La mesa con el pan de la proposición

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Éxodo 25:23-30; 37:10-16; Levítico 24:5-9
El próximo mueble del Lugar Santo es la mesa de la proposición con sus doce panes.
Fue hecha de madera de Sittim, revestida de oro con una cornisa de oro alrededor. Había una moldura del ancho de una mano, y después otra cornisa de oro en circunferencia. Doce panes hechos de flor de harina y cubiertos de incienso limpio estaban sobre la mesa dentro de la segunda cornisa en dos hileras. Al fin de cada semana eran sacados por el sacerdote, y reemplazados por doce panes nuevos; luego los sacerdotes comieron los primeros como su comida en el Lugar Santo. La mesa estaba dentro del Lugar Santo al lado del norte, enfrente del candelero de oro.
En el temor de Dios vamos a considerar la verdad preciosa que se presenta aquí en figura. La mesa con su pan exhibe un doble aspecto de la verdad: el uno hacia Dios, y el otro hacia el hombre. Primero, está delante de Dios, como presentándole a Cristo, "el pan de Dios:" luego, es el lugar donde los creyentes se alimentan del mismo Cristo, "el pan que descendió del cielo" (Juan 6:33, 58).
La mesa, en sí, pues, representa a Cristo resucitado—Cristo como el Dios-hombre, glorificado en los cielos y apareciendo ahora en la presencia de Dios. Pero no solamente había mesa, también había pan —un pan para cada tribu del pueblo de Israel. Así que, los doce panes también prefiguraban a las doce tribus en su unidad y perfección, la pequeña tanto como la grande. Cada una estaba representada allí, y cuando el ojo de Jehová descansaba sobre aquella mesa santa, descansaba también sobre Su pueblo. Ni una de ellas fue olvidada. La palabra traducida "pan de la proposición" significa "el pan de la presencia," o "el pan de los rostros." Quiere decir que estaba continuamente delante de su rostro. La figura es evidente: ¡con qué gozo sin límite el ojo del Padre ahora contempla a aquel Hombre glorificado en los cielos! Allí está nuestro Pontífice, fiel y misericordioso, quien siempre intercede por nosotros, el centro de la delicia del Padre.
No podemos medir la extensión del amor del Padre hacia el Hijo, tampoco hacia nosotros sus hijos. Somos amados y verdaderamente bendecidos, "aceptos en el Amado" (Efesios 1:6). Todos los santos son completos en Él, y están de continuo delante de la faz del Padre, presentados y cubiertos del incienso fragante del Nombre sin par y de la obra perfecta del Hijo.
La cornisa de oro alrededor del pan lo guardaba en su lugar, e impedía que se cayera cuando los levitas llevaban la mesa por el desierto. Cristo no solamente nos trae a este lugar, pero nos guarda allí. Cierto que tropezamos bastante, pero no debemos olvidar que estamos cercados de amor eterno, omnipotente y divino; amor que nunca tendrá fin. "Con amor eterno te he amado" (Jeremías 31:3).
Pero hay otro aspecto de la mesa y el pan, sobre el cual será provechoso que meditemos un poco. Jehová proveyó esta mesa para sus sacerdotes, y así el "pan de la presencia" vino a ser su comida. Se alimentaban ellos de aquel pan en la presencia de Dios, teniendo como si fuera su parte en su propia delicia en Él, más, su propia apreciación de Él. En la misma forma nosotros somos llamados a participar del gozo de Dios en Cristo, alimentándonos del pan de Dios mismo. Dios nos llama a participar y gozar de la comunión del Padre y de su Hijo, o, mejor dicho: hemos sido llamados a la comunión del Padre y de su Hijo, y es nuestro privilegio gozar de aquella comunión de día en día (véase la Juan 1:3).
Así vemos que lo que se expresa en figura aquí es la comunión con Dios. Hubo adoración en el altar, y comunión en la mesa. Todo esto nos ilumina en cuanto a la mesa del Señor. Referente a la "Mesa del Señor" (1ª Corintios 10:21), y la "Cena del Señor" (1ª Corintios 11:23-26), debemos saber que siempre ha sido obra de Satanás procurar corromper y degradar las cosas santas, y toda la fuerza de su ataque parece haberse concentrado en todos los siglos sobre la "Mesa del Señor," y la "Cena del Señor." Cuánto éxito ha logrado, podemos verlo al detenernos a contrastar lo que se hace pasar como "la Cena del Señor" con lo que está escrito de ella en la Palabra de Dios. Apenas puede verse entre las sectas de la cristiandad un vestigio de la fiesta santa y sencilla instituida por el Señor, y primeramente celebrada por sus discípulos en el aposento alto. La "misa" del romanismo y el "sacramento" del protestantismo son ambos igualmente una caricatura de la verdadera fiesta. Pero el diseño todavía está en la Palabra de Dios para todos los que tengan voluntad de ponerlo por obra.
En relación con aquellos que fueron convidados a aquella mesa del "pan de la proposición," hay dos o tres puntos a los cuales queremos llamar la atención.
Primeramente, se nos dice quienes no debían venir; después quienes debían venir y por último cuántas veces debían venir. El Señor puso mucho cuidado para decirles todo al respecto. No se les dejó nada que suplir o arreglar a ellos; por esto entendemos que, como el Señor se cuidaba tanto de cada detalle, cuánto más debemos nosotros manifestar cuidado de conservar la honra de Él en medio nuestro.
