El Odio Incesante Del Hombre; El Amor Inmutable Del Señor
Ahora, entonces, el Señor ha tomado Su lugar yendo al Padre. El tiempo había llegado para ello. Él toma Su lugar en lo alto, conforme a los consejos de Dios, y ya no se halla más en relación con un mundo que le había ya rechazado; pero Él ama a los Suyos hasta el fin. Dos cosas están presentes para Él: por una parte, el pecado que toma la forma más dolorosa para Su corazón; y por otra, el sentido de toda la gloria que le es dada como hombre, y desde donde Él vino y adonde Él iba; es decir, Su carácter personal y celestial en relaciones con Dios, y la gloria que le fue dada. Él vino de Dios e iba a Dios; y el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos.
El Servicio De Amor: Nuestro Abogado En Lo Alto
Pero, ni Su entrada en la gloria, ni la falta de piedad del pecado del hombre, apartan Su corazón de los discípulos, o incluso de sus necesidades. Sólo que Él ejerce Su amor para ponerlos en relación consigo mismo en la nueva posición que Él estaba creando para ellos, entrando de este modo en ella. Él no podía permanecer más con ellos en la tierra; y si los dejaba, y debía hacerlo, no los abandonaría, sino que los haría aptos para que estuvieran donde Él estaba. Los amaba con un amor que nada podía detener. Este amor continuó hasta perfeccionar sus resultados; y Él debía hacerlos aptos para estar con Él. ¡Bendito cambio que el amor realizó incluso estando Él con ellos aquí abajo! Tenían que tener una parte con Aquel que vino de Dios e iba a Dios, y en cuyas manos el Padre había puesto todas las cosas; pero entonces ellos tenían que ser hechos aptos para estar con Él allí. Con este fin, Él es todavía siervo de ellos en amor, e incluso más que nunca. No hay duda de que Él lo había sido en Su gracia perfecta, pero fue mientras estuvo entre ellos. Ellos eran así, en cierto sentido, compañeros. Ellos estaban todos aquí cenando juntos a la misma mesa. Pero Él abandona esta posición, así como Él lo hizo con Su asociación personal con Sus discípulos al ascender al cielo, yendo a Dios. Pero, si Él lo hace, Él todavía se ciñe para servirles, y toma agua para lavar sus pies. Aunque está en el cielo, Él todavía nos está sirviendo. El efecto de este servicio es que el Espíritu Santo se lleva, en forma práctica, por la Palabra, toda la contaminación que recogemos cuando andamos por este mundo de pecado. En nuestro camino nos ponemos en contacto con este mundo que rechazó a Cristo. Nuestro Abogado en lo alto (comparen con 1 Juan 2), Él nos limpia de las contaminaciones de este mundo por medio del Espíritu Santo y la Palabra; Él nos limpia en vista de las relaciones con Dios Su Padre, a las cuales Él nos ha traído cuando Él mismo entró en ellas, como hombre, en lo alto.
