Cristo El Centro
Charles Stanley
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Cristo, el centro: ¿Por qué nos reunimos a Su nombreúnicamente?
(Arr. de C.S. por J.H.S.)
Esta es una pregunta hecha a menudo a aquellos que se reúnen al nombre del Señor Jesús. Muchos han expresado el deseo de que un tratado claro sea escrito sobre el asunto. Las consideraciones siguientes se presentan afectuosamente a todos los amados hijos de Dios:
Primero. ¡EL VALOR DE CRISTO! Es Dios quien Lo ha exaltado y Le ha dado "un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla . . . y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, a la gloria de Dios Padre" (Flp. 2:9, 11). Así nuestro bendito Dios y Padre se ha deleitado en honrarle, quien es "la cabeza del cuerpo que es la iglesia; Él que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado" (Col. 1:18). En este nombre, tan precioso para todo creyente, se reunían todos los Cristianos en los días de los apóstoles; y cuando fue hecho correr el telón del futuro, ¿qué vio Juan, el siervo de Jesucristo? Al ver a Jesucristo, dijo: "Y Su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Y cuando yo Le vi, caí como muerto a Sus pies. Y Él puso Su diestra sobre mí, diciéndome: No temas: Yo soy el primero y el último" (Ap. 1:16, 17).
Una puerta se abrió en el cielo. ¡Qué visión!
La visión de la gloria futura del Cordero en medio de los millones y millones de los redimidos—"un Cordero como inmolado."
"Y cantaban un nuevo cántico." ¿Qué será estar allá; oír ese volumen de gozo indescriptible unirse a ese canto? Ninguno de los redimidos para Dios rehusará cantar: "Digno eres." Huestes angélicas exclamarán en alta voz: "El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza"; sí, toda la creación redimida se escuchará diciendo: "Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás." (Ap. 5:12-14).
Así será adorado nuestro adorable Señor, y reconocido en el cielo y por toda la creación. Este es el concepto de Dios, del Cristo resucitado; que una vez murió por nuestros pecados —el justo por los injustos, para traernos a Dios. Y así la voluntad de Dios será hecha en el cielo. Si alguna alma turbada y ansiosa leyese estas líneas, nótese bien que ésta es la gloria redentora de Cristo. ¿Y quiénes son esos millones de adoradores, redimidos por Su sangre? Malhechores moribundos, María Magdalenas, pecadores de la ciudad. ¿Y es digno Jesús de traer a los tales a la gloria? ¡Sí, el más santo, santo, santo Dios dice que Él es digno! y toda la creación exclama : "Amén." Oh! tú, querido lector, ¿Le das crédito a Dios ahora? Este Cristo resucitado es tan digno que Dios dice: "Séaos pues notorio ... que por éste os es anunciada remisión de pecados; y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que creyere" (Hch. 13:38, 39). Así es que la salvación es enteramente por Cristo. Bienaventurados aquellos que pueden decir: "Tenemos redención por Su sangre, la remisión de pecados." (Efesios 1:7).
No presumo poder exponer por medio de la pluma o la lengua la gloriosa preeminencia de Cristo. Señalo a las Escrituras que tan claramente declaran la dignidad de Cristo. Pero muchos que lean este folleto dirán: "¿Qué cristiano verdadero duda por un momento de lo digno que es Cristo, o de la grandeza de Su nombre exaltado?" Cierto, muy cierto, hay una cuerda en el corazón de todo cristiano que responde al nombre de Jesús. Pero la pregunta es, ¿qué mucha y qué tan grande es esa dignidad? Podrá haber cien cristianos en un pueblo, o mil en una ciudad — quiero decir, aquellos que realmente tienen redención por la sangre de Cristo, cuyos pecados son perdonados. Ahora, si Jesús es digno de la alabanza y de la adoración unidas de toda la creación, si todos los millones de los redimidos en el cielo se reunirán alrededor de Su adorable persona, entonces ¿no es Él digno de la adoración unida de cien en un pueblo, y mil en una ciudad, sobre la tierra ? Ciertamente en el cielo todo nombre y secta debe caer. ¿Y por qué no en la tierra?
Es un gran error suponer, entonces, que nos separamos de todo nombre y secta porque creemos que somos mejores que los queridos hijos de Dios en esas sectas; lejos sea el pensamiento; ¡no! es porque Jesús es digno — sí, digno del sacrificio de dejar luego todo nombre y secta, y de reunirse a Su nombre bendito — a Su Persona bendita — solamente. Sí, mis compañeros creyentes, Él es digno de que ustedes no reconozcan otro nombre sino el Suyo. ¿Qué pensarán los ángeles, sabiendo y deleitándose, como lo hacen, en el nombre exaltado de Jesús, cuando vean nuestras maneras sobre la tierra?
