Apocalipsis 4

Revelation 4  •  11 min. read  •  grade level: 13
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El Libro
(Apocalipsis 5)
En los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis somos llevados en espíritu al mismo cielo, para tener allá desvelados ante nosotros los acontecimientos que tendrán lugar cuando la iglesia haya sido arrebatada de la tierra al cielo. Es cierto que el arrebatamiento, aunque es dado por supuesto, no es directamente revelado en Apocalipsis, porque el objetivo de la profecía no es declarar los secretos de la iglesia, ya revelados en otras Escrituras, sino exponer los juicios que preparan el camino para el establecimiento del reino de Cristo.
(V. 1) El Libro. En el capítulo 4 todo se centra alrededor del trono y del mantenimiento de su gloria y santidad. En el capítulo 5 el gran tema es el Libro que expone los consejos de Dios para la bendición del mundo, bajo el reinado de Cristo, después que todo mal haya sido tratado por el juicio. La gloria del trono debe ser mantenida antes que se puedan cumplir las bendiciones del libro.
«Un libro escrito» indicaría que la voluntad de Dios está inalterablemente decidida. Los hombres, por falta de valor o por motivos políticos, son a menudo remisos a exponer sus planes por escrito. Pero, hablando como hombres, Dios se ha comprometido por escrito. Luego el libro está lleno, porque está escrito por dentro y por fuera, de modo que no hay lugar, ni necesidad de añadir nada a lo que Dios ha escrito. Cuando por fin todo sea cumplido en el futuro, se hallará que cada juicio predicho ha sido llevado a cabo, se ha alcanzado cada bendición, y nada hay que quitar al libro ni añadirle.
(Vv. 2-3) El pregón del ángel. En el curso de la visión ha llegado por fin el momento de abrir el libro, y un ángel fuerte presenta la cuestión a gran voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?» Para poder entrar en el sentido del pregón del ángel, se deben mantener dos cosas bien claras en mente: Primero, el carácter del libro. No debemos limitar el libro a la manifestación de los juicios de Dios. Desde luego, presenta estos juicios en toda su solemnidad, y la principal parte del libro está ocupada con la descripción de los juicios que caerán sobre la Cristiandad, sobre Israel y sobre las naciones. Pero una vez el mundo queda limpiado de mal por los juicios, el libro prosigue para presentar el vasto sistema de bendición que Dios se ha propuesto establecer sobre la tierra para la gloria de Cristo y bendición del hombre.
Segundo, debemos tener presente el verdadero sentido de la apertura del libro. En el momento en que se rompen los sellos comienzan a suceder acontecimientos. Así, el gran sentido de la pregunta del ángel es no quién puede dar la interpretación de lo que está escrito—esto es algo relativamente sencillo—sino ¿quién puede llevar a su cumplimiento los acontecimientos predichos?
Si comprendemos la inmensidad de estas dos verdades, comprenderemos el sentido del llamamiento del ángel a todo el universo. Porque los temas involucrados son, por una parte: ¿Quién puede hacer frente al inmenso sistema de maldad que ha sido edificado por el hombre durante seis mil años de rebelión, de una manera que dé satisfacción a las rectas exigencias del trono? Por la otra: ¿Quién puede introducir aquel inmenso sistema de bendición que la bondad de Dios ha propuesto para el mundo venidero y para los nuevos cielos y la nueva tierra?
El reto se dirige a todo el universo: ¿Hay alguien en el cielo, sobre la tierra o debajo de la tierra que pueda hacer frente al mal e introducir la bendición? El resultado de este reto es que ninguno «podía abrir el libro», y nadie fue hallado «digno de abrir el libro». Los dos requisitos para abrir el libro son tener el poder para ello y ser digno de ello.
