Paul Wilson
(continuación del número anterior)
El plan divino de la redención no fue un pensamiento tardío de parte de Dios. No fue algo que Él ideó para afrontar una emergencia cuando el pecado entró en el mundo, antes bien fue un plan bien determinado en sus consejos eternos. El amor de Dios requería para Su plena satisfacción que se tuviese hijos y que ellos pudiesen responder al afecto divino como partícipes de Su gran plenitud. Él sabía que el pecado echaría a perder la raza adámica, pero mucho antes de que la tierra existiera, Sus designios de amor eterno prescribieron el encumbramiento de los degenerados hijos de Adam, para traerlos a Sí mismo en justicia. Podemos exultar con el apóstol Pablo y decir: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad... conforme a la determinación eterna que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 1:4-5; 3:114According as he hath chosen us in him before the foundation of the world, that we should be holy and without blame before him in love: 5Having predestinated us unto the adoption of children by Jesus Christ to himself, according to the good pleasure of his will, (Ephesians 1:4‑5)
11According to the eternal purpose which he purposed in Christ Jesus our Lord: (Ephesians 3:11)).
El poeta cristiano G. W. Frazer expresó hermosamente esta verdad en las palabras siguientes:
¡Oh! Padre, en Tu eterno y profundo consejo
Nos predestinaste al celeste favor,
Pues antes de que fuese puesto el cimiento
Del mundo o creado el orbe al redor,
Tú nos escogiste ya en Cristo el Amado,
A fin de que fuésemos ante Tu faz
Conformes, cual hijos, en todo a Tu Hijo:
¡Pronto, ese designio Tú ejecutarás!
Contemplamos la sublimidad del amor de Dios en el don inefable de su Hijo amado: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él” (1 Juan 4:99Then saith the woman of Samaria unto him, How is it that thou, being a Jew, askest drink of me, which am a woman of Samaria? for the Jews have no dealings with the Samaritans. (John 4:9)). Pero hubo algo más: Dios sólo podía traernos a Sí mismo en conformidad con Su propia santidad: era imprescindible que nuestros pecados fuesen quitados. Su Hijo tuvo que sufrir el abandono de Dios en esas tres horas terribles de oscuridad, y morir; no obstante ser sin pecado, fue hecho pecado por nosotros (compárese 2 Corintios 5:2121For he hath made him to be sin for us, who knew no sin; that we might be made the righteousness of God in him. (2 Corinthians 5:21)). “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros, y ha enviado a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:1010Jesus answered and said unto her, If thou knewest the gift of God, and who it is that saith to thee, Give me to drink; thou wouldest have asked of him, and he would have given thee living water. (John 4:10)).
¿De qué otra manera podríamos haber conocido el amor que Dios tiene para con nosotros? o ¿conocido como Él podría salvarnos y no obstante mantener todavía Su santidad absoluta? El envío de Su Hijo nos participa de lo primero; y la muerte propiciatoria nos muestra lo último.
¡Oh insondable maravilla!
¡Oh misterio divino!
Así en sublime amor el corazón de Dios Padre ha podido manifestarse, atrayendo a los pobres pecadores a Sí mismo, justificados de todas las cosas y hechos hijos suyos. Sí, cual hijos adoptados, somo traídos cerca de Él mismo en justicia donde podemos disfrutar de la plenitud de ese amor, y en alguna medida manifestar nuestro agradecimiento: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:1919The woman saith unto him, Sir, I perceive that thou art a prophet. (John 4:19)). ¡Bien exclamó el mismo apóstol: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:11There was a man of the Pharisees, named Nicodemus, a ruler of the Jews: (John 3:1))!
Lector cristiano, meditemos sobre estas verdades preciosas. Regocijémonos en la manifestación hacia nosotros del corazón del Padre, y al pensar así en Su amor incomparable, que el Espíritu Santo encienda en nuestros corazones el afecto recíproco que le debemos.
Dios, habiéndonos introducido en este parentesco filial en el que tenemos una vida —vida eterna— y una naturaleza sin pecado capaz de gozar comunión con Él, también nos muestra los afectos paternos. Nos corrige y disciplina como Sus hijos, con el fin de que seamos partícipes de Su santidad (compárese Hebreos 12:7-117If ye endure chastening, God dealeth with you as with sons; for what son is he whom the father chasteneth not? 8But if ye be without chastisement, whereof all are partakers, then are ye bastards, and not sons. 9Furthermore we have had fathers of our flesh which corrected us, and we gave them reverence: shall we not much rather be in subjection unto the Father of spirits, and live? 10For they verily for a few days chastened us after their own pleasure; but he for our profit, that we might be partakers of his holiness. 11Now no chastening for the present seemeth to be joyous, but grievous: nevertheless afterward it yieldeth the peaceable fruit of righteousness unto them which are exercised thereby. (Hebrews 12:7‑11); 1 Pedro 1:1717And if ye call on the Father, who without respect of persons judgeth according to every man's work, pass the time of your sojourning here in fear: (1 Peter 1:17)). También se compadece de Sus hijos (véase Salmo 103:1313Like as a father pitieth his children, so the Lord pitieth them that fear him. (Psalm 103:13)) y les consuela como lo haría una madre (véase Isaías 66:1313As one whom his mother comforteth, so will I comfort you; and ye shall be comforted in Jerusalem. (Isaiah 66:13)).
Estas meditaciones nos conducen a considerar la consanguinidad de los padres y los hijos. En este parentesco aprendemos algo del amor de nuestro Padre Dios hacia nosotros, y de la satisfacción que sentimos del amor filial de nuestros hijos.
¡Qué momento es aquel en que los padres jóvenes ven a su propio hijo por primera vez! ¡Qué sentimientos de embeleso se encienden en sus corazones cuando toman en sus brazos a ese pequeño ser viviente: su misma carne y sangre! Oleadas de afecto paterno inundan su ser.
Es reprensible cuando los esposos jóvenes cristianos procuran evadir las responsabilidades de ser padres. Sería mejor permanecer sin casarse que procurar frustrar las responsabilidades paternas, un propósito principal del matrimonio, y más tarde sufrir las consecuencias. Tales prácticas son del mundo, pero el hijo de Dios debe pedir sabiduría de Dios.
A unas pocas parejas, Dios no ha dado hijos, pero esto debe tomarse como una de Sus prerrogativas de amor y sabiduría, y no recibirla con rebelión. También podrán brotar dificultades físicas que limitan la prole, pero esto no está dentro de nuestra incumbencia discutir.
Hemos conocido a algunos padres que han tenido duras luchas económicas mientras estaban criando una familia, pero la provisión de Dios fue suficiente para remediarlo todo; al cabo de un tiempo sus circunstancias fueron aliviadas. Con sus hijos ya mayores tuvieron gozo y consuelo; ¡cuánto les hubiera faltado a muchos padres en su vejez si no hubiera sido por las debidas atenciones bondadosas de los hijos que Dios les dio en su juventud!
Conviene dar énfasis al privilegio y la bendición de ser padres. Tienen sus problemas, dificultades y pruebas; muchas y variadas son las lecciones que nuestro Padre Dios nos enseña en la crianza de los hijos. Este es a menudo uno de los cursos más instructivos en la escuela de Dios.
(seguirá, Dios mediante)