Sólo resta anotar y considerar algunas de las objeciones que hacen y las escrituras a que se remiten los que rehúsan creer que Dios quiere decir exactamente lo que expresa cuando dice, “Vuestras mujeres callen en las congregaciones”. Una de las más comunes es que las mujeres pueden con frecuencia predicar y orar mejor que los hombres. Esto puede ser así, pero no les justifica el desobedecer la palabra clara de Dios, que le manda a “aprender en silencio”. Los engañadores con frecuencia pueden predicar más fluidamente que los verdaderos siervos de Dios (con frecuencia lo han hecho así), pero esta no es razón para colocarlos en la plataforma o en el púlpito. Una lengua fluida y una mente precoz no presuponen un llamamiento de Dios a predicar. Y si se arguyere que “las evangelistas femeninas” y las “doncellas” del Ejército de Salvación han sido muy usadas de Dios en la conversión de almas, nosotros contestamos que todo eso puede ser verdad, pero aún nada prueba. Es un hecho bien conocido que durante el Gran Avivamiento en Irlanda en el año 1859, pecadores fueron convencidos de pecado y convertidos mientras escuchaban a sacerdotes católicos romanos celebrando misa. ¿Prueba esto que la misa es de Dios? Hemos sabido de almas que han sido salvas por medio de la predicación de hombres de quienes más tarde se supo que estaban viviendo en ese tiempo en pecado encubierto, de naturaleza grave; y Dios aun ha usado hombres inconversos para traer a los pecadores a Él. El autor [del presente tratado] fue llevado a decidirse a aceptar a Cristo por uno cuya vida de entonces acá ha demostrado que él mismo no era realmente un hombre convertido.
Basta esto para contestar el argumento de que porque Dios, en Su gracia soberana, hace uso de predicadoras mujeres, debe ser propio que ellas prediquen. Fue Finney quien dijo que no debemos salvar una sola alma de la muerte si no podemos hacerlo del modo que Dios ha señalado. Y cuando se le preguntó una vez al gran Spurgeon si él había oído predicar a cierta mujer, contestó que una mujer podía predicar hábilmente, pero era contrario a la naturaleza. De mucha más importancia que las palabras de éstos, es la palabra de Dios por medio de Samuel al rebelde Saul: “¡He aquí que obedecer es mejor que sacrificio, y el prestar atención que el cebo de carneros!”.
El caso de las hijas de Felipe quienes profetizaron se aduce con frecuencia como prueba de que es lícito que la mujer predique. Pero este pasaje no dice, ni siquiera insinúa, que estas mujeres ejercitaran su don en público.*
María Magdalena y la Samaritana son con frecuencia presentadas como habiendo predicado delante de hombres; pero la Escritura no dice eso; la primera fue enviada por el Señor resucitado con un mensaje para Sus discípulos (Juan 20:1717Jesus saith unto her, Touch me not; for I am not yet ascended to my Father: but go to my brethren, and say unto them, I ascend unto my Father, and your Father; and to my God, and your God. (John 20:17)). Ella no fue enviada a predicarles o a enseñarles, sino sólo a llevarles el grato mensaje del Señor, un privilegio del cual cualquiera mujer cristiana podría ser el feliz instrumento. Lo mismo podría decirse de la mujer Samaritana; ella también fue la grata mensajera de que había hallado al Mesías junto al pozo. “Entonces la mujer dejó su cántaro”, relata la escritura, “y fué a la ciudad, y dijo a aquellos hombres: Venid y ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?”. Ella le contó a todo el que encontró del nuevo gozo en su corazón, que es el precioso privilegio de todos. Esto, también, es todo lo que puede decirse del pasaje en Hechos 2:17-1817And it shall come to pass in the last days, saith God, I will pour out of my Spirit upon all flesh: and your sons and your daughters shall prophesy, and your young men shall see visions, and your old men shall dream dreams: 18And on my servants and on my handmaidens I will pour out in those days of my Spirit; and they shall prophesy: (Acts 2:17‑18). Las hijas de Israel, las “siervas” de Jehová, debían profetizar, pero ¿dónde? No en predicación pública, ciertamente, porque aún “la ley” les prohibía eso.
