Juan Capítulo 3

John 3  •  15 min. read  •  grade level: 13
Listen from:
El Sentido De Necesidad De Nicodemo; La Necesidad Del Nuevo Nacimiento
Pero había un hombre—y ese hombre era un Fariseo—quien no estaba satisfecho con esta inoperante convicción. Su conciencia fue tocada. Ver a Jesús, y escuchar Su testimonio, había producido un sentido de necesidad en su corazón. No se trata del conocimiento de la gracia, sino de un cambio total respecto a la condición del hombre. Él no sabe nada de la verdad, pero ha visto que ella está en Jesús, y él la desea. Él tiene también, de inmediato, un sentido instintivo de que el mundo estaría en su contra; y viene de noche. El corazón teme al mundo tan pronto como tiene que ver con Dios, pues el mundo se opone a Él. La amistad del mundo es enemistad contra Dios. Este sentido de necesidad marcaba la diferencia en el caso de Nicodemo. Él había sido convencido como los demás. Por consiguiente, dice “Sabemos que eres un maestro venido de Dios.” (Juan 3:2—Versión Moderna). Y la fuente de esta convicción fueron los milagros. Pero Jesús le detiene ahí; y lo hace a razón de la verdadera necesidad sentida en el corazón de Nicodemo. La obra de la bendición no iba a ser obrada enseñando al viejo hombre. El hombre necesitaba ser renovado en la fuente de su naturaleza, sin lo cual no podía ver el reino. Las cosas de Dios se disciernen espiritualmente; y el hombre es carnal, no tiene el Espíritu. El Señor no se refiere a nada más allá del reino—el cual, además, no era la ley—pues Nicodemo tenía que conocer algo acerca del reino. Pero Él no comienza a enseñar a los judíos como un profeta bajo la ley. Él presenta el reino mismo; pero para verlo, conforme a Su testimonio, antes un hombre tenía que nacer de nuevo. Pero el reino venido en el Hijo del carpintero no podía ser visto sin una naturaleza completamente nueva, pues la vieja no tocaba ni una cuerda de la comprensión del hombre, ni de la expectativa del judío, aunque se hubiera dado ampliamente testimonio de ello en palabra y obra: acerca de entrar y tener parte en él, hay más desarrollo en cuanto a cómo entrar. Nicodemo no ve más allá de la carne.
La Comunicación De Vida Nueva Por Medio De La Palabra De Dios Y El Espíritu
El Señor se explica. Dos cosas eran necesarias: nacer de agua y del Espíritu. El agua purifica. Y, espiritualmente, en sus afectos, corazón, conciencia, pensamientos y acciones, etc., el hombre vive, y, en la práctica, es purificado moralmente, mediante la aplicación, por el poder del Espíritu, de la Palabra de Dios, la cual juzga todas las cosas, y obra vivamente en nosotros nuevos pensamientos y afectos. Esto es el agua; se trata, al mismo tiempo, de la muerte de la carne. El agua verdadera que limpia, de un modo cristiano, salió del costado de un Cristo muerto. Él vino mediante agua y sangre, en el poder de la purificación y de la expiación. Él santifica la asamblea purificándola por medio del lavamiento del agua por la Palabra. “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (Juan 15:3). Es, por consiguiente, la poderosa Palabra de Dios la cual, puesto que el hombre debe nacer de nuevo en el principio y fuente de su ser moral, juzga, como estando muerto, todo lo que pertenece a la carne. Pero hay, de hecho, la comunicación de una vida nueva; lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, no es carne, y tiene su naturaleza del Espíritu. No es el Espíritu—eso sería una encarnación; pero esta vida nueva es espíritu. Participa de la naturaleza de su origen. Sin esto, el hombre no puede entrar en el reino. Pero esto no es todo. Si esto era una necesidad para el judío, quien ya era nominalmente un hijo del reino, porque aquí estamos tratando con lo que es esencial y verdadero, era también un acto soberano de Dios, y, consecuentemente, es llevado a cabo dondequiera que el Espíritu actúa en este poder. “Así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” Como principio, esto abre la puerta a los Gentiles.
