Capítulo 11

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"Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. Y os alabo, hermanos, que en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé" (vvss. 1, 2).
El Apóstol Pablo era un hacedor de la Palabra de Dios, y no tan solamente un oidor (ver Santiago 1:22). Él no esperaba que los demás creyentes fuesen imitadores de él, sino solamente en la medida como él lo era, prácticamente, de Cristo; además, él fundó su exhortación acerca de "imitadores" sobre el fundamento sin igual del amor de Cristo: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave" (Ef. 5:1, 2).
Así que el Apóstol encomendaba por amor de Cristo, todo cuanto podía en la marcha de la asamblea de Corinto, como Cristo encomendó todo cuanto discernía en el testimonio de las siete asambleas de Asia (ver el Ap. caps. 2 y 3) que fuese de acuerdo con la voluntad de Dios: "Os alabo, hermanos, que [...] retenéis las instrucciones mías, de la manera que os enseñé."
Confiado, entonces, de que sus amados corintios ya estaban dispuestos a obedecer de corazón la verdad, él iba a participarles la revelación preciosa que había recibido directamente del Señor con respecto a la cena del Señor. Pero antes de escribírsela se vio constreñido a llamarles la atención sobre el atavío del hombre y de la mujer, respectivamente, a vista de Dios y de los santos seres de orden superior—los ángeles de Dios—cuando el uno y la otra, respectivamente, oraba o profetizaba.
"Mas quiero que sepáis, que Cristo es la cabeza de todo varón; y el varón es cabeza de la mujer; y Dios la cabeza de Cristo" (v. 3).
El orden ascendente de potestad aquí es: la mujer, el varón, Cristo (como el hombre glorificado en el lugar más alto de los cielos), y Dios.
Los estados o posiciones respectivos de la mujer y del varón permanecen los mismos, según Dios los ha ordenado, desde el principio. Adán fue creado; después Eva fue hecha de una costilla de Adán y Jehová la dio a él por compañera idónea. Además, cuando ella se independizó de Adán y fue engañada por la serpiente, luego el Señor le dijo a ella: "tu voluntad será sujeta a tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Génesis caps. 2 y 3). El Apóstol Pablo se refirió a la formación de la mujer cuando escribió a los corintios así: "El varón no es de la mujer, sino la mujer del varón. Porque tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón" (vvss. 8 y 9).
Ahora bien, "ninguno de nosotros vive para sí" (Ro. 14:7). Como criaturas de Dios, no somos constituidos seres independientes y solitos, sin nada que tener con otros seres, no. Somos enlazados en nuestras relaciones de vida con otros seres, no solamente humanos, sino (a lo menos como cristianos), con seres de otro orden de creación, es decir, con ángeles. Escrito está, por ejemplo, en Hebreos 1:14 que los ángeles "son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud." Y no sólo esto, sino son también espectadores, mirando lo que hacen los hombres, con respecto a los cuales los ángeles cumplen cuanto el Señor les manda hacer. "Somos hechos espectáculo [...] a los ángeles" (1ª Co. 4:9). Además, en cuanto a la intervención de Dios en gracia soberana en este mundo, Pedro nos dice que "en las cuales [cosas] desean mirar los ángeles" (1ª P. 1:12). Las Sagradas Escrituras están repletas de referencias a la actuación de los ángeles. Un ángel anunció a José, hijo de David, que el Mesías sería engendrado en María por el poder del Espíritu Santo. El ángel Gabriel anunció lo mismo a María misma de manera detallada. Los ángeles aparecieron en el sepulcro vacío después de la resurrección del Señor. Un ángel anunció el nacimiento de Jesús a los pastores; luego vino una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios. Un ángel sacó a los apóstoles de la cárcel. Un ángel dirigió a Felipe al camino en que había de encontrarse con el etíope para darle el evangelio. Así que debemos tener muy en cuenta que somos objetos de un servicio bendito y poderoso de ángeles.