Las divisiones sobre la tierra deben presentar un oscuro contraste a la unidad del cielo. En muchos lugares todo el pueblo redimido de Dios puede verse llevando varios nombres; y ni aún dos o tres se reúnen en todo el pueblo en el nombre de Jesús únicamente. Y, sin embargo, muy ciertamente, Jesús es digno de que todo creyente en el lugar se congregue solamente en Su nombre.
Ahora, si la voluntad de Dios se hace tan claramente en el cielo, al congregarse todos a la persona del Cordero, ¿cómo puedo yo orar: " . . hágase tu voluntad en la tierra así como en el cielo," a menos que esté preparado a dejar todo nombre y secta sobre la tierra, como se hace en el cielo? ¿No sería más consistente admitir: "he estado en tal secta y todos mis amigos están allí; dispénsame, por lo tanto, de hacer Tu voluntad sobre la tierra, como la haré, y como se está haciendo, en el cielo ?" ¿Es demasiado reconocer el señorío de Cristo para la gloria de Dios el Padre, y de no reconocer a ningún otro sino a Cristo? Dios pone el valor más elevado al nombre de Jesús. El hombre dice que no importa qué nombre lleve ... ¿Y no es la naturaleza humana la misma en todas partes? ¿No hay la misma tendencia idólatra donde se reconoce cualquier nombre como la cabeza de una secta? Al exaltar ese nombre, el nombre de Jesús no es reconocido, hasta que al fin es una cuestión pequeña ser cristiano, pero una cuestión grande pertenecer a la secta. Ciertamente esto es "madera, heno y hojarasca," que no perdurará en el día venidero. En los días de los apóstoles, "Jesús" era el nombre exaltado sobre todo otro nombre. Exaltarse uno a otro, aunque fuese un Pablo, o un Cefas, era denunciado por el Espíritu de Dios como carnalidad y cisma. Aun tolerar otro nombre, o nombres, era virtualmente rebajar al glorioso Cristo al nivel de un hombre meramente (1ª Co. 1:12; 3:4, 5).
¿No es lo mismo hoy? Jesús es digno de la adoración unida de los millones de los redimidos que se reunirán en el cielo; por lo tanto, Él es digno de la alabanza y adoración unidas de todos los cristianos ahora sobre la tierra. No importa que hagan otros ya sea que reconozcan ese nombre solamente delante del mundo o no — compañero creyente, si deseas hacer la voluntad de Dios, tu camino es claro: deja todo nombre y secta, y congrégate solamente en el nombre de Jesús, el Señor exaltado del cielo.
Una pregunta puede ahora surgir en la mente en cuanto a qué orden de presidencia en la iglesia está realmente de acuerdo con la mente de Dios. Esto nos conduce a la
Segunda consideración. — LA SOBERANIA DEL ESPIRITU DE DIOS, es la segunda razón por la cual nos reunimos al nombre del Señor Jesús solamente. Antes de que Jesús se fuese de este mundo, al estar en medio de Sus discípulos, Él dijo: "Y Yo rogaré al Padre, y os daré otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no Le ve, ni Le conoce: mas vosotros Le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros" (Juan 14:16, 17).
