El Estilo De Lucas Y El Propósito De Su Evangelio
Me gustaría agregar una observación en cuanto al estilo de Lucas, la cual puede hacer más fácil el estudio de este Evangelio al lector. Él incluye, a menudo, una gran cantidad de hechos en una breve afirmación general, y luego se explaya ampliamente en algún hecho aislado, donde los principios morales y la gracia son mostrados.
Muchos habían intentado dar cuenta, históricamente, de lo que los cristianos habían recibido, tal como les relataron los compañeros de Jesús; y a Lucas le pareció bien—habiendo seguido estas cosas desde el principio y, habiendo obtenido, de este modo, un conocimiento preciso respecto a ellos, escribir metódicamente a Teófilo, a fin de que conociera la exacta verdad de aquellas cosas en las que él había sido instruido. Es de este modo que Dios ha provisto para la enseñanza de toda la iglesia en la doctrina contenida en el retrato de la vida del Señor, proporcionada por este hombre de Dios; quien, movido personalmente por motivos cristianos, fue dirigido e inspirado por el Espíritu Santo para el bien de todos los creyentes.
Las Primeras Revelaciones De Acontecimientos Admirables a Zacarías Y Elizabet
En el versículo 5, el evangelista comienza con las primeras revelaciones del Espíritu de Dios respecto a estos acontecimientos, de los cuales dependían totalmente la condición del pueblo de Dios y la del mundo, y en los cuales Dios iba a glorificarse para toda la eternidad.
Pero, inmediatamente nos hallamos en la atmósfera de las circunstancias judías. Las ordenanzas judías del Antiguo Testamento, y los pensamientos y expectativas relacionados con ellas, son el marco en que este gran y solemne acontecimiento tiene lugar. Herodes, rey de Judea, provee la fecha; y es a un sacerdote, justo e irreprensible, perteneciente a una de las veinticuatro clases, a quien encontramos en los primeros pasos de nuestro camino. Su esposa era de las hijas de Aarón; y estas dos personas rectas andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor (Jehová). Todo era correcto delante de Dios, conforme a Su ley en el sentido judío. Pero no gozaban de la bendición que todo judío deseaba: no tenían hijos. No obstante, ello era conforme, podríamos decir, a los modos habituales de Dios en el gobierno de Su pueblo para llevar a cabo Su bendición, al tiempo que manifiesta la debilidad del instrumento—una debilidad que se llevaba toda esperanza según los principios humanos. Tal había sido la historia de las Saras, las Rebecas, las Anas y muchas más, de quienes la Palabra nos habla para nuestra enseñanza en los caminos de Dios.
La Respuesta De Dios a La Oración
Esta bendición era puesta con frecuencia en oración por parte del fiel sacerdote; pero hasta ahora la respuesta se había demorado. Ahora, sin embargo, en el momento en que ejercitaba su ministerio regular, Zacarías se acercó para ofrecer el incienso, el cual, según la ley, debía subir como olor grato delante de Dios (un tipo de la intercesión del Señor) y mientras el pueblo oraba fuera del lugar santo, el ángel del Señor se aparece al sacerdote a la derecha del altar del incienso. A la vista de este glorioso personaje, Zacarías se turba, pero el ángel le anima declarándole que es el portador de buenas nuevas, anunciándole que sus oraciones, por tanto tiempo dirigidas a Dios aparentemente en vano, eran concedidas. Elisabet iba a dar a luz un hijo, y el nombre por el que debía ser llamado sería ‘El favor del Señor’, una fuente de gozo y alegría para Zacarías y cuyo nacimiento sería ocasión para la acción de gracias para muchos. Pero esto no fue meramente por ser hijo de Zacarías. El niño fue la dádiva de Dios, y sería grande delante de Él; sería un Nazareo, y sería lleno del Espíritu Santo, desde el vientre de su madre: y haría volver a muchos de los hijos de Israel al Señor, Dios de ellos. Él iría delante de Él en el espíritu de Elías y, con el mismo poder, restablecería el orden moral en Israel, incluso desde sus fuentes, para hacer volver al desobediente a la sabiduría del justo—para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
El Espíritu De Elías
El espíritu de Elías era un firme y ardiente celo por la gloria de Jehová, y para el establecimiento, o el restablecimiento por medio del arrepentimiento, de las relaciones entre Israel y Jehová. Su corazón se aferró a este vínculo entre el pueblo y su Dios, conforme a la fortaleza y gloria del vínculo mismo, pero consciente de su condición caída y según los derechos de Dios en referencia a estas relaciones. El espíritu de Elías—aunque, en realidad, fue la gracia de Dios hacia Su pueblo la que le había enviado—era, en cierto sentido, un espíritu legal. Él afirmaba los derechos de Jehová en juicio. Era la gracia abriendo la puerta al arrepentimiento, pero no la gracia soberana de salvación, aunque era lo que preparaba el camino a ella. Es en la fuerza moral de su llamamiento al arrepentimiento que Juan es aquí comparado con Elías, al hacer regresar a Israel a Jehová. Y, de hecho, Jesús era Jehová.