Lavando Los Pies De Los Discípulos: El Medio
Se requería una pureza que conviniera a la presencia de Dios, pues Él iba allí. Sin embargo, son solamente los pies los que se tienen en cuenta. Los sacerdotes que servían a Dios en el tabernáculo eran lavados al ser consagrados. Su lavamiento no se repetía. De modo que, una vez renovados espiritualmente por la Palabra, esto no se repite para nosotros. En la frase “el que está lavado”, en el original griego se usa una palabra diferente de la que usa en “no necesita sino lavarse los pies.” (Juan 13:10). La primera palabra se refiere a bañar todo el cuerpo; la última se refiere a lavar manos y pies. Nosotros necesitamos esto último constantemente, pero una vez que nacemos por la Palabra, no somos lavados otra vez completamente, de igual modo que no se repetía la primera consagración de los sacerdotes. Los sacerdotes se lavaban las manos y los pies cada vez que se involucraban en su servicio—para que pudieran acercarse a Dios. Nuestro Jesús restaura la comunión y el poder para servir a Dios, cuando la hemos perdido. Lo hace con vistas a la comunión y el servicio; pues ante Dios estamos enteramente limpios a modo personal. El servicio era el servicio de Cristo—de Su amor. Él enjugó los pies de ellos con la toalla con que se ceñía (una circunstancia expresiva del servicio). El medio de purificación era el agua—la Palabra, aplicada por el Espíritu Santo. Pedro se encoge ante la idea de Cristo humillándose de esta manera; pero debemos someternos a este pensamiento, que nuestro pecado es tal que nada menor a la humillación de Cristo puede, en algún sentido, limpiarnos de él. Ninguna otra cosa nos hará conocer realmente la perfecta y deslumbrante pureza de Dios, o el amor y la entrega de Jesús; y en la comprensión de éstos consiste el tener un corazón santificado para la presencia de Dios. Pedro, entonces, quería que el Señor le lavara también sus manos y su cabeza. Pero esto ya fue llevado a cabo. Si somos de Él, nosotros hemos nacidos de nuevo y limpiados por la Palabra que Él ha aplicado ya a nuestras almas; nosotros sólo contaminamos nuestros pies al andar. Es según el modelo de este servicio de Cristo en gracia que tenemos que actuar con respecto a nuestros hermanos.
La Traición De Judas Conocida Por El Señor
Judas no estaba limpio; no había nacido de nuevo, no estaba limpio por medio de la Palabra que Jesús había hablado. No obstante, siendo enviado por el Señor, aquellos que le habían recibido también habían recibido a Cristo. Y esto es cierto también de aquellos a quienes Él envía por Su Espíritu. Este pensamiento trae la traición de Judas a la mente del Señor; Su alma se conmovió al pensar en ello, y alivia Su corazón declarándolo a Sus discípulos. De lo que se ocupa Su corazón aquí no es de Su conocimiento del individuo, sino del hecho de que uno de ellos iba a hacerlo, uno de aquellos que habían sido Sus compañeros.
El Amor De Juan Y Pedro a Su Señor
Por consiguiente, fue a causa de que Él dijera esto que los discípulos se miraron unos a otros. Ahora bien, había uno cerca de Él, el discípulo al cual Jesús amaba; pues tenemos, en toda esta parte del Evangelio de Juan, el testimonio de la gracia que responde a las diversas formas de maldad e impiedad en el hombre. Este amor de Jesús había formado el corazón de Juan—le había dado confianza y constancia de afecto; y, consecuentemente, sin ningún otro motivo que éste, él estuvo lo suficientemente cerca de Jesús como para recibir comunicaciones de Él. No era a fin de recibirlas que se puso cerca de Jesús; él estaba allí porque amaba al Señor, cuyo propio amor le había ligado a Él; pero, estando allí, él era capaz de recibir estas comunicaciones. Es de este modo, que nosotros podemos todavía aprender de Él.
Pedro le amaba; pero había demasiado de Pedro, no útil para el servicio, si Dios le llamaba a ello—y Él hizo esto en gracia, cuando Él le hubo abatido enteramente, y le hizo conocerse a sí mismo—pero íntimamente. ¿Quién, entre los doce, dio testimonio como Pedro, en quien Dios fue poderoso para con la circuncisión? Pero no hallamos en sus epístolas lo que hallamos en las de Juan. Además, cada uno tiene su lugar, dado en la soberanía de Dios. Pedro amaba a Cristo; y vemos que, unido también con Juan por este afecto común, ellos están constantemente juntos; así como también al final de este Evangelio él está ansioso por conocer la suerte de Juan. Por lo tanto, él utiliza a Juan para preguntar al Señor cuál de entre ellos le traicionaría, como Él había dicho. Recordemos que estar cerca de Jesús por causa de Él, es la manera de tener Su mente cuando surgen pensamientos ansiosos.