El Señor Jesús prometió solemnemente que el Consolador o Guardián nos enseñaría todas las cosas. Jesús dice: "ÉL DARA TESTIMONIO DE MÍ" (15: 26). Observemos que Jesús no prometió una influencia; sino la real y divina persona del Espíritu Santo; una persona tan real como Jesús. Y tan realmente como Jesús dio testimonio del Padre, tan realmente debe el Espíritu testificar de Jesús. Y, además, que Él, el Espíritu Santo, nos guiará a toda verdad. "Él Me glorificará" (16:14). Esta promesa Dios la ha cumplido. Jesús, siendo glorificado en lo alto, Dios envió al Espíritu Santo (Hch. 2:4-38). Ahora, desde ese momento, buscamos en vano en el Nuevo Testamento cualquier presidencia en la iglesia excepto la dirección soberana del Espíritu Santo. Tan realmente como el bendito Jesús había estado presente con los discípulos en los Evangelios, así está el Espíritu Santo presente con la iglesia en los Hechos. El Pentecostés fue una admirable manifestación de la presencia y el poder del Espíritu Santo. Y otra vez, "Como hubieron orado, el lugar donde estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la Palabra de Dios con confianza" (4:31). Sí, fue tan real la presencia del Espíritu Santo, que Pedro, en el caso de Ananías, dijo: "¿Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo?" etc. (5:3). Y cuando el Evangelio fue predicado a los Gentiles, el Espíritu Santo cayó sobre ellos de la misma manera (11:15). También en Antioquía (13:52). Y cuán marcada fue la dirección del Espíritu Santo al Apóstol Pablo y sus compañeros, cuando "les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia", y "tentaron de ir a Bithynia; mas el Espíritu no les dejó" (16:6, 7). Véase también 19:2. Si ahora pasamos a 1ª Corintios 12, la presidencia del Espíritu en la Iglesia se declara con la mayor claridad: "Empero hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu." "Empero a cada uno le es dado manifestación del Espíritu para provecho" (vers. 4, 7).
Este pasaje a menudo se aplica al mundo, en oposición violenta al versículo de la Escritura que dice: "Al cual el mundo no puede recibir porque no le Le, ni Le conoce" (Juan 14 :17). Pero cualquiera variedad de don que haya en la Iglesia, "todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere." (1ª Co. 12:11).
Ahora, dígame ¿qué denominación reconoce así al Espíritu de Dios en nuestro día? No, el momento en que cualquier asamblea de cristianos reconoce así al Espíritu de Dios, en ese momento cesa de ser una secta, o denominación porque el Espíritu Santo no honrará a ningún nombre sino el nombre del Señor Jesús. Ahora bien, vamos a comparar una asamblea de hace mil novecientos años con una asamblea denominacional de nuestros días, y esto será claro. Todos los cristianos en una comunidad se reunían juntos al nombre de Jesús; el Espíritu dio diversidad de dones; algunos fueron dotados para predicar, otros para enseñar, otros para exhortar, y así sucesivamente con todas las diversas manifestaciones del Espíritu. Y Él, el Espíritu, estaba realmente presente en medio de ellos, repartiendo particularmente a cada uno como quiso. Hablan dos o tres—si algo es revelado a otro que está sentado, el primero calla—y éste es el orden de Dios; como leemos en 1ª Corintios 14:29-33: "Asimismo, los profetas hablan dos o tres, y los demás juzguen. Y si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero. Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los que profetizaren, sujétense a los profetas; porque Dios no es Dios de disensión, sino de paz; como en todas las iglesias de los santos." Cuando la dirección soberana del Espíritu de Dios era reconocida, éste era el orden claramente. Ahora entremos en alguna iglesia perteneciente a alguna denominación de nuestros días. Dígame ¿dónde se espera o se permite al Espíritu Santo dividir o repartir a todo hombre particularmente cómo quiere? Esto podrá no ser intencionalmente: se ha olvidado la dirección del Espíritu Santo. Un hombre llena su lugar; y ya sea que esté guiado o no por el Espíritu, o sea feliz en el Señor, debe ocupar el tiempo. Esto de no reconocer la presencia personal y la dirección soberana de Dios el Espíritu Santo es muy triste de cualquiera manera. Los diferentes dones no son ejercitados: la obra del ministerio llega a ser una carga para un solo hombre. Pero lo peor de todo es que el Espíritu de Dios no es reconocido en la asamblea para que guíe en la adoración, y un orden humano, o más bien, toda clase de desorden humano, toma lugar. Podrá sonar bien llamarle libertad de conciencia; pero ¿dónde está la libertad del Espíritu de Dios, para usar a los que Él quiera, para la edificación de la Iglesia de Dios ? ¿Es éste un asunto de poca importancia? ¿No fue el no reconocer la dirección y la presidencia de Dios por Su pueblo Israel, y el deseo de tener a un hombre por rey en lugar de Dios, un paso triste en el camino de descenso de ese pueblo? Y ¿cuál es la historia de los profetas, sino la de unos cuantos hombres (en medio del alejamiento general del pueblo de Dios) los cuales todavía encontraban y sostenían esta bendita realidad—la presencia de Dios? Cuán solemne la enseñanza en el libro de Jeremías: Se sentó solo, sin embargo, fue llamado por el nombre del Señor Dios de los ejércitos. Cuán dulces las palabras del Señor a él: "Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos" (véase Jer. 15:16-21).
