Fuera Del Judaísmo Como Se Muestra En Los Capítulos 5 Al 7
El contraste de este capítulo con el judaísmo, incluso con sus mejores esperanzas en el futuro que Dios ha preparado para Su pueblo, es demasiado evidente como para detenernos a considerarlo. Este Evangelio, en todas sus páginas, revela a Jesús fuera de todo lo que pertenecía a ese sistema terrenal. En el capítulo 6, se trataba de la muerte aquí abajo en la cruz. Aquí se trata de la gloria en el cielo, siendo rechazados los judíos, y el Espíritu Santo dado al creyente. En el capítulo 5 Él da vida, como el Hijo de Dios; en el capítulo 6 Él es el mismo Hijo, pero no dando vida y juzgando divinamente como siendo Hijo del Hombre, sino como descendido del cielo, el Hijo en humillación aquí, pero siendo el verdadero pan del cielo que el Padre dio. Pero en aquel Humilde, ellos debían contemplar al Hijo, para vivir. Luego, venido de este modo, y habiendo tomado la forma de un siervo, y hallándose en la condición de hombre, Él (vers. 53) se humilla y sufre en la cruz, como Hijo del Hombre; en el capítulo 7, cuando Él es glorificado, envía el Espíritu Santo. El capítulo 5 exhibe Sus títulos de gloria personal; los capítulos 6-7, Su obra y el otorgamiento del Espíritu a los creyentes, como consecuencia de Su actual gloria en el cielo, a la cual la presencia del Espíritu Santo responde en la tierra. En los capítulos 8 y 9 hallaremos Su testimonio y Sus obras rechazados, y la cuestión decidida entre Él y los judíos. Se observará también, que los capítulos 5 y 6 tratan de la vida. En el capítulo 5, esta vida es dada soberana y divinamente por Aquel que la posee; en el capítulo 6, el alma, recibiendo y ocupándose de Jesús por la fe, halla la vida y se alimenta de Él por la gracia del Padre: dos cosas distintas en naturaleza—Dios da; el hombre, por gracia, se alimenta. Por otra parte, en el capítulo 7 vemos a Cristo yendo a Aquel que le envió, y entretanto vemos al Espíritu Santo, que devela la gloria a la cual Él ha ido, en nosotros y por nosotros, en su carácter celestial. En el capítulo 5, Cristo es el Hijo de Dios, que da vida en un poder y una voluntad divinos, lo que Él es, no el lugar en el cual Él está, pero juzga solo, siendo Hijo del Hombre; en el capítulo 6, vemos al mismo Hijo, pero descendido del cielo, el objeto de la fe en Su humillación, luego vemos al Hijo del Hombre, muriendo, y regresando de nuevo; en el capítulo 7, le vemos no revelado aún al mundo. En vez de ello, el Espíritu Santo es dado cuando Él es glorificado arriba, el Hijo del Hombre en el cielo—al menos al contemplar Su ida allá.
La Palabra Y Las Obras De Jesús Son Rechazadas; Sus Glorias Personales Poniendo Al Hombre a Prueba
En el capítulo 8, como hemos dicho, la palabra de Jesús es rechazada; y, en el capítulo 9, son rechazadas Sus obras. Pero hay mucho más que eso. Las glorias personales del capítulo 1 son reproducidas y desarrolladas separadamente en todos estos capítulos (omitiendo de momento todos los pasajes desde el versículo 36 al 51 del capítulo 1): hemos hallado nuevamente los versículos 14-34 en los capítulos 5, 6 y 7. El Espíritu Santo vuelve ahora al asunto de los primeros versículos en el capítulo. Cristo es el Verbo; Él es la vida, y la vida que es la luz de los hombres. Los tres capítulos que acabo de señalar hablan de aquello que Él es en gracia para los hombres, aunque declarando aún Su derecho a juzgar. El Espíritu aquí (en el capítulo 8) presenta ante nosotros aquello que Él es en Sí mismo, y aquello que Él es para los hombres (sometiéndolos así a prueba, de modo que al rechazarle se rechazan ellos mismos, y se muestran ellos mismos como reprobados).