Conviene, entonces, que el hombre y la mujer en todo su testimonio cristiano se comporten, respectivamente, de acuerdo con la voluntad de Dios, no únicamente para glorificarle, sino también para adorar la doctrina de nuestro Dios Salvador ante los ojos de los ángeles. Prestemos atención, pues, a lo siguiente: "Todo varón que ora o profetiza cubierta la cabeza, afrenta la cabeza" (v. 4). ¿Conviene que un varón ore a Dios o predique a los hombres con su sombrero en la cabeza? ¡Toda conciencia—aun la de los inconversos inteligentes—dice que no "Mas toda mujer que ora o profetiza no cubierta su cabeza, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se rayese [...] Juzgad vosotros mismos: ¿es honesto orar la mujer a Dios no cubierta?" (vvss. 5 y 13). "Juzgad vosotros mismos." El Apóstol apeló al juicio espiritual y reverencia de los corintios, y lo haría a nosotros hoy día si estuviera aquí. En este, el Siglo XX, muchas mujeres se han independizado. Son rebeldes. No obedecen a sus maridos. Lo que es peor, no son poseídas del temor de Dios; no se cubren; y peor aún: predican en público, desobedeciendo la palabra terminante: "Vuestras mujeres callen en las congregaciones [...] porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación [ ... ] No permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio" (1ª Co. 14:34, 35).
"Porque si la mujer no se cubre, trasquílese también: y si es deshonesto a la mujer trasquilarse o raerse, cúbrase" (1ª Co. 11:6). Sólo el temor de Dios puede obrar eficazmente en el corazón de la mujer. Una vez un evangelista daba el evangelio a una familia sola en su hogar. La hija se convirtió. Se arrodillaron para dar gracias a Dios por Su gran misericordia. El evangelista notó que la joven, no teniendo a la mano ni mantilla ni pañuelo, se cubrió la cabeza con la mano. Después de orar, en una oportunidad él le preguntó a ella: —¿Cómo es que Ud. se cubrió la cabeza tan pronto que se entregó al Señor? —Bueno—le contestó—me sentía estar en la presencia de Dios.
"Porque el varón no ha de cubrir la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios: mas la mujer es gloria del varón" (v. 7). Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó; por lo consiguiente le dio dominio sobre las criaturas inferiores; le puso por señor de la creación terrenal (Gn. 1:26-2826And God said, Let us make man in our image, after our likeness: and let them have dominion over the fish of the sea, and over the fowl of the air, and over the cattle, and over all the earth, and over every creeping thing that creepeth upon the earth. 27So God created man in his own image, in the image of God created he him; male and female created he them. 28And God blessed them, and God said unto them, Be fruitful, and multiply, and replenish the earth, and subdue it: and have dominion over the fish of the sea, and over the fowl of the air, and over every living thing that moveth upon the earth. (Genesis 1:26‑28)). Y aunque el hombre cayó en el pecado, sin embargo, representativamente es "imagen de Dios" todavía en esta posición. Santiago nos dice que no conviene maldecir "a los hombres, los cuales son hechos a la semejanza de Dios" (Stg. 3:9).
"Por lo cual, la mujer debe tener señal de potestad sobre su cabeza, por causa de los ángeles" (v. 10). Como otro ha escrito: " [...] habían de cubrirse por causa de los ángeles, inteligentes y conscientes del orden y espectadores de los caminos de Dios en la dispensación de la gracia de Dios, y de los resultados que esta intervención había de producir."
"Mas ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor. Porque como la mujer es del varón, así también el varón es por la mujer: empero todo de Dios" (vvss. 11, 12). En cuanto a la creación, la mujer fue del hombre; en cuanto a la continuación de la raza humana, el hombre es de la mujer. El hombre no puede subsistir sin la mujer; tampoco la mujer sin el hombre; pero todo es de Dios.
