2. El Mandamiento Y Su Propósito

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(1 Timoteo 1)
La Epístola comienza con la insistencia en las doctrinas de la gracia (v. 3), así como en una condición espiritual correcta (v. 5), para que el pueblo de Dios pueda ser testigo de Dios como el Salvador.
(a) El Saludo (Versículos 1-2)
(V. 1). Teniendo en mente la casa de Dios como un testigo del Dios Salvador, el apóstol se presenta como un apóstol de Jesucristo, por el mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza. De este modo él presenta a Dios como el Salvador del mundo y a Cristo como la única esperanza del alma. Separados de Cristo estamos sin esperanza (Efesios 2:12; Romanos 15:13).
(V. 2). Dirigiéndose a Timoteo, como su hijo en la fe, el apóstol le desea gracia, misericordia y paz; pero, pensando en él como un creyente, él dice ahora, “de Dios nuestro Padre” y Cristo Jesús “nuestro Señor”.
(B) El Mandamiento Y Su Propósito (Versículos 3-5)
A continuación del saludo, el apóstol presenta inmediatamente el propósito especial para el cual él escribe a Timoteo. En primer lugar escribe para insistir sobre la presentación de las doctrinas de la gracia; en segundo lugar, exhorta a una correcta condición espiritual para ser un buen testigo de la gracia.
(V. 3). Con respecto a la doctrina, habiendo trabajado el apóstol en Éfeso por dos años y tres meses, declarando a los santos todo el consejo de Dios, se podría pensar que habría poco peligro de que una falsa doctrina fuese enseñada en medio de ellos. Sin embargo, no era así, pues el apóstol se dio cuenta de que había “algunos” que estaban dispuestos a enseñar “diferente doctrina” incluso entre aquellos que tenían mayor luz. El orgullo natural del corazón puede pensar que mucha luz es una salvaguardia contra el error. Es bueno que nosotros aprendamos, mediante el ejemplo de la asamblea de Éfeso, que el hecho de que una compañía sea enriquecida por la verdad, y disfrute del más alto ministerio, no es garantía contra la falsa doctrina. Timoteo, entonces, debía mandar a algunos que no enseñaran ninguna otra doctrina más que la gran doctrina de la gracia de Dios.
(V. 4). Abandonando la verdad, llegamos a ocuparnos de fábulas y genealogías interminables que pueden apelar a la razón, pero que sólo ocupan la mente con discusiones inútiles y no conducen a la edificación divina que es por fe. Las “genealogías interminables” complacen tanto a la mente natural como a la carne religiosa, pues excluyen a Dios y ensalzan al hombre. Las “genealogías interminables” dan por supuesto que toda bendición es un proceso de desarrollo que va pasando de generación en generación. Por esta razón, el Judío religioso le daba gran importancia a su genealogía. Del mismo modo, también, el hombre del mundo, con su falsamente llamada ciencia, procura excluir la fe en un Creador mediante teorías especulativas que ven todo lo que hay en la creación como un desarrollo gradual y genealógico de una cosa a partir de otra. Las especulaciones humanas, apelando a la razón, sólo pueden hacer surgir “disputas” que dejan el alma en tinieblas y duda. La verdad divina sola, al apelar a la conciencia y a la fe, puede dar certeza y edificación divina.
(V. 5). Habiendo advertido contra la falsa doctrina, el apóstol pasa a hablar del propósito del mandamiento. El propósito que él tiene en mente es una condición espiritual correcta, la cual solamente nos permitirá mantener la verdad y escapar del error. Solamente seremos guardados mientras sostengamos la verdad en conjunto con “el amor, procedente de un corazón puro, y de una buena conciencia, y de fe no fingida.” (Versión Moderna). La sana doctrina sólo puede ser mantenida con una correcta condición moral.
