Los Verdaderos Autores De La Muerte Del Señor
Pilato cede a su habitual inhumanidad. Sin embargo, en el relato dado en este Evangelio, los judíos son prominentes, como los verdaderos autores (por lo que se refería al hombre) de la muerte del Señor. Celosos de su pureza ceremonial, pero indiferentes a la justicia, no se conforman con juzgarle según su propia ley; ellos escogen que los romanos le den muerte, pues todo el consejo de Dios necesariamente tiene que cumplirse.
La Alarma De Pilato, Orgullo E Injusticia; Su Intento De Hacer a Los Judíos Plenamente Culpables
Fue a causa de las reiteradas exigencias de los judíos que Pilato entrega a Jesús en sus manos—enteramente culpable al hacerlo, pues él había declarado públicamente Su inocencia, y su conciencia había sido tocada y alarmada por las pruebas evidentes que hubo de que tenía ante él a alguna persona extraordinaria. Él no va a mostrar que es afectado, pero lo fue (cap. 19:8). La gloria divina que penetró por medio de la humillación de Cristo actúa sobre él, y da fuerza a la afirmación hecha por los judíos de que Jesús se había llamado a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato le había azotado y le había entregado a los insultos de los soldados; y aquí él se habría detenido. Tal vez esperó también que los judíos se darían por satisfechos con esto, y les presenta a Jesús coronado con espinas. Quizás esperó que el celo de ellos con respecto a estos insultos nacionales los inducirían a pedir Su liberación. Pero, siguiendo cruelmente en su maligno propósito, gritaron: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Pilato objeta esto en sí mismo, al tiempo que les concede libertad para hacerlo, diciéndoles que no halla ningún delito en Él. Ante esto, ellos pretextan de su ley judía. Ellos tenían una ley propia, dicen ellos, según la cual Él debía morir porque se había hecho a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato, ya afectado y ejercitada su mente, se alarma aún más, y, regresando de nuevo a la sala del juicio, interroga a Jesús. El orgullo de Pilato despierta, y pregunta si Jesús no sabe que él tiene el poder para condenarle o soltarle. El Señor mantiene, al responder, la plena dignidad de Su Persona. Pilato no tiene poder sobre Él, si no era la voluntad de Dios—a ésta Él se sometía. La suposición de que cualquiera podía hacer algo contra Él, si no era porque mediante aquello la voluntad de Dios se iba a cumplir, agravaba el pecado de los que le habían entregado. El conocimiento de Su Persona formaba la medida del pecado cometido contra Él. No percibir este pecado hacía que todo fuera juzgado falsamente, y, en el caso de Judas, mostró la ceguera moral más absoluta. Judas conocía el poder de Su Maestro. ¿Cuál fue el significado de entregarle al hombre, si no era porque había llegado Su hora? Pero, siendo este el caso ¿cuál fue la posición del traidor?
Pero Jesús habla siempre conforme a la gloria de Su Persona, y como estando, de este modo, enteramente por sobre las circunstancias a través de las cuales Él estaba pasando en gracia, y en obediencia a la voluntad de Su Padre. Pilato es profundamente perturbado por la respuesta del Señor, con todo, su sentimiento no es lo bastante fuerte para contrariar el motivo con el que los judíos le presionaban, pero tenía suficiente poder para recriminarles a los judíos toda lo que había de voluntad en Su condenación, y hacerles plenamente culpables del rechazo del Señor.
La Condenación Y Calamidad Propia De Los Judíos; Jesús Es Entregado
Pilato procuró alejarle de la furia de ellos. Finalmente, temiendo ser acusado de infidelidad a César, se vuelve con desprecio hacia los judíos, diciendo, “¡He aquí vuestro Rey!”; actuando—aunque inconscientemente—bajo la mano de Dios, para hacer salir esa palabra memorable de labios de ellos, su condenación, y su calamidad aún hasta el día de hoy, “No tenemos más rey que César.” Negaron a su Mesías. La fatídica palabra, que hizo descender el juicio de Dios, fue pronunciada ahora, y Pilato les entrega a Jesús.
El Título Del Señor Fijado a La Cruz
Jesús, humillado y llevando la cruz, toma Su lugar con los transgresores. Sin embargo, Aquel que haría que todo se cumpliera ordenó que se rindiera un testimonio a Su dignidad; y Pilato (tal vez para exasperar a los judíos, ciertamente para cumplir los propósitos de Dios) fija a la cruz como título del Señor, “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”: la doble verdad—el despreciado nazareno es el Mesías verdadero. Aquí, entonces, como a través de todo este Evangelio, los judíos ocupan su lugar como rechazados de Dios.
Jesús Crucificado: La Profecía Cumplida
Al mismo tiempo, el apóstol muestra—aquí como en otra parte—que Jesús era el verdadero Mesías, citando las profecías que hablan de lo que le sucedió a Él en general, con respecto a Su rechazo y Sus sufrimientos, de modo que se prueba que Él es el Mesías por las circunstancias mismas en que fue rechazado por el pueblo.
