La Existencia Eterna, La Naturaleza Divina Y La Personalidad Distintiva Del Verbo
El primer capítulo afirma aquello que Él era antes de todas las cosas, y los diferentes caracteres en los que Él es una bendición para el hombre, al haberse hecho carne. Él es, y es la expresión de, toda la mente que subsiste en Dios: el Logos. En el principio Él era. Si nosotros retrocedemos hasta donde le es posible a la mente humana, por mucho que retrocedamos más allá de todo aquello que haya tenido jamás un principio, Él es. Ésta es la idea más perfecta que podemos formarnos históricamente, si es que puedo utilizar una expresión tal, de la existencia de Dios o de la eternidad. “En el principio era el Verbo.” ¿No había nada más que Él? ¡Imposible! ¿De qué habría podido Él ser el Verbo? “El Verbo era con Dios.” Es decir, se le atribuye una existencia personal. Pero, para que no se pensase que Él era alguna cosa implicada en la eternidad, pero que el Espíritu Santo viene a revelar, se dice que Él “era Dios.” En Su existencia eterna—en Su naturaleza divina—en Su Persona formal, podría haberse hablado de Él como una emanación en el tiempo, como si Su personalidad fuera temporal, aunque eterna en Su naturaleza: el Espíritu añade por lo tanto, “Él estaba en el principio con Dios.” (Juan 1:2—Versión Moderna). Es la revelación del Logos eterno antes de toda creación. Por lo tanto, este Evangelio comienza realmente antes del Génesis. El libro del Génesis nos ofrece la historia del mundo en el tiempo: Juan nos ofrece aquella del Verbo, quien existía en la eternidad antes de que el mundo fuese; quien—cuando el hombre puede hablar del principio—era; y, consecuentemente, no tuvo nunca un principio en Su existencia. El lenguaje del Evangelio es lo más claro posible, y, como la espada del paraíso, da vueltas hacia todos lados, en oposición a los pensamientos y a los razonamientos del hombre, para defender la divinidad y personalidad del Hijo de Dios.
El Creador De Todas Las Cosas
Por Él fueron también creadas todas las cosas. Hay cosas que tuvieron un principio; todas ellas tuvieron su origen de Él: “Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él ni una sola cosa de lo que ha sido hecho, fue hecha.” (Juan 1:3—Versión Moderna). Distinción precisa, positiva y absoluta, entre todo lo que ha sido hecho, y Jesús. Si hay algo que ha sido hecho, no es el Verbo; pues todo lo que ha sido hecho fue hecho por medio de ese Verbo.
“En Él Estaba La Vida ... La Luz De Los Hombres”, Resplandeciendo En Las Tinieblas
Pero hay otra cosa, además del acto supremo de crear todas las cosas (un acto que caracteriza al Verbo)—hay aquello que estaba (o era) en Él. Toda la creación fue hecha por Él, pero ella no existe en Él. Pero en Él estaba (o era) la vida. En esto Él estaba en relación con una parte especial de la creación—una parte que era el objeto de los pensamientos y de las intenciones de Dios. Esta vida que “era la luz de los hombres”, se reveló a sí misma como testimonio a la naturaleza divina, en relación inmediata con ellos, así como no lo hizo nunca respecto a otros. Pero, de hecho, esta luz brilló en medio de aquello que, en su propia naturaleza, era contrario a ella, y en medio de un mal que estaba fuera de cualquier imagen natural, pues donde viene la luz, ya no hay tinieblas: pero aquí la luz vino, y las tinieblas no se percibieron de ella—continuaron siendo tinieblas, a la cual, por consiguiente, no la comprendieron, ni la recibieron. Éstas son las relaciones del Verbo con la creación y con el hombre, vistos abstractamente en Su naturaleza. El Espíritu prosigue con este asunto, dándonos detalles, históricamente, de la última parte.