Judas Poseído Por Satanás: Tinieblas Y Desesperación
Jesús señala a Judas mediante el pan mojado, con el cual podría haber indicado a cualquier otro, pero que para Judas fue sólo el sello de su ruina. Sucede realmente así, en proporción, con todo favor de Dios que cae en un corazón que rechaza este favor. Después del bocado, Satanás entra en Judas. Él ya era impío por la codicia, y al ceder habitualmente a tentaciones comunes; aunque él estaba con Jesús, endureciendo su corazón contra el efecto de esa gracia que siempre estaba ante sus ojos y a su lado, y la cual, en cierto modo, fue ejercida hacia él, él había cedido a la sugerencia del enemigo, y se hizo a sí mismo el instrumento de los sumos sacerdotes para traicionar al Señor. Él sabía lo que ellos deseaban, y va y se ofrece. Y cuando, por su larga familiaridad con la gracia y la presencia de Jesús mientras se dedicaba a pecar, esa gracia y el pensamiento de la Persona de Cristo habían perdido completamente su influencia, él estaba en un estado de insensibilidad cuando le traiciona. El conocimiento que él tenía del poder del Señor, ayudó a que él se entregara al mal, y fortaleció la tentación de Satanás; pues, evidentemente, estaba seguro de que Jesús tendría nuevamente éxito escapándose de las manos de Sus enemigos; y, en cuanto a lo que se refería al poder, Judas tenía razón al pensar que el Señor podía haberlo hecho así. Pero, ¿qué sabía él de los pensamientos de Dios? Todo era tinieblas, moralmente, en su alma.
Y ahora, después de este último testimonio, que fue tanto una señal de la gracia como un testimonio del verdadero estado de su corazón que era insensible a este testimonio (como se expresa en el Salmo que aquí se cumple), Satanás entra en él, toma posesión de él hasta el punto de endurecerle contra todo lo que podría haberle hecho sentir, aun como hombre, la horrenda naturaleza de lo que él estaba haciendo, y debilitarle así al llevar a cabo este mal; de modo que ni su conciencia ni su corazón fuesen despertados en el acto de cometerlo. ¡Terrible condición! Satanás le poseyó, hasta que se vio obligado a dejarle en el juicio del cual él no podía ocultarle, y el cual será suyo en el momento señalado por Dios—juicio que se manifiesta a la conciencia de Judas cuando el mal ya estaba hecho, cuando ya era demasiado tarde (y el sentido del cual es mostrado por una desesperación que su vínculo con Satanás no hacía más que aumentar), pero un juicio que le obliga a dar testimonio de Jesús ante aquellos que sacaron partido de su pecado y quienes se burlaron ante su angustia. Porque la desesperación hace que uno diga la verdad; el velo es rasgado; deja de existir el autoengaño; la conciencia queda descubierta ante Dios, pero esto sucede antes de Su juicio. Satanás no engaña allí; y no la gracia, sino la perfección de Cristo es conocida. Judas dio testimonio de la inocencia de Jesús, como lo hizo el ladrón en la cruz. Es de este modo que la muerte y la destrucción oyeron la fama de Su sabiduría: sólo Dios lo sabe (Job 28:22-2322Destruction and death say, We have heard the fame thereof with our ears. 23God understandeth the way thereof, and he knoweth the place thereof. (Job 28:22‑23)).
La Omnisciencia Del Señor
Jesús conocía su condición. No fue sino el cumplimiento de aquello que Él iba a hacer, por medio de uno para quien no había ya ninguna esperanza. “Lo que vas a hacer,” dijo Jesús, “hazlo más pronto.” Pero, ¡qué palabras cuando las oímos de labios de Aquel que era el amor mismo! Sin embargo, los ojos de Jesús no estaban fijos sobre Su propia muerte. Él está solo. Nadie, ni siquiera los discípulos, tenían parte alguna con Él. Estos no podían seguirle adonde Él iba, no más que los propios judíos. ¡Hora solemne, pero gloriosa! Siendo un hombre, Él se iba a encontrar con Dios en aquello que separaba al hombre de Dios—iba a encontrarlo en el juicio. Esto, de hecho, es lo que Él dice, tan pronto como Judas salió. La puerta que Judas cerró tras de sí separó a Cristo de este mundo.