Después de la historia de Su crucifixión, como el acto del hombre, tenemos aquello que la caracteriza en el aspecto de lo que Jesús fue sobre la cruz. La sangre y el agua fluyen de Su costado abierto.
La Devoción De Las Mujeres Ante La Cruz; La Naturaleza Contemplada En Su Perfección En Los Sentimientos Humanos Del Señor
La devoción de las mujeres que le siguieron, menos importante quizás desde la perspectiva de la acción, resplandece, no obstante, a su manera, en esa perseverancia de amor que las llevó cerca de la cruz. La posición más responsable de los apóstoles como hombres, escasamente le permitió a ellos esto, en las circunstancias en las que se encontraban; pero esto no le quita nada al privilegio que la gracia une a la mujer cuando es fiel a Jesús. Pero fue la oportunidad para que Cristo nos diera una nueva enseñanza, mostrándose tal como Él mismo era, y poniendo Su obra ante nosotros, sobre todas las simples circunstancias, como el efecto y la expresión de una energía espiritual que le consagró, como hombre, enteramente a Dios, ofreciéndose también a Dios por el Espíritu eterno. Su obra estaba hecha. Se había ofrecido a Sí mismo. Él vuelve, por así decirlo, a Sus relaciones personales. La naturaleza, en Sus sentimientos humanos, se ve en su perfección; y, al mismo tiempo, se ve Su superioridad divina, personalmente, frente a las circunstancias por las que pasó en gracia como el hombre obediente. La expresión de Sus sentimientos filiales muestra que la consagración a Dios, que le alejó de todos aquellos afectos que son semejantes a la necesidad y al deber del hombre conforme a la naturaleza, no fue la falta de sentimiento humano, sino el poder del Espíritu de Dios. Viendo a las mujeres, no les habló más como Maestro y Salvador, la resurrección y la vida; es Jesús, un hombre, individualmente, en Su relación humana.
La Comisión De Juan; El Amor Del Maestro Por Juan
“Mujer”, Él dice, “he ahí tu hijo”—encomendando Su madre al cuidado de Juan, el discípulo que Jesús amaba—y al discípulo le dice, “He ahí tu madre”; y desde entonces ese discípulo la recibió en su casa. ¡Dulce y preciosa comisión! Una confianza que hablaba de aquello que sólo aquel que era amado así podía apreciar, como siendo su objeto inmediato. Esto nos muestra también que Su amor por Juan tenía un carácter de afecto y apego humanos, conforme a Dios, pero no era un amor esencialmente divino, aunque sí estaba lleno de gracia divina—una gracia que le daba todo su valor, pero que se revestía con la realidad del corazón humano. Evidentemente, esto era lo que unía a Juan y a Pedro. Jesús era su único y común objeto. De caracteres muy diferentes—y unidos tanto más por esa causa—ellos pensaban sólo en una cosa. Una consagración absoluta a Jesús es el vínculo más fuerte entre corazones humanos. Los despoja del yo, y poseen una sola alma en pensamiento, intención, y propósito establecido, porque tienen únicamente un objeto. Pero en Jesús esto era perfecto, y era gracia. No se dice, ‘el discípulo que amaba a Jesús’; eso hubiera estado bastante fuera de lugar. Hubiera sido sacar completamente a Jesús de Su lugar, y de Su dignidad, de Su gloria personal, y hubiera sido destruir el valor de Su amor hacia Juan. No obstante, Juan amaba a Jesús, y, consecuentemente, apreciaba así el amor de su Maestro; y, estando su corazón unido a Él por la gracia, se consagró a la ejecución de esta dulce comisión, la cual él se deleita en relatar aquí. Es realmente el amor el que lo dice, aunque no habla de sí mismo.
Creo que vemos nuevamente este sentimiento (usado por el Espíritu de Dios, evidentemente no como el fundamento, sino para dar su colorido a la expresión de todo aquello que él había visto y oído) al comienzo de la primera epístola de Juan.
Cristo Actuando En Conformidad a La Gloria De Su Persona
Vemos también aquí que este Evangelio no nos muestra a Cristo bajo el peso de Sus sufrimientos, sino actuando en conformidad con la gloria de Su Persona sobre todas las cosas, y cumpliendo todas las cosas en gracia. En serenidad perfecta, Él provee para Su madre; habiendo hecho esto, sabe que todo está consumado. Él tiene, según el lenguaje humano, completo control de Sí mismo.
El Señor Poniendo Su Vida: Un Acto Voluntario
Hay todavía una profecía a ser cumplida. Él dice, “Tengo sed”; y, como Dios había predicho, le dan vinagre. Él sabe que no quedaba ahora ningún detalle de todo lo que tenía que cumplirse. Inclina la cabeza y Él mismo entrega Su espíritu.
