Traza bien la Palabra de verdad
Cyrus Ingerson Scofield
Table of Contents
¡Importante!
Este libro ha traído mucha luz a un buen número de estudiantes de la Biblia en inglés.
Suplicamos a nuestros queridos lectores de habla española que lo estudien detalladamente con oración, que lo conserven como un tesoro, y que lo usen como ayuda o guía para el estudio de las Sagradas Escrituras.
Por su uso constante, la Biblia vendrá a ser para Uds. otro libro, y les dará el conocimiento de cómo trazar la Palabra de Dios sabiamente.
Confiamos en que Uds. apreciarán este libro, como muchos otros lo han apreciado.
Introducción
En la segunda epístola a Timoteo, capítulo dos, el creyente nos es presentado bajo siete aspectos: como hijo (versículo 1); soldado (versículo 3); atleta (versículo 5); labrador (versículo 6); obrero (versículo 15); vaso (versículo 21); y siervo (versículo 24).
Cada uno de esos caracteres va acompañado de una exhortación adecuada. Como hijo, Timoteo es exhortado a ser fuerte en la gracia; la gracia acompaña al hijo, como la ley al siervo —así lo aprendemos de los gálatas—. Como soldado, Timoteo es exhortado a sufrir trabajos, y a no embarazarse en los negocios de la vida; estos son los buenos elementos de la buena milicia. Como vaso, debe ser limpiado, reservado; como siervo, manso, paciente; y así sucesivamente.
En el versículo 15, le es indicado cuanto de él se requiere como obrero: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad” (versión Reina-Valera Antigua).
Así, pues, la Palabra de Verdad tiene sus propias divisiones, y debe ser evidente que, sin observarlas, no es posible ser “obrero que no tiene de qué avergonzarse”, de manera que todo estudio de la Palabra, ajeno a esas divisiones, debe ser en gran medida falto de claridad y de provecho. Muchos cristianos confiesan francamente cuan pesado hallan el estudio de la Biblia; mayor es el número de los que no se atreven a confesarlo.
El objeto de este tratado es indicar las divisiones más importantes de la Palabra de Verdad. Es evidente la imposibilidad de hacerlo por completo sin un análisis exacto de la Biblia; pero damos lo suficiente para que el estudiante aplicado pueda percibir los mayores rasgos de la verdad, y algo de la belleza y simetría ordenadas de la Palabra de Dios que, a primera vista parece una mera confusión de ideas sin armonía ni enlace.
Exhortamos al estudiante a no recibir una sola doctrina fundándose en la autoridad de este tratado, sino que escudriñe diariamente las Escrituras, como los de Berea (Hechos 17:11), para averiguar su veracidad. No apelamos a la autoridad humana. La unción que “recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe” (1 Juan 2:27).
El judío, el gentil y la Iglesia de Dios
Clave: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32).
LEYENDO la Biblia con algo de atención, no es posible dejar de ver que más de la mitad de su contenido se refiere a un pueblo —los israelitas—. Se nota también que tienen un lugar muy señalado en las disposiciones y consejos de Dios: separados de la masa de la humanidad, Jehová hace con ellos pacto, y les da promesas especiales no concedidas a otras naciones. Sólo su historia es referida en el Antiguo Testamento, y tan solo se habla de otros pueblos en su relación con el judío. Parece, también, que todas las comunicaciones de Jehová a Israel como nación se refieren a la tierra. Si es fiel y obediente, la nación recibirá grandeza terrestre, riquezas y poder; si es desobediente e infiel, será esparcida “por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo” (Deuteronomio 28:64). Hasta la promesa del Mesías es de bendición a todas las familias de la tierra.
Continuando su investigación, el estudiante halla en la Escritura mucha referencia a un cuerpo diferente, llamado la Iglesia. Este cuerpo también tiene una relación especial con Dios, y, cual Israel, ha recibido de Él promesas específicas. Pero aquí acaba el parecido y empieza el mayor contraste. En vez de ser formado únicamente de los descendientes naturales de Abraham, es un cuerpo en que se pierde la distinción de judío y gentil; en vez de ser la relación solo por medio del pacto, lo es por nacimiento; en vez de ser la obediencia acreedora a una recompensa de grandeza terrestre, la iglesia es estimulada a contentarse con comida y vestido, a esperar persecución y odio; y se percibe que la relación de la iglesia con las cosas espirituales es tan grande como la de Israel con las cosas terrestres y temporales.
Además, la Escritura enseña que ni Israel ni la iglesia ha existido siempre; el principio de Israel está en el llamamiento de Abraham. Indagando el nacimiento de la iglesia, hallará (contrario, tal vez, a sus expectaciones, pues le ha sido probablemente enseñado que Adán y los Patriarcas están en la iglesia) que por cierto no existió antes ni durante la vida terrenal de Cristo. Pues Él habla de Su iglesia en el futuro al decir, (Mateo 16:18) “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. No dice “he edificado” ni “estoy edificando”, sino “edificaré”.
Se ve, asimismo, (Efesios 3:5-10) que no se menciona la iglesia en la profecía del Antiguo Testamento, que en aquellos tiempos era un misterio escondido en Dios. En la Escritura, hallamos el nacimiento de la iglesia en Hechos 2 y el término de su carrera en la tierra en 1 Tesalonicenses 4.
El estudiante observa también, en la división de la raza que hace la Escritura, otra clase, nombrada con rareza, y diferente bajo todo punto de vista de Israel y de la iglesia: los gentiles. La posición comparativa del judío, del gentil, y de la iglesia la vemos en los siguientes textos:
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El judío
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El gentil
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La Iglesia
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Juan 4:22
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Marcos 7:26-28
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Efesios 1:22-23
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Romanos 3:1-2
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Efesios 2:11-12
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Efesios 5:29-33
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Romanos 9:4-5
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Efesios 4:17-18
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1 Pedro 2:9
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Comparando, pues, cuanto la Escritura dice con referencia a Israel y a la iglesia, ve que, en origen, vocación, promesa, alabanza, norma de conducta, y destino futuro, el contraste es absoluto.
Vocación
Por supuesto, no se deduce que un judío santo no vaya al cielo a su muerte; es evidente que la recompensa terrenal, no celestial, era el premio de su santidad. No es necesario decir que, en esta dispensación, ni el judío ni el gentil puede ser salvo fuera del ejercicio de aquella fe en el Señor Jesucristo por la cual vuelven a nacer (Juan 3:3,16), y son bautizados en aquel “cuerpo” (1 Corintios 12:13) que es “la iglesia” (Efesios 1:22-23). En la iglesia desaparece la distinción del judío y gentil (1 Corintios 12:13; Gálatas 3:28; Efesios 2:11,14; “en otro tiempo ... gentiles” (1 Corintios 12:2, “cuando erais gentiles”).
El contraste entre Israel y la iglesia se muestra más adelante en las reglas dadas para la Conducta de ambos. Comparen:
Conducta
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Israel
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La Iglesia
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“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones… las hayas derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia” (Deuteronomio 7:1-2).
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“Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
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“Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éxodo 21:24-25).
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“Nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos” (1 Corintios 4:12-13).
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“Pero Yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5:39).
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“Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá” (Deuteronomio 21:18-21).
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“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (Lucas 15:20-23).
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También hallamos un contraste en cuanto a los lugares propios para la Adoración. Israel sólo podía adorar en un lugar, y a cierta distancia de Dios, acercándose a Él sólo por medio del sacerdote. La iglesia adora donde dos o tres están reunidos, se atreve a entrar en el lugar santísimo, y está compuesta de sacerdotes.
Comparen:
Levítico 17:8-9 con Mateo 18:20.
Lucas 1:10 con Hebreos 10:19-20.
Números 3:10 con 1 Pedro 2:5.
La diferencia es aún más sorprendente en las predicciones referentes al Porvenir de Israel y de la iglesia. La iglesia será por completo quitada de la tierra, pero Israel restaurado tendrá aún su mayor resplandor y poder terrenales.
Véanse:
La Iglesia
“En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si Me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3).
“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:15-17).
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya” (Filipenses 3:20-21).
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2).
“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:7-9).
“Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años” (Apocalipsis 20:6).
Israel
“Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios Le dará el trono de David Su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33).
(De estas siete promesas a María, cinco han sido ya cumplidas al pie de la letra. ¿Qué nos autoriza a dudar del cumplimiento de las dos restantes?).
“Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para Su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré Y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar” (Hechos 15:14-16).
“Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a Su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín ... Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos ... Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Romanos 11:1,11,24-26).
“Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez Su mano para recobrar el remanente de Su pueblo ... Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:11-12).
“Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra; y a ellos se unirán extranjeros, y se juntarán a la familia de Jacob” (Isaías 14:1).
“No obstante, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres” (Jeremías 16:14-15).
“He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En Sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será Su nombre con el cual Le llamarán: Jehová, justicia nuestra” (Jeremías 23:5-6).
“He aquí que Yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con Mi furor, y con Mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y Me serán por pueblo, y Yo seré a ellos por Dios” (Jeremías 32:37-38).
“Canta, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén. Jehová ha apartado tus juicios, ha echado fuera tus enemigos; Jehová es Rey de Israel en medio de ti; nunca más verás el mal” (Sofonías 3:14-15).
Se puede impunemente decir que al tratar de judaizar la iglesia se ha impedido su progreso, pervertido su misión, y destruido su esencia espiritual en forma superior a la de todas las demás causas juntas. En vez de proseguir a su camino señalado de separación, persecución, odio del mundo, pobreza, y abnegación, la Escritura judía le ha servido para justificarse en rebajar su influencia en la civilización del mundo, la adquisición de fortuna, el empleo de un ritual, la erección de iglesias magníficas, la invocación de la bendición de Dios sobre los conflictos de ejércitos, y la división de una hermandad igual, en “clero” y “laicos”.
Las siete dispensaciones
Las Escrituras dividen el tiempo comprendido en el período que media entre la creación de Adán al “cielo nuevo y una tierra nueva” de Apocalipsis 21:1 en siete períodos desiguales, generalmente llamados “dispensaciones” (Efesios 3:2), aunque también se llaman “siglos” (Efesios 2:7), y “días”, como “el día del Señor” (Hechos 2:20), etc.
Esos períodos están señalados en la Escritura con algún cambio en el modo de tratar Dios con la humanidad, o parte de ella, con respecto a las cuestiones de pecado y de responsabilidad humana. Cada una de estas dispensaciones puede ser considerada como una prueba del hombre natural, y cada una termina con el juicio que indica su fracaso completo.
Cinco de esas dispensaciones han tenido ya efecto; vivimos en la sexta, probablemente cerca de su fin; y tenemos en perspectiva la séptima y última: el milenio.
1. El hombre inocente
Esta dispensación se extiende desde la creación de Adán (Génesis 2:7) hasta la expulsión. Adán, creado inocente, ignorante del bien y del mal, fue colocado en el jardín del Edén con Eva, su mujer, con orden de abstenerse del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. La Dispensación de Inocencia dio por resultado la primera y —a sus efectos consiguientes— la más desastrosa caída del hombre natural. Su término fue el juicio, “echó, pues, fuera al hombre”.
Véanse:
Génesis 1:26; Génesis 3:6; Génesis 2:16-17; Génesis 3:22-24
2. El hombre bajo la conciencia
Con la caída adquirieron Adán y Eva el conocimiento del bien y del mal, legado suyo a la raza. Eso dio a la conciencia una base para el recto juicio moral, y, por consiguiente, la raza fue sometida a esta medida de responsabilidad: hacer el bien y evitar el mal. El resultado de la Dispensación de la Conciencia fue la corrupción de la tierra; y “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Y Dios puso fin a la segunda prueba del hombre natural con un juicio: el diluvio.
Véanse:
Génesis 3:7,22; Génesis 6:5,11-12; Génesis 7:11-12,23
3. El hombre con autoridad sobre la tierra
Del juicio terrible del diluvio, Dios salvó a ocho personas; a las cuales, cuando se bajaron las aguas, dio la tierra purificada, con pleno poder para gobernarla. Eso correspondía a Noé y a sus descendientes. La Dispensación de Gobierno Humano resultó en el atentado impío de hacerse independiente de Dios en la vega de Sinar; su término fue el juicio de confusión de lenguas.
Véanse:
Génesis 9:1-2; Génesis 11:1-4; Génesis 11:5-8
4. El hombre bajo la promesa
Dios llama a Abraham, uno de los descendientes dispersos de los constructores de Babel, y con él hace pacto. Algunas de las promesas hechas a Abraham y a sus descendientes eran puramente de gracia e incondicionales, y ya han sido, o serán aún, cumplidas literalmente. Otras promesas tenían por condición la fidelidad y obediencia de los israelitas. Cada una de esas condiciones fue violada, y la Dispensación de la Promesa trajo consigo la caída de Israel; y su fin fue el juicio de la opresión egipcia.
El libro de Génesis, que empieza con las sublimes palabras “En el principio creó Dios”, termina con “en un ataúd en Egipto”.
Véanse:
Génesis 12:1-3; Génesis 26:3; Génesis 13:14-17; Génesis 28:12-13; Génesis 15:5; Éxodo 1:13-14
5. El hombre bajo la ley
De nuevo acudió la gracia de Dios al socorro del hombre desposeído, y redimió el pueblo escogido de la mano del opresor. En el desierto de Sinaí, Él les propuso el pacto de la ley. En lugar de rogar humildemente por una continuada relación de gracia, contestaron arrogantes: “Todo lo que Jehová ha dicho haremos”. La historia de Israel en el desierto y en la tierra es una larga serie de violaciones de la ley. Por fin, tras muchas amonestaciones, Dios cerró la prueba del hombre con la ley en el juicio; y primero Israel, y luego Judá, fueron expulsados de la tierra y su dispersión continúa. Un resto débil regresó bajo Esdras y Nehemías, y de él nació a debido tiempo el Cristo, “nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4). Y los judíos y los gentiles conspiraron para crucificarle.
Véanse:
Éxodo 19:1-8; Hechos 2:22-23; 2 Reyes 17:1-18; Hechos 7:51-52; 2 Reyes 25:1-11; Romanos 3:19-20; Romanos 10:5; Gálatas 3:10
6. El hombre bajo la gracia
El sacrificio que de Su vida hizo el Señor Jesucristo introdujo la Dispensación de Gracia, que significa favor inmerecido, Dios dando justicia en vez de exigirla, como bajo la ley.
Salvación, perfecta y eterna, es ahora ofrecida gratuitamente al judío y al gentil, siendo la fe condición única.
“Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado” (Juan 6:29).
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
“De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que Me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
“Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las conozco, y Me siguen, y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás” (Juan 10:27-28).
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
El resultado predicho de esta prueba del hombre bajo la gracia es juicio sobre un mundo incrédulo y una iglesia apóstata.
Véanse:
Lucas 17:26-30; 2 Tesalonicenses 2:7-12; Lucas 18:8; Apocalipsis 3:15-16
El primer acontecimiento al término de esta dispensación será la venida del Señor del cielo, cuando los santos que duermen serán levantados, junto con los creyentes vivos aún, para ser “arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).
Sigue luego el breve período llamado “la gran tribulación”.
Véanse:
Jeremías 30:5-7; Sofonías 1:15-18; Daniel 12:1; Mateo 24:21-22
Tras esto, tiene lugar el regreso personal del Señor a la tierra en poder y gran gloria, y los juicios que introducen la séptima y última dispensación.
Véanse:
Mateo 24:29-30; Lucas 17:26-30; Mateo 25:31-46; 2 Tesalonicenses 2:7-12
7. El hombre bajo el reino personal de Cristo
Después de los juicios purificadores asociados con el regreso personal de Cristo a la tierra, Él reinará sobre Israel restaurado y sobre la tierra durante mil años. Ese es el período comúnmente llamado el milenio. El trono de Su poder será Jerusalén, y los santos, incluso los salvados en la Dispensación de Gracia, o sea la iglesia, participarán de Su gloria.
Véanse:
Isaías 2:1-4; Apocalipsis 19:11-21; Isaías 11:1-16; Apocalipsis 20:1-6; Hechos 15:14-17
Pero al ser suelto Satanás, halla el corazón natural tan inclinado al mal como de costumbre, y fácilmente reúne las naciones para pelear contra el Señor y Sus santos; y esta última dispensación concluye, como las otras, con juicio. El “gran trono blanco” es preparado, los muertos malos son levantados y finalmente juzgados, y luego vienen “un cielo nuevo, y una tierra nueva” —ha empezado la Eternidad.
