Romanos 3:24-4:25: Dios el Justificador

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¿Has escuchado a alguien decir algo así como: “A mí nadie me va a decir cómo tengo que vivir mi vida”? ¿O quizá nos hemos sentido mal cuando algún compañero ha realizado un trabajo mucho mejor que el nuestro? Sin embargo, si alguien exige un nivel de conducta tan elevado que incluso prohíbe pensamientos tales como la codicia o la envidia, entonces nos parece demasiado. Ahora bien, la Palabra de Dios describe tales reacciones cuando dice que “la ley produce ira” (Romanos 4:15). La perfecta y santa ley de Dios es un estándar demasiado difícil para que cualquier hombre pueda cumplirla a cabalidad, de manera que provoca cierto rechazo y evidencia el pecado del hombre, ya que saca a la luz lo que hay en él; pero la ley no tiene el poder para producir justicia en los seres humanos, sino que confirma que tal justicia no existe en ellos.
El único remedio es que Dios nos dé Su justicia como un regalo totalmente inmerecido, mediante Jesucristo: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:25). Si alguien te ha robado, ha vendido tus cosas y después vive bien, entretanto que tú no tienes ni siquiera para comer: ¿sería justo que un juez le deje en libertad sin que reciba un castigo? Tal vez quisieras mostrar misericordia y no denunciar su crimen; pero esto no sería justicia, ya que infringir la ley conlleva un justo castigo. Si Dios tan solo hubiese pasado por alto nuestros pecados por ser misericordioso ya no sería justo, además esto estaría en contra de Su propia santidad y excelencia, y tendríamos la oportunidad de pecar sin que haya ninguna consecuencia. Pero Dios no permitió esto, sino que Cristo tomó nuestro lugar para así satisfacer las demandas de Dios por el pecado. Es más, la obra que Cristo hizo en la cruz del Calvario para quitar el pecado del mundo fue tan perfecta y completa que Dios ya puede manifestar Su justicia al perdonar al pecador. Ahora podemos aprovechar esta bendición inmerecida, si recibimos la justicia que Dios nos ofrece por medio de la fe en la sangre que Cristo derramó en la cruz.
Algunos piensan que esto es demasiado fácil; pero no lo fue para Dios, ya que tuvo que imponer sobre Cristo toda la ira que merecían nuestros pecados y Él sufrió a manos de un Dios santísimo porque nos ama, pues era la única opción que había para nosotros como pecadores perdidos. Cuando Dios cargó sobre Cristo en la cruz del Calvario todo el castigo que nosotros merecíamos, satisfizo por completo todas las exigencias de la ley con la sangre de la víctima perfecta, por lo cual puede ofrecernos aquella justicia que Le pertenece. Así que ya podemos entender el significado de Romanos 3:31: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”.
Algunos pueden pensar que recibir la justicia de Dios en vez de producirla representa un cambio total en Su manera de actuar; pero no es así, ya que en todo el capítulo 4 de Romanos, Dios señala ejemplos del Antiguo Testamento en los que ha justificado al hombre siempre considerando la fe y no por guardar la ley. Considera Romanos 4:13: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”.
Dios nos ofrece algo mucho mejor que la inocencia o el mero perdón y si todavía no lo tienes puedes recibirlo hoy por fe: es que Dios como juez declare que ante Él no queda absolutamente nada, es más ni siquiera aparecerá jamás un rasgo de tu historia pecaminosa, pues tu registro quedará completamente limpio e inmarcesible porque poseerás la justicia que Él te otorgará mediante la fe en Jesucristo.