Tal es, sin embargo, el solemne y bendito lugar en estos días de todos los que han sido conducidos a reconocer la presencia real del Espíritu Santo en la asamblea. En verdad se ha encontrado que las palabras del Señor son más dulces que las del hombre. Oh, ¡que todos los queridos hijos de Dios, en toda denominación, conocieran la bendición de una sujeción de corazón no fingida a la soberana dirección del Espíritu Santo! Donde esto exista, no en una forma simplemente aparente, sino real, Él testifica de Cristo de una manera tal que ninguna sabiduría humana puede imitar siquiera. A menudo los himnos por uno, las oraciones por otros, y la lectura de la Palabra, como es dirigida por el Espíritu Santo, manifiestan de tal manera la dirección divina, y dan tal sentimiento de la presencia de Dios, que solamente puede disfrutarse donde el Espíritu de Dios es reconocido así. Entonces no puedo ir donde no es reconocido Aquel a quien el Padre ha enviado a guiarnos y a guardarnos y a morar con nosotros hasta el fin, no importa que sea lo que lo sustituye — Dios tiene toda la razón, y el hombre está equivocado. No es una cuestión de opinión, sino de reconocer o quitarle el lugar del Espíritu Santo, como el guía soberano y el que preside en la asamblea. Yo he encontrado la realidad de Su misma presencia, por esto debo estar separado de toda comunidad ... donde Él no sea reconocido de esa manera.
Ahora digo la tercera razón por qué nos reunimos solamente al nombre de Cristo — LA UNIDAD DE LA IGLESIA; o, más correctamente, la unidad del un cuerpo. No estoy enterado de que haya tal pasaje de la Escritura como "una Iglesia"; pero hay "un cuerpo" (Efesios 4:4). La palabra traducida "iglesia" sencillamente significa "asamblea." Se usa así para describir una multitud de paganos, "la concurrencia," en Hechos 19:32, 39, 40. La Iglesia de Dios es la asamblea de Dios: en su aspecto local es de personas salvadas en cada lugar, que se congregan, como tales, para adorar a Dios, todos sus pecados siendo quitados para siempre (Heb. 10:17) ... Ninguna otra asamblea puede posiblemente llamarse una iglesia o asamblea de Dios. Ni podría aun una asamblea así llamarse verdaderamente la iglesia de Dios, en cuanto a la práctica, a menos que esa asamblea verdaderamente reconociera a Dios el Espíritu Santo, para que los guiase y guardase, en todas las cosas, como las asambleas de Dios lo hacían en los días de los apóstoles. Tomemos la ilustración siguiente: Supongamos que la Reina de Inglaterra envía a un comandante en jefe al ejército británico en la India, y que por un tiempo el ejército se pusiera enteramente bajo su mandato;. entonces podría llamársele propiamente el ejército de la Reina. Pero si ese ejército hiciera a un lado al comandante en jefe y nombrase otro; o si el ejército se dividiera en partes separadas, cada división nombrando a su propio comandante, cada soldado todavía sería un soldado británico, pero ¿podría ese ejército dividido llamarse correctamente el ejército de la reina? Habiendo hecho a un lado la autoridad del comandante en jefe nombrado por su Majestad, ¿no estaría cada división en un estado de insubordinación, y no sería falta de lealtad unirse a los rangos de cualesquiera de tales divisiones?
Ahora apliquemos esto a la iglesia o a la asamblea de Dios. Por un tiempo la autoridad del Espíritu Santo enviado del cielo fue reconocida, así como el ejército británico, por un tiempo, reconoció la autoridad del general en jefe de la Reina. Luego la autoridad soberana del Espíritu de Dios fue puesta a un lado ... por lo tanto, ninguna división de la iglesia que profesa puede llamarse la verdadera Asamblea o Iglesia de Dios más de lo que una división del ejército británico que dejara de reconocer al general en jefe, y pusiera a un comandante propio, podría llamarse el verdadero ejército de la Reina.
