Josué 2

Joshua 2
Rahab
En la segunda parte del capítulo primero hemos visto dos clases de personas llamadas a cruzar el río Jordán para entrar en el país de la promesa: la primera, el pueblo, son los que no han dejado nada del otro lado del río; la segunda, las dos tribus y media, son los que como soldados van a la lucha para ayudar a sus hermanos; pero, todos sus bienes están del lado del desierto; volverán allí luego la conquista terminada; el carácter moral de estos últimos, como lo vimos, no está a la altura de su llamamiento.
El capítulo dos que se ofrece a nuestra meditación nos presenta una tercera clase de personas: son los gentiles, personificados en Rahab la ramera. Son aquellos que participan por la fe al goce de las promesas de Israel, el antiguo, pueblo de Dios. Rahab era pagana, por su nacimiento pertenecía a esta vasta clase de personas a la cual se refiere la epístola a los Efesios con estos términos: “acordaos que en aquel tiempo estabais sin Cristo, estando extrañados de la ciudadanía de Israel, y siendo extranjeros con respecto a los pactos de la promesa: no teniendo esperanza, y sin Dios en el mundo”. Además, entre estos mismos paganos, Rahab era una mujer de mala vida; si la epístola a los Efesios que acabamos de citar presenta la posición gentil en contraste con Israel, la epístola a los Romanos detalla su espantoso estado moral: “Atestados de toda injusticia, maldad, codicia, malicia; llenos de envidia, homicidios, riña, engaño, malignidad”, etc., a lo que la epístola a los Colosenses agrega: “muertos en vuestras transgresiones”. Es esta situación la que personifica Rahab. Pero después de haber recibido la gracia y sus efectos, vienen a ser de aquellos que alaban al Señor con Su pueblo: “Alabad al Señor todos los Gentiles, alegraos, Gentiles con Su pueblo”; y para recordar una verdad más importante aún, son hechos “coherederos, y miembros de un mismo cuerpo, y copartícipes de la misma promesa” (Romanos 15:1010And again he saith, Rejoice, ye Gentiles, with his people. (Romans 15:10); Efesios 3:66That the Gentiles should be fellowheirs, and of the same body, and partakers of his promise in Christ by the gospel: (Ephesians 3:6)).
En efecto, el poder de la gracia no se detiene ante ningún obstáculo; pero, para ella es mucho más difícil vencer una honrada incredulidad que la miseria manifiesta de una ramera o de un ladrón. ¿Quiénes son los que se arrepintieron los primeros al oír la predicación de Juan el Bautista? “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras os van delante al reino de Dios ... dijo el Señor a los religiosos y doctores de la ley, porque vino Juan a vosotros en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron: y vosotros al ver esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mateo 21:31-3231Whether of them twain did the will of his father? They say unto him, The first. Jesus saith unto them, Verily I say unto you, That the publicans and the harlots go into the kingdom of God before you. 32For John came unto you in the way of righteousness, and ye believed him not: but the publicans and the harlots believed him: and ye, when ye had seen it, repented not afterward, that ye might believe him. (Matthew 21:31‑32)).
La gracia divina tiene un mensaje a favor de Jericó; y sus portadores saben a dónde hay que llevarlo; la misericordia de Dios no se equivoca de lugar y señas, porque si Rahab es una pecadora, es una pecadora que ha oído. En efecto, la Palabra de Dios había llegado a ella: “hemos oído”, dice a los espías; las noticias oídas encerraban el juicio para los incrédulos, pero traían la gracia y la salvación para los que creían. La fe en este mensaje, oído antes que los espías llegasen a su puerta, puso inmediatamente la conciencia de Rahab bajo el peso del juicio: “Y como lo hubimos oído se nos derritió el corazón y no ha quedado ya aliento en hombre alguno”. Como su pueblo, ella también está atemorizada; pero mientras que en “los incrédulos” no hay más aliento en hombre alguno, este temor ha sido para ella que creyó, el principio de la sabiduría: porque es el temor de Jehová. Este temor la hace mirar a Dios, e inmediatamente adquiere una convicción: “Yo sé que Jehová os ha dado la tierra”.
Ahora bien, si los espías son la señal del juicio que se cierne sobre la ciudad, llevan también la gracia y la salvación para los que se someten a la voluntad de Dios, y reciben su mensaje: el Evangelio verdadero presenta también estos dos aspectos, otorga una certidumbre a los que, después de haber oído, temen; saben que Cristo ha vencido a Satanás, y sería de balde permanecer en las filas de un jefe vencido; sabe que ha sido establecido un día en que Dios ha de juzgar al mundo con justicia y que la ira está a la puerta. ¿Qué hacer entonces? Rechazar el mensaje oído sería de balde; pero si Dios ejercerá el juicio, también obrará en gracia y ofrece ésta al que oye, que cree, y tiembla a Su Palabra. Rahab, pues, busca su refugio en este mismo Dios quien es el único recurso para el pecador que debe caer bajo Su juicio.
La fe no es la imaginación humana que hace deducciones o que ve las cosas bajo las formas y el color que se le antoja; no arguye sus conclusiones sobre posibilidades o probabilidades; ella dice: yo sé, porque he oído lo que Dios ha hecho; tal es nuestra fe. Los hechos en que la fe de Rahab se apoya, datan de unos cuarenta años atrás: “Hemos oído decir cómo Jehová secó las aguas del Mar Rojo delante de vosotros, cuando salisteis de Egipto”. Pero la fe tiene también el recuerdo de hechos recientes: “Y lo que hicisteis a los dos reyes de los Amorreos que estaban de la otra parte del Jordán, a Sehón y Og, a quienes destruisteis completamente”. Nuestra fe recuerda y hace suyos hechos antiguos que datan de dos mil años atrás y mucho más aún, todos los que la Palabra de Dios ha revelado a la fe; para ésta, lo que es pasado, es siempre actual, y lo que parece ser lejano aún, está a la puerta.
