Los Derechos De La Gracia; La Hipocresía Juzgada; El Lugar Del Cristiano En Este Mundo
Algunos detalles morales son explicados en este capítulo. El Señor, siendo invitado a comer con un Fariseo, vindica los derechos de la gracia sobre aquello que era el sello del antiguo pacto, juzgando la hipocresía que de todas formas quebrantaba el día de reposo cuando el propio interés de ellos estaba en consideración. Él muestra, entonces, el espíritu de humildad y mansedumbre que convenía al hombre en presencia de Dios, y la unión de este espíritu con el amor, cuando existía la posesión de ventajas mundanas. Mediante esa forma de andar, que en realidad era la Suya propia, en oposición al espíritu del mundo, el lugar de uno allí se perdería; las reciprocidades de la sociedad no existirían: pero otra hora comenzaba a amanecer a través de Su rechazo, y que, de hecho, fue su necesaria consecuencia—la resurrección de los justos. Echados por el mundo fuera de su seno, ellos tendrían su lugar aparte en aquello que el poder de Dios efectuaría. Habría una resurrección de los justos. Entonces ellos tendrían la recompensa por todo lo que hubiesen hecho por amor al Señor y a causa de Su nombre. Vemos la fuerza con la que esta alusión se aplica a la posición del Señor en aquel momento, preparado para ser muerto en este mundo.
La Gran Cena De Gracia; Las Responsabilidades De Aquellos Que Entran En La Casa De Dios
Y el reino, ¿qué sería, entonces, de él? Con referencia a él en ese momento, el Señor da su imagen en la parábola de la gran cena de la gracia (versículos 16-24). Despreciado por la mayor parte de los judíos, cuando Dios los invitó a entrar, Él buscó a los pobres del rebaño. Pero había lugar en Su casa, y manda a buscar a los Gentiles, y manda introducirlos en ella por Su llamamiento, el cual salió en poder eficaz cuando ellos no le buscaban a Él. Se trataba de la actividad de Su gracia. Los judíos, como tales, no tendrían parte en ella. Pero aquellos que entraban tenían que calcular el costo (vers. 25-33). Todo lo hay en este mundo debe ser abandonado; todo vínculo con este mundo debe ser roto. Cuanto más querida fuese cualquier cosa al corazón, tanto más peligrosa era, tanto más debía ser aborrecida. No significa que los afectos sean algo malo; pero, al ser rechazado Cristo por este mundo, todo lo que nos ata a la tierra ha de ser sacrificado por Él. Cueste lo que cueste, hay que seguirle a Él; y uno tiene que aprender a aborrecer su propia vida, e incluso a perderla, antes que desmayar siguiendo al Señor. Todo se perdía en esta vida natural. La salvación, el Salvador, la vida eterna, estaban en juego. Por consiguiente, tomar uno mismo la cruz, y seguirle a Él, era la única manera de ser Su discípulo. Sin esta fe, sería mejor no empezar a edificar; y, estando conscientes de que el enemigo es exteriormente más fuerte que nosotros, deberá comprobarse si, pase lo que pase, nos atrevemos, con un firme propósito, salirle al encuentro mediante la fe en Cristo. Se debe romper con todo lo relacionado con la carne como tal.
Llamados a Testificar Del Carácter De Dios Como Rechazado En Cristo
Además, (vers. 34-35), ellos fueron llamados a dar un testimonio peculiar, a testificar del carácter de Dios, cuando Él era rechazado en Cristo, de lo cual la cruz fue la verdadera medida. Si los discípulos no eran también rechazados, carecían de toda dignidad. Ellos eran discípulos en este mundo para ningún otro propósito. ¿Ha mantenido la iglesia este carácter? ¡Solemne pregunta para todos nosotros!