El lugar santo

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Éxodo 26:33; Hebreos 9:6
El tabernáculo, o tienda, era dividido en dos distintos compartimientos, que diferían en tamaño y nombre. El primero y más grande de éstos fue llamado el "Lugar Santo;" el segundo, el "Lugar Santísimo," o "el Santuario."
Ahora, el Lugar Santo tenía tres muebles especiales: (1) el altar de perfume, (2) la mesa del pan de la proposición, (3) el candelero de oro. Era, pues, un lugar de privilegio y servicio sacerdotal, y dentro de sus recintos los hijos de Aarón el sacerdote hacían diariamente los "oficios del culto" (Hebreos 9:6). Dentro de sus paredes sagradas no se permitía pisar pie ni servir mano de hombre alguno salvo el de un sacerdote consagrado.
Es de notar que la congregación de Israel tenía acceso al atrio (pero no sin sacrificio), y no más allá. Podrían traer sus ofrendas al altar de bronce, pero al altar de oro en el "Lugar Santo" les estaba prohibido llegar. ¿Qué nos enseña todo esto? Creemos que la enseñanza figurativa aquí nos señala el lugar de bendición no solamente amplio, sino único, perteneciente a los creyentes de esta dispensación como "sacerdotes para Dios" (Apocalipsis 1:6). Tal título de honra y bendición especial es poco entendido o apreciado por muchos de los redimidos a quienes pertenece por la gracia de Dios.
Vamos a meditar un poco sobre este particular. En Israel había una sola familia, la de Aarón, de la tribu de Leví, la que estaba investida del sacerdocio. Para compartir de sus privilegios era necesario nacer dentro del seno de aquella familia.
El título era hereditario, y pasaba a los descendientes, pero en este siglo de gracia y bendición espiritual es exactamente lo opuesto. Por nacimiento natural todos, sin excepción, "están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23), y "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2:12), mas por el nacimiento espiritual, o por "nacer otra vez" (Juan 3:1-7), todos los "hijos de Dios" (Juan 1:12-13) son constituidos sacerdotes. Tal es una de las grandes diferencias entre las dispensaciones de aquella ley y de esta gracia, y uno de los notables hechos que hace distinguirse la cristiandad del judaísmo.
En la familia de Dios, nacida de arriba, no se reconocen distinciones entre "sacerdotes" y "laicos." En 1ª Pedro 2:5, 9 leemos: "Vosotros sois...un sacerdocio santo...linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido." Se aplican, pues, estas palabras a todos los santos de Dios. El más flaco y débil de los redimidos del Señor puede apropiárselas y gozar de los privilegios que significan, juntamente con el más desarrollado o más sabio en las cosas de Dios. Los dones o las cualidades particulares dados a cada uno por la gracia de Dios no entran aquí; el sacerdocio en su esencia, extensión, esfera de bendición y privilegios que le pertenece, es el derecho que corresponde a todos los santos (redimidos) en virtud de su nacimiento espiritual.
No debemos olvidar que es "la sangre preciosa de Cristo" que nos ha hecho cercanos. En su gracia condescendiente Cristo bajó para levantarnos de las profundidades de nuestra ruina, y no satisfecho con sólo rescatarnos, nos levantó al rango de "un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo" (1ª Pedro 2:5).
El sacerdote de Israel, aceptado por medio de los sacrificios ofrecidos en el altar, limpiado por el agua de la fuente y ungido con el aceite santo, es figura de un creyente acepto en el Amado, limpiado por el lavamiento de la regeneración y por la Palabra de Dios, ungido del Espíritu Santo, y así hecho apto para acercarse a Dios. La sangre de Jesús es el título seguro del derecho, la purificación diaria por la Palabra es la condición imprescindible y el Espíritu de Dios es el poder eficaz para que desempeñemos las funciones de nuestra vocación sacerdotal (véanse Hebreos 10:19-22; Efesios 2:18).