Primera Corintios

Table of Contents

1. La primera epístola del Apóstol Pablo a los corintios
2. Capítulo 1
3. Capítulo 2
4. Capítulo 3
5. Capítulo 4
6. Capítulo 5
7. Capítulo 6
8. Capítulo 7
9. Capítulo 8
10. Capítulo 9
11. Capítulo 10
12. Capítulo 11
13. Capítulos 12 y 13
14. Capítulos 14 y 15
15. Capítulo 16

La primera epístola del Apóstol Pablo a los corintios

VERDADES BIBLICAS
Apartado 1469 Casilla 1360
Lima 100, Peru Cochabamba, Bolivia
P.O. Box 649
Addison, Illinois 60101 EE. UU.
Printed in U.S.A.
1987

Capítulo 1

"Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes el hermano" (v. 1). La voluntad del Dios bendito es el origen de toda nuestra bendición. Según el beneplácito de esa voluntad Dios escogió a Saulo de Tarso, el peor enemigo de Cristo y de sus redimidos, para que fuese hecho Apóstol a los gentiles (véase Hechos 7:58 a 8: 3; 9 :116; 22:1-22; 26:1-23). Pablo fue hecho Apóstol por llamamiento directo del Señor, y no tuvo necesidad de educarse en un seminario religioso para predicar a Cristo crucificado, única esperanza del pecador, sea judío o gentil; tampoco los pescadores Pedro y Juan, ni el cobrador de tributos Mateo, ni los demás apóstoles. A ellos les fue suministrada la verdad por el Espíritu Santo (véase Juan 14:26; 15: 26, 27; 16:13-15; 2ª Co. 1:21, 22; 1ª de Juan 2:20, 27). Pablo escribió a los gálatas: "Pablo, apóstol (no de los hombres ni por hombre, mas por Jesucristo, y por Dios el Padre, que Lo resucitó de los muertos)" (Gálatas 1:1), con lo que confirmó la fuente divina de su conocimiento y de lo revelado en sus escritos.
¿Quién era "Sóstenes el hermano"? Era de la misma Corinto, o sea un miembro de la iglesia cristiana en esa ciudad. Al escribir Pablo su primera carta tan seria y acertada a dicha iglesia, asoció consigo a Sóstenes para que todas las cosas escritas fuesen el testimonio corroborado de dos testigos, ("En la boca de dos o de tres testigos consistirá todo negocio" — Co. 13:1). Era muy apropiado que el segundo testigo fuese de la asamblea corintia y, providencialmente, Dios lo tuvo presente en Éfeso con Pablo cuando escribió a sus amados corintios (comp. 1ª Co. 16: 8).
"A la iglesia de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, llamados santos, y a todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar, Señor de ellos y nuestro" (v. 2). Fijémonos bien en estas palabras: "y a todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar [...] " Esta carta tan importante del Apóstol Pablo no fue intentada por el Espíritu Santo solamente para la instrucción espiritual de la iglesia de Dios en Corinto, sino para todos los que se llaman "cristianos" en cualquier lugar sobre la redondez de la tierra. Para confirmación amplia de este hecho, leamos lo que Pablo escribió más adelante : "de la manera que enseñó en todas partes en todas las iglesias" (1ª Co. 4:17) ; "y así enseño en todas las iglesias" (7:17) ; "si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios" (11:16) ; "si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor" (14:37). Debe, pues, quedar establecido que todo el que se llama cristiano reconozca que lo escrito por Pablo, Apóstol de Jesucristo, se dirige a él personalmente, no importa dónde viva en el mundo, tampoco en cuál época. La instrucción dada por Pablo estará en vigor "hasta que venga" el Señor (comp. 1ª Co. 11:26), ¿verdad?
Dios ve a Su pueblo de llamamiento celestial (véase Ef. 2:6 y Hebreos 3:1) como "santificados en Cristo Jesús," quiere decir, "apartados del mundo inconverso sumergido en maldad." Si Dios nos ve de esta manera tan bendita, ¿hemos de andar de manera mundana? ¡No! pues somos "llamados santos," es decir, "santos por llamamiento," (como Pablo fue Apóstol por llamamiento). ¿Qué sería ver a un ángel de Dios disfrutando de las "comodidades temporales de pecado" (Heb. 1: 25) en este mundo? ¿Qué de nosotros, los santos de Dios por llamamiento celestial, para quienes es la promesa de "una herencia incorruptible ... reservada en los cielos"? (1ª Pedro 1:4).
"A todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar, Señor de ellos y nuestro." Pablo agregó: "de ellos y nuestro." No todos los que invocan el nombre del Señor son salvados de sus pecados; algunos han hecho una profesión de fe, de labios, no de corazón; sin embargo, Cristo es "Señor de todos" (Hch. 10:36), no sólo de los que son Suyos en verdad, sino de todos. Dios Le ha "dado la potestad de toda carne" (Juan 17:2). "No todo el que Me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos Me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre lanzamos demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de Mí, obradores de maldad" (Mt. 7:21-23).
"Gracia y paz de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (v. 3). De esta manera Pablo saludó a todas las iglesias, aun las que estaban (como la de Corinto) en malas condiciones espiritualmente. "Dios es amor." El Padre y el Hijo quieren mostrar la gracia e impartir la paz a todos los creyentes por dondequiera. "La gracia y la paz" forman el ambiente (por decirlo así) en el cual los cristianos verdaderos viven y se mueven. Y esto hace que el pecado sea aún más aborrecido, ¿verdad?
"Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os es dada en Cristo Jesús" (v. 4). Pablo expresó su gratitud a Dios por ellos, pero atribuyó todo lo bueno que había en y entre ellos a "la gracia de Dios" dada a ellos, y esa exclusivamente "en Cristo Jesús." Más adelante Pablo tuvo que preguntarles: "¿qué tienes que no hayas recibido?" (4:7).
"Que en todas las cosas sois enriquecidos en Él, en toda lengua y en toda ciencia; así como el testimonio de Cristo ha sido confirmado en vosotros; de tal manera que nada os falte en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo" (vss. 5-8). Antes de censurar a los corintios por su carnalidad, jactancia, indiferencia, inmoralidad, pleitos, mal proceder en la asamblea, doctrina falsa, etc., el Apóstol empezó su epístola haciendo resaltar todo cuanto pudo reconocer como la bendición de Dios derramada sobre ellos, de igual manera como el Señor Jesús encomendó todo cuanto vio como santo en las iglesias de Asia (comp. Apocalipsis caps. 2 y 3) antes de reprenderlas por sus faltas. Había muchos dones espirituales entre los corintios, pero, como otro ha observado tiempo ha, "el don no es la piedad." Un hombre puede ser muy dotado, pero no ser piadoso.
Ante los corintios, entonces, el Apóstol puso, como meta, "la manifestación de nuestro Señor Jesucristo." No la confundamos con "la venida de nuestro Señor Jesucristo" (2ª Ts. 2:1 y Stg. 5:8). "La manifestación de nuestro Señor Jesucristo" será cuando Él viniere con todas sus huestes celestiales (incluso los ángeles y los redimidos anteriormente arrebatados del mundo al cielo en la venida del Señor por los Suyos) para someter a Sí todo el mundo. Las Escrituras que mencionan esa manifestación gloriosa o que son relacionadas a ella, son numerosas, entre ellas las siguientes: Mt. 19:28; 24:27-30; 26:64; Lc. 21:24-27; Hch. 1:11; 3:20, 21; Ro. 16:20 y Ap. 20:1-3; Col. 3:4; 1ª Ts. 3:13; 2ª Ts. 1:7-10; 2:8; 1ª Ti. 6:14; Jud. 14, 15; Ap. 1:7; 3:3; 19:11-21. En el Antiguo Testamento, compárense Sal. 2:8-9; Sal. 72; Dn. 7:13-14, 27.
"La venida de nuestro Señor Jesucristo" será cuando Él viniere, Él solo, para recoger, o arrebatar, del mundo para el cielo a todos Sus redimidos; se cumplirá así la promesa que Él dio a Sus discípulos, cuando estuvo aquí : "en la casa de Mi Padre muchas moradas hay; de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si Me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:2-3). En ésta Su venida para recoger a los Suyos, el Señor no llegará hasta la tierra, mucho menos se quedará en el mundo; al contrario, arrebatará a los Suyos del mundo, tanto muertos como vivos, y los llevará a la casa del Padre (¿en la tierra? ¡no! sino) en los cielos. En cuanto a la manera de Su venida, al Apóstol Pablo por revelación fue dado a explicárnosla: "el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel (o voz arcangélica), y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero; luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1ª Ts. 4:16-17). Otras Escrituras que se refieren al mismo evento sin precedentes, o que son relacionadas a eso, son las siguientes: Ro. 8:23; 13:11; 1ª Co. 15:23; Ef. 1:14; Flp. 3:20, 21; 1ª Ts. 1:10; 2:19-20; 5:10; 5:23; 2ª Ts. 2:1; Heb. 10:37; Stg. 5:8; Ap. 2:25; 3:11; 22:20.
Se verá, al meditar sobre las Escrituras, que nuestra responsabilidad se relaciona con la "aparición del Señor." ¿No es un motivo poderoso para un testimonio sin tacha, que hemos de acompañar al mismo Señor en Su manifestación o aparición a todos? Se verá que nuestros privilegios o bendiciones se relacionan con la "venida del Señor" para los Suyos. No es una cuestión aquí del descargo de nuestra responsabilidad, sino del llamamiento soberano del Señor y el cumplimiento de Su promesa fiel: "vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis."
"El cual también os confirmará hasta el fin, sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo" (v. 8). Cuando tenemos tantas faltas, ¿cómo será posible eso? Sólo por la gracia soberana de Dios:
"Fiel es Dios, por el cual sois llamados a la participación de Su Hijo Jesucristo nuestro Señor" (v. 9). Es la fidelidad de Dios, no la nuestra, que llevará a cabo todos los propósitos sublimes de Dios. Somos llamados a la "comunión" (la palabra griega traducida "participación" se traduce "comunión" en 2ª Co. 6:14: "¿qué comunión la luz con las tinieblas?") de Su Hijo Jesucristo, y a nada menos. Concuerda con esto 1ª Ts. 2:12: "Y os protestábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a Su reino y gloria;" y 2ª Ts. 2:13, 14: "Mas nosotros debemos dar siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salud, por la santificación del Espíritu y fe de la verdad, a lo cual os llamó por nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo."
Como introducción, antes de las exhortaciones y reprimendas que iba a dirigir a los corintios (e indirectamente a nosotros también en el Siglo XX), Pablo puso delante de los creyentes todo lo que la fidelidad de Dios, en Su gracia soberana, llevaría a cabo sin fallar en el grado más mínimo, cumpliendo con Sus propósitos eternos y llevando a la gloria—más tarde desplegando en la gloria con Cristo en Su aparición—a todos los escogidos, ya redimidos por la sangre preciosa de Cristo. ¡Aleluya! ¡que Dios Salvador es el nuestro!
"Os ruego pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que hay entre vosotros contiendas; quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo" (vss. 10-12).
El espíritu del sectarismo es una mala hierba del corazón religioso. He aquí en la iglesia primitiva de Corinto—fruto también de los trabajos evangélicos del Apóstol Pablo—brotaba ya esa mala hierba: "yo cierto soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, y yo de Cristo." Ese espíritu partidarista ya producía "contiendas." ¡Qué cosa más triste, y tan deshonroso al "nombre de nuestro Señor Jesucristo," que los propios redimidos de Él se dejen llevar por un espíritu sectario! Se jactan del nombre de una secta más bien que gloriarse en el Señor. El cristiano carnal que dice: "Yo soy de tal y tal secta," no va a experimentar lo que es "el vituperio de Cristo," pero el cristiano que dice: "pertenezco al Señor Jesucristo, y a Él solamente, pues murió por mis pecados," sí tiene que participar del "vituperio de Cristo." El mundo religioso tolera las sectas de cualquier índole, y espera reunir a todas en una ("Babilonia la grande" es como Dios la llama); pero el mundo religioso no reconocerá el nombre de nuestro Señor Jesucristo como el único centro de reunión para el verdadero pueblo de Dios.
Tan malo es el espíritu de sectarismo que el Apóstol, inspirado de Dios, empezó su serie de reprimendas dirigidas a los corintios, no con el gravísimo caso de fornicación, tampoco el de la mala doctrina, sino con una exhortación fuerte en contra del sectarismo: "¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?" (v. 13). Con las primeras cinco palabras que el Señor le habló desde el cielo—"Saulo, ¿por qué Me persigues?" (Hch. 9:4), Pablo comprendió que Cristo en el cielo y Sus miembros, los creyentes aquí abajo en la tierra, eran una sola cosa. Más adelante en esta epístola a los corintios, esta preciosa verdad está expuesta muy claramente: "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu [...] Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte [...] ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré pues los miembros de Cristo, y los haré miembros de una ramera? Lejos sea. ¿O no sabéis que el que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo? porque serán, dice, los dos en una carne. Empero el que se junta con el Señor, un espíritu es" (caps. 12:12, 13, 27; 6:15-17).
No, el Cristo no está dividido a los ojos de Dios, pero ¡ay! los cristianos carnales que han preferido para sí los nombres de sus célebres maestros, los nombres de sus sistemas de doctrina, los nombres de sus patrias terrenales, etc., etc., han dividido en la actualidad la profesión cristiana en el mundo, para deshonra del nombre de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, "el fundamento de Dios está firme" (2ª Ti. 2:19) y—dice el Señor: "donde están dos o tres congregados en (o a) Mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20) ; EL NOMBRE DEL SEÑOR JESUCRISTO permanece como el único centro de reunión reconocido por Dios. Para reconocer ese "nombre que es sobre todo nombre," hay que desconocer, en la práctica tanto como en la doctrina, todos los nombres inferiores e indignos a la luz de la Persona gloriosa de Cristo, nuestro gran Redentor. "¿Fue crucificado Pablo por vosotros?" ¿Fue crucificado Lutero por nosotros, o Calvino, o Wesley, o Menón, o Juan Bautista, o algún presbítero, o episcopal, o metodista, o el país de Inglaterra, o Chile, o el Perú, o el Canadá ...? ¿Qué quiere decir el Señor cuando dice: "tengo contra ti que has dejado tu primer amor"? (Ap. 2:4).
"¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Doy gracias a Dios, que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo, y a Gayo; para que ninguno diga que habéis sido bautizados en mi nombre. Y también la familia de Estéfanas; mas no sé si he bautizado algún otro. Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio" (vss. 13-17). En tiempo antiguo, los israelitas "todos fueron bautizados a Moisés en la nube y en el mar" (1ª Co. 10:2, V.M.), es decir: fueron identificados con Moisés, su líder. De ahí el significado del bautismo en agua: la persona bautizada en agua se identifica con la persona a la cual está bautizada. Cuando Pablo encontró ciertos discípulos en Éfeso y hubo averiguado que no habían recibido el Espíritu Santo, les preguntó: "¿En qué pues sois bautizados?" Y ellos respondieron: "En el bautismo de Juan" (Juan predicó el "bautismo de arrepentimiento" y condujo los judíos arrepentidos fuera del judaísmo). Entonces Pablo les dijo: "Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, es a saber, en Jesús el Cristo. Oído que hubieron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús" (Hch. 19:1-5). Por medio del bautismo cristiano, se identificaron con Cristo como su Señor.
Ahora bien, el Apóstol Pablo no quiso que ningún cristiano fuese identificado con Pablo cual líder de un partido o secta en la iglesia. Por eso bautizó muy pocos del "mucho pueblo" (Hch. 18:10) que habían creído el evangelio en Corinto. Parece que había presentido el peligro del sectarismo que ya se insinuaba como una plaga desbordante. Además, Pablo no fue comisionado por el Señor para que anduviese bautizando la gente, sino para predicar el evangelio de la gracia de Dios, por fe en el cual el creyente es añadido al cuerpo de Cristo como un miembro vivo, unido a Él por el Santo Espíritu. El bautismo en agua no va más allá que las relaciones exteriores, la posición tomada en este mundo por medio de la profesión de Cristo como Señor. Muy a menudo una persona bautizada no es genuina, no es nacida de Dios; sin embargo, había hecho una profesión de fe cuando se bautizó (como la hizo Simón el "mágico" — Hch. cap. 8). Pero el que cree de corazón el evangelio de Cristo es hecho miembro del cuerpo de Cristo; así como es ungido y sellado por el mismo Espíritu, y le es dado también la prenda del Espíritu en su corazón (véase 2ª Co. 1:22). Sin embargo, es muy precioso saber que por medio del bautismo en agua somos identificados con Cristo: "somos sepultados juntamente con Él a muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida" (Ro. 6:4); "sepultados juntamente con Él en el bautismo, en el cual también resucitasteis con Él, por la fe de la operación de Dios que Le levantó de los muertos" (Col. 2:12).
Prosiguiendo con nuestro estudio, oigamos cómo Pablo ejercía su ministerio:
"Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio: no en sabiduría de palabras, porque no sea hecha vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; mas a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios" (vss. 17, 18). Pablo fue muy bien educado en Jerusalén "a los pies de Gamaliel" (Hch. 22:3 y 5:34), pero en las cosas sagradas de Dios no quiso predicar sermones elocuentes preparados de antemano, llenos de palabras persuasivas de sabiduría humana, sino predicó "la palabra de la cruz" que ensalza a Cristo y la obra redentora que ha consumado, y coloca al hombre en el polvo, su debido lugar. Para los sabios de este mundo, la palabra de la cruz es "locura"; pero a los que la creen es la potencia de Dios. ¡Tiene poder!
"Hay poder, sí, sin igual poder
En Jesús quien murió;
Hay poder, sí, sin igual poder
En la sangre que Él vertió."
"Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la inteligencia de los entendidos. ¿Qué es del sabio? ¿qué del escriba? ¿qué del escudriñador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Porque por no haber el mundo conocido en la sabiduría de Dios a Dios por sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación" (vss. 19-21). La sabiduría humana y el orgullo van juntos. Dios aborrece el orgullo, y de lejos conoce a los orgullosos, pero ama al humilde y por medio de la locura de la predicación, es decir, el evangelio de que Cristo murió por los pecadores, lo salva mediante la fe sencilla que cree la palabra de Dios porque es eso: la palabra de Dios.
Cristo, "Señor de la gloria,” al pensar
En Ti^ entregado^a la "muerte de cruz,"
Damos por pérdida^el oro granjear,
Y nuestro^egoísmo^odiamos, Jesús.
"Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los judíos ciertamente tropezadero, y a los gentiles locura; empero a los llamados, así judíos como griegos, Cristo potencia de Dios y sabiduría de Dios" (vss. 22-24).
Los judíos incrédulos siempre Le pedían al Señor que les mostrara milagros y señales, pero Él, por fin, les replicó: "La generación mala y adulterina demanda señal; mas señal no le será dada, sino la señal de Jonás profeta" (Mt. 12:39). La señal de Jonás era la de un hombre tragado por un gran pez y al cabo de tres días echado vivo a tierra firme—señal de resurrección; y el Señor Jesús, por decirlo así, fue sorbido por la muerte, pero resucitó del sepulcro para la justificación del que cree en Él. Pero los príncipes de los sacerdotes judíos, avisados por los guardas de que el ángel había quitado la piedra del sepulcro vacío, inventaron una tremenda mentira y dieron mucho dinero a los soldados y les aconsejaron decir que los discípulos de Jesús vinieron de noche y Le hurtaron.
Para los sabios de este mundo "Cristo crucificado" es locura. El hombre intelectual hace de las pocas onzas de seso que Dios le dio, un dios que lo juzga todo y lo reduce al nivel de sus razonamientos humanos. Pero viene el día de juicio cuando Dios le dirá esto: "Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto sería Yo como tú. Yo te argüiré, y pondrélas delante de tus ojos" (Sal. 50: 21).
Pero para "los llamados," es decir, los que Dios ha llamado por Su gracia soberana, Cristo es la potencia de Dios y la sabiduría de Dios.
"Porque lo loco de Dios es más sabio que los hombres; y lo flaco de Dios es más fuerte que los hombres." (v. 25). Hablando con reverencia, Dios no es loco, tampoco flaco. Pero Él obra de una manera que, para los hombres carnales e ininteligentes sin Dios, es sumamente irrazonable y despreciable. "Porque mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es: para que ninguna carne se jacte en Su presencia." (vss. 26-29). Los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, con la excepción de Pablo, eran hombres de categoría humilde o menospreciable: Pedro y Juan, pescadores, "eran hombres sin letras e ignorantes," de modo que los sacerdotes "se maravillaban; y les conocían que habían estado con Jesús" (Hch. 4:13). Los "publicanos", o cobradores de impuestos, eran personas menospreciadas, pero Jesús escogió a Mateo por Apóstol (Mateo 9:9).
Un día un ateo ofreció a una niña de 8 o 9 años de edad una moneda, con tal que ella le dijera dónde estaba Dios. La niña, una humilde creyente, le replicó: "Y yo le devolveré la moneda, si puede decirme dónde no está."
"Mas de Él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor" (vss. 30, 31). ¡Hecho maravilloso! Dios mismo nos ha puesto "en Cristo Jesús." Y a Cristo ha hecho por nosotros las cuatro cosas, empezando con la sabiduría (puesto que los griegos se jactaban de su sabiduría humana), la justificación, la santificación y la redención. Entonces, frente a esta obra admirable de Dios, toda jactancia está completamente excluida, y no podemos hacer otra cosa sino gloriamos en el Señor Jesucristo, quien es "el todo." (Col. 3:11).

Capítulo 2

"Así que, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con altivez de palabra, o de sabiduría, a anunciaros el testimonio de Cristo. Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve yo con vosotros con flaqueza, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder; para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios" (vss. 1-5).
Al fin del capítulo uno hemos leído cómo Dios nos ve "en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: para que, como está escrito: el que se gloría, gloríese en el Señor" (vss. 30, 31). No conviene, entonces, que prediquemos con "altivez de palabra", ni tampoco con "palabras persuasivas de humana sabiduría." Examinemos los modelos de la predicación del evangelio que tenemos escritos en la Palabra de Dios; veremos que los siervos del Señor predicaban en lenguaje sencillo, citaban con frecuencia de las Sagradas Escrituras, ensalzando a Cristo a lo sumo—anunciando la salvación cabal que Él había consumado a favor del pecador. Resaltaban a la vez el amor de Dios Padre al entregar a Su amado Hijo a la muerte de cruz, porque no deseaba que el pecador muriera en sus delitos y transgresiones; amonestaban a la gente también de que el juicio de Dios alcanzaría a todos los incrédulos y menospreciadores. En una palabra, su predicación era "con demostración del Espíritu y de poder." (Léase los Hechos).
A su propio parecer los griegos eran muy sabios con tantas filosofías; algunos se burlaron de Pablo cuando en Atenas les advirtió de la resurrección de Cristo (Hechos 17:32). Sin embargo, a despecho de la sabiduría humana, el Señor tenía "mucho pueblo" entre los griegos en Corinto donde usó a Pablo para su salvación y edificación (Hch. 18:10). Pablo no demostró una actitud orgullosa, tampoco de arrojo, sino estuvo entre ellos "con flaqueza" — conscientemente débil de sí mismo — "y mucho temor y temblor." Se dio cuenta que había invadido el reino de Satanás y, por lo tanto, que sólo el Señor mismo podía sostenerle en la lucha espiritual para ganar almas.
Para anonadar la sabiduría humana de los griegos tan sabios, Pablo se propuso no saber nada entre ellos sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Hoy en día es preciso que la palabra sea anunciada así a los sabios de este siglo XX.
"Empero hablamos sabiduría entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria; antes, como está escrito:
"Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que Le aman.
"Empero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (vss. 6-10).
La sabiduría del hombre no tiene ningún valor en las cosas de Dios; sin embargo, hay una sabiduría que el Espíritu de Dios comunica o imparte a los que conocen y temen al Señor, pero ocultada de los príncipes de este siglo, la sabiduría de Dios la cual Dios Padre predestinó desde el siglo para Sus hijos, para Su gloria en aquel día esplendoroso cuando sean llevadas a cabo todas las cosas que Él ha preparado para los que Le aman. Ni ojo, ni oído, ni corazón humano sirven para la percepción de las cosas de Dios; solamente el Espíritu de Dios las puede revelar a los creyentes en cuyos corazones Él mora. El Espíritu escudriña todo, aun lo profundo de Dios, y se lo revela al que es temeroso de Dios. "El secreto de Jehová es para los que Le temen" (Sal. 25:14).
"Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado" (vss. 11-12). Sólo en lo íntimo de su espíritu el hombre sabe lo que está pensando, contemplando o proponiéndose hacer. Mientras no habla o no actúa, nadie conoce las cosas de aquel hombre. De igual manera, es solamente el Espíritu de Dios el que conoce las cosas de Dios. Y nosotros, quienes por la gracia infinita de Dios somos salvos, felizmente ya hemos recibido al Espíritu de Dios, el cual mora en nosotros. "Y Yo rogaré al Padre, y os daré otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no Le ve, ni Le conoce: mas vosotros Le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros" (Juan 14:16, 17). De todo esto sabemos que es por el poder del Espíritu de Dios, y sólo por medio de él, que podemos conocer las cosas de Dios, todo lo que Dios nos ha dado.
"Lo cual también hablamos, no con doctas palabras de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando la espiritual a lo espiritual. Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente. Empero el espiritual juzga todas las cosas; mas él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién Le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo" (vss. 13-16).
El texto, "acomodando lo espiritual a lo espiritual," puede traducirse de esta manera también: "comunicando lo espiritual por medio de lo espiritual," es decir: las cosas espirituales de Dios son comunicadas por medio de cosas espirituales, no por medio de lo que procede o está al alcance, del hombre animal, del hombre inconverso que no posee al Espíritu de Dios. De ahí que es de suma importancia familiarizarse con toda la Palabra de Dios, el Antiguo Testamento tanto como el Nuevo, para poder "trazar bien la palabra de verdad" (2ª Ti. 2:15). La clave para el entendimiento espiritual de un pasaje de la Escritura a menudo se halla en otro pasaje, tal vez distante; una Escritura derrama su luz sobre otra. La Palabra de Dios no precisa de luz exterior para ser entendida; tanto como del Señor mismo, autor de ella, resplandece luz también de sus páginas. Se ve a menudo en láminas la Biblia abierta y a su lado un candil o un cirio derramando luz sobre sus páginas, cuando más bien debe verse luz fulgurando de la Biblia.
"El hombre animal" (es decir, el hombre animado meramente por su propia alma, sin la enseñanza y poder del Espíritu Santo) no tiene capacidad alguna para percibir las cosas de Dios, por bien educado y dotado que sea; por eso, las califica de locura, ya que no las puede entender, aunque estén escritas en el lenguaje más sencillo. Conocemos casos de personas humildes que después de entregarse al Señor aprendieron a leer en la Biblia — sin pasar por colegios — y tienen conocimientos maravillosos de la Palabra de Dios; por otra parte, hay hasta rectores de universidades que aun cuando lean, no entienden el mensaje de Dios.
El hombre espiritual sí tiene capacidad para discernir las cosas que son del Espíritu de Dios, y no sólo ellas, sino para formar también un juicio verdadero y justo acerca de todas las cosas. Por lo tanto, sus motivos y manera de vida son ininteligibles al que no tiene al Espíritu de Dios.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién Le instruyó? Ningún ser creado. Entonces el hombre espiritual, el que tiene la mente de Cristo, tampoco es juzgado del hombre animal, porque éste no tiene la mente de Cristo. ¡Qué verdad más bendita que nosotros, los creyentes en el Señor Jesucristo, ya "tenemos la mente de Cristo"!
En una palabra, la revelación de la verdad a los apóstoles fue por el Espíritu; la comunicación de la verdad es por el mismo Espíritu; y en tercer lugar, la recepción de la verdad es por el poder del Espíritu de Dios.