De esta forma, cuando toda la obra divina es consumada al entregar el hombre divino Su espíritu, ese espíritu deja el cuerpo que había sido su órgano y su vaso. El tiempo había llegado para hacerlo; y al hacerlo, Él aseguró el cumplimiento de otra palabra divina: “No será quebrado hueso suyo.” Pero todo participaba en el cumplimiento de esas palabras, y los propósitos de Aquel que las había pronunciado de antemano.
Las Señales De Una Salvación Eterna Y Perfecta Salen De Su Costado Abierto; El Propósito Del Registro De Este Hecho
Un soldado le abre Su costado con una lanza. Es de un Salvador muerto del que fluyen las señales de una salvación eterna y perfecta—el agua y la sangre; la una para limpiar al pecador, la otra para expiar sus pecados. El evangelista lo vio. Su amor por el Señor hace que le agrade recordar que le vio así hasta el final; él lo dice a fin de que podamos creer. Pero si vemos en el discípulo amado el instrumento que el Espíritu Santo utiliza (y muy dulce es verlo, y conforme a la voluntad de Dios), veremos claramente quién es el que lo usa. ¡Cuántas cosas vio Juan las cuales no relata! El grito de angustia y de abandono—el terremoto—la confesión del centurión—la historia del ladrón: todas estas cosas acontecieron ante sus ojos, los cuales estaban puestos en su Maestro; con todo, él no las menciona. Habla de aquello que su Amado era en medio de todo ello. El Espíritu Santo le hace relatar lo que pertenecía a la gloria personal de Jesús. Sus afectos hacían que para él fuera una tarea dulce y agradable. El Espíritu le unió a ello, utilizándole para realizar aquello para lo cual era bien apto. Por medio de la gracia, el instrumento se prestó prontamente a hacer la obra para la cual el Espíritu Santo le apartó. Su memoria y su corazón estaban bajo la influencia dominante y exclusiva del Espíritu de Dios. Ese Espíritu los empleó en Su obra. Uno simpatiza con el instrumento; uno cree en aquello que el Espíritu Santo relata por medio de él, pues las palabras son aquellas del Espíritu Santo.
Gracia Divina Expresándose a Sí Misma, Pero La Dignidad Personal De Cristo Nunca Se Pierde
Nada puede ser más conmovedor, más profundamente interesante, que la gracia divina expresándose de este modo en humana ternura, y tomando su forma. Mientras que poseía toda la realidad del afecto humano, esta ternura tenía todo el poder y toda la profundidad de la gracia divina. Fue gracia divina que Jesús tuviera tales afectos. Por otra parte, nada podía estar más lejos de la apreciación de esta fuente soberana de amor divino, fluyendo a través del cauce perfecto que se hizo para sí misma mediante su propio poder, que la pretensión de expresar nuestro amor como recíproco; ello sería, por el contrario, errar completamente en esta apreciación. Verdaderos santos entre los Moravos han llamado a Jesús ‘hermano’, y otros han tomado prestado sus himnos o esta expresión: la Palabra nunca lo dice. La Palabra nos dice que Él,“No se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11); pero es otra cosa muy distinta que nosotros le llamemos a Él de este modo. La dignidad personal de Cristo nunca se pierde en la intensidad y ternura de Su amor.
José De Arimatea Y Nicodemo Rindiendo Los Últimos Honores Al Cuerpo Muerto Del Señor
Pero el Salvador rechazado tenía que estar con el rico y el honorable en Su muerte, por muy despreciado que Él pudiera haber sido previamente; y dos, los cuales no se atrevieron a confesarle mientras Él vivió, despertados ahora por la grandeza del pecado de su nación, y por el suceso mismo de Su muerte—que la gracia de Dios, que los había reservado para esta obra, les hizo sentir—se ocupan de las atenciones debidas a Su cuerpo muerto. José, siendo él mismo un consejero, acude a pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús, uniéndose a él Nicodemo para rendir los últimos honores a Aquel a quien ellos nunca habían seguido durante Su vida. Podemos entender esto. Seguir a Jesús constantemente bajo vituperio, y que uno se comprometa para siempre con Su causa, es una cosa muy diferente de actuar cuando sucede alguna gran ocasión en la cual no hay más lugar para lo anterior, y cuando la magnitud del mal nos obliga a separarnos de ello; y cuando el bien, rechazado porque es perfecto en su testimonio, y es perfeccionado en su rechazo, nos obligó a tomar parte, si por gracia existe en nosotros algún sentido moral. Dios cumplió así Sus palabras de verdad. José y Nicodemo colocan el cuerpo del Señor en un sepulcro nuevo en un huerto cerca de la cruz; pues, por causa de ser la preparación de los judíos, no pudieron hacer más en aquel momento.