Capítulo 1: El modelo en el Nuevo Testamento

 
Todos estamos propensos a caer en aquel viejo refrán popular, “Todo está bien”. Como niños nacidos en este mundo, nos encontramos con una iglesia ya funcionando de acuerdo con modelos predeterminados en cuanto a pensamiento y métodos. Mientras se desarrollan nuestras capacidades mentales y espirituales, nos es muy natural acomodarnos a cuanto encontramos a nuestro alrededor, suponiendo que goza de sanción bíblica.
El autor cuando fue niño asistió a una llamada “iglesia”, en la que se tocaba el órgano en todos los cultos. Se aceptaba todo eso como lo apropiado. Cuando él amplió su esfera de asociaciones encontró que el piano, el órgano y aún la orquesta ocupaban un lugar más o menos importante en los distintos grupos religiosos con los que tenía contactos. Jamás se le ocurrió objetar su presencia. Lo aceptó todo como constituyendo siempre una parte de la adoración y del testimonio en la Iglesia. Nos atrevemos a afirmar que tal actitud es completamente típica entre los cristianos de hoy.
No mucho tiempo después de su conversión alrededor de los diecisiete años, fue invitado el autor a asistir a una pequeña reunión de creyentes reunidos sencillamente en el nombre del Señor Jesús. Todo cuanto allí presenció le pareció completamente diferente a lo que hasta entonces había visto. No había órgano ni otro instrumento musical; tampoco había señales de que existiera un coro. El canto era congregacional, sin director visible. Todo esto le impresionó como muy peculiar, ni se sentía atraído siquiera por la extraña sencillez de todo aquello. En ese entonces aún no había alcanzado su madurez espiritual, con la que podría tener disposición para buscar las razones de todo aquello, si acaso las hubiera habido.
Ahora llegamos al punto exacto de la pregunta que nos hemos formulado en nuestra introducción. Dejádmela especificar de la manera más clara posible y en una audaz pregunta: ¿Los instrumentos musicales forman parte del culto de la Iglesia y del testimonio evangélico, desde los inicios de la historia de la Iglesia de Dios en la tierra, a través de los tiempos apostólicos y de los posteriores? Para contestar a esta pregunta, nos ayudarán los hechos siguientes.
Para empezar, debemos tener presente que la dispensación propiamente cristiana (o sea, de la Iglesia) no se inició hasta el día de Pentecostés. Cuando nuestro Salvador estaba en la tierra dijo a Pedro: “Sobre esta roca edificaré Mi Iglesia” (Mateo 16:18). No dijo: “Estoy edificando Mi Iglesia” o “He edificado Mi Iglesia”, sino “Edificaré”, anunciando una cosa aún futura. La única otra mención de la iglesia que encontramos en los cuatro Evangelios se halla en Mateo 18:17: “Dilo a la Iglesia”. Pero un examen atento de los versículos 15-20 nos mostrará que nuestro Señor estaba contemplando los días que vendrían después de que Él se hubiera ido de la tierra. Esto lo vemos bien claramente si consideramos el versículo 20: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos”. Esto era un anticipo del tiempo subsiguiente a Su ascensión al cielo, y en que Él manifestaría Su presencia real, aunque invisible, en medio de dos o tres congregados en Su nombre.
La vigencia de la Iglesia como un cuerpo funcionando sobre la tierra tuvo su principio en el día de Pentecostés tal como se describe en Hechos 2. Esto es confirmado de manera definitiva en 1 Corintios 12:13: “Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo”. La primera vez en que la palabra “Iglesia” (propiamente “Asamblea”, de la voz griega “ekklesia”) es usada en el Libro de los Hechos para designar este nuevo cuerpo, la hallamos en el capítulo 5, versículo 11: “Y vino un gran temor en toda la IGLESIA”.1 Así estamos seguros de que pisamos terreno firme si confinamos nuestra investigación de las prácticas apostólicas en la Iglesia tan sólo a aquellas porciones del Nuevo Testamento que son posteriores a los cuatro Evangelios.
Lo primero que nos llama la atención al examinar el libro de los Hechos es el silencio de algo que pudiera semejarse al uso actual de los instrumentos musicales en la Iglesia. En verdad, la única mención que se hace sobre el canto en todo el libro de los Hechos, la tenemos en la ocasión en que Pablo y Silas se hallan encarcelados en Filipos: “Mas a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios” (Hechos 16:25). Nadie podría pensar en la existencia de instrumentos musicales en aquel oscuro calabozo interior.
Prosiguiendo con nuestro examen, en las Epístolas encontramos el mismo silencio en cuanto al uso de cualquier ayuda mecánica en la adoración o el testimonio cristiano. A continuación, citaremos las ocasiones en que las epístolas del Nuevo Testamento aluden a la música o al canto.
Romanos 15:9: “Como está escrito: Por tanto Yo Te confesaré entre los Gentiles y cantaré a Tu nombre”.
1 Corintios 14:15: Cantaré con el espíritu, mas cantaré también con entendimiento”.
Efesios 5:19: “Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.
Colosenses 3:16: “Enseñándoos y exhortándoos los unos a los otros con salmos e himnos y canciones espirituales, con gracia cantando en vuestros corazones al Señor”.
Hebreos 2:12: “Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia cantaré Tu alabanza” (Versión Moderna).
Santiago 5:13: “¿Está alguno alegre? cante salmos”.