Capítulo 3

"Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di de beber leche, y no vianda: porque aún no podíais, ni aún podéis ahora; porque todavía sois carnales" (vvss. 1-3). En el capítulo anterior, Pablo escribió a sus amados hermanos corintios acerca de la "sabiduría de Dios" y de "lo profundo de Dios" que "el Espíritu [...] escudriña," el Espíritu que nosotros los redimidos del Señor "hemos recibido"; también dijo que "tenemos la mente de Cristo" (vvss. 7, 10, 12, 16). Pero no pudo dar exposición de la sabiduría profunda de Dios a los corintios porque todavía eran carnales.
¿Cuáles eran las pruebas patentes de su carnalidad? " [...] pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?" (v. 3). Estas tres cosas malas son mencionadas también entre "las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes a éstas" (Gl. 5:19-21). En el corazón lleno de celos, contiendas y disensiones, no hay cabida para la sabiduría de Dios.
Ahora bien, ¿cómo se manifestaba esa carnalidad entre los corintios?: "Porque diciendo el uno: Yo cierto soy de Pablo; y el otro: Yo de Apolos; ¿no sois carnales? ¿Qué pues es Pablo? ¿y qué es Apolos? Ministros por los cuales habéis creído; y eso según que a cada uno ha concedido el Señor" (vvss. 4, 5). De ahí la prueba clara y definitiva de que algunos cristianos que hacen de los ministros de Dios los líderes de partidos o sectas no son espirituales sino carnales. Pablo, Cefas (Pedro) y Apolos rehusaron terminantemente el ser designados—mucho menos ordenados—por los hombres cual cabecillas partidarios de grupos cismáticos en la iglesia de la cual CRISTO EL SEÑOR es la única cabeza, tanto como lo es el único centro de reunión de Sus miembros en la tierra.
¿Qué diremos, pues, de los que en nuestro siglo se jactan de ser miembros de sectas llamadas "de Lutero, de Calvino, de Wesley," o por cierta doctrina a la cual se da importancia exagerada, o por nombre de patria terrenal? ¿Son espirituales o carnales? Volvamos a leer en el capítulo uno de esta epístola: "Os ruego pues, hermanos, por el NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer [...] ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? [...] Mas de Él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: para que, como está escrito: El que se gloría, GLORIESE EN EL SEÑOR" (1ª Co. 1:20, 31).
"Yo planté, Apolos regó; mas Dios ha dado el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, que da el crecimiento" (vvss. 6, 7). Si los apóstoles mismos no eran nada, sino únicamente instrumentos pasivos en las manos de Dios, el Creador y Hacedor de todo lo bueno, ¡cuánto menos somos nosotros! En el fondo del corazón del que quiere hacerse "jefe" tanto entre los cristianos como entre los inconversos, está arraigado el orgullo y afán de predominio.
"El que planta y el que riega son una misma cosa," (v. 8). "Una misma cosa" son los que sirven al Señor; así debe ser, efectivamente, en el desarrollo de todas las actividades cristianas: corazones consagrados al Señor y ardientes para servirle humilde y desinteresadamente; corazones que se gozan al ver a otros siervos desempeñando sus respectivas tareas para el mismo Señor; corazones unidos los unos a los otros por el amor unificador de Cristo. De ser así, no cabe ni celo, ni contienda, ni disensión, ni otra cosa semejante de la carne.
“[ ... ] cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor" (v. 8). Según la palabra del Señor Jesús en Lucas 17:10 no merecemos nada: "cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, hicimos". Pero, ¡qué maravilla!: a pesar de no ser nada, sino sólo un instrumento usado por el Señor, sin embargo cada uno que ha servido a Cristo va a recibir una recompensa — ¡un galardón directamente del Señor y digno de su inmensa bondad!
¡Alabado para siempre sea nuestro Dios! Todos sus tratos para con nosotros son a base de la gracia y no a base de lo que merecemos; por lo tanto Él dará recompensa a cada obrero fiel, una recompensa tan rica y grande como no podemos imaginar: "corona de oro" para echar "delante del trono" cuando exclamaremos: "Señor, digno eres de recibir gloria y honra y virtud: porque Tú creaste todas las cosas y por Tu voluntad tienen ser y fueron creadas" (Ap. 4:10, 11).
"Porque nosotros, coadjutores somos de Dios; y vosotros labranza de Dios sois, edificio de Dios sois" (v. 9). La frase, "coadjutores somos de Dios," no quiere decir, por supuesto, que los apóstoles y Dios eran, juntamente, coadjutores, como algunos mal presumen; ¡no! sino que eran sencillamente consiervos bajo las órdenes de su Señor.
Si los siervos son designados por mandato de Dios, de igual manera los cristianos juntamente son labranza y edificio del mismo Dios.
"Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento [...] nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (vvss. 10, 11). Pablo, hecho ministro de la iglesia por el don de la gracia de Dios dada a él, (véase Ef. 3:7; Col. 1:25), puso el fundamento doctrinal de la casa de Dios; y, dirigido infaliblemente por el Señor y Cabeza de la iglesia, Cristo, hizo una obra perfecta.
“[ ... ] otro edifica encima: empero cada uno vea cómo sobreedifica" (v. 10). Ahora no se trata de un apóstol que escribió, infaliblemente, lo que el Señor le mandó, sino de otros obreros que se hallan bajo la responsabilidad solemne de sobreedificar conforme a la voluntad de Dios revelada en la palabra escrita y puesta en sus manos: en la Biblia, y mayormente, las epístolas cristianas del Nuevo Testamento: "cada uno vea cómo sobreedifica."
"Y si alguno edificare sobre este fundamento oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca; la obra de cada uno será manifestada; porque el día la declarará; porque por el fuego será manifestada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego hará la prueba. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno fuere quemada, será perdida: él empero será salvo, mas así como por fuego. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (vvss. 12-17). Algunos edifican, de acuerdo con la voluntad de Dios, "oro, plata, piedras preciosas"; otros, ignorando a la voluntad de Dios expresada en las Sagradas Escrituras, "para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Ti. 3:17), edifican "madera, heno, hojarasca", cosas que no soportarán el fuego; y otros, corruptores de la verdad, violan o corrompen la casa o templo de Dios. Así tenemos aquí (citando de otro escritor) "tres casos: la obra buena tanto como el obrero; la obra vana, pero el obrero salvo, más así como por fuego; y el corruptor del templo de Dios en cuyo caso tal obrero será destruido."
Nótese que el cristiano que no ha obrado bien mediante su testimonio, no va a perder su alma, pero sí va a perder galardón para su obra; pues ésta será quemada. Lot en Sodoma es un ejemplo de un creyente verdadero viviendo fuera de la voluntad de Dios: perdió cuanto tenía en Sodoma; todo fue quemado; pero él fue salvado por la gran misericordia de Dios, quien mandó dos ángeles para que le sacasen de la ciudad malvada. (Léase Gn. cap. 19). " [...] cada uno vea cómo sobreedifica."
Volviendo el Apóstol al asunto de la sabiduría de este siglo, agrega: "Nadie se engañe a sí mismo: si alguno entre vosotros parece ser sabio en este siglo, hágase simple, para ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios; pues escrito está: El que prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos." (vvss. 18-20). Lo que Dios dice al sabio con respecto a su sabiduría es para humillársela, pero es muy saludable al que se humilla. Nos hace pensar de lo que el Señor Jesús dijo en cuanto a la entrada en el reino de Dios: "De cierto os digo, que el que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc. 10:15).
"Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (vvss. 21-23).
La sabiduría divina se comunica al que tiene espíritu de niño, al que teme a Dios: "El secreto de Jehová es para los que Le temen; y a ellos hará conocer Su alianza" (Sal. 25:14). "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas; mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que Yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová" (Jer. 9:23-24).
Mediante la victoria ganada por Cristo en la cruz, merced a Su obra redentora consumada allí, ya todo es a favor del redimido del Señor: es decir, todo el provecho del ministerio de Pablo, Apolos y Cefas son suyos; el mundo es suyo con todos sus recursos, con tal que no sea usado para fines no honrosos al Señor; la vida es suya en su abundancia—aun la vida eterna; la muerte también es suya, no cual un amo déspota que se enseñorea de sus esclavos, sino ya como un siervo que lleva al creyente en paz a la presencia del Señor; lo presente es suyo, porque "la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente" (1ª Ti. 4:8); y lo por venir es suyo, porque la piedad no sólo tiene promesa de esta vida presente, sino también "de la venidera" (1ª Ti. 4:8).
Y para sumarlo todo, el Apóstol concluye : "vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios." ¡Maravilloso eslabón que nos encadena!

Capítulo 4

"Téngannos los hombres por ministros de Cristo, y dispensadores (o administradores) de los misterios de Dios. Mas ahora se requiere en los dispensadores, que cada uno sea hallado fiel" (vvss. 1, 2). Sea un apóstol y administrador de los misterios de Dios, o sea cualquier creyente en su servicio para el Señor, es preciso que cada uno se muestre por fiel. El Señor Jesús dijo: "El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto" (Lc. 6:10).
"Siervos de Jesús, hombres de verdad,
Guardas del deber somos, sí;
Libres de maldad, ricos en bondad,
Que seamos fieles en la lid."
"Yo en muy poco tengo el ser juzgado; de vosotros, o de juicio humano; y ni aun yo me juzgo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; mas el que me juzga, el Señor es" (vvss. 3, 4). Pablo, en su servicio para su Señor, no estaba delante del tribunal del juicio humano, ni de los corintios, ni de otros; ni aun se juzgaba a sí mismo, porque tenía buena conciencia. Sin embargo, no se justificó a sí mismo, porque sólo el Señor es el que discierne totalmente los intentos del corazón humano. "Tú me has examinado y conocido" (Sal. 139:1).
"Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones: y entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza" (v. 5). Del contexto anterior de este versículo, es claro que se trata de no juzgar los motivos o intentos de otra persona, lo que está oculto en el corazón y que el Señor mismo sacará a la luz cuando venga. Pero en el capítulo 5, veremos que es necesario que los santos juzguen los malos hechos cometidos por los que están dentro. (vvss. 11-13). ¡Qué placer Le dará al Señor en aquel día tan cercano cuando Él galardonará a sus siervos que han sido fieles!
"Esto empero, hermanos, he pasado por ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros; para que en nosotros aprendáis a no saber más de lo que está escrito, hinchándoos por causa de otro el uno contra el otro" (v. 6). Pablo no quiso divulgar los nombres de aquellos hermanos en Corinto a los cuales los creyentes carnales estaban haciendo cabecillas de partidos en embrión dentro de la iglesia; por eso Pablo les había escrito "que cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos; y yo de Cefas, y yo de Cristo" (1:12). Si era muy en contra de la voluntad de Dios nombrar a los apóstoles cual cabecillas de partidos, entonces ¡cuánto más dividir a Cristo — efectivamente — mediante una preferencia carnal para un hermano dotado o para otro! Pedro estuvo casi del mismo espíritu en el monte de la transfiguración: "Jesús ... fue transfigurado delante de ellos. Y Sus vestidos se volvieron resplandecientes, blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces respondiendo Pedro, dice a Jesús: Maestro, bien será que nos quedemos aquí, y hagamos tres pabellones: para Ti uno, y para Moisés otro, y para Elías otro; porque no sabía lo que hablaba [...] Y vino una nube que les hizo sombra, y una voz de la nube, que decía: Este es Mi Hijo amado: a Él oíd. Y luego, como miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo" (Mc. 9:2-8). A Moisés y a Elías Dios los quitó enseguida, y Su voz señaló al Señor Jesús como el único digno de la gloria.
"Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?" (v. 7). ¿Por qué son los creyentes en el Señor Jesucristo distintos los unos de los otros, en sus caracteres y en sus dones? Porque, siendo todos miembros del cuerpo de Cristo, "Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso" (1ª Co. 12:18). Todo lo que cada miembro ha recibido es don de Dios. ¿Por qué, entonces, la envidia, la contienda, el celo, la preferencia para un siervo u otro, más bien que el reconocimiento de todos colocados en el cuerpo como Dios ha querido? Todo lo que somos y tenemos, de Dios lo hemos recibido. Así no podemos gloriamos sino sólo en el Señor.
"Ya estáis hartos, ya estáis ricos, sin nosotros reináis; y ojalá reinéis, para que nosotros reinemos también juntamente con vosotros" (v. 8). En verdad, la asamblea cristiana de Corinto todavía muy joven, se hallaba en una condición espiritual muy triste, pues de una suficiencia propia se sentía harta y rica como una reina en su trono; ni siquiera sentía la necesidad de su humilde padre espiritual, el Apóstol Pablo. Muy humildemente, pero con una nota de ironía, Pablo les dijo que esperaba reinar también con ellos (por supuesto, cuando el Señor Jesús venga para establecer Su reino).
El cristiano no está llamado para que reine en este mundo, es decir, meterse en la política de su país natal. Está llamado para sufrir como Cristo sufrió, no para gobernar, como tampoco Cristo se metió en los asuntos políticos, sino se sometió a las "potestades superiores" de aquel entonces, hasta ser condenado a la muerte de cruz por el gobernante Poncio Pilato. El negocio del cristiano es predicar el evangelio de la gracia de Dios, el cual está tomando de entre las naciones un pueblo para Su nombre (Hch. 15:14) antes de que juzgue al mundo. Cuando Cristo reine, reinaremos con Él.
"Si sufrimos aquí reinaremos allí
En la gloria celestial,
Si llevamos la cruz por amor de Jesús,
La corona Él nos dará."
"Porque a lo que pienso, Dios nos ha mostrado a nosotros los apóstoles por los postreros, como a sentenciados a muerte: porque somos hechos espectáculo al mundo, y a los ángeles, y a los hombres" (v. 9). Con la excepción del Apóstol Juan, todos los apóstoles del Señor Jesucristo fueron martirizados, sea por los líderes religiosos de los judíos, o por los gobernantes y sacerdotes entre los paganos; y hasta el día de hoy los líderes religiosos (aun los que se llaman cristianos) permiten o mandan que los cristianos evangélicos sean asesinados porque son "herejes." También los paganos siguen asesinando a los mensajeros de Cristo que anuncian las buenas nuevas de salvación del pecado mediante la obra redentora de Cristo en la cruz. Así, se demuestra patentemente que este mundo permanece lo mismo que cuando crucificó al Señor de gloria, y volvería a crucificarle si retornara manso y humilde. Pero ¡no volverá así, sino como el gran Vencedor!
"Nosotros necios por amor de Cristo, y vosotros prudentes en Cristo; nosotros flacos, y vosotros fuertes; vosotros nobles, y nosotros viles. Hasta esta hora hambreamos, y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y andamos vagabundos [o, no tenemos morada fija]; y trabajamos, obrando con nuestras manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y sufrimos; somos blasfemados, y rogamos; hemos venido a ser como la hez del mundo, el desecho de todos hasta ahora" (vvss. 10-13). He aquí la descripción lastimera de la vida diaria de un fiel apóstol y siervo del Señor Jesucristo. Solamente con la gloria brillando ante sus ojos, pudo el Apóstol Pablo seguir sin desmayar.
"No escribo para avergonzaros ; mas amonéstoos como a mis hijos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; que en Cristo Jesús yo os engendré por el evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis" (vvss. 14-16). De esta manera fiel y eficaz les hizo recordar a sus amados hijos, los corintios, que él era su padre espiritual, siendo ellos el fruto de sus trabajos arduos en el evangelio; y si habían llegado otros que se hacían "ayos", sin embargo sus hijos harían bien en imitarle a él en su camino de padecimientos y de humildad; exhortación constreñidora y fiel!
"Por lo cual os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os amonestará de mis caminos cuáles sean en Cristo, de la manera que enseño en todas partes en todas las iglesias" (v. 17). Para los cristianos jóvenes es de sumo interés considerar cómo Timoteo llegó a ser un fiel y capaz siervo del Señor: tuvo el gran privilegio de acompañar al Apóstol Pablo al campo de batalla y de él aprendió, prácticamente, las lecciones imprescindibles de un discípulo de Cristo, las cuales no se aprenden nunca dentro de "escuelas," etc. Por lo tanto, el joven cristiano hace bien en aprovechar la ayuda espiritual de fieles siervos del Señor, hombres cuya "mira" (Col. 3:2) está puesta en Él y no en las cosas propias de ellos.
Es de notar bien que el Apóstol no sólo dirigió esta epístola a los corintios, sino a "todos los que invocan el nombre del Señor Jesucristo en cualquier lugar" (1:2) ; y aquí que enseñaba precisamente la misma doctrina en "todas partes en todas las iglesias"; no tenía enseñanzas diversas para varias iglesias. (Compárese con 1ª Co. 7:17 también).
"Mas algunos están envanecidos, como si nunca hubiese yo de ir a vosotros. Empero iré presto a vosotros, si el Señor quisiere; y entenderé, no las palabras de los que andan hinchados, sino la virtud. Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en virtud. ¿Qué queréis? ¿iré a vosotros con vara, o con caridad [amor] y espíritu de mansedumbre?" (vvss. 18:21). No era la costumbre del Apóstol dejar sin visitas repetidas a los que eran el fruto de su trabajo en el evangelio, pues amaba mucho a los corderitos del Señor y siempre buscaba apacentarlos. Pero entre los corintios había algunos que estaban hinchados de orgullo y faltos de virtud o poder espiritual. Pablo no quería ir a Corinto con la vara de autoridad apostólica en la mano, sino con amor y espíritu de mansedumbre. Imitémosle todos nosotros, los que hemos creído en Jesús, el Cordero de Dios, el cual quitó todos nuestros pecados (Juan 1:29), el cual era siempre manso y humilde (Mateo 11:29).

Capítulo 5

"De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los Gentiles; tanto que alguno tenga la mujer de su padre" (v. 1). La fornicación, tanto como los demás pecados, sale del corazón del hombre. Nuestro Señor Jesús dijo: "Porque del corazón salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias" (Mt. 15:19). Que no crea el redactor o el lector que es mejor que los demás, porque la Escritura también dice: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jer. 17:9). Y otra vez: "El que confía en su corazón es necio; mas el que camina en sabiduría, será salvo" (Prov. 28: 26).
Nuestro Señor Jesús nos enseñó a orar así: "No nos metas en tentación, mas líbranos del mal" (Mat. 7:13). El que no confía en su corazón con sus impulsos pecaminosos, sino que siempre procura caminar en sabiduría, por lo tanto no cae en tentación, pues la evita, como también dice el proverbio: "El sabio teme, y se aparta del mal; mas el necio se arrebata, y confía" (Pr. 14:16).
Aquel joven, del cual se trata en el primer versículo de nuestro capítulo, probablemente no usó de prudencia mientras acostumbraba entrar libremente en la casa de su padre en donde tenía éste una mujer que no era la madre del joven. Estando a veces solos, parece que se enamoraron y el joven cayó en el pecado más grave (la mujer también, pero no se dice que ella era una cristiana; de haberlo sido, la excomulgación de la comunión hubiera sido aplicado a ella tanto como al joven).
José, en Egipto, venció la tentación, y una tentación muy fuerte: "huyó" de ella. (Gn. cap. 39). ¡Sepamos huir de la tentación, no jugar nunca con ella!
"Y vosotros estáis hinchados, y no más bien tuvisteis duelo, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que hizo tal obra" (v. 2). Los corintios, convertidos a Dios hacía no mucho tiempo, estaban acostumbrados a la vida depravada de ese puerto malvado de Corinto; por lo tanto no se avergonzaron de la deshonra traída sobre el Nombre del Señor Jesucristo, sino que estaban hinchados, cosa ¡casi increíble! Debieron haber tenido duelo, para que el pecador que hizo tal obra hubiera sido echado fuera de la asamblea cristiana, la cual no debe ser nido de pecado.
"Y ciertamente, como ausente con el cuerpo, mas presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que esto así ha cometido: en el nombre del Señor nuestro Jesucristo, juntados vosotros y mi espíritu, con la facultad de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para muerte de la carne, porque el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús" (vvss. 3-5). El Apóstol Pablo, al oír de ese mal que había brotado en medio de los santos en Corinto, no pudo callar. Estando ausente en cuerpo, sin embargo como presente en espíritu pronunció la sentencia: que aquel incestuoso fuese entregado a Satanás para muerte (no del espíritu, sino) de la carne, para que su espíritu fuese salvo en el día del Señor Jesús. Pero el Apóstol no actuó independientemente de la asamblea de Corinto, sino la identificó consigo como siendo ella plenamente responsable, y no sólo eso, sino poseyendo también la facultad de nuestro Señor Jesucristo para obrar; en una palabra, los santos en Corinto eran debidamente autorizados y plenamente responsables para mantener la santidad de la casa de Dios en su propia ciudad o distrito.
Antes de que la iglesia fuera formada en el día de Pentecostés, el Señor confirió, anticipadamente, en la asamblea la misma facultad cuando dijo (con respecto a un estado de cosas que precisaba de la disciplina de la asamblea): "Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt. 18:20). Es la presencia del Señor Jesucristo en medio de los Suyos que los constituye plenamente facultados para obrar en Su Nombre. Ahora bien, la condición imprescindible para que una congregación local de cristianos goce de esta facultad es que reconozcan Su Nombre, y Su Nombre solo, como su centro o base de reunión. Congregarse como miembros de cualquier secta o denominación, sea nombrado por un hombre, un país, una doctrina, etc., es negar rotundamente que el nombre del SEÑOR JESUCRISTO es el único que Dios reconoce y al cual Su Santo Espíritu quiere reunir a los miembros del "cuerpo de Cristo." Él no puede reunirlos en ningún otro nombre.
Hay otra cosa que notar en este pasaje: "entregado a Satanás para muerte de la carne." Ese poder fue ejercitado por el Apóstol. La asamblea, como tal, no tiene facultad para eso. Se ha observado en algunos lugares que hay creyentes que no quieren excomulgar a ningún adúltero o fornicario, porque temen de que el culpable sea perdido, y lo dejan permanecer "dentro" cuando la Palabra de Dios exige: "fuera." El apóstol no sólo vigilaba para la honra del Señor en medio de los corintios, sino que también anhelaba la restauración del culpable, pero antes de que fuese recibido de nuevo dentro del seno de la asamblea, era preciso que se arrepintiera de su maldad. Dios usa de todos los medios y de todo el mundo para llevar a cabo Sus propósitos de bondad (aun del diablo mismo, como vemos en la historia de Job): "habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y piadoso" (Stg. 5:11; véase también el libro de Job, cuando menos los capítulos uno y dos). Aquel incestuoso fue entregado por el Apóstol al dominio de Satanás, a fin de que en este mundo frío y fuera del calor de la asamblea de los cristianos el joven experimentase cuál era la muerte de la carne (esto no quiere decir, de necesidad, la muerte del cuerpo mismo), haciendo morir en sí mismo lo terrenal: fornicación, impureza, pasiones, etc. (véase Col. 3:5). Mientras no haya un profundo arrepentimiento, no habrá una plena restauración.
"No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura: porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros. Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad" (vvss. 6-8).
En las Sagradas Escrituras, el significado espiritual de la levadura es invariablemente de lo malo metido en medio del testimonio cristiano, sea la mala doctrina o sea la inmoralidad. Aquí se aplica a la inmoralidad. En la epístola a los gálatas se refiere a la mala doctrina: "un poco de levadura leuda toda la masa" (Gl. 5:9). No se necesita mucha levadura para arruinar un testimonio cristiano puro; basta un poquito.
"Limpiad pues la vieja levadura." Es preciso que la asamblea cristiana bote fuera el pecado, sea de la doctrina falsa, sea de la inmoralidad. "Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura." Cristo la cabeza de la iglesia (Ef. 1:22; Col. 1:18), la ve como sin pecado en su naturaleza, el fruto de Su propia obra redentora que la purificó a ella para Sí. Por lo tanto, es la voluntad de Dios que la iglesia o asamblea cristiana sea, prácticamente, lo que es actualmente, es decir, sin levadura cual nueva masa; "porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros." Si Cristo, nuestra pascua, fue sacrificada por nosotros, entonces ¿cómo hemos de vivir en el pecado o permitirlo dentro del seno de la asamblea cristiana? Si Cristo murió para quitar el pecado de delante de los ojos santos de Dios, entonces ¿cómo hemos de dar lugar a él? En la epístola a los romanos, cap. 6, leemos esto: "¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? En ninguna manera. Porque los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en Su muerte? Porque somos sepultados juntamente con Él a muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida" (vvss. 1-4).
"Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad." Los israelitas, después de sacrificar la pascua, tuvieron que pasar siete días sin que se hallara levadura en sus habitaciones: "Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis que no haya levadura en vuestras casas: porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, aquella alma será cortada de Israel" (Éxodo 12:15. Esta amonestación se repite en los versículos 18-20). Sabemos de 1ª Corintios, cap. 10, que "estas cosas les acontecieron en figura; y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado" (v. 11). La palabra "ázimos" quiere decir "pan sin levadura." Para el cristiano el pan sin levadura es el "de sinceridad y de verdad."
De paso será provechoso mencionar aquí que en todo el Nuevo Testamento no leemos palabra siquiera acerca de abstenerse o no del pan actual hecho con levadura. Todas esas cosas materiales de los tiempos antiguos nos sirven de instrucción espiritual.
Cuando "los apóstoles y los ancianos, con toda la iglesia" habían llegado a su decisión en cuanto a la libertad de la cual disfrutamos como cristianos convertidos de entre los gentiles o paganos, escribieron así: "Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponemos ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien" (Hechos 15: 22, 28, 29). Desde la creación del hombre y de la mujer, era pecado fornicar (léase Gn. 2: 24 y Mt. 19: 3-9). Cuando Dios dio de "todo lo que se mueve y vive" al hombre para su mantenimiento, le impuso una sola prohibición: "Empero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis" (Gn. 9:3, 4). Todo eso sucedió antes de que la ley de Moisés fuese dada a los israelitas siglos después, y Dios jamás la ha abrogado.
Pero en cuanto a la levadura usada en nuestro pan cotidiano o en el pan puesto en la mesa para celebrar la cena del Señor, no hay ninguna prohibición. En cuanto al pan o comida de cada día, el Apóstol Pablo nos dice: "todo lo que Dios crió es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias: porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado. Si esto propusieres a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, criado en las palabras de la fe y de la buena doctrina, la cual has alcanzado" (1ª Ti. 4:4-6). Con respecto al pan usado para la cena del Señor, ni el Señor mismo ni el Apóstol Pablo dijeron palabra alguna acerca de qué clase de pan debiera usarse: con levadura, sin levadura, pan grande o chico, cuadrado o circular, hecho de trigo, maíz, cebada, etc. Siendo el pan de grano molido, nos hace pensar de cómo Cristo "molido fue por nuestros pecados" (Isaías 53:5); metida la masa en el horno y sujeto al fuego, nos hace pensar de cómo el Señor soportó el calor terrible del juicio de Dios cuando "fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2ª Co. 5:21).
"Os he escrito por carta, que no os envolváis con los fornicarios: no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería menester salir del mundo. Mas ahora os he escrito, que no os envolváis, es a saber, que si alguno llamándose hermano fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón, con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué me va a mí en juzgar a los que están fuera? ¿Ni juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará: quitad pues a ese malo de entre vosotros" (vvss. 9-13).
Tal es el mundo que ,si el cristiano no puede tener ningunos tratos con los fornicarios, avaros, ladrones, idólatras, etc., entonces tendría que salir del mundo. El Apóstol Juan nos dice que "todo el mundo está puesto en maldad" (1ª Jn. 5:19).
Pero es otra cuestión cuando "alguno llamándose hermano" (no se dice que sí es hermano, pues no se supone por un momento que un verdadero cristiano cometiera tales pecados), sea fornicario, etc. Por su vida no santa ha comprometido el santo testimonio del Señor. Por eso los cristianos no deben aun comer con el tal, pues así se expresa comunión o acuerdo.
Dios juzga y juzgará a los que están fuera en el mundo (a veces en este mundo mismo los pecadores cosechan lo que han sembrado, y de cierto ante el "gran trono blanco" serán juzgados. ¡Ay de ellos! (Véase Ap. 20:11-15).
Pero la asamblea cristiana se halla en el sagrado deber de limpiarse de la vieja levadura: Para la honra y gloria del Señor tiene que echar fuera esa levadura; por lo tanto la persona culpable tiene que ser excomulgado de toda comunión cristiana hasta que se produzcan los verdaderos frutos de arrepentimiento.

