Esdras 7-8

Ezra 7‑8
 
Esdras enviado a Jerusalén por el rey gentil
¡Ay! Este no fue el final de la historia. Dios, en Su bondad, todavía debe velar por la infidelidad y los fracasos de Su pueblo, incluso cuando no son más que un pequeño remanente que por Su gracia ha escapado de la ruina. Él lo pone en el corazón de Esdras, un escriba listo en la ley de Moisés, para pensar en el remanente en Jerusalén, para buscar la ley de Jehová, para enseñarla y hacer que se observe. Aquí nuevamente sigue siendo el rey gentil quien lo envía para este propósito a Jerusalén. Toda bendición es de Dios, pero nada (excepto la profecía, en la que Dios era soberano, como ya hemos visto en el caso de Samuel en el momento de la caída del pueblo), nada en el punto de autoridad viene inmediatamente de Dios. No podía pasar sin reconocer el trono que Él mismo había establecido entre los gentiles sobre la tierra. E Israel era un pueblo terrenal.
La buena mano de Dios
El carácter de esta intervención de Dios por la misión de Esdras es, creo, una prueba conmovedora de Su bondad amorosa. Se adaptaba exactamente a las necesidades de la gente. No era poder. Eso había sido trasladado a otro lugar. Era el conocimiento de la voluntad y las ordenanzas de Dios, de la mente de Dios en la Palabra. El rey mismo reconoció esto (cap. 7:25). Custodiado por la buena mano de su Dios, este hombre piadoso y devoto sube con muchos otros a Jerusalén.