"Juzgad vosotros mismos: ¿es honesto orar la mujer a Dios no cubierta? La misma naturaleza ¿no os enseña que al hombre sea deshonesto criar cabello? Por el contrario, a la mujer criar el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello" (vvss. 13-15). Finalmente, el Apóstol apeló a la distinción natural entre el varón y la mujer. Aun en la naturaleza humana, el cabello largo le servía de velo a la mujer. Como otro ha escrito: "el cabello de la mujer, su gloria y adorno, demostró—en contraste con el pelo del hombre—que ella no fue formada para mostrarse con la libertad del hombre delante de todos. Su cabello—dado en lugar de velo—demostró que la modestia y la sumisión [...] era su actitud verdadera, su gloria distintiva." Pero hay mujeres cristianas tan rebeldes que trastornan este pasaje y dicen: "la Escritura dice que mi cabello es mi velo; por eso no tengo que ponerme nada en la cabeza al estar en las reuniones." Pero ellas, como el diablo, no citan todo el pasaje, que dice en el v. 6: "si la mujer no se cubre, trasquílese también." Si su cabello fuera su velo, mantilla o sombrero ante Dios y los ángeles en la actitud de oración o de profetizar (nótese que no dice "profetizar públicamente"), entonces al dejar esta actitud, ¡tendría que raerse el cabello para no estar con velo!
¡Y el varón tendría que trasquilarse todo el pelo cada vez que estuviera ante Dios y los ángeles en la misma actitud! Y al dejarla, ¿qué de su pelo?
"Con todo eso, si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios" (v. 16). El Espíritu Santo previó que muchas mujeres cristianas, también algunos maridos, se manifestarían contenciosos y aun rebeldes con respecto a este asunto; por eso motivó al Apóstol que escribiera a los corintios, y a todo cristiano (v. cap. 1:2), dándoles a entender que ni los Apóstoles ni las asambleas cristianas permitirían una falta tal de reverencia delante de Dios.
"Esto empero os denuncio, que no alabo, que no por mejor sino por peor os juntáis" (v. 17). El Apóstol, en primer lugar, había alabado a los corintios cuanto pudo (v. 2) antes de tener que censurarles por sus desaciertos. Siempre procuremos reconocer todo lo bueno en nuestros hermanos en Cristo antes de llamarles la atención sobre sus faltas. Pablo, escribiendo a su amado Filemón, dijo: "[...] en el conocimiento de todo el bien que está en vosotros, por Cristo Jesús" (Flm. 6).
"Porque lo primero, cuando os juntáis en la iglesia, oigo que hay entre vosotros disensiones; y en parte lo creo. Porque preciso es que haya entre vosotros aun herejías, para que los que son probados se manifiesten entre vosotros" (vvss. 18, 19). No es de ninguna manera la voluntad del Señor que haya disensiones y herejías entre los Suyos. Al principiar su epístola a los corintios (y a nosotros también: véase cap. 1: 2), Pablo dijo: "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer" (1:10). ¿Por qué, entonces, se producen disensiones y aun herejías entre los creyentes? Son "obras de la carne [...] disensiones, herejías" (Gl. 5:19, 20).
La carne "no se sujeta a la ley de Dios" (Ro. 8:7), es decir, a la voluntad de Dios. Por eso el Apóstol dijo: "es preciso que haya entre vosotros aun herejías." No se puede esperar otra cosa, siendo nosotros lo que somos en nosotros mismos, pues en vez de dar muerte a las obras de la carne, damos rienda suelta al "viejo hombre" y él es el autor de la disensión y de la herejía. ¿No es verdad?
Pero otra pregunta: ¿Quiénes son los que se manifiestan por probados? ¿No son acaso los que no siembran disensiones, los que tampoco dan oídos al hereje (el cual ninguna división podrá hacer si nadie le presta atención)? Claro, no hay ningunos creyentes cien por ciento perfectos espiritualmente. Aun el Apóstol Santiago nos ha escrito: "porque todos ofendemos en muchas cosas" (Stg. 3:2). Reconociendo todo esto—no excusando nuestras faltas unos con otros—pesa sobre todo cristiano verdadero el no ocasionar ni apoyar la formación de divisiones, sectas o herejías entre los mismos miembros del cuerpo de Cristo. "Os ruego, hermanos, que miréis los que causan disensiones y escándalos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; y apartaos [no seguir en pos] de ellos. Porque los tales no sirven al Señor nuestro Jesucristo, sino a sus vientres; y con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples" (Ro. 16:17, 18).