Estoy por completo de acuerdo en que la dirección personal del bendito Espíritu de Dios ha sido olvidada por tanto tiempo que es muy difícil hacer aun comprender a los cristianos lo que significa. Tomemos otra ilustración: Se anuncia que cierto estadista presidirá una reunión pública de los habitantes de cualquier pueblo señalado. La asamblea se reúne; el estadista viene; se pone en pie en la plataforma, ¡pero nadie lo reconoce! ¡él habla, pero aún nadie le conoce! Mensaje tras mensaje es enviado a su casa, rogándole que venga; ellos entonces desean su influencia, y no conociendo su presencia personal, nombran a algún otro para que presida. Ese es un cuadro exacto de las divisiones en el día de hoy. No importa de qué manera hayamos lastimado y no reconocido al Espíritu, sin embargo esa preciosa promesa se cumple: "Y os dará (el Padre) otro consolador, para que esté con vosotros para siempre." Sí, como el estadista estaba presente, aunque desconocido cuando las cartas fueron enviadas a su casa, así mismo el Espíritu Santo ha venido a la asamblea de cristianos, está presente en el mismo momento en que la oración se está ofreciendo en ignorancia, para que Él venga del cielo. Sí, al oír a muchos cristianos orar, uno casi creería que estaban orando por una influencia. ¿No sería ofensivo hablar de Dios el Padre como una influencia? ¿No sería muy repugnante decir que la vida de Dios el Hijo, sobre la tierra, fue solamente una alegoría o una influencia? ¿Y no es Dios el Espíritu Santo una persona tan real ahora sobre la tierra como lo fue el Hijo cuando estuvo en el mundo y ahora está en el cielo? Lo que un comandante es para un ejército, o un presidente para una reunión, así es el Espíritu Santo para la asamblea de Dios — mandando, dirigiendo, usando a los que Él quiera. Donde Él no sea reconocido así, ninguna asamblea, aun de cristianos, puede llamarse la asamblea de Dios; y por lo tanto de todas las tales asambleas así, debo separarme, si he de ser leal a Dios.
Pero podrá ponerse objeción: ¿No ha habido fracaso y división entre aquellos que profesaron reconocer el Espíritu de Dios? Tristemente es cierto; pero nada podría probar más claramente la verdad de estas declaraciones con respecto a la presencia del Espíritu. ¿Cuál ha sido la causa de toda la tristeza y división? El poner a un lado la dirección soberana del Espíritu Santo. Pero decir que el fracaso es una razón por la cual alguno no debe reconocer la dirección del Espíritu en la asamblea, o referirse a él como una excusa para permanecer donde Él no es reconocido, es como si una persona dijera que porque él, o algún otro cristiano, ha fracasado en su camino, por lo tanto él debe, como individuo, cesar de andar en el Espíritu. ¿No deben nuestros pecados y fracasos pasados hacernos más vigilantes y sinceros para andar en el Espíritu? Él solamente es el salvaguardia del cristiano y de la iglesia. ¡Bendito Guardián! La fuente de todo fracaso que la iglesia haya tenido siempre ha sido por no reconocer la dirección del Espíritu: no importa lo que venga, si ella solamente confía en su bendito Guardián, todo está bien. Así es con el cristiano; si anda según la carne, una bagatela podrá causar una caída; pero si anda en el Espíritu, no importa qué tentación haya, todo está bien. Cada fracaso pasado, entonces, en la iglesia, o asamblea, convoca a una sujeción genuina al Espíritu de Dios. ¿Qué pensarían ustedes si un hombre dijese: "Tal persona que profesaba ser cristiana ha fracasado, y se la ha encontrado embriagada en la calle; por lo tanto, continuaré siendo un bebedor y estar seguro" ? ¿No es lo mismo decir en principio: "Los tales hijos de Dios han fracasado en guardar la unidad del Espíritu; por lo tanto yo permaneceré ahora donde el Espíritu no es reconocido"? Les ruego, no juzguen esta pregunta solemne por el fracaso de los hombres, sino por la Palabra de Dios.
"Todas Mis cosas son Tus cosas, y Tus cosas son Mis cosas, y he sido glorificado en ellas . . . para que sean una cosa, así como también Nosotros." (Juan 17:10, 22). Estas preciosas palabras de Jesús abarcan a cada hijo de Dios durante esta dispensación. ¿Cuál entonces es la gloria que el Padre ha dado a Jesús? Él le ha "resucitado de los muertos, colocándole a Su diestra, en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero: y sometió todas las cosas debajo de Sus pies, y diólo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos" (Efesios 1:20-23). Y otra vez: "Y Él ES LA CABEZA DEL CUERPO QUE ES LA IGLESIA: EL QUE ES EL PRINCIPIO, EL PRIMOGENITO DE LOS MUERTOS, para que en todo tenga el primado." (Col. 1:18).
