, no precederemos a los que durmieron.
«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.
«Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.»
Ahora examinemos Hechos 1:11, donde tenemos un testimonio angélico de la misma verdad:
«Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.»
El tercer pasaje que os pido que leáis es Juan 14:3, donde el Señor mismo, mientras estaba todavía en la tierra, promete de forma clara que volverá con el propósito de recibir a Su pueblo en la casa de Su Padre.
«Y si me fuere y os preparare lugar, VENDRÉ OTRA VEZ, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.»
Estos tres pasajes son suficientes para exponer la verdad de que la segunda venida del Señor es una parte integral de la doctrina cristiana. Pero, recordemos, no es una mera doctrina, es un hecho; y es como hecho que la consideraremos.
Cuando Habla De La Venida Del Señor, ¿Se Refiere Usted a La Muerte?
Desde luego que no. Nadie que lea con cuidado estos tres pasajes que he citado podría caer en el error de confundir entre ambas cosas. Cuando un creyente muere, ¿acaso el Señor desciende con aclamación? ¿Acaso viene tal como le vieron ir? ¿Se llama de sus sepulcros a los santos que durmieron, y se los convoca a encontrarse con el Señor en el aire? No, no sucede nada de esto.
Dejad que os muestre, mediante una sencilla ilustración, lo que es la muerte para el cristiano.
Un señor entra en una de las estaciones rurales de tren y pide un billete de primera clase a Kingston. Quedan veinte minutos para que llegue el tren, y él se dirige a la cómoda sala de espera de primera clase, y se sienta. Mientras está allí, entra otro hombre en la estación. A juzgar por su apariencia, es un obrero, y no muy abundante en bienes de este mundo. También él se dirige a Kingston, y pide un billete de tercera clase. Lo mismo que el primer llegado, tiene que esperar a que venga el tren, pero no puede usar la sala de espera de primera clase. Se tiene que contentar con la sala de tercera clase, incómoda y atestada, y con corrientes de aire.
Pero observemos esto, el hombre de primera clase y el de tercera están ambos esperando el mismo tren.
Del mismo modo, hay dos clases de creyentes que se dirigen a la gloria, y que están esperando la venida del Señor para llevarlos allí. Estamos los que todavía vivimos, esperando en esta desolada e incómoda sala de tercera clase que es este mundo, rodeados de pruebas, sometidos a tentaciones y acosados por el pecado. Hay otros que, por así decirlo, han pasado a la sala de espera de primera clase. Reposan en una escena de paz sin nubes, sin pecado, ni cuidados ni tristeza que estorben su dicha. Están «con Cristo», pero sus cuerpos están en el sepulcro. Todavía no han entrado en la plenitud de la vida de resurrección. Siguen esperando  —  esperando aquello mismo que esperamos nosotros, es decir, la venida del Señor.
Para el cristiano, por tanto, la muerte, lejos de ser el cumplimiento de su esperanza, es meramente un siervo que lo introduce en la sala de espera de primera clase, donde estará «ausentes del cuerpo, presentes al Señor» hasta el día en que regrese Jesús.
¿Acaso El Cristiano No Experimenta a Menudo La Venida De Cristo a Su Corazón?
Sí, sin duda alguna; pero esto no es lo que estamos tratando ahora.
Recuerdo una ocasión en que hablaba con una anciana acerca de la venida del Señor. Mientras hablaba, su rostro se iluminó de gozo, y poniendo la mano sobre el corazón, exclamó: «¡Oh, Él acude a menudo! Apenas si pasa un día sin que Él venga».
Esta querida anciana tenía razón. Desde luego, Jesús acude a los corazones de Su pueblo de una manera espiritual. Pero esto es algo muy diferente de la venida de la que hemos leído juntos.
Si pasamos a Juan 14, veréis dos cosas. Leamos el versículo 23: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él».
Contrastemos esto con lo que ya hemos leído en el versículo 3 del mismo capítulo. El versículo 23 se refiere a una venida espiritual de Cristo y del Padre a nosotros; el versículo 3 se refiere a la venida futura, personal, real de Cristo a por nosotros. Lo primero es lo que podemos gozar a diario; lo segundo es lo que todavía esperamos.
Cuando El Señor Venga, ¿Tendrá Lugar El Fin Del Mundo?