Véanse:
Apocalipsis 20:3,7-15; Apocalipsis 21; Apocalipsis 22
Los dos advenimientos
Clave: “El cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:11).
Al considerar con atención las profecías del Antiguo Testamento, nos sorprenden en gran manera dos clases de predicciones, al parecer contradictorias, con respecto a la venida del Mesías. Una clase de profecía Le anuncia débil y humillado, varón de dolores y experimentado en quebrantos, raíz en tierra seca, sin parecer ni hermosura, sin atractivos, Su rostro ultrajado, Sus manos y Sus pies heridos, desechado de los hombres, sepultado entre los impíos.
Véanse:
Salmo 22:1-18; Daniel 9:26; Isaías 7:14; Zacarías 13:6-7; Isaías 53; Marcos 14:27
Las otras profecías anuncian un Soberano hermoso e irresistible, que purgará la tierra con juicios terribles, reunirá los dispersos de Israel, restaurando el trono de David con magnificencia superior a la de Salomón, e introducirá un reinado de paz profunda y de justicia perfecta.
Ejemplos:
Deuteronomio 30:1-7; Daniel 7:13-14; Isaías 9:6-7; Miqueas 5:2; Isaías 11:1-2,10-12; Mateo 1:1; Isaías 24:21-23; Mateo 2:2; Isaías 40:9-11; Lucas 1:31-33; Jeremías 23:5-8
A debido tiempo empezó el cumplimiento de la profecía sobre el Mesías con el nacimiento del Hijo de la Virgen conforme a Isaías, en Belén según Miqueas, y procedió literalmente hasta la plena realización de las predicciones de la humillación del Mesías. Pero los judíos no quisieron recibir a su Rey, “manso, y sentado sobre una asna, y sobre un pollino, hijo de animal de carga”, y Le crucificaron.
Véanse:
Zacarías 9:9; Mateo 21:1-5; Juan 19:15-16
Pero no debemos llegar a la conclusión de haber la maldad humana anonadado el propósito firme de Dios, pues Su palabra habla de un segundo advenimiento de Su Hijo, cuando las predicciones referentes a la gloria terrenal del Mesías obtendrán el mismo cumplimiento exacto que cuantas se refieren a Sus padecimientos terrenales.
Véanse:
Oseas 3:4-5; Mateo 24:27-30; Lucas 1:31-33 (el versículo 31 ya cumplido al pie de la letra); Hechos 1:6-7; Hechos 15:14-17
Los judíos se resistían a creer cuanto los profetas habían dicho sobre los padecimientos de su Mesías; nosotros nos resistimos a creer cuanto han dicho sobre Su gloria. Nuestra falta es mayor, pues debiera ser más fácil creer en la venida del Hijo de Dios, en las nubes y con poder y gloria, que creer en Su venida como Niño de Belén, como Carpintero de Nazaret. En verdad, lo creemos porque ha sucedido, no porque lo predijeron los profetas, y ya es hora de que cesemos de echar en cara a los judíos su incredulidad. Si se nos pregunta cómo podían ser tan ciegos al significado evidente de tantas profecías tan inequívocas, la respuesta es que estaban cegados de igual modo que muchos cristianos lo están al significado, en igual medida evidente, de un mayor número de predicciones de Su gloria terrenal. En otros términos, los antiguos escribas dijeron al pueblo que las profecías de los padecimientos del Mesías no debían ser interpretadas literalmente, de igual modo que algunos escribas modernos dicen a la gente que las profecías de la gloria terrenal del Mesías no deben ser interpretadas al pie de la letra.
Pero el segundo advenimiento es una promesa hecha, a la par, a la iglesia y al judío.
Las siguientes palabras fueron dirigidas, entre otras, por nuestro Señor a Sus discípulos perplejos y tristes, antes de Su sacrificio en la cruz: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí. En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si Me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Ahí habla el Señor de Su regreso en exactamente los mismos términos que de Su partida.
Esta fue, como sabernos, personal y corporal. Si decimos que Su venida es impersonal y “espiritual”, debemos hacerlo fundándonos en la Escritura, y esto no es posible.
Mas no hay duda en cuanto a ese punto vital. En el momento preciso de la desaparición de nuestro Señor a la vista de Sus discípulos, “se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado desde vosotros al cielo, así vendrá como Le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:10-11).
Al mismo efecto es 1 Tesalonicenses 4:16-17, “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”.
“Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria Suya, por el poder con el cual puede también sujetar a Sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21).
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2).
“He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
Para aquella “esperanza bienaventurada” se nos enseña a “velar” (Marcos 13:33,35,37; Mateo 24:42; 25:13); a “esperar” (1 Tesalonicenses 1:10); y a estar “preparados” (Mateo 24:44). La última oración en la Biblia es para el pronto regreso de Cristo (Apocalipsis 22:20).
Estos textos indican claramente que el segundo advenimiento será personal y corporal; que, por consiguiente, no implica la muerte del creyente, ni la destrucción de Jerusalén, ni el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, ni la difusión gradual del cristianismo; sino que es la “esperanza bienaventurada” de la iglesia, el momento del despertar de los santos dormidos que serán, juntos con los santos vivos entonces, “transformados” (1 Corintios 15:51-52), arrebatados para recibir al Señor; el tiempo en que nosotros, hijos de Dios actualmente, seremos como Él, y cuando los santos fieles recibirán la recompensa de las obras hechas en Su nombre.
Los textos siguientes evidenciarán más el contraste entre los dos advenimientos de nuestro Señor.
Comparen:
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Primer Advenimiento
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Segundo Advenimiento
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“Y dio a luz a su hijo primogénito, y Lo envolvió en pañales, y Lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
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“Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30).
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“Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo” (Hebreos 9:26).
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“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que Le esperan” (Hebreos 9:28).
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“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
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“Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de Su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-8).
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“Al que oye Mis palabras, y no las guarda, Yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12:47).
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“Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17).
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“Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31).
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El estudiante puede multiplicar tales contrastes casi infinitamente. Pero ya se ha dicho lo suficiente para demostrar que tanto las promesas a Israel como las hechas a la iglesia exigen imperiosamente un regreso de nuestro Señor a la tierra.
(Nota.— Tal vez los que comienzan el estudio de la Biblia hallarán auxilio en la breve consideración de las teorías opuestas a la doctrina bíblica del segundo advenimiento, personal y corporal, de Cristo).
Por supuesto, se comprenderá que los textos referentes a Su venida visible y corporal al término de esta dispensación deben distinguirse de los relativos a Sus divinos atributos de omnisciencia y omnipresencia, por virtud de los cuales Él está al corriente de todo y en todas partes presente. Mateo 18:20 y Mateo 28:20 son ejemplos de ello.
Así que, en tal sentido, tenemos la bendición de Su compañía siempre, hasta el fin del mundo.
Pero el “Hombre Cristo Jesús” está ahora personal y corporalmente a la diestra de Dios.
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).
“Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1).
Ilustración: Durante la guerra Franco-Prusiana, Von Moltke, con su genio y habilidad, y por medio de una red telegráfica, estaba en realidad presente en todos los campos de batalla, aunque visible y personalmente en su despacho en Berlín. Más tarde, se unió al ejército frente a París y entonces su presencia visible estaba ahí. De igual modo, nuestro Señor, por virtud de Sus atributos divinos, está en realidad presente ahora en Su iglesia, pero a Su segundo advenimiento será personalmente visible en la tierra.
1. Las profecías referentes al regreso del Señor no se cumplieron al descender el Espíritu Santo en Pentecostés, ni en Su manifestación en cultos y reuniones de resultados benditos porque:
(1) Esta interpretación anula prácticamente la doctrina de la Trinidad, haciendo del Espíritu Santo tan solo una manifestación de Cristo.
(2) En la promesa que del descenso del Espíritu Santo hizo Cristo, Él habla distintamente de “otro Consolador” (Juan 14:16); y en Juan 16:7, Cristo dice: “Si no Me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si Me fuere, os Lo enviaré”.
(3) Los inspirados escritores de los Hechos, de las Epístolas, y del Apocalipsis mencionan el regreso del Señor más de ciento cincuenta veces después de Pentecostés, y siempre en el futuro.