La Manifestación Del Verbo Hecho Carne; La Luz Verdadera Y Su Recepción
Podemos observar aquí—y el punto es de importancia—de qué modo el Espíritu pasa de la naturaleza divina y eterna del Verbo, quien era antes de todas las cosas, a la manifestación, en este mundo, del Verbo hecho carne en la Persona de Jesús. Todos los caminos de Dios, las dispensaciones, Su gobierno del mundo, son pasados por alto en silencio. Al contemplar a Jesús en la tierra, inmediatamente nos vemos en relación con Él existiendo antes de que el mundo fuera. Solamente Él es presentado por Juan, y aquello que se halla en el mundo es reconocido como creado. Juan vino para dar testimonio de la Luz. La Luz verdadera era aquella que, viniendo al mundo, resplandeció para todos los hombres, y no sólo para los judíos. Él vino al mundo; y el mundo, en tinieblas y ciego, no le ha conocido. Él “vino a lo que era Suyo” (Versión RVR1977), y los Suyos (los judíos) no le han recibido. Pero hubo aquellos quienes le recibieron. De ellos son dichas dos cosas: han recibido “el privilegio de ser hechos hijos de Dios” (ser hechos = En Griego: prerrogativa, derecho, o poder, de llegar a ser—Juan 1:12—Versión Moderna), para tomar su lugar como tales; y, en segundo lugar, ellos son, de hecho, nacidos de Dios. La descendencia natural y la voluntad del hombre no fueron consideradas aquí de ninguna manera.
Lo Que El Verbo Vino a Ser En La Tierra
Así hemos visto al Verbo, en Su naturaleza, abstractamente (vers. 1-3); y, como vida, la manifestación de la luz divina en el hombre, con las consecuencias de esa manifestación (vers. 4-5); y cómo fue Él recibido donde sucedió así (vers. 10-13). Esta parte general, con respecto a Su naturaleza, finaliza aquí. El Espíritu continúa la historia de lo que el Señor es, manifestado como hombre en la tierra. Así que, por así decirlo, comenzamos nuevamente aquí (vers. 14) con Jesús en la tierra—lo que el Verbo vino a ser, no lo que Él era. Como luz en el mundo, estaba la demanda sin responder de lo que Él era sobre el hombre. La única diferencia era no conocerle, y rechazarle donde Él estaba dispensacionalmente en la relación. La gracia en la vida, dando poder, se introduce entonces para conducir al hombre a recibirle. El mundo no conoció que su Creador vino a él como luz, los Suyos rechazaron a su Señor. Aquellos que no habían sido engendrados de voluntad de hombre, sino de Dios, le recibieron. Así, no tenemos lo que el Verbo era (gr.: en), sino lo que Él fue hecho (gr.: egeneto).
El Verbo Hecho Carne; La Gloria Del Unigénito Hijo Con El Padre
El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros en la plenitud de la gracia y de la verdad. Éste es el gran hecho, la fuente de toda bendición para nosotros; aquello que es la plena expresión de Dios, adaptada, al tomar la naturaleza propia del hombre, a todo lo que hay en el hombre, para satisfacer cada necesidad humana, y al tomar toda la capacidad de la nueva naturaleza en el hombre para gozar de todo lo que se expresa para él en esta manifestación divina. Es más que la luz, la cual es pura y muestra todas las cosas; es la expresión de lo que Dios es, y Dios en gracia, y como una fuente de bendición. Y adviertan: Dios no podía ser para los ángeles aquello que era para los hombres—gracia, paciencia, misericordia, amor, de la forma en que esto se mostró a los pecadores. Y todo esto es Él, así como la bienaventuranza de Dios, para el nuevo hombre. La gloria en la que fue visto Cristo (por aquellos que tenían ojos para ver), era la de un Hijo unigénito con Su Padre, el solo objeto de concentración para Su delicia como Padre.
Éstas son las dos partes de esta gran verdad. El Verbo, el cual era con Dios y era Dios, fue hecho carne; y Aquel que fue contemplado en la tierra tenía la gloria de un Hijo unigénito con el Padre.