La gloria, entonces, dada a Jesús Le es dada a Él como el CRISTO RESUCITADO; y, como el Cristo resucitado, Él es el principio y la cabeza del cuerpo. Cada miembro, entonces, de aquel cuerpo debe resucitar con Cristo. Y así es que, si alguno está en Cristo, nueva criatura, o una nueva creación, es. Ahora, ¿no dijo Jesús, "Y la gloria que Me diste les he dado"? Y esto es cierto de todos los que son de Él. Entonces cada cristiano es uno con el Cristo resucitado, en la gloria más elevada, como está escrito: "Y juntamente nos resucitó, y así mismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Efesios 2:6).
¡Qué diferencia tan vasta, entonces, debe haber entre un cuerpo celestial resucitado y una sociedad terrenal! La única sociedad terrenal que Dios ha tenido era la nación de los israelitas. Aun durante el tiempo de la vida de Cristo, la pequeña compañía o rebaño de discípulos era de esa nación. No fue sino hasta después de su resurrección y ascensión a la gloria, que el Espíritu Santo podía darse para formar "la iglesia, la cual es Su cuerpo." Este fue el misterio guardado escondido desde siglos que la sociedad terrenal, o nación de los israelitas, por un tiempo estaría hecha a un lado; y que el Espíritu Santo tomaría de todas las naciones, judíos y gentiles, un CUERPO CELESTIAL — y que este cuerpo se uniría a la cabeza, en una gloria resucitada y elevada; bendito con todas las bendiciones espirituales en lugares celestiales EN CRISTO . . . Dondequiera que el hijo de Dios esté, en cuanto a su cuerpo en la tierra, en espíritu él es tan realmente una cosa en el Cristo resucitado como un miembro del cuerpo humano está unido a la persona a la cual pertenece. Así, pues, ser uno en Cristo no es unión, sino unidad perfecta. Como no pudiéramos decir "la unión" de los miembros del cuerpo humano, porque todos esos miembros constituyen una persona, así también es el Cristo celestial resucitado. "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres;" etc. "Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (1 Co. 12:12-28). Ciertamente el Espíritu usa el lenguaje más fuerte posible y las figuras más notables para expresar esta admirable unidad. Compárese el pasaje de arriba con lo siguiente: "Porque somos miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos" (Efesios 5:30). No dice que éramos una cosa con Él durante Su vida en la carne — eso sería imposible. Si Él no hubiera muerto, Él habría permanecido solo (véase Juan 12:24). La unidad terrenal de hombres pecadores con un Cristo sin pecado no podría ser; no, Él debía morir, y ha muerto por los pecados de muchos; y habiendo pasado por la muerte por ellos, como su sustituto habiendo, por medio del derramamiento de Su preciosa sangre, pagado su rescate, Él ha sido levantado de entre los muertos, y como su fiador justificado (Isaías 50:8). Y, todo esto por nosotros; "Resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4:25). Y así somos considerados muertos con Él, justificados con Él, y una cosa con Él en ese estado resucitado, justificado y sin pecado. De tal manera que somos, no éramos, una cosa con Él. Como un hombre es una sola persona, aun cuando tenga muchos miembros, así es el Cristo resucitado; aun cuando teniendo muchos miembros sobre la tierra, sin embargo todos unidos a Cristo y una cosa con Él y en Cristo, la cabeza, en el cielo. "Somos miembros de su cuerpo." "Hay un cuerpo" (Ef. 5:30; 4:4). Qué creación nueva tan admirable —una nueva existencia, trasladados al reino de Su querido Hijo—ya somos, no seremos cuando muramos. "Nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de Su amado Hijo." (Col. 1:13). Este hecho de olvidar esta realidad actual, la unidad de la iglesia entera de Dios en el Cristo resucitado en la gloria celestial, es una causa triste de los sistemas mundanos y las divisiones terrenales que los hombres llaman iglesias. A menudo pregunto: "Cuando estén en el cielo, ¿serán toleradas las sectas y las divisiones?" "¡Oh! ¡Por supuesto que no!" es la respuesta. Cristo entonces será todo. ¿Pero no estamos ahora resucitados con Él y sentados en los cielos? (Ef. 2:6). ¿Y no es Cristo el todo ahora? (Col. 3:11). En la nueva creación "no hay judío ni griego, bárbaro ni scytha, siervo ni libre; ¡oh, no! "Cristo ES EL TODO." "Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto es de Dios." (2ª Co. 5:17, 18). Y esto es cierto de todo hombre en Cristo. Él es una nueva criatura.
