El orden

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El orden en que los mandamientos sobre el tabernáculo y sus vasos fueron dados por Jehová a Moisés era de adentro hacia afuera (véanse Éxodo capítulos 25 y 26), empezando con el arca del testimonio dentro del lugar santísimo y terminando con el atrio y sus puertas afuera; es decir, de Dios hacia el hombre. Nos enseña, pues, que la senda del Hijo de Dios fue desde el seno del Padre hasta el pesebre de Belén y la cruz del Calvario, donde Cristo alcanzó al pecador en toda su culpabilidad y necesidad.
Pero, el orden en que comprendemos la verdad es de afuera hacia adentro. Entramos por la puerta dentro del atrio para luego pasar al altar del holocausto.
Esto nos será muy claro el momento en que recordamos que, como pecadores, nuestro lugar era sin Dios y alejados de Él. Nuestra condición naturalmente era así, destituida de la gloria de Dios, "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2:12). En tal condición de pecador perdido, ¿cómo puede él tener comunión con el Dios santo? ¿Cómo puede entrar en su presencia? La respuesta procede de los labios del Señor Jesucristo: "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo" (Juan 10:9).
Una vez dentro de la puerta, seguimos al Altar, donde aprendemos de Jesús como el Sacrificio y el Sacerdote. Salvos por gracia, luego tenemos una entrada en el Lugar Santo para adorar a Dios y para "contemplar la hermosura de Jehová," dentro de su morada. Es decir, debemos crecer en el conocimiento de la verdad. Por ejemplo, el joven en Cristo ya le tiene como su Salvador, y más no puede tener. El anciano salvo muchísimos años no tiene más que el niñito con respecto a su posición; lo que tiene el anciano es un conocimiento más íntimo de Cristo como su Señor. Entonces seguiremos con nuestro tema y empezaremos por mirar el atrio del tabernáculo.