(4) En Pentecostés no se realizó ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al Segundo Advenimiento de Cristo, tales como: la resurrección de los santos que duermen (1 Corintios 15:22-23; 1 Tesalonicenses 4:13-16); la “transformación” de los creyentes aún vivos, por medio de la cual se vestirán de incorrupción —el “cuerpo de la humillación” hecho “semejante al cuerpo de la gloria Suya”—, y serán “arrebatados ... para recibir al Señor en el aire” (1 Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:17; Filipenses 3:20-21); y la aflicción de todas las tribus de la tierra a la venida visible del Hijo del hombre en poder y gran gloria (Mateo 24:29-30; Apocalipsis 1:7).
He aquí los fenómenos asociados con el acontecimiento del regreso del Señor. Nada de eso ocurrió en Pentecostés, ni en cualquiera otra manifestación del Espíritu Santo.
2. La conversión de un pecador no es la venida del Señor. Esta teoría parece demasiado pueril para ser expuesta como suficiente explicación de profecías tan numerosas y circunstanciales.
(1) Según la Escritura, sucede justamente lo contrario. La conversión es la venida de un pecador a Cristo, no de Cristo al pecador (Mateo 11:28; Juan 5:40; Juan 6:37; Juan 7:37).
(2) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor acompaña la conversión del pecador.
3. La muerte de un cristiano no es la venida de Cristo.
(1) Cuando los discípulos oyeron que el Señor decía que uno de ellos quedaría hasta Su venida, se esparció el dicho de que “aquel discípulo no moriría” (Juan 21:22-24).
(2) Los escritores inspirados hablan siempre de la muerte de un creyente como su partida. Ni una sola vez está relacionada la venida del Señor con la muerte de un cristiano. Véanse Filipenses 1:23; 2 Timoteo 4:6; 2 Corintios 5:8. Esteban moribundo vio los cielos abiertos y el Hijo del hombre, no viniendo, sino “que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56).
(3) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor acompaña la muerte de un cristiano.
4. La destrucción de Jerusalén por los romanos no fue la segunda venida de Cristo.
(1) En Mateo 24 y Lucas 21, tenemos la predicción de tres sucesos: la destrucción del templo, la venida del Señor, y el fin del mundo. Véanse Mateo 24:3. La confusión innecesaria de estos tres hechos tan diferentes entre sí dio lugar a la noción de ser el cumplimiento de uno el de todos.
(2) El apóstol Juan escribió el Apocalipsis después de la destrucción de Jerusalén, pero habla aún de la venida como de un acontecimiento futuro (Apocalipsis 1:4,7; 2:25; 3:11; 22:7,12,20). La última promesa de la Biblia es, “Vengo en breve”; la última oración, “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
(3) Ninguno de los acontecimientos profetizados como simultáneos al regreso del Señor ocurrió a la destrucción de Jerusalén. Véanse 1 Tesalonicenses 4:14-17; Mateo 24:29-31; Mateo 25:31-32, etc.
5. La propagación del cristianismo no es la segunda venida de Cristo.
(1) La difusión del cristianismo es gradual, y las Escrituras hablan del regreso del Señor como repentino e inesperado (Mateo 24:27,36-42,44,50; 2 Pedro 3:10; Apocalipsis 3:3).
(2) La difusión del cristianismo es un proceso; las Escrituras hablan invariablemente del regreso del Señor como un acontecimiento.
(3) La difusión del cristianismo trae salvación a los malos, mientras la venida de Cristo, según se nos dice, no trae salvación sino “destrucción repentina” (1 Tesalonicenses 5:2-3; 2 Tesalonicenses 1:7-10; Mateo 25:31-46).
Pero estas explicaciones y teorías, aunque muy extendidas, no se encuentran en los libros de teólogos famosos de cualquiera escuela o denominación, ni las sostiene ninguna eminencia universalmente reconocida. Todos están conformes en cuanto al segundo advenimiento, corporal y visible, de Cristo.
Sin embargo, se dice a veces que esta venida no puede verificarse hasta después de la conversión del mundo por medio de la predicación del Evangelio, y hasta su sumisión al reinado espiritual de Cristo durante mil años. Esta opinión es absolutamente errónea porque:
(1) La Escritura describe claramente la condición de la tierra a la segunda venida de Cristo como una condición de maldad terrible, no de bienaventuranza (Lucas 17:26-32; Génesis 6:5-7; Génesis 13:13; Lucas 18:8; Lucas 21:25-27).
(2) La Escritura describe todo el curso de esta dispensación, desde principio al fin, en tales términos que queda excluida la posibilidad de un mundo convertido de cualquiera de sus pasajes (Mateo 13:36-43,47-50; Mateo 25:1-10; 1 Timoteo 4:1; 2 Timoteo 3:1-9; 4:3-4; 2 Pedro 3:3-4; Judas 17-19).
(3) El propósito de Dios en esta dispensación se nos dice ser, no la conversión del mundo, sino el “tomar de ellos (los gentiles) pueblo para Su nombre”. Después de esto, Él “volverá” y entonces, y no antes, será convertido el mundo. Véanse Hechos 15:14-17; Mateo 24:14 (para “testimonio”); Romanos 1:5 (“en”, no “de” todas las naciones); Romanos 11:14 (“algunos”, no “todos”); 1 Corintios 9:22; Apocalipsis 5:9 (“de todo”, no “todo”).
(4) Sería imposible “velar” y “esperar” la venida de un acontecimiento cuya realización sabemos no tendrá lugar hasta, por lo menos, dentro de mil años.
Las dos resurrecciones
La Palabra de Verdad nos dice en términos claros y positivos que los muertos serán levantados. Ninguna doctrina de fe es más vital para la cristiandad que ésta, ni reposa sobre un punto de mayor autoridad enfática en la Escritura.
“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:13-14).
Pero importa notar que las Escrituras no enseñan que todos los muertos se levantarán a un tiempo. Una resurrección parcial de santos ha tenido ya lugar.
“Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mateo 27:52-53).
Hay dos resurrecciones, aún futuras, diferentes en cuanto a tiempo y a personas. Se las distingue con los títulos de “vida”, de “condenación”, etc.
“No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29).
Y si a esto algunos oponen que la palabra “hora” indicaría una resurrección simultánea de esas dos clases, se les puede responder que la “hora” del versículo 25 ha durado ya diez y ocho siglos. (Véanse también “día” en 2 Pedro 3:8; 2 Corintios 6:2; Juan 8:56).
“Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:13-14).
En ese pasaje el Señor habla solamente de la primera resurrección. En 1 Corintios 15 aparece aún más la distinción: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en Su venida” (1 Corintios 15:22-23).
“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:13-16).
Esta resurrección de “vida”, de “los justos”, de “los muertos en Cristo”, es la misma de que habla Pablo en Filipenses 3:11.
En Apocalipsis 20:4-6 hallamos de nuevo juntas las dos resurrecciones, con la importante adición del tiempo que media entre la resurrección de los salvos y la de los no salvos.
“Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años”.
Los versículos 12 y 13 describen la segunda resurrección para “condenación”.
El testimonio de la Escritura es claro en cuanto al hecho de que los cuerpos de los creyentes son levantados de entre los cuerpos de los incrédulos, y van a recibir al Señor en el aire mil años antes de la resurrección de los últimos. La doctrina de la resurrección solo afecta los cuerpos de los muertos; sus espíritus, independientes del cuerpo, entran inmediatamente en bienaventuranza o en tormento (Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:8; Lucas 16:22-23).
Los cinco juicios
La expresión “juicio general”, tan frecuente en la literatura religiosa, no se halla en las Escrituras, y, cosa aún de mayor importancia, la idea que pretende encerrar es igualmente extraña a la Biblia.
Con razón dice el Dr. Pentecost: “Una mala costumbre impulsa al mundo cristiano a hablar del Juicio cual, si fuera un grande acontecimiento que tendrá efecto al fin del mundo, cuando todos los seres humanos, santos, pecadores, judíos y gentiles, los vivos y los muertos, estarán ante el gran trono blanco, para ser juzgados. Nada puede diferir más de la enseñanza de las Escrituras”.
Las Escrituras hablan de cinco juicios, diferentes en cuatro respectos generales:
(1) Con respecto a los sujetos del juicio;
(2) Con respecto al lugar del juicio;
(3) Con respecto al tiempo del juicio;
(4) Con respecto al resultado del juicio.
1. El juicio de los pecados de los creyentes
Los pecados de los creyentes han sido juzgados.