La Cruz: La Manifestación Más Resplandeciente De La Gloria De Dios, El Centro De La Historia De La Eternidad
“Ahora” dice Él, “es glorificado el Hijo del Hombre.” Él había dicho esto cuando llegaron los Griegos; pero entonces se trataba de la gloria venidera—Su gloria como cabeza de todos los hombres, y, de hecho, de todas las cosas. Pero esto no podía ser aún; y Él dijo: “Padre, glorifica tu nombre.” (Juan 12:28). Jesús debía morir. Era eso lo que glorificaba el nombre de Dios en un mundo donde el pecado estaba. Era la gloria del Hijo del Hombre la que iba cumplir esto aquí, donde todo el poder del enemigo, el efecto del pecado, y el juicio de Dios sobre el pecado, eran exhibidos; donde la cuestión quedó moralmente zanjada; donde Satanás (en su poder sobre el hombre pecador—el hombre bajo el pecado, y ese estado, plenamente desarrollado en abierta enemistad contra Dios), y Dios se encontraron, no como en el caso de Job, que fue instrumento en las manos divinas para disciplina, sino para justicia—aquello en lo cual Dios estaba contra el pecado, pero aquello en lo cual, por medio de Cristo entregándose a Sí mismo, todos Sus atributos fuesen ejercidos, y fuesen glorificados, y mediante lo cual, de hecho, mediante lo que sucedió, todas las perfecciones de Dios han sido glorificadas, siendo manifestadas por medio de Jesús, o mediante lo que Jesús hizo y padeció.
Estas perfecciones habían sido develadas directamente en Él, hasta donde alcanzaba la gracia; pero ahora que la oportunidad del ejercicio de todas ellas había sido dada a conocer, al tomar Él un lugar que le sometió a prueba conforme a los atributos de Dios, la perfección divina de estos atributos por medio del hombre en Jesús allí donde Él estaba en el lugar del hombre; y (hecho pecado, y, gracias a Dios, para el pecador) Dios fue glorificado en Él. Porque vean todo lo que, de hecho, se encontró en la cruz: todo el poder de Satanás sobre los hombres; Jesús solo y excluido; el hombre en perfecta y abierta enemistad contra Dios en el rechazo de Su Hijo; Dios manifestado en gracia; luego en Cristo, como hombre, el perfecto amor hacia Su Padre, y obediencia perfecta, y eso en el lugar de pecado, como hecho pecado (porque la perfección del amor a Su Padre y la obediencia se revelaron cuando Él fue hecho pecado ante Dios en la cruz); entonces la majestad de Dios se cumplió, glorificada (Hebreos 2:10); Su juicio perfecto, justo, contra el pecado sufrido como el Santo; pero en ello estaba Su amor perfecto hacia los pecadores al dar a Su Hijo unigénito. Pues por medio de esto nosotros conocemos el amor. Para resumir esto, en la cruz hallamos: al hombre en la maldad absoluta—el odio hacia lo que era bueno; el pleno poder de Satanás sobre este mundo—el príncipe de este mundo; al hombre en perfecta bondad, obediencia, y el amor al Padre a un costo total para Él; a Dios en justicia absoluta, infinita contra el pecado, y en divino infinito amor por el pecador. El bien y el mal fueron plenamente zanjados para siempre, y la salvación forjada, y fue puesto el fundamento de los cielos nuevos y la tierra nueva. Bien podemos decir: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él.” Completamente deshonrado en el primero, Él es infinitamente glorificado en el Segundo, y, por consiguiente, Él pone al hombre (Cristo) en la gloria, e inmediatamente, sin esperar el reino. Pero esto requiere algunas palabras menos abstractas, pues la cruz es el centro del universo, según Dios, la base de nuestra salvación y nuestra gloria, y la manifestación más resplandeciente de la gloria propia de Dios, el centro de la historia de la eternidad.