El cuerpo resucitado de Cristo, entonces, es uno, compuesto de todos los verdaderos creyentes de cada nación; una nueva creación de entre los muertos: resucitado juntamente y unidos por Dios el Padre (Efesios 2). Nunca puede separarse (Romanos 8:39). No hay ningunas divisiones en ese cuerpo celestial, ni tampoco las puede haber; porque las cosas viejas pasaron. ¡Bendito Jesús! Tu oración es contestada "Que todos sean una cosa" (Juan 17). Sí, todos los que creen son uno con Cristo en lugares celestiales.
¿Cuál, entonces, es la voluntad de Dios en cuanto a los creyentes sobre la tierra?, porque aun cuando somos una cosa con Cristo en el cielo, sin embargo, estamos todavía por un corto tiempo ausentes. No quiero expresar opiniones, más bien: ¿qué es la mente del Señor? ¡Pregunta solemne! Quiera Él darnos la gracia para que hagamos Su preciosa voluntad.
Que Dios condena la división, nadie de los que se inclinan a Su palabra inspirada desearía negarlo. A la primera aparición o retoño de las divisiones, el Apóstol dijo: "Os ruego, pues, hermanos, por el NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones . . . Cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos; y yo de Cefas, y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo?" (1ª de Co. 1:10-13). Ciertamente no puedo equivocar la mente del Señor en este día, cuando cada uno dice: "Yo soy de Roma, yo de Grecia, yo de la Anglicana, yo de Wesley," etc., etc. Dios ruega a todos los creyentes por la gloria y la preeminencia del nombre del Señor Jesús que no haya divisiones. Ni un solo nombre o división puede Dios tolerar. Permitir cualquier nombre menos el de Cristo, es rebajar Su bendito nombre al mismo nivel — yo de Pablo, y yo de Cristo. Si es así la voluntad de Dios de que no haya divisiones, ¿cómo puedo yo pertenecer a cualquiera, o cómo puedo apoyar cualquiera secta, sin desobedecer a la mente revelada de Dios? Lector, contesta esa pregunta en la presencia de Dios, con Su Palabra delante de ti.
Para que no haya ninguna equivocación, el Espíritu de Dios habla de nuevo sobre el mismo tema: "Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y divisiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo cierto soy de Pablo; y el otro: Yo de Apolos; ¿no sois carnales?" (1ª Co. 3:3-4).
Si se lastima al Espíritu así al decir: "Yo soy de Pablo, o de Apolos" ¿le agrada ahora al Espíritu que digamos: "soy de Wesley, soy de los Independientes"? ¿Es esto espiritualidad, o es carnalidad? — ¿lo aprueba Dios o lo desaprueba?
Sí, Dios no podría hablar más claramente, no solamente en cuanto a lo que Él condena, sino también lo que es Su voluntad en cuanto a lo que es recto: "Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros" (1ª Co. 12:25). El hombre dice que debe haber sectas, y desearía que yo me juntara a una de ellas o ayudase a aumentarla. Dios dice que no debe haber ninguna, porque el cuerpo es uno; ¿ obedeceré a Dios o al hombre ? Juzgad vosotros.
Qué unidad tan bendita — uno con la cabeza arriba, y uno con cada miembro aquí abajo. Sí, cada miembro — cada cristiano sobre la tierra. Cuán preciosa es la voluntad de Dios: "Por manera que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen, y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (1ª Co. 12:26, 27).
Ciertamente, hasta ahora, no hemos reconocido esta admirable unidad. Pero no rebajemos el ideal. No llamemos bueno a lo malo. Ciertamente la división es un mal, y una cosa amarga ante la vista de Dios. ¡Él aun la clasifica con pecados tales como el adulterio, el homicidio y la embriaguez ! (Gálatas 5:17-21). La palabra "herejía" traducida significa "sectas." ¡Oh, entonces volvámonos al Señor con profunda humillación! Confesemos el pecado común la vergüenza de la iglesia dividida.
Somos llamados a la unidad celestial con el Cristo resucitado. Es la voluntad de Dios que "andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; con TODA humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu", (Efesios 4:1-4). ¿Quieres tú, mi querido creyente, hacer la voluntad de Dios? Aquí, entonces, está el bendito sendero: la unidad del Espíritu. Este debe ser siempre la cabeza — Cristo. El bendito Espíritu reúne a la persona de Cristo; y donde están dos o tres reunidos a SU NOMBRE, allí está Él en medio de ellos. (Véase Mat. 18: 20). El hombre hace una reunión en cualquier nombre que le gusta. Es división o esparcimiento. El Espíritu solamente reúne los creyentes a Cristo. Las dos cosas son tan diferentes como la unidad del cielo y el esparcimiento de la tierra.
