Significado Espíritual del Tabernáculo, del Sacerdocio Levítico y de Las Ofrendas del Pueblo de Israel

Table of Contents

1. Prefacio
2. El tabernáculo, las ofrendas y elsacerdocio considerados literal ytípicamente
3. Las ofrendas voluntarias
4. Los obreros
5. El orden
6. El atrio y la puerta
7. La puerta
8. El altar del holocausto
9. Las ofrendas
10. La fuente, o aljofaina
11. Las basas de plata, las tablas de maderay las barras
12. Las barras
13. Las cortinas y cubiertas del tabernáculo
14. El lugar santo
15. La puerta del tabernáculo
16. El altar de perfume
17. El sahumerio
18. La mesa con el pan de la proposición
19. El candelero de oro
20. El velo
21. El arca
22. El propiciatorio
23. Los levitas y su obra
24. Las vestiduras para honra y hermosura
25. Aaron y sus hijos lavados y ungidos

Prefacio

El motivo de este libro ha sido el de presentar a los queridos hijos de Dios de habla española un resumen sobre el significado espiritual del tabernáculo en el desierto, del sacerdocio levítico y de las ofrendas distintas del pueblo de Israel.
Todo el contenido habla de la bendita persona de nuestro Señor Jesucristo y de Su obra redentora a favor nuestro consumada en la cruz del Calvario; y a veces habla de la iglesia—del un cuerpo de Cristo y de sus miembros—que Él ha comprado con Su sangre preciosa.
Quisiéramos advertir a los lectores que este escrito—en su mayor parte—no es un escrito original, sino una compilación de trozos entresacados de una media docena o más de libros escritos en inglés por varios siervos fieles del Señor sobre los respectivos temas y vertidos al español.
El lector que quiere aprovechar plenamente la enseñanza espiritual de este libro debe leer y meditar sobre todas las Sagradas Escrituras impresas en él o a las cuales se dan las referencias.
Quiera Dios que nuestros corazones se enardezcan, mientras pensamos en el amor infinito de nuestro Padre Dios y de nuestro Señor Jesucristo.
"Comenzando desde Moisés, y de todos los profetas, declarábales en todas las Escrituras lo que de él decían ... Y decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" (Lucas 24:27, 32).

El tabernáculo, las ofrendas y elsacerdocio considerados literal ytípicamente

El tabernáculo era la morada de Jehová—el Dios de Israel. Estaba en el centro de las doce tribus, dando al oriente. La nube permanecía arriba, y la gloria siempre moraba adentro. A las naciones alrededor debe de haber parecido un edificio muy ordinario, más semejante a un gran ataúd que a la morada del Dios de Israel.
Cuando Moisés estaba en el monte con Dios, le fue enseñado un diseño del tabernáculo, y también recibió instrucciones para indicarle cómo hacer cada parte del mismo. En las instrucciones divinas no se omitió un sólo clavo ni una sola cuerda, y varias veces Moisés recibió la orden de seguirlas en todo (véanse Éxodo 25:40; 26:30; 27:8).
La casa era de Dios, y Él la ordenó. Moisés como fiel siervo obedeció. ¡Qué bueno sería en el día de hoy si todos los siervos de Dios recordasen que el Señor no ha sido menos cuidadoso en la edificación de su iglesia. Él ha dado el diseño divino y las instrucciones más minuciosas para enseñarnos cómo debe ser ordenada su casa en la tierra. Véanse, por ejemplo, las enseñanzas de la 1ª Epístola de Pablo a los Corintios y la de 1ª Timoteo. En estas epístolas la voluntad inalterable e irrevocable de Dios está revelada, y exige la obediencia de su pueblo hasta que venga.
El tabernáculo era la primera morada de Dios sobre la tierra. Él se paseaba buscando a Adán en el jardín de Edén. Él visitaba a Abraham en las llanuras de Mamre, pero no tenía morada allí. Pero en el tabernáculo, Él bajaba para habitar con Su pueblo (véase Éxodo 25:8). Su presencia llenaba el templo en la tierra (véase 2ª Crónicas 6:3-6), y cuando se pasó su día, el bendito Hijo de Dios bajó del seno del Padre. Se manifestó en carne. Leemos en Juan 1:14, "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria." Quiere decir que la gloria de Dios era manifiesta en el templo de Su carne, Su cuerpo.
Después fue formada la iglesia—la segunda morada—una casa espiritual, un templo santo, edificada de piedras vivas. "Vosotros también, como piedras vivas, sois" (véase el v. 9) "edificados una casa espiritual" (1ª Pedro 2:5). Esta es la morada actual de Dios en la tierra, y ninguna casa de material, cual magnífica que fuera, puede pretender de ser "la casa de Dios." Él "no habita en templos hechos de mano" ahora, sino "donde están dos o tres" reunidos a su nombre, (al nombre del Señor Jesucristo), allí está "en medio de ellos" (Hechos 7:48; Mateo 18:20); y en un día no muy lejano cuando no habrá más tiempo, ni pecado ni muerte, cuando los trabajos y lágrimas de esta vida habrán pasado—el último adversario vencido—y Dios será todo en todos, entonces estará "el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo" (Apocalipsis 21:3).
TÍPICAMENTE, el tabernáculo señalaba a Cristo. "Cristo es el todo" (Colosenses 3:11). Las glorias de su Persona y obra se echan de ver en todas sus partes, desde el arca del testimonio dentro del velo hasta el más pequeño clavo y cuerda del atrio afuera. Esto será entendido más claramente a medida que miramos sus distintas partes. También el tabernáculo es una figura de la condición de la Iglesia de Dios en el mundo, (un desierto, hablando moralmente) pero no del mundo.

Las ofrendas voluntarias

Éxodo 35:4-29; 36:3-7
Todos los materiales con los cuales fue edificado el tabernáculo eran ofrendas voluntarias del pueblo de Dios. Para adornar la morada del Dios de Israel no era admisible el oro de ningún extranjero o extraño. Las donaciones del pecador inconverso no son aceptables al Señor; por lo tanto, no deben ser mezcladas con las ofrendas de los santos (creyentes). El cristianismo ha pecado gravemente en esto. El mundo mantiene la iglesia profesante, y muchos mundanos ricos son sus columnas. Dinero mal adquirido, pedido de hombres inconversos y dedicado en el nombre del Señor, se usa para edificar templos religiosos en los cuales el orgullo y la vanidad de los hombres pueden ser exhibidos. Tales sacrificios no agradan a Dios; tienen sabor de la ofrenda de Caín, y Dios no los tiene respeto. Dios es un Dador generoso; y los que han recibido de las riquezas de su gracia, bien pueden manifestar su carácter. El conocimiento de la bondad de Dios estaba presente en los corazones de su pueblo que habían probado la dulzura de la redención y de sus resultados. Estaban en el rocío de su juventud, y dieron de lo mejor a Dios. Los príncipes trajeron sus piedras preciosas y especias; las mujeres trajeron sus brazaletes y sus joyas; y los que no tenían riquezas para dar, mostraron su amor por medio de sus labores. Hombres fuertes cortaron los árboles de Sittim, y las mujeres sabias de corazón hilaban. Mañana tras mañana, las ofrendas de corazones voluntarios llegaban, y eso en tanta abundancia que Moisés tuvo que mandar impedirles de ofrecer. "Pues tenía material abundante para hacer toda la obra, y sobraba" (Éxodo 36:7). Así es la abundante gracia de nuestro Dios. ¡Cuán preciosa es!
Nos hace acordar de los primeros días de la iglesia, cuando "Mammon" (la codicia) había perdido su dominio, y las riquezas de los santos fueron dadas al Señor (véase Hechos 2:45-47). ¡Cuán distinto el contraste de los días de Malaquías el profeta! El pueblo había perdido el conocimiento de su bondad y preguntó: "¿En qué nos amaste?" (Malaquías 1:2). Trajeron el cojo y el enfermo de sus bueyes al altar de Dios, y guardaron los buenos para sí. Nadie cerraba una puerta ni alumbraba el altar para Dios sin recibir pago por su trabajo; y cuando el Hijo de Dios vino a ese mismo pueblo, le avaloró, vendiéndole por treinta piezas de plata.

Los obreros

Éxodo 31:1-6; 35:30-35; 36:1-2
Bezaleel y Aholiab fueron llamados y preparados para la obra, el primero de la tribu de Judá, la tribu real (véase Hebreos 7:14), el segundo de la tribu de Dan. Así nos enseña el Señor que Él puede escoger sus “vasos escogidos” de dondequiera que desee. Él llamó a un apóstol de los pies de Gamaliel, y a otro del barco de pesca en el lago de Galilea, uniéndoles como apóstoles de los gentiles y de la circuncisión, respectivamente (véase Gálatas 2:9). A los que Él llama Él mismo prepara también para su servicio. ¡Que el Señor, por su gracia, fije esta verdad bien en los corazones de aquellos que lean estos renglones!
En Éxodo 36:1-2 se lee: "Moisés llamó a Bezaleel y a Aholiab, y a todo varón sabio de corazón, en cuyo corazón había dado Jehová sabiduría," e "inteligencia para que supiesen hacer toda la obra del servicio del santuario, todas las cosas que había mandado Jehová." "El tiempo es corto," y nos queda poco para servirle, porque "ahora está más cercana nuestra salud" (la salvación del cuerpo), "que cuando creímos" (1ª Corintios 7:29; Romanos 13:11). Nada verdaderamente hecho para Él con el ojo sincero será olvidado en el día venidero cuando Él venga a recoger a su iglesia (Mateo 25:20, 23; 1ª Tesalonicenses 4:14-18).

El orden

El orden en que los mandamientos sobre el tabernáculo y sus vasos fueron dados por Jehová a Moisés era de adentro hacia afuera (véanse Éxodo capítulos 25 y 26), empezando con el arca del testimonio dentro del lugar santísimo y terminando con el atrio y sus puertas afuera; es decir, de Dios hacia el hombre. Nos enseña, pues, que la senda del Hijo de Dios fue desde el seno del Padre hasta el pesebre de Belén y la cruz del Calvario, donde Cristo alcanzó al pecador en toda su culpabilidad y necesidad.
Pero, el orden en que comprendemos la verdad es de afuera hacia adentro. Entramos por la puerta dentro del atrio para luego pasar al altar del holocausto.
Esto nos será muy claro el momento en que recordamos que, como pecadores, nuestro lugar era sin Dios y alejados de Él. Nuestra condición naturalmente era así, destituida de la gloria de Dios, "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2:12). En tal condición de pecador perdido, ¿cómo puede él tener comunión con el Dios santo? ¿Cómo puede entrar en su presencia? La respuesta procede de los labios del Señor Jesucristo: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo" (Juan 10:9).
Una vez dentro de la puerta, seguimos al Altar, donde aprendemos de Jesús como el Sacrificio y el Sacerdote. Salvos por gracia, luego tenemos una entrada en el Lugar Santo para adorar a Dios y para "contemplar la hermosura de Jehová," dentro de su morada. Es decir, debemos crecer en el conocimiento de la verdad. Por ejemplo, el joven en Cristo ya le tiene como su Salvador, y más no puede tener. El anciano salvo muchísimos años no tiene más que el niñito con respecto a su posición; lo que tiene el anciano es un conocimiento más íntimo de Cristo como su Señor. Entonces seguiremos con nuestro tema y empezaremos por mirar el atrio del tabernáculo.

El atrio y la puerta

Éxodo 27:9-19; 38:9-17, 20
El atrio era un espacio abierto, 100 codos (un codo mide más o menos medio metro) de largo, por 50 codos de ancho, cercado por una cortina de lino torcido, sostenida por 56 columnas. Cada columna se levantaba sobre una base de metal (cobre), y tenía una corona de plata. Las columnas también fueron "ceñidas de plata" (v. 17). De este modo una cerca intacta de plata y lino torcido iba todo alrededor del atrio. Al lado oriental estaba la puerta. Medía 20 codos de ancho, y tenía una cortina, obra de bordador, de cárdeno, púrpura, carmesí y lino torcido: estaba suspendida sobre cuatro columnas. Esta era la única entrada a la morada del Dios de Israel, y el que quisiera entrar allí tenía que hacerlo de la manera indicada por Dios. No había libertad de escoger, ni variedad. Esta verdad es muy solemne. "Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).
Podemos considerar el atrio como una ilustración de aquel estado de bendición donde el pecador entra conscientemente cuando ve a Jesús por la fe como la puerta de la salvación; y esos lugares santos—figuras de las cosas celestiales, (véase Hebreos 9:24)—como ilustrativos de su posición allí como adorador, aunque puede ser que él aún no haya llegado a comprenderla; sin embargo, sabe sí que es salvo, y librado de la ira venidera, y que se halla dentro del círculo de la familia de Dios, donde la gracia y la misericordia caracterizan el ambiente. Aun estar allí —aunque sea el modo más inferior de ver el lugar y la herencia de un santo—es algo sumamente bendito. No es extraño que David haya cantado: "Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos: escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad" (Salmo 84:10).
Te rogamos, pecador, que no te quedes fuera de la puerta que pronto se cerrará para siempre, antes, que entres en donde hallarás goces y placeres que nunca hallarás en las "moradas de maldad." Muy pronto esas moradas de iniquidad serán destruidas. Los encantos engañosos de un mundo impío que jamás satisfacen el alma habrán desaparecido para siempre. Bien puede cantar el creyente alegre: "Dichoso el que tú escogieres, e hicieres llegar a ti, para que habite en tus atrios: seremos saciados del bien de tu casa" (Salmo 65:4).
No se nos dice de qué material fueron hechas las columnas; esto nos enseña que no debemos meternos en los secretos de Dios, ni "saber más de lo que está escrito" (1ª Corintios 4:6). El cobre de las basas representa a Dios en justicia juzgando el pecado. La plata de los capiteles y de las molduras habla de la redención por la sangre de Cristo. Las cortinas del atrio eran de lino fino, torcido. Ha habido tan sólo UNO aquí abajo en cuya vida y en cuyos caminos el lino limpio y brillante fue visto en todo su inmaculado lustre. Era "Jesucristo el Justo." En Él no había ningún hilo basto, ni ninguna mancha de injusticia. Jesús, como hombre era siempre perfecto, porque también era "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amen" (Romanos 9:5).
Cristo era perfecto en su devoción a Dios, perfecto en su justicia hacia el pecador. A Él, y a Él sólo, pertenecía el lino fino por derecho. En Él, y en Él sólo, fue manifestada esa justicia plena, perfecta y pura. Los hombres vieron su brillo, y se apartaron de Él. Cristo era una reprensión continua a los escribas y a los fariseos—los dirigentes religiosos de aquel día—y lo aborrecieron. Pero allí quedaba Él, el Justo entre los injustos, el Santo entre los malvados e inmundos, revelando y mostrando la justicia y la santidad que son de Dios. Se dice que la esposa del Cordero se viste "de lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones" (hechos santos) "de los santos" (Apocalipsis 19:8). El lino fino, pues, es el emblema de la justicia. Anteriormente, los santos (salvos), no tenían tal justicia. Lo mejor que podían hacer era como "trapo de inmundicia" (Isaías 64:6). En contraste con la que es divina, "lino fino, limpio y brillante," tal es el emblema escogido por el Espíritu de Dios para avalorar lo mejor de la justicia humana: "TRAPO DE INMUNDICIA." ¡Cuán notable es el contraste! ¡Cuán enorme es la diferencia! Dios quiera que lo pese el que lee, y pregunte en lo profundo del alma, ¿En cuál de estos dos vestidos apareceré yo delante del Dios santo? La santa vida de Jesús aquí en la tierra, aparte del derramamiento de su sangre preciosa, no podía traer salvación al pecador. ¡Cuán necio, pues, es la falsa doctrina de los modernistas, de que la vida de Jesús nos fue dada solamente como ejemplo, y que por imitarla el hombre pecador puede alcanzar el reino de Dios! ¡Ah no!; es precisamente cuando nos acercamos y le miramos —cuando ponemos nuestros propios "trapos de inmundicia" de justicia humana al lado de la cortina de lino, puro y blanco—que aprendemos lo que verdaderamente somos.
Pecador, ¿te has visto así alguna vez? Si tú lo vieras, te encontrarías con boca cerrada, convicto y condenado, fuera de la morada de Dios. Si tal es la justicia que Dios demandaba de aquellos que entraban en los atrios de su santidad, entonces, querido lector, ¿qué de la justicia propia tuya? Las demandas de Dios no pueden ser rebajadas; la cortina es de cinco codos de altura, lo mismo por todas partes. No existe abertura ni resquicio por donde puedas meterte sin ser visto. Si confías en la misericordia de Dios, olvidándote de su santidad y su justicia, estás muy equivocado. Estás "subiendo por otra parte" (Juan 10:1), para alcanzar el reino de Dios. No puedes entrar en el cielo por obras (Efesios 2:8-9), y si piensas que puedes hacerlo por tus obras naturales, estás teniendo en poco las demandas del Dios tres veces santo, hollando al suelo la cortina de lino.

La puerta

Éxodo 27:16-17; 38:18-19
Delante del tabernáculo, en el centro del atrio, dando al oriente, estaba la puerta. Ahora, el oriente en las Escrituras está relacionado con la aurora. Al campo de Judá le fue mandado poner sus tiendas al lado del oriente, "al levante" (Números 2:3). Así los rayos del sol levantándose caían primeramente sobre la puerta, revelando sus colores y enseñando el camino para que se acercara el pueblo a Dios. No había entrada por detrás o por los costados: el que entraba tenía que hacerlo en plena luz.
Los hombres naturalmente aman las tinieblas debido a sus malas obras. La luz manifiesta lo que somos por naturaleza, y para que seamos salvos. Dios señala la puerta que es Cristo, en plena luz. Nadie puede evadirla, mucho menos cubrir o esconder su estado pecaminoso. Cristo es la puerta al cielo; "nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Él dice: "Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pasto" (Juan 10:9).
La puerta, pues, era la única manera de obtener acceso a Dios. ¿Por qué había solamente una? Porque Dios no había provisto más, y nadie tenía derecho de discutir con Él lo que ordenara e hiciera. ¿Por qué estaba al oriente? Por la sencilla razón de que Él lo había ordenado así. Todo era obra suya; todo fue provisto por Él, y Él como Soberano tenía el derecho de hacer como quisiera. ¡Cuán necesario es entender esto! El gran pecado de la iglesia profesante es negar lo que Dios ordena. "Sea Dios verdadero, mas todo hombre mentiroso" (Romanos 3:4).
Cuántas veces se oyen las siguientes palabras de sus bocas, —"Si el hombre es sincero, no importa lo que crea, de seguro irá al cielo." Esto es el credo popular, y es una mentira enorme, querido lector. Esta fábula falsa tan agradable a la carne del hombre natural, es predicada desde muchas tribunas, y aceptada por el pueblo con los brazos abiertos. Los que predican que "los caminos para entrar en el cielo son muchos y diversos," puedan ser hombres populares, y caritativos, pero "son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mateo 15:14).
Cierra tus oídos a todos los confusos sonidos de la tierra, a todos los sofismas de los hombres, y escucha, pues, a la voz de Jesús: "Yo soy la puerta: el que por mí entrare, SERÁ SALVO." No hay duda ni incertidumbre de ello. Miles han entrado y han sido salvos, y a ti te llaman a entrar.
"¿Es tu fe muy débil en la oscuridad?
¿Son tus fuerzas pocas contra la maldad?
Abre bien la puerta de tu corazón,
Y entrará el Salvador."
Sí, la recepción de la salvación no es cosa difícil: no es la obra de meses, ni de años, se hace en un momento. ¡Qué maravilloso es este cambio! De las tinieblas a la luz—de muerte a vida—de Satanás a Dios. Ya no eres enemigo, más bien eres hijo. Te hallas dentro de la CORTINA de lino, y permaneces firme en la gracia, y la justicia está a tu lado.