Durante miles de años, los hombres han estado tratando de rectificar los males del mundo e introducir un tiempo de paz y bendición universales. Para emplear el lenguaje simbólico de Apocalipsis 5, los hombres han estado intentando abrir el libro. Han intentado reprimir el mal mediante códigos legislativos, tribunales de justicia, cárceles y reformatorios. Han probado todas las formas de gobierno: monarquía y república; dictadura y democracia, para conseguir un tiempo de paz y abundancia. Se han probado todas las clases: reyes y nobles, plebeyos y socialistas; pero entre ellos no se ha hallado a nadie ni que sea capaz ni que sea digno. Pero los hombres siguen haciendo desesperados esfuerzos, mediante ligas, conferencias y pactos, para rectificar los males del mundo y para introducir un tiempo de paz y bendición universales. Cada esfuerzo que hacen sólo demuestra que no han oído aún la voz del ángel fuerte. Los que han oído esta voz saben muy bien que proclama con voz fuerte que todos los esfuerzos de los hombres están condenados al fracaso, por cuanto son intentos de poner el mundo en buen estado sin Dios ni Cristo. Los hombres consideran sólo los derechos de los hombres, e ignoran los derechos de Dios y las demandas de Su trono.
(Vv. 4-5) Juan llora. Juan lloraba mucho porque no se había hallado a nadie digno de abrir el libro y de abrir sus sellos. Pensando sólo en la incapacidad e indignidad del hombre, también nosotros podríamos llorar ante el lamentable espectáculo de un mundo dirigiendo sus energías, sabiduría, dinero, recursos, juventud y tiempo a una tarea perfectamente desesperada. Pero por mucho que podamos llorar sobre la tierra, llorar no sirve de nada en el cielo. Juan es el único hombre que jamás haya llorado en el cielo, y si «lloraba mucho», no le dejaron llorar mucho tiempo, porque en el acto uno de los ancianos le dijo: «¡No llores!» (V.M.). Inteligentes acerca de la mente del cielo, los ancianos no lloran, porque aunque se dan cuenta de la desesperanza de todos los esfuerzos humanos, ya previamente condenados al fracaso, están en el secreto de Dios. Saben que si la tarea es demasiado grande para el hombre, que hay uno a la vez capaz y digno de abrir el libro.
El León y el Cordero. Poseedores de una inteligencia dada por Dios, los ancianos pueden dar testimonio de Aquel que sí puede abrir el libro. Dicen a Juan: «He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.» El león es símbolo de fuerza, tal como leemos: «El león, fuerte entre todos los animales» (Pr 30:30). Su poder es por tanto irresistible, y así el profeta Miqueas puede decir del león que «huella y arrebata, y no hay quien libre» (Mi 5:8). El león de la tribu de Judá nos habla de este gran poder ejercido en la causa del antiguo pueblo de Dios, según la profecía de Jacob, que predice que Judá prevalecerá sobre sus enemigos: «Tu mano en la cerviz de tus enemigos.» A fin de que Judá pueda prevalecer, tiene la fuerza de un «cachorro de león». Pero la verdadera fuente del poder de Judá es que de esta tribu vendría aquel alrededor de quién «se congregarán los pueblos» (Gn 49:8-10). Cristo es el verdadero León de Judá.
Cristo es asimismo la Raíz de David. En David vemos al Rey escogido por Dios para ser victorioso sobre todos sus enemigos. Pero Cristo es el verdadero Rey, Aquel que pondrá a todos los enemigos bajo Sus pies. Él es primero en la mente de Dios, y por ello la Raíz de la que surgió David. Así Cristo, en Su irresistible poder como León de la tribu de Judá y como una Divina Persona—la Raíz de David—es el Único que puede abrir el libro.
(V. 6) Luego Juan se vuelve para ver al León, y lo que ve es un Cordero. Habiendo oído del León, podría naturalmente esperar ver en Cristo una visión de gran poder, pero en lugar de ello lo que ve es un Cordero, el emblema de debilidad, y además lo ve como inmolado. Aquel que prevalece como León es el que primero había sufrido como Cordero. Su poder para vencer al abrir el libro es porque ha vencido por medio de irse a la muerte. Como el Cordero inmolado venció al pecado, a la muerte y al diablo. Habiendo vencido como el Cordero sufriente, ha adquirido el poder para vencer a cada enemigo como el León lleno de poder. Él tiene los siete cuernos y los siete ojos. Los siete cuernos nos hablan de un poder completo e irresistible—omnipotencia. Los siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, de una completa y escrutadora omnisciencia en el poder del Espíritu. Que van a toda la tierra nos habla de Su omnipresencia.