Cosas Celestiales Reveladas Por El Hijo Del Hombre
No obstante, Nicodemo, como maestro de Israel, debía haberlo comprendido. Los profetas habían anunciado que Israel iba a experimentar este cambio, a fin de disfrutar el cumplimiento de las promesas (véase Ezequiel 36), las cuales Dios les había dado con respecto a su bendición en la tierra santa. Pero Jesús habló de estas cosas en manera inmediata, y en relación con la naturaleza y la gloria de Dios. Un maestro de Israel debía haber conocido aquello que contenía la segura palabra profética. El Hijo de Dios declaró lo que sabía, y lo que había visto con Su Padre. La naturaleza contaminada del hombre no podía estar en relación con Aquel que se reveló en el cielo desde donde Jesús vino. La gloria (desde cuya plenitud Él venía, y la cual, por consiguiente, formaba el tema de Su testimonio como habiéndola visto, y desde la cual el reino tenía su origen), no podía tener nada en ella que estuviera contaminado. Ellos deben nacer de nuevo para poseerla. Por lo tanto, Él dio testimonio, habiendo venido de arriba, y sabiendo aquello que era aceptable a Dios Su Padre. El hombre no recibió Su testimonio. Podía convencerse exteriormente por los milagros, pero recibir aquello que era conveniente en la presencia de Dios era otra cosa. Y si Nicodemo no podía recibir la verdad en su conexión con la parte terrenal del reino, de lo cual incluso los profetas hablaron, ¿qué iban a hacer él y los otros judíos si Jesús hablaba de cosas celestiales? Sin embargo, nadie podía aprender nada acerca de ellas por cualquier otro medio. Nadie había subido allí y descendido nuevamente para traer de vuelta la palabra. Solamente Jesús, en virtud de lo que Él era, podía revelarlas—el Hijo del Hombre en la tierra, existiendo al mismo tiempo en el cielo, la manifestación a los hombres de aquello que era celestial, la manifestación de Dios mismo en el hombre—como Dios, estando en el cielo y en todas partes—como el Hijo del Hombre estando ante los ojos de Nicodemo y ante los de todos. No obstante, Él iba a ser crucificado, y levantado así del mundo al que había venido como la manifestación del amor de Dios en todos Sus caminos y de Dios mismo, y solamente de esta manera podía estar abierta la puerta del cielo para los hombres pecadores, y solamente de este modo se podía formar un vínculo con el cielo para el hombre.
La Necesidad De La Muerte Del Hijo Del Hombre Como Expiación Por El Pecado
Esto sacó a la luz otra verdad fundamental. Si se trataba del cielo, se necesitaba algo más que nacer de nuevo. El pecado existía. Éste debía ser quitado para aquellos que iban a poseer la vida eterna. Y si Jesús, descendiendo del cielo, vino para impartir esta vida eterna a otros, Él debía, al acometer esta obra, quitar el pecado—de este modo, Él debía ser hecho pecado—a fin de que el deshonor hecho a Dios fuese lavado, y la verdad de Su carácter (sin la cual no hay nada seguro, o bueno, o justo) fuese mantenida. El Hijo del Hombre debía ser levantado, como la serpiente fue levantada en el desierto, para que la maldición, bajo la cual se hallaba el pueblo, fuera removida. Al rechazar Su testimonio divino, el hombre, tal cual era aquí abajo, se mostró incapaz de recibir la bendición de lo alto. Él tenía que ser redimido, y el pecado tenía que ser expiado y quitado, él debe ser tratado según la realidad de su condición, y conforme al carácter de Dios, el cual no puede negarse a Sí mismo. Jesús emprendió hacer esto en gracia. Era necesario que el Hijo del Hombre fuese levantado, rechazado de la tierra por el hombre, cumpliendo la expiación ante el Dios de justicia. En una palabra, Cristo viene con el conocimiento de lo que es el cielo y lo que es la gloria divina. A fin de que el hombre pudiese compartir esto, el Hijo del Hombre debía morir—debía tomar el lugar de la expiación—fuera de la tierra. Observen aquí el profundo y glorioso carácter de aquello que Jesús trajo consigo, de la revelación que Él hizo.
El Don Del Hijo De Dios Y La Dádiva De Vida Eterna a Todos Los Creyentes
La cruz, y la separación absoluta entre el hombre en la tierra y Dios—éste es el lugar de encuentro de la fe y Dios; pues se presenta, de una vez, la verdad de la condición del hombre, y el amor que la encuentra. Así, al acercarse al lugar santo desde el campamento, lo primero que ellos encontraban al pasar por la puerta del atrio era el altar. Se presentaba ante la vista de todo aquel que abandonaba el mundo exterior y entraba. Cristo, levantado de la tierra, atrae a todos los hombres hacia Sí mismo. (Juan 12:32). Pero si (debido al estado de alienación del hombre y su culpa) se precisaba que el Hijo del Hombre fuera levantado de la tierra, a fin de que todo aquel que creyese en Él tuviera vida eterna, había otro aspecto de este mismo hecho glorioso; de tal manera ha amado Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree tenga vida eterna. En la cruz vemos, moralmente, la necesidad de la muerte del Hijo del Hombre; vemos el don inefable del Hijo de Dios. Estas dos verdades se unen en el común objeto del don de la vida eterna para todos los creyentes. Y si era para todos los creyentes, era un asunto del hombre, de Dios, y del cielo, y se apartaba de las promesas hechas a los judíos, y de los límites de los tratos de Dios con ese pueblo. Pues Dios envió a Su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo. Pero la salvación es por la fe; y el que cree en la venida del Hijo, poniendo ahora todas las cosas a prueba, no es condenado (su estado queda decidido de este modo); el que no cree ya es condenado, él no ha creído en el unigénito Hijo de Dios, manifestando con esta decisión su condición.