El altar del holocausto

Éxodo 27:1-8; 37:1-7
Los dos muebles que estaban dentro del atrio del tabernáculo eran el altar del holocausto y la fuente de bronce. Ahí estaban en línea recta entre la puerta del atrio y la puerta del Lugar Santo. En muchos puntos pueden ser contrastados con los demás vasos.
En esto difieren de los muebles del Lugar Santo, que sólo eran vistos por los sacerdotes que entraban allí. Fueron hechos de cobre, o de madera de Sittim y cobre; mientras que los vasos de adentro eran de oro, o de madera de Sittim cubierta de oro. El cobre nos habla de Dios en juicio; el oro, de la gloria de Dios y su justicia. Afuera, Dios procede en justicia con el pecado y toda inmundicia—el cobre; adentro Dios es revelado en su gloria divina a sus santos en comunión consigo—el oro.
El altar del atrio era el lugar de sacrificio. La palabra "altar" quiere decir "matar"—un lugar de matanza. El lector debe fijarse bien en las palabras de Éxodo 29:11-12. Se llama "el altar," porque no había otro. Cristo, y Él solo, es representado por esta figura. Él es "el altar" y "el Cordero," y no hay otro lugar de encuentro entre Dios y el pecador.
En Levítico 4:7, se lee del "altar que está a la puerta:" ¿Por qué? Por la sencilla razón de que no había manera de acercarse a Dios sino por medio de aquel altar; no había acceso a Dios sino sobre la base de sacrificio. Dios quiera que caiga todo el peso de esta verdad solemne sobre la consciencia del lector. No hay camino a Dios sino por la sangre de Cristo. Allí—a la puerta—estaba el transgresor; allá—en el extremo occidental—Jehová de Israel se sentaba sobre su trono; la sangre y el agua (figura de la Palabra de Dios) estaban entre ellos, indicando la necesidad de la expiación y la limpieza antes de que el pecador pudiera acercarse a Dios, tres veces santo.
La llama brillante del fuego ardiendo de día y de noche sobre el altar (véase Levítico 6:12-13), era lo primero que se presentaba a la vista del pecador cuando miraba hacia la morada de Dios. Ese "altar" tenía que ser satisfecho; sus demandas tenían que ser del todo cumplidas, antes de que el israelita pudiera tomar un solo paso hacia Dios. Esto se cumplió en el "lugar que se llama de la Calavera" (Lucas 23:33), del cual hablaba ese altar. El fuego encendido allí debe ser suficiente para convencernos de que Dios de ningún modo justificará al impío. El juicio del pecado, como se ve en la cruz de Cristo, es el testimonio permanente de que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). El fuego nunca debía apagarse. Mientras durare la santidad de Dios, así continuará el castigo del pecado. La llama inapagable de aquel "fuego eterno" en el cual tiene que morar el que está sin Cristo, es un testimonio horrendo a la santidad perpetua de Dios.
Hay que notar que EL ALTAR ERA CUADRADO, cada lado igual. Esto habla de la perfección e igualdad. "No hay diferencia"; los pecadores de todos los rangos y condiciones son igualmente necesitados, y no importa de dónde vengan. Cristo permanece fiel para con todos.
ESTABA COLOCADO EN TIERRA; quiere decir que era accesible para todos, sean grandes o pequeños. Así es la cruz de Cristo: está al alcance del pobre pecador, no importa cuál fuese su estado: no se necesitan "gradas" para alcanzarla (véase Éxodo 20:26).
ESTABA HECHO DE MADERA DE SITTIM Y DE COBRE. La madera de Sittim de por sí, no aguantaría el fuego: el cobre daba resistencia y fuerza. "Sittim" o "madera incorruptible" representa la humanidad de nuestro Señor, y el cobre en combinación con ella habla de la fuerza, la resistencia absoluta de Cristo como "el Dios Fuerte" (Isaías 9:6). ¡Qué misterios y combinaciones hay aquí! ¡Cómo deberían doblarse nuestros corazones y andar suavemente nuestros pies, mientras nos acercamos para contemplar a la Persona gloriosa de Cristo! Su naturaleza humana era perfecta como lo era su divinidad. Era Hijo del hombre tanto como el Hijo de Dios.
A veces, por ignorancia y a veces por maldad, ciertos predicadores dicen: "Él tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa," pero esto no es el lenguaje de las Sagradas Escrituras; más bien es una grave detracción hecha a la Persona de nuestro adorable Señor y Salvador. Cristo, "al que no conoció pecado," (Dios) "hizo pecado por nosotros, para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2ª Corintios 5:21). La carga inmensa de nuestros pecados fue puesta sobre Él en la cruz, y "por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). ¿Cómo? Por la fe en su sangre preciosa.
"¡Qué carga inmensa! ¡Oh Señor!
Fue impuesta sobre Ti;
Tú padeciste por amor
El mal que merecí,
Cuando en la cruz, Señor Jesús,
Moriste en vez de mí.
Su santa vara Dios blandió,
Hiriéndote a Ti;
Dios mismo Te desamparó,
Para ampararme a mí;
Tu sangre en don de expiación,
Vertiste Tú por mí."
Quisiéramos poner énfasis en la verdad sublime de que Cristo era siempre perfecto en su naturaleza humana; no tenía ninguna mancha de la humanidad caída. Su concepción fue en virtud del Espíritu Santo; Él era "lo Santo" en cuanto a su naturaleza (Lucas 1:35), el "Santo Hijo" (Hechos 4:27), el "Santo" (Hechos 13:35); su carne no "vio corrupción;" todo esto era el cumplimiento de lo que la "madera incorruptible" prefiguraba.
Hay que notar que los CUERNOS del altar estaban colocados en las cuatro esquinas. El cuerno en las Escrituras habla muchas veces para indicar poder (véanse Daniel 8:3-20; Apocalipsis 17:12). Los cuernos fueron rociados con la sangre de la expiación (Éxodo 29:12), y a ellos como refugio huían los culpables (véase 1ª Reyes 2:28). Así el pecador que huye a Cristo para refugiarse probará el poder de Dios para su salvación. El momento en que el pecador echa mano por la fe a la sangre de Cristo, el poder de Dios obra, y desde aquel momento Cristo es su "cuerno de salud” y “refugio” de la ira venidera.
"Cristo refugio de mí, pecador,
Doy gloria a Ti, sí, sólo a Tī...
Tu sangre preciosa vertida por mí
Me da tan segura morada en Ti:
Cristo refugio de mí, pecador,
Doy gloria a Ti, sólo a Ti."
En el medio del altar había un enrejado de cobre: era entonces de un codo y medio de altura—la misma altura del propiciatorio. Se oye mucho de la misericordia de Dios y los Modernistas frecuentemente declaran que Dios es amor y no va a castigar al pecador, siendo Él demasiado bondadoso. ¡Ah!, pero olvidan una cosa de tantísima importancia: que el Dios de amor también es el Dios de justicia. "Dios es luz." Así, pues, vemos que la misericordia de Dios y su justicia son atributos iguales. Los salvos pueden, por eso, cantar: "Misericordia y juicio cantaré: A Ti cantaré yo, oh Jehová" (Salmo 101:1).
Ahora, sobre este enrejado el holocausto fue puesto, y allí fue consumido. Las cenizas caían abajo por el enrejado, y después fueron sacadas por el sacerdote. En esto, vemos una figura solemne de la cruz de Cristo.
Desde una hora muy temprana se podía ver el israelita caminando con su víctima viva hacia el altar de Dios. Se paraba por la puerta y allí la víctima fue degollada; sus varias piezas fueron tendidas, después levantadas sobre la leña en el enrejado de cobre, y de allí ascendía un olor suave al Señor. Después se veía a un hombre cubierto de vestimenta de lino fino, quien se acercaba al altar, teniendo en la mano una cazuela de cobre que él llenaba de las cenizas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la víctima había sido ofrecida y aceptada, y las cenizas fueron depositadas en un lugar limpio fuera del real (véase Levítico 6:10-11).
En esto, vemos y entendemos lo que está escrito de aquel día en que el Cordero de Dios (Cristo) fue sacrificado en una cruz fuera de las puertas de Jerusalén. Era un día de mucha actividad, y la ciudad estaba en movimiento desde temprano. De madrugada los sacerdotes consultaban y la multitud se juntaba. Más tarde entre los sollozos suprimidos de los que le amaban y la rabia de sus enemigos, el Cordero de Dios fue llevado por las calles de Jerusalén, prosiguiendo camino hasta la cruz. Sobre aquel altar murió voluntariamente el bendito Salvador. El fuego consumió el sacrificio (véase Mateo 27:27-54). ¡Oh, cuán preciosas eran las cenizas de aquel holocausto! Así la obra fue consumada y el sacrificio aceptado; habiendo terminado la obra de redención, fue sepultado en aquel sepulcro nuevo preparado por José de Arimatea. Después se manifestó como el Dios de la resurrección: se levantó de entre los muertos y ascendió a la diestra de la Majestad en los cielos (Hebreos 1:3). Este es el evangelio de salvación para el pobre pecador, "que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1ª Corintios 15:3-4). Este es el evangelio, o sea las buenas nuevas de salvación. ¡Cuán glorioso es! ¡Benditas noticias! "Consumado es," dijo el bendito Salvador, "y habiendo inclinado la cabeza, dio el espíritu" (Juan 19:30).
"Ni sangre hay ni altar,
Cesó la ofrenda ya;
No sube llama ni humo hoy,
Ni más cordero habrá;
Mas ved, ¡he aquí la sangre de Jesús!
Que quita la maldad y al hombre da salud."

