La conmovedora apelación a Jehová; la desolación de Jerusalén Su obra
El segundo capítulo es una apelación muy profunda y conmovedora. La desolación de Jerusalén se considera como la propia obra de Jehová, en lo que era suyo, y no como la del enemigo. Nunca había habido tal dolor. No sólo había contaminado el reino y sus príncipes, y había sido como un enemigo contra Jerusalén, y todo lo que había bueno en ella, sino que había derribado su altar, aborreciendo su santuario. Ya no respetaba lo que Él mismo había establecido. Sólo debemos recordar que fue cuando las relaciones de Jehová con Su pueblo dependían, por mucho tiempo que durara la paciencia de Dios, de la fidelidad de la obediencia del pueblo a Jehová, del antiguo pacto. Pero esta consideración da espacio para apelar a sí mismo. Sin embargo, es algo solemne cuando Jehová se ve obligado a rechazar lo que reconoce que es suyo. Pero debe ser así si la asociación de Su nombre es sólo un medio de falsificar el testimonio de lo que Él es (vss. 6-7). Y esto nos trae ante nosotros el principio asombrosamente importante contenido en el ministerio de Jeremías, no sólo la sustitución de Babilonia y el imperio gentil por Jerusalén y el gobierno de Dios en Israel, sino el dejar de lado este último en sí mismo, el fundamento de la relación de Dios con el hombre donde subsistía, como lo que no podía subsistir cuando se ponía a prueba.