La mente humana puede plantear y discutir cuestionamientos especulativos aparte de una condición moral correcta del alma, pues ellos dejan la conciencia y los afectos intactos, y, por lo tanto, no llevan el alma a la presencia de Dios. En contraste a las especulaciones del hombre, sólo se puede llegar a conocer la verdad de Dios por medio de la fe. Al actuar sobre la conciencia y el corazón, la verdad conduce al fortalecimiento de las relaciones morales del alma con Dios. Así, la verdad edifica conduciendo al amor procedente de un corazón puro, de una buena conciencia y de fe no fingida. Exhortar a estos resultados prácticos fue el gran propósito del mandamiento a los creyentes efesios. El mandamiento no fue llevar a cabo algún gran servicio o hacer algún gran sacrificio. No se trataba de hacer grandes cosas ante los hombres, sino estar es una condición correcta ante Dios. Amor en el corazón, “una buena conciencia”, y, “fe no fingida” son cualidades que Dios solo puede ver, aunque los demás pueden ver los efectos que ellos producen en la vida.
Así, en estos versículos iniciales, el apóstol pone ante nosotros el mandamiento de no enseñar otra doctrina sino sólo las doctrinas de la gracia, y la necesidad de una correcta condición espiritual para mantener la verdad y ser guardados del error.
(C) Advertencias Contra Descuidar El Mandamiento (Versículos 6- 7)
(Vv. 6-7). Habiéndonos apremiado acerca de la profunda importancia de una condición espiritual correcta, el apóstol, antes de continuar su enseñanza, nos alerta contra los solemnes resultados de carecer de estas cualidades morales.
Había algunos en el círculo cristiano que habían perdido estas grandes cualidades espirituales del cristianismo. Careciendo de ellas, se apartaron de la verdad a una vana palabrería. El cristianismo, basado en la gracia de Dios, trae al alma en corazón y conciencia a la presencia de Dios. Cuando existe ‘desviación’ de esta gracia, la carne religiosa se aparta a palabras vanas, conduciendo a los hombres a convertirse en “doctores de la ley”. Los tales no se percatan del significado de su falsa enseñanza, ni tampoco entienden el verdadero uso de la ley que ellos afirman tan enérgicamente.
Qué condena tan solemne es la advertencia del apóstol de la mayor parte de la enseñanza que fluye de los púlpitos de la Cristiandad. Habiendo perdido la verdadera gracia del cristianismo y sus efectos, la profesión cristiana se ha apartado a vana palabrería y a la enseñanza de la ley, con la consecuencia de que el evangelio puro de la gracia de Dios es rara vez predicado.
(D) El Correcto Uso De La Ley Y La Superioridad De La Gracia (Versículos 8-17)
(V. 8). El apóstol condena por igual a los que se apartan a fábulas de la imaginación humana y a los que desean ser doctores de la ley. Sin embargo, existe una gran diferencia entre las fábulas humanas y la ley dada divinamente. Por lo tanto, aunque condena a los doctores de la ley, el apóstol es cuidadoso en mantener la santidad de la ley. Las fábulas son totalmente malas, pero la ley es buena si es usada legítimamente.
(Vv. 9-11). Al apóstol pasa a explicar el correcto uso de la ley. Él afirma que la ley no fue dada para un hombre justo. Tampoco es un medio de bendición para un pecador, ni una regla de vida para el creyente. Su uso legítimo es convencer a los pecadores de sus pecados, mediante el testimonio del juicio santo de Dios contra toda clase de pecado.
Además, los pecados enumerados por el apóstol, como en efecto todos los demás pecados, no solamente son condenados por la ley sino que se oponen a la “sana doctrina” del evangelio de la gloria de Dios. La ley está, con respecto a esto, completamente de acuerdo con el evangelio. Ambos dan testimonio de la santidad de Dios, y por esta razón ambos son intolerantes con el pecado.
No obstante, el glorioso evangelio de Dios, en la bendición que es proclamada al hombre, sobrepasa en alto grado cualquier bien que la ley podía llevar a cabo. Porque el evangelio, encomendado al apóstol, revela la gracia de Dios que puede bendecir al mas grande de los pecadores.
(V. 12). Esto conduce al apóstol a declarar la gracia de Dios del evangelio ilustrada en su propia historia. La gracia soberana no solamente había salvado al apóstol, sino que, habiéndolo hecho, lo tuvo por fiel poniéndolo en el ministerio de la verdad.
