Los líderes de iniquidad juzgaron; el remanente distinguido y bendecido; la gloria de Jehová abandona la ciudad
En el capítulo 11 Dios juzga a los líderes de iniquidad, que se consolaron pensando que la ciudad era inexpugnable.1 Deben ser sacados de en medio de ella y juzgados en la frontera de Israel. Uno de estos hombres malvados muere en presencia del profeta, lo que saca a relucir el dolor de su corazón y su intercesión por Israel. En respuesta, Dios distingue a los que están en Jerusalén de los cautivos. En cuanto a esto último, Dios había sido un santuario para ellos dondequiera que estuvieran. Él los restauraría y les devolvería la tierra. Él los purificaría y les daría un corazón nuevo. Ellos deberían ser Su pueblo, y Él sería su Dios. Pero en cuanto a los que andaban tras sus abominaciones, sus caminos debían ser visitados sobre ellos en juicio. El remanente siempre se distingue, y la conducta individual es la condición de la bendición, excepto que ellos, los fieles, se establecen como el pueblo de Dios al final.
(1. Se recordarán las exhortaciones de Jeremías: someterse a Nabucodonosor, e incluso abandonar la ciudad y salir a él).
La gloria de Jehová entonces abandona la ciudad y se encuentra en el Monte de los Olivos, del cual Jesús ascendió, y al cual descenderá nuevamente para la gloria de Israel. Esta parte de la profecía termina aquí.