"Cuando pues os juntáis en uno, esto no es comer la cena del Señor; porque cada uno toma antes para comer su propia cena; y el uno tiene hambre, y el otro está embriagado. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿o menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué os diré? ¿os alabaré? En esto no os alabo" (vvss. 20 a 22). Los corintios, recién convertidos a Dios de la idolatría reinante con sus fiestas, eran todavía carnales y no sólo tenían entre sí mismos "celos y contiendas, y disensiones" (cap. 3:3), sino estaban haciendo de la cena del Señor una comida común, cada uno tomando antes para comer su propia cena, y algunos pasando hambre por no tener nada, otros hartos aun hasta embriagarse. Todo esto no era comer la cena del Señor. Entonces el Apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, les dio a saber a ellos (y a nosotros también) el significado de la cena del Señor, la verdad acerca de la cual él había recibido, no de Pedro, Santiago y Juan, tampoco de los demás apóstoles, sino por una revelación especial dada directamente por Cristo como la Cabeza de la iglesia coronado de gloria y honra a la diestra del Padre. Pablo dijo:
"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es Mi cuerpo que por vosotros es partido (más propiamente, "es dado," Lucas 22:19, pues "hueso no quebrantaréis de Él" — Juan 19:36) : haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de Mí."
"Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga" (vvss. 23 a 26).
El Señor Jesús instituyó la cena en la misma noche en que Judas Iscariote Le traicionó. ¡Cuán conmovedor es eso! La gracia sublime del Señor —fiel hasta la muerte, y muerte de cruz—resplandeció divinamente contra el fondo negro de la perfidia del hombre.
Por medio de la cena del Señor (como otro ha escrito), "la muerte del Señor, Su cuerpo partido [o dado], fueron hechos presentes a la mente y [...] a la fe como la base y fundamento de todo. Este acto de amor, este hecho sencillo y solemne, al parecer flaco y vano, conservó toda su importancia. ¡El cuerpo del Señor había sido ofrecido por nosotros! [...] Al participar de la cena del Señor se hace recordar al corazón que es enteramente dependiente, que el hombre no es nada, que Cristo y Su amor son todo. El corazón está ejercitado y la conciencia se acuerda de que ha precisado de una limpieza, y que, sí ha sido limpiada por la obra de Cristo—dependemos absolutamente de esta gracia. Los afectos también están plenamente ejercitados [...]
"Tal como el cordero pascual trajo a la memoria el rescate que el sacrificio ofrecido en Egipto había procurado para Israel, así también la cena del Señor hizo presente a la memoria el sacrificio de Cristo. Él está en la gloria, el Espíritu ha sido enviado; pero debemos recordarle. Su cuerpo ofrecido es el objeto ante nuestros corazones en este memorial. Notemos esta palabra "memorial." No se presenta el Cristo tal como existe ahora; no es la realización de lo que Él es: eso no es un memorial—Su cuerpo ahora es glorificado. Es un memorial de lo que Él fue en la cruz. Es un cuerpo muerto, y sangre derramada, no un cuerpo glorificado. Sin embargo nosotros que somos unidos a Él en la gloria [...] hacemos memoria de Su muerte expiatoria [...] Bebemos también de la copa en memoria de Él. En una palabra, es Cristo contemplado como muerto: no hay tal Cristo ahora.
"Es el memorial de Cristo mismo. Es lo que produce afecto para Él; no es solamente la virtud de Su sacrificio, sino afecto para Él, la memoria de Él mismo. Luego el Apóstol nos muestra (pues es Pablo quien habla en el v. 26), si es un Cristo muerto, quién es que murió: ¡la muerte del Señor! ¡Imposible hallar otras dos palabras, la unión de las cuales tenga un significado tan importante! ¡La muerte del Señor! ¡Cuántas cosas se comprenden en que el que se llama el Señor ha muerto! ¡Qué amor! ¡qué propósitos! ¡qué eficacia! ¡qué resultados! El Señor mismo se entregó a Sí mismo por nosotros. Celebramos Su muerte.
