Romanos 3:25-31, 4:1-8

Romans 3:25‑4:8
C. Stanley
(continuado del número anterior)
“Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en Su sangre, para manifestación de Su justicia, atento a haber pasado por alto, en Su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar Su justicia en este tiempo, para que Él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:25-2625Whom God hath set forth to be a propitiation through faith in his blood, to declare his righteousness for the remission of sins that are past, through the forbearance of God; 26To declare, I say, at this time his righteousness: that he might be just, and the justifier of him which believeth in Jesus. (Romans 3:25‑26)). Meditad en cada sentencia. ¿No es la justicia de Dios que Él sea justo? ¿Crees en Jesús —que Él ha glorificado así a Dios por Su sacrificio expiatorio— que ahora, en este tiempo, por medio de esa muerte, Él puede en justicia justificar a todos los que creen? ¿Se ha revelado de esta manera Dios a tu alma, como justo al considerarte a ti justo?
Como la justicia, por lo tanto, es enteramente de Dios, por medio de la redención que es en Cristo Jesús, “dónde pues está la jactancia?” ¿Está sobre el principio de obras que nosotros hayamos hecho? No, dicho pensamiento está excluido. “¿Por cuál ley? ¿de las obras? No, mas por la ley de la fe” (versículo 27). Porque hemos visto que la fe encuentra justicia en Dios. No puedo jactarme, entonces, de haber sido, o de ser justo en mí mismo, como se ha probado que somos culpables, y sabemos que es cierto, y, sobre el principio de las obras de la ley, podemos ser condenados solamente. La justificación no puede ser sobre esa causa, no importa cuánto luchemos para hacerlo así.
La justificación, entonces, debe ser sobre otro principio. “Así que, concluimos ser el hombre justificado por la fe, sin las obras de la ley” (versículo 28). ¿Qué otra cosa podría concluir la Escritura, ya que todos somos culpables, y la justificación no es lo que nosotros somos para Dios, sino lo que Él es para nosotros, expuesto en Cristo? No se confundan estas dos cosas. Deje que su salvación sea enteramente sobre el principio de la fe —lo que Dios es para ti.
Ser justificados por la fe es lo que Dios es para nosotros por medio de Cristo. Las obras de la ley están sobre el principio de lo que nosotros somos para Dios. ¡Gracia admirable! Somos justificados por lo uno, sin lo otro. Y en esto la doctrina de “no hay diferencia” es cabalmente sostenida. La misma justicia de Dios para todos, judíos o gentiles, está sobre el principio de la fe, y por los medios de la fe.
Aquellos que sostienen que todavía estamos bajo la ley, la hacen nula, porque maldice a aquellos que están bajo ella, porque no la guardan. Aquellos que una vez estaban bajo la ley tuvieron que ser redimidos de su maldición por la muerte de Jesús. Así que, si la escritura nos pusiera debajo de ella otra vez, entonces Jesús necesitaría morir otra vez para redimirnos de su maldición. (Véase Gálatas 3:10-13; 4:4-510For as many as are of the works of the law are under the curse: for it is written, Cursed is every one that continueth not in all things which are written in the book of the law to do them. 11But that no man is justified by the law in the sight of God, it is evident: for, The just shall live by faith. 12And the law is not of faith: but, The man that doeth them shall live in them. 13Christ hath redeemed us from the curse of the law, being made a curse for us: for it is written, Cursed is every one that hangeth on a tree: (Galatians 3:10‑13)
4But when the fulness of the time was come, God sent forth his Son, made of a woman, made under the law, 5To redeem them that were under the law, that we might receive the adoption of sons. (Galatians 4:4‑5)
). “¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley” (versículo 31). Jesús revelado al ojo de la fe, llevando la maldición de la ley quebrantada para aquellos que estaban bajo ella —si esto no establece los reclamos de la ley de Dios, ¿qué otra cosa podría hacerlo?— Pero si nosotros fuésemos puestos bajo ella otra vez, entonces sus reclamos tendrían que establecerse otra vez, o si no, sería nula.
Romanos 4
Ahora se podría justamente hacer la pregunta, si la raza humana entera ha sido hallada culpable ante Dios —los judíos y los gentiles— ¿sobre cuál principio podría ser justificado cualquiera? Claramente, sobre el principio de la ley, esa que condena al culpable, nadie podría ser justificado, y dos de los casos más admirables se citan en prueba. Nada menos que Abraham, el mismo padre de los judíos; y David, el dulce salmista de Israel. El primero fue justificado cuatrocientos treinta años antes de que la ley fuese dada; el otro, como quinientos años después, y eso cuando hubo merecido su maldición por medio de su temible transgresión.