En estas seis referencias no se halla ningún indicio de acompañamiento musical en el canto. Al contrario, se afirma que la “melodía” debe estar en “vuestros corazones”.
Si Dios hubiera deseado que los instrumentos musicales tuviesen cabida en la Iglesia, Él así nos lo habría declarado de manera específica, ya sea en los veintiocho capítulos de los Hechos de los Apóstoles (escrito por Lucas), o en el cuerpo que forman las catorce epístolas paulinas, las tres de Juan, las dos de Pedro, o en las que escribieron Santiago y Judas.
Cuán sorprendente es el hecho que esto que tiene tanta cabida en el pensamiento y en la práctica del cristianismo hoy en día, no haya encontrado una sola mención en estos veintidós escritos —obra de seis siervos diferentes del Señor— que cubrieron un lapso de setenta años aproximadamente.2
¿Qué del último libro del Nuevo Testamento? No debemos sorprendernos de encontrar mencionado frecuentemente el canto en este libro de triunfo celestial después de los sufrimientos y pruebas del peregrinaje terrenal. Mas no es el cántico de los ángeles lo que recrea nuestro oído. No dice en ninguna parte de la Biblia que los ángeles cantan: ellos no son redimidos.
Una lira‿especial hay para‿el pecador
Ya lavado bien con la sangre del Señor;
Ángel no puede nunca esa lira pulsar,
Sólo‿al que Dios salvó podrá su loo͡r cantar.
Himnario Mensajes del Amor de Dios, no 605
La primera mención sobre el canto en Apocalipsis la encontramos en el capítulo 5:8,9: “Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero, teniendo cada uno su cítara, y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos; cantaron un cántico nuevo”. [versión Nácar-Colunga].
La compañía descrita bajo similitud de unos veinticuatro ancianos ciertamente es la reunión de los santos glorificados. En el Synopsis on Revelation [Sinopsis sobre el Apocalipsis]3 el autor dice: “Alrededor de éste (del trono) aquellos que representan los santos arrebatados en la venida de Cristo —cual reyes y sacerdotes— están sentados en tronos”. Aquí encontramos una multitud portando arpas y copas de oro llenas de perfume. ¿Qué significado puede tener esto en nuestra investigación?
En primer lugar, no podemos tomar esta futura escena celestial como modelo de la adoración y del testimonio cristiano hoy día. No se refiere a la Iglesia funcionando en la tierra. Si tal fuere el caso, seguramente hallaríamos una escena parecida a ésta en el libro de los Hechos o en alguna epístola. De modo que la visión celestial descrita no sirve de modelo en la adoración aquí abajo, sino de un nuevo orden.
En segundo lugar, debemos tener siempre presente al leer el Apocalipsis que es un libro de símbolos. En el folleto The Symbols of the Apocalypse Briefly Defined [Los símbolos del Apocalipsis brevemente definidos]4 se citan más de doscientos símbolos distintos.
Lógicamente, pues, no debemos tomar al pie de la letra todo cuanto hallamos mencionado en esta revelación notable del porvenir. Por ejemplo, aunque reconocemos que los veinticuatro ancianos simbolizan a los santos glorificados, nunca tomaríamos el número de veinticuatro de una manera literal. Actualmente, suponemos que el número de ellos será muy por encima de nuestra comprensión. Si no encontramos dificultad alguna en ver el significado simbólico del número veinticuatro, ¿por qué hemos de dudar en considerar las arpas como algo enteramente simbólico también? El Dr. Burton en su libro antedicho, señala las “arpas” como “símbolo del servicio coral de alabanza”.
Además, si insistiéramos en dar un sentido literal a las arpas celestiales, entonces tendríamos que aceptar literalmente las otras figuras adjuntas. Si hemos de añadir arpas (instrumentos de música) a la adoración y el testimonio de las asambleas porque encontramos que se hace mención de ellas en el cielo, consecuentemente ¡incluyamos también copas de oro y perfumes, altar dorado y coronas en las cabezas! No, hermanos, no. Nos desviaríamos muchísimo de la simplicidad de la asamblea de los redimidos mencionada en Hechos 2:42, si procuramos apropiarnos los símbolos materiales del Apocalipsis. ¡Cuán sencillamente bendito es el modelo!: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones”.
Si nuestros lectores desean meditar más ampliamente las referencias que se hallan en el Apocalipsis sobre el canto o los instrumentos musicales, las encontrarán en Apocalipsis 5:8,9; 14:2,3; 15:2,3.
En las dos últimas de estas referencias, de nuevo hallamos arpas celestiales y tañedores, pero nuestro comentario anterior puede aplicarse igualmente. Sabemos que, literalmente, no habrá “un mar de vidrio mezclado con fuego”. ¿Por qué queremos pues que hayan “arpas de Dios” literales?
Como conclusión, podemos decir con la seguridad que nos da la voluntad revelada de Dios en la doctrina y práctica del Nuevo Testamento, que la música instrumental no tenía lugar en la iglesia apostólica.
 
1. En Hechos 2:47, las palabras “a la iglesia” no se encuentran en los mejores manuscritos. Véase los textos correspondientes de Westcott y Hort, Nestlé y Oxford.
2. El apóstol Juan sobrevivió a los demás apóstoles, y murió en Éfeso, alrededor del año 100 d. C.
3. Synopsis on Revelation, por J. N. Darby, página 519.
4. The Symbols of the Apocalypse Briefly Defined, por Dr. A. H. Burton.