No, en absoluto. La Escritura está llena de promesas y de profecías que demuestran que el mundo ha de llegar a ser una escena de maravillosa bendición bajo el reinado de Cristo durante mil años. Los hombres martillarán sus espadas para azadones y vivirán en armonía. El Israel restaurado será el centro desde el que irradiará la bendición hasta lo último de la tierra (Isaías 2:3). Incluso la creación animal compartirá el gozo de esta edad — el león yacerá con el cordero. Satanás será atado, y reinará la justicia. Todo esto tiene lugar después que el Señor venga, de modo que el fin del mundo será al menos mil años después de ello. La venida del Señor es el suceso que introduce un largo curso de acontecimientos. Con Su venida va a tomar los reinos de la tierra, y reinará con Sus santos y ostentará Sus derechos en el lugar donde fue rechazado. Pero antes que Él venga con este propósito, acudirá para tomar posesión de lo que ya es Suyo — Su peculiar tesoro, Su perla de gran precio — la Iglesia que Él adquirió con Su sangre.
Con ella volverá el Señor como el Heredero legítimo para someter la tierra y reinar en paz y con justicia, de modo que habrá un largo período de tiempo entre Su venida y el fin del mundo.
¿Qué Sucederá Cuando Jesús Venga?
Si leéis cuidadosamente aquellos versículos de 1 Tesalonicenses otra vez, y los comparáis con 1 Corintios 15:51-52, encontraréis una respuesta muy clara a esta pregunta. Los santos vivientes serán transformados, los que duermen serán levantados, y todos juntos serán arrebatados para reunirse con el Señor en el aire. Los que no sean de Cristo, muertos o vivos, quedarán atrás.
Sabéis lo que es un imán, ¿verdad? Supongamos que sobre esta mesa tuviéramos una mezcla de limaduras de acero y de briznas de paja. Acerco el imán más y más a la mesa. ¿Qué sucede? De repente, todas las limaduras de acero ascienden volando y se pegan al imán. ¿Y qué pasa con las briznas de paja? Se quedan inmóviles sobre la mesa.
Esto es precisamente lo que sucederá cuando venga el Señor. Él ha llegado a ser desde luego un imán para nuestros corazones, cautivándolos y atrayéndolos. Cuando Él venga, aquellos con los que Él tenga una relación — las limaduras de acero, los verdaderos creyentes — serán recogidos con Su poder a Él en el aire. ¿Y qué de aquellos que no le conocen — la paja? Serán por un tiempo dejados a sí mismos, pero su carrera pronto acabará: «Quemará la paja en fuego que nunca se apagará» (Mateo 3:12).
¿No Habrá Posibilidad De Salvación Para Los Que Queden Atrás?
No para aquellos que hayan oído el evangelio y lo hayan rechazado. Serán judicialmente cegados y endurecidos. Dejemos que la Escritura se pronuncie acerca de esto. Leamos las solemnes palabras de 2 Tesalonicenses 2:10-12: «No recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia».
La puerta de misericordia, ahora abierta de par en par, quedará entonces irremediablemente cerrada. «Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, Él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de Mí todos vosotros, hacedores de maldad» (Lucas 13:25-27).
Estas palabras terriblemente solemnes responden a su pregunta de forma clara y decisiva. No, no habrá salvación para aquellos que la rechacen ahora.
¿Puede Usted Clarificar Más La Distinción Entre La Venida Del Señor a Por Su Pueblo Y Su Posterior Venida Con Ellos?
Un amigo mío me llevó una vez de paseo por Newcastle-on-Tyne. «¿Ve usted aquella colina allá?», me preguntó, señalando una considerable altura al otro lado del río.
«Sí», contesté. «¿Hay algo interesante?»
«Se llama la Colina del Alcaide», dijo, «y por esta razón. Hace mucho tiempo, cuando llegaban los jueces de circuito de Durham para celebrar juicios en Newcastle, los alcaides de la ciudad solían ir hasta aquella colina a su encuentro. Después de recibirlos allí, acompañaban a los jueces de vuelta a la ciudad para comenzar los juicios.
Ahora bien, esto será quizá de ayuda para clarificar la distinción entre la venida del Señor a por Su pueblo y Su posterior venida con ellos. Tenemos ambas cosas en las Escrituras. Primero, «vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo». Esta es Su venida a por nosotros. Luego, en Judas 14-15, «He aquí, vino el Señor con Sus santas decenas de millares, para hacer juicio». Él viene para celebrar el juicio, por así decirlo, para visitar a los impíos con Su desagrado, cuando «limpiará Su era». En esto Él estará acompañado por Sus santos, como los jueces que venían de Durham a Newcastle iban acompañados de los alcaides de esta ciudad. Pero, para que pueda ser así, Su pueblo será llamado de la tierra para recibirlo en el aire. Entonces volverán con Él cuando Él venga con poder para conquistar. Véase Apocalipsis 19:11-14. Es este último acontecimiento el que se menciona una y otra vez en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se designa frecuentemente como Su manifestación, o Su venida en gloria, en contraste con Su venida a por su pueblo solamente.
¿Qué Sucederá Entre La Venida Del Señor a Por Su Iglesia Y Su Manifestación Con Poder?