La Falta De Fe De Zacarías Utilizada Por Dios; La Piedad De Elizabet
Pero, la fe de Zacarías en Dios y en Su bondad no estuvo a la altura de su petición (¡lamentablemente! un caso muy común), y cuando éste es concedido en un momento que se requería la intervención de Dios para cumplir su deseo, no es capaz de andar en las pisadas de un Abraham o una Ana, y pregunta cómo podría suceder esto ahora.
Dios, en Su bondad, convierte la falta de fe de Su siervo en un instructivo castigo para él mismo, y en una prueba para el pueblo de que Zacarías había sido visitado desde lo alto. Se queda mudo hasta que la Palabra del Señor sea cumplida, y las señas que él hace al pueblo, quienes se extrañan de su tan prolongada permanencia en el santuario, explican a ellos la razón.
Pero la Palabra de Dios se cumple en bendición hacia él. Elisabet, reconociendo la buena mano de Dios sobre ella, con un tacto que pertenece a su piedad, se recluye. La gracia que la bendijo no la volvió insensible para con lo que constituía una vergüenza en Israel, y lo cual, si bien esto fue quitado, dejó sus huellas, en cuanto al hombre, en las circunstancias sobrehumanas a través de las cuales esto se cumplió. Había una rectitud de mente en esto que convenía a una mujer santa. Pero aquello que se oculta justamente del hombre, conserva todo su valor a los ojos de Dios, y Elisabet es visitada en su retiro por la madre del Señor. Pero aquí la escena cambia, para introducir al mismo Señor en esta maravillosa historia que se devela ante nuestros ojos.
El Nacimiento Del Salvador Anunciado a María
Dios, quien había preparado todo de antemano, manda anunciar ahora el nacimiento del Salvador a María. En el último lugar que el hombre hubiera escogido para el propósito de Dios (un lugar cuyo nombre, a los ojos del mundo, bastaba para condenar a aquellos que procedían de él), una doncella, desconocida para todos los que el mundo reconocía, estaba desposada con un pobre carpintero. Su nombre era María. Pero todo estaba en confusión en Israel: el carpintero era de la casa de David. Las promesas de Dios—quien no las olvida nunca, y nunca descuida a aquellos son objetos de ellas—hallaron aquí la esfera para su cumplimiento. Aquí se dirigen el poder y los afectos de Dios, conforme a su energía divina. En cuanto a si Nazaret era grande o pequeña, esto no tenía importancia, salvo para mostrar que Dios no espera nada del hombre, sino que es el hombre quien espera de Dios. Gabriel es enviado a Nazaret, a una virgen que estaba desposada con un hombre llamado José, de la casa de David.
La dádiva de Juan a Zacarías fue una respuesta a sus oraciones—Dios fiel en Su bondad hacia Su pueblo que espera en Él.
Gracia Soberana Mostrada
Pero esta era una visitación de gracia soberana. María, un vaso escogido para este propósito, había hallado gracia a los ojos de Dios. Fue favorecida por la gracia soberana—bendita entre las mujeres. Ella concebiría y daría a luz un Hijo: le pondría por nombre Jesús. Él sería grande, y sería llamado el Hijo del Altísimo. Dios le daría el trono de Su padre David. Él reinaría sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reinado no tendría fin.
El Nacimiento Del Niño Presentado Por El Espíritu Santo En Una Manera Doble
Se observará aquí que el asunto que el Espíritu Santo presenta ante nosotros es el nacimiento del niño, del modo que Él estaría aquí abajo en este mundo, dado a luz por María—el nacimiento de Aquel que había de nacer.