Las ofrendas

En nuestras notas sobre Levítico, hemos notado que este es el gran libro de los sacrificios del Antiguo Testamento y puede ser leído con mucho provecho con la Epístola a los Hebreos, su contraparte en el Nuevo Testamento. En la primera parte de Levítico, se nos presentan CINCO distintas ofrendas: el holocausto, la oblación de presente, el sacrificio de paces, la expiación de pecado, y la expiación de la culpa. Vistas juntas, nos presentan en figura la una sola y perfecta ofrenda de Cristo; vistas separadamente, presentan cinco diferentes aspectos de una ofrenda como la que satisface las varias necesidades del pueblo de Dios, en su acceso a Él, su comunión y su adoración.
Se debe notar que este libro fue dado a los israelitas después de su salida de Egipto. Como pueblo apartado a Dios, tenían que ser llevados al desierto para que estuvieran solos con Él, y así para que pudieran ser instruidos en las cosas tocante a la adoración y su servicio. Fue allí en un desierto horrible y yermo donde la tienda mística tenía que ser erigida, y llenada de gloria. Fue allí también donde su pueblo terrenal tenía que aprender sus propias imperfecciones y faltas, y ver, a la vez, las provisiones divinas por las tales demostradas en los sacrificios y el sacerdocio. Les faltaban todo esto como pueblo recién libertado de Egipto.
Consideremos ahora las ofrendas que tienen instrucción espiritual para el creyente.
Las ofrendas se dividen en dos clases que son las ofrendas de olor suave, y las ofrendas por el pecado.
El holocausto, la oblación de presente, y el sacrificio de paces son de la primera clase; la expiación del pecado y la expiación de la culpa de la segunda.
El orden en que se nos dan en el libro de Levítico es, primero, el holocausto, y al fin, las ofrendas de expiación. Ahora esto es de suma importancia, por cuanto que Dios empieza a demostrar su satisfacción absoluta con el sacrificio de su Hijo amado (Cristo) y después nos muestra lo que satisface nuestras necesidades. Pero el orden en que fueron ofrecidos era a la inversa de esto, como, por ejemplo, en la purificación del leproso (véase Levítico 14:12-20), y en la consagración del sacerdocio, (véase Levítico 8:14-23), ¿por qué? Porque esta es la manera en que comprendemos las variadas riquezas del solo sacrificio de Jesucristo. Como uno ha dicho: "No puede haber comunión ni devoción en nosotros hasta que el pecado haya sido eliminado y la conciencia esté tranquila." ¡Que comprendamos, pues, las riquezas y suficiencia del Sacrificio perfecto! Entonces, le conocemos primeramente como Aquel que "murió por nosotros," "por nuestros pecados,"—como ofrenda de expiación; después como el que se dio a sí mismo enteramente a Dios —como el holocausto.
Hemos dicho que las ofrendas se dividen en dos clases: las ofrendas de olor suave y las de expiación.
La expiación del pecado y de la culpa pertenecen a esta última clase. Las características que distinguían esas ofrendas es que se ofrecían por pecados cometidos por ignorancia o a sabiendas (véase Levítico 4:2 y 5:4), y que no fueron quemadas sobre el altar en el atrio, sino sacadas fuera del real y quemadas en el fuego consumidor como malditas de Dios (véase Levítico 4:12). La víctima fue cargada con el pecado del israelita, y su vida fue tomada en lugar de la de éste. Así las dos ofrendas señalan a Jesús como el que llevó el pecado y la maldición y se nos presentan en figura su muerte como la que satisface las demandas de la justicia divina a favor del pecador.
Cristo es el que fue hecho "pecado por nosotros" (2ª Corintios 5:21), y el que "padeció por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1ª Pedro 3:18). Por una sola ofrenda perfecta, los pecados de todos los que creen son de una vez y para siempre deshechos, para no ser recordados más. En virtud de la muerte de Cristo y por una fe sencilla en su sangre preciosa, Dios declara: "Es quitado tu culpa, y limpio tu pecado" (Isaías 6:7); "nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades" (Hebreos 10:17). "Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados" (Salmo 32:1).
(1) La expiación de la culpa
Levítico 5:1-9; 6:1-7; 7:1-10
Esta ley disponía las condiciones para expiar los pecados cometidos a sabiendas (véase Levítico 6:1-7), es decir, por ciertos malos hechos contra Dios y el hombre. Cuando el Espíritu de Dios empieza a obrar en el corazón del pecador, él recuerda los pecados de su vida pasada; se da cuenta, pues, que Dios no puede tolerarlos. Entiende también que Dios, tres veces santo, demanda el castigo de ellos, y tiembla cuando contempla su encuentro con Él. ¡Qué benditas son las noticias que Jesús es el Sacrificio eficaz para expiar nuestra culpa! "Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre Él; y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). ¡Cuán dulce fue el momento cuando, por fe, vimos al Cordero de Dios, y entendimos que "todos los pecados" (Colosenses 2:13) nos fueron perdonados!
Jesús tomó las culpas nuestras, todas,
Cordero Él santo y celestial de Dios;
Con su preciosa sangre ya borrólas:
No queda ni una sola mancha atroz.
Jesús, que nunca "conoció pecado,"
"Pecado fue hecho" por el santo Dios,
Y "en Él de Dios justicia hechos" somos,
" ¡Condena no hay!" clamamos a una voz.
Desde el día en que nos convertimos ¡tantas veces nuestras almas se han precisado de Jesús como nuestra "expiación de la culpa"! (según el significado espiritual de ella). Una vez tras otra nos hemos descarriado del lado del Señor, y eso deliberadamente y a sabiendas. ¿Dónde estaríamos si no fuera por la permanente eficacia de la gran expiación por la culpa, que, bendito sea Dios, nunca perderá su poder hasta el día en que todos los redimidos estén a salvo en la gloria, para nunca más pecar!
A medida que el joven creyente siga andando en los caminos del Señor, y la luz de la verdad de Dios va alumbrando su ser interior, él empieza a aprender que no solamente ha cometido hechos malos, sino que tiene también dentro de sí un corazón malo y rebelde, una naturaleza corrupta y pecaminosa, enteramente opuesta a Dios. Se halla que, en ignorancia, tanto como a sabiendas, ha seguido en rebelión contra el Señor. Gracias a la luz de la verdad, él ha llegado a percibir cosas que al principio no le parecían pecaminosas, tales como son—malas—y por eso gime a causa de los años en que se entregó ignorantemente a ellas. La provisión de la gracia de Dios para esto es
(2) La expiación del pecado
Levítico 4; 6:24-30
No era solamente el pecado como nosotros lo conocíamos, ni el pecado del cual éramos conscientemente y por confesión propia culpables, el que fue cargado sobre el Cordero de Dios, en el día en que su vida fue dada en expiación por el pecado, sino EL PECADO tal como lo midió el Santo Juez; EL PECADO tal como era conocido por Aquel contra quien había sido cometido.
A veces se oyen palabras como éstas: "Eché yo mis pecados sobre Jesús." No son palabras según la sana doctrina con respecto al pecado. Nuestro sentido del pecado puede ser grande o pequeño, según el grado de nuestra luz, y la sensibilidad de nuestras conciencias, pero, bendito sea el Dios que nos amó, el hecho es que Él cargó todos nuestros pecados sobre Cristo, la gran Expiación del Pecado y los borró para siempre. Más aun, condenó el pecado, y puso al hombre a un lado, cancelando para siempre en la cruz su cuenta como hijo de Adán. ¡Cuán bendito es para el alma asirse de esta verdad preciosa!: que Dios ha resuelto para siempre en la cruz toda cuestión relacionada con el pecado, y que la eficacia permanente de la sangre sigue siendo delante de Dios la cosa más preciosa para siempre.
¿Da esto licencia al creyente para pecar? ¡En ninguna manera! ¿Implica esto que no debe fijarse en los pecados cometidos después de su conversión? Por seguro que no (véase Romanos cap. 6). Como un hijo de Dios, su confesión, y el perdón del Padre, son necesidades diarias. Si él sigue con pecado no confesado, la mano fiel de su Padre usará la vara. Pero su cuenta, como hombre en la carne, como hijo de Adán, un pecador, quedó totalmente finiquitada y saldada en la muerte de Cristo. A medida que crezcamos en el conocimiento de lo que somos y de lo que hemos hecho (podía haber sido en ignorancia), seremos impulsados a buscar el descanso no interrumpido de nuestras almas en la perfección de la gran Expiación del Pecado.
Muchas personas se inclinan a pensar y hablar ligeramente de los pecados cometidos en ignorancia, y los tienen en poco; pero denunciamos que tales pensamientos no son de Dios. "Si una persona pecare...aun sin hacerlo a sabiendas, ES CULPABLE" (Levítico 5:17), es el veredicto del cielo en cuanto a los pecados de ignorancia. Hay la ignorancia, pero hay también la práctica del pecado a sabiendas. Una persona recién nacida de Dios pueda pecar, no conociendo todavía su voluntad; pero otra persona que ya es responsable para conocer su voluntad, y peca, está pecando a sabiendas, y el resultado de continuar en tal camino de rebelión contra la luz, y de jugar livianamente con la Palabra de Dios, será que la conciencia se vuelve tan cauterizada, y el corazón tan duro, que los pecados más nefandos se cometen.
Hay personas que tienen las mentes tan cegadas que siembran errores fatales, creyendo que están haciendo la voluntad de Dios. Ellos conducen a los hombres al infierno, con la creencia que están sirviendo a Dios, y que, con sus obras, (verdaderamente nefandas en los ojos de Dios), van a ganar el cielo. Saulo de Tarso, como inconverso, mientras perseguía a los santos, creía que estaba sirviendo a Dios (véase Juan 16:2), pero nos dice que lo hizo "con ignorancia en incredulidad" (1ª Timoteo 1:13). Pero esto no se limita a los pecadores inconversos; muchos son los que profesan ser hijos de Dios, pero son judicialmente cegados. Han tratado la verdad con liviandad, y la luz que una vez recibieron, pero no obedecieron, ha sido arrebatada de sus mentes. Los mandatos y preceptos que por largo tiempo desatendían, han cesado de ejercitar sus conciencias. Constantemente se oye decir: "Podemos hacer tal y tal cosa con buena conciencia"; pero, querido lector, le diremos con amor, que su conciencia no es la pauta, sino: "¿qué dice el Señor?" Una conciencia que no está guiada por la Palabra de Dios es un instrumento terrible en las manos del diablo. La Biblia es una revelación completa de la voluntad de Dios, de modo que somos responsables de conocer la voluntad divina y hacerla.
El sacrificio para la expiación del pecado tenía que ser "sin mancha." Jesús era el "Cordero sin mancha y sin contaminación" (1ª Pedro 1:19). No hubo pecado en Él (véase 1ª Juan 3:5). "No conoció pecado" (2ª Corintios 5:20). "No hizo pecado" (1ª Pedro 2:22). La expiación era "santísima" (Levítico 6:25). Fue presentada delante de Jehová, y el israelita se identificaba con ella; "reclinaba" (como la palabra significa) la mano sobre su cabeza, como si hubiese dicho: "Ofrezco esta inmaculada víctima como mi sustituto; me apoyo del todo sobre su mérito." Los pecados del israelita fueron cargados sobre la víctima, y ella fue matada delante de Jehová. Nada menos que la muerte podía satisfacer las demandas del altar; pero cuando la sangre fue derramada al pie del mismo, todas sus demandas fueron satisfechas. "La paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), y Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras" (1ª Corintios 15:3). Esta es la primera nota del evangelio de Dios. Pecador, ¿has creído el mensaje? Creer es ser perdonado; recibir el testimonio de Dios es ser salvado eternalmente. Cuando, por la fe, pongo mi mano culpable sobre la inmaculada cabeza de Aquel que fue sacrificado, y digo de corazón, "Se dio a sí mismo por mí," me quedo exonerado delante del tribunal del cielo—justificado por su sangre.
El sebo fue quemado sobre el altar.
Esta era exclusivamente la porción de Jehová. Las excelencias de Jesús fueron plenamente apreciadas por su Dios cuando Él, como nuestro sustituto, llevó el pecado. Personalmente Cristo siempre agradó a su Padre (Mateo 17:5, Juan 8:29), y en ningún tiempo fue Cristo más agradable a su Padre que cuando se ofreció a sí mismo como sacrificio en "olor suave" (Efesios 5:2).
La víctima fue llevada fuera del real y quemada.
Jesús fue rechazado, y fue desamparado por su Dios cuando nuestros pecados fueron cargados sobre Él. Fue entonces que aquel grito terrible brotó de sus labios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). Fue allí, pues, que la llama consumidora devoró la expiación. Para el creyente se ha apagado para siempre. El juicio del creyente se pasó, y "ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1).
Aconsejamos a los creyentes dudosos que acojan al altar del Señor Jesús, y descansen sobre Él. ¡Que vean "la sangre"—descansando absolutamente, por fe, en la obra redentora de Cristo consumada en la cruz! Basta. La justicia de Dios no demanda más, porque sus justas demandas son satisfechas. Aquel montón de cenizas esparcidas fuera del real por los vientos del cielo es señal y evidencia de la ira aplicada y del pecado deshecho. Nuestros pecados se han ido—se han ido para no volver más—y "cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones" (Salmo 103:12). Ahora, "Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?" (Romanos 8:33-34).
(3) El holocausto
Levítico 1; 6:9-13
A veces se llama la "ofrenda ascendiente," porque la palabra hebrea traducida "holocausto" es "holah," y significa "lo que asciende." Era la porción de Jehová; fue quemada enteramente sobre el altar; ascendía todo a Jehová en olor suave, dándole satisfacción y placer, pues representaba al sacrificio de Cristo (véase Salmo 40:6-8).
El carácter distintivo del holocausto es que era todo para Dios. Quiere decir, que el israelita le presentaba algo que agradase al corazón de Jehová, en lo cual hallaba Él placer. Cuando se aproximaba el israelita a Jehová, él traía su sacrificio en expiación del pecado, y el lenguaje de su corazón era: "Yo he pecado contra Dios; he cometido lo que Él me mandó no hacer." Venía a Dios como el Juez del pecado, trayendo una ofrenda para aplacar su ira. Tenía que ser una ofrenda para su aceptación (véase Levítico 1:4).
El holocausto, pues, nos presenta en figura la devoción tan aceptable y sin reserva del bendito Salvador; su rendición absoluta y perfecta a Dios, no solamente en su vida, sino también en su muerte, como dice en Hebreos 9:14: "Se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios:" y en Efesios 5:2: "Se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave." Todo era para Dios, y "por nosotros," en cuanto a nuestra aceptación delante de Él. En el acto de poner la mano del israelita sobre la cabeza de la víctima, se quedaba perfectamente identificado con y aceptado en su ofrenda. Todo el valor de ella se hizo suyo en el momento de poner la mano sobre la cabeza de la víctima. Y, desde aquel momento, ya no se trataba de lo que era él sino de lo que era su ofrenda.
¡Cuán precioso es para el alma asirse de todo esto! Para el creyente en Cristo, ya no es: "Tal como yo soy," sino "Tal como TÚ eres." Su propia identidad como pecador se ha borrado; deja de ser contado como hijo de Adán delante de Dios; todo lo que es en sí mismo es borrado para siempre, y de aquí en adelante, y para siempre él está identificado con Cristo. Está delante de Dios "en Cristo," aceptado en su Representante. Querido lector, Dios quiera que entienda esto, porque es lo que disipa el miedo y los presentimientos tenebrosos que oprimen el alma.
Cuando entendemos esta verdad sublime, las dudas, y nubarrones huirán del alma como la neblina delante del sol naciente. Sabemos que todos tenemos tiempos de desaliento y miedo, que sentimos nuestra debilidad y estados de alma en los cuales aprendemos lecciones saludables y necesarias. Confesamos que somos infieles, que no amamos a nuestro Dios de todo nuestro corazón y alma y fuerza y mente, pero todo esto no altera en nada lo que Dios ha hecho por nosotros, dónde nos ha puesto, y su aceptación de nosotros en su Hijo amado, Cristo. Nuestra posición ante Dios es inalterable, inmutable; nuestra condición, variable, y hay mucha diferencia.
Esta es la lección del holocausto. El israelita venía, consciente de su propia indignidad, para ofrecer una víctima en su lugar. Esta fue inmolada delante del Señor—su vida quitada en vez de la del pecador. Luego fue desollada y dividida. Sus varias partes fueron expuestas a la luz; se comprobaba que era perfecta interior y exteriormente. Después fue toda levantada sobre el altar, y desde el enrejado de cobre donde estaba puesta, todo subía—en olor suave (o, "un olor de descanso")—a Jehová, y así el israelita era aceptado según el valor de la ofrenda. ¡Cuán precioso! Todo nos habla de Cristo Jesús. En el monte de Moriah mucho ha, Dios se había provisto "de Cordero para el holocausto" (Génesis 22:8). Lo encontró en su propio seno en el Amado de su corazón. ¡Cuán precioso a su Padre! Es algo que ningún corazón humano puede concebir, que ninguna lengua humana puede decir. Y es nuestro mayor gozo, que es el Padre que ha estimado todo el valor y ha apreciado todas las excelencias de su Hijo Amado. Esto lo vemos en figura en Levítico 9:24: "Salió fuego delante de Jehová, y consumió el holocausto y los sebos sobre el altar." Toda la ofrenda fue consumida. La cabeza y el sebo, los intestinos y las piernas fueron todos reducidos a cenizas. Jehová recibió todo; no quedó nada. Cuán cierto fue esto de Jesús, nuestro bendito Salvador. Sus pensamientos, sus energías escondidas, sus afectos y sus caminos fueron totalmente consagrados a Dios. Todo lo que hizo glorificaba a Dios. Puso a Jehová "siempre delante de sí," y lo que a su Padre agradó, hizo siempre (véase Juan 8:29). ¡Ojalá que los hombres que hablan o cantan livianamente de ser "enteramente consagrados a Dios" o de "tener su todo sobre el altar," vieran aquí lo que esto verdaderamente significa! El Padre dio testimonio tantísimas veces referente a su contentamiento en Él (véanse Mateo 3:16-17; 17:5, etc.).
Además, todo lo que Él era y todo lo que es, lo es por nosotros. Es el Representante de todo sus redimidos que son vistos en Él, adornados con su hermosura, "ACEPTOS en el Amado" (Efesios 1:6). "Aceptos" no en nuestra fidelidad, tampoco en nuestro amor, sino en "EL AMADO." Aceptos, según la medida de la delicia que tiene el Padre en Él. Esta es la inalienable posición de los santos de Dios. No hay ninguna "vida elevada" como ésta. Es la más alta y la mejor, y es la posición de todos los que creen en ÉL como Salvador personal. "Ciertamente soy pobre, negro, y vil," dijo una vez un esclavo negro, "pero en Cristo Jesús soy santo y puro, y hermoso, tan sólo PORQUE ESTOY EN ÉL."
(4) La oblación de presente o de harina
Levítico 2; 6:14-18
Esta nos muestra la perfección de la vida humana del Señor Jesús, terminando con la muerte; la perfección de su carácter como Hombre, manifestada en su vida aquí. Era un olor suave a Dios y era la comida del sacerdote.
Él era la "flor de harina": harina la más fina; no había ni aspereza ni desigualdad en ella. Es un emblema de la naturaleza humana del Señor. Como Hombre era perfecto; no había en Él ni una fibra siquiera de la naturaleza caída del hombre; no había nada que requiriese ser subyugado o reprimido. Nosotros sí, muchas veces necesitamos ser—por así decirlo—molidos, castigados, para hacernos sumisos a la voluntad de Dios. No era así con nuestro bendito Señor. Su delicia era hacer la voluntad de su Padre; la mansedumbre y la sumisión eran especialmente suyas, y lo que era, lo era siempre. Nosotros estamos sumisos un día, y quejosos al otro; a veces valerosos, otras tímidos; llenos de fervor y fríos alternativamente. Nuestro Señor siempre era el mismo. Su sumisión al Padre y su voluntad fueron tan manifiestas en el huerto como en el monte de gloria. Su suavidad de carácter no era más aparente que cuando, como el niñito, se acostó en los brazos de la madre y que cuando, como hombre, sus enemigos le rodearon en el pretorio.
Se nota que se derramaba aceite sobre la harina (véanse Levítico 2:1; Juan 1:32). El aceite es símbolo del Espíritu Santo (véanse 2ª Corintios 1:21-22; 1ª Juan 2:27).
Jesús fue ungido "de Espíritu Santo y de potencia" (Hechos 10:38). Todo lo que hizo era en el poder del Espíritu. Sus reprensiones y sus consolaciones, su servicio y sus sufrimientos, eran todos experimentados o soportados en el Espíritu de Dios. Vivía y andaba por el Espíritu eterno, y por Él "se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios" (Hebreos 9:14).
Se ponía incienso también sobre ella (véase Levítico 2:1). Este es figura de la pureza y la fragancia. Cuanto más estaba expuesto al fuego, tanto más aumentaba su fragancia. Sabemos que fue así con Jesús. Sus dolores y privaciones, y especialmente sus padecimientos en la cruz, derramaron la fragancia de su carácter y manifestaron su gloria moral.
"De ninguna cosa leuda...se ha de quemar ofrenda a Jehová" (v. 11). La levadura es lo que corrompe, y siempre es usada en las Escrituras como un símbolo de maldad. No hubo ningún principio de maldad en Jesús—tampoco vio corrupción su carne.
"Ni de ninguna miel" (v. 11). Si la levadura es un símbolo de la agrura y corrupción de la naturaleza del hombre, la miel es un símbolo de su dulzura. Es una de las cosas más dulces de la tierra, pero muy pronto se corrompe y se pone agria, es decir, si es miel adulterada. No aguanta el fuego. Pero en Jesús no había nada de eso. Su amor no era un mero afecto natural que fácilmente se enfría. Resistía la prueba porque era el amor divino. ¡Cuánto de lo que pasa por amor entre los santos, en la hora de prueba resulta ser miel fermentada! No es más que una dulzura natural, y cuando es contrariada o desdeñada en alguna forma, se convierte en acrimonia.
Las amistades y comuniones fundadas sobre esta clase efervescente de amor decaen y terminan. El amor que no infiere ninguna herida fiel no es el amor de Jesús. Pero el amor que se prende de su objeto, a través de honra o deshonra, reprendiéndolo y corrigiéndolo, mirando no por su propio placer sino por el provecho del amado, es amor como el de Cristo para con nosotros.
"Y sazonarás toda ofrenda de tu presente con sal" (Levítico 2:13). La SAL es preservativa en su naturaleza. "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal" (Colosenses 4:6). Este elemento siempre se manifestaba en el Señor. "La sal de la alianza de su Dios" (v. 13) nunca faltaba en sus tratos con el hombre. Con amor fiel reprendió a Marta y a Pedro entre los suyos, y denunció la vana religión de los fariseos en la misma presencia de ellos. Era "lleno de gracia," pero ella nunca degeneraba en debilidad, ni sus reprensiones en rudeza.
(5) El sacrificio de paces
Levítico 3:1-17; 7:11-34
El carácter distintivo de esta ofrenda es que Jehová, el sacerdote y el israelita tenían todas sus respectivas porciones en ella. En esto difiere del holocausto, pues, Jehová sólo recibió su porción; todo era consumido sobre el altar. Pero con el sacrificio de paces Jehová estaba satisfecho, habiendo recibido su porción, y también ministraba algo a su pueblo. Es preeminentemente la ofrenda de comunión. La comunión con Dios y la comunión entre nosotros son representadas aquí. Comer de la misma mesa, compartir la misma porción, es la figura expresiva de comunión. ¡Cuán maravilloso es este privilegio! ¡oh!, que no olvidemos que "nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1a Juan 1:3). Menos que esto no podía haber satisfecho el amor del Padre; más que esto Él no podía dar. Como al pródigo, nos ha dado la bienvenida a su corazón, y nos ha hecho sentar con Él a su mesa, y todo esto con justicia perfecta, y por consiguiente en paz perfecta. Quiera Dios que entendamos claramente la base de esta paz y comunión, y lo que se precisa para gozar de ellas. "Paz para con Dios" no es una experiencia inconstante y vacilante, que fluye de algún supuesto mejoramiento espiritual o santidad interior; más bien es una realidad incambiable, fruto de la obra consumada por Cristo en la cruz. Toda acusación que la ley y la justicia podían traer contra nosotros Él la reprimió, y toda virtud que nos faltaba, Él la proveyó cuando se ofreció a sí mismo a Dios por nosotros. Todo esto vemos en el sacrificio de paces. Nos habla de las perfecciones interiores del Señor Jesús, presentadas a Dios por nosotros. El sebo fue todo quemado sobre el altar. Era la porción de Jehová. Como todo el "incienso" de la oblación de presente era para Él, así también lo era el "sebo" del sacrificio de paces. Había excelencias escondidas e interiores del Señor Jesús que nadie en la tierra podía avalorar ni apreciar. La profundidad de la devoción y la fuerza del amor que moraba en su alma santa ninguno podía comprender sino solamente el Padre, porque "nadie conoció al Hijo, sino el Padre" (Mateo 11:27). Cuán bendito es saber que Él ha avalorado y apreciado plenamente sus excelencias, y que somos aceptos en todo el valor de ellas delante de Dios.
Los riñones fueron ofrecidos también. Son figura del índice de la condición interior. Se traduce a veces "entrañas." "Yo Jehová, que escudriño el corazón, que pruebo los riñones" (Jeremías 17:10). Sólo el Hijo de Dios podía decir: "Pruébame, oh Jehová, y sondéame: examina mis riñones, y mi corazón" (Salmo 26:2).
Cuando Cristo fue examinado y probado por los hondos sufrimientos de la cruz, fue hallado perfecto por dentro, así como por fuera. No así con nosotros. El hombre viejo sigue con nosotros, no se mejora, no se cambia, no se regenera. Su presencia en nosotros no juzgada, echa a perder y estorba nuestra paz y comunión con Dios, aun cuando este principio malo nunca lleva sus frutos en forma de pecado activo. La presencia de la maldad allí sería inaguantable al alma, conocido el carácter y la naturaleza de Dios, si no fuera por las virtudes del gran sacrificio de paces. Bendito sea Dios que por las riquezas de su gracia nos ha dado a entender que nosotros mismos, tan inútiles y pecaminosos, hemos sido muertos y enterrados fuera de su vista, y que el pecado que mora en nosotros está cubierto por la eficacia del sacrificio de Cristo. Sólo así podemos tener comunión con Dios en paz, a pesar de todo lo que sentimos y vemos en nosotros mismos. Andamos con Dios en la luz, no porque no hayamos pecado, ni porque no tengamos pecado en nosotros, sino porque "la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado" (1ª Juan 1:7). Nuestros pies descansan sobre el terreno de la redención; nuestra paz queda hecha eternalmente segura por la sangre de su cruz. La eficacia de aquella oblación permanece delante de Dios para siempre, y a favor nuestro. Dios queda eternalmente satisfecho con Cristo. Nosotros también. Esto es la verdadera comunión.
Una cosa más debemos notar: fue degollado delante de Jehová, la sangre fue rociada sobre el altar, y el sebo, y las entrañas fueron quemados como olor suave. La vida y las excelencias interiores eran la porción de Jehová; Él recibió su porción primero; luego el israelita y el sacerdote recibió cada uno su porción. Dios siendo satisfecho, una mesa fue puesta para el hombre, y provista de una parte del sacrificio ya presentado en el altar, que es el lugar de ofrenda hacia Dios, y la mesa es el lugar donde Dios ministra a su pueblo. Esa es la relación que existe entre la cruz y la cena del Señor, por cuanto que aparte de la cruz no podido haber existido una mesa. Es la recordación de lo que fue hecho en la cruz, y la expresión de la comunión del creyente. ¡Qué insulto atrevido es a Dios y a Cristo, su Hijo amado, erigir un altar en la que se llama la iglesia, con sus sacerdotes puestos por los hombres, en cuyo altar se ofrecen sacrificios por los vivos y los muertos! Es trastornar los mismos fundamentos de la fe, y es una negación completa de la obra de Cristo, consumada en la cruz del Calvario. En la mesa tenemos comunión con Dios en paz acerca de su Hijo amado, y tenemos comunión entre nosotros.
Sólo el Padre sabe estimar debidamente la devoción interior de su propio Amado, y, por gracia divina nosotros como sacerdotes podemos regocijarnos mientras nos alimentamos del "pecho de la ofrenda mecida," y de "la espadilla elevada,"—símbolos de su amor y poder. ¡Qué almohada tan suave es su seno para la cabeza cansada! ¡Qué fuerte es su poderoso hombro para el alma débil y desmayada!
En un día muy cercano, cuando estemos delante de su trono, perfectamente conformados a su imagen, borrada y olvidada la última marca de pecado y de humanidad caída, luego entenderemos plenamente cuán precioso es el valor del SACRIFICIO PERFECTO—EL GRAN SACRIFICIO DE LAS PACES.

