La Culpabilidad De Los Gentiles; Injusticia Flagrante
Los Gentiles, no obstante, no son presentados en este Evangelio como siendo voluntariamente culpables. Vemos, sin dudas, una indiferencia que llega a ser una injusticia flagrante en un caso como éste, y una insolencia que nada puede excusar; pero Pilato hace lo que puede para liberar a Cristo, y Herodes, decepcionado, lo envía de vuelta sin haberle juzgado. La voluntad está totalmente en el lado de los judíos. Ésta es la característica de esta parte de la historia en el Evangelio de Lucas. Pilato hubiera preferido no haberse cargado con este crimen inútil, y despreciaba a los judíos; pero ellos estaban resueltos a crucificar a Jesús y pidieron que Barrabás fuera soltado—un hombre sedicioso y un homicida (véase vers. 20-25).
El Rey De Los Judíos En La Cruz Para La Salvación Eterna De Almas
Jesús, por consiguiente, mientras era conducido al Calvario, anunció a las mujeres, quienes hacían lamentación por Él con sentimientos naturales, que todo había terminado para Jerusalén, que ellas tenían que lamentarse por su propia suerte y no por la de Él; pues vendrían días sobre Jerusalén que las harían llamar felices a aquellas que nunca habían sido madres—días en los cuales buscarían refugiarse en vano del terror y del juicio. Porque si en Él, el verdadero árbol verde, habían sido hechas estas cosas, ¿qué llegaría a ser del árbol seco del judaísmo sin Dios? Sin embargo, en el momento de Su crucifixión, el Señor intercede a favor del desdichado pueblo: ellos no sabían lo que hacían; intercesión para la cual el discurso de Pedro a los judíos (Hechos 3) es la notable respuesta por el Espíritu Santo descendido del cielo. Los gobernantes de entre los judíos, completamente ciegos, al igual que el pueblo, se burlan de Él diciendo que era incapaz de salvarse a Sí mismo de la cruz—ignorando que era imposible que lo hiciera si Él era un Salvador, y que todo les había sido quitado, y que Dios estaba estableciendo otro orden de cosas, fundamentado en la expiación, en el poder de la vida eterna por la resurrección. ¡Temible ceguera, de la que los soldados no eran sino simples imitadores, conforme a la malignidad de la naturaleza humana! Pero el juicio de Israel estaba en boca de ellos, y (de parte de Dios) sobre la cruz. Era el Rey de los judíos quien colgaba allí—humillado ciertamente, pues un ladrón colgado a Su lado pudo injuriarle—pero en el lugar al que el amor le había llevado para la salvación presente y eterna de las almas. Esto se manifestó en aquel mismo momento. Los insultos que le reprocharon por no haber querido salvarse Él mismo de la cruz, tuvieron su respuesta en la suerte del ladrón convertido, el cual se reunió con Él en aquel mismo día en el Paraíso.
Un Tosco Pecador Convertido Por Gracia En El Lugar De Ejecución; La Maldad Del Otro Ladrón
Esta historia es una asombrosa demostración del cambio al que nos conduce este Evangelio. El Rey de los judíos, por la propia confesión de ellos, no es liberado—Él es crucificado. ¡Qué final para las esperanzas de este pueblo! Pero al mismo tiempo, un vulgar ladrón, convertido por gracia estando a punto de morir, entra directamente en el Paraíso. Un alma es salvada eternamente. No se trata del reino, sino de un alma—fuera del cuerpo—en la felicidad con Cristo. Y observen aquí cómo la manera en que Cristo es presentado descubre la maldad del corazón humano. Ningún ladrón se burlaría o injuriaría a otro ladrón estando a punto de morir. Pero en el momento en que es Cristo quien está allí, esto ocurre.
