La Muerte De Lázaro; El Verdadero Estado Del Hombre; Se Le Permite Al Mal Continuar Hasta El Final
Llegamos ahora al testimonio que el Padre rinde a Jesús en respuesta a Su rechazo. En este capítulo, el poder de resurrección y de vida en Su propia Persona son presentados a la fe. No se trata aquí simplemente de que Él sea rechazado: el hombre es considerado como muerto, e Israel también. Porque se trata del hombre en la persona de Lázaro. Esta familia fue bendecida; recibió al Señor en su seno. Lázaro cayó enfermo. Todos los afectos humanos del Señor se involucrarían de manera natural. Marta y María sintieron esto, y le envían la noticia de que aquel a quien Él amaba estaba enfermo. Pero Jesús permanece donde está. Él podría haber dicho la palabra, como en el caso del centurión, y de la niña enferma al comienzo de este Evangelio. Pero no lo hizo. Él había manifestado Su poder y Su bondad sanando al hombre tal como se le halló en esta tierra, y librándole del enemigo, y eso en medio de Israel. Pero éste no era Su objetivo aquí—lejos de ello—o los límites de aquello que Él vino a hacer. Era una cuestión de otorgar vida, o de resucitar aquello que ante Dios estaba muerto. Éste era el verdadero estado de Israel; era el estado del hombre. Por consiguiente, Él permite que la condición del hombre bajo el peso del pecado continúe y se manifieste en toda la intensidad de sus efectos aquí abajo, y permite al enemigo ejercer su poder hasta el fin. Nada quedaba sino el juicio de Dios; y la muerte, en sí misma, declaraba al hombre culpable de pecado mientras le conducía al juicio. El enfermo puede ser sanado—pero no hay remedio para la muerte. Todo está terminado para el hombre, como hombre aquí abajo. No queda nada sino el juicio de Dios. Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio. (hebreos 9:27). El Señor, por consiguiente, no sana en este caso. Permite que el mal siga hasta el final—hasta la muerte. Ese era el verdadero lugar del hombre. Una vez que Lázaro se duerme, Él va para despertarle. Los discípulos temen a los judíos, y con razón. Pero el Señor, habiendo esperado la voluntad de Su Padre, no teme cumplirla. Para Él era de día.
De hecho, cualquiera que fuese Su amor por la nación, Él debía dejarla morir (en realidad, estaba muerta) y esperar el tiempo establecido por Dios para resucitarla. Si Él debe morir para cumplir esto, Él se encomienda a Su Padre.
La Muerte De Lázaro No Es Impedida; Se Muestra Que Cristo, Quien Murió, Es La Resurrección Y La Vida
Pero, prosigamos a las profundidades de esta doctrina. La muerte se había introducido; tenía que tener su efecto. El hombre está realmente muerto delante de Dios; pero Dios viene en gracia. Dos cosas son presentadas en nuestra historia. Él podía haber sanado. Ni la fe ni la esperanza de Marta, de María, ni de los judíos, fueron más allá. Solamente Marta reconocía que, como el Mesías, favorecido por Dios, Él obtendría de Dios cualquier cosa que le pidiera. Pero Él no había impedido la muerte de Lázaro. Lo había hecho tantas veces, incluso para los extranjeros, y para quienes lo desearon. En segundo lugar, Marta sabía que su hermano resucitaría en el día postrero; y aunque era cierto, esta verdad de poco servía. ¿Quién respondería por el hombre, muerto por el juicio sobre el pecado? Resucitar y comparecer ante Dios no era una respuesta a la muerte introducida por el pecado. Las dos cosas eran verdad. Cristo había liberado a menudo al hombre mortal de sus sufrimientos en la carne, y habrá una resurrección en el día postrero. Pero estas cosas carecían de valor en presencia de la muerte. No obstante, Cristo estaba allí; y Él es ¡gracias a Dios! la resurrección y la vida. Estando muerto el hombre, la resurrección viene primero. Pero Jesús es la resurrección y la vida en el poder actual de una vida divina. Y observen que la vida, venida por la resurrección, libera de todo aquello que la muerte implica, y deja atrás el pecado, la muerte, todo lo que pertenece a la vida que el hombre ha perdido. Cristo, habiendo muerto por nuestros pecados, ha llevado el castigo de ellos—llevó los pecados. Él murió. Todo el poder del enemigo, todo su efecto sobre el hombre mortal, todo el juicio de Dios, Él lo llevó todo y salió de ello, en el poder de una nueva vida en resurrección, la cual nos es impartida; de manera que estamos vivos en espíritu de entre los muertos, como Él está vivo de entre los muertos. El pecado (habiendo sido Él hecho pecado, y llevando nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero), la muerte, el poder de Satanás, el juicio de Dios, se pasa a través de todas estas cosas y son todas dejadas atrás, y el hombre está en un estado completamente nuevo, en incorrupción. Será cierto de nosotros, si morimos (pues no todos moriremos), en cuanto al cuerpo, o, siendo transformados, si no morimos. Pero en la comunicación de Su vida, la vida de quien ha resucitado de entre los muertos, Dios nos ha dado vida con Él, habiéndonos perdonado todas nuestras ofensas.