Fecha: 30 d. C.
Lugar: la cruz.
Resultado: la muerte para Cristo, justificación para el creyente.
“Y Él, cargando Su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí Le crucificaron” (Juan 19:17-18).
“Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13).
“Al que no conoció pecado, por nosotros Lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).
“Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).
“Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo” (Hebreos 1:3).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
“De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que Me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
2. El juicio del pecado dentro del creyente
El yo del creyente debe ser juzgado.
Fecha: cualquier momento.
Lugar: cualquier parte.
Resultado: castigo.
“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:31-32).
“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (Hebreos 12:7).
Véanse también 1 Pedro 4:17; 1 Corintios 5:5; 2 Samuel 7:14-15; 2 Samuel 12:13-14; 1 Timoteo 1:20.
3. El juicio de las obras de los creyentes
Las obras de los creyentes deben ser juzgadas.
Fecha: a la venida de Cristo.
Lugar: “en el aire”.
Resultado: recompensa o pérdida para el creyente, pero salvación.
Es un pensamiento muy solemne que, no obstante haber llevado Cristo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, y aunque Dios ha hecho pacto con nosotros y no se acordará más de ellos (Hebreos 10:17), toda obra debe ser juzgada.
“Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:9-10).
“Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10).
Conviene observar que ambos pasajes están limitados al creyente, cual lo indica el contexto. En el primero, el apóstol se ha dirigido a nosotros considerándonos en uno de dos estados: estando en el cuerpo y ausentes del Señor, o ausentes del cuerpo y presentes con el Señor; y no podría servirse de tal lenguaje con los incrédulos. “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos” etc. (2 Corintios 5:9-10).
En el otro pasaje, las palabras “todos” y “hermano” se limitan al creyente. El Espíritu Santo nunca une así a los salvos y los perdidos. Entonces, para que no parezca increíble que un santo redimido pueda entrar en un juicio cualquiera, cita un texto de Isaías para probar que “toda rodilla” se doblará, etc., y añade “de manera que cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí”.
El pasaje siguiente da la base del Juicio de las Obras.
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:11-15).
Los textos siguientes fijan el tiempo de ese juicio.
“Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27).
“Y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:14; véanse 1 Corintios 15:22-23).
“Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
“He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Timoteo 4:8).
El lugar de ese juicio: 1 Tesalonicenses 4:16-17. Véanse también Mateo 25:24-30.
4. El juicio de las naciones
Las naciones deben ser juzgadas.
Fecha: a la gloriosa aparición de Cristo (Mateo 25:31-32; Mateo 13:40-41).
Lugar: el Valle de Josafat (Joel 3:1-2,12-14).
Resultado: algunos salvados, otros perdidos.
Base: tratamiento de aquellos que Cristo llama “mis hermanos” (Mateo 25:40,45; Joel 3:3,6-7). Se cree que esos “hermanos” son los judíos que han reconocido a Jesús como su Mesías durante “la gran tribulación” que sigue el rapto de la iglesia y se termina con la gloriosa aparición de nuestro Señor (Mateo 24:21-22; Apocalipsis 7:14; 2 Tesalonicenses 2:3-8). La prueba es demasiada extensiva para ser aducida aquí. Es, sin embargo, evidente que esos “hermanos” no pueden ser creyentes de esta dispensación pues sería imposible hallar un número considerable de cristianos tan ignorantes que no sepan que los actos de cariño a los creyentes son verdaderamente ministraciones al mismo Jesús.
Resultado: Mateo 25:46.
Como ese juicio de las naciones vivas es a veces confundido con el del “gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11), conviene observar los siguientes contrastes entre las dos escenas.
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Naciones Vivas
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Gran Trono Blanco
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Ninguna resurrección.
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Una resurrección.
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Las naciones vivas juzgadas.
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“Los muertos” juzgados.
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En la tierra.
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Los cielos y la tierra desaparecieron.
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Ningún libro.
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“Libros abiertos”.
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Dos clases: ovejas, cabritos.
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Una clase: “los muertos”.
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Fecha: cuando Cristo aparezca.
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Cuando Él haya reinado 1000 años.
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Los santos serán asociados con Cristo en ese juicio y, por consiguiente, no pueden ser sus sujetos. Véanse 1 Corintios 6:2; Daniel 7:22; y Judas 14-15.
En verdad, el juicio del “gran trono blanco” y el juicio de los pueblos vivos solo tienen una cosa en común: el Juez.
5. El juicio de los muertos malos
Los muertos malos deben ser juzgados.
Fecha: un día determinado, después del milenio (Hechos 17:31; Apocalipsis 20:5,7).
Lugar: ante el “gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11).
Resultado: Apocalipsis 20:15.
Algunos se turbarán ante la palabra “día” en pasajes tales como Hechos 17:31 y Romanos 2:16. Véanse los siguientes, en que “día” significa un largo período: 2 Pedro 3:8; 2 Corintios 6:2; Juan 8:56. La “hora” de Juan 5:25 ha durado ya más de dieciocho siglos.
[Nota.— Las Escrituras también hablan de un juicio de ángeles. (1 Corintios 6:3; Judas 6; 2 Pedro 2:4). Lucas 22:30 se refiere probablemente a jueces bajo la Teocracia, oficio más bien administrativo que judicial. Véanse Isaías 1:26].
La ley y la gracia
No hay en la Palabra de Verdad división más evidente que la establecida entre la Ley y la Gracia. En efecto, esos principios de tanto contraste caracterizan las dos dispensaciones más importantes: la judía y la cristiana. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17).
Eso no implica, por supuesto, que no existía ley alguna antes de Moisés ni que antes de Jesucristo no había ni gracia ni verdad. Vemos la ley cuando Dios prohibió a Adán que no comiese del fruto del árbol de ciencia del bien y del mal. Y ciertamente la gracia fue dulcemente manifestada cuando el Señor Dios buscó a Sus criaturas desobedientes, y las vistió con túnicas de pieles (Génesis 3:21) —hermoso tipo de Cristo “hecho”, por nosotros, “justificación” (1 Corintios 1:30)—. La ley, en el sentido de alguna revelación de la voluntad de Dios, y la gracia, en el sentido de alguna revelación de Su bondad, han existido siempre, y con frecuencia lo testifica la Escritura. Pero “la ley”, doquiera la mencionan las Escrituras, fue dada por Moisés y, desde Sinaí al Calvario, domina, caracteriza, el tiempo, de igual modo que la gracia domina, o da un carácter peculiar, a la dispensación que empieza en el Calvario, y tiene su término profetizado en el arrebatamiento de la iglesia.
Es, sin embargo, de importancia vital observar que la Escritura nunca mezcla esos dos principios, en dispensación alguna. La ley tiene siempre un lugar y un trabajo distintos y totalmente diferentes de los de la gracia. La ley es Dios que prohíbe y exige; la gracia es Dios que amonesta y concede. La ley es un ministerio de condenación; la gracia, de perdón. La ley maldice; la gracia redime de aquella maldición. La ley mata; la gracia vivifica. La ley cierra toda boca ante Dios; la gracia abre toda boca para alabarle. La ley establece una distancia grande y culpable entre Dios y el hombre; la gracia acerca el hombre culpable a Dios. La ley dice, “Ojo por ojo, y diente por diente”; la gracia dice, “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”. La ley dice, “Odia a tu enemigo”; la gracia, “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen”. La ley dice, “Haz y vive”; la gracia, “Cree y vive”. La ley nunca tuvo un misionero; la gracia debe ser predicada a toda criatura. La ley condena por completo al hombre mejor; la gracia justifica gratuitamente al peor (Lucas 23:43; Romanos 5:5; 1 Timoteo 1:15; 1 Corintios 6:9-11). La ley es un sistema de prueba; la gracia, de favor. La ley apedrea a una adúltera; la gracia dice, “Ni Yo te condeno”. Bajo la ley, la oveja muere por el pastor; bajo la gracia, el Buen Pastor muere por la oveja.
Por todas partes las Escrituras presentan la ley y la gracia en esferas de sumo contraste.
La unión de ambas en mucha de la enseñanza corriente de hoy día las echa a perder, pues priva a la ley de su terror, y a la gracia de su libertad.
