J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os es dada en Cristo Jesús; que en todas las cosas sois enriquecidos en Él, en toda lengua y en toda ciencia; así como el testimonio de Cristo ha sido confirmado en vosotros; de tal manera que nada os falte en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual sois llamados a la participación de Su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (versículos 4-9).
Antes de comenzar a censurar a los corintios carnales por sus faltas y pecados, el apóstol Pablo —su padre espiritual con un corazón rebosando afecto por ellos— puso ante los tales el hecho de que eran sumamente enriquecidos en Cristo, que el testimonio de Cristo había sido confirmado en ellos, que no les faltaba ningún don espiritual y que esperaban la manifestación (o revelación) de su Señor Jesucristo; agregó también que el Señor —en Su gran fidelidad— les confirmaría hasta el fin, para que fuesen sin falta en el día bienaventurado del Señor Jesús cuando Él tuviere consigo a todos los Suyos, el fruto del trabajo de Su alma en la cruz.
De manera semejante, el Señor mismo, como Cabeza de la Iglesia, al presentarse en las siete cartas a las siete iglesias de la provincia de Asia, encomendó en cada una todo cuanto había de lo bueno y recomendable, antes de llamarles la atención sobre sus faltas y pecados en algunas de ellas (léase Apocalipsis 2 y 3 completos).
“Fiel es Dios”. Pablo, a pesar del estado espiritual triste de la iglesia en Corinto, pudo sostenerse en el pleno conocimiento de que “Dios es fiel”, y de que Él había llamado a los corintios convertidos al bendito círculo de la participación (o comunión) de Su propio Hijo, el Señor Jesús, según el beneplácito de Su gracia soberana que excede a todo conocimiento.
“Os ruego pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (versículo 10).
Nosotros los cristianos no honramos como es debido al nombre de nuestro Señor Jesucristo, el “Nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:99Wherefore God also hath highly exalted him, and given him a name which is above every name: (Philippians 2:9)), si no hablamos la misma verdad, si no estamos de acuerdo en todo, si no estamos perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Tenemos al Mismo Señor; tenemos morando en cada uno de nosotros al Espíritu Santo; tenemos la misma Biblia, la Palabra de Dios, en nuestras manos. ¿De dónde, entonces, viene el desacuerdo? ¿No procede de la actividad de la carne?
“Porque me ha sido declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que hay entre vosotros contiendas; quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos; y yo de Cefas, y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo?” (versículos 11-13).
Pablo, después de calificarlos “sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo”, empezó a censurarlos por sus muchas faltas, para que se arrepintiesen. Y es de notar que él no comenzó su crítica con la crasa inmoralidad no juzgada entre ellos, sino con el espíritu del sectarismo: “Yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos; y yo de Cefas, y yo de Cristo”, pretendiendo hacer de los siervos del Señor, y aun del Señor Jesús mismo, líderes de partidos. “¿Está dividido Cristo?” (literalmente, “¿Está dividido el Cristo?”). ¡No! “El Cristo” quiere decir Cristo personalmente, la Cabeza, con la cual están unidos todos los creyentes en Él que son los miembros de Su cuerpo, la Iglesia, como leemos en 1 Corintios 12:12-13: “ ... todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también (literalmente) el Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu”.
Cristo y el conjunto de los creyentes en Él, por dondequiera que se encuentren sobre la faz de la tierra, forman un solo cuerpo, la Iglesia. Entonces, ¿no es pecado dividir al Cristo en partidos sectarios?
“¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Doy gracias a Dios, que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo; para que ninguno diga que habéis sido bautizados en mi nombre. Y también bauticé la familia de Estéfanas; mas no sé si he bautizado algún otro. Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio” (versículos 13-17).
Pablo no fue crucificado por los pecadores en Corinto. Ningún líder de una secta ha sido crucificado por los pecadores. Fue Cristo solo quien murió por nosotros; fue solo a Cristo que Dios hizo Cabeza de la Iglesia que es Su cuerpo. ¿No es nuestro deber, como creyentes, reconocerle como Cabeza, y no a Fulano de Tal que se hace a sí mismo el jefe o la cabecita de una secta, una división de la iglesia profesante?
En cuanto al bautismo con agua, Pablo no fue comisionado por el Señor como un “Juan Bautista”. No, su comisión fue la de predicar el evangelio de la gracia de Dios, por el cual los pecadores oyen de Cristo y la gran salvación ofrecida por medio de Él, y creyendo, son salvos. Pablo bautizó a Crispo, Gayo, y la familia de Estéfanas, tal vez los primeros creyentes entre los corintios; después, dejó la administración del bautismo con agua a los hermanos locales de la iglesia de Corinto.
El bautismo con agua no salva; es sólo un cambio de posición en el mundo: el “judío”, o el “griego”, que se bautiza hace profesión de fe en Cristo, tal vez genuina, tal vez falsa; sólo el Señor conoce a los que son Suyos. Pero el pecador arrepentido que ha creído de corazón en el Señor Jesucristo como el sacrificio por su pecado es perdonado, es salvo, es hecho morada del Espíritu Santo y unido a Cristo la Cabeza por el mismo Espíritu, ya constituido un miembro verdadero de la Iglesia.
(seguirá, Dios mediante)