Romanos 5:1-5

Romans 5:1‑5
(continuado del número anterior)
Conectando, entonces, este versículo —en verdad los primeros once versos— con el último versículo en el capítulo 4, tenemos tres cosas que son aseguradas. Siendo justificados, considerados justos, ante Dios, tenemos, en cuanto a todos nuestros pecados, paz con Dios, sin embargo reconociendo Su santidad y Su justicia; y esto, no por alguna cosa que nosotros hubiésemos hecho, sino por medio de nuestro Señor Jesucristo; la paz resultando del bendito conocimiento por la fe de que todos nuestros pecados han sido expiados por la sangre de Jesús, de manera que Dios no puede tener ningún cargo de culpa en contra nuestra. Tenemos paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. En cuanto a lo pasado, todo ha sido limpiado.
Luego, en segundo lugar: “Por el cual también tenemos entrada por la fe a ESTA gracia en la cual estamos firmes”. Entramos por la fe al favor cabal y despejado de Dios. Esta gracia implica el favor gratuito revelado en la redención que tenemos, siendo justificados libremente. Este es nuestro lugar feliz de morar. Allí estamos firmes. ¡Qué paz actual tan admirable! No necesitamos decir que no se puede disfrutar de ella si andamos de una manera descuidada, o si permitimos el pecado en alguna forma.
Y en tercer lugar, en cuanto al futuro, nos “regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios”. No esperamos ser justificados, o tener paz —esto lo tenemos— pero esperamos, con regocijo, la gloria de Dios. ¿No es un gozo a nuestros corazones saber que pronto estaremos en la escena donde todo es para la gloria de Dios, todo adaptado a Él; todo puro por dentro y por fuera? Sí, una pureza sin pecado adecuada a Él, cuando Él que nos ha redimido haya venido y nos haya tomado para Sí mismo. ¿Puede alguna cosa dar a nuestros corazones un gozo como esto, estar con Él, y ser como Él?
Versículos 3-5.— “Y no sólo esto”, no solamente tenemos paz con Dios, acceso presente al favor gratuito de Dios, y la esperanza anhelante de Su gloria, pero esto nos capacita a gloriarnos en las tribulaciones presentes también. “Sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; PORQUE EL AMOR DE DIOS está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo QUE NOS ES DADO”.
Debemos notar un equívoco muy común en cuanto a estos versículos. A menudo se leen como queriendo significar lo contrario exactamente de lo que dicen, como si debiésemos tener esta experiencia para que el amor de Dios pueda ser derramado en nuestros corazones; y si oramos mucho, y somos muy diligentes en la paciencia, experiencia y esperanza, que entonces debemos esperar que el Espíritu Santo nos sea dado. Ningunas palabras pueden decir cuan enteramente equívoco es todo esto. El Espíritu Santo nos es dado porque Jesús ha cumplido la obra de redención; y Él siendo ya glorificado, somos sellados por el Espíritu, y el amor de Dios es derramado sobre nuestros corazones. Así, al suponer que el Espíritu Santo nos es dado por algún esfuerzo, o experiencia, o devociones de nuestra parte, es hacer a un lado la obra perfecta de Cristo. No, es al contrario; toda esta bendita y paciente experiencia es porque el amor de Dios es derramado sobre nuestros corazones por el Espíritu Santo, el cual nos es dado.
Ahora vamos a suponer que Ud. es invitado a comer con su majestad la reina, y ella le enseña a Ud. toda la atención posible y bondad; y en vez de gozar de esa bondad, Ud. propone a los que están presentes que va a orar sinceramente para poder tener una reina y una reina que le enseñe bondad; ¿qué pensaría ella? ¿Qué pensaría cualquiera de tal conducta? Las personas ciegas y sordas sólo pueden equivocarse así. No hay duda de que los que conocen a esa reina mejor son más leales; y aquellos que saben que el amor de Dios es derramado en SUS corazones por medio del Espíritu Santo, el cual les es dado, van a amar más a Dios y a tener esta bendita experiencia por eso mismo.
¿Qué diremos de los ciegos y sordos que no ven este amor de Dios hacia nosotros, o que sea derramado sobre nuestros corazones; sino, cambiando esta preciosa Escritura a legalidad, piensan y dicen que Dios nos ama nada más mientras nosotros le amemos a Él? ¡Entre más amemos a Dios, más Él nos ama! Este pensamiento es la raíz de una gran cantidad de esfuerzos falsos de santidad en los hombres. Muchos estarían alarmados al verlo a las claras. ¿Qué diría Ud. acerca de esforzarse a hacer la carne santa, para que Dios la ame? ¿Qué no están miles haciendo así? ¿No es esto lo mismo que Ud. ha estado haciendo? ¿No hemos dicho prácticamente que el antiguo “Yo” debe ser santo, para que Dios me pueda amar? Verdaderamente la carne debe subyugarse, pero no aun eso, para que Dios me ame, sino porque Él ya me ha amado. Ahora vamos a considerar como nos he amado Él, y en qué estado estábamos cuando Él nos amó.
(para continuarse, Dios mediante)