El estudiante debería notar que la “ley” en el Nuevo Testamento significa siempre la ley dada por Moisés (Romanos 7:23 es la sola excepción) pero a veces implica toda la ley moral y ceremonial; a veces sólo los mandamientos; a veces sólo la ley ceremonial. De la primera clase de pasajes tenemos ejemplos en Romanos 6:14; Gálatas 2:16; 3:2. De la segunda, Romanos 3:19; 7:7-12. De la tercera, Colosenses 2:14-17.
Conviene también recordar aún la ley ceremonial encierra tipos maravillosos: las hermosas representaciones de la Persona y obra del Señor Jesús como Sacerdote y Sacrificio, que deben ser siempre la maravilla y delicia de los hijos de Dios. Hay expresiones en los Salmos que serían inexplicables si fuesen comprendidas, sólo como “el ministerio de muerte grabado con letras en piedras” (2 Corintios 3:7); nos son reveladas cuando vemos que se refieren también a los tipos, que son hermosos cuadros de gracia: “Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en Su ley medita de día y de noche” (Salmo 1:2).
“Vengan a mí Tus misericordias, para que viva, Porque Tu ley es mi delicia” (Salmo 119:77).
“¡Oh, cuánto amo yo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119:97).
Tres errores han turbado a la iglesia con respecto a las verdaderas relaciones de ley y gracia:
Antinomianismo
1. La negación de toda regla sobre las vidas de los creyentes; la afirmación de que el hombre no está obligado a vivir una vida santa por cuanto le salvó la gracia de Dios sin exigir mérito alguno.
“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos Lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16).
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4).
Ceremonialismo
2. El hecho de exigir que los creyentes observasen las ordenanzas levíticas.
“Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1).
La forma moderna de ese error es la enseñanza de que las ordenanzas cristianas son esenciales para la salvación.
Galacianismo
3. La mezcla de la ley y la gracia, enseñando que la justificación es en parte por medio de la gracia, en parte por medio de la ley; o que la gracia es dada para permitir al pecador desvalido que guarde la ley.
Contra tal error, el más extendido de todos, hallamos la respuesta terminante de Dios en las solemnes amonestaciones, en la lógica indiscutible, en las declaraciones enfáticas de la epístola a los gálatas.
“Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:2-3).
“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, (no podía haber otro evangelio) sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:6-8).
Los textos siguientes serán acaso un buen auxiliar en este asunto importante. Los pasajes citados se refieren tan sólo a la ley moral.
1. Lo que es la ley
“De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12).
“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14).
“Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Romanos 7:22).
“Sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8).
“La ley no es de fe” (Gálatas 3:12).
2. El uso legal de la ley
“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7; véase también Romanos 7:13).
“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
“¿Para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19).
“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).
(La ley sólo habla para condenar).
“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
“El ministerio de condenación” (2 Corintios 3:9).
“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).
“El ministerio de muerte grabado con letras en piedras” (2 Corintios 3:7).
“Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (Romanos 7:9).
“El poder del pecado, la ley” (1 Corintios 15:56).
Es, pues, evidente que el propósito de Dios al dar la ley, después de haber existido la raza veinticinco siglos sin ella (Juan 1:17; Gálatas 3:17), era llevar al conocimiento del culpable su pecado en primer lugar, y luego su incapacidad de cumplir con cuanto requería Dios. Es pura y exclusivamente una ministración de condenación y muerte.
3. Lo que no puede hacer la ley
“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
“No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:21).
“Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” (Gálatas 3:11).
“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).
“Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en Él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39).
“(Pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios” (Hebreos 7:19).
4. El creyente no está bajo la ley
El capítulo sexto de la epístola a los Romanos, después de declarar la doctrina de la identificación del creyente con Cristo en Su muerte, de la cual es símbolo el bautismo (versículos 1-10), empieza, con el versículo 11, las declaraciones de los principios que deberían gobernar la senda del creyente, la regla de su vida. Tal es el asunto de los últimos doce versículos; el 14 da el gran principio de su separación, no de la culpa del pecado (pues esto es obra de la sangre de Cristo) sino del dominio del pecado, de sus cadenas.
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
Y para que nadie abrigue la horrible creencia de que no sea, por consiguiente, importante vivir una vida santa, el Espíritu añade inmediatamente: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Romanos 6:15).
De fijo, todo corazón renovado responde, Amén y Amén.
El capítulo séptimo introduce otro principio de emancipación de la ley.
“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:4-6).
(El versículo 7 nos indica que eso no se refiere a la ley levítica).
“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios” (Gálatas 2:19).
“Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” (Gálatas 3:23-25).
“Sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo” (1 Timoteo 1:8-9).
5. ¿Qué es la regla de vida del creyente?
“El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6).
“En esto hemos conocido el amor [de Cristo], en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16).
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11. Véase también 1 Pedro 2:12-23).
“Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4:1-2).
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros” (Efesios 5:1-2).
“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8).
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:15-16).
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16).
“Porque ejemplo os he dado, para que como Yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15).
“Si guardareis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre, y permanezco en Su amor” (Juan 15:10).
“Este es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado” (Juan 15:12).
“El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que Me ama” (Juan 14:21).
“Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él. Y este es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Juan 3:22-23).
“Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré” (Hebreos 10:16).
Es instructivo recordar, con relación a esto, que el lugar indicado por Dios para las tablas de la ley era dentro del arca del testimonio. Allí las tablas estaban ocultas por el áureo asiento de misericordia rociado con la sangre de expiación. El ojo de Dios podía ver Su ley quebrantada a través de la sangre que vindicaba completamente Su justicia, y propiciaba Su ira. A edades posteriores era reservado tomar esas tablas santas y justas para colocarlas en iglesias cristianas como regla de la vida cristiana.
6. ¿Qué es la gracia?
“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y Su amor para con los hombres” (Tito 3:4).
“Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7).
7. ¿Qué es el propósito de Dios en la gracia?
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:11-13).
“Para que justificados por Su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:7).
“Siendo justificados gratuitamente por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).
“Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Romanos 5:2).
“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de Su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32).
“Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:6-7).
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
¡Qué plenitud! ¡Qué abundancia!
La gracia salva, justifica, edifica, hace acepto, redime, perdona, da herencia, posición, un trono al cual podemos acudir osadamente en busca de misericordia y socorro, nos enseña cómo vivir, y nos da una esperanza bienaventurada.
Resta observar que esos diversos principios no pueden ser entremezclados.
“Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Romanos 11:6).
“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-5. Véanse también Gálatas 3:16-18; 4:21-31).
Finalmente: “De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre” (Gálatas 4:31).
“Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (Hebreos 12:18-24).
No se trata, pues, de dividir en “leyes morales” y “leyes ceremoniales” las palabras que Dios habló en el Sinaí: el creyente no se acerca al monte aquel.
El autor de “El Peregrino” dice: “Por fe en el Señor Jesús, está el creyente ahora a la sombra de una justicia tan perfecta y bendita que la ley tonante de Sinaí no halla objeción alguna en ella. Esto es llamado justicia de Dios sin la ley”.
(Si esto es leído por un incrédulo, le exhortamos cariñosamente a que acepte la verdadera sentencia de la ley santa y justa que ha violado: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” [Romanos 3:23], y hallan salvación perfecta y eterna creyendo de corazón y confesando con la boca que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” Romanos 10:4,8-9).
Las dos naturalezas del creyente
Las Escrituras enseñan que hay dos naturalezas en todo ser regenerado: una, recibida por el nacimiento natural, completa e irremisiblemente mala; y la otra naturaleza, recibida por el nuevo nacimiento, que es la naturaleza de Dios mismo, y, en consecuencia, completamente buena.
Los textos siguientes manifiestan lo que Dios piensa de la naturaleza vieja o de Adán: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). (Según el Dr. Young, la traducción literal de este versículo es: “Deforme es el corazón más que todas las cosas, y es incurable: ¿quién no lo sabe?”).
“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12).
Dios no dice que ninguno de los no regenerados es refinado, o instruido, o capaz, o de buen genio, o generoso, o caritativo, ni aun religioso; pero dice que ninguno es justo, ninguno busca a Dios, ninguno Le entiende.