La Mujer Sorprendida En Adulterio; El Contraste Con El Judaísmo
Consideremos ahora nuestro capítulo. El contraste con el judaísmo es evidente. Traen a una mujer cuya culpa es innegable. Los judíos, en su maldad, la traen delante del Señor con la esperanza de poder confundirle. Si Él la condenaba, no era un Salvador—la ley podía hacerlo de igual manera. Si Él la dejaba ir, menospreciaba y desautorizaba la ley. Esto era inteligente, pero ¿de qué sirve la inteligencia en la presencia de Dios, quien escudriña el corazón? El Señor permite que confíen en ellos mismos al no responderles durante un espacio corto de tiempo. Probablemente pensaron que Él había sido confundido. Finalmente, Él dice “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra ... ” Acusados por su conciencia, sin honestidad y sin fe, ellos abandonan la escena de su confusión, separándose los unos de los otros, y cada cual ocupado de sí mismo, ocupándose del carácter no de la conciencia, y apartándose de Aquel que los había confutado; saliendo, en primer lugar, aquel que tenía la mejor reputación para salvar. ¡Qué dolorosa escena! ¡Qué palabra más poderosa! Jesús y la mujer son dejados juntos solos. ¿Quién puede permanecer sin culpa en Su presencia? Con respecto a la mujer, cuya culpa era conocida, Él no va más allá de la posición judía, excepto para preservar los derechos de Su propia Persona en gracia.
La Gloria De La Luz
Esto no es lo mismo que en Lucas 7, el perdón plenario y la salvación. Los demás no podían condenarla—Él no lo haría. La deja ir y que no peque más. No es la gracia de la salvación la cual el Señor exhibe aquí. Él no juzga, Él no vino para esto; pero la eficacia del perdón no es el asunto de estos capítulos—se trata aquí de la gloria de Su Persona, en contraste con todo aquello que es de la ley. Él es la luz, y por el poder de Su Palabra Él entró como luz en la conciencia de aquellos que habían traído a la mujer.
La Luz Del Mundo
Porque la Palabra era luz; pero eso no era todo. Viniendo al mundo, Él era (cap. 1:4-10) la luz. Ahora bien, era la vida la que era la luz de los hombres. No era una ley que hacía demandas y condenaba; o esa vida prometida sobre la obediencia a sus preceptos. Era la vida misma que estaba allí en Su Persona, y esa vida era la luz de los hombres, convenciéndolos, y, quizás, juzgándolos; pero lo hacía como luz. Así, Jesús dice aquí—en contraste con la ley, aducida por aquellos que no podían permanecer ante la luz—“Yo soy la luz del mundo” (no meramente de los judíos). Pues en este Evangelio tenemos lo que Cristo es esencialmente en Su Persona, ya sea como Dios, como el Hijo venido del Padre, o como el Hijo del Hombre—no lo que Dios era en los tratos especiales con los judíos. A consecuencia de esto, Él era el objeto de la fe en Su Persona, no en los tratos dispensacionales. Aquel que le siguiera tendría la luz de la vida. Pero ella se hallaba en Él, en Su Persona. Y Él podía dar testimonio de Sí mismo, porque, aunque era un hombre allí, en este mundo, sabía de dónde había venido y a dónde iba. Era el Hijo, quien vino del Padre y volvía nuevamente a Él. Él lo sabía y era consciente de ello. Su testimonio, por lo tanto, no era el de una persona interesada de la que uno podría dudar en creer. Como prueba de que este Hombre era Aquel quien Él decía ser, había el testimonio del Hijo (el Suyo propio), y el testimonio del Padre. Si le hubieran conocido, habrían conocido al Padre.
Oposición Manifestada Claramente; La Liberación Verdadera
En aquel tiempo—a pesar de un testimonio como éste—nadie puso las manos sobre Él. Su hora no había llegado aún. Sólo faltaba eso, pues la oposición de ellos hacia Dios era cierta, y conocida por Él. Esta oposición fue manifestada claramente (vers. 19-24); por consiguiente, si ellos no creían, morirían en sus pecados. Sin embargo, Él les dice que conocerían quién es Él cuando hubiera sido rechazado y levantado en la cruz, habiendo tomado una posición muy diferente como el Salvador, rechazado por el pueblo y desconocido por el mundo, y cuando ya no fuera presentado a ellos como tal, sabrían que Él era verdaderamente el Mesías, y que Él era el Hijo que les hablaba de parte del Padre. Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él. Él les declara el efecto de la fe, lo cual brinda la ocasión para que la verdadera posición de los judíos fuera manifestada con terrible precisión. Él declara que la verdad les haría libres, y que si el Hijo (quien es la verdad) les hacía libres, serían verdaderamente libres. La verdad libera moralmente ante Dios. El Hijo, en virtud de los derechos que eran necesariamente Suyos, y por la heredad de la casa, los situaría en ella conforme a esos derechos, y en el poder de la vida divina descendida del cielo—el Hijo de Dios con poder tal como lo manifestó la resurrección. En esto estaba la verdadera liberación.