La enseñanza dada por el Espíritu Santo sobre este punto se divide en dos partes: primero, aquello que sería el niño que iba a nacer; y segundo, la manera de Su concepción, y la gloria que resultaría de ello. No es simplemente la naturaleza divina de Jesús la que es presentada, el Verbo que era Dios, el Verbo hecho carne, sino lo que nació de María, y el modo cómo había de tener lugar. Sabemos bien que se trata del mismo precioso y divino Salvador de quien habla Juan; pero Él nos es presentado aquí bajo otro aspecto, el cual es de un interés infinito para nosotros; y debemos considerarle tal como lo presenta el Espíritu Santo, nacido de la virgen María en este mundo de lágrimas.
El Señor Jesús Como Real Y Verdaderamente Hombre
Tomemos, en primer lugar, los versículos 31 al 33. Fue un niño concebido realmente en el vientre de María, quien dio a luz este niño en el momento que Dios había asignado a la naturaleza humana. Transcurrió el tiempo de costumbre antes del nacimiento. Hasta ahora esto no nos dice nada acerca de la manera. Es el hecho mismo el que tiene una importancia que no puede ser medida ni exagerada. Él era realmente y verdaderamente hombre, nacido de mujer como lo fuimos nosotros—no en cuanto a la fuente y al modo de Su concepción, de lo cual no estamos tratando aún, sino en cuanto a la realidad de Su existencia como hombre. Él era realmente y verdaderamente un ser humano. Pero había otras cosas relacionadas con la Persona de Aquel que había de nacer, las cuales nos son también presentadas. Sería llamado Jesús, es decir, Jehová el Salvador. Él habría de manifestarse en este carácter y con este poder. Así era Él.
El Niño Nacido Como Hombre Es “El Hijo Del Altísimo”
Esto no está aquí relacionado con el hecho de que “él salvará a su pueblo de sus pecados”, como en Mateo, donde se trataba de la manifestación a Israel del poder de Jehová, de su Dios, en cumplimiento de las promesas hechas a ese pueblo. Aquí vemos que Él tiene derecho a ese nombre; pero, este título divino permanece oculto bajo la forma de un nombre personal; pues es el Hijo del Hombre quien es presentado en este Evangelio, cualquiera que Su poder divino pudiera ser. Aquí se nos dice que, “Él”—Aquel que había de nacer—“será grande, y” (nacido en este mundo) “será llamado Hijo del Altísimo.” (Lucas 1:32—Versión Moderna). Él había sido el Hijo del Padre desde antes de que el mundo fuese; pero este niño, nacido en la tierra, debía ser llamado—tal como Él era aquí abajo—Hijo del Altísimo: un título al cual Él demostraría perfectamente tener derecho, mediante Sus hechos, y mediante todo lo que manifestase lo que Él era. Un pensamiento precioso y lleno de gloria para nosotros, un hijo nacido de una mujer lleva legítimamente este nombre, “Hijo del Altísimo”—supremamente glorioso para Aquel que está en la posición de un hombre, y realmente era tal ante Dios.
“El Hijo De David”: Su Reino Interminable Y Su Gloria
Pero, había aún otras cosas relacionadas con Aquel que había de nacer. Dios le daría el trono de Su padre David. Aquí, nuevamente vemos claramente que Él es considerado como nacido, como hombre, en este mundo. El trono de Su padre David le pertenece. Dios se lo dará. Por derecho de nacimiento, Él es heredero de las promesas, de las promesas terrenales que, en cuanto al reino, pertenecían a la familia de David; pero esto sería en conformidad a los consejos y al poder de Dios. Él reinaría sobre la casa de Jacob—no solamente sobre Judá y en la debilidad de un poder transitorio y de una vida efímera, sino por todos los siglos; y Su reino no tendría fin. Como, de hecho, Daniel había predicho, este reino nunca sería tomado por otros. Nunca sería dejado a otro pueblo. Sería establecido según los consejos de Dios que son inmutables, y de acuerdo a Su poder que nunca falla. Hasta que Él entregase el reino a Dios el Padre, Él ejercería una realeza que nada podría disputar; la cual Él entregaría (habiéndose cumplido todas las cosas) a Dios, pero cuya gloria, digna de un rey, nunca se empañará en Sus manos.
Así había de nacer el niño—verdaderamente, aunque milagrosamente nacido como hombre. Para aquellos que pudieran comprender Su nombre, era Jehová el Salvador.