Vida Comunicada Por Cristo Al Creyente; La Muerte No Puede Subsistir Ante Él
Jesús manifestó aquí Su propio poder divino a este efecto; el Hijo de Dios fue glorificado en ello, pues sabemos que Él no había muerto aún por el pecado; pero fue este mismo poder en Él el que se manifestó. El creyente, incluso estando muerto, resucitará de nuevo; y los vivos que creen en Él no morirán. Cristo ha vencido la muerte; el poder para hacer esto estaba en Su Persona, y el Padre dio testimonio de Él acerca de esto. ¿Están vivos algunos de los Suyos cuando el Señor ejerce este poder? Ellos nunca morirán—la muerte no existe más en Su presencia. ¿Ha muerto alguno antes de que Él lo ejerza? Ellos vivirán—la muerte no puede subsistir delante de Él. Todo el efecto del pecado sobre el hombre es destruido completamente por la resurrección, contemplada como el poder de vida en Cristo. Esto se refiere, por supuesto, a los santos, a quienes la vida es comunicada. El mismo poder divino es, sin duda, ejercido en cuanto a los impíos; pero no se trata de la comunicación de vida de parte de Cristo, ni de ser resucitados con Él, como es evidente.
La Muerte, El Fin De La Vida Natural; La Resurrección, El Fin De La Muerte
Cristo ejerció este poder en obediencia y en dependencia de Su Padre, porque Él era hombre, caminando delante Dios para hacer Su voluntad; pero Él es la resurrección y la vida. Él ha traído el poder de la vida divina en medio de la muerte; y la muerte es aniquilada por este poder, pues en la vida la muerte deja de existir. La muerte era el fin de la vida natural para el hombre pecador. La resurrección es el fin de la muerte, la cual, de esta manera, ya no tiene nada en nosotros. Es para ventaja nuestra que, habiendo hecho todo lo que podía, la muerte está acabada. Vivimos en la vida que le puso término. Salimos de todo aquello que podía estar relacionado con una vida que ya no existe. ¡Qué liberación! Cristo es este poder. Él llegó a ser esto para nosotros en su plena manifestación y ejercicio en Su resurrección.
La Necesidad Y El Dolor De Marta Y María; La Compasión Del Señor
Marta, aunque que le amaba y creía en Él, no entiende esto; y llama a María, sintiendo que su hermana entendería mejor al Señor. Hablaremos un poco de estas dos mujeres inmediatamente. María, quien esperaba el propio llamamiento del Señor dirigido a ella, dejando, modestamente aunque con pesar, que Él tomara la iniciativa, creyendo así que el Señor la había llamado, va directamente a Él. Los judíos, Marta y María, todos habían visto milagros y sanidades que habían detenido el poder de la muerte. Todos ellos se refieren a esto. Pero aquí, la vida había cesado. ¿Qué podría ser de ayuda ahora? Si Él hubiera estado allí, ellos podrían haber contado con Su amor y poder. María se postra a Sus pies llorando. Sobre el punto del poder de la resurrección, ella no entendía más que Marta; pero su corazón se funde bajo el sentido de la muerte en la presencia de Aquel que tenía vida. Lo que ella pronuncia es más una expresión de necesidad y dolor que una queja. Los judíos también lloraron: el poder de la muerte estaba sobre sus corazones. Jesús entra compasivo en ello. Él estaba conmovido en espíritu. Él gime ante Dios (Marcos 7:34), Él llora con el hombre; pero Sus lágrimas se vuelven un gemido que, aunque inarticulado, era el peso de la muerte, sentido con compasión, y presentado a Dios mediante este gemido de amor que comprendía plenamente la verdad; y ello en amor para aquellos que estaban sufriendo el mal que expresaba Su gemido.
La Necesidad Trae El Poder Del Señor Para Satisfacerla
Él llevó la muerte ante Dios en Su espíritu como la miseria del hombre—el yugo del cual el hombre no podía liberarse; y Él es oído. La necesidad hace actuar este poder. No era ahora Su parte la de explicar pacientemente a Marta lo que Él era. Él siente y actúa sobre la necesidad que María había expresado, siendo abierto su corazón por la gracia que estaba en Él.
La Compasión Del Hombre; El Poder De Vida Ejercido Por El Hijo De Dios
El hombre se puede compadecer: es la expresión de su impotencia. Jesús penetra en la aflicción del hombre mortal, se coloca bajo la carga de la muerte que pesa sobre el hombre (y eso lo hace más a fondo de lo que el hombre mismo puede hacer), pero Él la quita junto con su causa. Él hace más que quitarla; Él introduce el poder que es capaz de quitarla. Ésta es la gloria de Dios. Cuando Cristo está presente, si nosotros morimos, no morimos para muerte, sino para vida: nosotros morimos para que podamos vivir en la vida de Dios, en lugar de en la vida del hombre. ¿Y por cuál motivo? Para que el Hijo de Dios pueda ser glorificado. La muerte entró por el pecado; y el hombre está bajo el poder de la muerte. Pero esto sólo ha dado lugar a que nosotros poseamos la vida conforme al segundo Adán, el Hijo de Dios, y no conforme al primer Adán, el hombre pecador. Esto es gracia. Dios es glorificado en esta obra de gracia, y es el Hijo de Dios cuya gloria resplandece intensamente en esta obra divina.