“Es Glorificado El Hijo Del Hombre” En Jesús En La Cruz, Y “Dios Es Glorificado En Él” Allí
El Señor había dicho, cuando los griegos desearon verle, que había llegado la hora para que el Hijo del Hombre fuese glorificado. Él habló entonces de Su gloria como Hijo del Hombre, la gloria que Él tomaría bajo ese título. Él sintió realmente que a fin de introducir a los hombres en esa gloria, necesariamente Él debía pasar por la muerte. Pero Él quedó absorto por una cosa que separaba Sus pensamientos de la gloria y de los sufrimientos—el deseo que poseía Su corazón de que Su Padre fuese glorificado. Todo había llegado ahora al punto en que esto tenía que ser cumplido; y el momento había llegado cuando Judas (excediendo los límites de la paciencia justa y perfecta de Dios) salió, dando rienda suelta a su iniquidad, para consumar el crimen que conduciría al maravilloso cumplimiento de los consejos de Dios.
Ahora bien, en Jesús en la cruz, el Hijo del Hombre ha sido glorificado de una manera mucho más admirable incluso de lo que Él lo será por la gloria positiva que le pertenece bajo ese título. Él será, lo sabemos, vestido con esa gloria; pero, en la cruz, el Hijo del Hombre llevó todo lo necesario para la perfecta manifestación de la gloria de Dios. Todo el peso de esa gloria fue traído para que lo llevara sobre Sí, para someterle a prueba, para que se evidenciara si podía Él soportarla, verificarla y exaltarla; y todo ello en el lugar donde el pecado ocultaba esa gloria, y, por así decirlo, donde lo acreditaba con la mentira. ¿Era capaz el Hijo del Hombre de entrar en un lugar tal, de acometer una tarea así, y de cumplir la tarea, y mantener Su lugar sin fracasar hasta el final? Esto es lo que Jesús hizo. La majestad de Dios tenía que ser vindicada contra la rebelión insolente de Su criatura; Su verdad, la cual le había amenazado con la muerte a Él, tenía que ser mantenida; Su justicia tenía que ser establecida contra el pecado (¿quién podría resistirla?), y al mismo tiempo, Su amor tenía que ser plenamente demostrado. Teniendo aquí Satanás todos sus lastimosos derechos que él había adquirido mediante nuestro pecado, Cristo—perfecto como hombre, solo, separado de todos los hombres, en obediencia, y teniendo como hombre únicamente un objeto, es decir, la gloria de Dios, de forma tan divinamente perfecta, sacrificándose Él mismo para este propósito—glorificó plenamente a Dios. Dios fue glorificado en Él. Su justicia, Su majestad, Su verdad, Su amor—todas estas cosas fueron verificadas en la cruz así como están en Él mismo, y reveladas solamente allí; y eso, con respecto al pecado.
Todos Los Atributos De Dios Exhibidos Libremente Y Plenamente Al Pecador
Y Dios puede ahora actuar libremente, conforme a aquello que Él es conscientemente para Él, sin que ningún otro atributo obstaculice, o contradiga a otro. La verdad condenaba al hombre a la muerte, la justicia condenaba para siempre al pecador, la majestad demandaba la ejecución de la sentencia. ¿Dónde, entonces, estaba el amor? Si el amor, como el hombre lo concebiría, tenía que pasar por sobre todo, ¿dónde estarían Su majestad y Su justicia? Además, eso no podía ser; ni tampoco hubiese podido ser realmente amor, sino indiferencia hacia el mal. Por medio de la cruz, Él es justo, y Él justifica en gracia; Él es amor, y en ese amor Él otorga Su justicia al hombre. Para el creyente, la justicia de Dios toma el lugar del pecado del hombre. La justicia, así como el pecado, del hombre, desaparece ante la luz resplandeciente de la gracia, y no oscurece la gloria soberana de una gracia como esta hacia el hombre, quien estaba realmente apartado de Dios.