La fuente, o aljofaina

Éxodo 30:17-21; 38:8; 40:30-32
La fuente era el segundo mueble en el atrio del tabernáculo. Estaba entre el altar del holocausto y el Lugar Santo. No se nos dice la forma ni el tamaño de este artículo; tampoco se nos dice cómo fue llevado por el desierto.
El silencio de las Escrituras sobre puntos como éstos es tan significante como divino: no hay descuido, ni olvido por parte del escritor; los demás muebles todos están descritos minuciosamente en cuanto a su largura y anchura, como también las varas y los anillos mediante los cuales fueron levantados de la tierra y llevados sobre los hombros de los levitas durante su marcha (véase Números 4). Pero en las instrucciones sobre la fuente no hay mandato tocante a varas y anillos. ¿Será error? De ninguna manera.
Tenía su base (o pie) de metal. En esto se difiere de los demás muebles. Las varas y los anillos mediante los cuales fueron levantados para ser llevados, parecen indicar que, aun cuando estaban sobre la tierra, no eran de ella, sino del cielo. Eran "figuras de las cosas celestiales," (Hebreos 9:23), la sustancia permanente de las cuales tienen, pues, su lugar en el Santuario celestial. La fuente, al tener un pie que la conectaba con la tierra, pero levantada sobre ella, puede mostrar que la línea de enseñanza espiritual en este aparato está relacionada con la vida terrenal y el andar de un pueblo cuyo nacimiento y ciudadanía son del cielo. El presente mundo es el sitio donde las manos y los pies de los redimidos de Dios requieren el uso de la fuente; está solamente aquí abajo, entre las suciedades y contaminaciones de la tierra, que su benéfico ministerio es necesario, porque una vez allí arriba, los pies de los santos no pueden mancharse. La plaza de oro, como vidrio transparente, donde se pararán, siempre reflejará la pureza de ellos. Correspondiendo con esto, tenemos en el libro del Apocalipsis—en sí un libro de señales y símbolos—referencia hecha a todos los muebles del tabernáculo; del templo y a excepción de la fuente de lavar y del mar de fundición. En contraste notable, vemos allí un mar de cristal reflejando la inmaculada hermosura de los redimidos. La última mácula de sus pies ha sido lavada: las arenas del desierto no ensucian más; los santos son glorificados a la imagen de su Señor, y la fuente y el mar de fundición ya no se necesitan más. ¡Gracias al Señor! ¡Cuán bendito futuro!
Hay que notar que la fuente fue hecha de los espejos de bronce de las mujeres de Israel (véase Éxodo 38:8). ¿Qué es lo que hace el espejo? Refleja a uno mismo; muestra las hermosuras o las desfiguraciones de la persona, pero no puede alterarlas. Revela la contaminación, pero no puede quitarla. La hermosura de la mujer es su marca de distinción; así naturalmente aprecia mucho su espejo, pues la revela a ella tal hermosura, mas para las mujeres de Israel no era cosa penosa—por amor de Jehová—entregar sus espejos, para que se hiciera una fuente para el tabernáculo. En este sentido representaba fruto precioso de gracia. ¿Habéis renunciado alguna vez algo para vuestro bendito Señor?
¿Se ha prendido de vuestro corazón la gracia de Dios de tal manera que habéis rendido a Cristo cosas que una vez amabais demasiado? Hay muchos que profesan admirar la "hermosura de Jehová, " y estimar aparentemente al "Varón de dolores" (Isaías 53:3) como el "todo hermoso," pero quienes se adornan conforme a las costumbres y pompa de este mundo. Anhelan ser muy conceptuados por el mundo que echó fuera a su Señor. Los tales no han visto el "presente siglo malo" en su verdadero aspecto y el "fin de toda carne" según Dios los ve. Se miran en sus propios espejos, y piensan y hablan bien de sí mismos. Pero los pensamientos de los hombres no son los de Dios, de modo que tenemos que abandonar todas nuestras ideas y fantasías y someternos incondicionalmente al Señor y su Palabra. El momento en que lo hacemos, por la gracia aprendemos como Dios en Su gracia ha provisto lo que nos limpia de contaminación espiritual.
La fuente estaba llena de agua, y allí los sacerdotes lavaban las manos y los pies cuando entraban en el Lugar Santo para adorar, y cuando salían al altar para servir. La negligencia en esto traía la muerte. No se observaba ningún culto frente a este vaso—allí no se derramaba ninguna sangre—y sin embargo la adoración y el servicio eran imposibles sin el uso de la fuente. Era obligatorio que los sacerdotes se mantuvieran en limpieza para que sirvieran a Dios aceptablemente.
Hemos visto, pues, en el altar y sus sacrificios la obra de Cristo hecha por nosotros, y nuestra aceptación delante de Dios según el valor de esta obra. Todo está contado o imputado a nuestro favor en el momento en que creemos, y esto una vez para siempre. Se ve que el creyente es así considerado como "en Cristo," limpiado eternalmente, en virtud del sacrificio ofrecido una sola vez. No hay repetición de este acto; no hay una nueva aplicación de la sangre como a veces dicen algunos. Se le reputa el creyente como todo limpio y santificado una vez para siempre (véanse Juan 15:3 y Hebreos 10:10).
Pero la enseñanza de la fuente es enteramente distinta. ¿De qué habla entonces? Habla de una obra hecha en nosotros por la Palabra y el Espíritu de Dios. "Ya vosotros sois limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3).
Querido lector, si tú eres creyente, tú necesitas de esta limpieza en la fuente continuamente. Algunos piensan y hablan como si no fuese así, pero volvemos a repetir que no hay ningún estado ni experiencia aquí que permita a un santo prescindir de esta limpieza de la fuente.
Hay dos distintos lavamientos del sacerdocio.
(1) Los sacerdotes en el día de su consagración fueron traídos a la puerta del tabernáculo y completamente lavados con agua por Moisés (véanse Éxodo 29:4; Levítico 8:6). Este fue el primer acto de su consagración. Ninguna vestidura santa ni ningún aceite de unción fue puesto sobre ellos hasta que hubiesen sido lavados, y antes de eso no les fue permitido entrar en el Lugar Santo para adorar a Dios. Este lavamiento les fue efectuado por otra persona; ellos no intervinieron en él para nada, y además nunca fue repetido. Esto está de acuerdo con "el lavacro de la regeneración" (Tito 3:5). La palabra "lavamiento" en Éxodo 29:4 significa "lavarlo todo" (el cuerpo) y es una palabra distinta o más bien diferente de la que se usa con referencia a la fuente (Éxodo 30:18). Es un lavamiento que debe efectuarse antes de que se pueda entrar en el lugar de la adoración y servicio, y una vez hecho, el sacerdote ya goza de la eficacia permanente del mismo.
Así es con el segundo nacimiento. Nadie puede adorar a Dios que no haya experimentado el renacimiento. "Os es necesario nacer otra vez" (Juan 3:7). No es posible tener comunión con Dios aparte de esto. El hombre en su estado natural no puede apreciar nada de lo que es de Dios, tampoco hacer nada que le agrada. Mientras no haya nacido de lo alto, su lugar está fuera del círculo de la familia de Dios, fuera del círculo de la adoración y el servicio del sacerdocio celestial. No puede atreverse a cruzar el umbral del Lugar Santo hasta que por el acto soberano de la gracia de Dios, se le pronuncie "todo limpio," con el corazón purificado de mala conciencia y lavado el cuerpo con agua limpia (véase Hebreos 10:22).
Aquí, al pasar, queremos pedirte que hagas una pausa y consideres si este lavamiento se ha efectuado en el alma tuya. ¿Ha habido un momento en tu historia en que has descubierto que has sido desnudado de toda tu justicia imaginada? ¿Has sido como "Josué, el gran sacerdote" (Zacarías 3:1-4), desvestido de las vestimentas viles de tu propia justicia, y vestido de "vestidos de honra y hermosura," provistos por Dios? ¿Has sido verdaderamente traído a Dios, convertido, habiendo nacido otra vez? Sea la que fuere tu posición en la iglesia profesante en la tierra, déjanos asegurarte solemnemente que aparte del nuevo nacimiento, no encontrarás lugar en el reino de Dios. Nicodemo fue llevado hasta la puerta de ese reino por el Hijo de Dios, quien le dijo que, si no "naciere otra vez," no podría ni "ver" ni "entrar" en el reino. Sus palabras quedan inalterables para siempre.
(2) La fuente—hay que notar—estaba colocada entre el altar y la puerta del tabernáculo, y a los sacerdotes les fue mandado lavar las manos y los pies allí. Era fácil que las manos y los pies, después de ser limpiados, se ensuciaran. Las manos continuamente trabajando en el servicio de Dios en el altar, y los pies siempre andando por la arena del desierto, necesitarían ser lavados continuamente, y para esto les fue dada el agua de la fuente, figura pues, de la Palabra de Dios, como hemos dicho. A ningún sacerdote inmundo le estaba permitido ministrar al Señor, so pena de muerte, porque "la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre" (Salmo 93:5).
Esta es una verdad muy solemne, porque nos habla de la condición de alma necesaria para los que adoran y sirven al Dios vivo. Uno podía ser sacerdote y, sin embargo, por causa de la inmundicia sobre él, incapacitarse para ejercer las funciones de su oficio sacerdotal. Igualmente, no puede uno que es verdaderamente hijo de Dios vivir en descuido habitual de la Palabra de Dios, o en pecado no juzgado y no confesado, y tener comunión presente con Dios, ni aptitud para servirle, mucho menos adorarle.
El derecho de entrada del sacerdote era la sangre del sacrificio, pero la condición necesaria para el uso de ese derecho era que las manos y los pies hubiesen sido limpiados con agua. Esto nos habla del derecho y de la condición que se precisa para disfrutar de comunión con Dios. Debe haber un andar en la luz, y una limpieza continua de nuestras obras y caminos. ¿Cómo? Por la Palabra de Dios, si queremos andar con Él. La Palabra de Dios es el medio por el cual el Señor conserva a su pueblo limpio, y en condición de poder tener comunión con Él. "¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra" (Salmo 119:9). Descuidarlo es frustrar los propósitos del Señor referente a nuestra santificación y purificación como el pueblo de Dios. En Juan capítulo 13 vemos al Señor como siervo ceñido, lavando los pies de sus discípulos—limpiando de ellos lo que les hubiera impedido tener parte con Él. Él dice, —"Si no te lavare, no tendrás parte conmigo" (v. 8). ¡Dios quiera que entendamos mejor la enseñanza de la fuente!

Las basas de plata, las tablas de maderay las barras

Éxodo 26:15-29; 36:20-34
Las basas de plata
Ahora consideraremos el fundamento y la armadura del tabernáculo —las basas de plata y las tablas de madera de Sittim cubiertas de oro, y las barras con sus anillos de oro; o, en otras palabras, los fundamentos, las paredes y lo que unía las paredes.
Hemos notado que el tabernáculo era la primera morada de Dios en esta tierra, su habitación actual entre los hombres. Es simbólica de la iglesia. Como la gloria de Jehová moraba antiguamente dentro de las tablas y cortinas de aquella tienda mística en el desierto, y en ningún otro lugar en la tierra, así ahora la presencia de Dios es conocida entre aquellos que son "juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu" (Efesios 2:22).
La pompa y grandeza de los templos paganos, grandiosos y magníficos podían atraer a los reyes de la tierra, e inducir a miles a adorar alrededor de su altar, pero no podían pretender ser el tabernáculo de Jehová, el Dios de Israel, porque la morada escogida por Él era una humilde tienda construida según su propio diseño, y ordenada según su propia voluntad—el lugar donde su autoridad fue reconocida y sus mandatos fueron obedecidos. En cuanto a la edificación de la misma, leemos: "He aquí que la habían hecho como Jehová había mandado" (Éxodo 39:43); y la respuesta de ÉL a la obediencia de su pueblo en estas palabras conmovedoras: "Así acabó Moisés la obra. ENTONCES una nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová hinchió el tabernáculo" (Éxodo 40:33-34). Bendita pero solemne es la lección enseñada aquí. El lugar en donde se manifiesta la presencia y poder del Señor debe ser uno que Él mismo ha construido y ordenado. Las tradiciones y la sabiduría humana no tienen lugar ni autoridad allí.
Ahora nos fijaremos en el fundamento de plata. Cada una de las 48 tablas se levantaba sobre dos basas o pedestales de plata. No hubo base sólida para erigir las tablas de Sittim, por cuanto que la arena movediza del desierto no proporcionaba tal base firme. La plata en las Escrituras nos habla de la redención; así fueron edificadas las tablas sobre un fundamento precioso, y de muchísimo valor. Si nos referimos a Éxodo 30:11-16 veremos de dónde vino esta plata. Era el dinero de las expiaciones del pueblo. En el día cuando Israel fue contado, todo hombre cuyo nombre quedó inscrito, trajo medio siclo de plata en rescate por su alma. El claro sentido de la figura es que habla de la REDENCIÓN.
Es importante notar que nadie podía ser enrollado entre el pueblo de Dios hasta que hubiera sido pagado el dinero de la expiación. Así pues, nadie puede entrar al cielo aparte de la fe en la sangre de Cristo, la cual es el pago de la expiación. Muchísimas personas rechazan la sangre de Cristo, niegan la eficacia de su sangre; pero aparte de aquella sangre y fe en Aquél que la derramó, ningún hombre de cualquier hijo de Adán se halla escrito en "el Libro de la vida del Cordero." "Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1ª Pedro 1:18-19).
Querido lector, te rogamos que sepas que no hay salvación aparte de fe en la sangre preciosa de Cristo. Que no te dejes ser engañado por hombres que predican contra la "sangre de Cristo," que dicen que el hombre no es un ser caído, sino que hay algún buen principio en él, que, al ser bien cuidado y educado, se desarrollará y producirá un hombre bueno al fin. ¡Cuán enteramente falso es tal engaño! Dios quiera que no prestes oído a tal enseñanza, aunque sea popular y los predicadores ocupen puestos altos en las iglesias y las universidades.
En la erección del tabernáculo las basas de plata eran la primera parte de la obra. Antes que fuese erigida una tabla o fuese metida una estaca, los meraritas pusieron sobre la arena descubierta del desierto las basas macizas de plata. Sin ellas no podía haber existido ningún edificio. Coincidiendo con esto, encontramos al apóstol Pablo llegando a la ciudad de Corinto, cuando no había ningún vestigio del testimonio allí, predicando a "Jesucristo, y a éste crucificado" (1ª Corintios 2:2), como el fundamento para el pecador. "Se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la Palabra de Dios" (Hechos 18:11). Esto era la fundación de la "iglesia de Dios...en Corinto," (1ª Corintios 1:2). Los que son salvos, son "llamados a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor" (1ª Corintios 1:9). En capítulo 3:10-11, el apóstol nos enseña que Cristo era el fundamento de la comunión de ellos en la iglesia, como lo había sido de su salvación.
Los nombres sectarios no pueden tener parte en ella, tampoco las doctrinas sectarias, por cuanto que éstos esparcen y dividen las ovejas del Señor, pero el nombre precioso de Cristo y su Palabra las juntan a una y las edifican. Al gloriamos solamente en su digno nombre, como el fundamento de nuestra salvación eterna, tengámoslo también como el precioso fundamento de nuestra comunión los unos con los otros, hasta que venga (1ª Tesalonicenses 4:14-18).
Las tablas de madera de Sittim.
Éxodo 26:15-25; 36:20-30, 34.
La armadura del tabernáculo era de madera de Sittim. Veinte tablas estaban sobre el lado norte, veinte sobre el sur, y ocho a lo largo del extremo occidental. Cada una de las tablas tenía dos quicios conectados con las dos basas de plata abajo.
Ahora bien, cada una de estas tablas representa un pecador salvo por gracia, quien, habiendo muerto como hijo de Adán, ha sido levantado de los muertos, vivificado en novedad de vida, y se halla delante de Dios en Cristo como un miembro de la verdadera iglesia. Estas tablas una vez estaban en un estado diferente. Eran acacias majestuosas plantadas en la tierra que las sostenía, y su savia las alimentaba. Sus raíces estaban en la tierra y eran de ella. Pero Jehová las había menester para la edificación de su morada, y el día llegó cuando el hacha fue puesta a la raíz de los árboles. Consideremos lo que quiere decir todo esto. Fueron cortados; murieron en cuanto a la tierra; su conexión con ella fue destruida para siempre; asimismo, cada creyente en el Señor Jesús—sacado de su lugar en este mundo por el poder de Dios—está edificado sobre el fundamento, Jesucristo (véase Efesios 2:20-22). Antes estaban en el mundo y eran de él, una parte de la creación vieja, hombres en la carne. Su gloria era como el "laurel verde," su vida era de este mundo: sentían lo terreno. Pero el hacha afilada de la verdad fuerte, poderosa en la mano del Espíritu, cayó sobre el corazón y la conciencia. Los abatió, y confesaron: "Caímos todos nosotros como la hoja;" "ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado" (Isaías 64:6; Job 19:10). El primer paso a una verdadera conversión a Dios es esto. Debe haber un "abatimiento" antes que pueda haber un "levantamiento." Este es el testimonio inequívoco de las Escrituras, y en todo caso de conversión a Dios registrado en ellas encontramos el mismo orden. Los pecadores tienen que ser quebrantados delante de Dios. Deben inclinarse y confesar su condición perdida. La soberbia así está nivelada y la gloria terrenal bajada al polvo.
El fariseo orgulloso en el camino a Damasco fue echado en tierra —literalmente, sin duda—pero la justicia humana de que se jactaba y su orgullo fueron abajados también (véase Hechos 9:1-6). En cuanto al carcelero de Filipos, el terremoto sacudió la cárcel, y el poder de Dios despertó al carcelero, haciéndole clamar: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?" (Hechos 16:30). Los tres mil convertidos en el día de Pentecostés fueron "compungidos de corazón," y dijeron: "¿Qué haremos?" (Hechos 2:37). Así obra Dios. Se hallaban compungidos de corazón. Poco quebrantamiento hay en el día de hoy porque la verdad de Dios está rechazada en general. Hay mucha energía de la carne, poco arrepentimiento, porque los predicadores en general tienen demasiada miel en la boca, y temen de ofender a los oyentes. No les avisan la clara verdad de Dios; no "arrancan y derriban" como en el tiempo de Jeremías.
Querido lector, permítenos preguntarte: ¿Has sido humillado delante de Dios? ¿Te has inclinado, confesándote un pecador perdido e impío, apto solamente para las llamas eternas? No importa lo que sepas o hagas si tu propia dignidad no ha sido abatida; tendrás que ser abajado, o ahora o más tarde en el infierno. El punto en que insistimos es éste: no importa cómo o dónde, el pecador tiene que inclinarse y humillarse delante de Dios. Tiene que dejar entrar hasta el alma el filo penetrante de la verdad del Señor desnudándole y bajándole, antes de que pueda ser levantado como un hombre convertido—un hombre en Cristo.
El próximo punto es que el árbol fue despojado de sus ramas y cortado al tamaño prescrito por Dios.
Es después de salvarse que el proceso de desnudarse empieza. A medida que se permite obrar la verdad de Dios en la conciencia del creyente, éste encuentra que en él hay muchas cosas superfluas que es menester abandonar, cosas que en sus días mundanos él consideraba buenas y correctas, pero de las cuales ahora tiene que despojarse. Puede ser que no sean viles y sucias, pero no son cosas de la nueva creación; no están de acuerdo con su carácter de peregrino en esta tierra.
La Palabra de Dios efectúa este cambio a medida que el creyente se somete la vida y los caminos a la verdad. La verdad de Dios, en el poder del Espíritu Santo obrando sobre él, le desnuda y le forma según Su voluntad. Esta es la santificación práctica, demasiada práctica para ser adoptada por los meros profesantes de religión.
Las tablas después fueron cubiertas de oro.
Su hermosura natural les fue quitada, y en su lugar les fueron dadas hermosura y gloria divinas. Así es con el hijo de Dios; puede ser que no tenga ningún atractivo en los ojos de los hombres, pero los ojos de su Dios le ven como perfecto en su hermosura por la belleza que Él puso sobre su hijo. Está delante de Dios, "acepto en el Amado" (Efesios 1:6), —completo en Cristo.
Así una tabla tras otra fue cortada y levantada, pasando en figura por la muerte y resurrección para llenar supuesto en la morada de Dios. Del mismo modo, por la gracia maravillosa de Dios, Él está tomando del mundo un pueblo para su nombre (véase Hechos 15:14)—un pueblo que ha muerto y resucitado con Cristo para ser juntamente edificado para morada de Dios en Espíritu (Efesios 2:22).

Las barras

Éxodo 26:26-29; 36:31-34
Las tablas de madera de Sittim (árbol asiático, especie de acacia) fueron unidas por barras del mismo material cubiertas de oro.
La verdad enseñada aquí, en figura, se relaciona con la comunión y unidad de la iglesia de Dios.
Cada tabla se levantaba enhiesta sobre su propio fundamento. Tenía su propia posición particular. Esto muestra la salvación y posición de cada uno de los santos.
Cada tabla estaba ligada a las otras dos a sus lados y a todas las demás por medio de barras de madera de Sittim. Esto expresa la comunión y unidad de los santos. La figura nos revela cómo la unidad divina está formada y sostenida, y se manifiesta.
No somos unidades independientes las unas de las otras, tampoco empiezan y terminan nuestros privilegios y responsabilidades con nosotros mismos. Hemos sido ligados en "el haz de los que viven" (1a Samuel 25:29) con nuestros compañeros santos, y la gracia que nos hizo miembros de la familia de Dios nos ha impuesto la responsabilidad de ser guarda de nuestro hermano. Existe en las Sagradas Escrituras un vasto y único círculo de verdad, de muy largo alcance, presentando privilegios y responsabilidades a los santos de este tiempo acerca de la unidad que era desconocida en los siglos pasados.
Somos verdaderamente culpables si dejamos todo esto desatendido con el pretexto de que estamos más preocupados en evangelizar que en doctrinar a los creyentes. Ambas cosas son urgentes.
Las barras son cinco en número. Primeramente, se las describe en forma general y después en particular. La atención especial está dirigida a la barra en medio.
Éxodo 26:28 dice: "Y la barra del medio pasará por medio de las tablas, del un cabo al otro," y como mayor explicación de esto leemos en capítulo 36:33: "E hizo que la barra del medio pasase por medio de las tablas de un cabo al otro." La barra del medio así ligaba todas las tablas la una a la otra. Mediante ella, las muchas tablas fueron compaginadas para formar un solo tabernáculo, y así constituían una manifiesta y visible unidad. Los santos de Dios forman una cosa—una sola con Cristo y una entre sí. Ningún poder terrenal ni infernal puede arrebatar al cordero más débil del seno del Pastor, ni arrancar al miembro más débil del cuerpo de Cristo. La profunda y misteriosa unidad que existe entre la Cabeza resucitada, Cristo, y sus miembros, es divina y eterna.
La iglesia, vista como el cuerpo de Cristo, (véase 1ª Corintios 12:13, 27), abarca a todos los que tienen vida en Cristo, en todo el mundo. Se incluyen todos los salvos así, y se excluyen a todos los que están muertos en pecado. Se ve, pues, que, como la barra "por medio" de las tablas unía todas, así el Señor "en medio" une a sus santos congregados. Una vez con desprecio y escarnio le crucificaron con ladrones, "uno a cada lado, y Jesús en medio" (Juan 19:18). Todo ojo se fijó en aquella cruz central. El santo Supliciado allí era el objeto de desdén y la canalla descargó su odio y menosprecio sobre él solo. Viene el día, cuando la multitud redimida, completada y glorificada se congregará alrededor del trono, y el "Cordero en medio" será el objeto de su adoración y el tema de su cántico. "Jesús en medio" de aquella gloria luminosa será su centro, y su amado nombre unificador solo brillará en cada frente (véase Apocalipsis 22:3-5).
Durante esta dispensación de su rechazamiento por el mundo, la promesa a sus hijos es sí y amén de que "donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20).
Este es el centro y el punto de cita para los santos de Dios, y donde sólo el nombre y la persona del Señor son buscados, allí habrá la bendita y divina unidad. Así fue desde el principio. Sectas y partidos con distintos nombres no tenían lugar en la iglesia primitiva y apostólica; pero en despecho de la verdad, no pasó mucho tiempo y ciertos hombres comenzaron a imponerse dando prominencia a sus doctrinas favoritas, y de ellos mismos se levantaron hombres que hablaban "cosas perversas, para llevar discípulos tras sí" (Hechos 20:30). Poco a poco estas doctrinas empezaron a tomar forma más definitiva, y otros nombres fueron destacados juntamente con el nombre de Cristo.
"Cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos, y yo de Cefas; y yo de Cristo" (1ª Corintios 1:12). ¿No vemos aquí el sectarismo en embrión? Más tarde, sectas y partidos nacieron que ostentaban los nombres de sus fundadores o de sus doctrinas peculiares, y así la levadura ha ido creciendo hasta que, después de siglos de divisiones, secesiones y rompimientos, la iglesia profesante de Cristo es como una Babilonia y presenta al mundo infiel y burlador el frente dividido de varios centenares de sectas, cada una pretendiendo el primer puesto y la reputación de ser la iglesia verdadera. Algunas de estas son crasamente impuras, y sus doctrinas completamente destituidas de la verdad. ¿Qué es el deber de cada creyente fiel a vista de semejante confusión? Su deber se halla en 2ª Corintios 6:14-18 y 2ª Timoteo 2:19: "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo."
Referente a las tablas se nota que estaban ligadas de fuera por cinco barras de madera de Sittim metidas por los anillos de oro. Cabalmente, en los días primitivos, cuando "todos los que creían estaban juntos," cuando los santos eran de un corazón y un alma, y cuando se juntaban alrededor de la presencia invisible, pero real, del Señor Jesús, leemos que "perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones" (Hechos 2:42, 44). Estas prácticas eran las barras exteriores que los ligaban y los llevaban hacia el centro.
Para que el testimonio sea preservado en unidad, debe haber fidelidad absoluta a la Palabra, la "doctrina de los apóstoles" tal como se halla en la Palabra de Dios, sin suprimirla con las ideas de los hombres. En los días apostólicos los creyentes seguían fielmente en la "doctrina de los apóstoles," no en las doctrinas de los hombres. Es la doctrina que forma la "comunión," el "partimiento del pan" la expresa, y "las oraciones" echan mano a Dios para el poder de sostenerla. El anillo es el emblema de amor. La verdad debe ser retenida y usada en amor, no en soberbia o fanatismo. Una de las pruebas más reales, que los santos andan verdaderamente en comunión con el Señor, es cuando guardan su Palabra (1ª Juan 2:5).