Marta Y María Y Lo Que Las Señaló; María a Los Pies De Jesús
Y, observen, que esto no es la gracia ofrecida en testimonio, es el ejercicio del poder de vida. La corrupción no es ningún obstáculo para Dios. ¿Porqué vino Cristo? Para traer las palabras de vida eterna al hombre muerto. Ahora bien, María se nutrió de esas palabras. Marta servía—preocupaba su corazón con muchas cosas. Ella creía, ella amaba a Jesús, le recibió en su casa: el Señor la amaba. María le escuchaba: esto es para lo que Él vino; y Él justificó a María por ello. La buena parte que había escogido no le sería quitada.
Cuando llega el Señor, Marta, por su propia voluntad, le sale al encuentro. Ella se retira cuando Jesús le habla del poder presente de vida. Nos sentimos incómodos cuando, aunque cristianos, nos sentimos incapaces de comprender el significado de las palabras del Señor, o lo que Su pueblo nos dice a nosotros. Marta sintió que ésta era más bien la parte de María que la suya. Se va y llama a su hermana, diciendo que el Maestro (Aquel que enseñaba—observen este nombre con que ella le llama) había venido, y la llamaba. Fue su propia conciencia lo que fue para ella la voz de Cristo. María se levanta instantáneamente y acude a Él. Ella no entendía más que Marta. Su corazón derrama su necesidad a los pies de Jesús, donde había escuchado Sus palabras y había adquirido el conocimiento de Su amor y Su gracia; y Jesús pregunta por el camino a la tumba. Para Marta, siempre ocupada con las circunstancias, su hermano ya hedía.
La Familia En Betania
Después (Marta servía, y Lázaro estaba presente), María unge al Señor, con un sentido instintivo de lo que estaba sucediendo; pues ellos estaban resolviendo en consejo darle muerte. El corazón de ella, enseñado por el amor al Señor, sintió la enemistad de los judíos; y su afecto, estimulado por una profunda gratitud, emplea en Él la cosa más costosa que tenía. Aquellos que estaban presentes la increpan; Jesús toma nuevamente su parte. Esto podía no ser razonable, pero ella había comprendido su posición. ¡Qué lección! ¡Qué familia bendecida era ésta de Betania, en la que el corazón de Jesús halló (hasta donde se podía hallar en esta tierra) un alivio que Su amor aceptó! ¡Con qué amor tenemos que ver nosotros! ¡Lamentablemente, con qué odio también! pues vemos en este Evangelio la terrible oposición entre el hombre y Dios.
El Testimonio De Dios De Su Gracia Depositado Sobre Sus Siervos Más Débiles: Tomás, Marcos Y Bernabé
Hay un punto interesante a ser notado aquí, antes de seguir adelante. El Espíritu Santo ha registrado un incidente, en el cual la momentánea pero culpable incredulidad de Tomás fue cubierta por la gracia del Señor. Era necesario relatarlo; pero el Espíritu Santo se ha tomado el cuidado de mostrarnos que Tomás amaba al Señor, y estaba preparado, de corazón, para morir con Él (versículo 16). Tenemos otros ejemplos de la misma clase. Pablo dice: “Toma a Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio.” (2 Timoteo 4:11). ¡Pobre Marcos! esto fue necesario a causa de lo que sucedió en Perge. Bernabé tuvo también el mismo lugar en el afecto y en el recuerdo del apóstol. Nosotros somos débiles: Dios no oculta esto de nosotros; pero Él deposita el testimonio de Su gracia en los más febles de Sus siervos.
La Muerte De Jesús Propuesta Por El Sumo Sacerdote; El Señor Tranquilamente En Su Lugar De Servicio
Pero continuemos. Caifás, el principal de los judíos, como sumo sacerdote, propone la muerte de Jesús, porque había devuelto a Lázaro a la vida. Y desde aquel día ellos conspiran contra Él. Jesús los deja hacer. Él vino para dar Su vida en rescate por muchos. Prosigue hasta cumplir la obra que Su amor había emprendido, en conformidad con la voluntad de Su Padre, cualesquiera que fuesen las artimañas y la malicia de los hombres. La obra de vida y de muerte, de Satanás y de Dios, estaban cara a cara. Pero los consejos de Dios se estaban cumpliendo en gracia, cualesquiera que fuesen los medios. Jesús se consagra a la obra por medio de la cual estos consejos se iban a cumplir. Habiendo mostrado el poder de resurrección y de vida en Sí mismo, Él está nuevamente, cuando llega el momento, tranquilamente en el lugar donde Su servicio le conducía; pero ya no va al templo de la misma manera que antes. En efecto, Él va hasta allí; pero la cuestión entre Dios y el hombre ya estaba moralmente zanjada.