Capítulo 6

"¿Osa alguno de vosotros, teniendo algo con otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿cuánto más las cosas de este siglo?" (vvss. 1-3).
El Apóstol Pablo no trataba de reprender duramente a sus amados hijos en la fe, más bien procuraba hacerles comprender cuál era lo sublime y digno de su vocación celestial, y por lo consiguiente darse cuenta de la conducta o comportamiento santo que les convenía. Así en este caso Pablo les hizo recordar que los redimidos del Señor han de juzgar al mundo. Hay un buen número de pasajes en la Palabra de Dios que hablan del asunto, entre ellos los siguientes:
La profecía de Enoc, "séptimo desde Adam" él dijo : "He aquí, el Señor es venido con Sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y a todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra Él" (Judas 14 y 15).
En la profecía de Daniel, capítulo 7: "Hasta tanto que vino el Anciano de grande edad, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y vino el tiempo, y los santos poseyeron el reino [...] que el reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo; cuyo reino es reino eterno, y todos los señoríos Le servirán y obedecerán [...] Después tomarán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, y hasta el siglo de los siglos" (vvss. 22, 27 y 18).
"Y Jesús les dijo: De cierto os digo, que vosotros que Me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de Su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por Mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna" (Mt. 19:28, 29).
Y, finalmente, en el Apocalipsis leemos: "Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque Tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con Tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra" (Ap. 5: 9, 10).
Pero con el Señor, no solamente hemos de juzgar al mundo, sino a los ángeles también. Según el orden relativo de la creación de Dios, el ángel fue creado superior al hombre : los ángeles lo superan en sabiduría y en fuerza (véase 2ª S. 14:17; Sal. 103:20). De todo esto el lector puede formarse un concepto más o menos cabal, leyendo las siguientes Escrituras: Gn. 24:7 ; Éx. 23:23 ; Sal. 34:7 ; Dn. 3:28; 6:22 ; 9:21; Zac. 3:1-5; 12:8; Jn. 5:4; Hch. 6:15 ; Sal. 8:5: Mt. 1:20, 24; 4:11; 13:39; 18:10; 24:31; 25:31; Mc. 12:25; Lc. 20:36; Hch. 7:53; 2ª Ts. 1:7; etc.
En Hebreos 2:5, se nos dice que Dios "no sujetó a los ángeles el mundo venidero." El mundo venidero quiere decir este mundo mismo, pero bajo el cetro real de Cristo, el Hijo del hombre, durante Su reinado milenario (es decir, de mil años). En aquella época, los ángeles serán los siervos del Hijo del hombre, el cual será el gran Rey, de Isaías 9:6 y 7; 32:1 y 2. Cristo anticipando Su reinado, le dijo a Natanael : "De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre" (Juan 1:51). Esto quiere decir que los ángeles servirán a Cristo.
Ya que los redimidos del Señor han de reinar con Cristo, serán superiores a los ángeles también. Hay ángeles "escogidos" (1ª Ti. 5:21) y hay ángeles que pecaron y no guardaron su dignidad—seres caídos—a éstos el Señor juzgará. Nos parece que por eso se dice que los santos han de juzgar a los ángeles. Pero de todas maneras, ¡qué gran dignidad es ésta otorgada a los que son comprados con la sangre preciosa de Cristo, que son herederos de Dios y coherederos con Cristo, que serán los acompañantes del Señor en aquel día triunfal de gloria imperecedera!
Ahora bien, si hemos de reinar sobre el todo con Cristo el Señor, ¿por qué tanto afán para tener arregladas bien a favor nuestro todas nuestras pequeñeces terrenales?
"Por tanto, si hubiereis de tener juicios de cosas de este siglo, poned para juzgar a los que son de menor estima en la iglesia. Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno que pueda juzgar entre sus hermanos; sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los infieles? Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís antes la injuria? ¿por qué no sufrís antes de ser defraudados? Empero vosotros hacéis la injuria, y defraudáis, y esto a los hermanos" (vvss. 4-8).
¡Qué cosa más triste, más deshonrosa ante el Señor Jesús, andar en pleitos entre sí, los herederos de Dios y coherederos de Cristo, poseedores en Él de todas las cosas ; sin embargo peleando los unos con los otros y portándose de manera indigna delante de Dios, el cual nos ha llamado a Su reino y gloria! Mil veces mejor ser defraudado para llevar buen testimonio al Señor. En cambio, el que busca y pelea por lo suyo propio, actualmente defrauda a sus hermanos, pues por una tal actitud en contra de su hermano en Cristo manifestada ante los inconversos, hace llegar a éstos a la conclusión que el Dios de los cristianos no es el Dios de amor, el Dios perdonador, ¿verdad ?
"¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No erréis, que ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios" (vvss. 9, 10).
"No erréis, no os engañéis" — dijo el Apóstol Pablo — "las personas que deliberadamente andan en tales senderos pecaminosos son injustas y no entrarán en el reino de Dios." Dios ha dotado al hombre de libre albedrío, para que responda con todo corazón, reverencia y reconocimiento a los requerimientos amorosos de su Creador; pero si al hombre no le ha parecido bien tener a Dios como principio, medio y fin de su vida, más bien Le ha dado las espaldas, entonces Dios lo entregará a una mente depravada y después de la muerte le ajusticiará por sus malos hechos.
"Y esto erais algunos: mas ya sois lavados, mas ya sois santificados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (v. 17).
Al oír y creer el evangelio de la gracia perdonadora de Dios, los tales pecadores que se han arrepentido ya no son calificados de "injustos," ¡no!, sino nuevas criaturas, y lavados, santificados y justificados delante del Dios mismo contra el cual habían pecado anteriormente. ¡Qué cambio radical en sus vidas!, el mal vencido por el Bien eterno, y todo en el nombre de Aquel que murió por sus pecados en la cruz, el Señor Jesucristo así como también por la obra eficaz del Espíritu de Dios en sus corazones.
¡"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios"! (1ª de Juan 3:1). Porque la filiación divina se obtiene sólo por creer en y recibir al Señor Jesucristo: de otra manera jamás podremos ser: HIJOS DE DIOS.
¿Cuál fue^el^gran motivo que Tú, Dios de^amor,
Por nos que el pecado—mal amo—arruinó,
Aun dieras al Hijo, al buen Redentor,
Tu "don inefable"^¡oh fiel Dios de amor?
¡Fue tu amor!, ¡fue tu^amor!, ¡infinito amor!,
Que aun Te motivó, Padre, Dios de amor;
Amor que^a Tu Hijo aun no perdonó
¡Ay!, Tu Hijo amado quien por nos murió.
"Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen: todas las cosas me son lícitas, mas yo no me meteré debajo de potestad de nada. Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas, empero y a él y a ellas deshará Dios" (vvss. 12, 13).
Debemos comer para vivir, pero no trocar los términos y vivir para comer. El comer y el beber son necesarios para el sostén del cuerpo, pero el vivir usando como motivo el gozar de la comida y la bebida para el cristiano, sería subordinarse bajo la potestad de su apetito carnal. Dios lo deshará todo a su hora. Hay otros apetitos carnales que el cristiano debe subyugar también. En la epístola a los creyentes romanos—y por extensión a nosotros también—el Apóstol Pablo dirigió esta exhortación:
"Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis; (cap. 8:12, 13).
"Mas el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo. Y Dios que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con Su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré pues los miembros de Cristo, y los haré miembros de una ramera? Lejos sea. ¿O no sabéis que el que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo? porque serán, dice, los dos en una carne" (vvss. 13-16).
He aquí un tema importantísimo para la vida del cristiano: comparando este pasaje con el de 2ª Corintios 12:12, nos parece que la asamblea de Corinto estaba muy relajada en su vida moral conforme a las depravadas costumbres de toda ciudad malvada, tanto como la de la ciudad de Corinto. El Apóstol, por lo tanto, procuró despertar las conciencias de los hermanos en general, mediante la aplicación de las verdades preciosas que plugo Dios revelar al Apóstol para divulgarlas como doctrinas para la iglesia. Así que, Pablo dio a saber a los creyentes que nuestros cuerpos son para el Señor y no para deshonrarlos; que Dios levantará nuestros cuerpos como levantó al Señor Jesús al cielo; ya que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, "de Su carne y de Sus huesos" (Efesios 5:30). Siendo éste el estado elevado, aún en alturas celestiales, y teniendo estos privilegios sin igual de los hijos de Dios, ¿cómo, entonces, podemos pecar contra nuestro Padre y contra nuestro Señor?
"Empero el que se junta con el Señor, un espíritu es" (v. 17). Este versículo no quiere decir de ninguna manera que nosotros nos juntemos de nuestra propia iniciativa al Señor en una comunión espiritual, no; más bien quiere decir que la unión formada en espíritu entre el Señor Jesús y cada creyente—cada miembro de Su cuerpo—es tan íntima que no puede existir otra de más adhesión. ¡"Un espíritu" son el Señor y cada miembro Suyo!, ambos ligados eternamente por obra del Espíritu de Dios.
"Huid la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre hiciere, fuera del cuerpo es; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca" (v. 18).
A propósito, en el libro de los Proverbios (los cuales aleccionan con sabiduría celestial al joven en su camino terrenal), dice (en el cap. 5:1-12) : "los labios de la extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como cuchillo de dos filos [...] Ahora pues, hijos, oídme [...] aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa; porque no des a los extraños tu honor, y tus años a cruel; [...] y gimas en tus postrimerías, cuando se consumiere tu carne y tu cuerpo, y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión!"
"El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor."
"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio" (vvss. 19, 20).
Entre el pueblo israelita de antaño, Dios tuvo Su templo, un edificio hecho de manos humanas, pero desde que Cristo fue glorificado y el Espíritu Santo enviado del cielo al mundo, para luego formar el cuerpo de Cristo aquí, el conjunto de creyentes verdaderos ha sido constituido "un templo santo en el Señor [...] para aso rada de Dios en Espíritu" (Efesios 2:21, 22); además, cada creyente es, individualmente, un templo santo de Dios.
Somos comprados por precio—¡precio inmenso: "la sangre preciosa de Cristo"!
Siendo nosotros propiedad, y Dios nuestro propietario, ¿con qué obligación moral nos hallamos? "Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (v. 20).
Si, por gracia, hemos muerto al pecado, ¿cómo pues, viviremos aún en él? Si la gracia del amor de Dios ha sido tan abundantísima que aun lavó todos nuestros pecados, ¿perseveraremos en ellos para que la gracia crezca? En ninguna manera, nos contestan las Escrituras. Recomendamos leer íntegramente Romanos, capítulo 6, para dar cima a este humilde artículo.

Capítulo 7

"Cuanto a las cosas de que me escribisteis, bien es al hombre no tocar mujer. Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido.
"El marido pague a la mujer la debida benevolencia; y asimismo la mujer al marido. La mujer no tiene potestad de su propio cuerpo, sino el marido: e igualmente tampoco el marido tiene potestad de su propio cuerpo, sino la mujer.
"No os defraudéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparse en la oración; y volved a juntaros en uno, porque no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia." (vvss. 1-5).
El comentario de un fiel siervo del Señor sobre esta parte de la epístola a los corintios es tan acertado que no podemos hacer mejor que citarlo:
"Capítulo 7. El Apóstol da respuesta al asunto del cual trató en parte al fin del capítulo 6, es decir, la voluntad de Dios en cuanto a la relación [sexual] entre el hombre y la mujer. Hacen bien aquellos que se quedan fuera de esta relación para andar con el Señor según el Espíritu, no cediendo en nada a su naturaleza [carnal]. Dios mismo había instituido el matrimonio— ¡ay del que hablara mal de él!—pero el pecado entró en el mundo y todo lo que es de la naturaleza de la criatura, es manchado. Sin embargo, Dios ha introducido una potencia que viene todo de arriba y fuera de la naturaleza: el poder del Espíritu. Andar dependiente de ese poder es la mejor cosa; es andar fuera del ambiente en donde el pecado obra. Pero esto es raro; y los pecados a sabiendas, por lo común son el resultado de haberse apartado de lo que Dios ha ordenado según la naturaleza humana. Por lo general, entonces, cada hombre debe tener su propia mujer; y consumada la unión, él ya no tiene potestad de sí: en cuanto al cuerpo, el marido pertenece a su mujer, y la mujer a su marido. Y si, por consentimiento mutuo, se apartan por algún tiempo para dedicarse a la oración y los ejercicios espirituales, han de volver a unirse, porque por falta de gobierno en sus corazones Satanás no aproveche la situación para perturbar sus almas y destruir su confianza en Dios y en Su amor, tentando por medio de dudas [...] el corazón que se propuso mucho y [...] fracasó." (J.N.D.)
"Mas esto digo por permisión, no por mandamiento" (v. 6). En este comentario, tanto como en el versículo 25 y el versículo 40, vemos que el Apóstol distinguió cuidadosamente entre sus propios pensamientos y juicio como un siervo espiritual animado y guiado por el Espíritu de Dios, y lo que él escribió por mandamiento directo del Señor. Sin embargo, debemos reconocer que toda la Santa Biblia (o sea las Sagradas Escrituras, tanto los 39 libros del Antiguo Testamento como los 27 del Nuevo), fue escrita por "santos hombres de Dios [...] inspirados del Espíritu Santo" (2ª Pedro 1:21). Dios no solamente nos ha comunicado Sus propios pensamientos, sino nos ha dado a saber también lo que Sus criaturas han pensado y dicho. Todo es para nuestra instrucción: "Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Ti. 3:16, 17).
"Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo: empero cada uno tiene su propio don de Dios; uno a la verdad así, y otro así. Digo pues a los solteros y a las viudas, que bueno les es si se quedaren como yo. Y si no tienen don de continencia, cásense; que mejor es casarse que quemarse" (vvss. 7-9). Cuando los fariseos tentaron al Señor, preguntándole: "¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquiera causa?", Él les replicó, citando del libro de Génesis, capítulos 1 y 2, y agregando esto: " [...] Yo os digo que cualquiera que repudiare a su mujer, si no fuere por causa de fornicación, y se casare con otra, adultera; y el que se casare con la repudiada, adultera. Dícenles sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces Él les dijo: No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo" (Mateo 19:3, 9-12). Permanecer soltero o soltera para dedicar toda la vida al servicio del Señor es el mejor camino, pero [...] bien pocos son los que tienen "don" para ello; no olvidemos que no es dado a muchos servir al Señor toda la vida fuera del yugo matrimonial, lo que equivale a decir: hacerse eunuco. Pablo escribió en otra parte de esta epístola a los corintios así: "¿No tenemos potestad de traer con nosotros una hermana mujer también como los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?" (cap. 9: 5). Aun el Apóstol Pedro (o Cefas) era un hombre casado (compárese Mateo 8:14).
"Mas a los que están juntos en matrimonio, denuncio, no yo, sino el Señor: que la mujer no se aparte del marido; y si se apartare, que se quede sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no despida a su mujer" (vvss. 10, 11). Una vez casados, no es una cuestión de un juicio espiritual de parte de un apóstol, sino mandamiento del Señor, que los esposos respeten la institución divinamente ordenada desde la creación del hombre y de la mujer; pero, ya que el pecado está en el mundo, a veces los cristianos que son casados descuidan de su responsabilidad ante Dios, el uno para con el otro y viceversa, y no congeniando se apartan. Dado tal caso, no quedan de ninguna manera libres para casarse con otras personas: hay que permanecer, o sin casarse con otros, o llegar a la reconciliación.
“Y a los demás yo digo, no el Señor: si algún hermano tiene mujer infiel [vale decir, no creyente], y ella consiente en habitar con él, no la despida. Y la mujer que tiene marido infiel [vale decir, no creyente], y él consiente en habitar con ella, no lo deje" (vvss. 12, 13).
Por supuesto, este consejo del Apóstol es para los que se convirtieron después de haberse casado, pues un verdadero cristiano no debe casarse con una inconversa, como dice 2ª Co. 6:14: "no os juntéis en yugo con los infieles" (o sea, inconversos); así esta exhortación es para el cónyuge convertido después del casamiento.
"El Dios de toda gracia" espera que el creyente en el yugo matrimonial procure ganar por Cristo el inconverso. Tan engañoso es el corazón que es posible que un hombre convertido quiera librarse del yugo matrimonial bajo pretexto de servir al Señor en el evangelio; pero el Apóstol enseña que el campo de evangelización empieza con lo más próximo: su querida esposa. Si una mujer inconversa consiente en habitar con su marido ya convertido, es por amor conyugal. Ella va a discernir por el cambio efectuado (o que debe efectuarse) en él que es Dios quien ha obrado. Con el tiempo ella puede ser convertida también. El marido no debe despedirla. Viceversa, si una mujer se convierte a Dios y su marido inconverso consiente en habitar con ella, la esposa no debe dejarlo. En cuanto al testimonio de ella en el hogar, el Apóstol Pedro dice: "Asimismo vosotras, mujeres, sed sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conversación de sus mujeres, considerando vuestra casta conversación, que es en temor, el adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas, sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios" (1ª P. 3:1-4). Una vida tal predica 24 horas al día y es más convincente que mil sermones.
"Porque el marido infiel es santificado en la mujer, y la mujer infiel en el marido: pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos; empero ahora son santos" (v. 14). (Por supuesto, la palabra infiel aquí significa "no creyente" más bien que una persona inmoral).
Hay cristianos que han encontrado difícil entender este pasaje, pero es fácil comprenderlo, una vez apreciada la bendita posición del cristiano bajo la gracia en contraste con el israelita bajo la ley de Moisés; pues las mujeres tomadas por los israelitas como esposas escogidas de las naciones alrededor de Israel, tales como las mujeres de los ammonitas, moabitas, árabes, edomitas, las de Asdod, de Egipto y de otros pueblos, no podían entrar en la congregación de Israel, ni tampoco sus hijos. De los ammonitas y moabitas dice en la ley de Moisés: "No entrará ammonita ni moabita en la congregación de Jehová; ni aun en la décima generación entrará en la congregación de Jehová para siempre" (Dt. 23:3). Léase también Esdras, capítulos 9 y 10.
Pero este pasaje en la carta de Pablo a los corintios y a todos los que invocan el nombre del Señor en cualquier lugar—por extenso a nosotros también—nos da a saber que el marido o esposa no creyente no son tenidos por nuestro Dios y Padre como inmundos, ni los hijos de la unión con el creyente, sino por gracia "ahora son santos."
Bajo la ley, los que no eran de Israel y sus hijos no podían disfrutar de los privilegios del pueblo terrenal escogido por Dios; fueron excluidos. Bajo la gracia, en cualquier nación donde Dios ha salvado al esposo o a la esposa, Él identifica la familia entera con el creyente, el cual debe procurar traerla a las reuniones de la iglesia, para que oiga la palabra de Dios y los miembros lleguen a ser salvos. Claro, los hijos que no son salvos todavía no pueden estar en comunión, o partir el pan, etc.; así la "santificación" en el sentido de este pasaje tiene que ver con la posición concedida a los esposos los hijos no convertidos todavía, pero unidos al miembro convertido en la familia; los hijos no se dan por "inmundos," sino como "santos." Actualmente, tienen que arrepentirse de sus pecados a su tiempo y depositar su fe en el Señor Jesucristo, pero mientras están debajo del techo del hogar en donde se invoca el Nombre del Señor, y no se han manifestado por rebeldes incrédulos, son objetos especiales de la compasión y amor de Dios. ¡Cuán tardos estamos, los creyentes en el Señor Jesucristo, para creer lo bendito y bondadoso que nuestro Dios es para con nosotros y nuestras familias! Y ¿qué dijo el Señor a Noé? "Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de Mí en esta generación" (Gn. 7:1).
"Pero si el infiel [o no creyente] se aparta, apártese: que no es el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso; antes a paz nos llamó Dios. Porque ¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿o de dónde sabes, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?" (vvss. 15, 16).
Como ya hemos leído en los vvss. 12 y 13, cualquier hombre casado que ha recibido a Cristo como su Salvador no debe despedir a su mujer porque ella no se ha convertido; e igualmente cualquier mujer casada que ha recibido a Cristo como su Salvador no debe dejar a su marido porque él no se ha convertido. Pero si el infiel o la infiel (vale decir, no creyente) se aparta de su propia voluntad porque no ha querido vivir más en yugo matrimonial con un creyente en el Señor Jesús, el creyente no tiene control sobre ello. Dios le ha llamado a paz y en paz debe aceptar la separación. (Por supuesto, no se considera en este pasaje que el creyente, hombre o mujer, haya provocado la separación de parte del no creyente a causa de haberse comportado con espíritu no cristiano.)
Ahora bien el Apóstol, prosiguiendo su tema, reconoce específicamente lo instituido por Dios desde el principio de la raza humana, que el hombre y su mujer "serán una sola carne" (Génesis 2:24); "serán dos en una carne" (Mateo 19:5). Le pregunta el Apóstol a la mujer cristiana: "¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?"; y le pregunta al marido cristiano: "¿de dónde sabes, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?" Dios quiere que los esposos cristianos, maridos o mujeres, sean ejercitados acerca de la salvación de aquellos seres amados con los cuales contrajeron matrimonio.
"Empero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así ande: y así enseño en todas las iglesias" (v. 17). Observemos aquí lo que es de notar también en los capítulos 4:17, 11:16, tanto como en el cap. 1:2, es decir: que la enseñanza del Apóstol Pablo era la misma para todas las iglesias cristianas; así todo el contenido de sus epístolas dirigidas a los corintios es aplicable para todos nosotros los cristianos del siglo XX, como lo son sus demás epístolas.
"¿Es llamado alguno circuncidado? quédese circunciso. ¿Es llamado alguno incircuncidado? que no se circuncide. La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es; sino la observancia de los mandamientos de Dios." (vvss. 18, 19). El obrar eficaz de la gracia de Dios ha borrado toda característica particular entre los judíos y los gentiles. Ahora bien, lo imprescindible es observar "los mandamientos de Dios;" éstos no son los diez mandamientos de Moisés dados a los judíos y a los cuales condenaron porque no los guardaron (comp. Romanos 2:17-24, etc.). Para los cristianos, "los mandamientos de Dios" o "mandamientos del Señor" (cap. 14:37) comprenden la instrucción espiritual íntegra de toda la Biblia, entendida por la enseñanza eficaz del Espíritu Santo. Por ejemplo, este pasaje: "Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, para que seas salud hasta lo postrero de la tierra" (Hch. 13:47). Lo que vino a ser el mandamiento del Señor a los apóstoles Pablo y Bernabé no fue literalmente ni siquiera un mandato, sino sencillamente una frase dirigida por Jehová al Mesías de Israel mediante Isaías, una palabra profética que declaró que la bendición que viniera en la persona de Cristo (el Mesías) no solamente sería para el bienestar de Israel, sino que también sería salvación para los gentiles en todo el mundo: "Poco es que Tú Me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaure los asolamientos de Israel: también Te dí por luz de las gentes, para que seas Mi salud hasta lo postrero de la tierra" (Isaías 49:6). Ahora bien, cuando Pablo y Bernabé vieron que los judíos en Antioquía de Pisidia se oponían al evangelio, contradiciendo y blasfemando, entonces entendieron que la profecía de Isaías 49:6 señalaba la predicación del evangelio a todo el mundo: de ahí llegó la profecía a ser para los apóstoles el mandamiento del Señor, aunque, literalmente, no era mandato siquiera.
Ciertamente todos los mandamientos de Moisés (salvo el de guardar el sábado, el cual es ceremonial) son de carácter moral y son comprendidos en los mandamientos de Dios que se hallan en el Nuevo Testamento, por ejemplo: "El que hurtaba, no hurte más; antes trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga de qué dar al que padeciere necesidad" (Efesios 4: 28). La gracia de Dios hace mucho más que prohibir el robo: convierte al ladrón en benefactor.
"Cada uno en la vocación en que fue llamado, en ella se quede. ¿Eres llamado siendo siervo? [vale decir, esclavo] no se te dé cuidado; mas también si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor es llamado siendo siervo, liberto es del Señor: asimismo también el que es llamado siendo libre, siervo es de Cristo. Por precio sois comprados; no os hagáis siervos de los hombres. Cada uno, hermanos, en lo que es llamado, en esto se quede para con Dios" (vvss. 20-24). Millares de esclavos convertidos a Cristo han glorificado a Dios en medio de las pruebas más duras de su fe; no pocos han sido martirizados por amos crueles.
De todas maneras, no es fácil reconciliar la voluntad de Dios y la de un amo inconverso, a veces tampoco la de un amo convertido que no anda humildemente como siervo del Señor; por eso, el Apóstol recomienda al esclavo, y por extenso, al empleado estorbado en su servicio al Señor a causa de la perversa voluntad de un patrón inconverso, que si puede hacerse libre, que lo haga. Somos comprados a gran precio; ¡con la "sangre preciosa de Cristo"!; por lo tanto, no debemos hacernos siervos de los hombres, es decir: conformarnos a sus normas y exigencias a expensas de la verdad divina.
Pero en cuanto a la vocación (estado o empleo) en que uno se halla cuando se arrepiente, cree en el Señor Jesucristo y llega a ser salvo, es bueno quedarse en ella, pero a condición de que uno "en esto se quede para con Dios." Un verdugo, por ejemplo, al convertirse a Cristo, no puede quedar para con Dios en su oficio; tampoco un mozo o camarero en una cantina, vendiendo bebidas intoxicantes.
"Empero de las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. Tengo, pues, este por bueno a causa de la necesidad que apremia, que bueno es al hombre estarse así. ¿Estás ligado a mujer? no procures soltarte. ¿Estás suelto de mujer? no procures mujer. Mas también si tomares mujer, no pecaste; y si la doncella se casare, no pecó; pero aflicción de carne tendrán los tales; mas yo os dejo. Esto empero digo, que el tiempo es corto; lo que resta es, que los que tienen mujeres sean como los que no las tienen, y los que lloran, como los que no lloran; y los que se huelgan, como los que no se huelgan; y los que compran, como los que no poseen; y los que usan de este mundo, como los que no usan, porque la apariencia de este mundo se pasa. Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas que son del Señor, cómo ha de agradar al Señor; empero el que se casó tiene cuidado de las cosas que son del mundo, cómo ha de agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella: la doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en el cuerpo como en el espíritu; mas la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, cómo ha de agradar a su marido. Esto empero digo para vuestro provecho, no para echaros lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os lleguéis al Señor" (vvss. 25-35).
Este pasaje, en parte, es un comentario sobre lo ya escrito por el Apóstol Pablo en los vvss. 7 a 9, inclusive. La palabra clave es: EL TIEMPO ES CORTO (v. 29). No conviene que el cristiano lo malgaste, sino que lo aproveche lo máximo posible para el servicio del Señor. Si somos cónyuges, procuremos consagrarnos a servirle. Si no somos casados, más libertad aun para dedicarle nuestras energías. Pero Dios quiere que estemos sin congoja.
El mundo se dedica a vender y comprar: es el comercio. Pero el cristiano compra según sus necesidades, no para hacerse rico aquí abajo en donde su divino Maestro fue pobrísimo. El cristiano debe usar de este mundo lo que sea útil en el servicio del Señor, no para seguir la moda en sus diversos aspectos. Nosotros los cristianos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. "No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo" (Juan 17:14-16). Si este bendito hecho fue de tanta importancia para el Señor Jesús, que dijera dos veces a Su Padre que no somos del mundo, como tampoco Él es del mundo, ¿conviene que nos conformemos al mundo? ¡No!
"Mas si a alguno parece cosa fea en su hija virgen, que pase ya de edad, y que así conviene que se haga, haga lo que quisiere, no peca; cásese" (v. 36). Nótese que la palabra "hija" que está escrita en letra cursiva en la versión de Cipriano de Valera no es una parte del texto inspirado, sino fue suplida por el traductor, pero en este caso hubo error, pues el pasaje no se trata de una virgen, mucho menos la hija de alguien. Permítannos verter al español una traducción inglesa que es muy exacta: "Pero si alguno cree que no se porta bien de acuerdo con su virginidad [propia], y si ha pasado ya la flor de su edad y que así conviene que se haga, haga lo que quisiere, no peca; cásese."
El pasaje se trata de un soltero no joven. Nos acordamos de un fiel siervo del Señor que, siendo joven, quería casarse con una hermana en Cristo, pero como ésta cuidaba de su madre enferma, no quiso casarse hasta que hubiera hecho lo último posible para su mamá, la cual no murió hasta unos treinta años después de la decisión de su hija de esperar. Mientras tanto el siervo del Señor guardaba su virginidad: no se casó con otra. Pero cuando la única mujer que él había querido por esposa estaba suelta del cuidado de su madre ya difunta, entonces a más o menos a 60 años de edad se casaron y seguían sirviendo fielmente al Señor como antes.
"Pero el que está firme en su corazón, y no tiene necesidad, sino que tiene libertad de su voluntad, y determinó en su corazón esto, el guardar su hijo virgen, bien hace" (v. 37). Aquí tanto como en el v. 36, la palabra "hija" no es del texto griego. Debe traducirse, "el guardar su virginidad."
Hay solteros que han tenido "don de continencia" durante muchos años y han guardado su virginidad, pero algunos, pasada ya la flor de su edad, sin embargo quieren casarse. Bueno, no pecan, pero es mejor no casarse. "Así que, el que se casa bien hace; y el que no se casa mejor hace" (vertida al español de una traducción inglesa muy exacta) (v. 38).
"La mujer casada está atada a la ley, mientras vive su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea en el Señor. Empero más venturosa será si se quedare así, según mi consejo; y pienso que también yo tengo Espíritu de Dios" (vvss. 39, 40). La palabra clave, "en el Señor," es uno de los mandamientos de Dios, y no sólo se aplica al caso de una viuda, sino también, por extenso, a todo cristiano, el cual desobedece los mandamientos de Dios cuando se casa con una inconversa. "No os juntéis en yugo con los infieles [vale decir, no creyentes]; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia [...]?" (2 Co. 6:14).
"Según mi consejo." El Apóstol Pablo, cuando escribió esta epístola a los corintios, ya tenía muchos años de experiencia entre los creyentes como un pastor y había observado los resultados de varios casos de matrimonio. Lleno siempre del Espíritu Santo, y teniendo ya juicio maduro formado por el mismo Espíritu, pudo dar su consejo fiel. Si alguien está dispuesto a menospreciarlo, debe tener muy en cuenta que Pablo tenía al Espíritu de Dios en plenitud.