(V. 7) El libro, tomado. Como León, Cristo puede; como el Cordero, es digno de abrir el libro. Por ello, puede tomar el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. La toma del libro significa que por fin ha llegado el momento supremo que han estado esperando ángeles y santos. Ha terminado el tiempo de la paciencia de Jesús; ha llegado el momento de la acción.
(V. 8) El cielo se da cuenta de la enorme trascendencia de que el libro sea tomado. Se ve que ha llegado el momento del juicio de este mundo, y que el mundo venidero no está lejano. Por eso leemos: «Después que tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; teniendo cada uno una cítara, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.» Las cítaras hablan de las alabanzas de los santos, y las copas de sus oraciones. Ha llegado el momento en que sea públicamente justificada toda la alabanza que ha ascendido desde los santos a lo largo de los siglos, y que todas sus oraciones tengan una gloriosa respuesta. Muchos de estos santos dejaron el mundo como mártires alabando a un Dios que no intervenía para librarlos de sus enemigos; y sus oraciones, en ocasiones, parecieron no tener respuesta e incluso no ser oídas. Por fin las alabanzas de ellos quedarán justificadas y contestadas sus oraciones.
(Vv. 9-10) El Nuevo Cántico. Ha terminado el tiempo de la oración y ha llegado el del cántico. El cántico que cantan es nuevo. Hasta ahora los redimidos del Señor han ido de camino a la gloria cantando cánticos de redención; pero aquellos cánticos miraban a la victoria y al reino de gloria. Eran cánticos de esperanza. Cuando el libro sea tomado, sus esperanzas quedarán todas cumplidas, y los cánticos de esperanza serán cambiados a cánticos de victoria. Además, sus cánticos celebran la dignidad del Redentor y la grandeza de Su redención, más que las bendiciones de los redimidos. Así, en la mejor traducción (cf. V.M.) la referencia que hacen a la redención es impersonal. El cántico es general en cuanto a las personas redimidas, pero especial acerca de Aquel que las ha redimido. Todo el cielo está ocupado con el Cordero: «Digno eres tú», «Fuiste inmolado», «Nos compraste» y «Hiciste».
(Vv. 11-12) La hueste angélica. El nuevo cántico que cantan los santos despierta la alabanza de toda la hueste angélica. Los ancianos inician la nota, y los ángeles prolongan la tonada. Proclaman cuán digno es el Cordero. Él es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Los hombres se han dado homenajes los unos a los otros y han deshonrado al Cordero. Han entronizado al hombre y han crucificado al Cordero. El día llegará en que se verá que sólo el Cordero es digno de recibir todo poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. La historia del mundo da testimonio de que estas cosas, en manos del hombre, han sido empleadas para exaltarse a sí mismo y excluir a Dios. Sólo el Cordero es digno de recibir todas estas cosas, porque sólo Él las usará para la gloria de Dios.
(V. 13) La creación. Luego, y como se ha dicho, «la vasta armonía rebosa los límites del cielo», y el glorioso fin se anticipa cuando la tierra se unirá con el cielo para alabar a Aquel que está sentado en el trono y al Cordero. Todo lo que tenga aliento se unirá en la alabanza a Dios y al Cordero.
(V. 14) Los cuatro seres vivientes, representantes de aquellos por los que se lleva a cabo el gobierno de Dios, ven el bendito fin de su servicio, y añaden su «Amén». Los santos de todos los siglos ven por anticipado el poderoso triunfo de Dios sobre todo mal, y el cumplimiento de todos Sus consejos, y se postran y adoran.