En cuanto a Abraham, si alguno pudiese ser justificado por las obras, ciertamente seria él; y si estuviese ante los hombres, como en Santiago, tenía de que gloriarse, “mas no para con Dios”. Es todavía la pregunta solemne del hombre ante Dios. Bueno, ¿qué dice la Escritura acerca de este hombre, antes de que la ley fuese dada a ninguno, ni aun a él? “Creyó Abraham a Dios, y le fué atribuido a justicia”. Esta es la respuesta y el principio de la Escritura de cómo un hombre puede ser justificado sin las obras de la ley. Abraham creyó a Dios, su fe le fue atribuido a justicia. Mucho depende del verdadero significado de la palabra traducida “atribuido” y “contado” en este capítulo, la misma palabra en el original. Significa considerado como, o contado así; no es la palabra que se usa para significar sencillamente atribuido, o puesto en la cuenta de una persona; esa palabra se halla solamente dos veces en el Nuevo Testamento, traducida en Romanos 5:13: “pero no se imputa pecado no habiendo ley”. No se pone en la cuenta de una persona como transgresión de ley, cuando no se ha dado ninguna ley que pudiera ser transgredida así. Está más cabal y correctamente traducida en Filemón 18: “Si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta”, impútalo a mí. Vamos a ilustrar las dos palabras. Decimos, Dicha persona ha pagado en un banco 500 libras esterlinas a la cuenta de otro; se le atribuye a su cuenta. En el otro caso, un noble se casa con una mujer pobre, ¿Se le considera a ella pobre después de eso? Ella no tiene ni un centavo de sí mismo, pero se le considera tan rica como su esposo, se le considera así judicialmente. Abraham creyó a Dios, y le fue atribuido a justicia. Esto también podrá verse confirmada en Abel. “Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio a sus presentes” (Hebreos 11:44By faith Abel offered unto God a more excellent sacrifice than Cain, by which he obtained witness that he was righteous, God testifying of his gifts: and by it he being dead yet speaketh. (Hebrews 11:4)). En ambos casos el principio de la fe es el mismo. Abel creyó a Dios y trajo el sacrificio. Abraham creyó a Dios. Ambos fueron contados como justos.
Y esto no es sobre el principio de las obras, no por causa de lo que Abraham o Abel fuesen para Dios, sino que Dios les atribuyó la fe a ellos como justicia. “Mas al que no obra, pero cree en aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia” (versículo 5).
Me encontré con a un anciano el otro día, con el cabello tan blanco como la nieve, y le dije: “Ud. ha profesado ser cristiano, más o menos, por muchos años, y aun todavía no sabe Ud. que tiene vida eterna, no está seguro de que está justificado, y si Ud. muriera, no tiene Ud. la certidumbre de que partiría para estar con Cristo”. El rostro del pobre anciano se entristeció y dijo: “Todo eso es cierto”. “Permítame decirle la razón de esto. Ud. nunca ha vista hasta ahorita el punto de partida de Dios. Ha estado procurando todos estos años, más o menos, ser piadoso, creyendo que Dios justifica a los piadosos. Nunca ha creído todavía que Dios justifica a los impíos; en esto se encuentra el punto de comienzo. La piedad vendrá después. ‘Mas al que no obra, pero cree en aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia’”.
“Yo nunca vi eso antes”, dijo el anciano. Te preguntamos, lector, solemnemente: “¿Has visto esto verdaderamente y creído que Dios justifica al impío? Tal vez hayas procurado por mucho tiempo tomar el lugar de un hombre piadoso delante de Dios por medio de las ordenanzas de los hombres, y de las así llamadas buenas obras, procurando mucho falsificar esta Escritura. Sí, a menudo se necesita una larga vida de fracaso para traer a un alma a este verdadero lugar de principio de la gracia. Ciertamente debe ser sobre un principio diferente de la ley que Dios pueda justificar a los impíos. Al que no obra, pero cree.
Ahora vamos a ver la explicación inspirada de David sobre esta cuestión. “Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputó pecado”; o, “al cual el Señor no imputará el pecado siquiera”. No es que sean considerados justos porque nunca hayan pecado, porque todos han pecado; pero cuyos pecados han sido cubiertos, cuyas iniquidades han sido perdonadas. No es, sin embargo, que sus pecados pasados solamente han sido cubiertos por la muerte expiatoria de Cristo, pero hay esta declaración además de gracia infinita, y en una justicia perfecta: “El Señor no imputará el pecado siquiera”. Esto es en verdad maravilloso, pero en armonía perfecta con toda la Escritura.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)