La Gracia Y La Verdad Venidas En Jesucristo; Dios Revelado Por El Unigénito Hijo
El resultado de esto son dos cosas. La gracia (¿qué mayor gracia? Es el amor mismo que se revela, y hacia pecadores) y la verdad, que no son anunciadas, sino venidas, en Jesucristo. Se muestra la verdadera relación de todas las cosas con Dios, así como el alejamiento de los pecadores de esta relación. Ésta es la base de la verdad. Todo toma su verdadero lugar, su verdadero carácter, en cada aspecto; y el centro a lo que todo hace referencia es Dios. Lo que Dios es, lo que el hombre perfecto es, lo que el hombre pecador es, lo que el mundo es, quién es su príncipe, todo es expuesto por la presencia de Cristo. La gracia y la verdad, pues, han venido. Lo segundo es, que el unigénito Hijo que está en el seno del Padre revela a Dios, y lo revela, consecuentemente, como conocido por Él mismo en esa posición. Y esto está ampliamente relacionado con el carácter y la revelación de la gracia en Juan: en primer lugar, la plenitud, con la cual estamos en comunicación, y de la cual todos hemos tomado; después, la relación.
La Plenitud De La Gracia Y La Verdad Recibida
Pero hay todavía otras enseñanzas importantes en estos versículos. La Persona de Jesús, el Verbo hecho carne, habitando entre nosotros, era lleno de gracia y de verdad. De esta plenitud todos hemos tomado: no se trata de verdad sobre verdad (la verdad es simple, y pone todo exactamente en su lugar, moralmente y en su naturaleza); sino que hemos recibido aquello que necesitábamos—gracia sobre gracia, el favor de Dios abundantemente, las bendiciones divinas (el fruto de Su amor) acumuladas una sobre otra. La verdad resplandece—todo es perfectamente manifestado; la gracia es dada.
El Testimonio De Juan El Bautista Del Carácter Y La Posición Del Verbo Hecho Carne
Luego, se nos enseña la relación de esta manifestación de la gracia de Dios en el Verbo hecho carne (en la que se muestra también la perfecta verdad) con otros testimonios de Dios. Juan dio testimonio de Él; el servicio de Moisés tenía un carácter completamente distinto. Juan precedió a Jesús en su servicio en la tierra, pero Jesús tiene un rango más elevado que él; pues, (humilde como Él podía ser) siendo Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre, Él era antes de Juan, aunque viniera tras él. Moisés dio la ley, perfecta en su lugar—requiriendo del hombre, de parte de Dios, aquello que el hombre debía ser. En ese entonces Dios estaba oculto, y Dios envió una ley que muestra lo que el hombre debía ser; pero ahora Dios se ha revelado a Sí mismo por medio de Cristo, y la verdad (en cuanto a todo) y la gracia han venido. La ley no era ni la verdad, plena y completa en cada aspecto, como en Jesús, ni la gracia. No era una transcripción de Dios, pero era una norma perfecta para el hombre. La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, no por Moisés. Nada puede ser más esencialmente importante que esta declaración. La ley requiere del hombre lo que él debe ser ante Dios, y, si éste la cumple, esto es su justicia. La verdad en Cristo muestra lo que el hombre es (no lo que debía ser), y lo que Dios es, y, como inseparable de la gracia, esta verdad no demanda nada del hombre, sino que le trae aquello que necesita. “Si conocieras el don de Dios” (Juan 4:10), dice el Salvador a la mujer Samaritana. Del mismo modo, al término del viaje por el desierto, Balaam tuvo que decir: “Como ahora, será dicho de Jacob y de Israel: ¡Lo que ha hecho Dios!” (Números 23:23). (N. del T.: “porque la ley por Moisés fue dada, la gracia y la verdad por ~Jesucristo fue hecha.”— ~Por él fueron hechas. Lit. mediante él llegaron a ser—Juan 1:17—Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español por Francisco Lacueva, Editorial Clie). La expresión verbal “fue hecha” está en el singular después de gracia y verdad. Cristo es ambas cosas a la vez; de hecho, si la gracia no estuviera allí, Él no sería la verdad en cuanto a Dios. Requerir del hombre lo que él debía ser, era un requerimiento justo. Pero dar la gracia y la gloria, dar a Su Hijo, era otra cosa en todos los aspectos; sólo que esto es hecho sancionando la ley como perfecta en su lugar.
