Conciencia

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Es una facultad del hombre, adquirida en la caída (Génesis 3:5-7, 3:22), por la cual tiene un conocimiento inherente y consciente del bien y del mal. Dependiendo de la versión, la palabra “conciencia” rara vez aparece en el Antiguo Testamento, pero el hecho de su presencia en el hombre es mencionado en varios lugares. Proverbios 20:27, por ejemplo, dice que funciona como “candela de Jehová ... que escudriña lo secreto del vientre”. (“Vientre” se utiliza como una figura para denotar la parte más profunda del ser.) También es aludida como “un silbo apacible y delicado” en el hombre, por el cual él conoce el bien y el mal (1 Reyes 19:12). También, cuando David hizo algo errado, dice que su corazón “le golpeaba” (1 Samuel 24:55And it came to pass afterward, that David's heart smote him, because he had cut off Saul's skirt. (1 Samuel 24:5); Job 27:66My righteousness I hold fast, and will not let it go: my heart shall not reproach me so long as I live. (Job 27:6)). Estas cosas son los efectos de la operación de la conciencia en los hombres.
En el Nuevo Testamento, la “conciencia” es definida como aquella que da testimonio en los pensamientos y corazones de los hombres en relación con el bien y el mal (Romanos 2:14-15, 7:7). Un hombre es capaz de condenar a otro hombre por su mala conducta, porque tiene un patrón moral en sí mismo (a través de su conciencia) que le permite juzgar lo que es correcto e incorrecto moralmente. En Romanos 2:13-15, Pablo explica que, aunque los gentiles no han recibido la ley de Moisés (los diez mandamientos), dada a los judíos, si ellos siguiesen su conciencia, harían “naturalmente ... lo que es de la ley.” Esto es porque las normas morales de Dios fueron escritas en sus corazones. Este testimonio interior es una “ley á sí mismos.” Una persona, por lo tanto, no necesita una ley formal que le diga que es malo matar, robar y cometer adulterio, etcétera, sino que ella sabe que esas cosas son malas. El Creador escribió en nuestros corazones cómo debemos vivir siendo seres morales responsables, y nuestras conciencias dan testimonio de eso.
Si un hombre sabe que sus acciones están de acuerdo con esta ley interior, su conciencia es “buena” (Hechos 23:1; 1 Timoteo 1:5, 1:19; Hebreos 13:18; 1 Pedro 3:16, 3:21), “limpia” (1 Timoteo 3:9; 2 Timoteo 1:3) y “sin remordimiento” (Hechos 24:16). Si lo que hace no está bien, su conciencia será “contaminada” (Tito 1:15; 1 Corintios 8:7) y “mala” (Hebreos 10:22) y lo acusará de sus errores. Si su vida es sustentada por malas acciones, su conciencia se tornará “cauterizada” (1 Timoteo 4:2), y él se volverá insensible a las acusaciones de ella. Así, en esa situación su conciencia ya no será un testigo confiable, como se ve en aquellos que son descritos en Romanos 1. Sin embargo, los hombres con conciencias cauterizadas son responsables de lo que hacen.
El Evangelio lleva la conciencia del hombre a la luz plena de Dios. Expone la obra consumada de Cristo en la cruz, y la persona que cree en el evangelio de su salvación es “sellada” con el Espíritu Santo (Efesios 1:13) y recibe una conciencia “limpiada” (Hebreos 9:14, 10:2). Esto no significa que el creyente no será más consciente de pecar, pero respecto al juicio eterno de sus pecados, él entiende que todo fue tomado en consideración en la obra expiatoria de Cristo, y su conciencia es silenciada para siempre en cuanto a este asunto.