Me tomaría mucho tiempo poder dar siquiera un bosquejo del curso de acontecimientos que se indican en las escrituras proféticas para este intervalo de tiempo. No podemos siquiera citar los pasajes que hablan de los mismos. Pero puedo decir de manera resumida que un cuidadoso estudio de las Escrituras nos lleva a creer que tan pronto como la Iglesia sea arrebatada al cielo, la maldad aumentará en el mundo a pasos agigantados, y culminará con el «hombre de pecado», que, bajo la influencia directa de Satanás, encabezará una terrible apostasía. Dios estará mientras tanto obrando en y por medio de algunos de Su antiguo pueblo, los judíos, reuniéndolos de nuevo en la tierra de sus antepasados, y preparándolos, en medio de unos sufrimientos insólitos, para que lleguen a ser un medio de bendición para todo el mundo. Al mismo tiempo tendrán lugar destacados acontecimientos en la esfera política. El Imperio Romano, reavivado en forma de diez reinos confederados, dará su apoyo a su cabeza, la «bestia», que está estrechamente aliado con el «anticristo» u «hombre de pecado». La Cristiandad corrompida será al principio la influencia dirigente, pero la incredulidad conseguirá el predominio, y la iglesia apóstata, escupida de la boca de Cristo, caerá como presa miserable de los poderes del mundo, cuyos favores tanto tiempo buscó.
Luego, después que hayan caído muchos duros golpes de la vara de Dios sobre la tierra, Cristo aparecerá de repente, con Sus santos, trayendo una repentina destrucción sobre el inicuo (el anticristo) y sus asociados. Pero, a fin de poder seguir todos estos aspectos en las Escrituras, es necesario un estudio de todo el ámbito de la profecía, y esto rebasa los límites del tema que nos ocupa.
¿Se Puede Fijar Alguna Fecha Para La Venida Del Señor?
En Marcos 13:35 se nos manda velar, porque se desconoce la hora de Su venida. ¿Cómo podría nadie velar para la venida del Señor, si se supiera que Él no iba a llegar hasta una fecha determinada? La exhortación a velar implica claramente la incertidumbre respecto al tiempo.
Sé muy bien que se han realizado muchos intentos de fijar fechas para el regreso del Señor. El único resultado de tales intentos es causar descrédito sobre «aquella esperanza bienaventurada», y llevar a que quede asociada en las mentes de la gente con insensatez y fanatismo.
Ha surgido mucha confusión debido a que muchos han dejado de ver que el tiempo actual es un intervalo en la línea de los tratos de Dios con los hombres. Cuando Cristo fue entregado a la muerte por los judíos, Dios suspendió Sus tratos con ellos como nación. Desde aquel momento Él ha estado ocupado en salvar por Su gracia a aquellos que constituyen la Iglesia. Cuando la Iglesia quede completada, el Señor vendrá y la tomará de la tierra. Entonces Dios reanudará el hilo, por así decirlo, que ha interrumpido; y entonces volverá a empezar la historia de Su pueblo terrenal, y de nuevo tendrán su puesto las fechas, los tiempos y las sazones. Pero no hay fechas algunas conectadas con el actual intervalo. En cualquier momento podemos oír la llamada al hogar. ¡Qué dulce para los que están preparados! ¡Amado hermano creyente, piensa en esto! ¡Otro momento, y puede que oigas la voz del Amado de tu alma! ¡Otro momento, y puedes sentir el abrazo de aquellos brazos eternos! ¡Otro momento, y puede que estés en el hogar — tu hogar porque es Su hogar; y tú eres Suyo, y tuyo es Él!
Aparte De Velar, ¿Tenemos Algo Que Hacer Con Vistas a La Venida Del Señor?
Sí. Tenemos que salir a Su encuentro (Mateo 25:6). Salir de todo aquello con lo que no nos gustaría que Él nos encontrase mezclados; salir de la comodidad y de la pereza; salir de los hábitos pecaminosos; salir de asociaciones que no sean santas.
Luego se nos manda que negociemos hasta que Él venga (Lucas 19:13). Debemos dedicarnos a Sus intereses durante Su ausencia, concentrados en Su servicio.
Si leéis el Nuevo Testamento, quedaréis sorprendidos al encontrar cuántas veces el pensamiento del regreso del Señor se expone de una manera práctica, para reforzar varias exhortaciones. Abrigar esta bienaventurada esperanza y vivir en la expectativa diaria del regreso del Señor comporta ser un cristiano muy práctico. «Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro» (1 Juan 3.3).
Que sea nuestra porción, queridos hermanos cristianos, no solo que «vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente», sino que nos mantengamos aguardando «la esperanza bienaventurada» y también aquello que ha de seguir, «la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:12-13).