Tenemos así el carácter y la posición del Verbo hecho carne—aquello que Jesús fue aquí abajo, la Palabra hecha carne; Su gloria como es vista por la fe, la de un unigénito Hijo con Su Padre. Él era lleno de gracia y de verdad. Reveló a Dios como Él le conocía, como el unigénito Hijo que está en el seno del Padre. No fue sólo el carácter de Su gloria aquí abajo, sino lo que Él era (lo que había sido, lo que Él siempre es) en el propio seno del Padre en la Deidad: y es de este modo que Él da a conocer a Dios. Él era antes que Juan el Bautista, aunque viniera después de él; y trajo, en Su propia Persona, aquello que, en su naturaleza, era totalmente diferente de la ley dada por Moisés.
Aquí, entonces, se trata del Señor manifestado en la tierra. A continuación veremos Sus relaciones con los hombres, las posiciones que Él tomó, los caracteres que Él asumió, conforme a los propósitos de Dios, y el testimonio de Su palabra entre los hombres. Ante todo, Juan el Bautista cede el paso a Él. Se observará que Juan da testimonio en cada una de las partes en las que se divide este capítulo—desde el versículo 6, del efecto de la revelación abstracta de la naturaleza del Verbo. Como luz en el versículo 15, con respecto a Su manifestación en la carne; desde el versículo 19, de la gloria de Su Persona, aunque viniendo después de Juan; en el versículo 29, con respecto a Su obra y el resultado; y en el versículo 36, el testimonio por ese entonces, a fin de que Él pudiera ser seguido, como si hubiera venido a buscar al remanente judío.
El Testimonio Formal De Juan Acerca De Su Cargo
Después de la revelación abstracta de la naturaleza del Verbo, y aquella de Su manifestación en la carne, se presenta el testimonio dado efectivamente en el mundo. Los versículos 19-28 forman una especie de introducción en la que, ante la pregunta de los escribas y Fariseos, Juan da referencias de sí mismo, aprovechando la ocasión para hablar de la diferencia entre él y el Señor. De modo que, sean cuales fueren los caracteres que toma Cristo en relación con Su obra, la gloria de Su persona es siempre vista en primer término. El testigo está ocupado naturalmente, por decirlo así, con esto, antes de dar su testimonio formal del cargo que él cumplía. Juan no es ni Elías ni aquel profeta (es decir, aquel del cual habló Moisés en Deuteronomio 18:18), ni es el Cristo. Él es la voz mencionada por Isaías, la cual tenía que preparar el camino del Señor delante de Él. No es precisamente delante del Mesías, aunque Él lo fuera; tampoco es Elías antes del día de Jehová, sino la voz en el desierto delante del Señor (Jehová) mismo. Jehová venía. Por consiguiente, es de esto de lo que él habla. En efecto, Juan bautizaba para arrepentimiento, pero había ya Uno, desconocido, entre ellos, quien, viniendo después de él, era no obstante su superior, del cual él no era digno de desatar la correa del calzado.
La Obra Gloriosa De Cristo Y Su Resultado
A continuación tenemos el testimonio directo de Juan, cuando ve a Jesús viniendo a él. Le señala, no como el Mesías, sino conforme a toda la extensión de Su obra como disfrutada por nosotros en la salvación eterna que Él ha llevado a cabo, y el resultado pleno de la obra gloriosa mediante la cual esta salvación fue cumplida. Él es el Cordero de Dios, uno que sólo Dios podía proveer, y el cual era para Dios, conforme a Su mente, quien quita el pecado (no los pecados) del mundo. Es decir, Él restaura (no a todos los inicuos, sino) los fundamentos de las relaciones del mundo con Dios. Desde la caída, es realmente el pecado—cualesquiera que pudiesen ser Sus tratos—el que Dios tuvo que considerar en sus relaciones con el mundo. El resultado de la obra de Cristo será, que este no será nunca más el caso; Su obra será la base eterna de estas relaciones en los cielos nuevos y la tierra nueva, habiendo sido apartado totalmente el pecado como tal. Conocemos esto por la fe antes del resultado público en el mundo.