(V. 13). Para mostrar la gloria eminente de esta gracia, el apóstol se refiere a su carácter como hombre no convertido. En aquellos días él era un “blasfemo, perseguidor e injuriador”. Él no sólo estaba unido con los sumos sacerdotes Judíos resistiendo al Espíritu Santo en Jerusalén, sino que era agente activo de ellos, al llevar esta oposición a ciudades extranjeras. Blasfemaba el Nombre de Cristo, perseguía a los santos de Cristo, y, siendo celoso por la ley, era insolentemente injuriador en su actitud hacia la gracia.
Tal era el hombre en quien Dios manifestó Su misericordia (v. 13), Su gracia (v. 14) y Su clemencia (v. 16). Como un individuo, él fue objeto de la misericordia de Dios porque, no obstante la intensidad de su oposición a Cristo, había actuado en ignorancia e incredulidad. Era tan ignorante en cuanto a la verdad y a Cristo, que pensaba honestamente que estaba sirviendo a Dios procurando acabar con el Nombre de Cristo. Él no era como uno que, habiendo conocido la verdad del evangelio, se opone y lo rechaza voluntaria y deliberadamente.
(V. 14). De este modo, en la misericordia de Dios, la gracia de nuestro Señor se le reveló como aquella que “fue más abundante” (o “sobreabundó”—Versión Moderna), por sobre todo su pecado. El descubrimiento del pecado de su corazón, y la gracia del corazón de Cristo para un pecador tal, fueron acompañados con “la fe y el amor” que tenían su objeto en Cristo.
(Vv. 15, 16). Habiendo sido bendecido, el apóstol se convierte en un heraldo (o, mensajero) de la gracia de Dios a un mundo de pecadores, y en un ejemplo para los que después hubiesen de creer en Cristo para vida eterna.
(V. 17). El recuento de esta gracia sobreabundante conduce al apóstol a prorrumpir en alabanza al “Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios”. A Él le rendiría “honor y gloria por los siglos de los siglos”. Pablo, cuando era celoso de la ley, era simplemente un hombre del siglo (de la edad) entonces presente, procurando mantener el siglo (la edad) de la ley. Dios es el “Rey de los siglos”, Aquel que está actuando en gracia soberana para Su propia gloria a través de los siglos de los siglos.
(E) El Mandamiento Especial a Timoteo (Versículos 18-20)
Habiendo mostrado el uso correcto de la ley, y el carácter sobreabundante de la gracia, el apóstol retoma el hilo de su discurso desde el versículo 5.
(Vv. 18-20). A Timoteo su hijo, encomienda este mandamiento del cual él ya había hablado en los versículos 3 y 5. Timoteo tenía que actuar con toda la autoridad conferida por el apóstol, conforme a las profecías en cuanto al servicio que había sido demarcado para él. Llevar a cabo este servicio implicaría la milicia. Para que este conflicto tuviese éxito se requeriría que la fe fuese mantenida tenazmente. La fe en este pasaje es, como uno ha dicho, “la doctrina del cristianismo ... aquello que Dios había revelado, recibido con certidumbre como tal — como la verdad” (J. N. Darby).
Además, la verdad debe ser mantenida con una buena conciencia, de modo que el alma se mantenga en comunión con Dios. Cuán a menudo las herejías en las que caen los creyentes tienen su raíz secreta en un pecado consentido o sin juzgar que corrompe la conciencia, priva al alma de la comunión con Dios, y la deja presa de las influencias de Satanás.
Algunos, en efecto, en la época del apóstol, habían desechado una buena conciencia y caído de tal modo en el error que habían naufragado en cuanto a la fe. Se nombra a dos hombres, Himeneo y Alejandro, quienes habían escuchado a Satanás y hecho declaraciones blasfemas. Mediante el poder apostólico ellos habían sido entregados a Satanás. Dentro de la casa de Dios estaba la protección del Espíritu Santo. Fuera de la asamblea está el mundo bajo el poder de Satanás. Se permitió que estos hombres quedaran bajo el poder de Satanás, para que, a través del padecimiento y de la angustia del alma, ellos pudiesen aprender el verdadero carácter de la carne y volver a Dios en humildad y quebrantamiento de espíritu.