Él había de ser Rey sobre la casa de Jacob conforme a un poder que nunca menguaría ni fallaría, hasta que se fusione con el poder eterno de Dios como Dios.
El gran tema de la revelación es, que el Hijo debía ser concebido y nacer; el resto es la gloria que le pertenecería después de nacido.
La Pregunta De María; Su Fe
Pero lo que María no comprende es la concepción. Dios le permite que pregunte al ángel de qué modo ocurriría. Su pregunta fue según Dios. No creo que se tratara aquí de ninguna falta de fe. Zacarías había estado pidiendo constantemente un hijo—era sólo una cuestión de la bondad y del poder de Dios que se concediese esta petición—y fue llevado, por la positiva declaración de Dios, hasta un punto en que él sólo debía confiar en ella. Él no confió en la promesa del Señor. Era sólo el ejercicio del poder extraordinario de Dios en el orden natural de cosas. María pregunta, con santa confianza, puesto que Dios la había favorecido, cómo se cumpliría tal cosa, fuera del orden natural. Ella no dudaba de su cumplimiento (véase el versículo 45: “bienaventurada”—dijo Elisabet—“la que creyó.”) Ella pregunta de qué manera se habría de cumplir esto, ya que esto debe ser hecho fuera del orden de la naturaleza. El ángel procede con su comisión, dándole a conocer, también, la respuesta de Dios a su pregunta. En los propósitos de Dios, esta pregunta dio ocasión (por la respuesta que esta pregunta recibió) a la revelación de la concepción milagrosa.
El Hijo De Dios Hecho Hombre
El nacimiento de Aquel que ha caminado sobre esta tierra era la cosa en cuestión—Su nacimiento de la virgen María. Él era Dios, y se hizo hombre; pero, aquí esta la manera de Su concepción para llegar a ser un hombre en la tierra. No es lo que Él era lo que se manifiesta aquí. Es Él quien nació, tal como Él estaba en el mundo, de cuya concepción milagrosa leemos aquí. El Espíritu Santo vendría sobre ella—actuaría en poder sobre este vaso terrenal, sin su propia voluntad o la voluntad de ningún hombre. Dios es la fuente de la vida del hijo prometido a María, nacido en este mundo y por Su poder. Él nace de María—de esta mujer escogida por Dios. El poder del Altísimo la cubriría, y, por consiguiente, el Santo Ser (Lucas 1:35—RVR60) que nacería de ella sería llamado el Hijo de Dios. Santo en Su nacimiento, concebido por la intervención del poder de Dios actuando sobre María (un poder que fue la fuente divina de Su existencia en la tierra, como hombre), la criatura santa (Lucas 1:35—Versión Moderna) que recibió así su ser de María, el fruto de su vientre, debía tener también, incluso en este sentido, el título de Hijo de Dios. Lo Santo (Lucas 1:35—RVA) que nacería de María debía ser llamado el Hijo de Dios. No se trata aquí de la doctrina de la relación eterna del Hijo con el Padre. El Evangelio de Juan, la epístola a los hebreos, la de los colosenses, establecen esta verdad preciosa, y demuestran su importancia; aquí se trata de aquello que nació en virtud de la concepción milagrosa, lo cual, en ese terreno, es llamado el Hijo de Dios.
El Anuncio Del Ángel a María De La Bendición De Elizabet
El ángel le anuncia la bendición otorgada a Elisabet a través del poder omnipotente de Dios; y María se inclina ante la voluntad de su Dios—el vaso sumiso de Su propósito—y en su piedad reconoce una altura y grandeza en estos propósitos que sólo le dejaron a ella, pasivo instrumento de ellos, su lugar de sujeción a la voluntad de Dios. Ésta fue su gloria, mediante el favor de su Dios.
Fue apropiado que prodigios acompañaran, y dieran un testimonio justo, a esta maravillosa intervención de Dios. La comunicación del ángel no fue infructuosa en el corazón de María; y por su visita a Elisabet, ella va a reconocer los maravillosos tratos de Dios. La piedad de la virgen es mostrada aquí de manera conmovedora. La maravillosa intervención de Dios la hizo sentirse humilde, en lugar de ensalzarse. Ella vio a Dios en lo que había acontecido, y no a sí misma; al contrario, las grandezas de estas maravillas trajeron a Dios tan cerca de ella como para ocultarla de ella misma. Ella se entrega a Su santa voluntad: pero Dios ocupa un lugar demasiado grande en sus pensamientos sobre este asunto como para dejar algún sitio a la presunción.
