C. Stanley
(continuado del número anterior)
Ah, si tomásemos nuestro verdadero lugar, y reconociésemos nuestra verdadera condición como esclavos de nacimiento, concebidos en pecado, y formados en iniquidad, entonces toda dificultad pronto se desvanecería en cuanto a comprender como se aplica la redención a nosotros. ¿Has reconocido, reconoces que por naturaleza eras siervo del pecado —vendido bajo el pecado?— El pobre Indio de Occidente probablemente podría escapar de su amo, pero ¿no te has encontrado a ti mismo enteramente sin poder para escapar de Satán y del pecado? Tienes algunas cicatrices feas de pecado? Si crees, tan malo como eres, que Dios te ayudará a guardar la ley, y así al fin esperas entrar al cielo; entonces no conoces la necesidad de la redención. Si el Gobierno inglés votó tanto en el concilio del Parlamento, ¿qué votó Dios en los concilios de la eternidad? ¿Fue dar plata u oro por tu redención? ¡Fue dar a Su Hijo bien amado! Sí, Él es el que “Dios ha propuesto en propiciación por la fe en Su sangre”. Pobre indefenso esclavo del pecado, esa redención es para ti. Si tú eres tal esclavo, entonces debe ser para ti. Sí, el ESCLAVO que creyó en la proclamación fue en ese momento libre para siempre. Lo mismo sucede contigo. Dios lo conceda a miles que leen este periódico.
Querido creyente, es muy importante comprender esto: que tú no solamente eres gratuitamente justificado (todos los pecados siendo perdonados, Dios no ve ninguna iniquidad), sino que también eres redimido por la sangre preciosa de Cristo. Sí, rescatado de ese estado de esclavitud para siempre. Si esa gran suma de oro dejó a los esclavos libres para siempre, ¿no nos ha libertado y redimido a nosotros para siempre el infinito sacrificio de Cristo? ¿Permitiremos una sombra de duda? No; Él se dio a Sí Mismo por nosotros —fue un favor gratuito enteramente e inmerecido—. Nosotros no hicimos ni siquiera una cosa por nuestra redención; fue efectuada toda antes de que tuviésemos nosotros un deseo o pensamiento de redención. Y ahora escuchamos las buenas nuevas para nosotros, pobres esclavos del pecado; creemos, y somos libres para siempre.
Gloria eterna, gloria eterna
Sea al que en esa cruz murió
Pero debemos inquirir más de cómo la justicia de Dios es afectada por todo esto.
Versículos 25-26. “Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en Su sangre, para manifestación de Su justicia, atento a haber pasado por alto, en Su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar Su justicia en este tiempo: para que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.
Nótese que Dios había propuesto la propiciación de Cristo para declarar dos cosas. Su justicia necesitaba ser revelada en estas dos cosas. Pasar por alto, en Su paciencia, los pecados pasados; y para que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Aquí debemos amonestar a nuestros lectores de un equívoco serio, encontrado a menudo en cuanto a “pecados pasados”, como si significasen los pecados que han sido cometidos antes de nuestra conversión a Dios; que los pecados hasta ese tiempo son perdonados, o remitidos, por medio de la obra de Cristo; que Dios por lo tanto, sería justo, por medio de la muerte de Cristo, perdonando así los pecados pasados antes de la conversión. Este error deja al creyente en completa perplejidad en cuanto a pecados, que se pudiesen cometer después de la conversión; en verdad, esta idea deja al cristiano peor que al judío, ya que él tenía otro día de expiación cada año. Pero si el sacrificio expiatorio de Cristo solamente quitase nuestros pecados, o hiciera expiación por los pecados, hasta la conversión, entonces no queda ningún sacrificio, ningún remedio por los pecados después de la conversión. Pues “ya no queda sacrificio por el pecado” (Hebreos 10:2626For if we sin wilfully after that we have received the knowledge of the truth, there remaineth no more sacrifice for sins, (Hebrews 10:26)). Con esta manera finita de ver el sacrificio expiatorio de Cristo, ¿quién podría ser salvo? El único sacrificio infinito debe haber arreglado los pecados de un pecador finito, desde el primero hasta el último. Entonces, ¿qué es lo que significa este versículo de la Escritura? Sencillamente esto: Dios había pasado por alto, en paciencia, los pecados pasados, los pecados de todos los creyentes antes de que Cristo muriese; y ahora Él es el Justificador de todos los que creen, considerándoles como justos, como que nunca hubiesen pecado. Pero la gran pregunta era ésta: ¿Cómo podía Dios ser justo al hacer estas dos cosas? ¿Cómo podía esto ser revelado, declarado y explicado? Sin una respuesta a esta pregunta, ¿cómo puede cualquier alma tener paz con Dios?
Si todos habían sido culpables, ¿cómo podía Dios ser Justo en pasar por alto los pecados de aquellos que creyeron, ya fuesen judíos o gentiles? Y si se prueba que todos son culpables ahora —si se prueba que tú eres culpable— a cómo puede Dios declarar de ti, como Israel de la antigüedad, que Él no ha visto y que no ve iniquidad en ti? Claramente Él no podía ser justo en cuanto a alguna cosa en nosotros, o hecha por nosotros, baja la ley, o no baja la ley. Aquí el ojo de la fe debe descansar únicamente en la sangre de Jesús —“una propiciación, por la fe en Su sangre”—. Esto únicamente explica, declara, la justicia de Dios, tanto en cuanto a los pecados pasados de los creyentes y de los nuestros ahora. Vamos a recordar, sin embargo, que en el propiciatorio (o cubierta del arca) la sangre fue colocada delante del ojo de Dios. “Tomará luego de la sangre del becerro, y rociará con su dedo hacia la cubierta al lado oriental: hacia la cubierta esparcirá siete veces de aquella sangre con su dedo” (Levítico 16:1414And he shall take of the blood of the bullock, and sprinkle it with his finger upon the mercy seat eastward; and before the mercy seat shall he sprinkle of the blood with his finger seven times. (Leviticus 16:14)). Esto tenía que hacerse otra vez; la sangre de un becerro tenía que ser rociada delante de Dios en esa cubierta o propiciatorio de oro una vez al año. Y la sangre de otras víctimas tenía que derramarse a menudo. No así la sangre de Cristo; esa sangre, una vez derramada y rociada, no puede ser derramada o rociada otra vez.
¡Oh, alma mía, piensa lo que la sangre significa por todos tus pecados delante del ojo de Dios! La sangre, rociada sobre el oro, demuestra lo que la sangre de Cristo es, como encontrando, sosteniendo, declarando la justicia de Dios. Sí, Él era justo en justificar a David mil años antes de que la sangre fuese derramada; así como Él es justo en justificarnos a nosotros mil novecientos años después. Jesús necesitó haber sufrido por ambos.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)