Las cortinas y cubiertas del tabernáculo

Éxodo 26:1-14, 36:8-19
Había dos cortinas, la interior que era llamada "el tabernáculo" hecha de lino torcido, con cárdeno, púrpura y carmesí; y la de encima hecha de pelo de cabra. Luego encima de esas dos cortinas había un par de cubiertas de pieles, la interior hecha de cueros de carneros teñidos de rojo, y la exterior hecha de cueros de tejones.
Las consideraremos en su carácter figurativo como señalando adelante a Cristo.
(1) Las cortinas de lino torcido
Éxodo 26:1-6; 36:8-13
Solo eran visible al sacerdote dentro del Lugar Santo, y representan las glorias de Cristo en resurrección.
El lino torcido habla de Su pureza y justicia. El cárdeno es el color del propio cielo, y nos habla del carácter celestial del Hijo de Dios. El carmesí es el color de la tierra, y nos recuerda su gloria terrenal como el Hijo del hombre. La púrpura es la combinación de cárdeno y carmesí, y señala aquel día cuando la gloria de lo celestial y la gloria de lo terrenal tendrán su centro y manifestación en su bendita Persona.
Los querubines (véase Génesis 3:24) hablan de su majestad y poder en juicio: "El Padre a nadie juzga, mas todo el juicio dio al Hijo" (Juan 5:22). "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él todas las gentes (naciones)...Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid benditos de mi Padre.... dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mateo 25:31-41). Cristo será el Juez en el "gran trono blanco" también (Apocalipsis 20:11-15).
Las diez cortinas fueron unidas unas a otras en dos juegos de cinco cada uno y fueron "juntadas" mediante lazadas de cárdeno y corchetes de oro, y así las varias cortinas formaron "un tabernáculo." Los santos como resucitados con Cristo son juntados todos ahora y "perfectamente unidos" en una unión divina y celestial. La ruina actual de la iglesia profesante niega tal unión, pero la Iglesia verdadera siempre es perfecta en los ojos de Dios. El pleno despliegue y manifestación clara de esto se verá en gloria, pero la fe lo discierne aun ahora en comunión con Dios dentro de Su santo templo, y busca reconocer y descansar sobre esta verdad preciosa. Su Palabra en medio de la discordia y división del tiempo actual nos asegura que así será. En Efesios 4:3 leemos: Sed "solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz."
(2) Las cortinas de pelo de cabras
Éxodo 26:7-13; 36:14-18
Estas eran cosas conmemorativas de la expiación ya hecha. En Números 28:15 leemos que la ofrenda diaria para la expiación del pecado era un macho cabrío; y para el día de las expiaciones, el macho cabrío era la víctima escogida (véase Levítico 16:9).
La cortina doble colgada sobre la puerta puede indicar que la única base de acercarnos a Dios es el haber acabado con el pecado, y que aquello que lo recordaba estaba siempre delante del ojo del sacerdote cuando entraba en el santuario de Dios. Las cortinas fueron parejadas por lazadas de pelo de cabras y por corchetes de cobre. Esto nos enseña que la única unidad aprobada por Dios tiene que ser en justicia y santidad. No puede haber ningún fingimiento de santidad ni ligereza con el pecado. Así pues, si las cortinas de pelo de cabra hablan de la separación del pecado en el Siervo en quien Dios tuvo todo su contentamiento (véase Mateo 3:17), entonces debiera separarse de toda maldad también el que le ostentara servir. "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo" (2ª Timoteo 2:19).
(3) La cubierta de cueros de carneros, teñidos de rojo
Éxodo 26:14; 36:19
Esta es figura de consagración hasta la muerte. El carnero fue usado para el sacrificio, especialmente en la consagración del sacerdocio (véanse Éxodo 29:1-34; Levítico 8). Como el cordero representa a Jesús manso y humilde, sumiso hasta la muerte, así el carnero habla del vigor y la fuerza del Señor. Señala también el propósito fijo de Su corazón, el de devoción sin reserva a Dios hasta la muerte.
Pueda ser que el cuero del carnero colocado sobre el tabernáculo nos hable de la consagración de la Iglesia a Dios, del mismo modo que la sangre sobre la oreja, la mano y el pie del sacerdote nos recuerda que nuestros miembros han sido redimidos y limpiados por Él. La consagración es algo muy positiva e intensamente práctica; no es un acto exterior, como muchos creen, sino un propósito profundamente arraigado y fijo de corazón. Contemplando a Cristo en la cruz, aprendemos el sentido de la "consagración." El bendito Señor "afirmó su rostro" hacia el lugar de muerte, "menospreciando la vergüenza" y es el ejemplo y medida de "la consagración entera" (Lucas 9:51; Hebreos 12:2).
Como creyentes en Él, es típico todo lo que tenemos demostrado en Éxodo 29 y Levítico 8. Aarón y sus hijos fueron lavados con agua (Éxodo 29:4). Después, un carnero fue ofrecido en sacrificio, y así fue llamado "el carnero de las consagraciones" (Éxodo 29:22, 26, 31). Su sangre fue puesta sobre la ternilla de la oreja derecha del sacerdote (Aarón) y la de cada uno de sus hijos, y sobre el dedo pulgar, y sobre el dedo pulgar de sus pies (véase Éxodo 29:20); y luego el aceite de la unción fue esparcido sobre ellos (v. 21), quienes, lavados con agua, rociados con sangre, y ungidos con aceite, tipifican a nosotros, los creyentes, consagrados del todo a Dios: el oído atento a la voz de su Señor, su mano hecha apta para su servicio, y su pie firme en la senda trazada por Él.
El poeta, al escribir de Cristo como ejemplo de la consagración entera, pudo decir:
"Firme en medio de la vergüenza,
Y contra el diablo en su hábil tentar,
Por tu camino aquí sin sonrisa,
La cruz Tú—solo—fuiste a afrontar."
Somos llamados a seguir sus pisadas y a rendirnos a Dios.
(4) La cubierta de cueros de tejones
Éxodo 26:14; 36:19
Esta era la cubierta de más afuera y visible. Era para proteger el tabernáculo de los rayos abrasadores del sol del desierto, y de las tempestades del mismo. No tenía parecer ni hermosura, y no había belleza exterior para atraer la mirada de los hombres. El tabernáculo era todo glorioso adentro, con tablas revistadas de oro y cortinas que eran obra de costura, pero éstas sólo eran vistas por los sacerdotes de Dios que entraban dentro del Lugar Santo. El cuero de tejón es mencionado solamente una vez más en la Palabra de Dios, donde se empleaba para las sandalias que separaban y protegían los pies en las arenas ardientes del desierto (véase Ezequiel 16:10).
El cuero de tejón está relacionado con la separación, y el carácter terrenal del peregrino. La figura tuvo su respuesta perfecta y completa en el bendito Señor mientras vivía en este mundo.
Mas, para aquellos que le conocen, Cristo es siempre "el señalado entre diez mil" multitudes (Cantares 5:10). "Despreciado y desechado entre los hombres" (mundanos), el parecer desfigurado del "Varón de dolores" no presentó ningún atractivo a los ojos del mundo (véase Isaías 53:3). Le vieron a un Hombre solitario sin lugar para poner su cabeza. Le vieron llorar y le oyeron gemir, pero no le desearon, ni quisieron preguntar de dónde vino. Les bastó saber que Él era el "carpintero," el Nazareno, hijo de María. ¡Oh, que nuestras almas pudieran mirar fervorosamente a ese espectáculo! ¡Las sienes coronadas de espinas, por el gentío cruel e inhumano, que amontonaron sobre la amada y santa víctima sus reproches indecentes y viles! Tal era el mundo de aquel entonces, y tal es el mundo de hoy.
El escándalo de la cruz y el reproche de Cristo todavía quedan para todos los que siguen al Nazareno despreciado y rechazado. Sufrimiento e ignominia acompañarán sus pisadas. Lágrimas y sollozos muchas veces señalarán sus sendas. Tal es la enseñanza, en figura, de la cubierta de cueros de tejones. Pero en un día futuro, este bendito Señor y Salvador se sentará en su trono, la mano horadada empuñará el cetro de poder universal, y sobre las sienes una vez brutalmente coronadas de espinas reposarán las muchas diademas (véase Apocalipsis 19:12). ¡Entonces será quitada la cubierta de cueros de tejones!

El lugar santo

Éxodo 26:33; Hebreos 9:6
El tabernáculo, o tienda, era dividido en dos distintos compartimientos, que diferían en tamaño y nombre. El primero y más grande de éstos fue llamado el "Lugar Santo;" el segundo, el "Lugar Santísimo," o "el Santuario."
Ahora, el Lugar Santo tenía tres muebles especiales: (1) el altar de perfume, (2) la mesa del pan de la proposición, (3) el candelero de oro. Era, pues, un lugar de privilegio y servicio sacerdotal, y dentro de sus recintos los hijos de Aarón el sacerdote hacían diariamente los "oficios del culto" (Hebreos 9:6). Dentro de sus paredes sagradas no se permitía pisar pie ni servir mano de hombre alguno salvo el de un sacerdote consagrado.
Es de notar que la congregación de Israel tenía acceso al atrio (pero no sin sacrificio), y no más allá. Podrían traer sus ofrendas al altar de bronce, pero al altar de oro en el "Lugar Santo" les estaba prohibido llegar. ¿Qué nos enseña todo esto? Creemos que la enseñanza figurativa aquí nos señala el lugar de bendición no solamente amplio, sino único, perteneciente a los creyentes de esta dispensación como "sacerdotes para Dios" (Apocalipsis 1:6). Tal título de honra y bendición especial es poco entendido o apreciado por muchos de los redimidos a quienes pertenece por la gracia de Dios.
Vamos a meditar un poco sobre este particular. En Israel había una sola familia, la de Aarón, de la tribu de Leví, la que estaba investida del sacerdocio. Para compartir de sus privilegios era necesario nacer dentro del seno de aquella familia.
El título era hereditario, y pasaba a los descendientes, pero en este siglo de gracia y bendición espiritual es exactamente lo opuesto. Por nacimiento natural todos, sin excepción, "están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23), y "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2:12), mas por el nacimiento espiritual, o por "nacer otra vez" (Juan 3:1-7), todos los "hijos de Dios" (Juan 1:12-13) son constituidos sacerdotes. Tal es una de las grandes diferencias entre las dispensaciones de aquella ley y de esta gracia, y uno de los notables hechos que hace distinguirse la cristiandad del judaísmo.
En la familia de Dios, nacida de arriba, no se reconocen distinciones entre "sacerdotes" y "laicos." En 1ª Pedro 2:5, 9 leemos: "Vosotros sois...un sacerdocio santo...linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido." Se aplican, pues, estas palabras a todos los santos de Dios. El más flaco y débil de los redimidos del Señor puede apropiárselas y gozar de los privilegios que significan, juntamente con el más desarrollado o más sabio en las cosas de Dios. Los dones o las cualidades particulares dados a cada uno por la gracia de Dios no entran aquí; el sacerdocio en su esencia, extensión, esfera de bendición y privilegios que le pertenece, es el derecho que corresponde a todos los santos (redimidos) en virtud de su nacimiento espiritual.
No debemos olvidar que es "la sangre preciosa de Cristo" que nos ha hecho cercanos. En su gracia condescendiente Cristo bajó para levantarnos de las profundidades de nuestra ruina, y no satisfecho con sólo rescatarnos, nos levantó al rango de "un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo" (1ª Pedro 2:5).
El sacerdote de Israel, aceptado por medio de los sacrificios ofrecidos en el altar, limpiado por el agua de la fuente y ungido con el aceite santo, es figura de un creyente acepto en el Amado, limpiado por el lavamiento de la regeneración y por la Palabra de Dios, ungido del Espíritu Santo, y así hecho apto para acercarse a Dios. La sangre de Jesús es el título seguro del derecho, la purificación diaria por la Palabra es la condición imprescindible y el Espíritu de Dios es el poder eficaz para que desempeñemos las funciones de nuestra vocación sacerdotal (véanse Hebreos 10:19-22; Efesios 2:18).

La puerta del tabernáculo

Éxodo 26:36-37; 36:37-38
La PUERTA de la tienda era una cortina de cárdeno, púrpura, carmesí y lino torcido colgada sobre cinco pilares de madera de Sittim, cubiertas y coronadas de oro, y encajadas en basas de cobre. Esta era la entrada al Lugar Santo. Tenía las mismas medidas superficiales que la puerta del atrio, pero la altura era el doble y la anchura solamente la mitad. ¿Qué significa esto? La puerta de afuera era para todos; la de adentro, solamente para los sacerdotes.
Así hay una precisión en las cosas de Dios que hacemos bien notar. Por ejemplo, el evangelio de la gracia de Dios es para todo el mundo, y la puerta es suficientemente ancha para todos. Los privilegios y las bendiciones de la casa de Dios son tan sólo para los santos (creyentes en Cristo).
Acordémonos de esto. Es una inversión del orden de Dios restringir el evangelio a unos pocos, y admitir al mundo para llenar el lugar de los hijos. En la predicación de la Palabra se debe demarcar una línea divisoria entre los hijos de Dios y los inconversos, y trazar "bien la palabra de verdad," (2ª Timoteo 2:15), aplicándola correctamente, dando a cada uno su porción. ¡Cuán terriblemente desconocido es esto por el cristianismo! A congregaciones mixtas de santos y pecadores muchas veces se les habla y por ellos se ora como si fueran "hermanos fieles." Se hace a los mismos impíos creer que son "herederos del reino de Dios," y así son endurecidos en su pecado y condenados en su hipocresía. Las puertas de la iglesia profesante están abiertas de par en par a los inconversos, y la cena del Señor y su culto son contaminados y degradados porque el mundo ha sido admitido a ellos.
Que el Señor despierte las conciencias de sus santos para que vean la gran deshonra hecha al nombre de Cristo, sin hablar de la ruina eterna traída sobre las almas de los hombres, al permitir e instruir a los inconversos a tomar parte presuntuosamente en el culto de Dios (compárese 2ª Crónicas 26:16-20, y lo que pasó con Coré en Números, cap. 16).
Dios quiera que seamos preservados debajo de las alas del Señor, escondidos en su presencia secreta. Sólo así estaremos seguros de las flechas del maligno, de la contención de lenguas, de prácticas y pretensiones eclesiásticas como se practican en el sectarismo con su sacerdocio ordenado por los hombres.
En Levítico 10:1-2 tenemos un ejemplo solemne de sacerdotes extraviados: Nadab y Abiú. Manchaban el santuario de la presencia divina con "fuego extraño" de un incienso impuro, de un culto falso, y "salió fuego de delante de Jehová que los quemó, y murieron delante de Jehová" (v.2). Dios no permitió que ellos introdujeran sus ideas o inventos en el culto rendido a Él. Fue una abominación a sus ojos (véase Éxodo 30:9). Con santo celo por su nombre, Él ha levantado un cerco de verdad alrededor de las "cosas santas." ¡Cuidado de no derribarlo con manos impías!

El altar de perfume

Éxodo 30:1-10; 37:25-27; 40:5; Levítico 4:7; 16:18-19
El altar de perfume estaba dentro del Lugar Santo. Estaba hecho de madera de Sittim y de oro, y tenía una corona de oro en derredor.
Aquí debemos distinguir entre este vaso y el altar del holocausto. El altar delante de la puerta era de madera de Sittim y cobre; el altar dentro del Lugar Santo, de madera y oro. El altar de cobre era el lugar de sacrificio; el altar de oro el lugar de incienso. En aquél había continuamente un derramamiento de sangre; en éste un perfume perpetuo. El significado de todo esto es importante por las siguientes razones:—
(1) El altar, de bronce, era del holocausto, y era figura de Cristo en la cruz.
(2) El altar, de oro, de perfume representaba a Cristo resucitado y glorificado. Cristo en su sacrificio en la cruz estuvo por nosotros en el lugar de muerte y juicio, y así satisfizo nuestra profunda necesidad como pecadores. Allí en la gloria Cristo siempre vive por nosotros en la presencia de Dios, supliendo toda nuestra necesidad como sus santos y adoradores. Fuimos redimidos por su sacrificio en la cruz; por fe perdonados, aceptados y hechos cercanos a Dios; y por su intercesión nos mantiene en comunión.
Fue hecho de madera de Sittim y oro. La madera era figura de su humanidad perfecta; el oro, de su gloria divina como Hijo de Dios.
Exteriormente, no había ningún oro visible. Cuando Jesús estuvo en el mundo, era siempre el Dios-hombre como lo es ahora en el cielo, pero el oro—su gloria divina—fue escondido de los ojos de los hombres.
Como dice en Isaías 53:2-3: "No hay parecer en él, ni hermosura: verlo hemos, mas sin atractivo para que deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres."
Sí, pasó Jesús por esta tierra en humillación, no en gloria. Apareció entre los hombres "en forma de siervo," y en "semejanza de hombre" (Filipenses 2:7). Pero allá arriba donde está glorificado, el oro se ve en todo su brillo, y no hay velo para esconderlo. Él es el hombre Cristo Jesús tanto ahora como cuando estuvo en los brazos de María y ella lo apretó en su seno. Se compadece tanto ahora como cuando lloró ante el sepulcro de Lázaro, y desea que le conozcamos y que nos gocemos en Él como el que así quita nuestras penas. Está tan ocupado con nosotros ahora en medio de toda su gloria como cuando en su angustia nos amó hasta sangrar y morir. Su amor jamás puede enfriarse, porque es como "El mismo, ayer, y hoy, y por los siglos" (Hebreos 13:8). ¡Cuán bendito es conocerle allá como "el altar de oro...delante del trono" (Apocalipsis 8:3), el que vive para siempre para interceder por su pueblo abatido y cansado! (véanse Hebreos 7:25; Romanos 8:34). Puede "compadecerse" de nuestras flaquezas, porque es Hombre; puede "socorrer a los que son tentados," porque es Dios (véase Hebreos 4:15; 2:18),
Tenía una corona de oro
Hemos visto que el altar de perfume tenía una corona de oro en derredor. "Vemos coronado de gloria y de honra a Jesús" (Hebreos 2:9). Alrededor del altar del holocausto no había corona, sino sangre y cenizas allí. Esto nos hace recordar sus agonías en el Calvario. No hubo diadema de gloria en las sienes del Santo supliciado allí; solamente la corona enredada de espinas cuyos rubíes eran las gotas de sangre—joyas, de veras, de valor sin precio para el corazón del creyente. Pero en aquellas mismas sienes, donde las manos malvadas impusieron una corona de espinas, la mano de Dios ha puesto una corona de honra y gloria, Sus "aflicciones" ya se pasaron; sus glorias seguirán para siempre. Cuando venga Cristo en gloria, va a deponer al falso, el Anticristo, y sus glorias efímeras desaparecerán para siempre. Todo linaje, y lengua y pueblo se unirán para cantar:
"¡Ved a Cristo, ser de gloria!
Es del mundo el vencedor;
De la guerra vuelve invicto,
Todos deben darle loor.
¡Coronadle! ¡Coronadle!
Coronadle Rey de reyes;
Homenaje tributadle,
Tributad al Salvador."
Aquellos, a quienes el Señor ha ganado para sí, librándoles del dominio de Satanás, éstos y solo éstos pueden verdaderamente adorar a Dios con voz alegre. De veras es una burla, en este siglo de Su rechazamiento, invitar a "todo pueblo que mora en la tierra" a cantar al Señor con voz alegre, cuando la mayoría de ellos son "hijos de desobediencia" (Efesios 2:2) y enemigos de Dios. Este mundo es culpable de haber repudiado su nombre bendito y rechazado en general su autoridad.
"Y quemará Aarón sobre él, sahumerio de aroma cada mañana" (Éxodo 30:7). Leemos en Hebreos 13:15: "Ofrezcamos por medio de él a Dios siempre sacrificio de alabanza." En Apocalipsis 1:6 leemos:
"Nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre." Así pues, se entiende que ahora Cristo es el altar y los creyentes en Él son los sacerdotes. El lugar terrenal de Dios de antaño era el tabernáculo y después el templo para la adoración; pero nuestro altar de oro está en el cielo, y allá por fe entramos en espíritu y adoramos a Dios por medio de Cristo.
De una manera especial, el primer día de la semana congregamos a Cristo para partir el pan (Hechos 20:7) en memoria de Él hasta que venga, pero en todo tiempo y en todo lugar el creyente debe de estar con ánimo para adorar. "De ti será siempre mi alabanza" (Salmo 71:6). "Dando gracias siembre de todo al Dios y Padre" (Efesios 5:20). ¡Que sea así nuestra ocupación diaria, queridos lectores!