La Visita De María a Elizabet; El Reconocimiento De Elizabet De La Gracia De Dios Para Con La Madre De Su Señor
La visita de la madre de su Señor a Elisabet fue algo natural en ella, pues el Señor visitó ya a la mujer de Zacarías. El ángel se lo había hecho saber. Ella se preocupa por estas cosas de Dios, pues Dios estaba cerca de su corazón por la gracia que la había visitado. Conducida por el Espíritu Santo, de corazón y afecto, la gloria perteneciente a María, en virtud de la gracia de Dios que la había elegido para ser la madre de su Señor, es reconocida por Elisabet, hablando por el Espíritu Santo. Ella también reconoce la piadosa fe de María, y le anuncia el cumplimiento de la promesa que había recibido (todo eso sucedió siendo una señal de testimonio a Aquel que había de nacer en Israel y entre los hombres).
La Acción De Gracias De María; Reconociendo La Gracia De Dios Y Su Propia Bajeza
El corazón de María se derrama, entonces, en acción de gracias. Reconoce a Dios su Salvador en la gracia que la ha llenado de gozo, y su bajeza—una figura de la condición del remanente de Israel—y eso dio ocasión para la intervención de la grandeza de Dios, con un pleno testimonio de que todo era de Él. Cualquiera que pudiera ser la piedad apropiada al instrumento que Él utilizó, y que verdaderamente se hallaba en María, fue en la medida en que ella se ocultó que ella fue grande; pues entonces Dios era todo, y fue a través de ella que Él intervino para la manifestación de Sus maravillosos caminos. Ella perdía su lugar si intentaba algo por sí misma, pero en realidad no lo hizo. La gracia de Dios la guardó a fin de que Su gloria pudiera mostrarse plenamente en este suceso divino. Ella reconoce Su gracia, pero reconoce que, hacia ella, todo es gracia.
Se observará aquí que, en el carácter y la aplicación de los pensamientos que llenan su corazón, todo es judío. Podemos comparar el cántico de Ana, quien proféticamente celebraba esta misma intervención; y vean también los versículos 54 y 55. Pero, observen, ella retrocede a las promesas hechas a los padres, no a Moisés, e incluye a todo Israel. Es el poder de Dios que obra en medio de la debilidad, cuando no hay recurso, y todo es contrario a él. Tal es el momento apropiado para Dios, y, con el mismo fin, instrumentos que no son nada, para que Dios pueda serlo todo.
Es notable que no se nos diga que María era llena del Espíritu Santo. Me parece que esto es una distinción que la honra. El Espíritu Santo visitó a Elisabet y Zacarías de un modo excepcional. Pero aunque no podemos dudar que María estaba bajo la influencia del Espíritu de Dios, era un efecto más interno, más relacionado con su propia fe, con su piedad, con las relaciones más habituales de su corazón con Dios (que fueron formadas por esta fe y por esta piedad) y que, consecuentemente, este efecto se expresaba más como sus propios sentimientos. Se trata de gratitud por la gracia y el favor conferidos a ella, la humilde, y eso en relación con las esperanzas y bendiciones de Israel. En todo esto aparece ante mí una armonía muy sorprendente en relación con el prodigioso favor otorgado a ella. Lo repito, María es grande por cuanto ella no es nada; pero es favorecida por Dios de manera incomparable, y todas las generaciones la llamarán bienaventurada.
Pero su piedad, y la expresión de esta en este cántico, siendo más personal, siendo más una respuesta a Dios que una revelación de Su parte, se limita claramente a aquello que era, necesariamente para ella, la esfera de esta piedad—y es que era para Israel, para las esperanzas y promesas dadas a Israel. Esta piedad regresa, como hemos visto, al punto más remoto de las relaciones de Dios con Israel—y éstas fueron en gracia y en promesa, no en ley—pero no sale de ellas.
Piedad En Secreto Reconocida Por Dios
María se queda tres meses con la mujer a quien Dios había bendecido, la madre de aquel que iba a ser la voz de Dios en el desierto; y regresa para seguir, humildemente, su propio camino, para que los propósitos de Dios pudieran cumplirse.