Pero ¿acaso no hay otro lugar fuera de la congregación pública donde proferir las alabanzas, las mercedes y las obras maravillosas de Dios? Se nos dice en Lucas 2:3636And there was one Anna, a prophetess, the daughter of Phanuel, of the tribe of Aser: she was of a great age, and had lived with an husband seven years from her virginity; (Luke 2:36) que la anciana Ana era “profetisa”; la acción de profetizar consistía en servir a Dios con oración y ayuno, dando gracias y hablando a todos los que esperaban la redención, del niño Salvador que sus ojos habían contemplado en el templo. Elizabeth, “llena del Espíritu Santo”, profetizó en voz alta en cuanto a María, que había venido a visitarla en su retiro. María misma, entonces, prorrumpe en una excelente alabanza profética a Dios, su Salvador. Anna, en el Antiguo Testamento, bajo el poder del Espíritu, alabó con un canto profético a Jehová, cuyo glorioso poder y gracia ella celebra en verdadero estilo profético.
Refiriéndose, sin duda, a María junto al Mar Rojo, dice el Salmo 68:11,11The Lord gave the word: great was the company of those that published it. (Psalm 68:11) “El Señor daba palabra: de las evangelizantes había grande ejército”, lo cual puede también aplicarse a cualquiera ocasión semejante, cuando, motivadas por grandes liberaciones efectuadas, las mujeres se unen en alabanzas a Dios, su defensor. Pero nada de esto es predicar o usurpar la dirección sobre el hombre, como lo demuestra el versículo siguiente: “Huyeron, huyeron reyes de ejércitos; y las que quedaban en casa partían los despojos”. Nada de esto es en la Iglesia, ni es de la dispensación cristiana, sino que se aplica proféticamente a Israel en los postreros días y a la destrucción de sus enemigos. Es la celebración de las victorias terrenales por las mujeres con cánticos, címbalo y danza, como era la costumbre en los tiempos del Antiguo Testamento.
El caso de Débora se aduce con frecuencia para justificar que las mujeres asuman la dirección en los servicios de oración y en los servicios evangelísticos; pero no hay comparación entre la conducta perfectamente propia de una mujer del Antiguo Testamento alentando a un hombre más tímido a que saliera a combatir a un enemigo terreno, y la práctica de las mujeres cristianas de orar y predicar públicamente cuando se prohíbe expresamente hacerlo por la palabra de Dios. Y no es, como muchos suponen, que Débora dirigió los ejércitos de Israel, y Barac simplemente participó como el teniente de ella, sino lo contrario —aun si Débora hubiere servido en capacidad alguna de mando, relata la narración: “Y levantándose Débora fué con Barac a Cedes” (Jueces 4:99And she said, I will surely go with thee: notwithstanding the journey that thou takest shall not be for thine honor; for the Lord shall sell Sisera into the hand of a woman. And Deborah arose, and went with Barak to Kedesh. (Judges 4:9)). Ella no dirigió sino que lo acompañó.
Es propio citar aquí las palabras de otro concerniente al puesto de la mujer en las Escrituras: “Su sitio no es enfáticamente el de testimonio público. Hay sesentaiséis libros en la Biblia y todos sus autores, quienes fueron distintamente elegidos de Dios, fueron hombres. No hubo entre ellos ni una mujer. Hubieron doce apóstoles: todos eran hombres. Setenta fueron enviados por el Señor además de los doce. No se nos dice que hubo una mujer entre ellos. En Hechos 6 hubieron siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, escogidos para servir a las mesas; no había ni una mujer. Muchos testigos fueron citados en 1 Corintios 15 para probar la verdad de la resurrección del Señor. Individuos varones son mencionados como testigos, pero no se menciona una sola mujer. Esto es notablemente significativo, si se tiene en cuenta que fue María la primera persona que vio a Cristo resucitado y le fue confiado por Él un maravilloso mensaje para sus discípulos. La exclusión de ella de la lista de testigos es la más fuerte prueba posible de que las Escrituras no conceden a la mujer un lugar de testimonio público. Se eligieron obispos en la iglesia primitiva; todos fueron hombres. Diáconos y ancianos son descritos en 1 Timoteo y en Tito; mas todos eran hombres. Hay dos testigos en Apocalipsis 11; son profetas, no profetisas, ni un profeta y una profetisa, sino hombres”.