Otra cosa caracteriza a Rahab; los espías se presentan a su puerta, ¿cómo los recibirá? Si ella es enemiga de Dios en malas obras, si es una pobre gentil que no posee ningún derecho a su favor, si su moralidad es dudosa, ella, sin embargo se coloca del lado de Dios; recibe a los mensajeros en paz; así lo testifica Dios: “por fe Rahab, la ramera, no pereció con los que rehusaron creer; pues ella acogió a los espías en paz”. Se reconcilia presto con el adversario mientras éste está por llegar. Toda demora hubiera sido fatal: “Antes que durmiesen, subió a ellos”. Entregarse al sueño esa noche hubiera significado su destrucción. Rahab ahora no peligra solamente por los ejércitos destructores que van a llegar, sino porque el pueblo que la rodea, su propio pueblo, se ha constituido enemigo de Dios mientras ella se ha reconciliado con Él. El rey de Jericó busca a los mensajeros de Josué para matarlos y así desembarazarse del testimonio de Dios; Rahab los estima, los pone a salvo porque sabe que es el único medio de Dios que le hará escapar tal juicio: de la conservación de este testimonio depende su salvación. Notad que la fe de Rahab no necesita ver a Jericó rodeada del ejército de Jehová para estar segura de su destrucción: esto no hubiera sido fe porque la fe es la seguridad que se tiene de cosas esperadas, la prueba que hay de cosas que aún no se ven. La respuesta que recibe es tan inmediata como completa: no solamente recibe la salvación del Dios de Israel, pero, como alguien lo ha dicho: Rahab se identifica con el Israel de Dios. “Ahora pues, ruégoos me juréis que salvaréis nuestras almas de la muerte”, dice a los mensajeros de Josué. ¿Cuál es la respuesta? Hela aquí: “Nuestras almas responderán de la vuestra hasta la muerte”, contestan ellos. La contestación es digna de Dios; la fe de Rahab halla en otros (y nosotros en Cristo), la garantía por sustitución que la muerte y el juicio de Dios no la alcanzarán. Rahab y los suyos se hallan de tal manera identificados con el pueblo de Israel, que aquellos que recibió bajo su techo pondrán sus propias almas por ellos: morirán en su lugar si alguien los toca. ¿No es lo que nosotros hemos hallado en Cristo, de una manera mucho más excelente? “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió” (Romanos 8:3434Who is he that condemneth? It is Christ that died, yea rather, that is risen again, who is even at the right hand of God, who also maketh intercession for us. (Romans 8:34)).
Esto no es todo: un delgado cordón de grana, símbolo de la sangre derramada de Aquel que pudo decir: “Mas Yo soy gusano, y no hombre”1, basta a la fe de Rahab, como garantía visible. Y como la sangre del cordero pascual pintó de rojo el dintel y los postes de las casas Israelitas en Egipto alejando el juicio del ángel exterminador, así este cordón de grana atado en la ventana de una casa que estaba “sobre el muro” protegerá a todos los que allí se habrán reunido, cuando el mismo muro se desplomará al sonido de las trompetas de Jehová. Agreguemos todavía que los dos mensajeros de Josué son los fiadores vivos a favor de Rahab, como para nosotros el Cristo viviente es nuestro fiador delante de Dios, en la eficacia perfecta de Su sangre vertida en la cruz: “Con la virtud de Su propia sangre, entró una vez para siempre en el lugar santo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:1212Neither by the blood of goats and calves, but by his own blood he entered in once into the holy place, having obtained eternal redemption for us. (Hebrews 9:12)). La fe de Rahab no espera que Israel haya cruzado el Jordán, ni el último día antes que se desplomasen las murallas de Jericó, para atar el cordón de grana; apenas los espías se han ido, sin perder un instante, Rahab ata a la ventana la preciosa prenda de su salvación y la de toda su casa. Su fe, que es diligente, tampoco se esconde: se manifiesta altivamente mientras el juicio está todavía del otro lado del obstáculo que Israel no había franqueado aún; y en quien el enemigo podía contar; y desde la ventana proclama a Cristo —en figura— y la eficacia de Su sangre para salvar a la más miserable de las pecadoras y a todos los que se acogen bajo la misma señal.
En fin, Rahab no es solamente un ejemplo de fe, sino el de las obras de la fe. Sabemos que hay obras muertas, éstas no son producto de la fe; y hay una fe muerta, aquella que no produce obras. Santiago hace resaltar en su epístola que la fe sin obras es muerta, y para apoyar su declaración, presenta dos ejemplos: los de Abraham y de Rahab; ejemplos que nadie hubiera buscado, y los frutos aludidos reciben el reproche del mundo. En efecto: ofrecer a su hijo en holocausto como lo hizo Abraham; traicionar su patria como Rahab —o quebrar un vaso de alabastro para dilapidar su único bien, un perfume de gran precio como María— son actos que el sentido humano condena, que el mundo censura y castiga a sus autores; mas Dios los aprueba, porque el móvil de ellos ha sido la fe, una fe inteligente que pesa las cosas en la balanza de Dios. Aquí no se termina todavía la historia de Rahab: su nombre está escrito en la portada del Nuevo Testamento, y unidos en un mismo vínculo encontramos también los de Ruth, de Thamar y de Bathseba en la genealogía del Mesías en quien pusieron su esperanza. ¡Privilegio insigne, recompensa de la fe verdadera que quiere marcar con letras indelebles el nombre de quien ha obrado con su poder, en el Libro de la vida!
 
1. La voz “grana” o “carmesí” significa “escarlata de gusano”.