Señales De Conversión Y De Fe Notable; La Respuesta Del Señor; Las Primicias Del Amor Que Los Situó Lado a Lado
Pero yo añadiría unas pocas palabras más sobre la condición del otro ladrón, y sobre lo que le respondió Cristo. Vemos toda señal de conversión, y de la fe más notable. El temor de Dios, el principio de la sabiduría, esta aquí; la conciencia es recta y valiente. No le dice a su compañero ‘y justamente’, sino “Nosotros, a la verdad, justamente ... ” (Lucas 23:41); el conocimiento de la perfecta e inmaculada justicia de Cristo como hombre; el reconocimiento de Él como Señor, cuando Sus propios discípulos le habían abandonado y le habían negado, y cuando no quedaba rastro de Su gloria o de la dignidad de Su Persona. Él fue considerado por el hombre como uno igual a él mismo. Su reino no era más que un tema de escarnio para todos. Pero el pobre ladrón es enseñado por Dios; y todo es claro. Él está tan seguro de que Cristo recibirá el reino como si estuviera Él reinando en gloria. Todo su deseo es que Cristo le recordara entonces, y qué confianza en Cristo es mostrada aquí a través del conocimiento de Él, ¡a pesar de su reconocida culpa! Ello muestra de qué manera Cristo llenó su corazón, y cómo su confiar en la gracia por su resplandor, excluyó la vergüenza humana, pues ¡quién querría ser recordado en la vergüenza de ser ajusticiado! La enseñanza divina es mostrada singularmente aquí. ¿No sabemos nosotros, mediante la enseñanza divina, que Cristo era sin pecado, y que para estar seguros de Su reino había una fe por sobre todas las circunstancias? El ladrón solo es un consuelo para Jesús en la cruz, y Le hace pensar (al responder a su fe) en el Paraíso que le aguardaba cuando hubiese acabado la obra que Su Padre le había dado que hiciese. Observen el estado de santificación en que se hallaba este pobre hombre por la fe. En todas las agonías de la cruz, y creyendo que Jesús es el Señor, no busca ningún alivio que provenga de Sus manos, sino que le pide que le recuerde en Su reino. Un pensamiento llena su mente—tener su porción con Jesús. Cree que el Señor volverá; cree en el reino, mientras el Rey es rechazado y crucificado, y cuando, en cuanto al hombre, no había ya ninguna esperanza. Pero la respuesta de Jesús va más lejos en la revelación de lo que es adecuado a este Evangelio, y añade aquello que introduce, no el reino, sino la vida eterna, la felicidad del alma. El ladrón le había pedido a Jesús que le recordase cuando volviese en Su reino. El Señor responde que Él no esperaría ese día de gloria manifiesta que sería visible para el mundo, sino que aquel mismo día estaría con Él en el Paraíso. ¡Precioso testimonio y perfecta gracia! Jesús crucificado era más que Rey—Él era Salvador. El pobre malhechor fue un testimonio a esto, y al gozo y al consuelo del corazón del Señor—las primicias del amor que los había puesto lado a lado en el lugar donde, si el pobre ladrón soportaba el fruto de sus pecados de parte del hombre, el Señor de gloria estaba a su lado soportando el fruto de esos pecados de parte de Dios, tratado Él mismo como un malhechor en la misma condenación. A través de una obra desconocida para el hombre, excepto por medio de la fe, los pecados de Su compañero fueron quitados para siempre, dejaron de existir, siendo sólo su recuerdo aquel de la gracia que se los había llevado, y la cual había limpiado para siempre su alma de ellos, haciéndole en ese momento tan apto para entrar en el Paraíso como compañero de Cristo allí.
La Muerte; El Último Hecho De La Vida Del Señor; Dios Se Revela
El Señor, entonces, habiendo cumplido todas las cosas, y lleno aún de vigor, encomienda Su espíritu al Padre. Lo encomienda a Él, el último hecho de aquello de lo que se compuso Su vida entera—la perfecta energía del Espíritu Santo actuando en una perfecta confianza en Su Padre, y en una perfecta dependencia de Él. Encomienda Su espíritu a Su Padre y expira. Pues era la muerte lo que tenía delante de Sí—pero una muerte en una fe absoluta que confiaba en Su Padre—muerte con Dios por la fe; y no la muerte que separaba de Dios. Entretanto, la naturaleza se ocultó a sí misma—reconoció la partida desde este mundo de Aquel que la había creado. Todo es tinieblas. Pero, por otro lado, Dios se revela—el velo del templo se rasga en dos, de arriba abajo. Dios se había ocultado en densas tinieblas—el camino al lugar santísimo no había sido aún manifestado. Pero ahora ya no hay más un velo; aquello que ha quitado el pecado mediante el amor perfecto resplandece ahora, mientras que la santidad de la presencia de Dios es un gozo para el corazón, y no un tormento. Lo que nos introduce en la presencia de la santidad perfecta sin un velo, fue lo que quitó el pecado que nos prohibía estar allí. Nuestra comunión es con Él a través de Cristo, santos y sin culpa delante de Él en amor.
La Confesión Del Centurión
El pobre centurión, estremecido por todo lo que había sucedido, confiesa—tal es el poder de la cruz sobre la conciencia—que este Jesús a quien él había crucificado era ciertamente el hombre justo. Digo la conciencia, porque no pretendo decir que fue más allá de eso en el caso del centurión. Vemos el mismo efecto en los espectadores: se marchan golpeándose el pecho. Ellos percibieron que algo solemne había sucedido—que ellos mismos se habían comprometido fatalmente con Dios.
La Sepultura Del Señor; Todo Preparado
Pero el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, había preparado todo para la sepultura de Su Hijo, quien le había glorificado entregándose a la muerte. Con los ricos fue en Su muerte. José, un hombre justo que no había consentido el pecado de su pueblo, pone el cuerpo del Señor en una tumba que nunca se había usado aún. Era la preparación antes del día de reposo; pero el día de reposo se acercaba. En el momento de Su muerte, las mujeres—fieles (aunque ignorantes) a su aflicción por Él mientras aún vivía—ven dónde es puesto el cuerpo, y van a preparar todo lo necesario para ungir el cuerpo. Lucas habla de estas mujeres solamente en términos generales: por lo tanto, entraremos en detalles en otra parte, siguiendo nuestro Evangelio como se nos presenta.