Capítulo 8

"Y por lo que hace a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos ciencia. (La ciencia hincha, mas la caridad edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saber. Mas si alguno ama a Dios, el tal es conocido de Él)", vvss. 1-3.
El Apóstol empieza a comentar sobre lo sacrificado a los ídolos (que no son nada), y que todos tenemos ciencia, pero se interrumpe para señalar la gran diferencia entre la "ciencia" y el "amor," pues la ciencia eleva la soberbia del corazón del hombre mismo, mientras el amor humildemente busca la edificación del hermano flaco por el cual Cristo murió. El que se imagina que ya sabe algo se está enorgulleciendo y actualmente no sabe nada del verdadero amor de Dios tal como lo debe saber. Pero si alguno ama a Dios (y "Le amamos a Él, porque Él nos amó primero" — 1ª de Jn. 4:19), Dios es conocido por él, y ¡ cuán bendito es este conocimiento!
"Acerca, pues, de las viandas que son sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo nada es en el mundo, y que no hay más de un Dios. Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, o en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en El; y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por Él" (vvss. 4-6).
En las Sagradas Escrituras, no se describe adoración alguna de ídolos antes del diluvio universal en los días de Noé; pero después del diluvio que tuvo lugar más o menos dos mil trescientos cincuenta años antes de que Cristo naciese, el diablo puso en la mente de los hombres adorar cualquier cosa en el cielo, la tierra, y en las aguas, aun muchísimas cosas fabricadas por los hombres mismos. Detrás de los ídolos había demonios (véase 1ª Co. 10:19-21). Aun antes de que muriese Noé, apenas transcurridos trescientos cincuenta años después del diluvio, la idolatría se había arraigado ya entre sus descendientes. Abraham que era de la décima generación desde Noé, nació sólo dos años después de su muerte; pero Terah, el padre de Abraham, era idólatra (véase Josué 24:2). "El Dios de la gloria apareció" a Abraham y le sacó de esa familia idólatra. ¡Cuán rápidamente los hombres, "habiendo conocido a Dios, no Le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias!; antes se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos, y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes [...] los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén" (Ro. 1:21-23, 25).
Un ídolo no es absolutamente nada. Hay un solo Dios Creador. Los hombres han llamado "dioses" a un sinnúmero de cosas en el cielo y en la tierra; también se han fabricado muchos "señores." Pero el solo Dios Creador es el Padre de nosotros, los que somos nacidos de Él; y el único Señor que reconocemos es nuestro Señor Jesucristo. De Dios nuestro Padre son todas las cosas; por Cristo nuestro Señor son todas las cosas.
"Mas no en todos hay esta ciencia: porque algunos con conciencia del ídolo hasta aquí, comen como sacrificado a ídolos; y su conciencia, siendo flaca, es contaminada" (v. 7).
Hay idólatras que se convierten a Dios, como hicieron los tesalonicenses y corintios. Antes de convertirse, no sólo habían adorado sus ídolos, sino también habían comido en los templos paganos las viandas sacrificadas a los ídolos. Al convertirse, no llegaron en seguida a reconocer que los ídolos no eran nada, y al comer, como antes, de cosas ofrecidas a los ídolos, se contaminaron sus conciencias.
"Si bien la vianda no nos hace más aceptos a Dios: porque ni que comamos, seremos más ricos; ni que no comamos, seremos más pobres." (v. 8). Otra traducción dice:
"Pero la vianda no nos encomienda a Dios; ni que no comamos nos faltará algo; ni que comamos tendremos una ventaja" (trad. de J.N. D.). El comer o no de alimentos para el cuerpo mortal no nos hace más aceptables a Dios. "Para alabanza de la gloria de Su gracia [...] nos hizo aceptos en el Amado" (Ef. 1:6), en Cristo Su Hijo, y jamás tendremos mejor aceptación que ésta.
"Mas mirad que esta vuestra libertad no sea tropezadero a los que son flacos. Porque si te ve alguno, a ti que tienes ciencia, que estás sentado a la mesa en el lugar de los ídolos, ¿la conciencia de aquel que es flaco, no será adelantada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por tu ciencia se perderá el hermano flaco por el cual Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos, e hiriendo su flaca conciencia, contra Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida es a mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no escandalizar a mi hermano" (vvss. 9-13).
Ya que el comer o no de viandas no altera en el grado más mínimo nuestra aceptación ante Dios el Padre en Cristo el Hijo, entonces el amor hace que al comer no pongamos piedra de tropiezo ante los pies del hermano flaco. La ciencia hincha, pero el amor edifica. El amor piensa en el bienestar espiritual del hermano flaco por el cual Cristo murió. Dice el Apóstol que si herimos la conciencia débil del tal, contra Cristo estamos pecando— ¡acusación solemne! Por ejemplo: un judío se convierte a Dios y confiesa a Cristo como su Señor. Él ya no es judío, sino cristiano. Pero él nunca comía carne de puerco, pues le era prohibida por la ley de Moisés (véase Lev. 11:4,7). Ahora, como cristiano, él no ha sabido todavía que la cristiandad nada tiene que ver con las leyes ceremoniales del judaísmo, y que "todo lo que Dios creó es bueno, y nada hay que desechar, tomándose con hacimiento de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado" (1ª Ti. 4: 4, 5). Ahora bien, otro cristiano de la misma iglesia, el cual antes era un pagano, convida al judío convertido a que coma en su casa. En la mesa pone ¡un lechón asado! El pobre judío, siendo huésped, come—obligado por las circunstancias y acatamiento al que le ha invitado—pero su conciencia se contamina, su comunión con Dios se rompe, y vuelve a su casa triste. Así que el Apóstol concluye: "si la comida es a mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no escandalizar a mi hermano," "el hermano flaco por el cual Cristo murió."

Capítulo 9

"¿No soy apóstol? ¿no soy libre? ¿no he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿no sois vosotros mi obra en el Señor? Si a los otros no soy apóstol, a vosotros lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor" (vvss. 1-2).
Cuando el Señor está obrando, el diablo siempre levanta oposición. Pablo escribió a los corintios desde Éfeso y les dijo: "se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios" (cap. 16:9). También en la ausencia del Apóstol Pablo de Corinto, se habían levantado en ésta maestros falsos que insinuaban de que él quería aprovecharse de los bienes de los creyentes y que no era un verdadero Apóstol ; pero en 1ª Corintios 4:12 él dice: "Trabajamos, obrando con nuestras manos;" y en 2ª Corintios 11:9 dice : "Y estando con vosotros y teniendo necesidad, a ninguno fui carga; porque lo que me faltaba, suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia: y en todo me guardé de seros gravoso, y me guardaré." A causa del estado espiritual de los corintios y la influencia mala que ciertos maestros falsos ejercitaban sobre ellos, Pablo no quiso aceptar ninguna ayuda material de Corinto. Y en cuanto a su apostolado, podía ser (dijo él,) que no era Apóstol a otros cristianos, pero en cuanto a los corintios fue él mismo quien les predicó la palabra vivificadora del evangelio: "aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; que en Cristo Jesús yo os engendré por el evangelio" (cap. 4 :15) . "Pues buscáis una prueba de Cristo que habla en mí [...] examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos" (2ª Co. 13:4, 5). Si los corintios se hubieran dado cuenta de que estaban en fe (o en la fe), y lo estaban, entonces habrían tenido que reconocer el apostolado de Pablo, pues ellos habían oído la voz de Cristo hablando en Pablo como instrumento escogido. Ellos eran el sello de su apostolado y no podían negarlo.
Era un Apóstol; estaba libre para servir al Señor por dondequiera; además— ¡hecho maravilloso! —él había visto al Señor Jesucristo cara a cara; y ellos, los corintios, (tan olvidadizos de su amoroso padre espiritual), eran sus propios hijos en la fe.
"Esta es mi respuesta a los que me preguntan [o que me examinan]: qué, ¿no tenemos potestad de comer y de beber? ¿No tenemos potestad de traer con nosotros una hermana mujer también como los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?" (vvss. 3-5). Es la regla, y no la excepción, que los siervos del Señor se casen, como ya hemos visto al meditar en el capítulo siete de esta epístola. Pablo y Bernabé, las excepciones, no se casaron. Aun Simón Pedro (Cefas, véase Juan 1:42) era hombre casado (compárese Mateo 8:14). Mas Pablo y Bernabé, para poder servir al Señor con más libertad, no cedieron a sus instintos naturales.
"¿O sólo yo y Bernabé no tenemos potestad de no trabajar? ¿Quién jamás peleó a sus expensas? ¿quién planta viña, y no come de su fruto? ¿o quién apacienta el ganado, y no come de la leche del ganado? ¿Digo esto según los hombres? ¿no dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondréis bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes? ¿O dícelo enteramente por nosotros? Pues por nosotros está escrito; porque con esperanza ha de arar el que ara; y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto" (vvss. 6-10).
Tan apremiante fue la misión de los doce apóstoles, que el Señor Jesús—en los días de Su ministerio en este mundo—llamólos que dejasen sus ocupaciones diarias, y los envió instruidos de esta manera: "No aprestéis oro, ni plata, ni cobre en vuestras bolsas; ni alforja para el camino, ni dos ropas de vestir, ni zapatos, ni bordón; porque el obrero digno es de su alimento" (Mateo 10:9, 10). Y Pablo en esta carta a los corintios apela primeramente a tres costumbres universales conocidas. Un soldado no pelea a sus propias expensas; otros le proveen de lo necesario. Un labrador disfruta de las uvas de su viña. Un pastor bebe de la leche de sus vacas. Además, el Apóstol se refiere seguidamente a la ley de Moisés: "No pondrás bozal al buey que trilla." Lleno de entendimiento espiritual, Pablo pudo sacar de este mandamiento (dado literalmente a los israelitas) una instrucción espiritual para los cristianos: el que trilla para que otros tengan pan, tiene derecho de comer del trigo también. De paso, observemos aquí, también más adelante, cómo los apóstoles citaban del Antiguo Testamento para dar apoyo a las enseñanzas del Nuevo.
"Si nosotros os sembramos lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos lo vuestro carnal? Si otros tienen en vosotros esta potestad, ¿no más bien nosotros? Mas no hemos usado de esta potestad: antes lo sufrimos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo" (vvss. 11, 12).
Nos parece que otros aprovechaban de los bienes materiales de los corintios; ¡cuánto más derecho a ellos tenía el Apóstol y padre espiritual de los corintios! Sin embargo, él y Bernabé no habían usado de esta potestad o derecho, sino por amor del evangelio de Cristo habían sufrido privaciones, como hemos leído ya en 1ª Co. 4:10, 11: " [...] vosotros nobles, y nosotros viles. Hasta esta hora hambreamos, y tenemos sed [...]"
"¿No sabéis que los que trabajan en el santuario comen del santuario, y que los que sirven al altar del altar participan? Así también el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio" (vvss. 13, 14). En muchos pasajes del Antiguo Testamento está escrito que los sacerdotes, hijos de Aarón, también sus familias, comían de ciertas ofrendas al Señor. Véase Levítico, capítulos 2, 6 y 7, por ejemplo. Ahora bien, anunciar el evangelio de la gracia de Dios es un servicio sacerdotal lo más elevado, (compárese Ro. 15:16 y 1ª Pedro 2:9), y los que son llamados del Señor y se dedican a Él son dignos de sostén material. Así mandó el Señor Jesús cuando estuvo aquí en el mundo (véase Mateo 10:10).
"Mas yo de nada de esto me aproveché; ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque tengo por mejor morir, antes que nadie haga vana esta mi gloria. Pues bien que anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de voluntad, premio tendré; mas si por fuerza, la dispensación me ha sido encargada. ¿Cuál, pues, es mi merced? Que predicando el evangelio, ponga el evangelio de Cristo de balde, para no usar mal de mi potestad en el evangelio" (vvss. 15-18).
Por el llamamiento directo del Señor Jesús, Pablo fue obligado a predicar el evangelio: "¡ay de mí si no anunciare el evangelio!" No pudo gloriarse en hacerlo, porque el Señor le había encargado que llevase Su "Nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel" (Hechos 9:15). Su merced o premio, entonces, era que predicase el evangelio de balde. A la vez, de este modo Pablo les quitó a los que lo buscaban, oportunidad de acusarle. Es de notar que aun en los días apostólicos Satanás no dejaba de meter sus instrumentos en medio de los santos; por consiguiente no hemos de esperar mejores cosas en el siglo XX, cuando la venida del Señor está a la puerta (véase 2ª Ti. 2:13).
"Por lo cual, siendo libre para con todos, me he hecho siervo de todos por ganar a más.
Heme hecho a los judíos como judío, por ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no sea sujeto a la ley) como sujeto a la ley, por ganar a los que están sujetos a la ley; a los que son sin ley, como si yo fuera sin ley, no estando yo sin ley de Dios, mas en la ley de Cristo [o como legítimamente sujeto a Cristo] por ganar a los que estaban sin ley. Me he hecho a los flacos flaco, por ganar a los flacos: a todos me he hecho todo, para que de todo punto salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, por hacerme juntamente participante de él" (vvss. 19-23).
Como el Señor Jesús que aquí tomó "forma de siervo" (Flp. 2:7), Pablo quiso hacerse siervo de todos por ganar más almas para Cristo. Dotado de "sabiduría" de lo alto, supo amoldarse en su presentación del evangelio, ora al judío, ora al pagano, conforme a la manera de pensar y a los conocimientos religiosos de sus oyentes, por ejemplo: en Hechos 13:16-41 tenemos un modelo de su presentación del evangelio a los judíos; y en Hechos 17:22-31 a los sabios griegos. Compárese también su relato de su conversión a Dios dado a los judíos en Hch. 22:1-21 Con su relato ante el rey romano, Agripa, en Hch. 26:2-29.
Cuando presentamos el evangelio de la gracia de Dios al pecador, precisamos de un espíritu dependiente, rogando al Señor que nos dé sabiduría, la palabra en sazón, acompañado de un espíritu cariñoso y humilde.
Cuando Pablo dijo, "a todos me he hecho todo," no quería decir que comprometía los santos reclamos de Dios con las costumbres o cosas mundanas; ya les había escrito a los corintios: "no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (cap. 2:2). En nuestros días hay cristianos que están haciéndose amigos de los hijos de "Jezabel" (véase Ap. 2:20; 17:1-6) y aceptando ayuda de ellos en promulgar el santo evangelio de Cristo. Esto no es hacerse todo a todos, sino comprometer irremediable y trágicamente el testimonio de Dios. ¡Que Él nos guarde de semejante infidelidad!
Pablo también planteó bien claro que no estaba sujeto a la ley mosaica; sin embargo, supo amoldarse al pensamiento religioso de los judíos por ganarlos. Por otra parte, cuando escribió, "a los que son sin ley, como si yo fuera sin ley," inmediatamente agregó una explicación de esto, para que nadie pensara que él hacía lo no recto por ganar almas; dijo: "no estando yo sin ley de Dios, mas como legítimamente sujeto a Cristo" (otra traducción). Él personificó al evangelio y quería ser colaborador con él. ¡Qué espíritu de humildad y abnegación de sí mismo!
"¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas uno lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Y todo aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible; mas nosotros, incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire; antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado" (vvss. 24-27).
En este pasaje Pablo no está de ninguna manera abogando por competencia en juegos deportivos de parte de los cristianos; sólo apela a costumbres bien conocidas para ilustrar cómo el siervo del Señor debe actuar en la lucha espiritual que lleva. Ha de sujetar su cuerpo, con sus deseos carnales, como un luchador sujeta el cuerpo de su adversario, inclusive no comer o beber al exceso, sino sólo para vivir.
Pablo tenía un propósito bien conocido y firme, y luchaba con el fin de ganar la victoria y llevar el premio: "Bien, buen siervo y fiel" (Mateo 25:21). Pero (como otro ha escrito):
"Predicar a otros no era todo. Podía hacerlo y podía ser—en cuanto a sí mismo—trabajo en vano; podría perder todo—ser rechazado él mismo después—si no fuera personalmente un verdadero cristiano."
¡Que el Señor nos haga andar fielmente en Sus caminos hasta que venga! Amén.