Aceptar la opinión divina de la humana naturaleza es una de las más duras pruebas de la fe; realizar que nuestros amigos geniales y morales que, con frecuencia, cumplen fielmente todo deber, que rebosan simpatía hacia todos los dolores y todas las aspiraciones de la humanidad, y que insisten en los derechos humanos, desconocen aún los derechos de Dios, no les ha conmovido el sacrificio de Su Hijo, cuya Divinidad niegan con insolencia inexplicable, y cuya Palabra rechazan con desdén. Personas hay, finas y amables, que por nada del mundo desmentirían a sus semejantes pero que no vacilan en dudar de Dios a diario (1 Juan 1:10; 5:10). Y esta dificultad es muy aumentada por millares. ¡Cuán grande era el contraste entre apariencias y realidades en el tiempo antes del diluvio!
“Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (Génesis 6:4).
Y parecía que el mundo mejoraba y el resultado aparente de la unión de los hijos de Dios con las hijas de los hombres fue la elevación de la naturaleza humana a mayor altura.
Pero, véanse: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).
También, más adelante: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23).
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).
“Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3).
Así que el hombre no convertido es de triple incapacidad. Puede estar dotado, o instruido, o ser amable, o generoso, o religioso. Puede pagar sus deudas legítimas, ser veraz, aplicado, buen esposo y padre —o todo a la vez— pero ni puede obedecer a Dios, ni agradarle, ni comprenderle.
El creyente, al contrario, aunque no se ha desprendido de su vieja naturaleza inmutable, ha recibido una nueva naturaleza de justicia y santidad.
Los textos siguientes muestran el origen y carácter del nuevo hombre.
Se verá que la regeneración es una creación, no una mera transformación: la introducción de una cosa nueva, no el cambio de una vieja. De igual modo que recibimos naturaleza humana por medio de la generación natural, recibimos naturaleza divina por medio de la regeneración.
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). (Palabras dirigidas a Nicodemo, persona religiosa y moral).
“Mas a todos los que Le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).
“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).
(Se habla mucho hoy día de “la paternidad universal de Dios, y de la fraternidad universal del hombre”, expresión peligrosa por lo menos por cuanto su última clausula encierra tan sólo una media verdad. No todos los nacidos sino todos los re-nacidos son hijos de Dios. La Escritura nos dice, en efecto, que Adán era el hijo de Dios, pero también ha tenido cuidado en añadir que Set fue hijo de Adán. Lucas 3:38).
“Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24).
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Y esa “nueva criatura” está unida a Cristo.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
“A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
“Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:3-4).
“Porque para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21).
“Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).
“Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos 8:10).
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12).
Pero esta naturaleza nueva y divina, que es de Cristo, subsiste en el creyente junto con la vieja naturaleza. Es el mismo Pablo que decía, “No ya yo, mas vive Cristo en mí”, que también dice, “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18); y, “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:21). Job, el “hombre perfecto y recto”, dijo, “Me aborrezco”. Daniel, varón de Dios, al ver al Anciano de grande edad glorificado, dijo, “Mi rostro se demudó”.
Hay un conflicto entre estas dos naturalezas. Estudien con atención la lucha entre los dos “Yo”, el viejo Saulo y el nuevo Pablo, en Romanos 7:14-25. Una experiencia semejante descorazona y hace vacilar a los recién convertidos. Se enfría el primer gozo de la conversión y el convertido desmaya al ver cómo la carne, con sus costumbres y deseos, procura ocupar su primitivo lugar, y duda que Dios le haya aceptado. Ese es el momento de su mayor peligro. Pablo, en esa crisis, clama por auxilio. La ley sólo aumenta su agonía (aunque Pablo ya es convertido); y él no se libra de la “carne”, ni por esfuerzo, ni por afanarse para guardar la ley, sino “por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24-25).
La presencia de la carne no es, sin embargo, una excusa para andar según ella. Hemos visto que el viejo hombre es crucificado con Cristo; que, en tal sentido, estamos muertos, y esto debe ser nuestra experiencia continua, mortificando nuestros miembros que están aquí en la tierra.
El poder para ellos es el del Espíritu Santo que mora en todo creyente (1 Corintios 6:19), y cuyo oficio bendito es de someter la carne.
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:16-17).
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).
En vez, pues, de hacer frente a las exigencias de la vieja naturaleza con fuerza de voluntad, o con buenas resoluciones, acudamos al Espíritu de Dios en nosotros.
El capítulo séptimo de la epístola a los romanos expone el conflicto del hombre regenerado con su vieja personalidad, y es, por consiguiente, muy personal. “No hago lo que quiero”, “lo que aborrezco, eso hago”, es la triste confesión de una derrota que halla eco en muchos corazones cristianos. En el capítulo octavo, sigue la lucha, pero ya no es personal; no hay ya agonía, pues, Pablo no toma en ella parte; el conflicto tiene entonces lugar entre la “carne”, o sea Saulo de Tarso, y el Espíritu Santo. Pablo ha obtenido paz y victoria.
(Entiéndanse que esto se refiere a la victoria sobre la carne, sobre tendencias internas a la concupiscencia, al orgullo, al enojo, etc.; las tentaciones externas son combatidas por medio de Cristo nuestro Sumo Sacerdote).
Consideren atentamente los textos siguientes: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6).
“Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3).
“Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
“Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14).
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne” (Romanos 8:12).
La posición y el estado del creyente
Para comprender bien las Escrituras, es preciso establecer, especialmente en las Epístolas, la inmensa diferencia entre la posición del creyente y su estado. La primera es el resultado de la obra de Cristo y es perfecta y completa desde el momento en que Cristo es recibido por fe. Sólo la fe da una posición a la vista de Dios; ninguna otra cosa influye en la seguridad perfecta del creyente en su vida posterior. Ante Dios el ser más débil, más ignorante, más desvalido, tiene precisamente el mismo título que el santo más ilustre: la sola condición estriba en ser un verdadero creyente en el Señor Jesucristo.
Los versículos siguientes indican la equivalencia de tal posición: “Mas a todos los que Le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1).
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).
“Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe” (1 Pedro 1:4-5).
“En Él asimismo tuvimos herencia” (Efesios 1:11).
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2).
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa” (1 Pedro 2:9).
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, Su Padre” (Apocalipsis 1:5-6).
“Y vosotros estáis completos en Él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:10).
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2).
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19).
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual” (Efesios 1:3).
“Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6).
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:4-6).
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13).
“Habiendo creído en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13).
“Porque somos miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos” (Efesios 5:30).
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).
Cada cosa es característica de cada creyente en el Señor Jesucristo. No es posible alcanzar un solo detalle de este inventario glorioso por medio de la oración, o de diligencia en el servicio, o yendo regularmente a la iglesia, o siendo caritativo: ni con abnegación, ni santidad de vida, ni por buenas obras de cualquier género que sean. Todo es don de Dios, por Cristo, a la fe, y todo pertenece por igual a todos los creyentes. En el momento preciso en que el carcelero brutal de Filipo creyó en el Señor Jesucristo fue hijo de Dios, coheredero con Cristo, rey y sacerdote, y dueño de una herencia incorruptible. En el instante en que creyó con su corazón y confesó con su boca que Jesús es el Señor, fue justificado por completo, alcanzó paz con Dios, recibió Su gracia y la firme esperanza de gloria. Recibió el don de vida eterna, fue acepto en Cristo, sellado con el Espíritu Santo, lleno del Espíritu Santo, y bautizado en el cuerpo místico de Cristo. Inmediatamente fue revestido de la justicia de Dios (Romanos 3:22), vivificado con Cristo, con Él resucitado, con Él sentado en los cielos.
Pero su estado era tal vez muy diferente, de fijo muy inferior a su exaltada posición ante Dios. Esa fue inmediata y su estado no. Los textos siguientes indicarán cómo las Escrituras tratan de ambas cosas:
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Posición
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Estado
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“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos… Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en Él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con Su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintios 1:2-9).
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“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas” (1 Corintios 1:11).
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“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales… porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:1-3).
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“Mas algunos están envanecidos” (1 Corintios 4:18).
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“Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (1 Corintios 5:2).
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“Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11).
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“Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos” (1 Corintios 6:7).
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“¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Corintios 6:15).
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“¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera?” (1 Corintios 6:15).
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“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17).
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“Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
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“Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado Hijo” (Colosenses 1:12-13).
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“Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Colosenses 3:8-9).
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El estudiante no dejará de observar que el orden Divino, bajo la gracia, es dar primero la más elevada posición posible y luego exhortar al creyente a sostener un estado en conformidad con ella. El mendigo es alzado del polvo y puesto entre príncipes (cual en 1 Samuel 2:8), luego se le exhorta a portarse como un príncipe.
