El altar de perfume

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Éxodo 30:1-10; 37:25-27; 40:5; Levítico 4:7; 16:18-19
El altar de perfume estaba dentro del Lugar Santo. Estaba hecho de madera de Sittim y de oro, y tenía una corona de oro en derredor.
Aquí debemos distinguir entre este vaso y el altar del holocausto. El altar delante de la puerta era de madera de Sittim y cobre; el altar dentro del Lugar Santo, de madera y oro. El altar de cobre era el lugar de sacrificio; el altar de oro el lugar de incienso. En aquél había continuamente un derramamiento de sangre; en éste un perfume perpetuo. El significado de todo esto es importante por las siguientes razones:—
(1) El altar, de bronce, era del holocausto, y era figura de Cristo en la cruz.
(2) El altar, de oro, de perfume representaba a Cristo resucitado y glorificado. Cristo en su sacrificio en la cruz estuvo por nosotros en el lugar de muerte y juicio, y así satisfizo nuestra profunda necesidad como pecadores. Allí en la gloria Cristo siempre vive por nosotros en la presencia de Dios, supliendo toda nuestra necesidad como sus santos y adoradores. Fuimos redimidos por su sacrificio en la cruz; por fe perdonados, aceptados y hechos cercanos a Dios; y por su intercesión nos mantiene en comunión.
Fue hecho de madera de Sittim y oro. La madera era figura de su humanidad perfecta; el oro, de su gloria divina como Hijo de Dios.
Exteriormente, no había ningún oro visible. Cuando Jesús estuvo en el mundo, era siempre el Dios-hombre como lo es ahora en el cielo, pero el oro—su gloria divina—fue escondido de los ojos de los hombres.
Como dice en Isaías 53:2-3: "No hay parecer en él, ni hermosura: verlo hemos, mas sin atractivo para que deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres."
Sí, pasó Jesús por esta tierra en humillación, no en gloria. Apareció entre los hombres "en forma de siervo," y en "semejanza de hombre" (Filipenses 2:7). Pero allá arriba donde está glorificado, el oro se ve en todo su brillo, y no hay velo para esconderlo. Él es el hombre Cristo Jesús tanto ahora como cuando estuvo en los brazos de María y ella lo apretó en su seno. Se compadece tanto ahora como cuando lloró ante el sepulcro de Lázaro, y desea que le conozcamos y que nos gocemos en Él como el que así quita nuestras penas. Está tan ocupado con nosotros ahora en medio de toda su gloria como cuando en su angustia nos amó hasta sangrar y morir. Su amor jamás puede enfriarse, porque es como "El mismo, ayer, y hoy, y por los siglos" (Hebreos 13:8). ¡Cuán bendito es conocerle allá como "el altar de oro...delante del trono" (Apocalipsis 8:3), el que vive para siempre para interceder por su pueblo abatido y cansado! (véanse Hebreos 7:25; Romanos 8:34). Puede "compadecerse" de nuestras flaquezas, porque es Hombre; puede "socorrer a los que son tentados," porque es Dios (véase Hebreos 4:15; 2:18),
Tenía una corona de oro
Hemos visto que el altar de perfume tenía una corona de oro en derredor. "Vemos coronado de gloria y de honra a Jesús" (Hebreos 2:9). Alrededor del altar del holocausto no había corona, sino sangre y cenizas allí. Esto nos hace recordar sus agonías en el Calvario. No hubo diadema de gloria en las sienes del Santo supliciado allí; solamente la corona enredada de espinas cuyos rubíes eran las gotas de sangre—joyas, de veras, de valor sin precio para el corazón del creyente. Pero en aquellas mismas sienes, donde las manos malvadas impusieron una corona de espinas, la mano de Dios ha puesto una corona de honra y gloria, Sus "aflicciones" ya se pasaron; sus glorias seguirán para siempre. Cuando venga Cristo en gloria, va a deponer al falso, el Anticristo, y sus glorias efímeras desaparecerán para siempre. Todo linaje, y lengua y pueblo se unirán para cantar:
"¡Ved a Cristo, ser de gloria!
Es del mundo el vencedor;
De la guerra vuelve invicto,
Todos deben darle loor.
¡Coronadle! ¡Coronadle!
Coronadle Rey de reyes;
Homenaje tributadle,
Tributad al Salvador."
Aquellos, a quienes el Señor ha ganado para sí, librándoles del dominio de Satanás, éstos y solo éstos pueden verdaderamente adorar a Dios con voz alegre. De veras es una burla, en este siglo de Su rechazamiento, invitar a "todo pueblo que mora en la tierra" a cantar al Señor con voz alegre, cuando la mayoría de ellos son "hijos de desobediencia" (Efesios 2:2) y enemigos de Dios. Este mundo es culpable de haber repudiado su nombre bendito y rechazado en general su autoridad.
"Y quemará Aarón sobre él, sahumerio de aroma cada mañana" (Éxodo 30:7). Leemos en Hebreos 13:15: "Ofrezcamos por medio de él a Dios siempre sacrificio de alabanza." En Apocalipsis 1:6 leemos:
"Nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre." Así pues, se entiende que ahora Cristo es el altar y los creyentes en Él son los sacerdotes. El lugar terrenal de Dios de antaño era el tabernáculo y después el templo para la adoración; pero nuestro altar de oro está en el cielo, y allá por fe entramos en espíritu y adoramos a Dios por medio de Cristo.
De una manera especial, el primer día de la semana congregamos a Cristo para partir el pan (Hechos 20:7) en memoria de Él hasta que venga, pero en todo tiempo y en todo lugar el creyente debe de estar con ánimo para adorar. "De ti será siempre mi alabanza" (Salmo 71:6). "Dando gracias siembre de todo al Dios y Padre" (Efesios 5:20). ¡Que sea así nuestra ocupación diaria, queridos lectores!