Capítulo 10

"Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron la mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en la mar, y todos comieron la misma vianda espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo; mas de muchos de ellos no se agradó Dios; por lo cual fueron postrados en el desierto" (vvss. 1-5).
No digamos que nosotros los cristianos seamos mejores que ellos; el versículo siguiente nos declara: "empero estas cosas fueron en figura de nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron" (v. 6).
Una profesión de la fe cristiana puede ser exteriorizada grandemente, sin embargo ser solamente de labios y no de corazón. Una persona puede bautizarse "en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mateo 28:19), luego juntarse con verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo, cantar himnos, tomar parte en la predicación del evangelio, aun participar de la cena del Señor, y sin embargo permanecer un pecador perdido todavía en sus pecados. Hemos leído ya en el cap. 9, v. 27, que Pablo dijo: "[...] no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado." Si no fuera personalmente un verdadero cristiano, podría ser rechazado él mismo después.
De tales profesantes falsos leemos también en Hebreos 6:4-8: "porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole a vituperio. Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos de los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición; cuyo fin será el ser abrasada." Notemos que no se dice en este pasaje que ellos jamás se habían arrepentido de sus pecados, mucho menos que habían nacido de Dios o que habían sido sellados por el Espíritu Santo; pero dice, que fueron hechos partícipes del Espíritu Santo en aquel entonces cuando Él manifestó Su poder en hechos milagrosos entre los judíos, pero el participar exteriormente de Sus bendiciones es una cosa, y ser sellado por Él para Dios es otra enteramente distinta.
El escritor inspirado de Hebreos inmediatamente agrega (para que nadie crea que los vvss. 4 a 8 tienen que ver con verdaderos cristianos): "pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas, y más cercanos a salud, aunque hablamos así."
"Todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en la mar [...]” (v. 2). Sin saber leer el griego, sabemos sí que los israelitas no fueron bautizados en un hombre, una criatura de Dios. La traducción correcta de la preposición griega "eis" es "a." Los israelitas, al seguir en pos de Moisés cuando cruzó el Mar Bermejo, se identificaron con él en el hecho de seguirle. Fueron, de esta manera, bautizados a Moisés. No fueron, por el bautismo, colocados en él en vida, sino identificados exteriormente con él en la marcha.
Los israelitas comieron de la misma vianda espiritual y bebieron la misma bebida espiritual, de la piedra espiritual que era Cristo; sin embargo, casi todos fueron postrados en el desierto. ¿Por qué? Se nos dice en Hebreos 3:19: "no pudieron entrar a causa de incredulidad." Léase la historia de su incredulidad en Números cap. 14.
"Empero estas cosas fueron en figura de nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis honradores de ídolos, como algunos de ellos; según está escrito: Sentóse el pueblo a comer y a beber, y se levantaron a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veinte y tres mil. No tentemos a Cristo, como también algunos de ellos Le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron en figura; y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado. Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga" (vvss. 6-12). No se requiere ningún comentario sobre aquellos acontecimientos históricos entre los hijos de Israel. Dios hizo que fuesen escritos por la mano de Moisés para amonestar solemnemente a nosotros, los cristianos que vivimos durante "la dispensación de la gracia de Dios" (Efesios 3:2) al fin de las varias dispensaciones durante las cuales Dios ha probado al hombre. "Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga." ¡Que nuestra oración constante sea: "guárdame, oh Dios, porque en Ti he confiado" (Salmo 16:1)!
"Guárdame, Señor Jesús,
Para que no caiga;
Cual sarmiento de la vid,
Vida de Ti traiga."
"No os ha tomado tentación, sino humana; mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también con la tentación la salida, para que podáis aguantar. Por tanto, amados míos, huid de la idolatría" (vvss. 13, 14). No podremos gloriarnos, pues si salimos victoriosos de la lucha espiritual, será porque nuestro Dios ha sido fiel: nos ha conservado de tentaciones mil, nos ha protegido del enemigo, nos ha dado fuerzas para dar muerte a los deseos carnales, nos ha dado paciencia y tesón para seguir luchando; en fin, se ha mostrado ser el DIOS FIEL Y PADRE NUESTRO.
"Como a sabios hablo; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (vvss. 15, 16).
Inmediatamente después de haber exhortado el Apóstol Pablo a los creyentes en Corinto a que huyesen de la idolatría, él apela a su juicio espiritual, pues aunque los corintios eran todavía "carnales," sin embargo tenían, como todo verdadero cristiano tiene, "la mente de Cristo" (cap. 2:16; 3:1-3).
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?" Cuando el Señor Jesús instituyó la cena del Señor, en primer lugar, dio gracias por el pan y lo partió; después dio gracias por la copa. Pero Pablo, al escribir del significado de los emblemas, en primer lugar menciona la copa. ¿Por qué? Porque "la sangre preciosa de Cristo" es el único medio por el cual tenemos título seguro para poder entrar en la presencia de Dios, sea ahora o en el porvenir. Disfrutamos, los que creemos, de una comunión que tiene por su base o fundamento, la sangre de Cristo. Para Él Su copa fue la de maldición, pues la bebió hasta la última gota amarga de la ira de Dios contra el pecado; mas por nosotros es copa de bendición, ¡alabado sea Su Nombre para siempre!
Físicamente, el Señor primeramente sufrió en su "cuerpo dado"; después, su sangre fue "derramada." Por eso nos parece, que Él, al instituir la cena, primeramente partió el pan; después dio gracias por la copa. Así que, al participar nosotros de los emblemas, damos gracias por ellos según el mismo orden, como veremos al considerar el capítulo once de nuestra epístola.
"El pan que partimos (o rompemos), ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan. Mirad a Israel según la carne: los que comen de los sacrificios ¿no son partícipes con el altar? " (vvss. 16-18).
Hay dos conceptos divinos unidos aquí, sin embargo distinguidos también. Claro, el pan fraccionado nos habla del cuerpo físico de Cristo que Él ofreció en sacrificio por nosotros en la cruz. Pero nuestro pasaje dice: "Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan." Nosotros, los que creemos en el Señor Jesucristo como el que "fue muerto por nuestros pecados," formamos un solo cuerpo; somos "el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" en cualquier lugar (1ª Co. 15:3; 12:27). En Israel, había doce panes sobre la mesa de la proposición (o presentación) dentro del tabernáculo; (véase Lev. 24:5-9), pero la iglesia verdadera no se constituye de doce tribus, sino de un solo cuerpo de creyentes en Cristo. Así que, del un solo pan en la mesa del Señor, antes de que sea partido en memoria del Señor, dice: "porque un pan, es que muchos somos un cuerpo." Es un poco difícil dejar penetrar en la mente esta verdad fundamental, pero es preciso que dejemos por un lado nuestros propios pensamientos y prejuicios, y que aceptemos los pensamientos divinos, ¿verdad? Todo cristiano verdadero, redimido con la sangre preciosa de Cristo y unido a Él, la cabeza en gloria, por el Santo Espíritu, es un miembro del un cuerpo de creyentes que se llama la iglesia, la cual, según el propósito de Dios y a los ojos de Dios también, se constituye en un solo cuerpo. Por lo tanto, si vamos a participar de la cena del Señor, no podemos comerla conforme a los pensamientos de Dios si no lo hacemos sencillamente como miembros del un cuerpo de Cristo, ¿verdad?
"Mirad a Israel según la carne: los que comen de los sacrificios ¿no son partícipes del altar?" (v. 18). Basta citar un solo pasaje de los varios en el Antiguo Testamento: "Porque he tomado de los hijos de Israel, de los sacrificios de sus paces, el pecho que se agita, y la espaldilla elevada en ofrenda, y lo he dado a Aarón el sacerdote y a sus hijos, por estatuto perpetuo de los hijos de Israel" (Lev. 7:34). Y ¿dónde comían Aarón y sus hijos su porción? "Dijo Moisés a Aarón y a sus hijos: Comed la carne a la puerta del tabernáculo del testimonio; y comedla allí con el pan que está en el canastillo de las consagraciones, según yo he mandado, diciendo: Aarón y sus hijos la comerán" (Lev. 8:31).
Así que, Aarón y sus hijos tuvieron que comer su porción de los sacrificios precisamente donde Jehová había prometido Su presencia en medio de Su pueblo Israel. De igual manera, ¿no deben participar los cristianos de la cena del Señor donde se reúnen sencillamente al Nombre del Señor Jesucristo?
"¿Qué pues digo? ¿Que el ídolo es algo? ¿o que sea algo lo que es sacrificado a los ídolos?" (v. 19). Los mismos israelitas, desobedeciendo a Dios, sacrificaron a los ídolos (Hch. 7:41-43). Dios, por lo tanto, les castigó con la mortandad y con plagas (Éx. 32:26-35). Un ídolo no es nada, pero detrás del ídolo están los demonios: "antes digo que lo que los Gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no querría que vosotros fueseis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis ser partícipes de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. O ¿provocaremos a celo al Señor? ¿Somos más fuertes que Él?" (vvss. 20-22).
De allí, que la responsabilidad del cristiano es muy grande: él no deberá tener nada en absoluto con los ídolos. Los tesalonicenses se convirtieron a Dios, al Dios vivo y verdadero, de los ídolos (1ª Te. 1:9). El diablo, según el tenor de este pasaje, los demonios (sus agentes) también, quieren que los hombres les adoren (véase Mt. 4:8, 9 y Lc. 4:5-7). La tendencia idólatra está fuertemente arraigada en el corazón humano; y aun el Apóstol Juan se echó a los pies de un ángel para adorarle; pero el ángel le reprendió, diciendo: "Mira que no lo hagas; yo soy siervo contigo, y con tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús: adora a Dios, porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía" (Ap. 19:10).
Este es el único pasaje del Nuevo Testamento donde se menciona "la mesa del Señor." La expresión, por supuesto, no habla de un mueble de madera u otro material, no; pero sí habla de los derechos de "Cristo como Hijo sobre Su casa" (Heb. 3:6), como la "Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo" (Ef. 1:22, 23). "¿Provocaremos a celo al Señor? ¿Somos más fuertes que Él?" Si bebemos la copa y comemos de la mesa de los demonios, ¡experimentaremos cuál es provocar al Señor a celo!
Además, hoy en día tenemos en nuestro derredor, no solamente las mesas de los demonios, sino también las mesas de los hombres. En los días apostólicos no había sino una sola asamblea cristiana en una ciudad entre templos y muchos los de ídolos. Pero ¡ay! antes de que muriera Pablo, su palabra profética dirigida a los ancianos de la asamblea de Éfeso había empezado a tener su cumplimiento, y aun hasta el día de hoy sigue cumpliéndose : "de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para llevar discípulos tras sí" (Hch. 20:30). "De vosotros mismos": verdaderos cristianos, hijos de Dios ; "se levantarán": el orgullo está obrando en sus corazones, quizás inconscientemente; "hombres": aunque son cristianos, a causa de su obrar malo no son dignos del nombre, pues están actuando carnalmente como "hombres"; "que hablen cosas perversas": no hablan mentiras, sino pervierten o tuercen las Escrituras no relacionándolas debidamente las unas con las otras; "para llevar discípulos tras sí": aquí se descubre el motivo malo escondido en el corazón de ellos: quieren que otros cristianos sigan en pos de ellos, no en pos de Cristo, la Cabeza de un solo cuerpo.
En medio de la confusión eclesiástica mil veces multiplicada desde los días de los apóstoles, todavía mantiene el Señor Su mesa, en donde Su nombre y Su verdad no son comprometidos, donde los cristianos se reúnen sólo en Su nombre, y rehúsan terminantemente reconocer otro nombre cualquiera. ¿Dónde está? El creyente sincero, recto y concienzudo, la hallará, orando al Señor para que le guíe, providencial y fielmente, como les guio a Pedro y a Juan, quienes Le preguntaron: "¿Dónde quieres que aparejemos?" (Lc. 22:9).
"Todo me es lícito, mas no todo conviene; todo me es lícito, mas no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro" (vvss. 23, 24). Ya hemos leído en el capítulo 8:9-13 que el que es conocido de Dios, y que conoce a Dios, no debe usar de su libertad como cristiano de tal modo que pueda ser tropezadero a los que son flacos en fe, más bien debe usar de su libertad para el bienestar espiritual de sus hermanos. Todo le era lícito al Apóstol y lo es a cualquier cristiano que conoce su libertad en Cristo, pero el amor de Dios decide la cuestión de ¿qué es más beneficioso?: nada que trastorne las almas de los demás creyentes; tampoco nada que no edifique sus almas. Sí, es el amor de Dios derramado en el corazón del que quiere servir al Señor, lo que le hace al siervo buscar el bien espiritual, y a veces aun material, del prójimo, ¿verdad?
"De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por causa de la conciencia; porque del Señor es la tierra y lo que la hinche. Y si algún infiel [o incrédulo] os llama, y queréis ir, de todo lo que se os pone delante comed, sin preguntar nada por causa de la conciencia. Mas si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por causa de la conciencia: porque del Señor es la tierra y lo que la hinche. La conciencia, digo, no tuya, sino del otro. Pues ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por otra conciencia? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser blasfemado por lo que doy gracias?" (vvss. 25-30).
Cual comentario espiritual sobre este pasaje citamos lo siguiente de un siervo del Señor del siglo diecinueve:
"El Apóstol repite su principio ya establecido, es decir, que gozaba de libertad en todo respecto; sin embargo, por un lado no se sujetaba a sí mismo a la potestad de persona o cosa alguna; por otro lado, siendo libre, aprovechaba su libertad para el bien espiritual de todos. De acuerdo, entonces, con esta regla, nos dio sus instrucciones: de cualquier cosa comestible vendida en el mercado, los creyentes podrían comer sin cuestión de la conciencia. Pero si un hombre dijera: 'Esto fue sacrificado a los ídolos,' esto demostraba que él tenía conciencia de un ídolo. Entonces los creyentes no debieran comer de ella a causa de la conciencia de él; pues en cuanto al creyente que era libre, su propia libertad cristiana no podría ser juzgada por la conciencia del inconverso; con respecto a la doctrina y con el que era espiritual, el Apóstol reconoce como verdad que el ídolo no es nada. Lo creado es sencillamente la creación de Dios. Comunión con lo que es falso debo evitar para mí mismo, especialmente en lo que se relaciona a la comunión con Dios mismo. Debo privarme a mí mismo de la libertad que la verdad me ha proporcionado, más bien que herir la débil conciencia de otros."
"Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios" (v. 31). ¡He aquí una norma de inmenso valor para el hijo de Dios! Es la respuesta a mil preguntas en cuanto a cómo portarse en todo aspecto de la vida. Se nos exhorta también en Colosenses 3:17: "Todo lo que hacéis, sea de palabra, o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él".
Hubo un creyente que había fumado como incrédulo, y seguía fumando después de convertirse a Dios. Pero un día mientras andaba por un bosque, sintió el deseo de fumar tabaco, y, sacando un cigarrillo, iba a encenderlo con un fósforo, [o cerillo], cuando de repente resonaron en su cerebro las palabras: "Todo lo que hacéis, sea de palabra, o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él." Al instante se dijo: "¿Qué? ¿puedo fumar este cigarrillo en el nombre del Señor Jesús y a gloria de Dios? ¡Imposible!" Arrojó de sí no sólo el cigarrillo de entre sus dedos, sino también todos cuantos tenía en su persona.
Algunos cristianos evitan fumar, bailar, etc., pero no comen o beben a gloria de Dios, pues lo hacen en exceso, como dice un refrán americano: "Con sus dientes cavan sus propias tumbas." También, por lo mucho que hayan comido, privan el cerebro de su viveza normal y ¡luego se duermen en las reuniones cristianas!
¡Cuán admirable y sencilla, entonces, es esta norma para la vida cristiana!: "Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios."
"Sed sin ofensa a judíos, y a gentiles, y a la iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas complazco a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos" (vvss. 32, 33).
En este pasaje se reconoce que hay tres clases de personas en el mundo: judíos, gentiles (o sea naciones con excepción de los judíos), y la iglesia, siendo ésta el conjunto de todos los que han hecho profesión de fe en el Señor Jesucristo. Antes de que la ley de Moisés les fuese dada a los hijos de Israel, no había sino solamente gentes descendientes de los tres hijos de Noé. Jehová, al redimir al pueblo de Israel de Egipto, les dijo: "Si diereis oído a Mi voz, y guardareis Mi pacto, vosotros seréis Mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque Mía es toda la tierra. Y vosotros seréis Mi reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel" (Éxodo 19:5, 6). Pero cuando los judíos rechazaron a Cristo su Mesías venido en pura gracia a ellos, perdieron el reino. Luego Dios llamó a los gentiles, pecadores perdidos inclusive nosotros: "alejados de la república de Israel, y extranjeros a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos [israelita y gentil] hizo uno, derribando la pared intermedia de separación; dirimiendo en Su carne las enemistades, la ley de los mandamientos en orden a ritos, para edificar en Sí mismo los dos en un nuevo hombre, haciendo la paz, y reconciliar por la cruz con Dios a ambos en un mismo cuerpo" (Efesios 2:12-16). De este pasaje, y de otros, es muy claro que la iglesia se forma de judíos y gentiles convertidos a Dios por fe en el Señor Jesucristo. Entonces desde el día de pentecostés, cuando la iglesia de Dios tuvo su principio, a la actualidad ha habido tres clases de personas en el mundo: judíos, gentiles y miembros de la iglesia cristiana. Es nuestro deber, entonces, como verdaderos cristianos, no dar ofensa a ninguno de los tres grupos, sino procurando, como el Apóstol Pablo, complacer a todos, no procurando nuestro propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos. Amén.

Capítulo 11

"Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. Y os alabo, hermanos, que en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé" (vvss. 1, 2).
El Apóstol Pablo era un hacedor de la Palabra de Dios, y no tan solamente un oidor (ver Santiago 1:22). Él no esperaba que los demás creyentes fuesen imitadores de él, sino solamente en la medida como él lo era, prácticamente, de Cristo; además, él fundó su exhortación acerca de "imitadores" sobre el fundamento sin igual del amor de Cristo: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave" (Ef. 5:1, 2).
Así que el Apóstol encomendaba por amor de Cristo, todo cuanto podía en la marcha de la asamblea de Corinto, como Cristo encomendó todo cuanto discernía en el testimonio de las siete asambleas de Asia (ver el Ap. caps. 2 y 3) que fuese de acuerdo con la voluntad de Dios: "Os alabo, hermanos, que [...] retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé."
Confiado, entonces, de que sus amados corintios ya estaban dispuestos a obedecer de corazón la verdad, él iba a participarles la revelación preciosa que había recibido directamente del Señor con respecto a la cena del Señor. Pero antes de escribírsela se vio constreñido a llamarles la atención sobre el atavío del hombre y de la mujer, respectivamente, a vista de Dios y de los santos seres de orden superior—los ángeles de Dios—cuando el uno y la otra, respectivamente, oraba o profetizaba.
"Mas quiero que sepáis, que Cristo es la cabeza de todo varón; y el varón es cabeza de la mujer; y Dios la cabeza de Cristo" (v. 3).
El orden ascendente de potestad aquí es: la mujer, el varón, Cristo (como el hombre glorificado en el lugar más alto de los cielos), y Dios.
Los estados o posiciones respectivos de la mujer y del varón permanecen los mismos, según Dios los ha ordenado, desde el principio. Adán fue creado; después Eva fue hecha de una costilla de Adán y Jehová la dio a él por compañera idónea. Además, cuando ella se independizó de Adán y fue engañada por la serpiente, luego el Señor le dijo a ella: "tu voluntad será sujeta a tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Génesis caps. 2 y 3). El Apóstol Pablo se refirió a la formación de la mujer cuando escribió a los corintios así: "El varón no es de la mujer, sino la mujer del varón. Porque tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón" (vvss. 8 y 9).
Ahora bien, "ninguno de nosotros vive para sí" (Ro. 14:7). Como criaturas de Dios, no somos constituidos seres independientes y solitos, sin nada que tener con otros seres, no. Somos enlazados en nuestras relaciones de vida con otros seres, no solamente humanos, sino (a lo menos como cristianos), con seres de otro orden de creación, es decir, con ángeles. Escrito está, por ejemplo, en Hebreos 1:14 que los ángeles "son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud." Y no sólo esto, sino son también espectadores, mirando lo que hacen los hombres, con respecto a los cuales los ángeles cumplen cuanto el Señor les manda hacer. "Somos hechos espectáculo [...] a los ángeles" (1ª Co. 4:9). Además, en cuanto a la intervención de Dios en gracia soberana en este mundo, Pedro nos dice que "en las cuales [cosas] desean mirar los ángeles" (1ª P. 1:12). Las Sagradas Escrituras están repletas de referencias a la actuación de los ángeles. Un ángel anunció a José, hijo de David, que el Mesías sería engendrado en María por el poder del Espíritu Santo. El ángel Gabriel anunció lo mismo a María misma de manera detallada. Los ángeles aparecieron en el sepulcro vacío después de la resurrección del Señor. Un ángel anunció el nacimiento de Jesús a los pastores; luego vino una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios. Un ángel sacó a los apóstoles de la cárcel. Un ángel dirigió a Felipe al camino en que había de encontrarse con el etíope para darle el evangelio. Así que debemos tener muy en cuenta que somos objetos de un servicio bendito y poderoso de ángeles.
Conviene, entonces, que el hombre y la mujer en todo su testimonio cristiano se comporten, respectivamente, de acuerdo con la voluntad de Dios, no únicamente para glorificarle, sino también para adorar la doctrina de nuestro Dios Salvador ante los ojos de los ángeles. Prestemos atención, pues, a lo siguiente: "Todo varón que ora o profetiza cubierta la cabeza, afrenta la cabeza" (v. 4). ¿Conviene que un varón ore a Dios o predique a los hombres con su sombrero en la cabeza? ¡Toda conciencia—aun la de los inconversos inteligentes—dice que no "Mas toda mujer que ora o profetiza no cubierta su cabeza, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se rayese [...] Juzgad vosotros mismos: ¿es honesto orar la mujer a Dios no cubierta?" (vvss. 5 y 13). "Juzgad vosotros mismos." El Apóstol apeló al juicio espiritual y reverencia de los corintios, y lo haría a nosotros hoy día si estuviera aquí. En este, el Siglo XX, muchas mujeres se han independizado. Son rebeldes. No obedecen a sus maridos. Lo que es peor, no son poseídas del temor de Dios; no se cubren; y peor aún: predican en público, desobedeciendo la palabra terminante: "Vuestras mujeres callen en las congregaciones [...] porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación [ ... ] No permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio" (1ª Co. 14:34, 35).
"Porque si la mujer no se cubre, trasquílese también: y si es deshonesto a la mujer trasquilarse o raerse, cúbrase" (1ª Co. 11:6). Sólo el temor de Dios puede obrar eficazmente en el corazón de la mujer. Una vez un evangelista daba el evangelio a una familia sola en su hogar. La hija se convirtió. Se arrodillaron para dar gracias a Dios por Su gran misericordia. El evangelista notó que la joven, no teniendo a la mano ni mantilla ni pañuelo, se cubrió la cabeza con la mano. Después de orar, en una oportunidad él le preguntó a ella: —¿Cómo es que Ud. se cubrió la cabeza tan pronto que se entregó al Señor? —Bueno—le contestó—me sentía estar en la presencia de Dios.
"Porque el varón no ha de cubrir la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios: mas la mujer es gloria del varón" (v. 7). Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó; por lo consiguiente le dio dominio sobre las criaturas inferiores; le puso por señor de la creación terrenal (Gn. 1:26-28). Y aunque el hombre cayó en el pecado, sin embargo, representativamente es "imagen de Dios" todavía en esta posición. Santiago nos dice que no conviene maldecir "a los hombres, los cuales son hechos a la semejanza de Dios" (Stg. 3:9).
"Por lo cual, la mujer debe tener señal de potestad sobre su cabeza, por causa de los ángeles" (v. 10). Como otro ha escrito: " [...] habían de cubrirse por causa de los ángeles, inteligentes y conscientes del orden y espectadores de los caminos de Dios en la dispensación de la gracia de Dios, y de los resultados que esta intervención había de producir."
"Mas ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor. Porque como la mujer es del varón, así también el varón es por la mujer: empero todo de Dios" (vvss. 11, 12). En cuanto a la creación, la mujer fue del hombre; en cuanto a la continuación de la raza humana, el hombre es de la mujer. El hombre no puede subsistir sin la mujer; tampoco la mujer sin el hombre; pero todo es de Dios.
"Juzgad vosotros mismos: ¿es honesto orar la mujer a Dios no cubierta? La misma naturaleza ¿no os enseña que al hombre sea deshonesto criar cabello? Por el contrario, a la mujer criar el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello" (vvss. 13-15). Finalmente, el Apóstol apeló a la distinción natural entre el varón y la mujer. Aun en la naturaleza humana, el cabello largo le servía de velo a la mujer. Como otro ha escrito: "el cabello de la mujer, su gloria y adorno, demostró—en contraste con el pelo del hombre—que ella no fue formada para mostrarse con la libertad del hombre delante de todos. Su cabello—dado en lugar de velo—demostró que la modestia y la sumisión [...] era su actitud verdadera, su gloria distintiva." Pero hay mujeres cristianas tan rebeldes que trastornan este pasaje y dicen: "la Escritura dice que mi cabello es mi velo; por eso no tengo que ponerme nada en la cabeza al estar en las reuniones." Pero ellas, como el diablo, no citan todo el pasaje, que dice en el v. 6: "si la mujer no se cubre, trasquílese también." Si su cabello fuera su velo, mantilla o sombrero ante Dios y los ángeles en la actitud de oración o de profetizar (nótese que no dice "profetizar públicamente"), entonces al dejar esta actitud, ¡tendría que raerse el cabello para no estar con velo!
¡Y el varón tendría que trasquilarse todo el pelo cada vez que estuviera ante Dios y los ángeles en la misma actitud! Y al dejarla, ¿qué de su pelo?
"Con todo eso, si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios" (v. 16). El Espíritu Santo previó que muchas mujeres cristianas, también algunos maridos, se manifestarían contenciosos y aun rebeldes con respecto a este asunto; por eso motivó al Apóstol que escribiera a los corintios, y a todo cristiano (v. cap. 1:2), dándoles a entender que ni los Apóstoles ni las asambleas cristianas permitirían una falta tal de reverencia delante de Dios.
"Esto empero os denuncio, que no alabo, que no por mejor sino por peor os juntáis" (v. 17). El Apóstol, en primer lugar, había alabado a los corintios cuanto pudo (v. 2) antes de tener que censurarles por sus desaciertos. Siempre procuremos reconocer todo lo bueno en nuestros hermanos en Cristo antes de llamarles la atención sobre sus faltas. Pablo, escribiendo a su amado Filemón, dijo: "[...] en el conocimiento de todo el bien que está en vosotros, por Cristo Jesús" (Flm. 6).
"Porque lo primero, cuando os juntáis en la iglesia, oigo que hay entre vosotros disensiones; y en parte lo creo. Porque preciso es que haya entre vosotros aun herejías, para que los que son probados se manifiesten entre vosotros" (vvss. 18, 19). No es de ninguna manera la voluntad del Señor que haya disensiones y herejías entre los Suyos. Al principiar su epístola a los corintios (y a nosotros también: véase cap. 1: 2), Pablo dijo: "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer" (1:10). ¿Por qué, entonces, se producen disensiones y aun herejías entre los creyentes? Son "obras de la carne [...] disensiones, herejías" (Gl. 5:19, 20).
La carne "no se sujeta a la ley de Dios" (Ro. 8:7), es decir, a la voluntad de Dios. Por eso el Apóstol dijo: "es preciso que haya entre vosotros aun herejías." No se puede esperar otra cosa, siendo nosotros lo que somos en nosotros mismos, pues en vez de dar muerte a las obras de la carne, damos rienda suelta al "viejo hombre" y él es el autor de la disensión y de la herejía. ¿No es verdad?
Pero otra pregunta: ¿Quiénes son los que se manifiestan por probados? ¿No son acaso los que no siembran disensiones, los que tampoco dan oídos al hereje (el cual ninguna división podrá hacer si nadie le presta atención)? Claro, no hay ningunos creyentes cien por ciento perfectos espiritualmente. Aun el Apóstol Santiago nos ha escrito: "porque todos ofendemos en muchas cosas" (Stg. 3:2). Reconociendo todo esto—no excusando nuestras faltas unos con otros—pesa sobre todo cristiano verdadero el no ocasionar ni apoyar la formación de divisiones, sectas o herejías entre los mismos miembros del cuerpo de Cristo. "Os ruego, hermanos, que miréis los que causan disensiones y escándalos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; y apartaos [no seguir en pos] de ellos. Porque los tales no sirven al Señor nuestro Jesucristo, sino a sus vientres; y con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples" (Ro. 16:17, 18).
"Cuando pues os juntáis en uno, esto no es comer la cena del Señor; porque cada uno toma antes para comer su propia cena; y el uno tiene hambre, y el otro está embriagado. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿o menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué os diré? ¿os alabaré? En esto no os alabo" (vvss. 20 a 22). Los corintios, recién convertidos a Dios de la idolatría reinante con sus fiestas, eran todavía carnales y no sólo tenían entre sí mismos "celos y contiendas, y disensiones" (cap. 3:3), sino estaban haciendo de la cena del Señor una comida común, cada uno tomando antes para comer su propia cena, y algunos pasando hambre por no tener nada, otros hartos aun hasta embriagarse. Todo esto no era comer la cena del Señor. Entonces el Apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, les dio a saber a ellos (y a nosotros también) el significado de la cena del Señor, la verdad acerca de la cual él había recibido, no de Pedro, Santiago y Juan, tampoco de los demás apóstoles, sino por una revelación especial dada directamente por Cristo como la Cabeza de la iglesia coronado de gloria y honra a la diestra del Padre. Pablo dijo:
"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es Mi cuerpo que por vosotros es partido (más propiamente, "es dado," Lucas 22:19, pues "hueso no quebrantaréis de Él" — Juan 19:36) : haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de Mí."
"Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga" (vvss. 23 a 26).
El Señor Jesús instituyó la cena en la misma noche en que Judas Iscariote Le traicionó. ¡Cuán conmovedor es eso! La gracia sublime del Señor —fiel hasta la muerte, y muerte de cruz—resplandeció divinamente contra el fondo negro de la perfidia del hombre.
Por medio de la cena del Señor (como otro ha escrito), "la muerte del Señor, Su cuerpo partido [o dado], fueron hechos presentes a la mente y [...] a la fe como la base y fundamento de todo. Este acto de amor, este hecho sencillo y solemne, al parecer flaco y vano, conservó toda su importancia. ¡El cuerpo del Señor había sido ofrecido por nosotros! [...] Al participar de la cena del Señor se hace recordar al corazón que es enteramente dependiente, que el hombre no es nada, que Cristo y Su amor son todo. El corazón está ejercitado y la conciencia se acuerda de que ha precisado de una limpieza, y que, sí ha sido limpiada por la obra de Cristo—dependemos absolutamente de esta gracia. Los afectos también están plenamente ejercitados [...]
"Tal como el cordero pascual trajo a la memoria el rescate que el sacrificio ofrecido en Egipto había procurado para Israel, así también la cena del Señor hizo presente a la memoria el sacrificio de Cristo. Él está en la gloria, el Espíritu ha sido enviado; pero debemos recordarle. Su cuerpo ofrecido es el objeto ante nuestros corazones en este memorial. Notemos esta palabra "memorial." No se presenta el Cristo tal como existe ahora; no es la realización de lo que Él es: eso no es un memorial—Su cuerpo ahora es glorificado. Es un memorial de lo que Él fue en la cruz. Es un cuerpo muerto, y sangre derramada, no un cuerpo glorificado. Sin embargo nosotros que somos unidos a Él en la gloria [...] hacemos memoria de Su muerte expiatoria [...] Bebemos también de la copa en memoria de Él. En una palabra, es Cristo contemplado como muerto: no hay tal Cristo ahora.
"Es el memorial de Cristo mismo. Es lo que produce afecto para Él; no es solamente la virtud de Su sacrificio, sino afecto para Él, la memoria de Él mismo. Luego el Apóstol nos muestra (pues es Pablo quien habla en el v. 26), si es un Cristo muerto, quién es que murió: ¡la muerte del Señor! ¡Imposible hallar otras dos palabras, la unión de las cuales tenga un significado tan importante! ¡La muerte del Señor! ¡Cuántas cosas se comprenden en que el que se llama el Señor ha muerto! ¡Qué amor! ¡qué propósitos! ¡qué eficacia! ¡qué resultados! El Señor mismo se entregó a Sí mismo por nosotros. Celebramos Su muerte.
"A la vez es el fin de los tratos de Dios para con el mundo sobre el terreno de la responsabilidad del hombre, excepto por el juicio. Esta muerte ha roto todo eslabón—ha demostrado la imposibilidad de que subsista uno siquiera. Anunciamos esta muerte hasta que el Señor rechazado venga para establecer nuevos lazos de comunión al recibirnos a Sí mismo para que tengamos parte en ellos."
"Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga" (v. 26).
Seguidamente, el Apóstol agregó: "De manera que, cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. Porque el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor" (vvss. 27 a 29).
Algunos de los corintios tomaban la cena del Señor indignamente como si fuera una comida familiar o común; no discernían en el pan el memorial del cuerpo del Señor ofrecido en sacrificio. Por lo tanto, "comerla indignamente" quiere decir llegarse a la mesa del Señor sin haber tenido el corazón ejercitado en vista de un privilegio y deber tan sagrados. Antes de participar de la cena del Señor, es preciso que uno se examine o se pruebe a sí mismo, juzgando cualesquier malos hechos, palabras o pensamientos que no hayan sido confesados, para poder estar con conciencia limpia y tranquila en la presencia del Señor; "por tanto," dice, "pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa." Por supuesto, no se trata de pecados que hayan acarreado deshonra al nombre del Señor públicamente—pecados de la índole de 1ª Corintios cap. 5:11-13—pues en tales casos es preciso que el ofensor sea excluido de la asamblea cristiana.
Pero hemos conocido a cristianos cuyas vidas personales son sin tacha y que asisten semanalmente al partimiento del pan; sin embargo, de cuando en cuando ellos no participan del pan, tampoco beben de la copa. Recientemente, a una hermana en Cristo que pasó por alto los emblemas, le fue hecha la pregunta: "¿Por qué no participó esta mañana de la cena del Señor?" Ella replicó: "Yo no estaba en condiciones para ello." Sin embargo, ¡disfrutó alegremente de un día entero de comunión fraterna con sus hermanos! Estaba en condiciones para gozar de comunión con ellos, pero—a su manera de pensar—¡no para tomar la cena del Señor! Ella no entendía que debiera haberse examinado a sí misma, juzgando cualesquier cositas que distraían su mente o perturbaban su corazón, para comer luego de la cena del Señor.
Es otra cosa comer de un modo descuidado o negligente, no teniendo muy en cuenta que no estamos sentados en nuestra mesa comiendo nuestra cena familiar, sino sentados alrededor de la mesa del Señor, participando de Su cena, la cual es la conmemoración de Su muerte—¡la muerte del Señor!
Muchos de los corintios no discernían el cuerpo del Señor, es decir, no estaban conscientes de que la cena, de la cual comían y bebían, era el memorial de un Cristo muerto por nuestros pecados. Eso era tomar la cena indignamente, y los que así la comían, comían y bebían juicio para sí, no discerniendo en los emblemas el cuerpo del Señor. "Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen" (v. 30). El juicio del Señor cayó encima de los descuidados. Muchos durmieron, es decir, murieron, posiblemente los que se embriagaban—¡cosa horrorosa! (véase v. 21).
"Que si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados" (v. 31). Examinándonos o juzgándonos de antemano, estamos en condiciones para tomar dignamente la cena del Señor. Pero si participamos de una manera indigna, seremos castigados por el Señor. Él es fiel. "Siendo juzgados, somos castigados del Señor, para que no seamos condenados con el mundo" (v. 32). El que ha renacido como hijo en la familia de Dios jamás puede perder el parentesco de un hijo para con su Padre; sin embargo, "el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo" (Heb. 12:6). Sus hijos no podrán ser condenados con el mundo, no; pero Dios sí nos castiga para que "recibamos Su santificación" (Heb. 2:10).
"Así que, hermanos míos, cuando os juntáis a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, porque no os juntéis para juicio" (vvss. 33, 34). De estos versos, se ve muy claramente que los corintios no entendían el significado de la cena del Señor—la conmemoración de su muerte.