Nada más hermoso, en su estilo, que el retrato de la comunicación entre estas dos mujeres piadosas, desconocidas para el mundo, pero instrumentos de la gracia de Dios para el cumplimiento de Su propósito, glorioso e infinito en sus resultados. Ellas se ocultan, moviéndose en una escena en la que nada entra, sino la piedad y la gracia; pero Dios está allí, aún siendo tan poco conocidas para el mundo como lo eran estas mujeres, sin embargo, Dios está preparando y llevando a cabo aquello en lo cual los ángeles anhelan sondear en sus profundidades. Esto tiene lugar en la serranía, donde estas piadosas parientes moraban. Ellas se ocultaron, pero sus corazones, visitados por Dios y tocados por Su gracia, respondieron por su mutua piedad a estas maravillosas visitas de lo alto; y la gracia de Dios se reflejaba verdaderamente en la quietud de un corazón que reconocía Su mano y Su grandeza, confiando en Su bondad y sometiéndose a Su voluntad. Nosotros somos favorecidos al ser admitidos en una escena, de la cual el mundo fue excluido por su incredulidad y alejamiento de Dios, y en la que Dios actuó así.
Nace Juan, El Hijo De Zacarías Y Elizabet; El Anuncio Público De Zacarías De Aquel Que Venía Y La Posición De Juan
Pero aquello que la piedad reconoció en secreto, a través de la fe en las visitaciones de Dios, debe finalmente hacerse público y cumplirse ante los ojos de los hombres. El hijo de Zacarías y Elisabet nace, y Zacarías (quien, obediente a la palabra del ángel, cesa de ser mudo), anuncia la venida del Renuevo de David (Jeremías 33:15), el cuerno de la salvación de Israel (Lucas 1:69—Versión Moderna), en la casa del Rey elegido por Dios, para cumplir todas las promesas hechas a los padres, y todas las profecías por las que Dios había proclamado las bendiciones futuras de Su pueblo. El hijo que Dios había dado a Zacarías y a Elisabet debería ir delante del rostro de Jehová para preparar Sus caminos; porque el Hijo de David era Jehová, quien vino conforme a las promesas, y conforme a la palabra por medio de la cual Dios había proclamado la manifestación de Su gloria.
Israel Bajo Bendición Presente Y Futura Del Cristo Entonces a La Puerta—La Esperanza De Israel
La visitación de Israel por Jehová, celebrada por boca de Zacarías, incluye toda la bendición del milenio. Esto está relacionado con la presencia de Jesús, quien introduce en Su propia Persona toda esta bendición. Todas las promesas son Sí y Amén en Él (2 Corintios 1:20). Todas las profecías le circundan con la gloria a ser realizada entonces, y le hacen la fuente de la que ella surge. Abraham se gozó de ver el glorioso día de Cristo.
El Espíritu Santo siempre hace esto, cuando Su asunto es el cumplimiento de la promesa en poder. Él continua hasta el pleno efecto que Dios llevará a cabo al final. La diferencia aquí es que no se trata ya del anuncio de gozos en un futuro distante, cuando un Cristo naciera, cuando se hubiera dado a luz un hijo, para introducir sus goces en días aún velados por la distancia desde la cual eran vistos. El Cristo está ahora a la puerta, y lo que se celebra es el efecto de Su presencia. Sabemos que, habiendo sido rechazado, y estando ahora ausente, el cumplimiento de estas cosas es necesariamente aplazado hasta que Él regrese; pero Su presencia traerá el cumplimiento de ellas, y ello se anuncia como estando relacionado con esa presencia.
Podemos observar aquí, que este capítulo se confina por su contenido, dentro de los estrictos límites de las promesas hechas a Israel, es decir, a los padres. Tenemos a los sacerdotes, al Mesías, a Su precursor, las promesas hechas a Abraham, el pacto de la promesa, el juramento de Dios. No se trata de la ley, sino de la esperanza de Israel—fundamentada en la promesa, el pacto, el juramento de Dios, y confirmada por los profetas—la cual tiene su realización en el nacimiento de Jesús, en el nacimiento del Hijo de David. No se trata, lo digo nuevamente, de la ley. Se trata de Israel bajo bendición, en realidad no cumplida aún, pero de Israel en la relación de fe con Dios, quien la va a cumplir. Sólo se trata de Dios e Israel, y lo que había sucedido en gracia entre Él y Su pueblo solo.