El sahumerio

Éxodo 30:34-38
Era de un perfume santo, compuesto de cuatro especias, preparadas según el mandato de Jehová. La persona que hiciera perfume semejante sería cortada de su pueblo. La razón de esto era porque el sahumerio es figura de aquella santa fragancia del carácter y de los caminos del Señor Jesús que siempre ascendía a Dios. Nuestras alabanzas a Dios son las especias de las cuales no debe hacerse imitación alguna. ¡Qué farsa es la adoración fingida compuesta por los inconversos, con sus canciones religiosas ostentando un culto a Dios cuando no le conocen! Tal cosa no trae ningún perfume a Dios, más bien es abominable delante de Él.
Pero, ¡cuán precioso debe ser el culto rendido a Dios por un puñado de sus santos comprados con sangre, congregados quizás en algún rinconcito, pero hablando de la dignidad de Jesús al oído abierto del Padre, sus corazones ardientes de amor sincero! Tal es, de veras, un perfume de olor de suavidad a Él.
Hay que notar, que el fuego fue sacado del altar de sacrificio; quiere decir que ningún fuego, tanto como ningún perfume extraño, era aceptable. El mismo fuego que había consumido la víctima tenía que arder en el altar de perfume, y la sangre del sacrificio debía santificar sus cuernos. Así en la adoración debemos tener siempre el Calvario delante del alma, para que rindamos culto verdadero y agradable delante de Dios. Y en gloria el cántico nuevo será: "Digno eres, ...porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre," diciendo los ángeles también: "El Cordero que fue inmolado es digno" (Apocalipsis 5:9, 12).
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, ofrecieron fuego extraño y murieron delante de Jehová (Levítico 10:1-2). El único poder para la adoración verdadera es por el Espíritu de Dios (Juan 4:23-24); todo lo demás es "fuego extraño." Si nuestro culto no es el fruto de la operación del Espíritu en el alma, no es más que "arrogantes palabras de vanidad" (2ª Pedro 2:18).
¡Que sean nuestras almas guardadas en el temor de Dios, adorándole sinceramente, y en su presencia, hasta que le veamos cara a cara!

La mesa con el pan de la proposición

Éxodo 25:23-30; 37:10-16; Levítico 24:5-9
El próximo mueble del Lugar Santo es la mesa de la proposición con sus doce panes.
Fue hecha de madera de Sittim, revestida de oro con una cornisa de oro alrededor. Había una moldura del ancho de una mano, y después otra cornisa de oro en circunferencia. Doce panes hechos de flor de harina y cubiertos de incienso limpio estaban sobre la mesa dentro de la segunda cornisa en dos hileras. Al fin de cada semana eran sacados por el sacerdote, y reemplazados por doce panes nuevos; luego los sacerdotes comieron los primeros como su comida en el Lugar Santo. La mesa estaba dentro del Lugar Santo al lado del norte, enfrente del candelero de oro.
En el temor de Dios vamos a considerar la verdad preciosa que se presenta aquí en figura. La mesa con su pan exhibe un doble aspecto de la verdad: el uno hacia Dios, y el otro hacia el hombre. Primero, está delante de Dios, como presentándole a Cristo, "el pan de Dios:" luego, es el lugar donde los creyentes se alimentan del mismo Cristo, "el pan que descendió del cielo" (Juan 6:33, 58).
La mesa, en sí, pues, representa a Cristo resucitado—Cristo como el Dios-hombre, glorificado en los cielos y apareciendo ahora en la presencia de Dios. Pero no solamente había mesa, también había pan —un pan para cada tribu del pueblo de Israel. Así que, los doce panes también prefiguraban a las doce tribus en su unidad y perfección, la pequeña tanto como la grande. Cada una estaba representada allí, y cuando el ojo de Jehová descansaba sobre aquella mesa santa, descansaba también sobre Su pueblo. Ni una de ellas fue olvidada. La palabra traducida "pan de la proposición" significa "el pan de la presencia," o "el pan de los rostros." Quiere decir que estaba continuamente delante de su rostro. La figura es evidente: ¡con qué gozo sin límite el ojo del Padre ahora contempla a aquel Hombre glorificado en los cielos! Allí está nuestro Pontífice, fiel y misericordioso, quien siempre intercede por nosotros, el centro de la delicia del Padre.
No podemos medir la extensión del amor del Padre hacia el Hijo, tampoco hacia nosotros sus hijos. Somos amados y verdaderamente bendecidos, "aceptos en el Amado" (Efesios 1:6). Todos los santos son completos en Él, y están de continuo delante de la faz del Padre, presentados y cubiertos del incienso fragante del Nombre sin par y de la obra perfecta del Hijo.
La cornisa de oro alrededor del pan lo guardaba en su lugar, e impedía que se cayera cuando los levitas llevaban la mesa por el desierto. Cristo no solamente nos trae a este lugar, pero nos guarda allí. Cierto que tropezamos bastante, pero no debemos olvidar que estamos cercados de amor eterno, omnipotente y divino; amor que nunca tendrá fin. "Con amor eterno te he amado" (Jeremías 31:3).
Pero hay otro aspecto de la mesa y el pan, sobre el cual será provechoso que meditemos un poco. Jehová proveyó esta mesa para sus sacerdotes, y así el "pan de la presencia" vino a ser su comida. Se alimentaban ellos de aquel pan en la presencia de Dios, teniendo como si fuera su parte en su propia delicia en Él, más, su propia apreciación de Él. En la misma forma nosotros somos llamados a participar del gozo de Dios en Cristo, alimentándonos del pan de Dios mismo. Dios nos llama a participar y gozar de la comunión del Padre y de su Hijo, o, mejor dicho: hemos sido llamados a la comunión del Padre y de su Hijo, y es nuestro privilegio gozar de aquella comunión de día en día (véase la Juan 1:3).
Así vemos que lo que se expresa en figura aquí es la comunión con Dios. Hubo adoración en el altar, y comunión en la mesa. Todo esto nos ilumina en cuanto a la mesa del Señor. Referente a la "Mesa del Señor" (1ª Corintios 10:21), y la "Cena del Señor" (1ª Corintios 11:23-26), debemos saber que siempre ha sido obra de Satanás procurar corromper y degradar las cosas santas, y toda la fuerza de su ataque parece haberse concentrado en todos los siglos sobre la "Mesa del Señor," y la "Cena del Señor." Cuánto éxito ha logrado, podemos verlo al detenernos a contrastar lo que se hace pasar como "la Cena del Señor" con lo que está escrito de ella en la Palabra de Dios. Apenas puede verse entre las sectas de la cristiandad un vestigio de la fiesta santa y sencilla instituida por el Señor, y primeramente celebrada por sus discípulos en el aposento alto. La "misa" del romanismo y el "sacramento" del protestantismo son ambos igualmente una caricatura de la verdadera fiesta. Pero el diseño todavía está en la Palabra de Dios para todos los que tengan voluntad de ponerlo por obra.
En relación con aquellos que fueron convidados a aquella mesa del "pan de la proposición," hay dos o tres puntos a los cuales queremos llamar la atención.
Primeramente, se nos dice quienes no debían venir; después quienes debían venir y por último cuántas veces debían venir. El Señor puso mucho cuidado para decirles todo al respecto. No se les dejó nada que suplir o arreglar a ellos; por esto entendemos que, como el Señor se cuidaba tanto de cada detalle, cuánto más debemos nosotros manifestar cuidado de conservar la honra de Él en medio nuestro.
En Levítico 22:10 leemos: "Ningún extraño comerá cosa sagrada; el huésped del sacerdote, ni el jornalero, no comerá cosa sagrada."
Aquí hay tres clases a las cuales les fue prohibido participar de la comida del sacerdote, y representan, pues, tres clases de inconversos. "Ningún extraño," representa al hombre en su estado natural (Efesios 2:11-12) que se atreva a tomar la Cena del Señor. "El huésped del sacerdote" pueda representar un amigo íntimo invitado a estar allí por un creyente en comunión que no está bien instruido en las cosas del Señor. Nadie tiene el derecho de invitar a otro a la Mesa del Señor, por cuanto que la mesa no es del creyente, sino del Señor, y la gloria y honra de Cristo sobre todo debe ser mantenidas allí. En el caso de la mesa de la proposición un amigo podía haber venido para quedarse con el sacerdote, pero llegado el sábado era obligatorio decirle que no podía entrar en el Lugar Santo ni comer las cosas santas. La naturaleza humana se retrae de esto. ¡Qué más natural que llevar a su amigo consigo! Dice: "Tal vez le haré bien y le enseñaré a reverenciar a Dios." Pero los razonamientos humanos no valen nada a vista de la Palabra de Dios. Muchas veces son diametralmente opuestos a la Escritura, y cuando se deja que aquellos la sustituyan, el resultado es apostasía. Esto se lleva a cabo descaradamente en el día de hoy. Los hijos de padres creyentes, cuando llegan a cierta edad, y sus familiares y amigos cuando llegan de visita, a veces son llevados a la Mesa del Señor casualmente, sin preguntar si han "nacido otra vez" o no. Para la carne es mucho más agradable llevarles allí que decirles francamente que se sienten atrás hasta que se manifieste a todos que son verdaderamente convertidos.
Quisiéramos observar que este privilegio es nuestro individualmente como creyentes. Hemos oído algunos hijos e hijas de creyentes decir, "porque nuestros papás son salvos y están en la mesa del Señor, nosotros también somos salvos y tenemos el mismo derecho." Esto es un error muy grave.
Es fácil llegar a creer que un hijo o pariente sea convertido, especialmente si el discernimiento espiritual es escaso, por lo tanto, es mejor en todos estos casos que los parientes cristianos lo dejen al discernimiento de otros. No dejemos, pues, que la miel de la naturaleza humana impida la examinación fiel de aquellos que buscan un asiento en la Mesa del Señor.
"Ni el jornalero, no comerá cosa sagrada." Un hombre que trabaja para salvarse el alma no debe estar en la mesa, aunque muchos sí, comulgan, porque se les dice que es "un medio de gracia," y que en el sacramento "Cristo nos comunica los beneficios de la redención." Tal proceder es pura anarquía, y lleva a la completa subversión de la Palabra de Dios.
Consideremos también otro aspecto de la comunión cristiana. En Levítico 22:4, se lee: "Cualquier varón de la simiente de Aarón que fuere leproso, o padeciere flujo, no comerá de las cosas sagradas hasta que esté limpio." No se habla aquí del verdadero sacerdocio, ya establecido, más bien del peligro de la contaminación que inmediatamente le haría al sacerdote inhabilitado para gozar de sus privilegios. Esta es una cosa muy solemne. Un verdadero creyente puede mancharse con la lepra de maldad tolerada y abrigada, sea doctrinal o moral, de modo que se haga inapto para tener comunión con los santos, ¡cuánto menos con el Dios santo! Tal fue el caso de algunos de los santos en Corinto (véase 1ª Corintios 5). Uno estaba practicando la iniquidad y la asamblea tolerándola hasta que fue necesario excomulgarle; les fue mandado a los santos por el apóstol Pablo, que le quitaran de entre ellos. ¡Cuidado con el pecado! Es contagioso, y si se permite al contaminado que entre y salga a su gusto, pronto la enfermedad brotará en otros. No es que el tal cesa de ser cristiano, pero ya está inmundo y seguirá así, hasta que fuere restaurado. Se oye a veces que uno dice: "La mesa es del Señor y así nadie me puede privar de estar allí." ¡Qué conclusión extraña de tan solemnes premisas! Una cosa más apropiada sería decir: "siendo la mesa la del Señor, tengo yo que humillarme en el polvo para que no sea manchada por mi pecado la gloria y honra de mi bendito Señor."
En todo caso, referente al postulante a la mesa del Señor, es el deber de los ancianos de saber si el tal es—
Salvo y tiene seguridad de su salvación (véase Juan 5:24; 9:25; 10:27-30; 1ª Juan 5:13).
Si anda con Cristo en separación del mundo, sus placeres, sus iniquidades y sus sistemas religiosos (véase 2ª Timoteo 2:19-22).
Si anda en santidad de vida (véase Efesios 4:22-24; 1ª Pedro 1:15-16).
Si tiene sana doctrina (véase 1ª Timoteo 4:16):
En Hechos 2:41-42, leemos: "Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados: y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones."
En conclusión, debemos cuidarnos de no excluir a cualquiera que el Señor haya convidado a su mesa. A uno que es débil en la fe se nos manda, "recibidle" (Romanos 14:1) y después "soportadle" (1ª Tesalonicenses 5:14). ¡Que el Señor nos ayude a conservar el equilibrio espiritual y discernir entre la flaqueza y la contaminación!
Los tiempos han cambiado y también las ideas y costumbres de los hombres, pero la Palabra de Dios es siempre firme e incambiable.

El candelero de oro

Éxodo 25:31-40; 37:17-24
El tercer y último vaso del Lugar Santo era el candelero de oro. Era un vaso de oro puro, que consistía en un pie, una caña vertical en el centro y seis brazos que salían de él, tres de cada lado. Al extremo de cada uno de los seis brazos y en la punta de la caña vertical, una candileja de oro que contenía aceite puro de olivas, y éstas debían mantenerse para que ardieran continuamente y dieran luz en el Lugar Santo. Era el único medio de obtener luz allí, y en esa luz el sacerdote servía y adoraba a Jehová. Estaba en el lado del sur del Lugar Santo, enfrente de la mesa de los panes de la proposición.
Hay verdades profundas y preciosas prefiguradas en este candelero de oro, en las cuales podemos meditar con gozo y bendición. Cristo Jesús personalmente era y siempre es "la Vida" y "la Luz." La Vida y la Luz divinas tienen su fuente y manifestación en su bendita persona. Él, y Él solo, es el "Autor de la vida," (Hechos 3:15) y luz, y ha dado ambas a sus santos. Están en posesión de Su vida y son "hijos de luz, e hijos del día," (1ª Tesalonicenses 5:5), y es por medio de ellos que Él se manifiesta y se muestra a sí mismo. El candelero, sin duda, señala hacia aquella unidad profunda y misteriosa que hay entre la Cabeza y los miembros del "un nuevo Hombre," expresivamente llamado "el Cristo" (Efesios 2:15; 1ª Corintios 12:12, el griego).
No hay dimensiones dadas para este vaso, pero debía ser labrado a martillo de un talento de oro. Era de oro puro; no había oropel ni aleación, señalando así el carácter divino de la verdad contenida en la figura.
Fue labrado a martillo. La batidora es emblema de dolor y sufrimiento. Esto indica los padecimientos de la cruz como el medio del nacimiento de la Iglesia. Los varios brazos de este candelero de oro, con sus flores y copas, fueron formados bajo los golpes del martillo. Todos estaban escondidos, por así decirlo, en aquel talento no labrado; pero a medida que el martillo caía sobre él, manejado por una mano experta, uno tras otro de los brazos fue producido, hasta que la obra, una sola pieza maciza de oro labrado, apareció completa delante de los ojos del hacedor.
El sueño que Jehová Dios hizo caer sobre el primer Adán, mientras formaba de su costado la "varona" que iba a ser su compañera (Génesis 2:21-23); el grano de trigo cayendo en tierra para morir y llevar mucho fruto (Juan 12:24); y la producción a golpes del candelero de oro, son cosas todas que hablan de los sufrimientos profundos y amargos de la cruz, a los cuales la Iglesia, como el cuerpo y esposa de Cristo, debe su existencia.
El talento de oro era siempre valioso y precioso en sí, pero sin ser trabajado a martillazos, no podría haber habido un candelero de oro. Y si no hubiese sido por la molienda y muerte del Hijo de Dios, el "postrer Adán," no podría haber existido ninguna iglesia, ninguna segunda "Eva," para ser su cuerpo y su esposa.
Los seis brazos salían del candelero, tres de cada lado. Tal es la unión de Cristo y sus miembros. Es comparada a un cuerpo de muchos miembros (véase 1ª Corintios 12:12, 27), todos con la misma vida y unidos por un lazo común a la Cabeza viviente, como Eva fue sacada del costado de Adán, poseía la vida de él, y era su contraparte. Asimismo, por gracia maravillosa la Iglesia ha sido formada de su Señor, y para Él. La misma vida que está en la Cabeza (Cristo), está en el miembro más débil, y ninguno de estos miembros puede jamás ser cortado de Él, ni perecer (véase Juan 10:27-28).
Cristo es la Cabeza de la Iglesia: la Iglesia es la plenitud de Cristo. Ella está llamada a ser coheredera con Él. Ella es la Eva del postrer Adán. Ella está vivificada, levantada y sentada juntamente con Él, participante de su vida, poseída de su Espíritu, y próxima a participar de su gloria.
En cada uno de los seis brazos había copas hechas como almendras, con una manzana y una flor de oro. La copa corno almendra habla de la resurrección. El almendro es el primer árbol que brota en la primavera. Es el primero que se despierta, como en resurrección después del invierno. Nos hace acordar de la vara de Aarón que fue puesta delante de Jehová durante la noche; y por la mañana "había brotado, y echado flores, y arrojado renuevos y producido almendras" (Números 17:8).
Cuán dulcemente representan estos emblemas la resurrección de Cristo y la formación y resurrección de la Iglesia con Él. En la sombra oscura de la cruz, y del portón más oscuro aun de la tumba, las mujeres velaban y lloraban. Parecía que un invierno habíase empezado sin esperanza de una primavera más para ellas. Pero a la madrugada de la resurrección aquel Resucitado apareció a María Magdalena, diciendo: "Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Juan 20:17). El grano de trigo había muerto, para volver a vivir en la fecundidad de la resurrección. La vara puesta en muerte delante de Jehová había llevado su fruto en aquella mañana de la resurrección. Como los brazos que salían del cáliz semejante a la almendra, y como las almendras que estaban en la vara del sacerdote escogido de Jehová, la Iglesia es el fruto de la muerte y resurrección de Cristo, y está levantada, sentada, y bendecida juntamente con Él.
El tronco del centro se llamaba "su caria," (véase Éxodo 25:31; 37: 17, donde la palabra es en el singular, distinguiéndola de los seis brazos). Su lugar en el medio, con su preeminencia y hermosura, nos hace acordar de la verdad que Cristo siempre tiene el primado (véase Efesios 1:20-23, y Colosenses 1:18). Él es la Cabeza, el "señalado entre diez mil" (Cantares 5:10).
Las lámparas fueron llenadas de aceite puro de olivas (Éxodo 27: 20-21; Levítico 24:1-4). Ahora, el aceite es figura del Espíritu Santo, y la lámpara llenada de aceite puede indicar la plenitud del Espíritu que cada creyente en Cristo podríase gozar si anduviera verdaderamente en comunión con Él. Hay una diferencia entre el don del Espíritu y la plenitud del Espíritu: cada creyente en el Señor Jesucristo—al creer el evangelio de su salud—recibe el sello del Espíritu; pero sólo se llena del Espíritu al andar en comunión con Cristo. "...oyendo la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salud: en el cual también desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia, para la redención de la posesión adquirida para alabanza de su gloria" (Efesios 1:13-14). "No os embriaguéis de vino, en el cual hay disolución; mas sed llenos del Espíritu" (Efesios 5:18). Si el lector entendiera bien esta verdad, no se dejaría engañar tan fácilmente con "doctrinas diversas y extrañas" (Hebreos 13:9).
Es de notar que las muchas lámparas daban una luz. Su principal utilidad era para brillar sobre la parte delantera del candelero, desplegando así sus hermosuras (véase Éxodo 25:37). Los santos llenos del Espíritu no se exhiben a sí mismos, ni hablan de su propia belleza: dan testimonio a la dignidad de Cristo.
Es bueno notar que la Iglesia como el cuerpo de Cristo es divinamente perfecta; nunca puede ser manchada ni dividida. Pero la iglesia profesante tal como se conoce en este mundo se halla llena de divisiones, herejías y mundanalidad, y así hay poco que se puede aprobar.
Se puede aprender una lección de Aarón y las lámparas. El aderezaba las lámparas, vertiendo el aceite, usando a la vez la despabiladeras y los platillos, El uso de las despabiladeras y los platillos es tan necesario como la provisión de aceite puro, para que así derrame una luz clara y brillante. Ojalá que las asambleas tengan un testimonio así para que reciban la aprobación del Señor en medio de sus santos, y que, individualmente, seamos verdaderas lumbreras en medio de esta noche la más oscura en la historia de este mundo.