Dios Glorificando Al Hijo Del Hombre En Sí Mismo
¿Y quién ha cumplido esto? ¿Quién ha establecido así (en cuanto a su manifestación, y a restituirla adonde había estado, en cuanto al estado de las cosas, comprometida por el pecado), toda la gloria de Dios? Fue el Hijo del Hombre. Por lo tanto, Dios le glorifica con Su propia gloria; porque fue, de hecho, esa gloria la que Él había establecido y había hecho honorable, cuando ante Sus criaturas fue anulada por el pecado—ella, en sí misma, no puede ser anulada. Y no sólo fue establecida, sino que fue apreciada de modo tal que no hubiera podido serlo por otros medios. Nunca hubo un amor como el don del Hijo de Dios para los pecadores; nunca hubo una justicia (para la cual el pecado es insoportable) como aquella que no perdonó ni al Hijo cuando llevó el pecado sobre Él; nunca hubo una majestad como aquella que hizo al Hijo de Dios responsable de la plena magnitud de sus exigencias (comparar con hebreos 2); nunca hubo una verdad como aquella que no cedió ante la necesidad de la muerte de Jesús. Ahora conocemos a Dios. Dios, siendo glorificado en el Hijo del Hombre, se glorifica Él en Sí mismo. Pero, consecuentemente, Él no espera el día de Su gloria con el hombre, conforme al pensamiento del capítulo 12. Dios le llama a Su propia diestra, y le hace sentarse allí en seguida y solo. ¿Quién podría estar allí (salvo en espíritu) sino Él? Aquí Su gloria está relacionada con aquello que Él podía hacer solo—con aquello que Él tenía que hacer solo; y de lo cual Él debe tener el fruto, Él solo con Dios, pues Él era Dios.
Solo En La Cruz, Único Y Preeminente En Gloria
Otras glorias vendrán a su tiempo. Él las compartirá con nosotros, aunque Él tiene la preeminencia en todas las cosas. Aquí Él está solo, y debe estarlo siempre (es decir, en aquello que pertenece propiamente a Su Persona). ¿Quién compartió la cruz con Él, sufriendo por el pecado, y cumpliendo la justicia? Nosotros, verdaderamente, la compartimos con Él en lo que respecta al sufrimiento por causa de la justicia, y por el amor de Él y Su pueblo, incluso hasta la muerte: y así participaremos también de Su gloria. Pero es evidente que no podíamos glorificar a Dios por el pecado. Aquel que no conoció pecado, Él solo podía ser hecho pecado. Únicamente el Hijo de Dios pudo soportar esta carga.
El Mandamiento Nuevo Dado a Los Discípulos: Amor Fraternal
En este sentido el Señor—cuando Su corazón halló alivio derramando estos gloriosos pensamientos, estos maravillosos consejos—se dirigió a Sus discípulos con afecto, diciéndoles que su relación con Él aquí abajo pronto terminaría, que Él iba adonde ellos no podían seguirle, no más de lo que podían seguirle los judíos incrédulos. El amor fraternal tenía, en cierto sentido, que tomar Su lugar. Tenían que amarse unos a otros como Él los había amado, con un amor superior a los errores de la carne en sus hermanos—amor fraternal de gracia en estos aspectos. Si la columna principal contra la cual muchos alrededor de ella se estaban apoyando era quitada, ellos se soportarían unos a otros, aunque no mediante sus fuerzas. Y así serían conocidos los discípulos de Cristo.
La Confianza Propia De Simón Pedro
Ahora bien, Simón Pedro desea penetrar en aquello que ningún hombre, salvo Jesús, podía entrar—en la presencia de Dios por la senda de la muerte. Esto es confianza carnal. El Señor le dice, en gracia, que eso no podía ser ahora. Él debía secar aquel mar insondable para el hombre—la muerte—aquel Jordán desbordante; y luego, cuando ella no fuese más el juicio de Dios, ni fuese manejada por el poder de Satanás (pues en ambos caracteres Cristo ha destruido completamente su poder para el creyente), entonces Su pobre discípulo podría pasar por ella por causa de la justicia y de Cristo. Pero Pedro le seguiría con sus propias fuerzas, declarándose capaz de hacer exactamente aquello que Jesús iba a hacer por él. Con todo, de hecho, aterrado ante el primer movimiento del enemigo, él retrocede ante la voz de una mujer, y niega al Maestro a quien amaba. En las cosas de Dios, la confianza carnal no hace más que conducirnos a una posición en la que ésta no puede sostenerse. La sinceridad sola no puede hacer nada contra el enemigo. Tenemos que poseer la fortaleza de Dios.