Nos referiremos a un pasaje más de la Escritura, producido por los sostenedores del ministerio público de la mujer. Es Gálatas 3:28: “No se encuentra ahí Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Notemos que no es de lo que somos en la carne (en el cuerpo) que habla el pasaje, sino de lo que somos “en Cristo Jesús”, el Resucitado. Es de nuestra posición en gracia delante de Dios de lo que habla el apóstol en esta escritura. “En Cristo” no hay sexo, ni sus correspondientes relaciones, tales como esposo y esposa, padre, madre, e hijos. Pero aquellos que están “en Cristo” están aún en el cuerpo, con la relación a la cual se adhieren los mandamientos de los cuales hemos estado hablando. Mientras estemos aquí en el cuerpo existen estas relaciones terrenales, y el orden y las asignaciones de Dios tienen que ser desplegados en ellas. Sería una cosa terrible si el estar “en Cristo” por medio de la gracia divina, anulara nuestras responsabilidades naturales. ¡Hacer uso de Gálatas 3:2828There is neither Jew nor Greek, there is neither bond nor free, there is neither male nor female: for ye are all one in Christ Jesus. (Galatians 3:28) para sostener el ministerio público de las mujeres se debe ciertamente a un craso y extraño mal entendimiento!
¡Mujeres cristianas!, vuestro lugar en relación con el hombre está muy claramente establecido en las escrituras y vosotras no tenéis ni tendréis necesidad de dudar en cuanto a la línea de acción que debéis seguir si sólo existe el espíritu de obediencia al Señor.
Y sin tener razón para la duda, no tenéis excusa para desobedecer. La responsabilidad descansa sobre vosotras de sujetaros, no a la palabra de los hombres, sino a “los mandamientos del Señor”. Constituye vuestra felicidad y vuestro honor obedecer a lo que está escrito. Los modos, orgullo, y aplausos del mundo no valdrán en “aquel día” cuando el fuego de la santidad de Dios “hará la prueba de la obra de cada uno” (1 Corintios 3:1313Every man's work shall be made manifest: for the day shall declare it, because it shall be revealed by fire; and the fire shall try every man's work of what sort it is. (1 Corinthians 3:13)). “Y el que lidia, no será coronado si no lidiare legítimamente” (2 Timoteo 2:55And if a man also strive for masteries, yet is he not crowned, except he strive lawfully. (2 Timothy 2:5)).
El servicio no tiene valor alguno a los ojos de Dios si no se rinde con un corazón voluntario y leal, y en conformidad con las reglas establecidas en Su Palabra inmutable. Que nosotros todos, hombres y mujeres, en la iglesia y en el hogar y en nuestras relaciones necesarias con el mundo, hagamos sólo aquellas cosas que agraden a Aquel que “nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave” (Efesios 5:22And walk in love, as Christ also hath loved us, and hath given himself for us an offering and a sacrifice to God for a sweetsmelling savor. (Ephesians 5:2)). Nosotros somos santificados, no sólo por la sangre, sino por el Espíritu, “para obedecer a Jesucristo” (1 Pedro 1:22Elect according to the foreknowledge of God the Father, through sanctification of the Spirit, unto obedience and sprinkling of the blood of Jesus Christ: Grace unto you, and peace, be multiplied. (1 Peter 1:2)) —para obedecer como Él obedeció—. “Está escrito” ocupó un lugar prominente delante de Él siempre en todos Sus benditos pasos aquí de sujeción y obediencia a Su Padre. ¡Haya en nosotros este mismo sentir que hubo en Cristo!
