Romanos 4:9-25

Romans 4:9‑25
C. Stanley
(continuado del número anterior)
Tal es la eficacia de ese único sacrificio, el valor de la sangre de Jesús, que limpia de todo pecado. No hay necesidad de más sacrificio por los pecados —ya no hay—; y Dios ya no se acuerda de sus pecados que una vez han sido purgados (Hebreos 10; 1 Juan 1:77But if we walk in the light, as he is in the light, we have fellowship one with another, and the blood of Jesus Christ his Son cleanseth us from all sin. (1 John 1:7)).
Así, en cuanto al imputar la culpa, o los pecados, a los justificados, son considerados justos, tan justos como si nunca hubiesen pecado y nunca pecarán. En cuanto a su estado delante de Dios, el pecado no le es imputado siquiera al hombre justificado: de esta manera es verdadera y continuamente bendecido. Tal amor y justicia, tal salvación eternal como ésta, ¿harán al que disfruta de la bendición descuidado de modo que dijese: “Vamos, pues, a continuar en el pecado para que la gracia abunde”? Veremos con relación a eso, más allá. Pero ¿no es ésta la misma verdad revelada aquí? Era enteramente imposible para Dios haber justificado al impío de esta manera, sobre el principio de la ley, pero la expiación, por la sangre del Hijo eterno de Dios, explica la justicia de Dios en no imputar de esa manera los pecados de aquel que cree.
Podrá, sin embargo, preguntarse justamente, ¿se aplica esa expiación tanto a los pecados pasados como a los futuros? Eso es exactamente lo que la Escritura enseña, y, extraño como pueda parecer, el conocimiento de este mismo hecho se nos hace saber a nosotros para que no pequemos. “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, Jesucristo el justo; y Él es la propiciación por nuestros penados” (1 Juan 2:1-21My little children, these things write I unto you, that ye sin not. And if any man sin, we have an advocate with the Father, Jesus Christ the righteous: 2And he is the propitiation for our sins: and not for ours only, but also for the sins of the whole world. (1 John 2:1‑2)). Y en otro lugar, hablando de los creyentes: “El cual mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:2424Who his own self bare our sins in his own body on the tree, that we, being dead to sins, should live unto righteousness: by whose stripes ye were healed. (1 Peter 2:24)). Y otra vez: “Habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por Sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:33Who being the brightness of his glory, and the express image of his person, and upholding all things by the word of his power, when he had by himself purged our sins, sat down on the right hand of the Majesty on high; (Hebrews 1:3)). ¡Oh, gracia admirable! ¡gracia gratuita! “Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputó pecado”. No puede, ni tampoco en justicia lo hará, de pedirnos cuenta de ellos. Veremos esto explicado más cabalmente al proseguir.
Lector, ¿crees tú realmente lo que Dios dice? Sí, la pregunta es ésta: al leer estas páginas de las riquezas de Su gracia ¿creemos lo que Dios dice? Recuerden que todavía estamos solamente en el terreno de entrada, en el mismo principio del evangelio de Dios. ¿Viene entonces esta bendición sobre aquellos que están bajo la ley solamente, esto es, los circuncidados, o también sobre los incircuncisos? Bueno, fue un hecho innegable, que los judíos de Roma no pudieron negar, que la fe le fue atribuida como justicia a Abraham cuando era incircunciso mucho antes de que la ley fuera dada. ¡Qué argumento tan dominante, entonces, que debe ser todo de gracia y ni siquiera de la ley! Y notemos, recibió la señal de la circuncisión, un sello de la justicia de la fe que él tenía, siendo incircunciso. Esto es, la circuncisión era una señal de su separación para Dios: él fue la primera persona, el padre de ella; pero notemos, no tenía nada que ver con justificarle. Fue considerado justo primero, enteramente aparte de todas las obras o la circuncisión. ¿No es así con cada creyente? Su separación para Dios y una vida santa, son una señal de que él ha sido considerado justo primeramente, aparte de la ley o las obras. Pero Dios le llama y le justifica cuando no es piadoso aún. Esto es, es allí donde Dios empieza con el hombre. ¿Ha empezado de esa manera contigo, o estás procurando ser justificado por las obras cuando llegues a ser pío?
Ahora otro principio de gran importancia es extraído. La PROMESA explícitamente dependía de Dios, y ésta le fue dada a Abraham mucho antes de la ley; por lo tanto no podía ser por la ley, sino por medio de la justicia de la fe. El pacto del Sinaí fue en contraste directo con la promesa: allí la bendición dependía de la obediencia del hombre, y él fracasó enteramente en guardar el pacto. El hombre podía fracasar bajo el pacto, y así perder todo reclamo por causa de las obras; y sí fracasó. Pero Dios no podía fracasar; por lo tanto, la promesa todavía está segura y en pie para todos los que creen. “Por tanto es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme a toda simiente” (versículo 16).
Así Abraham creyó a la promesa de Dios, porque Dios no podía fallar. “Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza: antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fué atribuido a justicia” (versículos 20-22). “No consideró su cuerpo”, etc. Ahora, una confianza como ésta en un pacto de obras hubiese sido confianza en sí mismo, lo cual no hubiera sido fe, sino presunción. Su fe tiene una confianza sin límites en Dios solamente, en la promesa de Dios. Por lo tanto, la fe fue considerada como justicia. Él, Abraham, fue justificado por la fe, y considerado justo delante de Dios. Esto fue escrito después de Abraham, aun para nosotros. Porque tan bendito como fue para Abraham creer la promesa de Dios, hay algo aún más bendito: “También para nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos o (estamos creyendo) en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificación” (versículos 24-25). Abraham creyó a la promesa de Dios. Nosotros creemos estos hechos de Dios: la promesa es cumplida. De esta manera somos contados como justos ante Dios.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)