"A la vez es el fin de los tratos de Dios para con el mundo sobre el terreno de la responsabilidad del hombre, excepto por el juicio. Esta muerte ha roto todo eslabón—ha demostrado la imposibilidad de que subsista uno siquiera. Anunciamos esta muerte hasta que el Señor rechazado venga para establecer nuevos lazos de comunión al recibirnos a Sí mismo para que tengamos parte en ellos."
"Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga" (v. 26).
Seguidamente, el Apóstol agregó: "De manera que, cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. Porque el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor" (vvss. 27 a 29).
Algunos de los corintios tomaban la cena del Señor indignamente como si fuera una comida familiar o común; no discernían en el pan el memorial del cuerpo del Señor ofrecido en sacrificio. Por lo tanto, "comerla indignamente" quiere decir llegarse a la mesa del Señor sin haber tenido el corazón ejercitado en vista de un privilegio y deber tan sagrados. Antes de participar de la cena del Señor, es preciso que uno se examine o se pruebe a sí mismo, juzgando cualesquier malos hechos, palabras o pensamientos que no hayan sido confesados, para poder estar con conciencia limpia y tranquila en la presencia del Señor; "por tanto," dice, "pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa." Por supuesto, no se trata de pecados que hayan acarreado deshonra al nombre del Señor públicamente—pecados de la índole de 1ª Corintios cap. 5:11-13—pues en tales casos es preciso que el ofensor sea excluido de la asamblea cristiana.
Pero hemos conocido a cristianos cuyas vidas personales son sin tacha y que asisten semanalmente al partimiento del pan; sin embargo, de cuando en cuando ellos no participan del pan, tampoco beben de la copa. Recientemente, a una hermana en Cristo que pasó por alto los emblemas, le fue hecha la pregunta: "¿Por qué no participó esta mañana de la cena del Señor?" Ella replicó: "Yo no estaba en condiciones para ello." Sin embargo, ¡disfrutó alegremente de un día entero de comunión fraterna con sus hermanos! Estaba en condiciones para gozar de comunión con ellos, pero—a su manera de pensar—¡no para tomar la cena del Señor! Ella no entendía que debiera haberse examinado a sí misma, juzgando cualesquier cositas que distraían su mente o perturbaban su corazón, para comer luego de la cena del Señor.
Es otra cosa comer de un modo descuidado o negligente, no teniendo muy en cuenta que no estamos sentados en nuestra mesa comiendo nuestra cena familiar, sino sentados alrededor de la mesa del Señor, participando de Su cena, la cual es la conmemoración de Su muerte—¡la muerte del Señor!
Muchos de los corintios no discernían el cuerpo del Señor, es decir, no estaban conscientes de que la cena, de la cual comían y bebían, era el memorial de un Cristo muerto por nuestros pecados. Eso era tomar la cena indignamente, y los que así la comían, comían y bebían juicio para sí, no discerniendo en los emblemas el cuerpo del Señor. "Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen" (v. 30). El juicio del Señor cayó encima de los descuidados. Muchos durmieron, es decir, murieron, posiblemente los que se embriagaban—¡cosa horrorosa! (véase v. 21).
"Que si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados" (v. 31). Examinándonos o juzgándonos de antemano, estamos en condiciones para tomar dignamente la cena del Señor. Pero si participamos de una manera indigna, seremos castigados por el Señor. Él es fiel. "Siendo juzgados, somos castigados del Señor, para que no seamos condenados con el mundo" (v. 32). El que ha renacido como hijo en la familia de Dios jamás puede perder el parentesco de un hijo para con su Padre; sin embargo, "el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo" (Heb. 12:66For whom the Lord loveth he chasteneth, and scourgeth every son whom he receiveth. (Hebrews 12:6)). Sus hijos no podrán ser condenados con el mundo, no; pero Dios sí nos castiga para que "recibamos Su santificación" (Heb. 2:1010For it became him, for whom are all things, and by whom are all things, in bringing many sons unto glory, to make the captain of their salvation perfect through sufferings. (Hebrews 2:10)).
"Así que, hermanos míos, cuando os juntáis a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, porque no os juntéis para juicio" (vvss. 33, 34). De estos versos, se ve muy claramente que los corintios no entendían el significado de la cena del Señor—la conmemoración de su muerte.