El velo

Éxodo 26:31-33; 36:35-36
Se nota que el velo dividía entre el Lugar Santísimo—la cámara de la presencia inmediata de Jehová—y el Lugar Santo, el lugar de adoración y servicio sacerdotal. Era una cortina de cárdeno, púrpura, carmesí y lino fino, con querubines. Estaba sostenida por cuatro columnas de madera de Sittim cubiertas de oro, fundadas sobre basas de plata, con sus ganchos colgantes de oro.
En tanto que el velo permaneciera cerrado e intacto, el sacerdote estaba excluido de la presencia actual de su Dios, y por consiguiente su gloria quedaba escondida de su vista.
Una sola vez al año el sacerdote podía entrar, bajo una nube de incienso y con la sangre de expiación en la mano (véase Levítico 16:1-17). ¿Qué quiere decir esto? Hebreos 10:20-21 nos lo explica—"Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne." Así aquel velo prefiguraba su carne—la humanidad de Jesús—por cuanto "Dios ha sido manifestado en carne" (1ª Timoteo 3:16). "Aquel Verbo (Cristo) fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14; véase también Hebreos 1:3).
¡Qué misterio de gracia se nos presenta aquí! Él era "el Santo" en cuanto a su humanidad; distinto a todos los demás hombres, porque era sin pecado. "Al que no conoció pecado, (Dios) hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2ª Corintios 5:21). Sí, era necesario que se hiciera hombre para que pudiera morir por nosotros, a fin de que fuésemos salvos. "Habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Hebreos 1:3). Ahora tenemos plena libertad para entrar en su presencia en contraste a la falta de parte de Aarón. Pero antes de que fuera así, el velo tendría que ser roto; al mismo instante de la muerte de Jesús, dicho "velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo...y se abrieron los sepulcros...de santos" (Mateo 27:51-52). ¡Bendito sea Dios, ya no hay barrera!
"Rasgóse el velo;"—ya no más
Distancia mediará;
Al trono mismo de su Dios
El alma llegará.
"Rasgóse el velo; "— ¡sombras, id!
La luz resplandeció;
La cara misma de su Dios
Jesús ya reveló.
"Rasgóse el velo;"—hecha está
Eterna redención;
El alma pura y limpia ya
No teme perdición.
"Rasgóse el velo;"—Dios abrió
Los brazos de su amor;
Entrar podemos donde entró
Jesús, el Salvador.

El arca

Éxodo 25:10-16; 37:1-5
El único mueble dentro del Lugar Santísimo era el arca con el propiciatorio. Era un cajón o cofre hecho de madera de Sittim, revestido por dentro y fuera de oro puro. Tenía una cornisa o franja de oro alrededor arriba, un anillo de oro en cada una de sus cuatro esquinas, y dos varas de madera de Sittim revestidas de oro, mediante las cuales podía ser llevada por el desierto. Dentro de esa arca estaban las dos tablas de la ley, más la urna de oro con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció (véase Hebreos 9:4).
En el oro y la madera de Sittim vemos al Dios-hombre (Cristo). El oro nos habla de su divinidad y la madera de su humanidad.
Las tablas no quebradas dentro del arca nos recuerdan la obediencia perfecta de Cristo. "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas" (Salmo 40:8).
Las dos tablas de piedra grabadas con los diez mandamientos.
Se recuerda que las primeras dos tablas fueron quebradas al pie del monte por Moisés cuando vio al pueblo adorando el becerro de oro (véase Éxodo 32:15-19). ¿De qué utilidad a ellos podía haber sido tal ley? Su primer mandamiento demandaba lealtad completa a Dios; el segundo prohibía el hacer imágenes o esculturas para inclinarse delante de ellas y el tercero prohibía tomar el nombre de Dios en vano.
Mientras Moisés venía de Dios al pueblo con estos mandamientos, ¿qué estaban haciendo? Habían hecho "un becerro de fundición" y hacían homenaje delante de él, declarándolo ser el dios que los había redimido (véase Éxodo 32:4). Se ve que el corazón rebelde del hombre está enajenado de Dios—no está sujeto a su ley, ni puede estarlo. Las tablas fueron quebradas, y con el hombre caído jamás pueden ser renovadas. ¡Cuán insensato, pues, es el hombre que piense que por observar fragmentos de una ley violada pueda satisfacer a Dios o justificarse! Pero cuántos hay que buscan alcanzar el reino de Dios por este camino, mezclando la ley y la gracia (véanse Romanos 7:4,7; Gálatas 3:1-3, 11, 13, 24-25; 5:1, 4).
La salvación no es una cosa compleja hecha de ley y gracia; de otro modo la gracia ya no sería gracia. El pecador ha quebrado la ley de Dios, y así ha perdido todo derecho a la justicia sobre esa base. Además está bajo la maldición de la ley en espera del castigo. Pero, gracias a Dios, hubo Uno distinto de todos los demás—en cuyo corazón las demandas de Dios tenían su lugar de honor. Él era "Jesucristo el Justo" (1ª Juan 2:1).

El propiciatorio

Éxodo 25:17-22; 37:6-9; Hebreos 9:5
Pasaremos al estudio del propiciatorio. Hay que notar que la cubierta del arca era de oro puro, con querubines de oro en sus extremos, y se llamaba el propiciatorio. Las alas de los querubines lo cubrían, y sus rostros miraban el uno al otro hacia el propiciatorio. La palabra "propiciatorio" significa "expiar" o "cubrir," y Romanos 3:25-26 explica su significado en el Nuevo Testamento. "Cristo Jesús, al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús," Se ve que en Cristo solamente se puede conocer la misericordia de Dios, y sobre una sola base, la de expiación. La cruz de Cristo es la respuesta final y todo suficiente, por cuanto allí los atributos de Dios, aparentemente irreconciliables, son armonizados y fundidos en su divina perfección y hermosura. Salmo 85:10 nos afirma el resultado perfectamente divino: "La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron."
En el gran día de la expiación, cuando una vez al año Israel se limpiaba del pecado, Aarón el sacerdote, vestido de vestiduras de lino, entraba dentro del velo con la sangre de la expiación (véase Levítico cap. 16). La sangre fue esparcida sobre el propiciatorio una vez, y delante de él siete veces. Una vez era suficiente para la santidad de Dios, pero siete veces—el número de perfección—para la necesidad del adorador. Su importancia no puede ser estimada demasiado, por cuanto la cuestión más grave era ésta: ¿Cómo podría el Dios santo continuar morando en medio de un pueblo pecaminoso? ¿Cómo podría ser establecido su trono en justicia en medio de ellos?
La respuesta se halló en la sangre esparcida. La gloria de Dios descansaba sobre el propiciatorio rociado de sangre; con respecto al mismo lugar Jehová había dicho: "De allí me declararé a ti, y hablaré contigo" (Éxodo 25:22).
Pero ¡cuán grande es el contraste entre el gran día de la expiación del Antiguo Testamento y el sacrificio perfecto del Señor Jesús! Leemos en Hebreos 10:1, —"La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan."
Así que, amado lector, vemos que la sangre del Cordero (Cristo) no solamente nos da la respuesta perfecta a todo lo que hubiésemos hecho, y a todo lo que somos, como viles pecadores, sino que Cristo inmolado también ha dado satisfacción completa y gloriosa a Dios mismo. Entonces, ¡cuán confiadamente podemos cantar!:
"Por la sangre del Cordero
Soy el vencedor
De Satán y del pecado—
Gloria al Salvador!"
Sí, "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1ª Juan 1:7). Eso no quiere decir que sea arrancado de nosotros la raíz del pecado. Esto sería engañar a nosotros mismos (véase 1ª Juan 1:8). Pero mientras andamos allí en la presencia del Dios santo, a pesar de todo lo que nos sentimos ser, somos contados limpios por causa de ella. Vale decir, en el propiciatorio rociado de sangre tenemos comunión con Dios.
Hay que observar que los querubines miraban hacia el propiciatorio rociado de sangre. Los querubines son representantes del poder de Dios en creación y en su gobierno judicial.
En el libro de Ezequiel se ven como representantes de la gloria de Dios, y el curso de su gobierno, pero en juicio activo sobre Israel (Ezequiel caps. 1-11). Aquí ellos, por contemplar la sangre rociada sobre el propiciatorio, dan la bienvenida al pecador, que se acerque. "Ninguna condenación (juicio) hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1). No hay espada ahora, porque ha traspasado a la víctima y los querubines contemplan la sangre. ¡Alabado sea nuestro Dios!
Los anillos y las varas hablan del carácter peregrino. El arca los acompañaba a los Israelitas en todo el trayecto. Cuando se acabaron los conflictos, fue llevada al templo y depositada en el Lugar Santísimo, con sus varas sacadas (2ª Crónicas 5:6-9). El arca habla de Cristo, por cuanto prefiguraba la manifestación de justicia divina (oro); el propiciatorio era el trono de Jehová, el lugar de su morada en la tierra. Las varas sacadas hablan de la llegada del peregrino, y nosotros muy pronto habremos llegado a casa (véase Juan 14:2-3; 1ª Tesalonicenses 4:14-18).
El piso del tabernáculo era de arena. Arriba y alrededor las glorias de Cristo llenan los ojos; abajo, no se ve nada sino la arena del desierto. Querido creyente, este mundo no es nuestro hogar permanente; la santa ciudad con la plaza de oro está más allá, resplandeciente de su gloria. Sentimos ahora las espinas y las arenas ardientes, y nuestros pies se lastiman y duelen, pero, cuando venga nuestro bendito Salvador y Señor, Él lo recompensará todo. "Amén, sea así. Ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén" (Apocalipsis 22:20-21).

Los levitas y su obra

Números 3; 4; 8:5-26; 18:2-6, 21-32; 26:57-62; 35:1-8;
Deuteronomio 18:1-8
No se quedaría completo el estudio del Tabernáculo, si no se incluyera algo referente a LOS LEVITAS, SU OBRA, y LA DIVISIÓN DEL TRABAJO.
Los levitas son representativos de los creyentes como SIERVOS de Jesucristo. Su obra era llevar el tabernáculo y los vasos santos por el desierto, para erigirlo según el diseño divino en el lugar ordenado divinamente, y bajarlo cuando la nube se levantaba para que el campamento emprendiera marcha. Su llamamiento, sus calificaciones para el servicio, y las varias esferas en las cuales Jehová los colocó, son todos temas de mucho interés para el creyente.
Tuvieron que ser llamados. Los levitas fueron llamados según la gracia para ocupar el lugar de los primogénitos (véase Números 3:12-13); asimismo el llamamiento y la gracia de Dios han llegado a nosotros, pecadores de los gentiles que estaban lejos, "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (véase Efesios 2:1-10); un pueblo muerto y resucitado, vivo a Dios en nuevas circunstancias y en un nuevo ambiente.
Después de su llamamiento vino su preparación para el servicio; tenían que ser "expiados" y "apartados" en la presencia de toda la congregación. Eso era el primer paso. No era "educación" y "ordinación, " sino "expiación" y "separación. " Aparte de estos requisitos, nadie puede jamás llegar a ser siervo de Dios. Pueden ser votados para puestos eclesiásticos por colegas; pueden predicar, enseñar y administrar los "sacramentos" así designados; pero, sin ser renacidos y llamados por Dios por su Espíritu (véase Hechos 13:2) son nada más que siervos del diablo (véase Hechos 8:9-23).
Los levitas tenían que ser "apartados." Fueron dados a Aarón en don (véase Números 8:19), y por él devueltos a Jehová en ofrenda viva (véase v.21). Entonces les fue permitido entrar en el servicio del tabernáculo por un período de 25 años (véase Números 8:24-25). También el siervo del Señor tiene que ser apartado de los yugos desiguales y la comunión con las tinieblas (véase 2ª Corintios 6:14-18). Hay mucho que "dejar" (véase 1ª Pedro 2:1), y de lo cual "despojarnos" (véase Colosenses 3:8-9) después de ser convertidos, y así el creyente debe ser "probado."
A ellos no les fue dada ninguna herencia terrenal como fue dada a sus hermanos de las tribus de Israel. Jehová mismo era su herencia y de las ofrendas de Él les fue permitido participar (véase Deuteronomio 18:1-2). Sus necesidades fueron abundantemente provistas por su Dios por medio de sus hermanos, y no les faltó ningún bien (véase Números 35:1-8). Era así con los siervos de Cristo en los días primitivos, y debe ser así hoy en día, pero desgraciadamente esto es olvidado por muchos de nuestros amados hermanos en Cristo. El ministerio no debe ser un comercio de moda en el cual se obtiene la alabanza de los hombres con salarios fijos y títulos mundanos. "Prisiones y tribulaciones" (Hechos 20:23) eran la porción y perspectiva de los siervos de Dios de aquel entonces: "cada día muriendo" (1a Corintios 15:31) era su experiencia diaria.
El repartimiento del trabajo
La tribu de Leví se componía de tres familias: Coath, Gersón y Merari. El cuidado de cierta parte del tabernáculo de Dios fue confiado a cada una de éstas.
El significado de cada familia es interesante. "Coath" quiere decir —"asamblea," así representa el ministerio de Pablo; "Gersón" quiere decir—"extranjero aquí," y así corresponde al ministerio de Pedro; y "Merari"—"la amargura," al ministerio de Juan. También, generalmente se entiende que la obra de los meraritas, con sus fundamentos y armadura, representa al evangelista y su obra; los gersonitas, con sus cortinas, cubiertas y cuerdas embelleciendo, protegiendo, y reforzando: al pastor y su obra; los coathitas, llevando sobre los hombros con paso firme los vasos del santuario y poniéndolos en orden: al doctor (maestro) y su ministerio. "Él mismo (Cristo) dio unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros pastores y doctores; para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-12).
La esfera del evangelista es el mundo. El habla de Cristo crucificado y resucitado: éste es su tema—pone las basas en la arena del desierto. Su mensaje es el arrepentimiento y la fe en nuestro Señor Jesucristo, nada de la reforma de este mundo, ya condenado; no tiene nada que ver con precedentes o "estriberones" que conduzcan al evangelio de Cristo. Predica a Cristo crucificado, resucitado, y glorificado a la diestra de la Majestad en los cielos. Cristo es la fuente de la salvación para el pecador (véase Hechos 4:12), tanto como el fundamento de la Iglesia (véase Mateo 16:18), y habiendo hecho esto por el poder del Espíritu Santo, les dirige al Centro divino, Cristo, conforme al dechado divino (véase Mateo 18:20).
La obra de los meraritas fue seguida por la de sus coadjutores, los gersonitas, quienes con las cuerdas reforzaron, con las cubiertas protegieron, y con las cortinas embellecieron, lo que sus hermanos habían edificado. Esta es la obra del pastor, no en el sentido del sectarismo como de uno ordenado por los hombres (lo que es ajeno a la enseñanza del Nuevo Testamento), sino como un verdadero cuidador de las ovejas y los corderos (véase 1ª Pedro 5:2-4).
Un día un hermano indio fue interrogado por cierto misionero,
—¿Quién es el pastor de ustedes?
—Respondió el hermano—, señor, somos cuatro.
—¡Cuatro! —exclamó el misionero—, debe ser una congregación muy rica para sostener cuatro pastores.
—Sí, señor —respondió el hermano indio—, somos cuatro y cuidamos estas ovejitas —señalando una agrupación de campesinos humildes y pobres.
Ya levantado y embellecido el tabernáculo, restaba que los hijos de Coath entraran los vasos santos y los colocaran en sus lugares ordenados en la casa y los atrios de Jehová. Esto es la obra del doctor (maestro o enseñador). Con enseñanza fiel y sabia, todo en su debido orden, y a la medida que los creyentes las puedan recibir, enseña las verdades de las cuales estos vasos sagrados son figuras; por ejemplo: explica el significado del altar de bronce que habla del sacrificio perfecto de Cristo, y la aceptación del creyente en Cristo; de la fuente, que habla de la purificación diaria; y prosigue con las cosas prefiguradas en el altar, la mesa, el candelero—la posición de los santos resucitados con Cristo, adorando en el altar, alimentados de la mesa y en la comunión del propiciatorio.
Así, por constante y continuo trabajo en el Señor, la obra del Señor sigue día tras día, y de siglo en siglo, a pesar de la oposición de hombres y los impedimentos de Satanás.
Quisiéramos agregar algo más referente a las tres familias: Coath, Gersón, y Merari. En el libro de Números, capítulo 7, leemos que "Moisés recibió los carros y los bueyes, y diólos a los levitas. Dos carros y cuatro bueyes, dio a los hijos de Gersón conforme a su ministerio; y a los hijos de Merari dio los cuatro carros y ocho bueyes, conforme a su ministerio...y a los hijos de Coath no dio; porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario" (vvss. 6-9).
Se nota pues, que los gersonitas y los meraritas necesitaban carros y bueyes para llevar las cosas pesadas del tabernáculo, tales como se enumeran en Números 4:22-28, y 29-33. Pero, no fue así con el servicio de los coathitas. Su cargo era demasiado precioso para que fuese llevado en carros. Era su privilegio y responsabilidad de llevar las cosas sagradas sobre sus hombros. ¡Quiera Dios que reconozcamos nuestro gran privilegio y solemne responsabilidad de dar fiel testimonio al Nombre de nuestro Señor Jesucristo!

