El siguiente capítulo, 2 Samuel 18, trae la solemne crisis ante nosotros. La batalla tiene lugar, y el que se elevó tan orgullosamente, el que había adulado a Israel para ganarlos como sus partizans contra su padre, el que buscó el dominio pero no de Dios, poniéndose contra la gloria de Dios y el rey de Israel, muere una muerte de especial vergüenza y maldición, colgado de un árbol. Levantado, como sabemos, por el mismo cabello de su cabeza que había sido su vanidad, ya que era parte de su belleza personal, Absalón murió como muere un tonto; así Jehová mismo en Su providencia ordenó el resultado, mientras huía de la escena de su derrota. El rey traiciona el afecto natural del corazón de un padre, pero, puede ser, con muy poco sentido de la rebelión impía de su hijo, o de la justa retribución de Dios. Esto se nos presenta de la manera más conmovedora.