La Justa Condenación De Dios; El Amor a Las Tinieblas, Demostración De Malas Obras
Ésta es la cosa que Dios les imputa en su contra. La luz vino al mundo, y ellos amaron más las tinieblas porque sus obras eran malas. ¿Podía haber un asunto más justo de condenación? No era cuestión de si ellos no hallaban el perdón, sino de su preferencia por las tinieblas en lugar de la luz, continuando así en el pecado.
El Contraste Entre Juan El Bautista Y Cristo
El resto del capítulo presenta el contraste entre las posiciones de Juan y de Cristo. Ambas están ante nuestros ojos. Uno es el amigo fiel del Esposo, viviendo solamente para Él; el otro es el Esposo, a quien todo pertenece: el uno, en sí mismo, un hombre terrenal, grande como pudiese ser el don que había recibido del cielo; el otro, Él mismo era del cielo, y sobre todas las cosas. La esposa era de Él. El amigo del Esposo, escuchando Su voz, fue lleno de gozo. Nada más hermoso que esta expresión del corazón de Juan el Bautista, inspirada por la presencia del Señor, lo bastante cerca de Jesús como para alegrarse y regocijarse en que Jesús era todo. Esto es siempre así.
El Testimonio De Juan Y El De Aquel Que Vino Del Cielo
Con respecto al testimonio, Juan testificó en relación con las cosas terrenales. Para ese fin había sido enviado. Aquel que vino del cielo, estaba por encima de todos (Juan 3:31—RVR77), y testificaba de las cosas celestiales, de aquello que Él había visto y oído. Nadie recibió Su testimonio. El hombre no era del cielo. Sin la gracia uno cree conforme a sus propios pensamientos. Pero al hablar como un hombre en la tierra, Jesús habló las palabras de Dios; y aquel que recibía Su testimonio ha certificado (N. del T.: a puesto el sello de) que Dios era veraz. Pues el Espíritu no es dado por medida. Como un testigo, el testimonio de Jesús era el testimonio de Dios mismo; Sus palabras, eran las palabras de Dios. ¡Preciosa verdad! Además, Él era el Hijo, y el Padre le amaba, y había entregado todas las cosas en Su mano. Éste es otro título glorioso de Cristo, otro aspecto de Su gloria. Pero las consecuencias de esto, para el hombre, eran eternas. No era la todopoderosa ayuda para los peregrinos, ni la fidelidad a las promesas, para que Su pueblo pudiera confiar en Él a pesar de todo. Se trataba del vivificador, del dador de vida, del Hijo del Padre. Todo estaba comprendido en ello. “El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida.” (Juan 3:36—RVR77). Él permanece en su culpa. La ira de Dios está sobre él.
Resumen Del Capítulo 3
Todo esto es una especie de introducción. El ministerio del Señor, propiamente llamado, viene a continuación. Juan no había sido arrojado en prisión todavía (vers. 24). No fue hasta después de este suceso que el Señor comenzó Su testimonio público. El capítulo que estuvimos considerando explica lo que fue Su ministerio, el carácter en el que vino, Su posición, la gloria de Su Persona, el carácter del testimonio que dio, la posición del hombre en relación con las cosas de que habló, comenzando con los judíos, y siguiendo por el nuevo nacimiento, la cruz y el amor de Dios hasta Sus derechos como venido al mundo, y a la suprema dignidad de Su propia Persona, a Su testimonio propiamente divino, a Su relación con el Padre, el objeto de cuyo amor era Él, quien le entregó todas las cosas en Su mano. Él era el testigo fiel y el de las cosas celestiales (ver cap. 3:13), pero era también el Hijo mismo venido del Padre. Todo lo que quedaba por parte del hombre era poner la fe en Él. El Señor sale del judaísmo, al tiempo que presenta el testimonio de los profetas y trae del cielo el testimonio directo de Dios y de la gloria, mostrando la única base sobre la cual podemos tener parte en él. El judío o el Gentil debían nacer de nuevo; y las cosas celestiales podían ser sólo comprendidas por la cruz, la grandiosa prueba del amor de Dios al mundo. Juan le concede a Él el lugar, revelando—no en testimonio público a Israel, sino a los discípulos—la verdadera gloria de Su Persona y de Su obra en este mundo. Creo que la idea de la esposa y del Esposo es general. Juan dice realmente que él no es el Cristo, y que la esposa terrenal pertenece a Jesús; pero Él no la tomado nunca, y Juan habla de Sus derechos, los cuales son hechos reales para nosotros en una tierra mejor, y en otra región. Es, repito, la idea general. Pero, hemos entrado ahora al terreno nuevo de una nueva naturaleza, de la cruz, y del mundo y del amor de Dios hacia él.