Aún siendo un Cordero para el sacrificio, Él es superior a Juan el Bautista, porque Él era primero que él. El Cordero al que se le iba a dar muerte era Jehová mismo.
El Lugar Y El Asunto Del Testimonio
En la administración de los caminos de Dios, este testimonio tenía que ser dado en Israel, aunque su asunto fuera el Cordero cuyo sacrificio alcanzara al pecado del mundo, y el Señor, Jehová. Juan no le había conocido personalmente; pero Él fue el solo y único objeto de su misión.
Jesús Sellado Por El Espíritu Santo; Reconocido Y Proclamado Como El Hijo De Dios
Pero esto no era todo. Él se había hecho hombre, y como hombre había recibido la plenitud del Espíritu Santo, quien descendió sobre Él y permaneció sobre Él (Juan 1:32); y el hombre así señalado, y sellado de parte del Padre, iba Él mismo a bautizar con el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, Él fue señalado por el descenso del Espíritu bajo otro carácter, del cual da testimonio Juan. Permaneciendo así, visto y sellado en la tierra, Él era el Hijo de Dios. Juan le reconoce y le proclama como tal.
El Efecto Del Testimonio De Juan Para Unir El Remanente a Jesús, El Único Centro De Reunión
Luego viene lo que podría llamarse el ejercicio y el efecto directos de su ministerio en ese momento. Pero él habla siempre del Cordero, pues ése era el objeto, el designio de Dios, y es eso lo que tenemos en este Evangelio, aunque Israel sea reconocido en su lugar; pues la nación mantenía este lugar de parte de Dios.
El Hecho De Darle Un Nombre a Simón, Un Acto De Autoridad
Por esto, los discípulos de Juan siguen a Cristo hasta Su morada. El efecto del testimonio de Juan es el de juntar el remanente con Jesús, el centro de su reunión. Jesús no lo rehúsa, y ellos le acompañan. No obstante, este remanente—por muy lejos que el testimonio de Juan pudiera extenderse—no va, de hecho, más allá del reconocimiento de Jesús como Mesías. Éste fue el caso, históricamente; pero Jesús los conocía cabalmente, y declara el carácter de Simón tan pronto como éste acude a Él, y le da su nombre apropiado. Este fue un acto de autoridad que le proclamaba a Él como la cabeza y el centro de todo el sistema. Dios puede otorgar nombres; Él conoce todas las cosas. Dio este derecho a Adán, quien lo ejercitó según Dios con respecto a todo lo que fue puesto bajo él, así como en el caso de su esposa. Grandes reyes, quienes reclaman este poder, han hecho lo mismo. Eva buscó hacerlo, pero estaba equivocada; aunque Dios puede dar un corazón inteligente el cual, bajo Su influencia, hable acertadamente en este aspecto. Ahora Cristo lo hace aquí, con autoridad y con toda ciencia, en el momento en que el caso se presenta.