Capítulos 12 y 13

"Y acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ignoréis. Sabéis que cuando erais gentiles, ibais, como erais llevados, a los ídolos mudos" (vvss. 1, 2).
De la "mesa del Señor" el Apóstol habló en el cap. 10; de la "cena del Señor" en el cap. 11; y sólo después de todo ello escribió sobre las manifestaciones espirituales, o dones impartidos a varios miembros del cuerpo de Cristo. Él no quería que los creyentes ignorasen este asunto importante de la acción del Espíritu de Dios en medio de la asamblea cristiana. Antes de convertirse a Dios, los corintios estaban encadenados por Satanás y víctimas de sus agentes, los demonios, pues tras los ídolos en los templos paganos había demonios, cuyo poder era y es, temible. Cuando un demonio se apoderó de una persona, ésta quedaba impotente y fue llevada por dondequiera por el demonio. En los cuatro evangelios podemos notar varios casos de ello, y cómo el Señor Jesús echó fuera los demonios que de diversas maneras afligían la gente.
"Por tanto os hago saber, que nadie que hable por Espíritu de Dios, llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por Espíritu Santo" (v. 3). He aquí la distinción enfática entre la manifestación de los espíritus endemoniados y la manifestación del Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Los demonios no quieren, y no podrán, invocar el nombre del Señor Jesús; pero el Espíritu de Dios que mora en los hijos de Dios, los miembros del cuerpo de Cristo, los hace llamar a Jesús "Señor:" "Señor Jesús." De paso, notemos que la primera vez que el título "Señor Jesús" aparece en la Biblia es en Lucas 24:3. Tan pronto que el Hijo de Dios, como el Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos, ya había merecido el título de ser el "Señor Jesús." El hombre que se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz, ya es el "Señor de todos" (Hch. 10:36). Debemos tener muy en cuenta que el Espíritu Santo (cuyo oficio es glorificar al Hijo de Dios; véase Juan 16:14), es el que nos impulsa a llamar a Jesús "Señor." Hoy en día hay miles de congregaciones que se llaman "cristianas"; sin embargo, ni en sus sermones, ni en sus oraciones, ni en su literatura se llama a Jesús "Señor." ¡Oh hermanos en Cristo!, no seamos engañados de ninguna manera por las apariencias de piedad, por las buenas obras de caridad, por el celo religioso de los comulgantes de tales iglesias, porque si Cristo no se invoca como "el Señor Jesús," entonces el Espíritu Santo de Dios no mora ni actúa en los que sólo hablan de "Jesús." Tenemos en Hechos 19:13-16 un ejemplo marcado: "Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica." También hay otro ejemplo, el de la muchacha que tenía espíritu pitónico: ella decía de los apóstoles en alta voz : "Estos hombres son siervos del Dios Alto, los cuales os anuncian el camino de salud" (Hch. 16:16-18). Ella no dio testimonio al "Señor Jesús," sino a "estos hombres." Y el "Dios Alto," el "Altísimo," no será su título hasta que venga el reino milenario (véase Daniel, Cap. 7). El que escribe recuerda bien que nunca llamaba a Jesús "Señor," sino "anatema," hasta que se arrepintió; luego Le llamó "Señor Jesús" instintivamente por medio del Espíritu Santo.
"Empero hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos" (vvss. 4-6).
Vemos aquí que las tres personas de la Trinidad, el Espíritu, el Hijo (el Señor), y el Padre (el mismo Dios), se interesan en el bienestar de los miembros del cuerpo de Cristo, los creyentes en el Señor Jesucristo. ¡Cuán bendito! ¡Cuántas veces la Palabra de Dios nos habla de la actividad de la Trinidad a favor nuestro! Por ejemplo, leamos también 2ª Co. 1:21, 22: "El que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios; el cual también nos ha sellado, y dado la prenda del Espíritu en nuestros corazones."
Ahora bien, la palabra griega traducida "repartimiento" también se traduce: "diversidad," "diferencia" o "distinción." Hay distinciones de dones en la iglesia, pero proceden todos del mismo Espíritu; es decir, no hay más de un solo Espíritu obrando, el Espíritu Santo.
La palabra griega traducida "ministerio" también se traduce; "servicio." Se refiere en este pasaje a los diversos servicios que los creyentes prestan a su Señor. No se refiere a lo que hace el así llamado "clero," sino sencillamente a los humildes servicios que nuestro Señor Jesucristo se digna encomendar a cada siervo respectivamente. Hay un sinnúmero de servicios que podemos prestar. Un siervo anciano del Señor una vez dijo: "No te preocupes para ver si tienes algún gran don; pero si tú ves algo que puedes hacer para agradar al Señor Jesús, hazlo; luego te dará otra cosita que hacer."
Hay diversas operaciones también, pero es el mismo Dios verdadero y omnipotente que lleva a cabo todas las cosas en todos.
Todo esto es en contraste marcado con las manifestaciones y operaciones de error de un sinnúmero de demonios escondidos tras los ídolos de los paganos.
"Empero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho" (v. 7). Las manifestaciones de los demonios son solamente para engañar y destruir las almas, pero las manifestaciones del Espíritu Santo siempre son para edificación de la iglesia y para bendición de los inconversos. Además, la manifestación del Espíritu le es dada a cada uno de los creyentes, no únicamente a un varón que ocupa un púlpito. En el mismo sentido, se nos dice en Efesios 4:7 que "a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo." Pero, como ya queda dicho, no esperemos la impartición de grandes dones, sino procuremos emplear lo poco que tenemos para la honra del Señor y la bendición de la pobre humanidad, salvada o inconversa todavía, ¿verdad?
"Porque a la verdad, a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu, a otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía, y a otro, discreción [o sea discernimiento] de espíritus, y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (vvss. 8-11).
Como ya hemos leído en el v. 7, "a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho"; es decir, el provecho espiritual de los creyentes en el Señor Jesucristo, y el de otros que han de ser salvos. Consideremos "los espirituales" (v. 1) o manifestaciones del Espíritu mencionadas aquí:
La "palabra de sabiduría" es la primera e indudablemente la más importante. La "sabiduría" es la inteligente y acertada aplicación espiritual de la ciencia (o sea conocimiento) en cualesquier casos o circunstancias que se presenten. ¡Ay de la asamblea cristiana (o sea iglesia local) en donde no se halle ni un solo hermano espiritual con don de "sabiduría"! Por causa de su actuación carnal, Pablo tuvo que reprender a los corintios: "¿[...] no hay entre vosotros sabio, ni aun uno que pueda juzgar entre sus hermanos [ ... ] ?" (6:5). Con el paso del tiempo los creyentes deben reconocer a los que tienen el don de sabiduría que se ejerce en bien o provecho espiritual de todos.
Por otra parte, nadie debe pensar que no tiene, o no puede gozar de la sabiduría necesaria para llevar bien su vida cotidiana, pues Santiago nos dice: "si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere, y le será dada. Pero pida en fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra" (1:5, 6).
Aunque la "palabra de sabiduría" sea sobresaliente, sin embargo, la "palabra de ciencia" es necesaria también, pues si no hay conocimiento cabal ¿cómo se puede ejercer la sabiduría? Hemos conocido a hermanos que tenían el don de ciencia y cuyos conocimientos de la verdad eran muy amplios, y en provecho espiritual de los creyentes, aunque no fueron dotados de sabiduría.
Juzgue el lector si en lo narrado en Hechos 15:4-21 Se echa de ver el ejercicio de la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia: por decirlo así, Pedro, Pablo y Bernabé hablaron la palabra de ciencia, pero fue Jacobo quien pudo resumir el caso y decir: "por lo cual yo juzgo [...] ", y expresó concisamente con palabra de sabiduría el juicio espiritual que "pareció bien a los apóstoles, y a los ancianos, con toda la iglesia" (15:22).
Se destaca la expresión, "por (o según) el mismo Espíritu," en este pasaje. Hay muchos espíritus de demonios obrando en el reino de Satanás, pero es por un solo espíritu, el Espíritu de Dios o (sea el Espíritu Santo), que son ejercitados los diversos dones espirituales en la asamblea o iglesia de Dios.
El tercer don mencionado es el de "fe." Claro, esto no se trata de la fe salvadora sin el ejercicio de la cual no hay nadie que sea salvo de sus pecados. "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que Le hay" (Heb. 11:6). Pero se trata aquí en nuestro pasaje de la fe que puede traspasar los montes (13:2). En los conflictos espirituales que el pueblo de Dios tiene que llevar, haciendo frente a obstáculos, al parecer, insuperables, el Señor reparte a algunos, por el mismo Espíritu, el don de "fe." Tales hermanos—pocos—pero bien convencidos ante Dios que Él está con Su pueblo, animan a los demás a que no desmayen, que no dejen de luchar, que tengan confianza en el Señor, que perseveren con oración y que esperen con paciencia.
La cuarta manifestación fue "dones de sanidades por el mismo Espíritu." En los tiempos apostólicos y formativos de la iglesia primitiva, Dios le proporcionaba a la gente alivio sobrenatural de sus dolores físicos para demostrar a todos que el todopoderoso Dios vivo y verdadero era Aquel que anunciaba el perdón de pecados y la paz por Jesucristo, Su amado Hijo. En el libro de los Hechos en el cual tenemos narrada la historia de la transición desde el judaísmo al cristianismo, son mencionados los siguientes casos de sanidad para el cuerpo: 3:1-9; 8:5-8; 9:12-18; 9:32-34; 9:36-42 (resurrección); 14:8-10; 19:8-12; 28:8-9. Pero una vez que fuese establecido el testimonio de Cristo en cualquier lugar, desde luego las vidas santas de los cristianos eran para los inconversos letras abiertas, "sabidas y leídas de todos los hombres" (2ª Co. 3:2). Por lo tanto el carácter del testimonio de Dios se iba cambiando: dones de sanidades estaban demás, pues las vidas de los cristianos eran testimonios de carácter moral y muy superior al de milagros; si desgraciadamente se hubieran vuelto en carácter carnal, entonces un sinnúmero de milagros de sanidad sólo habrían identificado el poder de Dios con lo que Él no pudo aprobar: la carnalidad.
Hay los que abogan hoy en día por "dones de sanidad", pero no toman en cuenta el propósito por lo cual esos dones fueron dados, es decir: confirmar o establecer el testimonio cristiano entre los paganos, no sanar dolencias físicas entre los creyentes. ¿No es de notar que el Apóstol Pablo jamás usó su don de sanidad para restaurar la salud física de sus consiervos ? Para su amado hijo Timoteo recetó una medicina; a Trófimo dejó en Mileto enfermo (véase 1ª Ti. 5:23; 2ª Ti. 4:20).
Santiago 5:14-16 no trata de "dones de sanidad," sino de "la oración de fe;" tampoco dice que el Señor levantará al enfermo enseguida, mucho menos milagrosamente (¿por qué llamó Pablo a Lucas, "el médico amado", si no hay lugar para el uso de medicinas? — Col. 4:14). Además, los ancianos a veces no se sienten con el ánimo de orar al Señor para que levante a un enfermo, creyendo que quizás es un castigo que el Señor le ha mandado. (Compárese 1ª Juan 5:16).
El quinto don mencionado es "operaciones de milagros." Como ya queda dicho con respecto a los dones de sanidad, asimismo se entiende que Dios se manifestó entre los gentiles y paganos, y aun entre los judíos al principio, "por medio de señales y milagros, y diversas maravillas, y repartimiento del Espíritu Santo según Su voluntad" (Heb. 2:4). Una vez establecido el testimonio, ya no había ni hay necesidad de señales y milagros. ¿No es de notar que en las epístolas a los Romanos y a los Efesios los dones permanentes mencionados no incluyen ni dones de sanidad, ni operaciones de milagros, ni géneros de lenguas? En cuanto a estos últimos, dice en nuestra epístola misma: "cesarán las lenguas" — 13: 8.
"Profecía." La "profecía," y el verbo que corresponde, "profetizar," se usan en dos sentidos distintos en las Escrituras: 1. Predecir lo que ha de suceder en el porvenir; 2. Manifestar o expresar lo que sea la mente del Señor en cualquier momento. De la "profecía" en el primer sentido véase, por ejemplo, Hch. 5:9, 10; 11:28; 21:10, 11; 28:22-26. De la "profecía" en el segundo sentido véase Hch. 5:3, 4; 10:47; 13:46, 47; 21:4; 28:25-28; Ro. 12:6; 1ª Co. 14:3, 24, 25, 29, 31 y 39.
Cuando lleguemos a considerar el contenido espiritual del capítulo 14 de nuestra epístola, nos enteraremos más del significado de lo que es "profetizar" en este último sentido.
"Discreción de espíritus." La palabra "discreción" se usa aquí en el sentido de "discernimiento," y así se traduce en otra versión. Para que vigilen por los agentes del diablo que siempre procuran meterse entre los cristianos, el Señor ha dotado a ciertos hermanos para que puedan discernir los espíritus, si son de Dios o del diablo. Sabemos que "Satanás se transfigura en ángel de luz" y "sus ministros se transfiguran como ministros [no de la gracia, sino] de justicia" (2ª Co. 11:14, 15).
Será provechoso narrar lo que sucedió en cierta asamblea cristiana de hermanos reunidos en el Nombre del Señor Jesucristo:
Empezó a asistir a los estudios bíblicos un señor que se llamaba "hermano en Cristo." Con el tiempo él empezó a participar en la conversación sobre la Palabra de Dios, y los creyentes, a excepción de uno, fueron encantados por lo que él decía; pero este último presentía que el hombre no era un hijo de Dios por fe en el Señor Jesucristo, y se puso a meditar en lo dicho por él, y a orar. Por fin, llegó el momento—durante un estudio bíblico—cuando el hermano que tenía el don de "discernimiento de espíritus" dijo al visitante, y con el dedo índice señalándolo:
—Ud. no puede decir, "Señor Jesús."
El hombre, cambiando la expresión de su cara, replicó: —¿Dice Ud. que no puedo?
Le contestó enseguida el hermano—Ud. no tiene poder para decir, "Señor Jesús."
El hombre, cambiando los rasgos de su expresión y poniendo mala cara, gruñó—¿Dice que no puedo?
Volvió a contestarle enseguida el hermano—Ud. no puede decir, "Señor Jesús."
El hombre fue manifestado como un agente del diablo. Tuvo que salirse, pues el Señor le había dado al hermano la capacidad de discernir al espíritu malo en él.
"Géneros de lenguas [...] interpretación de lenguas". Desde el día de Pentecostés el propósito de Dios, en impartir el don de lenguas, fue el de convencer a todo el mundo que Él mismo, el Dios vivo y verdadero, era el Autor del evangelio que traía la salvación a todos los hombres. "Las lenguas por señal son, no a los fieles, sino a los infieles" (1ª Co. 14:22). Pablo, aunque hablaba "lenguas más que todos" (14:18), no las empleaba en la iglesia, más bien habló "cinco palabras" con su sentido para edificarla. Las lenguas han cesado de acuerdo con 1ª Co. 13:8, pues como queda dicho arriba—una vez establecido el testimonio de Dios por el Evangelio—son las vidas santas de los cristianos las que hablan y las demostraciones milagrosas están por demás.
"Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (v. 11). El que dirige todo es el Espíritu Santo... como quiere. Hablando reverentemente, Sus manos no están atadas. Él hace lo que quiere y lo que Él quiere es para el bien de la iglesia de Cristo. Cuando el Espíritu de Dios discierne—y todo discernimiento tiene—que un don u otro ya no se necesita, lo quita, para dar, desde luego, algo que sea mejor en su lugar. Y no nos olvidemos nunca de lo que nuestro Señor Jesús nos dijo del Consolador:
"Él os guiará a toda verdad [...] os hará saber las cosas que han de venir. Él Me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre, Mío es; por eso dije que tomará de lo Mío, y os lo hará saber" (Juan 16:13-15).
"Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu" (vvss. 12, 13).
Para ayudar al lector de este artículo, hemos aprovechado el croquis (pág,125). Así mismo, las Escrituras citadas aquí arriba nos dan a saber que Cristo la Cabeza, y los que creemos en Él, nuestro bendito Salvador, formamos un solo cuerpo. Él es la cabeza; nosotros somos los miembros de Su cuerpo espiritual, que es la iglesia. Es por el poder del Espíritu Santo que cada persona arrepentida que cree en el Señor Jesucristo como su Salvador personal, es unida a Cristo, la Cabeza. Dice también en 1ª Co. 6:17: "El que se junta con el Señor, un espíritu es." El Espíritu Santo no solamente nos une a Cristo—a cada uno individualmente—sino nos incorpora, o bautiza, todos conjuntamente, en un solo cuerpo, no en diversos cuerpecitos. No importa cuál fuese nuestra nacionalidad; no importa cuál fuese nuestra categoría social: "en Cristo" ya han desaparecido toda distinción de raza y de categoría. Colosenses 3:11 también nos declara esto : "donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni scytha, siervo ni libre; mas Cristo es el todo, y en todos". Y Colosenses 1:18 nos dice que Cristo "es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; el que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado." ¿Estamos rindiendo a Cristo el primado en todo?
Notemos bien que el bautismo del Espíritu Santo es un hecho corporativo, no una cuestión de la recepción del Espíritu Santo por individuos. Cada verdadero creyente en el Señor Jesucristo recibe al Espíritu Santo tan pronto que cree en Cristo: "en El cual también desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa" (Ef. 1:13).
¡Cuán sublime ese propósito de nuestro Padre Dios, que nosotros los pecadores perdidos de la raza adámica, fuésemos hechos limpios con la sangre de Su Hijo, Jesucristo, y hechos miembros íntimos de Su cuerpo: una cosa con Él! ¡Cuán grande el amor de nuestro Padre Dios, que diera por nosotros al Hijo de Su amor!
"Pues ni tampoco el cuerpo es un miembro sino muchos. Si dijere el pie: porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?" (vvss. 14-16).
Este pasaje nos enseña que ningún cristiano —por no gozar de un gran don—tiene derecho de negar que es un miembro del cuerpo de Cristo, es decir, independizarse de los otros miembros, como si no tuviera necesidad de ellos, o si no tuvieran ellos menester de él. El pie no tiene tanta importancia en el cuerpo como la mano; sin embargo, ¿qué haría la mano sin que tuviera el pie para llevarla por dondequiera? Así mismo, la oreja no tiene tanta importancia como el ojo; sin embargo, ¿qué haría el ojo en muchas circunstancias o situaciones, si no tuviera la ayuda del oído?
"Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?" (v. 17). Nuestro cuerpo humano precisa del funcionamiento normal de un gran número de miembros y órganos distintos. ¿Qué sería ver un ojo grandote que no podría andar por falta de piernas, no podría oír por no tener oídos, y no podría alimentarse por no tener boca! Cada miembro del cuerpo es necesario; además cada miembro es lo que es por cuanto "Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso" (v. 18). Y lo que Dios ha dispuesto en el cuerpo humano sirve para ilustrar lo que ha dispuesto en el cuerpo de Cristo: no hay ni siquiera dos creyentes en el Señor Jesucristo que desempeñan la misma función, que se ocupan del mismo servicio; cada uno tiene su debido lugar como Dios ha querido. Si yo no soy más que un glóbulo rojo en la sangre, debo contentarme con serlo y dar gracias a Dios mi Padre por habérmelo hecho así, ¿verdad? Si Dios enviara un santo ángel a limpiar la basura de las calles de una ciudad, lo haría de muy buena gana, ¿verdad?
"Que si todos fueran un miembro, ¿dónde estuviera el cuerpo? Mas ahora muchos miembros son a la verdad, empero un cuerpo" (v. 20). No cabe duda de que en el mundo entero los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo se cuentan en muchos millares de hermanos y hermanas. ¡Cuánta bendición resultaría si todos desempeñaran su funcionamiento en bien de todos los demás miembros! Hemos conocido cristianos algunos de cuyos miembros—sea una pierna, una mano, un ojo, un nervio, un músculo, etc., no obedecen a la cabeza y por lo tanto están inutilizados, aunque son todavía del cuerpo. ¡Ojalá que no seamos miembros fuera de comunión con Cristo, nuestra Cabeza, y por lo tanto inútiles para bien de los demás miembros de Su cuerpo, que es la iglesia!
"Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester: ni asimimo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes, mucho más los miembros del cuerpo que parecen más flacos, son necesarios; y a aquellos del cuerpo que estimamos ser más viles, a éstos vestimos más honrosamente; y los que en nosotros son menos honestos, tienen más compostura. Porque los que en nosotros son más honestos, no tienen necesidad" (vvss. 21-24).
Este pasaje nos enseña—en primer lugar—que ningún cristiano que tenga un don muy superior al de otro, debe menospreciar a cualquier hermano no tan dotado. El ojo es un miembro del cuerpo humano más importante que la mano, pero si entra en el ojo una partícula de polvo u otra substancia extraña, ¡cuán pronto precisa el ojo del auxilio de la mano! Y si la cabeza quiere trasladarse a otro sitio, ¿de qué manera va a llegar si no se sirve del funcionamiento de los pies?
En Filipenses 2:3 se nos exhorta así: "estimándoos inferiores los unos a otros." Hace medio siglo dos hermanos evangelistas fueron a predicar el evangelio a la gente pobre en cierta isla pequeña. El uno era un indígena negro; el otro un ex-capitán del ejército de Gran Bretaña. Predicaron al aire libre. Después buscaron por dónde alojarse, pero no había ningún hotel ni casa de pensión. Por fin encontraron una casucha desocupada que no tenía mueble alguno; sin embargo, tenía piso de madera. Dieron gracias al Señor y se acostaron: el indígena sobre su estera de fibra y el inglés sobre su colchón de campaña, bastante cómodo. Al cabo de unos minutos, éste se levantó y dijo a aquél—
—Hermano Rolando, acuéstese aquí.
—¡Oh! muchas gracias, don Santiago, pero estoy bien sobre la estera.
—Hermano —volvió a decirle el inglés con voz más enfática— quiero que Ud. se acueste aquí.
—¡No, no! muchas gracias, pero quédese en su colchón; estoy bien.
—¡Hermano! —le habló con voz de mando el ex-capitán— Ud. tiene que acostarse aquí. Venga.
Así el hermano negro no pudo hacer otra cosa sino obedecer al ex-capitán. Levantándose de su estera delgadita, se acostó cobre el cómodo colchón. Luego el hermano inglés se acostó en el piso duro sobre la estera de fibra. Pasaron unos minutos de silencio. Entonces el hermano negro dijo:
—Hermano don Santiago, no puedo entender por qué Ud. no sólo viene aquí tan lejos de su patria para ayudarnos espiritualmente y predicar el evangelio, sino aun se priva a sí mismo de su colchón cómodo y me hace aprovecharlo.
—Hermano Rolando —le contestó el ex-capitán— la Escritura dice: "estimándoos inferiores los unos a los otros."
"Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros. Por manera que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen, y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan" (vvss. 25, 26).
Tan pronto que una abeja o avispa pique a uno en cualquier parte del cuerpo, el sistema nervioso lo siente y transmite la novedad a la cabeza que en su turno manda a la mano que saque el aguijón de la carne y que ponga encima de la picadura un calmante, sea un paño mojado de agua bien fría, o una cataplasma fría de antiflogistina, o sencillamente una cataplasma de barro limpio y frío; pues si un miembro del cuerpo humano se duele, los demás miembros se interesan por él, y, obedeciendo el mando de la cabeza, hacen todo lo posible para el bienestar del miembro dolido.
Así mismo, en el cuerpo de Cristo, los creyentes deben interesarse los unos por los otros. No menos de tres veces seguidas en San Juan oímos a nuestro Señor decir: "Que os améis unos a otros" (Juan 13:34; 15:12 y 17). Y en 1ª de Juan se nos pregunta: "el que tuviere bienes en este mundo, y viere a su hermano tener necesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está el amor de Dios en él?"
Se menciona primeramente en este pasaje de nuestra epístola, "que si un miembro padece," pues hay muchos creyentes más en Cristo Jesús que sufren de una manera u otra, que creyentes que son honrados. Sin embargo, "si un miembro es honrado," es decir, quizás, recibe una aprobación especial del Señor, los demás creyentes deben de gozarse, más bien, por supuesto, que estar envidiosos.
"Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (v. 27). Esta es una verdad muy importante. Los corintios convertidos eran el cuerpo de Cristo en la ciudad de Corintio, miembros en parte, como los romanos convertidos en Roma eran el cuerpo de Cristo, miembros en parte. No había tantos cuerpos de Cristo como había asambleas o iglesias cristianas en las muchas ciudades, pueblos, aldeas y parajes en el mundo; no, pues hay un solo cuerpo de Cristo cuya membresía incluye toda persona convertida en el mundo entero. Pero en cada lugar los cristianos eran "miembros en parte," que representaban localmente el un cuerpo de Cristo en dicho lugar. Nos acordamos de una conferencia bíblica en el pueblecito de Jiquima, Bolivia, en el año 1951: estábamos leyendo este capítulo 12 de 1ª de Corintios. Al escuchar un hermano una explicación cabal sobre el cuerpo de Cristo y los miembros en parte, exclamó: "¡Ya lo veo! Siempre creía yo que nosotros en la ciudad de Péramos el cuerpo de Cristo y que había otros cuerpos de Cristo en otros lugares, pero ya entiendo que todos los creyentes en el mundo entero formamos el cuerpo de Cristo, y nosotros en nuestra ciudad somos solamente miembros en parte del 'un cuerpo de Cristo.' "
"Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? todos doctores? ¿todos facultades? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos? Empero procurad los mejores dones; mas aun yo os muestro un camino más excelente" (vvss. 28-31).
No a todos, sino a unos puso Dios en la iglesia para estos propósitos. Los primeros fueron los apóstoles y profetas. Ya no tenemos tales dones, puesto que en las Sagradas Escrituras cumplidas—el canon de los veintisiete libros del Nuevo Testamento agregados a los treinta y nueve del Antiguo Testamento—Dios nos ha dado toda la doctrina apostólica y los escritos proféticos. Y entre los demás dones hay algunos que ya no existen. Sin embargo, Dios sigue dando los dones necesarios para el bienestar de la iglesia. Debemos procurar los mejores dones para edificación de los demás creyentes; pero muy por encima del ejercicio de todos los dones—por deseables que sean—hay un camino más excelente: el de amor (1ª Co. cap. 13).
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad [amor], vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspase los montes, y no tengo caridad [amor], nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad [amor], de nada me sirve" (vvss. 1 a 3).
En el capítulo anterior se trata de los dones en la iglesia, pero "camino más excelente" que el ejercicio de "los mejores dones" es el ejercicio de amor, el amor santo de Dios que "está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado" (Ro. 5:5).
"La caridad [amor] es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sinrazón, no se ensancha; no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (vvss. 4 a 7).
Es el ejercicio del amor divino que nos hace falta. Muchas de sus cualidades son pasivas, o negativas—lo que el amor no hace. Mas por el lado positivo, el amor se huelga de la verdad. No es el amor divino el tolerar la iniquidad o injusticia; "porque este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son penosos," como lo fueron los diez mandamientos de Moisés (1ª Juan 5:3; comp. Hch. 15:10).
"La caridad [amor] nunca deja de ser: mas las profecías se han de acabar, y cesarán las lenguas, y la ciencia ha de ser quitada; porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte será quitado" (vvss. 8 a 10).
"Dios es amor" (1ª Juan 4:8, 16), y por lo tanto el amor permanecerá para siempre; es este mismo amor que se derrama en los corazones nuestros y ¡nos inundará y extasiará por los siglos de los siglos! Amén.
"Oh,^amor de Dios! Brotando^está,
Inmensurable,^eternal;
Por las edades durará,
Inagotable raudal."
Lo difícil es ponerlo por obra en nuestras vidas y el redactor lo siente mucho. Jamás alcanzaremos la meta en este mundo; sin embargo, es nuestro deber crecer en el ejercicio del amor divino.
"Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre hecho, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza, y la caridad [amor], estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad" (vvss. 11 a 13).
El bien y su misericordia^Él jamás
Nos quita; vivimos felices en paz;
Y cuando ya no^haya^“esperanza"^o la "fe,"
Su^"amor" reinará por los siglos cual rey.
Con Él moraremos siempre^en Su^hogar,
Sus loores alegres hemos de^alzar;
Gozaremos—mirando la gloria^en Su faz—
De Su grande^amor, distrutado^a solaz.