En Levítico 22:10 leemos: "Ningún extraño comerá cosa sagrada; el huésped del sacerdote, ni el jornalero, no comerá cosa sagrada."
Aquí hay tres clases a las cuales les fue prohibido participar de la comida del sacerdote, y representan, pues, tres clases de inconversos. "Ningún extraño," representa al hombre en su estado natural (Efesios 2:11-12) que se atreva a tomar la Cena del Señor. "El huésped del sacerdote" pueda representar un amigo íntimo invitado a estar allí por un creyente en comunión que no está bien instruido en las cosas del Señor. Nadie tiene el derecho de invitar a otro a la Mesa del Señor, por cuanto que la mesa no es del creyente, sino del Señor, y la gloria y honra de Cristo sobre todo debe ser mantenidas allí. En el caso de la mesa de la proposición un amigo podía haber venido para quedarse con el sacerdote, pero llegado el sábado era obligatorio decirle que no podía entrar en el Lugar Santo ni comer las cosas santas. La naturaleza humana se retrae de esto. ¡Qué más natural que llevar a su amigo consigo! Dice: "Tal vez le haré bien y le enseñaré a reverenciar a Dios." Pero los razonamientos humanos no valen nada a vista de la Palabra de Dios. Muchas veces son diametralmente opuestos a la Escritura, y cuando se deja que aquellos la sustituyan, el resultado es apostasía. Esto se lleva a cabo descaradamente en el día de hoy. Los hijos de padres creyentes, cuando llegan a cierta edad, y sus familiares y amigos cuando llegan de visita, a veces son llevados a la Mesa del Señor casualmente, sin preguntar si han "nacido otra vez" o no. Para la carne es mucho más agradable llevarles allí que decirles francamente que se sienten atrás hasta que se manifieste a todos que son verdaderamente convertidos.
Quisiéramos observar que este privilegio es nuestro individualmente como creyentes. Hemos oído algunos hijos e hijas de creyentes decir, "porque nuestros papás son salvos y están en la mesa del Señor, nosotros también somos salvos y tenemos el mismo derecho." Esto es un error muy grave.
Es fácil llegar a creer que un hijo o pariente sea convertido, especialmente si el discernimiento espiritual es escaso, por lo tanto, es mejor en todos estos casos que los parientes cristianos lo dejen al discernimiento de otros. No dejemos, pues, que la miel de la naturaleza humana impida la examinación fiel de aquellos que buscan un asiento en la Mesa del Señor.
"Ni el jornalero, no comerá cosa sagrada." Un hombre que trabaja para salvarse el alma no debe estar en la mesa, aunque muchos sí, comulgan, porque se les dice que es "un medio de gracia," y que en el sacramento "Cristo nos comunica los beneficios de la redención." Tal proceder es pura anarquía, y lleva a la completa subversión de la Palabra de Dios.
Consideremos también otro aspecto de la comunión cristiana. En Levítico 22:4, se lee: "Cualquier varón de la simiente de Aarón que fuere leproso, o padeciere flujo, no comerá de las cosas sagradas hasta que esté limpio." No se habla aquí del verdadero sacerdocio, ya establecido, más bien del peligro de la contaminación que inmediatamente le haría al sacerdote inhabilitado para gozar de sus privilegios. Esta es una cosa muy solemne. Un verdadero creyente puede mancharse con la lepra de maldad tolerada y abrigada, sea doctrinal o moral, de modo que se haga inapto para tener comunión con los santos, ¡cuánto menos con el Dios santo! Tal fue el caso de algunos de los santos en Corinto (véase 1ª Corintios 5). Uno estaba practicando la iniquidad y la asamblea tolerándola hasta que fue necesario excomulgarle; les fue mandado a los santos por el apóstol Pablo, que le quitaran de entre ellos. ¡Cuidado con el pecado! Es contagioso, y si se permite al contaminado que entre y salga a su gusto, pronto la enfermedad brotará en otros. No es que el tal cesa de ser cristiano, pero ya está inmundo y seguirá así, hasta que fuere restaurado. Se oye a veces que uno dice: "La mesa es del Señor y así nadie me puede privar de estar allí." ¡Qué conclusión extraña de tan solemnes premisas! Una cosa más apropiada sería decir: "siendo la mesa la del Señor, tengo yo que humillarme en el polvo para que no sea manchada por mi pecado la gloria y honra de mi bendito Señor."
En todo caso, referente al postulante a la mesa del Señor, es el deber de los ancianos de saber si el tal es—
Salvo y tiene seguridad de su salvación (véase Juan 5:24; 9:25; 10:27-30; 1ª Juan 5:13).
Si anda con Cristo en separación del mundo, sus placeres, sus iniquidades y sus sistemas religiosos (véase 2ª Timoteo 2:19-22).
Si anda en santidad de vida (véase Efesios 4:22-24; 1ª Pedro 1:15-16).
Si tiene sana doctrina (véase 1ª Timoteo 4:16):
En Hechos 2:41-42, leemos: "Así que los que recibieron su palabra fueron bautizados: y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones."
En conclusión, debemos cuidarnos de no excluir a cualquiera que el Señor haya convidado a su mesa. A uno que es débil en la fe se nos manda, "recibidle" (Romanos 14:1) y después "soportadle" (1ª Tesalonicenses 5:14). ¡Que el Señor nos ayude a conservar el equilibrio espiritual y discernir entre la flaqueza y la contaminación!
Los tiempos han cambiado y también las ideas y costumbres de los hombres, pero la Palabra de Dios es siempre firme e incambiable.