Natanael, Una Figura Del Remanente, Primero Rechazando Y Luego Confesando Al Señor Como Hijo De Dios Y Rey De Israel; La Declaración Del Señor De Sí Mismo Como Hijo Del Hombre
Versículo 43. Tenemos a continuación el testimonio inmediato de Cristo mismo y el de Sus seguidores. En primer lugar, al recorrer la escena de Su peregrinación terrenal, conforme a los profetas, Él llama a otros para que le sigan. Natanael, quien comienza rechazando a uno que venía de Nazaret, presenta ante nosotros, no lo dudo, el remanente de los postreros días (el testimonio al que pertenece el Evangelio de la gracia vino primero, versículos 29-34). Le vemos, al principio, rechazando al despreciado del pueblo (Salmo 22:6), y debajo de la higuera, la cual representa a la nación de Israel; así como la higuera que no daría más fruto representa a Israel bajo el antiguo pacto. Pero Natanael es la figura de un remanente, visto y conocido por el Señor, en relación con Israel. El Señor, quien se manifestó así a su corazón y a su conciencia, es confesado como Hijo de Dios y Rey de Israel. Ésta es, formalmente, la fe del remanente preservado de Israel en los postreros días según el Salmo 2. Pero aquellos que recibieron de este modo a Jesús cuando estuvo en la tierra, verían cosas mayores que aquellas que los habían convencido. Además, de aquí en adelante verían a los ángeles de Dios subiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre. Aquel que por Su nacimiento había tomado Su lugar entre los hijos de los hombres sería, mediante ese título, el objeto del servicio de las más excelentes de las criaturas de Dios. La expresión es enfática. Los ángeles de Dios tenían que estar al servicio del Hijo del Hombre. Para que de esta manera el remanente de Israel sin engaño, reconozca que Él es el Hijo de Dios y el Rey de Israel; y el Señor declara que Él es también el Hijo del Hombre—en humillación, por cierto, pero el objeto al que debían servir los ángeles de Dios. De este modo, tenemos a la Persona y los títulos de Jesús, desde Su eterna y divina existencia como el Verbo, hasta Su posición milenaria como Rey de Israel e Hijo del Hombre; aquello que Él ya era como nacido en este mundo, pero que será realizado cuando Él vuelva en Su gloria.
Repaso Del Capítulo 1
Antes de ir más lejos, repasemos algunos puntos en este capítulo. El Señor es revelado como el Verbo—como Dios y con Dios—como luz—como vida: en segundo lugar, como el Verbo hecho carne, teniendo la gloria de un unigénito Hijo con Su Padre—como tal, Él está lleno de gracia y verdad venidas por medio de Él. De su plenitud hemos tomado todos, y Él ha dado a conocer al Padre (comparar con el cap. 14)—el Cordero de Dios—Aquel sobre quien el Espíritu Santo pudo descender, y quien bautizaba con el Espíritu Santo—el Hijo de Dios; en tercer lugar, Su obra, lo que Él hace, el Cordero de Dios quitando el pecado, e Hijo de Dios y Rey de Israel. Esto concluye la revelación de Su Persona y obra. Luego, los versículos 35-42 muestran el ministerio de Juan, pero donde Jesús, como Él solo podía, llega a ser el centro de reunión. En el versículo 43, el ministerio de Cristo, en el cual Él llama a seguirle, versículo que, junto con el 38 y 39, ofrecen su doble carácter como el único punto que atrae en el mundo; con esto, Su completa humillación, pero reconocida por medio de un testimonio divino que llega al remanente tal como consta en el Salmo 2, pero tomando Su título de Hijo del Hombre según el Salmo 8—el Hijo del Hombre: podemos decir, todos Sus títulos personales. Su relación con la asamblea no se halla aquí, ni Su función como Sacerdote, sino aquello que pertenece a Su Persona, y la relación del hombre con Dios en este mundo. Así, además de Su naturaleza divina, se trata de todo lo que Él era y será en este mundo: Su lugar celestial y sus consecuencias para la fe, estas dos cosas son enseñadas en otra parte, y apenas aludidas, cuando es necesario, en este Evangelio.
El Carácter Y El Efecto Del Testimonio De Cristo Entregado Desde El Corazón
Observen que, al predicar a Cristo, de un modo, hasta cierto punto, completo, el corazón del oyente puede creer sinceramente y unirse a Él, aunque invistiéndole a Él con un carácter del cual la condición del alma no puede ir más allá, y al tiempo que ignora la plenitud en la que Él ha sido revelado. De hecho, donde esto es real, el testimonio, por muy sublime que sea su carácter, se encuentra con el corazón allí donde está. Juan dice, “He aquí el Cordero de Dios.” “Hemos hallado al Mesías”, dicen los discípulos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan.
Noten también que la expresión de lo que había en el corazón de Juan tuvo un efecto mayor que un testimonio más formal, más doctrinal. Él contempló a Jesús, y exclama: “He aquí el Cordero de Dios.” Los discípulos le oyeron, y siguieron a Jesús. Fue, sin duda, su testimonio adecuado de parte de Dios, estando Jesús allí; pero no fue una explicación doctrinal como aquella de los versículos precedentes.