Todos los creyentes son "una cosa" en el Cristo resucitado; y la voluntad de Cristo es que esa unidad sea manifestada al mundo entero. ¡Cuán profunda y conmovedoramente se ve esto en las comunicaciones mutuas del Hijo con el Padre! "Para que todos sean una cosa; como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean en Nosotros una cosa: PARA QUE EL MUNDO CREA;" y otra vez: "Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean consumadamente una cosa; y QUE EL MUNDO CONOZCA que Tú Me enviaste, y que los has amado, como también a Mí Me has amado" (Juan 17:21, 23). Así, en lugar de divisiones terrenales y discordia, el bendito Señor desea que nosotros manifestemos al mundo nuestra unidad con Él ... [por nuestro testimonio ahora; más tarde la unidad se verá con Él en gloria. J.H.S.] De cualquiera manera que hayamos fracasado, no por eso estoy dispensado de fidelidad al Cristo resucitado, y no puedo, por lo tanto, ser identificado con ninguna cosa que Le deshonre a Él, o que sea contraria a Su mente. Se ha demostrado que las sectas y las divisiones son enteramente contrarias a la voluntad de Él; por lo tanto, debo separarme de todas ellas, si he de andar de acuerdo con la Palabra de Dios. No puedo reconocer a ninguna iglesia sino al único cuerpo; ningún principio de dirección en la iglesia sino el del Espíritu Santo; ningún nombre sino el del Señor Jesucristo, la única cabeza del cuerpo resucitado, la iglesia de Dios.
El camino podrá ser difícil — pero ¿cuándo ha sido fácil el sendero de la fe? Estos son tiempos peligrosos. A lo malo se le llama bueno; a lo bueno malo: a la indiferencia neutralidad. "Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo ... Por tanto, no seáis imprudentes, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor." (Efesios 5:14, 17).
Añadiré unas cuantas palabras, en conclusión. Dios puede reunirnos sólo al nombre del Señor Jesús. No es que nos reunimos por nuestra propia voluntad. Debemos buscar solamente la gloria de Cristo; y también ganar almas para Él. No nos avergoncemos de Su precioso nombre, y del bendito lugar en el cual Él nos ha puesto como testigos Suyos. ¡Sí! levantémonos como un solo hombre para hacer saber los reclamos de Cristo. Pero esto puede hacerse solamente con una fe firme. Podrá haber el nombre y la forma y no el poder. Si somos reunidos al nombre del Señor Jesús, ¿esperamos siempre que el Espíritu testifique de Él? Si los hombres van a oír a un predicador elocuente, esperan oírle a él. ¿Esperamos así nosotros la enseñanza del Espíritu de Dios por la Palabra ? ¿No Le Place a Dios usar los dones que ha dado en la iglesia? Sí. No estoy hablando de un impulso ciego, o de lo que algunos llaman la luz interna de un hombre. ¡No! Pregunto, ¿creemos realmente en la presencia de la persona divina del Espíritu Santo? Entonces que ninguno se levante a dar sus propios pensamientos, ya preparados, por decirlo así, y que el más débil no diga, "No reúno las condiciones para que Dios me use." Que haya una verdadera entrega de nosotros a Dios; para estar en silencio, o ser usados para hablar las palabras que Él dé — podrá ser solamente la lectura de un versículo de la Escritura. ¿No hemos sentido a menudo más del verdadero poder de la presencia de Dios en un tiempo así de lo que podemos posiblemente describir? Cuán bendito es sentir que estamos en Su presencia; escuchar Sus palabras, como si Él estuviese hablando en una voz audible. ¡Oh, que haya mucha oración ferviente para que la dirección del Espíritu de Dios sea manifiesta — sentida y vista en cada reunión! ¡Tened fe, hermanos míos, en Dios! ...
Hay trabajo para cada miembro, según la medida de la gracia. Todos no pueden hablar en público; pero ¿no puede Dios usar los esfuerzos más débiles — una palabra de paso? Sí, a menudo la oración de un hombre pobre, lleno del Espíritu, es de más bendición para los santos de Dios que la elocuencia de un Apóstol.
Quiera el Señor Mismo dirigirnos a una sumisión genuina al Espíritu Santo, de acuerdo con Su bendita Palabra. FIN. C.S.