Capítulos 14 y 15

En el capítulo doce, tenemos los dones en la iglesia mencionados, o sea, hablando reverentemente, la maquinaria; en el capítulo trece el debido ejercicio del amor divino, o sea la grasa para la máquina; y en este capítulo catorce instrucciones para el ejercicio de los dones, o sea cómo manejar la máquina.
"Seguid la caridad; y procurad los dones espirituales, mas sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas, no habla a los hombres, sino a Dios; porque nadie le entiende, aunque en espíritu hable misterios. Mas el que profetiza, habla a los hombres para edificación, y exhortación, y consolación. El que habla lengua extraña, a sí mismo se edifica; mas el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos hablaseis lenguas, empero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla lenguas, si también no interpretare, para que la iglesia tome edificación" (vvss. 1 a 5).
En este pasaje, el Apóstol hace hincapié sobre el "profetizar" no menos de cinco veces. "Profetizar"—en el sentido de 1ª Corintios caps. 12 a 14—es hablar la palabra de Dios que sea oportuna, apropiada, conforme al estado o necesidad espiritual de los oyentes, con la mira de su "edificación, y exhortación, y consolación." Poder profetizar con estos fines es el don mayor de todos, con tal que sea ejercido con amor.
En contraste marcado con esto, "el que habla en lenguas" no edifica a nadie, "porque nadie le entiende." Puede ser que "a sí mismo se edifica; mas el que profetiza edifica a la iglesia."
"Ahora pues, hermanos, si yo fuere a vosotros hablando lenguas, ¿qué os aprovecharé, si no os hablare, o con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?" (v. 6). Por expresarlo así el Apóstol les dijo: "Si os hablare con revelación [es decir, comunicar una verdad divina todavía no escrita en aquel entonces en la Biblia completada después en los días de los apóstoles], o con ciencia [de Dios], o con profecía, o con doctrina, será para vuestro provecho espiritual, pero ¿de qué valor sería irme a vosotros hablando lenguas? Ninguno."
"Ciertamente las cosas inanimadas que hacen sonidos, como la flauta o la vihuela, si no dieren distinción de voces ¿cómo se sabrá lo que se tañe con la flauta, o con la vihuela? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se apercibirá a la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien significante, ¿cómo se entenderá lo que se dice? porque hablaréis al aire. Tantos géneros de voces, por ejemplo, hay en el mundo, y nada hay mudo; mas si yo ignorase el valor de la voz, seré bárbaro al que habla, y el que habla será bárbaro para mí. Así también vosotros; pues que anheláis espirituales dones, procurad ser excelentes para la edificación de la iglesia" (vvss.7 al 12).
El Apóstol, para reforzar su exhortación a que la palabra predicada debe ser entendida, les llamó la atención al hecho de que aun los instrumentos de música hacen sonidos distintos, y también que una trompeta que diera sonido incierto no serviría para llamar soldados a presentarse a la batalla. Así también los corintios, si no hubieran proferido palabra inteligible, ¿qué valor habría tenido? Hubiera sido igual como vocear al aire.
Por lo tanto, el Apóstol—haciendo a sus amados corintios recordar que anhelaban espirituales dones—volvió a exhortarles a que procurasen "ser excelentes para la edificación de la iglesia."
"Por lo cual, el que habla lengua extraña, pida que la interprete. Porque si yo orare en lengua desconocida, mi espíritu ora; mas mi entendimiento es sin fruto. ¿Qué pues? Oraré con el espíritu, mas oraré también con entendimiento; cantaré con el espíritu, mas cantaré también con entendimiento. Porque si bendijeres con el espíritu, el que ocupa lugar de un mero particular, ¿cómo dirá amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien haces gracias; mas el otro no es edificado" (vvss. 13 a 17).
Por lo tanto, el Apóstol insistió en que el que hablase lengua extraña tuviese un intérprete. El principio divino enfatizado repetidas veces en este capítulo es lo siguiente: "hágase todo para edificación" (v. 26). Desde hace unos 60 años hay quienes pretenden hablar en lenguas extrañas, pero nadie las entiende; por lo tanto tales personas no son guiadas por el Santo Espíritu de Dios, sino por otro espíritu. Pablo agregó que, si orase en lengua desconocida, su espíritu oraba, pero su entendimiento era sin fruto. Por eso, él oraba con el entendimiento tanto como con el espíritu.
En cuanto a las oraciones en las asambleas cristianas, se puede señalar que un varón que ora lo hace como el vocero de la asamblea; por lo tanto, no va a introducir asuntos personales, siendo éstos sólo apropiados en su propia cámara.
También, con respecto a los himnos anunciados en las reuniones, no conviene anunciar un himno de llamada al pecador cuando los creyentes se reúnen para tomar la cena del Señor; o, en cambio, cantar himnos de adoración en un servicio de evangelización, pues los inconversos no pueden adorar a Dios, no conociéndole todavía. Hay que cantar con el entendimiento tanto como con el espíritu.
Ahora bien, en cuanto a las acciones de gracias en el culto de adoración de la asamblea, ¿cómo podrá cualquier hermano decir "amén" si no ha entendido lo que fue dicho?
"Doy gracias a Dios que hablo lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi sentido, para que enseñe también a los otros, que diez mil palabras en lengua desconocida. Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed niños en la malicia; empero perfectos en el sentido. En la ley está escrito: En otras lenguas y en otros labios hablaré a este pueblo; y ni aún así Me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas por señal son, no a los fieles, sino a los infieles; más la profecía, no a los infieles, sino a los fieles. De manera que, si toda la iglesia se juntare en uno, y todos hablan lenguas, y entran indoctos o infieles, ¿no dirán que estáis locos? Mas si todos profetizan, y entra algún infiel o indocto, de todos es convencido, de todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está en vosotros" (vvss. 18 a 25).
Pablo pudo hablar lenguas más que todos los corintios, y no cabe duda de que las empleaba para predicar el evangelio a distintos pueblos entre las naciones, pero en la asamblea local donde todos entendían un mismo idioma (el griego, el latín, el licaónico, etc.), él hablaba en aquel idioma por medio del cual cinco palabras habladas con el sentido valían más que diez mil en lengua desconocida. No conformarse los otros predicadores a eso era manifestarse a sí mismos como niños en el sentido.
Luego el Apóstol citó de Isaías 28:11, 12 lo que tenemos—substancialmente—en el versículo 21: "En otras lenguas y en otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así Me oirán." De ahí Pablo sacó la conclusión de que las lenguas eran, a los inconversos, por señal de que el Dios verdadero les estaba hablando para que entendiesen y creyesen las buenas nuevas de salvación. Las lenguas extrañas no eran para los creyentes. Imagínense Uds. hoy día una agrupación de creyentes llamándose cristianos y todos hablando a la vez en supuestas lenguas extrañas que nadie entiende; ¿qué dirán los inconversos que pasan por la puerta ? Con razón, "están locos." En cambio, si un varón está profetizando, es decir, anunciando, bajo la guía del Espíritu de Dios, la palabra de Dios apropiada para los oyentes, entonces puede ser que el corazón de "algún infiel o indocto" sea compungido y él llegue a reconocer que Dios en verdad le está hablando.
"¿Qué hay pues, hermanos? Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación: hágase todo para edificación" (v. 26). Otra vez el Apóstol hace hincapié sobre la necesidad imprescindible de "edificación."
"Salmos" o sea himnos, son siempre para edificación con tal que vayan de acuerdo con el tema o propósito de la reunión de la iglesia; pero si el hermano Fulano de Tal anuncia un himno sólo porque es un favorito suyo, y otros siguen anunciando otros, entonces no hay edificación verdadera y la reunión ha perdido su carácter como una reunión de la asamblea.
Asimismo, si la energía de la carne religiosa está obrando, entonces cada uno quiere tomar parte activa en la reunión de una manera u otra, y las mentes de los oyentes son trastornadas con demasía de palabra. "Hágase todo para edificación."
"Si hablare alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; mas uno interprete. Y si no hubiere intérprete, calle en la iglesia, y hable a sí mismo y a Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero. Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los que profetizaren, sujétense a los profetas; porque Dios no es Dios de disensión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos" (vvss. 27 a 33).
Dios "conoce nuestra condición; acuérdase que somos polvo" (Salmo 103:14). La mente humana se cansa al escuchar prolongadamente a predicadores. (Aun en el mundo culto se reconoce que un buen orador no puede captar la atención de todos en el auditorio más de unos veinte minutos). En la asamblea cristiana, por lo tanto, la regla es: "hablen los profetas dos o tres y los demás juzguen." Si dos ya han hablado, un tercero aún puede hablar, pero conviene que sea breve y que relacione lo dicho con el tema ya hablado. "Los demás juzguen." Ningún predicador es juez de su propio ministerio sino más bien los oyentes. Esta salvaguardia es con el propósito de no admitir enseñanzas falsas dentro del seno de la iglesia. Los demás tienen el deber sagrado de juzgar lo predicado.
"Si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero." Esa instrucción—necesaria en aquel entonces—ya no tiene aplicación literalmente, porque toda la revelación de Dios ha sido completada y la tenemos en escritos inspirados en los 27 libros del Nuevo Testamento. Pero en aquel entonces si una verdad, todavía no divulgada, mucho menos escrita, fuese revelada por el Espíritu Santo a un varón sentado en la asamblea, entonces otro que profetizaba había de callar (a pesar del valor de la profecía) y dar lugar para recibir la nueva revelación. Pero es preciso que reconozcamos que desde que los escritos del Nuevo Testamento fueron completados, ya no ha habido ninguna revelación nueva. Por lo tanto, ninguna persona tiene derecho alguno de ponerse de pie en la asamblea mientras un siervo del Señor está profiriendo palabra, y decirle: "Cállese, por favor; acabo de recibir una nueva revelación del Señor y estoy obligado a divulgarla en seguida."
Hay tiempo para todo; si tengo algo que decir a la asamblea para edificación, exhortación y consolación, y dos o tres ya han hablado en una ocasión, habrá oportunidad en la próxima reunión. No tengo razón, al insistir: "tuve que hablar; el Espíritu de Dios me impulsó." No; no fue el Espíritu de Dios, sino mi propio espíritu que yo no sujeté, pues "los espíritus de los que profetizaren, sujétense a los profetas." En el mundo pagano, los demonios se apoderan de los espíritus de seres humanos y éstos son llevados por fuerza diabólica; pero en la iglesia cristiana, el Señor ha ordenado que Sus redimidos—ya librados del poder del diablo—tengan control de sus propios espíritus. "No nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza" (2ª Ti. 1:7).
En resumen de lo antedicho, "Dios no es Dios de disensión, sino de paz." La "disensión" (otra traducción dice "confusión") no tiene a Dios por autor, sino la voluntad perversa y enérgica del hombre.
"Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley dice. Y si quieren aprender alguna cosa, pregunten en casa a sus maridos; porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación. Qué, ¿ha salido de vosotros la palabra de Dios? ¿o a vosotros solos ha llegado? Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore" (vvss. 34 a 38).
Con respecto a las reuniones de la asamblea como tal, la regla divina para los varones es que todos callen salvo dos o tres y para las mujeres es que todas callen. Es muy sencillo ; hay que obedecerla. El mandamiento no es de Pablo, sino del Señor. Si alguno a su propio parecer es "profeta o espiritual," la prueba de que lo es en verdad será el someterse a lo que está escrito como los mandamientos del Señor. Pero si ignora, ignore; mas no piense que la asamblea del Señor va a someterse al capricho o dictamen del hombre o de la mujer. ¡No!
Hay quienes dan licencia a las mujeres a predicar públicamente. Hay mujeres que son muy hábiles para hablar y resueltas a ocupar púlpitos: pero estén seguras todas ellas que no recibirán del Señor ninguna corona para echar a sus pies, por cuanto "el [o ella] que lidia, no es coronado si no lidiare legítimamente" (2ª Ti. 2:5); y "porque este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son penosos" (1ª de Juan 5:2). Es nuestra voluntad perversa que los hacen parecer a nosotros penosos.
Las mujeres tienen campo amplio de servicio al Señor, servicio que el varón no puede desempeñar.
"Así que, hermanos, procurad profetizar; y no impidáis el hablar lenguas. Empero hágase todo decentemente y con orden" (vvss. 39 a 40).
Lo más importante para la edificación de la iglesia es profetizar, y la segunda regla para el ejercicio de cualquier don es que sea ejercido "todo decentemente y con orden."
Son éstas las tres exhortaciones que nos son dadas en esta epístola: " [...] hágase todo para edificación [...] hágase todo decentemente y con orden [...] todas vuestras cosas sean hechas con caridad" [o amor] (1ª Co. 14:26, 40; y 16:14).
"Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (vvss. 1 al 4).
Este capítulo trata de la resurrección, un hecho importantísimo. Algunos aun entre los corintios negaban el hecho de la "resurrección de muertos" (v. 12). El Apóstol, por lo tanto, se vio obligado a declarar de nuevo el evangelio que había predicado a los corintios, tanto como a otros pueblos, el evangelio que tenía por su fundamento la resurrección del Señor Jesucristo, el evangelio que también declaró el hecho de la resurrección de todos "los que son de Cristo, en Su venida." (v. 23).
Pablo no promulgaba una doctrina nueva: el Antiguo Testamento había predicho que Cristo, el Mesías, moriría por nuestros pecados y que resucitaría de entre los muertos. Todo fue consumado "conforme a las Escrituras." Leemos, entonces, unas cuantas de las Escrituras del Antiguo Testamento que hablan de la obra redentora de Cristo y de Su resurrección:
El Apóstol Pedro cita lo siguiente del profeta Isaías, cap. 53, v. 5: "por la herida del cual habéis sido sanados." En ese capítulo 53 leemos esto: " [...] Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre Él; y por Su llaga fuimos nosotros curados" (v. 5).
El hecho de la resurrección de Cristo también es divulgada en este capítulo: "Cuando hubiere puesto Su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en Su mano prosperado. Del trabajo de Su alma verá y será saciado" (vvss. 10, 11).
El salmo 22 es el lenguaje de Cristo en la cruz y habla proféticamente de Sus sufrimientos expiatorios de la mano de Dios, también de Sus padecimientos de la mano de los judíos y de los gentiles (los "perros"). El primer versículo fue el clamor de Cristo en la cruz (véase Mat. 27:46), desamparado por Su Dios ya que llevaba "nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero" (1ª Pedro 2:24).
El salmo 16 habla de la resurrección de Cristo. De él Pedro citó en el día de Pentecostés lo siguiente: " [...] viéndolo antes, [David] habló de la resurrección de Cristo, que Su alma no fue dejada en el infierno [es decir, no en "el lago de fuego," sino en "el hades"], ni Su carne vio corrupción" (Hch. 2:31). Compárese Sal. 16:10.
Se podría multiplicar citas del Antiguo Testamento que "prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas" (1ª Pedro 1:11). Todo lo que Pablo, Pedro y los demás apóstoles predicaban acerca de la resurrección de Cristo fue "conforme a las Escrituras."
" [...] apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos juntos; de los cuales muchos viven aún, y otros son muertos. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles. Y el postrero de todos, como a un abortivo, me apareció a mí" (vvss. 5 a 8).
Dios hizo que el hecho trascendental de la resurrección de Su Hijo amado fuese atestiguado, no meramente por el número mínimo de testigos, dos o tres, sino por más de quinientos creyentes, y por todos los apóstoles, siendo Pablo el postrero. Las evidencias, desde el punto de vista legal, de la resurrección de Cristo son indisputables e incontrovertibles. No hay juez cuerdo que las pueda negar.
" [...] Yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la iglesia de Dios. Empero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo" (vvss. 9, 10).
Pablo nunca perdonó a sí mismo por haber perseguido la iglesia de Dios: en su propia estima siempre era de los pecadores "el primero" (1ª Ti. 1:15). Pero "la gracia de Dios" había obrado poderosamente en él, más que en los otros apóstoles; pero Pablo sintió su pequeñez.
“[ ... ] o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído. Y si Cristo es predicado que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, Cristo tampoco resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y aun somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él haya levantado a Cristo; al cual no levantó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres" (vvss. 11 a 19).
Fuesen los demás apóstoles, o fuese Pablo, predicaban el mismo tema: Cristo resucitó de los muertos.
¡Cristo resucitó!
Su gran trabajo consumó;
Tornó a vivir el Fiador triunfante,
Quien a la Muerte desarmó.
¡Cristo resucitó!
Por siempre vive^el que murió,
Y^ahora^intercede en pro de los Suyos
Que de sus culpas Él limpió.
Si Cristo no resucitó, entonces no hay ni habrá resurrección de muertos, la predicación de los apóstoles fue en vano, pues eran testigos falsos, nuestra fe es vana y aún estamos en nuestros pecados; también los que murieron en fe son perdidos, y por no tener nosotros esperanza en Cristo sino solamente en esta vida terrenal, somos de todos los hombres los más miserables, pues hemos rechazado al mundo y el mundo nos ha rechazado y aquí tenemos que sufrir. Notemos bien que el versículo 19 se conecta con el pasaje de vvss. 29 a 32, al cual nos referiremos más adelante. Primeramente el Apóstol vuelve a declarar la verdad de la resurrección y además revelar lo que depende y resultará de ella:
"Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Mas cada uno en su orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en Su venida. Luego el fin; cuando entregará el reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda potencia y potestad. Porque es menester que Él reine, hasta poner a todos Sus enemigos debajo de Sus pies. Y el postrer enemigo que será deshecho, será la muerte. Porque todas las cosas sujeté debajo Sus pies. Y cuando dice: todas las cosas son sujetadas a Él, claro está exceptuando aquel que sujeté a Él todas las cosas. Mas luego que todas las cosas Le fueron sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que Le sujeté a Él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos" (vvss. 20 a 28).
Cristo no sólo ha resucitado, sino es también las primicias, el primogénito de los muertos. Ya que Él resucitó, los que son de Él resucitarán; "porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (Juan 14:19). Adam—por su desobediencia—introdujo la muerte; Cristo—por Su obediencia hasta la "muerte de cruz"—introdujo, o se hizo autor de, la resurrección. Los que están en Adán, cabeza de una familia tal cual su padre, mueren; los que están en Cristo, cabeza de una familia nacida de Dios y poseedora de la vida eterna, serán vivificados hasta los cuerpos mortales mismos de ellos. Ese poder vivificador ya ha obrado en levantar a Cristo (siempre se dice en este pasaje "Cristo" más bien que "Jesús," por cuanto el Cristo es el título especial del que es cabeza de la iglesia), "las primicias," y luego ha de levantar a todos los que son de Él; ¿cuándo?; "en Su venida."
¡Cristo resucitó!,
Y de la muerte^hará subir
Su pueblo ; después con Él, resucitada
Su iglesia siempre^ha de vivir.
Ahora bien, entre "Su venida" para arrebatar la iglesia, y "luego el fin" transcurrirán mil años (el milenio del reinado de Jesucristo, "el Hijo del hombre") ; "luego" quiere decir que en el propósito de Dios Él ve "el fin" muy cercano, ya que "mil años son como un día delante del Señor" (2ª Pedro 3:8).
A Cristo el reino jamás Le será quitado, como lo será a todos los reyes de la tierra, sino durará hasta que no hubiere necesidad de gobierno para subyugar la maldad y quitar el pecado y todos sus resultados, del mundo y del universo. Habla proféticamente del reinado de Cristo en Daniel 7:14, esto: "Su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y Su reino que no se corromperá."
Cristo también va a subyugar y destruir un enemigo que ningún rey jamás ha podido vencer: la muerte. "Todas las cosas [Dios] sujetó debajo de Sus pies." Cuando David, por divina inspiración, escribió en Salmo 8:6, "todo lo pusiste debajo de Sus pies," ignoraba lo comprensivo de esa afirmación maravillosa. Aquí en la epístola a los corintios vemos que en el pensamiento y propósito de Dios ella abarcó la destrucción de la muerte; en Efesios 1:22 Se cita la segunda vez para hacernos saber que "la iglesia, la cual es Su cuerpo," compartirá con Cristo la cabeza Su gloriosa supremacía; y en Hebreos 2:8 la tercera vez para hacernos saber que Dios no está llevando a cabo Su propósito en esta dispensación de la gracia de Dios mientras los "muchos hijos" estén allegándose al autor de su salvación; sin embargo "vemos coronado de gloria y de honra [...] a aquel Jesús que [...] por gracia de Dios gustó la muerte por todos" (v. 9).
Entonces el Hijo de Dios, como hombre (pues como "el Hijo del hombre" ha de reinar), al tener todas las cosas sujetas a Él, entregará el reino a Dios Padre, pues ya no habrá necesidad alguna de gobierno humano que en el principio fue instituido para suprimir la maldad (véase Gn. 9:6). Ya no habrá tiempo más; el bendito Dios eterno y supremo será el objeto de todo corazón y en todos los redimidos vida eterna. ¡Oh día trascendente cuando con Cristo nuestro Señor en las moradas del Padre disfrutemos de todos los resultados de Su victoria total!
"De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué pues se bautizan por los muertos? ¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? Sí, por la gloria que en orden a vosotros tengo en Cristo Jesús Señor nuestro, cada día muero. Si como hombre batallé en Efeso contra las bestias, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres" (vvss. 29-33).
Este pasaje, mal interpretado y aplicado por los enemigos de la verdad que lo tuercen y aprovechan para sacar mucha plata de la gente, se conecta con el versículo 19 (siendo los vvss. 20 a 28 un paréntesis): "si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres." Desde el día de Pentecostés, a todo tiempo y en un lugar u otros, los verdaderos cristianos, redimidos con la sangre preciosa de Cristo, y no avergonzándose del testimonio de su glorioso Salvador, han sufrido: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y cuchillo, "muertos todo el tiempo [...] estimados como ovejas de matadero" (Ro. 8:35, 36). Si no hay resurrección, ¡de seguro no vale la pena sufrir así! Si no hay resurrección, no vale la pena bautizarse por los muertos. ¿Qué quiere decir esto: bautizarse por los muertos? Sencillamente esto: en aquel entonces, o en cualquier época cuando se levanta contra los cristianos persecución a cuchillo, el que se bautiza en el nombre del Señor Jesús se engancha en las filas de su ejército para reemplazar a otro soldado cristiano ya muerto a causa de su testimonio fiel. Bautizarse en aquel entonces era identificarse públicamente como soldado enganchado en las huestes del Señor Jesús, y exponerse al peligro de ser muerto por los enemigos de Cristo. El soldado recluta, por decirlo así, se bautiza por los muertos, reemplazando a otro cristiano que ha sido muerto por causa de su testimonio fiel a Cristo. Todo el contexto del pasaje hace muy claro el sentido del pasaje: "¿por qué nosotros peligramos a toda hora?" Cuando Saulo de Tarso se bautizó, se apartó de una vez de la nación de los judíos culpables de la crucifixión de su Mesías, y desde luego se identificaba con los discípulos del Señor Jesús, llegando a ser el objeto especial de la enemistad acerba de los judíos incrédulos. También fue perseguido por los gentiles idólatras. El Apóstol Pablo (antes Saulo de Tarso) se bautizó por los muertos, y por decirlo así, reemplazó al mártir Esteban en las filas del ejército cristiano un poco después de su muerte en la cual el mismo Saulo había consentido como el enemigo cruel de los cristianos.
Hay quienes—con fines perversos y de lucro—pretenden salvar el alma de una persona que no murió como miembro bautizado de su propia así llamada iglesia de ellos por medio de bautizar en su lugar a un pariente del difunto. Tales falsos maestros y comerciantes en las almas de los hombres citan el v. 2ª de Co. cap. 15 para justificar su doctrina falsa y su proceder lucrativo.
No habrá salvación nunca para la persona que ha muerto en sus pecados. "Está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio; así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos; y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que Le esperan para salud" (Heb. 9: 27, 28). "Para salud," por supuesto, es la redención del cuerpo cuando Cristo venga para arrebatar a los muertos y vivos y llevarlos todos a la casa del Padre (véase también Ro. 8:23 y 13:11).
Pablo se había expuesto a la muerte en Éfeso.
"Si los muertos no resucitan," dijo él, "si voy a dejar de existir como un perro muerto, ¿para qué arriesgarme la vida así? Vamos a comer y beber, pues mañana moriremos." Pero los muertos sí resucitan y él nos exhorta: "no erréis." Hubo, y hay quienes corrompen las buenas costumbres con sus malas conversaciones. Nosotros los cristianos no debemos prestarles el oído. "Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios: para vergüenza vuestra hablo" (v. 34). Algunos de los corintios carnales carecían del verdadero conocimiento de Dios y quizás daban rienda suelta a sus deseos carnales. Negar la resurrección y vivir conforme a la carne van juntos.
"Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muriere antes. Y lo que siembras, no siembras el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, acaso de trigo, o de otro grano; mas Dios le da el cuerpo como quiso, y a cada simiente su propio cuerpo. Toda carne no es la misma carne; mas una carne ciertamente es la de los hombres, y otra carne la de los animales, y otra la de los peces, y otra la de las aves. Y cuerpos hay celestiales, y cuerpos terrenales; mas ciertamente una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrestres. Otra es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas: porque una estrella es diferente de otra en gloria" (vvss. 35-41).
Hay muchos hombres que quieren dudar de la resurrección. Hacen dos preguntas: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?" El Apóstol los calificó de "necios." Claro: los muertos resucitarán por el poder de Dios y tendrán los cuerpos que Dios quiere darles. Cada primavera en lugares donde hace bastante frío en el invierno, se ve cómo los árboles y plantas que han parecido muertos—desnudos de follaje y sin flujo de savia en sus ramas—repentinamente echan sus renuevos, hojas y flores; todo según la naturaleza de cada uno de ellos, sin embargo todo completamente nuevo: vida nueva de un estado muerto. Dios da el cuerpo como quiso a cada árbol, planta y simiente. Asimismo, en la resurrección de los seres humanos salvos por la gracia, Dios dará a cada uno un cuerpo humano, pero glorioso y eterno, conforme a Su propósito. Y como hay glorias terrestres y celestiales muy distintas en esta creación, no cabe duda de que Dios repartirá glorias según Su beneplácito en la resurrección.
"Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con [o en] gloria; se siembra en flaqueza, se levantará con potencia; se siembra cuerpo animal, resucitará espiritual cuerpo. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual" (vvss. 42-44). ¡Qué transformación más sublime! Un cuerpo humano sembrado en la tierra en corrupción, vergüenza, flaqueza; un cuerpo de carne, huesos y sangre—sin vida; no obstante ... ¡resucitado por el poder del omnipotente Dios, en incorrupción, en gloria, en poder; un cuerpo de carne y huesos (sin sangre), vivificado y animado por el Espíritu de Dios, un cuerpo espiritual! ¡Qué vaso digno del espíritu del redimido, capaz de resplandecer con toda la gloria de Cristo, el Señor de gloria! Con respecto al "cuerpo espiritual," no se refiere a algo nebuloso o intangible, sino se trata de un cuerpo de carne y huesos animado, no por la vida que estuvo en la sangre, sino por el Espíritu mismo de Dios, y por lo tanto, un cuerpo en el cual el humano redimido jamás sentirá fatiga, cansancio, y dolor, mucho menos enfermedad; un cuerpo en que él tendrá una capacidad sin límites para poder acompañar al Señor Jesús y disfrutar de todo cuanto Él ha propuesto compartir con los Suyos. ¡Oh Señor, haz llegar ese día glorioso! Amén.
"Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo." (vvss. 45 a 47).
El primer hombre Adam fue hecho un alma viviente, como está escrito: "Formé, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente" (Gn. 2:7). Adam no tenía en sí mismo la vida. Pero en contraste, el postrer Adam, Cristo, aunque fue hecho verdadero hombre, era mucho más: era un "espíritu vivificante." No dice que fue hecho nada, sino que tenía lo que el primer hombre Adam no tenía, "la vida en sí mismo [...] porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida [...] porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en Sí mismo" (Juan 5:21, 26). El Hijo de Dios no es una mera criatura que recibió "soplo de vida," sino el Creador que imparte la vida. Es interesante meditar en Juan 20:22 en esta conexión: "soplé sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo" (V.M.) La mejor traducción inglesa tiene este sentido: "alenté en ellos soplo" (J.N.D.). Como el Creador alentó en Adam soplo de vida de un alma viviente, asimismo Cristo, como la Cabeza de la nueva creación, alentó en los discípulos soplo de vida, impartiéndoles al Espíritu Santo de Dios. ¡Qué maravilla!
Claramente, lo animal fue primero, después lo espiritual:
"Cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y como trajimos [o llevamos] la imagen del terreno, traeremos [o llevaremos] también la imagen del celestial" (vvss. 48, 49).
El primer hombre, Adam, tuvo su origen de la tierra; pero el segundo hombre no es una criatura de la tierra, sino el mismo Señor del cielo. Todo ser humano de la familia del primer hombre tiene la misma naturaleza y está en la misma condición terrenal y caída, nosotros los cristianos incluidos; pero todo ser humano redimido con la sangre preciosa de Cristo ya pertenece a la familia del postrer Adam, del hombre celestial: tiene la misma naturaleza santa y va a participar de toda la gloria de Cristo glorificado como hombre. ¡Qué maravilla! Aquí hemos llevado la imagen de Adam caído; allá llevaremos la imagen de la Cabeza de la nueva creación, de Cristo el postrer Adam.
"Esto empero digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción" (v. 50). Pablo vuelve a dirigirse aquí a sus "hermanos;" en el v. 1 les había declarado el evangelio, pero aquí les advierte que a pesar del hecho maravilloso de que ellos habían de llevar la imagen del celestial—de Cristo como el hombre glorificado—sin embargo, no podrían de ninguna manera entrar en la gloria celestial en cuerpos de carne y sangre. ¿Por qué? Porque "la corrupción" (y es lo que somos en cuanto al cuerpo) no puede heredar "la incorrupción," un estado o condición de cosas imprescindible, pues en la presencia del Señor "no entrará en ella ninguna cosa sucia" (Ap. 21:27). ¿Cómo, pues, podrían los salvos entrar en la gloria celestial? El Apóstol había recibido una revelación al respecto :
"He aquí, os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados. Porque es menester que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad" (vvss. 51 a 53).
Cuando venga el Señor Jesús para cuantos son de Él en Su venida, no todos nosotros los redimidos del Señor habremos muerto, o sea dormido en cuanto al cuerpo mortal; algunos estaremos vivos. Pero todos seremos transformados, los muertos resucitados en cuanto al cuerpo de los sepulcros, o del mar, juntamente con nosotros, los que vivimos, los que quedamos. Ya poseyendo la vida eterna en nuestras almas, sólo nos falta ser vestidos de cuerpos gloriosos semejantes al cuerpo de gloria del Señor Jesús, cuerpos incorruptibles e inmortales, cuerpos dignos para los compañeros del "Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de Su gloria, por la operación con la cual puede también sujetar a Sí todas las cosas" (Flp. 3:21). La expresión, "a la final trompeta, porque será tocada la trompeta" se considera como una alusión militar, pues de antiguo un ejército—una vez reunidos a una los componentes—se puso en marcha al sonar la trompeta final.
¡Oh^esa palabra vivificadora!,
Grito triunfante de^aquel bello^albor,
Que “sea^así, amén”; cuando^Él ya venga,
“Siempre^estaremos con nuestro Señor.”
Muertos y vivos, como^Él, transformados,
“Siempre^estaremos con nuestro Señor.”
“Y cuando esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo” (vvss. 54 a 57).
Vamos a verter al castellano del inglés un comentario sobre este pasaje: "Esta certidumbre de la destrucción de la muerte nos da una confianza ahora, a pesar de que la muerte aún existe, pues ha perdido su aguijón y la tumba su victoria. Todo es cambiado por la gracia que ganará este triunfo al fin. Mientras tanto, ha cambiado completamente el carácter de la muerte. Para el creyente ahora, pasar por el trance de la muerte es sólo dejar atrás lo que es mortal; la muerte ya no nos infunde terror del juicio de Dios, ni nos toca como la potencia de Satán. Cristo ha entrado en ella, se ha sometido a ella y la ha anulado totalmente y para siempre. No sólo todo ello, sino ha quitado también su arma: fue el pecado que afiló y envenenó su aguijón. Y fue la ley que dio al pecado su fuerza en la conciencia e hizo doblemente formidable la muerte, demandando de la conciencia una justicia exacta y declarando el juicio de Dios que requería cumplimiento con la ley y pronunció maldición sobre aquellos que fracasaron. Pero Cristo fue hecho pecado y llevó la maldición de la ley... y así nos ha librado del uno y de la otra y, a la vez, de la potencia de la muerte, fuera de la cual salió victorioso. Todo cuanto que la muerte nos puede hacer ahora es sacarnos del ambiente donde ejerce su potencia, e introducirnos en aquel en donde no tiene ningún poder. Dios, el Autor de estos consejos de la gracia, en quien hay el poder que los lleva a cabo, nos ha dado esta victoria por el Señor nuestro Jesucristo. En vez de temer la muerte, damos gracias al que nos dio la victoria por medio de Jesús.
El gran resultado será estar con Cristo, ser semejante a Cristo, y verle tal como es." (J.N.D.)
"Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano" (v. 58). Estando todo asegurado para nosotros por la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa del Señor Jesús, sólo nos resta, pues, empeñarnos resueltamente en la obra del que nos amó tanto, constreñidos por Su amor, sabiendo que nuestro trabajo de amor en el Señor no será vano.