Las vestiduras para honra y hermosura

Véase Éxodo 28:1-43
El capítulo 28 trata de las vestiduras, y el 29 de los sacrificios. Las primeras están en más inmediata relación con las necesidades del pueblo, y los últimos con los derechos de Dios. Las vestiduras son y representan las diversas funciones y atributos del sacerdocio. El "ephod" era el vestido sacerdotal por excelencia, y estando inseparablemente unido a las dos hombreras y al racional, nos enseña que la fuerza de los hombros del sacerdote y el afecto de su corazón estaban enteramente consagrados a los intereses espirituales de aquellos a quienes representaba, y a favor de los cuales llevaba el ephod. Estas cosas, tipificadas en Aarón, son realizadas en Cristo: su fuerza omnipotente y su amor infinito nos pertenecen eternamente, indiscutiblemente. El hombro que sostiene el universo, sostiene asimismo al miembro más débil y oscuro de la congregación redimida a precio de sangre. El corazón de Jesús está lleno de un afecto invariable, y de un amor infatigable y eterno para el miembro menos considerado de la asamblea.
Los nombres de las doce tribus, grabados sobre piedras preciosas, eran llevados a la vez sobre los hombros y el corazón del sumo sacerdote (vvss. 9-12; 15-29). La excelencia particular de una piedra preciosa se manifiesta en que cuanto más intensa es la luz que recibe, tanto mejor se muestra su brillo esplendente. La luz no puede disminuir jamás el fulgor de una piedra preciosa; antes, al contrario, aumenta y perfecciona su lustre. Las doce tribus, tanto la una como la otra, la mayor como la más pequeña, eran llevadas continuamente delante de Jehová sobre el corazón y los hombros de Aarón. Todas, y cada una de ellas en particular, eran mantenidas en la presencia de Dios en este resplandor perfecto de hermosura inalterable, que era propio de la posición en la cual la perfecta gracia de Dios las había colocado. El pueblo era representado delante de Dios por el sumo sacerdote, y cuales fuesen sus flaquezas, errores o fatigas, su nombre resplandecía sobre el "racional" con fulgor inmarcesible. Jehová le había dado este lugar; y ¿quién podía arrancarle de allí? o ¿cuál otro hubiera podido ponerles en tal sitio sino Él? ¿Quién hubiera podido penetrar en el lugar santo para arrebatar de sobre el corazón de Aarón el nombre de una sola de las tribus de Israel? ¿Quién hubiera podido empañar el brillo de que esos nombres estaban rodeados allí, en el lugar donde Dios los había colocado? Estaban fuera del alcance de todo enemigo; más allá de toda influencia del mal.
¡Cuán animador es para los hijos de Dios que son probados, tentados, acometidos y humillados, pensar que el mismo Dios les ve sobre el corazón de Jesús! Ante los ojos de Dios, ellos brillan continuamente con el resplandor supremo de Cristo, revestidos de hermosura divina. El mundo no puede verlos así, pero Dios los ve de esta manera, y en esto consiste toda la diferencia. Los hombres, al considerar a los hijos de Dios, no ven más que sus imperfecciones y defectos, porque son incapaces de ver otra cosa; de suerte que su juicio resulta siempre falso y parcial. No pueden ver las joyas deslumbrantes donde están grabados, por el amor eterno, los nombres de los redimidos de Dios. Es cierto que los cristianos debieran ser cuidadosos en no dar ninguna ocasión al mundo para hablar mal de ellos; que deberían procurar "perseverando en bien hacer," hacer "callar la ignorancia de los hombres vanos" (Romanos 2:7; 1ª Pedro 2:15). Si por el poder del Espíritu Santo, comprendieran la hermosura con la cual ellos brillan sin cesar ante los ojos de Dios, realizarían ciertamente los caracteres de tal privilegio en toda su conducta; su modo de andar sería santo, puro, digno de Dios, y la luz que irradiaría de ellos sería visible a los ojos de los hombres. Cuanto más comprendamos, por la fe, todo lo que somos en Cristo, más profunda, real y práctica será la obra interior en nosotros, y mayor y más completa la manifestación del efecto moral de esta obra en nosotros.
Mas ¡alabado sea Dios! no tenemos nada que ver con los hombres para ser juzgados, sino con Dios mismo; y en su misericordia, Él nos muestra a nuestro gran Sacerdote llevando nuestro juicio sobre su corazón delante de Jehová continuamente (v. 30). Esta seguridad da una paz profunda y sólida, una paz que nada puede quebrantar. Nosotros podemos tener que confesar nuestras faltas y defectos, condoliéndonos de ellos; nuestra vista puede estar oscurecida de tal manera por las lágrimas de un verdadero arrepentimiento, que no esté en estado de ver el brillo de las piedras preciosas donde están grabados nuestros nombres; sin embargo, nuestros nombres están allí. Dios los ve y esto es suficiente. Él es glorificado por su brillo, brillo que no viene de nosotros mismos, sino del esplendor con que Dios mismo nos ha revestido. Nosotros no éramos sino impureza, tinieblas y deformidad; Dios nos ha dado la luz, la pureza y la hermosura; ¡a Él sean la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos!
El "cinto" es el símbolo bien conocido del servicio; y Cristo es el Siervo perfecto, el Siervo de los consejos y del afecto de Dios, y de las necesidades profundas y variadas de su pueblo. Cristo se ciñó a sí mismo para su obra con una decisión y abnegación tal, que nada podía desanimarle; y cuando la fe ve al Hijo de Dios así ceñido, juzga que ninguna dificultad es demasiado grande para Él. Nosotros vemos en el tipo que nos ocupa, que todas las virtudes y todas las glorias de Cristo, tanto en su naturaleza divina, como en su naturaleza humana, entran plenamente en su carácter de siervo. "Y el artificio de su cinto que está sobre él, será de su misma obra, de lo mismo; de oro, cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino torcido" (v. 8). Esto debe satisfacer todas las necesidades del alma y los más ardientes deseos del corazón. Cristo no es solamente la víctima inmolada en el altar de metal, sino también el Sumo Sacerdote ceñido sobre la casa de Dios. El apóstol, pues, puede decir con toda verdad: "Lleguémonos. . . mantengamos. . .considerémonos los unos a los otros" (Hebreos 10:19-24).
"Y pondrás en el racional del juicio Urim y Thummim" (luces y perfecciones), "para que estén sobre el corazón de Aarón cuando entrare delante de Jehová: y llevará siempre Aarón el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante de Jehová" (v. 30). Por diferentes pasajes de la Escritura sabemos que los "Urim" estaban en relación con las comunicaciones divinas referentes a las diversas cuestiones que se suscitaban en los detalles de la historia de Israel. Así, por ejemplo, en el nombramiento de Josué se nos dice: "Y él estará delante de Eleazar el sacerdote, y a él preguntará por el juicio del Urim delante de Jehová" (Números 27:21). "Y a Levi dijo: Tu Thummim y tu Urim, con tu buen varón—ellos enseñarán tus juicios a Jacob, y tu ley a Israel" (Deuteronomio 33:8-10). "Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió, ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas" (1ª Samuel 28:6). "Y el gobernador les dijo que no comiesen de las cosas más santas, hasta que hubiese sacerdote con Urim y Thummim" (Esdras 2:63). Por estos pasajes sabemos que el sumo sacerdote no sólo llevaba el juicio de la congregación delante de Jehová, sino que comunicaba también el juicio de Jehová a la congregación. ¡Preciosas y solemnes funciones! Y asimismo es, aunque con una perfección divina, con nuestro "gran Pontífice que penetró los cielos" (Hebreos 4:14). Él lleva continuamente el juicio de su pueblo sobre su corazón, y por el Espíritu Santo nos comunica el consejo de Dios respecto a los menores detalles de nuestra vida diaria. Nosotros, pues, no tenemos necesidad de sueños ni de visiones: con tal que andemos según el Espíritu, disfrutaremos de toda la seguridad que puede dar el perfecto "Urim" puesto sobre el corazón de nuestro gran Pontífice.
"Harás el manto del efod todo de jacinto....Y abajo en sus orillas harás granadas de jacinto, y púrpura, y carmesí, por sus bordes alrededor; y entre ellas campanillas de oro alrededor: una campanilla de oro y una granada, campanilla de oro y granada, por las orillas del manto alrededor. Y estará sobre Aarón cuando ministrare; y oiráse su sonido cuando él entrare en el santuario delante de Jehová y cuando saliere, porque no muera" (vvss. 31-35). El manto de jacinto (azul) del efod es emblema del carácter enteramente celeste de nuestro gran Pontífice. Él ha penetrado los cielos más allá del alcance de toda visión humana; mas por el poder del Espíritu Santo hay un testimonio rendido a la verdad de que Él vive en la presencia de Dios; y no solamente un testimonio, sino también fruto. "Una campanilla de oro y una granada, campanilla de oro y granada." Tal es el orden que se nos presenta lleno de hermosura. Un testimonio fiel a la gran verdad de que Jesús está siempre vivo para interceder por nosotros, estará inseparablemente unido a un servicio fructífero. ¡Que Dios nos conceda tener una inteligencia más profunda de estos preciosos y santos misterios!
"Harás además una plancha de oro fino, y grabarás en ella grabadura de sello, SANTIDAD A JEHOVÁ. Y la pondrás con un cordón de jacinto, y estará sobre la mitra; por el frente anterior de la mitra estará. Y estará sobre la frente de Aarón: y llevará Aarón el pecado de las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas; y sobre su frente estará continuamente para que hayan gracia delante de Jehová" (vvss. 36-38). He aquí una verdad importante para el alma. La plancha de oro sobre la frente de Aarón era el tipo de la santidad esencial del Señor Jesús. "Y sobre su frente estará continuamente para que hayan gracia delante de Jehová." ¡Qué reposo para el corazón en medio de las fluctuaciones de nuestra experiencia! Nuestro gran Pontífice está "continuamente" delante de Dios por nosotros. Somos representados por Él, y hechos aceptos en Él. La santidad nos pertenece. Cuanto más profundamente conozcamos nuestra indignidad y flaqueza personal, tanto más experimentaremos esta verdad humillante, que en nosotros no mora el bien, y más fervientemente bendeciremos al Dios de toda gracia por esta verdad consoladora: "y sobre su frente estará continuamente para que hayan gracia delante de Jehová."
Si aconteciera que mi lector se hallase frecuentemente tentado y fatigado con dudas y temores, con altos y bajos en su estado espiritual, con tendencia continua a mirar dentro de sí mismo a su pobre corazón frío, inconstante y rebelde, no tiene más que apoyarse de todo su corazón sobre esta preciosa verdad, a saber: que ese gran Sumo Pontífice le representa delante del trono de Dios; sólo tiene que fijar su mirada en la plancha de oro, y leer sobre ella la medida de su aceptación eterna cerca de Dios. ¡Que el Espíritu Santo le haga gustar la dulzura y poder de esta divina y celestial doctrina!
"Y para los hijos de Aarón harás túnicas; también les harás cintos, y les formarás chapeos (tiaras) para honra y hermosura....Y les harás pañetes de lino para cubrir la carne vergonzosa...y estarán sobre Aarón y sobre sus hijos cuando entraren en el tabernáculo del testimonio, o cuando se llegaren al altar para servir en el santuario, porque no lleven pecado, y mueran" (vvss. 40-43). Aquí, Aarón y sus hijos representan en figura a Cristo y a la Iglesia, en la potencia de una sola justicia divina y eterna. Las vestiduras sacerdotales de Aarón son la expresión de las cualidades intrínsecas, esenciales, personales y eternas de Cristo; mientras que las "túnicas" y los "chapeos" (tiaras) de los hijos de Aarón representan las gracias de que está revestida la Iglesia, en virtud de su asociación con el Jefe soberano de la familia sacerdotal.
Todo lo que acaba de pasar ante nuestros ojos nos muestra con que cuidado misericordioso Jehová proveía a las necesidades de su pueblo, permitiendo que los suyos pudieran ver al que se preparaba para intervenir en favor suyo, y a representarles delante de Él, revestido de todas las vestiduras que respondían directamente a la condición del pueblo, tal como Dios la conocía. Nada de lo que el corazón podía desear, o de lo que podía tener necesidad, había sido olvidado. El pueblo de Israel, considerando a Aarón de arriba a abajo, podía ver que todo estaba completo en él. Desde la tiara santa que cubría su frente, hasta las campanillas y granadas que bordeaban su manto, todas las cosas eran como debían ser, porque todo estaba conforme al modelo mostrado en el monte, todo era según la estimación que Jehová hacía de las necesidades de su pueblo, y según sus propias exigencias.
Mas aún hay un punto relacionado con las vestiduras de Aarón, que reclama la atención del lector: es la manera con que el oro es introducido en la confección de estos vestidos. Este asunto se halla desarrollado en el capítulo 39, pero la interpretación puede estar en su lugar aquí. "Y extendieron las planchas de oro, y cortaron hilos para tejerlos entre el jacinto, y entre la púrpura, y entre el carmesí, y entre el lino, con delicada obra" (39:3). Ya hemos hecho notar que "el jacinto, la púrpura, la escarlata, y el lino fino" representan los caracteres diversos de la humanidad de Cristo, y que el oro representa su naturaleza divina. Los hilos de oro estaban entretejidos entre los otros materiales tan exquisitamente, de manera a estar inseparablemente unidos con estos últimos, y a ser, sin embargo, perfectamente distintos. La aplicación de esta admirable imagen al carácter del Señor Jesús está llena de interés. En diferentes escenas presentadas por los relatos de los Evangelios, es fácil discernir a la vez el carácter distintivo y la misteriosa unión de la humanidad y de la deidad.
Por ejemplo, considerad a Cristo en el mar de Galilea "durmiendo sobre un cabezal" (Marcos 4:38); ¡preciosa manifestación de su humanidad! Mas un momento después aparece con toda la grandeza y majestad de la divinidad; y como gobernador supremo del universo, calma el viento e impone silencio a la mar. No se nota aquí ningún esfuerzo, ni precipitación, ni preparación previa. El reposo en la humanidad no es más natural que la actividad en la naturaleza divina. Cristo está tan completamente en su elemento en la una como en la otra. Vedle aun cuando los que cobraban las dracmas interpelan a Pedro. Como Dios fuerte, soberano, poseedor del "mundo y su plenitud, " pone su mano sobre los tesoros del océano, y dice: "Todo lo que hay debajo del cielo es mío" (Salmo 50:12; y 24:1; Job 41:11); y después de haber declarado que es "suya también la mar, pues Él la hizo" (Salmo 95:5), cambia de lenguaje, y manifestando su perfecta humanidad se asocia a su pobre servidor con estas afectuosas palabras: "Tómalo, y dáselo por mí y por ti" (Mateo 17:27). Palabras llenas de gracia, aquí sobre todo, ante el milagro que manifestaba de una manera tan completa la divinidad de Aquél que así se asociaba, en su infinita condescendencia, con un pobre y flaco gusano de la tierra. Más aun, ante la tumba de Lázaro (Juan 11), Jesús se conmueve y llora; emoción y lágrimas que provienen de las profundidades de una humanidad perfecta, de ese corazón perfectamente humano que sentía, como ningún otro corazón podía sentir, lo que es hallarse en medio de una escena donde el pecado ha producido tan terribles frutos. Mas luego, como siendo la "Resurrección y la Vida, " como Aquél que tiene en su mano todopoderosa "las llaves del infierno y de la muerte" (Apocalipsis 1:18), exclama: " ¡Lázaro, ven fuera!"; y a la voz de Jesús, la muerte y el sepulcro abren sus puertas y dejan salir su cautivo.
Otras escenas del Evangelio se presentarán al espíritu del lector, como ilustraciones de esta unión de los hilos de oro con "el jacinto, la púrpura, la escarlata, y el lino fino retorcido," es decir, de esta unión de la deidad con la humanidad en la Persona misteriosa del Hijo de Dios. Nada hay de nuevo en este pensamiento, frecuentemente señalado por los que han estudiado con algún cuidado los escritos del Antiguo Testamento. Sin embargo, siempre es provechoso para nuestras almas cuando éstas son dirigidas hacia el Señor Jesús, como Aquél que es verdaderamente hombre. El Espíritu Santo ha unido juntamente la deidad y la humanidad por medio de una "delicada obra," y las presenta al espíritu renovado del creyente para que las goce y admire.

Aaron y sus hijos lavados y ungidos

Éxodo 29; Efesios 1:13-14
Ya hemos hecho notar que Aarón y sus hijos representan a Cristo y a la Iglesia; mas aquí vemos que Dios da el primer lugar a Aarón: "Y harás llegar a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo del testimonio, y los lavarás con agua" (v. 4). El lavado del agua hacía que Aarón viniera a ser, típicamente, lo que Cristo es por sí mismo, es decir, santo. La Iglesia es santa en virtud de su unión con Cristo en una vida de resurrección; Cristo es la definición perfecta de lo que ella es delante de Dios. El acto ceremonial de lavar con agua figura la acción de la palabra de Dios (véase Efesios 5:26).
"Y tomarás el aceite de la unción, y derramarás sobre su cabeza, y le ungirás" (v. 7). Aquí se trata del Espíritu Santo; mas es preciso hacer notar que Aarón fue ungido antes de que la sangre fuese derramada, porque nos es presentado como el tipo de Cristo, quien en virtud de lo que era en su propia persona, fue ungido del Espíritu Santo mucho antes de que fuese cumplida la obra de la cruz. Por otra parte, los hijos de Aarón no fueron ungidos hasta después de ser esparcida la sangre. "Y matarás el carnero, y tomarás de su sangre, y pondrás sobre la ternilla de la oreja derecha de Aarón, y sobre la ternilla de las orejas de sus hijos, y sobre el dedo pulgar de las manos derechas de ellos, y sobre el dedo pulgar de los pies derechos de ellos, y esparcirás la sangre sobre el altar alrededor." (La oreja, la mano y el pie, son enteramente consagrados a Dios, por el poder de la expiación cumplida y por la energía del Espíritu Santo). "Y tomarás de la sangre que hay sobre el altar, y del aceite de la unción, y esparcirás sobre Aarón, y sobre sus vestiduras, y sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de éstos; y él será santificado, y sus vestiduras, y sus hijos, y las vestiduras de sus hijos con él" (vvss. 20-21). En lo que concierne a la Iglesia, la sangre de la cruz es el fundamento de toda bendición. La Iglesia no podía recibir la unción del Espíritu Santo, sin que antes su cabeza (Cristo) resucitado no hubiese ascendido al cielo, y depositado sobre el trono de la Majestad el testimonio del sacrificio que Él había cumplido. "A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís" (Hechos 2:32, 33; véase Juan 7:39; Hechos 19:1-6). Desde los días de Abel hasta ahora, ha habido almas regeneradas por el Espíritu Santo, almas que han experimentado su influencia, sobre las cuales ha obrado, y a las cuales ha calificado para el servicio; pero la Iglesia no podía ser ungida por el Espíritu Santo antes de que su Señor hubiese entrado victorioso en el cielo, y recibido para ella la promesa del Padre. Esta doctrina está enseñada de la manera más directa y absoluta en todo el Nuevo Testamento; y estaba prefigurada ya, con toda su integridad, en el tipo que meditamos, por el hecho de que, si bien Aarón fue ungido antes de la aspersión de la sangre, sus hijos sin embargo no lo fueron ni podían serlo sino después (vvss. 7-21).
Pero el orden de la unción seguido aquí nos enseña otra cosa además de lo concerniente a la obra del Espíritu y a la posición de la Iglesia. La preeminencia del Hijo nos es también presentada. "Amaste la justicia y aborreciste la maldad: por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (Salmo 45:7; Hebreos 1:9). Es preciso que los hijos de Dios mantengan siempre esta verdad en sus convicciones y experiencias. La gracia de Dios ha sido manifestada, ciertamente, en el hecho maravilloso de que pecadores culpables y dignos del infierno se hallen ser llamados los "compañeros" del Hijo de Dios; pero no olvidemos jamás la expresión "sobre." Por íntima que sea la unión, y lo es tanto como los consejos eternos de la gracia podían hacerla, es sin embargo necesario que Cristo "en todo tenga el primado" (Colosenses 1:18). Y no podría ser de otra manera. Cristo es el Jefe sobre todas las cosas; Jefe de la Iglesia, Jefe de la creación, Jefe de los ángeles, Señor del universo. No hay ni uno solo de los astros que se mueven en el espacio que no le pertenezca, y del cual no dirija los movimientos; ni uno solo de los gusanillos que se arrastran sobre la tierra, que no esté bajo su ojo siempre abierto. Es "Dios sobre todas las cosas" (Romanos 9:5); "el primogénito de toda criatura" y "de los muertos" (Colosenses 1:15, 18; Apocalipsis 1:5); "el principio de la creación de Dios" (Apocalipsis 3:14). "Toda la parentela en los cielos y en la tierra" (Efesios 3:15) debe ponerse debajo de Él. Y esta verdad es reconocida con gratitud por toda alma espiritual; más aun, la sola enunciación de estas cosas hace estremecerse a todo corazón cristiano. Todos los que son conducidos por el Espíritu se regocijarán a cada nueva manifestación de las glorias personales del Hijo; de la misma manera que no podrán tolerar cualquier cosa que se levante para atentar contra esas glorias. Cuando la Iglesia sea elevada a las más altas regiones de la gloria, su gozo será de postrarse a los pies de Aquél que se humilló para elevarla hasta unirla a sí mismo, en virtud del sacrificio cumplido por Él, y que habiendo plenamente respondido a todas las exigencias de la justicia de Dios, puede satisfacer todos los afectos divinos, uniendo su Iglesia a sí mismo, como fiel objeto del amor del Padre, y en su gloria eterna de hombre resucitado. "Por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2:11).
FIN