El Testimonio De Las Obras Del Señor Para Que Los Hombres Puedan Verle
En el capítulo 9 llegamos al testimonio de Sus obras, pero aquí abajo como un hombre en humildad. No se trata del Hijo de Dios dando vida a quien quiere como el Padre, sino por la operación de Su gracia aquí abajo, el ojo abierto para ver al Hijo de Dios en el hombre humilde. En el capítulo 8 se trata de aquello que Él es para con los hombres; en el capítulo 9, se trata de aquello que Él hace en el hombre, para que el hombre pudiera verle. Así, le hallaremos presentado en Su carácter humano, y (el Verbo habiendo sido recibido) reconocido como el Hijo de Dios; y de esta manera el remanente es separado, las ovejas son restituidas al buen Pastor. Él es la luz del mundo mientras se halle en él; pero en donde, recibido por la gracia en Su humillación, Él comunicaba el poder para ver la luz, y para ver todas las cosas por medio de este poder.
Observen aquí, que cuando se trata del Verbo (la manifestación en testimonio de lo que Cristo es), el hombre se manifiesta tal como es en sí mismo, un hijo—en su naturaleza—del diablo, quien es un homicida y un mentiroso desde el principio, el enemigo inveterado de Aquel que puede decir “Yo soy.” Pero cuando el Señor obra, produce algo en el hombre que él antes no tenía. Le otorga vista, vinculándole así a Aquel que le capacitó para ver. El Señor no es aquí comprendido o manifestado aparentemente de un modo exaltado, porque Él desciende hasta las necesidades y circunstancias del hombre, a fin de que Él pueda ser conocido más de cerca; pero, como resultado, Él trae el alma al conocimiento de Su gloriosa Persona. Sólo que, en lugar de ser el Verbo y el testimonio—el Verbo de Dios—para mostrar como luz lo que el hombre es, Él es el Hijo, uno con el Padre dando vida eterna a Sus ovejas y guardándolas en esta gracia para siempre. Porque, en cuanto a la bendición que fluye desde allí, y a la plena doctrina de Su verdadera posición con respecto a las ovejas en bendición, el capítulo 10 acompaña al capítulo 9. El capítulo 10 es la continuación del discurso comenzado al final del capítulo 9.
El Hombre Nacido Ciego; El Poder Del Espíritu Y De La Palabra Dando a Conocer a Cristo
El capítulo 9 empieza con el caso de un hombre que hace surgir una pregunta de los discípulos, en relación con el gobierno de Dios en Israel. ¿Fue el pecado de sus padres el que trajo esta visitación sobre su hijo, conforme a los principios que Dios les había dado en Éxodo? ¿O era su propio pecado, conocido para Dios aunque no manifestado a los hombres, lo que le había procurado este juicio? El Señor contesta que la condición del hombre no dependía del gobierno de Dios con respecto al pecado suyo, ni el de sus padres. Su caso no era sino la miseria que daba lugar a la poderosa operación de Dios en gracia. Es el contraste que hemos estado viendo constantemente; pero aquí es a fin de presentar las obras de Dios.
Dios actúa. No se trata sólo de aquello que Él es, ni siquiera simplemente de un objeto de fe. La presencia de Jesús en la tierra hacía que fuese de día. Era, por lo tanto, el momento de obrar, de hacer las obras de Aquel que le envió. Pero Aquel que obra aquí, obra por medios que nos enseñan la unión que existe entre un objeto de fe y el poder de Dios, quien es el que obra. Él hace lodo con Su saliva y la tierra, y lo pone sobre los ojos del hombre que nació ciego. Como una figura, esto señalaba a la humanidad de Cristo en su humillación y humildad terrenales, presentada a los ojos de los hombres, pero con divina eficacia de vida en Él. ¿Vieron ellos algo más? Si esto hubiera sido posible, sus ojos eran los más completamente cerrados. Con todo, el objeto estaba allí; tocó los ojos de ellos, y ellos no podían verlo. El ciego, entonces, se lavó en el estanque llamado “Enviado”, y se le permite ver claramente. El poder del Espíritu y de la Palabra, dando a conocer a Cristo como Aquel enviado por el Padre, le da la vista. Es la historia de la enseñanza divina en el corazón del hombre. Cristo, como hombre, nos toca. Nosotros somos absolutamente ciegos, no vemos nada. El Espíritu de Dios actúa, estando allí Cristo ante nuestros ojos; y vemos claramente.
Hostilidad De Los Judíos; Decidiendo Su Suerte Y Juzgando Su Condición
El pueblo se asombra y no sabe qué pensar. Los Fariseos se oponen. De nuevo el día de reposo es el asunto de debate. Hallan (es la historia de siempre) buenas razones para condenar a Aquel que otorgó la vista, en su fingido celo por la gloria de Dios. Había una prueba positiva de que el hombre nació ciego, que ahora veía, que Jesús lo había hecho. Los padres testifican de lo único que por su parte merecía importancia. En cuanto a quién fue el que le había dado la vista, otros sabían más que ellos; pero sus temores salen a la luz evidenciando que era una cosa zanjada el hecho de que había que expulsar, no sólo a Jesús, sino a todos los que le confesaran. De esta manera, los líderes judíos habían llevado la cuestión a un punto decisivo. Ellos no sólo rechazaron a Cristo, sino que expulsaron de los privilegios de Israel, en cuanto a su adoración común, a aquellos que le confesaban. La hostilidad de ellos distinguía al remanente manifestado y los ponía aparte; y ello, empleando la confesión de Cristo como piedra de toque. Esto era decidir su propia suerte, y juzgar su propia condición.
El Hombre Que Una Vez Fue Ciego Expulsado Por Los Judíos, Pero Hallado Por El Rechazado Hijo De Dios; Los Efectos
Observen que las pruebas aquí no sirvieron de nada; los judíos, los padres, los Fariseos, las tenían ante sus ojos. La fe vino por medio de ser el sujeto personal de esta poderosa operación de Dios, quien abrió los ojos de los hombres a la gloria del Señor Jesús. No que el hombre lo comprendiera todo. Él percibe que tiene que ver con alguien enviado de Dios. Para él, Jesús era un profeta. Pero así el poder que Él manifestó al dar la vista a este hombre, le capacita para confiar en la palabra del Señor como divina. Habiendo llegado hasta allí, el resto es fácil; el pobre hombre es llevado más allá, y se halla sobre el terreno que le libera de todos sus anteriores prejuicios, y que da un valor a la Persona de Jesús, lo cual supera a toda las otras consideraciones. El Señor desarrolla esto en el próximo capítulo.
En verdad, los judíos habían tomado ya la decisión. Ellos no tendrían nada que ver con Jesús. Estaban todos de acuerdo en expulsar a aquellos que creyeran en Él. Consecuentemente, habiendo comenzado el pobre hombre a razonar con ellos sobre la prueba existente en su propia persona de la misión del Salvador, le expulsaron. Echado fuera así, el Señor—rechazado antes que él—le encuentra y se le revela con Su nombre personal de gloria. “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” El hombre somete esto a la Palabra de Jesús, la cual para él era la verdad divina; y Él se le anuncia como siendo el Hijo de Dios, y el hombre le adora.
De este modo, el efecto de Su poder era para cegar a aquellos que veían, quienes estaban llenos de su propia sabiduría, cuya luz era tinieblas; y para dar vista a aquellos que nacieron ciegos.