Capítulo 16

"Cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere; para que cuando yo llegare, no se hagan colectas" (vvss. 1-2).
En el texto griego del Nuevo Testamento, no hay ni capítulos ni versos. Es muy conveniente tenerlos, para poder encontrar fácilmente cualquier pasaje de las Sagradas Escrituras, tanto los del Antiguo Testamento como los del Nuevo, pero el texto inspirado griego no los tiene. Así que, los traductores a veces rompieron la conexión de pensamiento, como se ve aquí: el primer versículo del capítulo 16 es conectado con el último del capítulo 15: "estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano." Una parte íntegra de la obra del Señor es ayudar a los hermanos pobres en sus necesidades apremiantes. Para esto, no se requiere ningún don especial: todos los cristianos pueden ayudar los unos a los otros. Pero, visto que casi todos son económicamente pobres, tanto hoy como en aquel entonces, vemos la sabiduría divina en la exhortación que el Apóstol Pablo dio a los corintios y, por extenso, a nosotros también: para acumular la suma grande necesaria para ayudar a los muchos hermanos pobres y perseguidos de Jerusalén, él exhortó a los hermanos corintios a que apartasen cada uno en su casa (no en la ofrenda de la asamblea) lo que por la bondad de Dios pudiere, quizás muy poco cada domingo (o sea el primer día de la semana cuando Cristo resucitó para nuestra justificación), pero con el tiempo llegando a ser una suma considerable. Pablo no quería hacer colectas cuando llegase a Corinto. "Si primero hay la voluntad pronta, será acepta por lo que tiene, no por lo que no tiene" (2ª Co. 8:12).
"Y cuando habré llegado, los que aprobareis por cartas, a éstos enviaré que lleven vuestro beneficio a Jerusalem. Y si fuere digno el negocio de que yo también vaya, irán conmigo" (vvss. 3, 4).
En 2ª Co. 8:20, 21 leemos: "evitando que nadie nos vitupere en esta abundancia que ministramos; procurando las cosas honestas, no sólo delante del Señor, mas aun delante de los hombres." Pablo cuidó de no dar lugar a Satanás y una insinuación de que él había tomado todo o una parte de los fondos donados por los hermanos de Corinto para los pobres de Jerusalén. Es de suma importancia que dos hermanos, o tres, se encarguen de los fondos de la asamblea cristiana, no uno solo. Es de igual importancia que los tesoreros lleven contabilidad en una libreta. Entonces cualquier hermano que quiera enterarse del negocio puede averiguarlo.
"Y a vosotros iré, cuando hubiere pasado por Macedonia, porque por Macedonia tengo de pasar; y podrá ser que me quede con vosotros, o invernaré también, para que vosotros me llevéis a donde hubiere de ir. Porque no os quiero ahora ver de paso; porque espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permitiere" (vvss. 5-7).
Parece que antes de que llegaran Estéfanas, Fortunato y Achaico, los tres hermanos de Corinto, con las novedades acerca de la asamblea en esa, Pablo había pensado en irse directamente a Corinto, y después a Macedonia (comp. 2ª Co. 1:15, 16); pero al darse cuenta del grave estado espiritual de ella, se vio obligado, no solamente a escribirles su primera epístola, sino a esperar un tiempo hasta que la asamblea se hubiera arrepentido del pecado no juzgado en medio de ella, y se hubiera mostrado limpia en el negocio. (Véase 2ª Co. 7:8-11). Pablo no quería irse a Corinto con la vara apostólica en la mano, sino con amor y espíritu de mansedumbre (véase 1ª Co. 4:21).
"Empero estaré en Efeso hasta Pentecostés; porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios" (vvss. 8-9).
Si Dios está obrando, el enemigo se opone; por eso no hay que abandonar el sitio. Si Dios no está obrando, la gente no presta el oído: la puerta no está abierta, y el siervo del Señor espera que sea guiado a otro lugar.
"Y si llegare Timoteo, mirad que esté con vosotros seguramente; porque la obra del Señor hace también como yo. Por tanto, nadie le tenga en poco; antes, llevadlo en paz, para que venga a mí; porque lo espero con los hermanos" (vvss. 10, 11).
Pablo había enviado a Timoteo y Erasto (el tesorero de la ciudad de Corinto, Ro. 16:23) a Macedonia (Hch. 19:22). Por si acaso llegasen a Corinto también, incluyó en su epístola a los corintios una carta muy especial de recomendación para Timoteo.
"Acerca del hermano Apolos, mucho le he rogado que fuese a vosotros con los hermanos; mas en ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora; pero irá cuando tuviere oportunidad" (v. 12).
Había siervos del Señor, como Timoteo, Tito, Artemas y Tychico, los cuales Pablo, con autoridad apostólica y con amor, enviaba a distintos lugares en el servicio del Señor. Esa autoridad no fue transmitida a otros, más bien el mismo Pablo encomendó a los ancianos de Éfeso "a Dios, y a la palabra de Su gracia" (Hch. 20:32), no al obispo Fulano de Tal.
Por otro lado, había siervos del Señor que no fueron llamados por medio del ministerio de Pablo y que servían individualmente al Señor, Apolos, por ejemplo. Pablo no le mandó a Apolos a que fuese a los corintios, sino solamente le rogó; pero Apolos, enterado ya del estado de las cosas en Corinto, tampoco quería irse allá en ese tiempo; iría más tarde.
"Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. Todas vuestras cosas sean hechas con caridad" (vvss. 13, 14).
Pablo esperaba ansiosamente que hubiera un arrepentimiento profundo entre los corintios; sin embargo, no dejaba de reconocerles como asamblea de Dios (véase 1ª Co. 1:2), y de exhortarles a que velasen y permaneciesen firmes en la fe. El cristiano no debe ceder nunca al enemigo. Portémonos varonilmente, y esforcémonos.
Hay tres "todos" en la Corintios: "hágase todo para edificación [...] hágase todo decentemente y con orden [...] todas vuestras cosas sean hechas con caridad [amor]" (14:26, 40; 16:14). Aquí, "portaos varonilmente, y esforzaos" está relacionado con "sean hechas todas vuestras cosas con amor." Hay una tendencia entre algunos cristianos, mientras contienden "eficazmente por la fe que ha sido dada una vez a los santos" (Judas 3), de olvidar la necesidad de hacer todas las cosas con amor.
"Y os ruego, hermanos, (ya sabéis que la casa de Estéfanas es las primicias en Acaya, y que se han dedicado al ministerio de los santos,) que vosotros os sujetéis a los tales, y a todos los que ayudan y trabajan" (vvss. 15, 16).
Aquí se ve un principio muy importante con respecto al gobierno en la iglesia de Dios en la tierra: "que os sujetéis a los tales." La casa de Estéfanas (uno de los tres hermanos que vinieron a verse con Pablo en Éfeso) no era meramente las primicias de Acaya para Cristo, sino mucho más: se había dedicado u ofrecido al servicio de los santos con amor y constancia. En las dos epístolas de Pablo a los corintios, es de notar que no se menciona ni una sola vez la presencia de "ancianos" (u obispos) y de "diáconos" (o siervos). Sin embargo, son estas dos epístolas las que nos instruyen, quizás más que cualesquiera otras, en el funcionamiento de la asamblea cristiana. El Señor previó el día cuando la iglesia en este mundo sería dividida en muchísimas sectas formadas por los hombres hablando cosas perversas (véase Hch. 20:30); Él no podría señalar, apostólicamente o de otra manera, obispos y diáconos en secta alguna, así aprobándola. Por eso, nos ha dado instrucciones inspiradas y suficientes para poder reconocer a los que son dignos de ser respetados por su dedicación al bienestar espiritual de las ovejas del Señor. Son conocidos por su fruto. A la asamblea muy joven de Tesalónica Pablo escribió: "y os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima por amor de su obra. Tened paz los unos con los otros" (1ª Tes. 5:12, 13). "Por sus frutos los conoceréis." Y en 1ª Ti. cap 3 y Tito cap. 1 tenemos listas inspiradas de las cualidades necesarias en el anciano u obispo; en la medida que un hermano despliega tales cualidades, en la misma los santos deben respetarlo y sujetarse a él y otros semejantes. De esta manera sana y segura se lleva a cabo el gobierno de la asamblea sin necesidad de "ancianos" (u obispos) y de "diáconos" (o siervos en las cosas materiales) oficialmente señalados.
"Huélgome de la venida de Estéfanas y de Fortunato y de Achaico: porque éstos suplieron lo que a vosotros faltaba. Porque recrearon mi espíritu y el vuestro: reconoced pues a los tales" (vvss. 17, 18).
Nos parece que no sólo Estéfanas, sino Fortunato y Achaico también, eran hermanos en Corinto que habían ganado la confianza de la hermandad por el fiel servicio que habían rendido. Por eso el Apóstol dijo : "Reconoced pues a los tales", sin señalarlos como "ancianos" u "obispos."
"Las iglesias de Asia os saludan" (v. 19). En aquel entonces no había ninguna división todavía en la iglesia cristiana en la tierra; todas se reconocían como miembros del mismo cuerpo de Cristo y se saludaban cariñosamente.
"Os saludan mucho en el Señor Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa" (v. 19).
Desde el día de Pentecostés, los creyentes en el Señor Jesucristo se reunían "en las casas." Los judíos convertidos a Dios no podían reunirse en el templo lleno de inconversos para rendir culto al Señor, aunque es cierto que daban testimonio a Cristo como su Salvador: perseveraban "unánimes cada día en el templo" [dando su testimonio], y partían "el pan en las casas" [recordando la muerte del Señor] (Hch. 2: 46). Fuera de Jerusalén, entre los gentiles convertidos, las Escrituras hacen mención de no menos de tres hogares en donde la iglesia se reunía: los de Aquila y Priscila, de Nimfas y de Filemón (Ro. 16:5; 1ª Co. 16:19; Col. 4:15 y Flm. 2). No todo hogar es un lugar apropiado para las reuniones cristianas. Precisa de un padre de familia de madurez espiritual. Conviene que tenga, a lo menos en su mayoría, las cualidades mencionadas en 1ª Ti. 3:1-7. Debe tener una esposa dedicada a la hospitalidad, dispuesta también a sacrificar el carácter privado de su casa, pues los creyentes, con sus hijos y niños, suelen tratar el lugar de reuniones en un hogar como si fuera propiedad suya.
Hemos presenciado reuniones en casas pequeñas en donde la gente casi no cabía. Para proveer asientos, tablas largas fueron colocadas sobre dos o tres sillas puestas en un lado sobre el piso, y todo hecho rápidamente.
En una palabra, los esposos cristianos en cuyos hogares los creyentes se reúnen tienen un gran privilegio, pero a la vez una gran responsabilidad y una carga que llevar con paciencia y perseverancia.
"Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo" (vvss. 20).
No pueden saludarse los hermanos en distintos lugares sin que tengan conocimiento mutuo los unos de los otros, y aun más importante, interés y solicitud mutuos. En aquel entonces no había medios de comunicación rápida; sin embargo, al leer las epístolas nos damos cuenta de que los creyentes en lugares lejanos los unos de los otros tenían conocimiento de lo tocante a cada asamblea. Véase, por ejemplo, Ro. 16:3-16.
Con respecto a la manera de saludarse los del mismo lugar y los visitantes, un beso u ósculo señalaba el amor o amistad en aquel entonces. Pero entre los cristianos, el Apóstol insiste que sea "con ósculo santo." "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jer. 17:9). Hay la tentación siempre presente de aprovechar la intimidad cristiana para satisfacer los deseos de la carne. En toda manifestación de amor cristiano, hay límites discretos y prudentes. ¿Conviene que los jóvenes y las señoritas se saluden con besos? ¿Conviene que los ancianos y las señoritas lo hagan? ¿Sería con ósculo SANTO?
Concedido que hay ocasiones raras cuando todos se besan o se abrazan, por ejemplo: "y cumplidos aquellos días, salimos acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la ribera, oramos. Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco, y ellos se volvieron a sus casas" (Hch. 21:5, 6). Fue la última vez que aquellos hermanos de la ciudad de Tiro vieron al Apóstol Pablo y su compañía. Habían estado juntos siete días y los discípulos, por el Espíritu, amonestaban a Pablo que no subiese a Jerusalén. Pero él perseguía su viaje, y muy emocionados, se despidieron los unos de los otros en la playa después de la oración. En aquel momento, un apretón de manos no era suficiente para expresar los sentimientos de sus corazones.
Sin embargo, debemos tener muy en cuenta que nuestros corazones son más engañosos que todas las cosas. La voluntad de la carne puede meterse en medio de los ejercicios más santos. Entre otras virtudes, "el fruto del Espíritu es [...] templanza" (Gl. 5:22, 23). Un padre joven preguntó a un anciano: "¿Cómo se sabe si un beso es santo?" La pronta respuesta fue ésta: "Tu conciencia te lo dirá." Todo depende del estado espiritual del creyente: el que vive en el Espíritu andará también en el Espíritu, no dando rienda suelta en ningún momento a la carne.
"La salutación de mí, Pablo, de mi mano. El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranatha. La gracia del Señor Jesucristo sea con vosotros. Mi amor en Cristo Jesús sea con todos vosotros. Amén" (vvss. 21-24).
A excepción de su epístola a los gálatas, Pablo no escribía sus cartas, sino empleaba un escribiente; pero las identificaba siempre mediante su firma o rúbrica (véase Ro. 16:22; Gl. 6:11; Col. 4:18; 2ª Ts. 3:17).
No amar al Señor es una prueba definitiva de que una persona no solamente es inconversa, sino que no quiere al Hijo de Dios, no quiere creer el Evangelio de la gracia de Dios. Sea anatema o maldita. Nos parece que Pablo dudaba de que todos en la asamblea de Corinto, tan llena de pecados y faltas, fuesen arrepentidos y convertidos. Toda alma salvada ama al Señor Jesús.
Después de haber exhortado a los corintios acerca de tantas cosas entre ellos desagradables al Señor, el Apóstol les encomendó a la gracia del Señor Jesucristo y también expresó su amor en Cristo Jesús para con todos.
Ya hemos terminado de comentar sobre esta maravillosa epístola, según la gracia que nos ha sido dada. Otros lo han hecho también. "Los profetas hablen [o escriban] dos o tres, y los demás juzguen" (1ª Co. 14:29).
Hemos visto cómo los creyentes en el Señor Jesús en Corinto fueron reconocidos como la asamblea de Dios, a pesar de que había muchos pecados todavía no juzgados entre ellos; cómo Dios dio tiempo para el arrepentimiento; cómo las más sublimes verdades les fueron reveladas a fin de que reconociesen su bendito llamamiento y posición como cristianos y luego juzgasen todo cuanto no había de acuerdo con todo ello en su marcha y testimonio; cómo constituían miembros en parte del un Cuerpo de Cristo en el mundo entero; cómo Dios había impartido dones a la iglesia para su edificación, exhortación y consolación; cómo esos dones habían de ser ejercidos con amor y conforme a la guía del Espíritu Santo; cómo los muertos serán levantados y los cristianos vivos transformados todos en la venida de Cristo para los Suyos, para heredar el reino de Dios en cuerpos incorruptibles, inmortales y glorificados, cuerpos animados, no por la sangre, sino por el Espíritu de Dios ; y finalmente, los detalles que acabamos de considerar en el último capítulo.