No podemos terminar sin citar una vez más del valioso folleto del finado Dr. James H. Brookes: “Women in the Church” (“Las mujeres en la Iglesia”):
Los nombres de mujeres son mencionados a través de las sagradas páginas tanto como los de hombres; algunas de ellas destacándose como ejemplos brillantes de fe y alta devoción, e ilustre utilidad en el servicio de Dios; y otras mostrando toda la flaqueza y vileza de una naturaleza depravada. Débora, la profetisa fue levantada, cuando el valor del hombre había desfallecido por completo, para quebrar el yugo de la opresión extranjera del cuello del sometido Israel (Jueces 4). En contraste, fue la profetisa Noadías, quien procuró, por medio de impías maquinaciones, desanimar a Nehemías en su obra de reconstruir los muros de Jerusalén (Nehemías 6). Hulda, la profetisa, dio verdadero testimonio de Jehová (2 Reyes 22); pero María, la profetisa, aunque su cántico de triunfo repercutió desde las márgenes del Mar Rojo, fue herida de lepra por su insubordinación y por su murmuración contra su hermano Moisés (Números 12). Eva tentó a Adán, quien tuvo la bajeza de echar la culpa sobre su mujer, e indirectamente sobre Dios, quien la había tomado de su costado (del costado de Adán). Sara incitó a Abraham a hacer una grave ofensa y entonces cruelmente arrojó a la indefensa Agar de su casa. Rebeca entró en acuerdo con Jacob para despojar a su primogénito de la bendición de la primogenitura; pero Jacob tuvo que conocer el valor de una mujer fiel con la pérdida de la tierna Raquel, cuya triste muerte puso fin a sus esperanzas y aspiraciones terrenales, terminando todo porque valía la pena vivir, porque junto a su lecho de muerte él hizo un resumen de sus últimos años en estas patéticas palabras, “Porque cuando yo venía, se me murió Raquel en la tierra de Canaán”. La viuda de Sarepta aprendió que la palabra del Señor era verdad sólo por la amarga lección de profunda aflicción personal; pero la Sunamita pudo decir con resueltas palabras de fe y despejada paz, aun sobre el cadáver de su hijo, “¡Bien!” (Versión Moderna). La hermosa Abigail fue una mujer de buen entendimiento, y desvió la ira de David y le disuadió de su propuesta locura; pero la bella Bathsheba fue víctima de su concupiscencia; y el reino brillante de su hijo Salomón fue manchado y Salomón mismo arruinado por aquellas que el Espíritu Santo describe como “mujeres extranjeras” (Nehemías 13:2626Did not Solomon king of Israel sin by these things? yet among many nations was there no king like him, who was beloved of his God, and God made him king over all Israel: nevertheless even him did outlandish women cause to sin. (Nehemiah 13:26)).
Es un hecho notable que en los cuerpos religiosos o asociaciones donde se sanciona que la mujer hable en público y asuma la dirección, como ocurre entre “los Amigos” y en “el Ejército de Salvación”, la conveniencia y la voluntad humana suplantan mayormente la Palabra de Dios. En ambas organizaciones mencionadas, el bautismo cristiano y la cena del Señor son intencionalmente despreciados; y la desobediencia intencional en una cosa conduce a muchas otras.
Poco más se necesita decir sobre el lugar de la mujer según las Escrituras. Nos hemos propuesto hacer nuestro examen de este asunto lo más completo posible en un folleto de tamaño propio para la circulación general, aunque podría decirse más si fuera necesario. Colocada en su sitio, la mujer es muy admirable y hermosa —especialmente en devoción—. Fuera de su sitio, puede ser el instrumento más efectivo de Satanás para la ruina de los hombres. Fue “aquella mujer Jezabel” a quien se permitió en la iglesia de Tiatira enseñar y engañar los siervos de Cristo introduciendo dentro del círculo de los santos de Dios doctrinas e influencias corruptoras del peor tipo, las cuales pueden verse en su mayor fruición en la iglesia Romana hoy. En días más recientes las mujeres han tomado parte prominente en sistemas de error, muy lejos del Romanismo exteriormente, pero en algunos respectos tan insubordinados a las Escrituras como éste y tan impíos como el designado “la madre de las fornicaciones y las abominaciones de la tierra”.
En contraste, y como un hermoso ejemplo para las piadosas, está la anciana Ana, de quien la Escritura nos da este digno relato: “Era hija de Phanuel (a saber, Penuel, que quiere decir, la cara de Dios), de la tribu de Aser (dichoso) ... que no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones”. Ella se unió al venerable Simeón en su acción de gracias a Dios por el don del niño Cristo, “y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”. Como se ha dicho, ella dio su testimonio, no en la congregación del Señor, sino en el templo. Ella había visto sin duda “la cara de Dios”, y fue en consecuencia “dichosa”, no en el ministerio público, sino en el testimonio personal acerca del Señor, su Salvador.
Id, y haced lo mismo, mujeres cristianas, y vosotras también seréis “dichosas”: bienaventuradas en la sonrisa de la aprobación de Dios ahora, y luego en el “tribunal de Cristo”, con la palabra de Su aprobación, “Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. ¡Amén!