Siervos Del Pecado, No Hijos De Dios
Resentidos por la idea de la esclavitud, la cual su orgullo no podía soportar, declaran ser libres y no haber sido nunca esclavos de nadie. En respuesta, el Señor muestra que aquellos que cometen pecado son siervos (esclavos) del pecado. Ahora bien, al estar bajo la ley, al ser judíos, ellos eran siervos en la casa: tenían que ser despedidos. Pero el Hijo tenía derechos inalienables; Él era de la casa y moraría en ella para siempre. Bajo el pecado, y bajo la ley, lo mismo era para un hijo de Adán; él era un siervo. El apóstol muestra esto en Romanos 6 (comparen con los capítulos 7 y 8) y en Gálatas 4 y 5. Además, delante de Dios, ellos no eran verdaderamente, ni moralmente, los hijos de Abraham, aunque sí lo fueran según la carne, pues intentaron matar a Jesús. No eran hijos de Dios, puesto que si lo hubieran sido, habrían amado a Jesús, quien venía de Dios. Ellos eran los hijos del diablo y harían sus obras.
Observen aquí que, entender el significado de la palabra es la manera de entender la fuerza de las palabras. Uno no aprende la definición de las palabras y después las cosas; uno aprende las cosas, y después, el significado de las palabras se hace evidente.
La Revelación De Que Dios Estaba Allí
Ellos comienzan a resistir el testimonio, conscientes de que Él se hacía más grande que todos aquellos de quienes habían aprendido. Ellos le injurian a causa de Sus palabras; y por su oposición el Señor se ve obligado a explicarse más claramente; hasta que, habiendo declarado que Abraham se regocijaba de ver Su día, aplicando esto los judíos a Su edad como hombre, Él anuncia positivamente que Él es Aquel quien se llama a Sí mismo “Yo soy”—el nombre supremo de Dios, anuncia que Él mismo es Dios—Él a quien ellos pretendían conocer como habiéndose revelado en la zarza.
¡Maravillosa revelación! Un hombre despreciado, rechazado, despreciado y rechazado por los hombres, contradicho, maltratado, con todo esto, era Dios quien estaba allí. ¡Qué hecho! ¡Qué cambio total! ¡Qué revelación para aquellos que le reconocían, o que le conocen! ¡Qué condición la de ellos al rechazarle, y eso porque sus corazones se oponían a todo lo que Él era, pues nunca dejó de manifestarse a Sí mismo! ¡Qué pensamiento, que Dios ha estado aquí! ¡La bondad misma! ¡Cómo desaparece todo delante de Él!—la ley, el hombre, sus razonamientos. Todo depende necesariamente de este gran hecho. Y, ¡bendito sea Su nombre! este Dios es un Salvador. El hecho de que nosotros conozcamos esto lo debemos a los sufrimientos de Cristo. Y noten aquí, cómo el poner a un lado las dispensaciones formales por parte de Dios, si es en verdad, es debido a la revelación de Sí mismo, e introduce, de este modo, una bendición infinitamente mayor.
El Carácter En El Cual El Señor Se Presentó
Pero aquí, Él se presenta como el Testigo, el Verbo, el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, pero, no obstante, el Verbo, Dios mismo. En el relato al principio del capítulo, Él es un testimonio a la conciencia, el Verbo que escudriña y convence. En el versículo 18, Él da testimonio con el Padre. En el versículo 26, Él declara en el mundo aquello que Él ha recibido del Padre, y que Él ha hablado como enseñado por Dios. Además, el Padre estaba con Él. En los versículos 32-33, la verdad era conocida por Su palabra, y la verdad los hacía libres. El versículo 47 dice que Él hablaba las palabras de Dios. En el versículo 58, quien hablaba era Dios, el Jehová que los padres conocían.
La Fuente Y El Carácter De La Oposición a La Verdad
La oposición surgió por ser esta la palabra de verdad (vers. 45). Los que se oponían eran del adversario. Éste era un homicida desde el principio, y ellos le seguirían; pero, así como la verdad era la fuente de la vida, de igual modo lo que caracterizaba al adversario era que no él permanecía en la verdad: no hay verdad en él. Él es el padre y la fuente de mentiras, de modo que, si alguien habla falsedad, el que habla es uno que pertenece a él. El pecado era servidumbre, y ellos se hallaban bajo servidumbre por la ley. (La Verdad, el Hijo, libertaba). Pero, más que eso, los judíos eran enemigos, hijos del enemigo, y ellos harían sus obras, sin creer las palabras de Cristo porque Él hablaba la verdad. No hay ningún milagro aquí; es el poder del Verbo, y el Verbo de vida es Dios mismo; rechazado por los hombres, Él está, por así decirlo, obligado a hablar la verdad, a revelarse, oculto al instante y manifestado, como Él era en la carne—oculto en cuanto a Su gloria, manifestado en cuando a todo lo que Él es en Su Persona y en Su gracia.