Ejemplos:
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Posición
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Estado
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“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido” (Romanos 6:6).
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“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos?” (Colosenses 2:20).
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“Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14).
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“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
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“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).
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“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).
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“Y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6).
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“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1).
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“Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:4).
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“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5).
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“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor” (Efesios 5:8).
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“Andad como hijos de luz” (Efesios 5:8).
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“Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5:5).
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“Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Tesalonicenses 5:6).
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“Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con Él” (1 Tesalonicenses 5:9-10).
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“Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis” (1 Tesalonicenses 5:11).
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“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
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“Santifícalos en Tu verdad; Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
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“Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios… santificación” (1 Corintios 1:30).
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“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses 5:23).
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“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
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“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto” (Filipenses 3:12).
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“Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos” (Filipenses 3:15).
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“Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección” (Hebreos 6:1).
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“En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).
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“El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6).
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Es muy grande el número de versículos que establecen la diferencia entre la posición y el estado del creyente. Es fácil ver que no está sometido a una prueba de ser digno de una posición tan exaltada, pero que, empezando con la confesión de su bajeza, recibe por completo la posición como resultado de la obra de Cristo. En cuanto a su posición, es “perfectos para siempre” (Hebreos 10:14); pero mirando al interior, a su estado, debe decir, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto” (Filipenses 3:12).
Puede decirse que toda la obra posterior de Dios en favor suyo, la aplicación de la Palabra a su camino y a su conciencia (Juan 17:17; Efesios 5:26), los castigos del Padre (Hebreos 12:10; 1 Corintios 11:32), el ministerio del Espíritu (Efesios 4:11-12), las dificultades y pruebas en el camino de la vida (1 Pedro 4:12-14), y la transformación final cuando Él aparezca (1 Juan 3:2), tienen efecto simplemente para poner el carácter del creyente en acuerdo perfecto con la posición que es suya en el instante de su conversión. Crece en gracia pero no dentro de la gracia.
Cada verdadero hijo del Rey de reyes y Señor de señores crece hasta poder ocupar dignamente su regia posición. Al fin, la posición y el estado, el carácter y la situación, serán iguales. Pero la posición no es la recompensa del carácter perfeccionado —el carácter se desarrolla de la posición.
La salvación y las recompensas
Las Escrituras del Nuevo Testamento contienen una doctrina de salvación para el PERDIDO, y una doctrina de recompensas por los servicios fieles del SALVADO; y es de suma importancia para la debida comprensión de la Palabra que el estudiante vea en qué estriba su diferencia. Esa diferencia puede verse en los contrastes siguientes:
La salvación es un don gratuito
“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú Le pedirías, y Él te daría agua viva” (Juan 4:10).
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Isaías 55:1).
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
Pero en contraste con la salvación gratuita, nótense que:
Las recompensas son alcanzadas por obras
“Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mateo 10:42).
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8).
“He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Corintios 9:24-25).
“Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (Lucas 19:17).
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:11-15).
“No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
No dará “vida” sino una “corona de vida”. Las coronas son símbolos de recompensas, de distinciones alcanzadas. Obsérvese que hay cuatro coronas: la de gozo, recompensa del ministerio (Filipenses 4:1; 1 Tesalonicenses 2:19); de justicia, recompensa de la fidelidad en el testimonio (2 Timoteo 4:8); de vida, recompensa de la fidelidad bajo la prueba (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10); y de gloria, recompensa de la fidelidad bajo el sufrimiento (1 Pedro 5:4; Hebreos 2:9).
La salvación es una posesión presente
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
“De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que Me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo y la gracia” (2 Timoteo 1:9).
“Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lucas 7:50).
“No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo” (1 Juan 5:11).
Pero:
Las recompensas pertenecen al futuro
“Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27).
“Te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:14).
“He aquí Yo vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
“Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4).
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Timoteo 4:8).
“Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos” (Mateo 25:19).
El propósito de Dios al prometer recompensar con honores celestiales y eternos el servicio fiel de Sus santos es apartarlos de los goces mundanos, sostenerlos en las persecuciones, y animarlos al ejercicio de las virtudes cristianas.
Véanse:
Daniel 12:3; Colosenses 3:22-24; Mateo 5:11-12; 2 Timoteo 4:8; Mateo 10:41-42; Hebreos 6:10; Lucas 12:35-37; Hebreos 11:8-10,24-27; Lucas 14:12,14; Hebreos 12:2-3; Juan 4:35-36
Finalmente, no olvidemos el aviso: Apocalipsis 3:11.
Los creyentes y los que pretenden serlo
Desde que Dios tiene un pueblo Suyo en la tierra, ese pueblo ha experimentado la presencia de los que pretenden ser, pero no son, de su número. Tal estado de cosas, lo cual empezó aún en el huerto del Edén, continuará hasta que “enviará el Hijo del hombre a Sus ángeles, y recogerán de Su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad ... entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mateo 13:41,43).
El hecho de que la Escritura reconoce esta mezcla de trigo y cizaña —de los que tan sólo pretenden creer entre los verdaderos creyentes— confunde en gran manera a muchos estudiantes de la Palabra, que aplican a los hijos de Dios los avisos y exhortaciones reservados exclusivamente a los engañados o hipócritas.
Véanse:
Génesis 4:3-5; Mateo 13:24-30,37-43; Éxodo 12:38; 2 Corintios 11:13-15; Números 11:4-6; Gálatas 2:4; Nehemías 7:63-65; 2 Pedro 2:1-2; Nehemías 13:1-3
Es imposible, en una breve lectura de la Biblia hacer referencia a cuantos pasajes establecen la diferencia entre los verdaderos creyentes y la multitud de hipócritas y engañados que trabajan por su propia salvación, una salvación ya obtenida como don gratuito. (Filipenses 2:12-13 y Efesios 2:8-9).
He aquí algunos ejemplos:
1. Los creyentes están salvados; los que pretenden serlo están perdidos.
Comparen:|{}|
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Creyentes
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Profesores
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“Pero Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lucas 7:50).
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“Creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe… Entonces Pedro le dijo… No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios” (Hechos 8:13,20-21).
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“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).
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“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).
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“Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las conozco, y Me siguen, y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que Me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre” (Juan 10:27-29).
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“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Mateo 12:43-45).
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“Todo lo que el Padre Me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, no le echo fuera… Y esta es la voluntad del Padre, el que Me envió: Que de todo lo que Me diere, no pierda Yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:37,39).
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“Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién Le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a Mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de Sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él” (Juan 6:64-66).
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“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta” (Mateo 25:10).
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“Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco” (Mateo 25:11-12).
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“La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él. Porque no hay diferencia” (Romanos 3:22).
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“Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad… ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mateo 23:28,33).
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“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:7-8).
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“Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera” (Mateo 22:11-13).
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“Yo soy el buen pastor; y conozco Mis ovejas, y las Mías Me conocen” (Juan 10:14).
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“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23).
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“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son Suyos” (2 Timoteo 2:19).
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“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39).
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“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento” (Hebreos 6:4-6).
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“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
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“De cierto, de cierto os digo: El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
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“Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a Mi alma” (Hebreos 10:38).
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“Padre, aquellos que Me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que Me has dado; porque Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).
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2. Los creyentes son recompensados; los que pretenden serlo son condenados.
Comparen:
Mateo 25:19-23 con Mateo 25:24-30.
Lucas 12:42-44 con Lucas 12:45-47.
Colosenses 3:24 con Mateo 7:22-23.
Algunos textos son difíciles de comprender, pero con oración, estudio diligente, y recordando que es una regla importante no servirse jamás de algún pasaje dudoso u obscuro para contradecir uno claro y positivo, desaparecerá sin duda la dificultad. No os sirváis de un “si” para contradecir un “de cierto;” de Hebreos 6:6 para contradecir Juan 5:24.
Los casos de Judas Iscariote y de Pedro no deben ofrecer dificultad: Judas no creyó jamás (Juan 6:68-71); Pedro nunca dejó de creer (Lucas 22:31-32).
Finalmente: Debemos recordar siempre que estos principios son tan sólo para guiarnos a dividir bien la Palabra de Dios, y que nunca deben ser aplicados a ser alguno en vida. El juicio de los que pretenden creer no nos ha sido encomendado; de ello se ocupará el Hijo del Hombre.
Estudien con cuidado Mateo 13:28-29 y 1 Corintios 4:5.