Probado Por El Enemigo
El desconocido Hijo de Dios en la tierra, Jesús, es llevado al desierto por el Espíritu Santo, con quien Él había sido sellado, para padecer la tentación del enemigo, bajo la cual Adán cayó. Pero Jesús soportó esta tentación en las circunstancias en que nosotros estamos, no en aquellas en las que Adán estuvo, es decir, que Él la sintió en todas las dificultades de la vida de fe, tentado en todos los puntos como lo somos nosotros, sin excepción. Tengan en cuenta aquí que no se trata de la esclavitud del pecado, sino de conflicto. Cuando se trata de esclavitud, es un asunto de liberación, no de conflicto. Fue en Canaán donde Israel luchó. Ellos fueron liberados de Egipto; no lucharon allí.
El Orden Moral De Las Tentaciones; Sencilla Obediencia a La Palabra De Dios
En Lucas, las tentaciones están ordenadas según su orden moral: primero, aquellas que necesitaban las necesidades corporales; segundo, el mundo; tercero, la sutileza espiritual. En cada una el Señor mantiene la posición de obediencia y de dependencia, dando a Dios y a Sus comunicaciones con el hombre—es decir, Su Palabra—su verdadero lugar. Principio simple, que nos ampara en cada ataque, pero el cual también, pero su misma simplicidad, ¡es perfección! No obstante, recordemos que el caso es éste, porque elevarnos a nosotros mismos a alturas maravillosas no es lo que se requiere de nosotros, sino que sigamos aquello que se aplica a nuestra condición humana como la regla normal para su conducción. Es obediencia, dependencia—no haciendo nada excepto lo que Dios quiere, y teniendo confianza en Él. Este andar incluye a la Palabra. Pero la Palabra es la expresión de la voluntad, la bondad y la autoridad de Dios, aplicables a todas las circunstancias del hombre tal como es. Demuestra que Dios se interesa en todo lo que le concierne: entonces, ¿por qué debería actuar el hombre por sí mismo sin mirar a Dios ni a Su Palabra? ¡Lamentablemente! hablando de los hombres en general, ¡ellos son voluntariosos! Someterse y ser dependientes es precisamente aquello que no harán. Tienen demasiada enemistad con Dios como para confiar en Él. Fue esto, por lo tanto, lo que distinguió al Señor. Dios podía otorgar el poder para efectuar un milagro sobre quien Él quisiera. Pero un hombre obediente, que no tenía voluntad para hacer nada con respecto a lo cual la voluntad de Dios no fuera expresada, un hombre que vivía por la Palabra, un hombre que vivía en completa dependencia de Dios y tenía una confianza perfecta, que no requería ninguna otra prueba de la fidelidad de Dios aparte de Su Palabra, ningún otro medio de certeza de que Él intervendría aparte de Su promesa de hacerlo, y que esperaba esa intervención en el camino de Su voluntad—aquí había algo más que poder. Ésta era la perfección del hombre, en el lugar donde el hombre estaba (no simplemente inocencia, porque la inocencia no necesita confiar en Dios en medio de dificultades, y dolores, e interrogantes originados por el pecado, y por el conocimiento del bien y del mal), y una perfección que refugiaba a uno que la poseyera de cada ataque que Satanás pudiera lanzarle; porque, ¿qué podía hacer él contra uno que no traspasaba nunca la voluntad de Dios, y para quien esa voluntad era el único el motivo para la acción? Además, el poder del Espíritu de Dios estaba allí. Conforme a esto, vemos que la obediencia sencilla dirigida por la Palabra es la única arma empleada por Jesús. Esta obediencia requiere dependencia de Dios, y confianza en Dios, para llevarla a cabo.
Él vive por la Palabra: esto es dependencia. No tentará (o sea, no pondrá a Dios a prueba) para ver si Él es fiel: esto es confianza.
Él actúa cuando Dios quiere, y porque Él quiere, y hace aquello que Dios quiere. Deja todo lo demás en manos de Dios. Esto es obediencia; y, observen, la obediencia no como sumisión a la voluntad de Dios donde hubiese un adversario, sino donde la voluntad de Dios fuese el único motivo para la acción. Somos santificados para la obediencia de Cristo.
Satanás Vencido
Satanás es vencido y carece de poder ante este postrer Adán, el cual actúa conforme al poder del Espíritu, en la posición en la que se halla el hombre, por los medios que Dios le ha dado al hombre, y en las circunstancias en que Satanás ejercita su poder. Pecado no había ninguno, o esto hubiera sido rendirse, no conquistar. El pecado fue aislado por la obediencia. Pero Satanás es vencido en las circunstancias de tentación en las que se halla el hombre. La necesidad corporal, que se habría convertido en codicia si el yo hubiera entrado en ello, en lugar de la dependencia de la voluntad de Dios; el mundo y toda su gloria, el cual, siendo el objeto de la codicia del hombre, es, de hecho, el reino de Satanás (y es a ese terreno al que Satanás intentó llevar a Jesús, y mostró que era Satanás mismo al hacerlo así); y, por último, la propia exaltación de manera religiosa a través de las cosas que Dios nos ha dado—estos fueron los puntos del ataque del enemigo. Pero Jesús nunca buscó nada para Sí mismo.
Con El Remanente, Y Solo
Hemos encontrado, entonces, en estas cosas que hemos estado contemplando, a un hombre lleno del Espíritu Santo, y nacido del Espíritu Santo en la tierra, perfectamente agradable a Dios y el objeto de Su afecto, Su Hijo amado, en la posición de dependencia; y un hombre, el conquistador de Satanás en medio de aquellas tentaciones por las cuales él usualmente gana ventaja sobre el hombre—conquistador en el poder del Espíritu, y haciendo uso de la Palabra, como dependiente, obediente, y confiando en Dios en las circunstancias ordinarias del hombre. En la primera posición, Jesús permaneció con el remanente; en la segunda, estuvo solo—como en Getsemaní y en la cruz. No obstante, fue por nosotros; y, aceptados como Jesús, tenemos, en cierto sentido, un enemigo al cual vencer. Pero es un enemigo conquistado al que resistimos en la fuerza del Espíritu Santo, quien nos es dado en virtud de la redención. Si le resistimos, él huye; porque se ha enfrentado con su conquistador. La carne no le resiste. Él encuentra a Cristo en nosotros. La resistencia en la carne no conduce a la victoria.
El Primer Adán, Fracaso; El Postrer Adán, El Conquistador De Satanás
Jesús conquistó al hombre fuerte y entonces saqueó sus bienes; pero fue en tentación, obediencia, careciendo de voluntad excepto de la de Dios, dependencia, fue el uso de la Palabra, fue permaneciendo en sujeción a Dios, la forma en que Jesús obtuvo la victoria sobre él. En todo esto fracasó el primer Adán. Después de la victoria de Cristo, nosotros también obtenemos victorias reales como siervos de Cristo, o más bien los frutos de la victoria ya ganados en la presencia de Dios.
El Señor ha tomado ahora Su lugar, por así decirlo, para la obra del postrer Adán—el Hombre en quien está el Espíritu sin medida, el Hijo de Dios en este mundo por Su nacimiento. Él ha tomado este lugar como la simiente de la mujer (no obstante, concebido por el Espíritu Santo); Él ha tomado este lugar como el Hijo de Dios perfectamente agradable a Dios en Su Persona como hombre aquí abajo; y lo ha tomado también como el conquistador de Satanás. Reconocido como Hijo de Dios, y sellado con el Espíritu Santo por Su Padre, habiéndose abierto los cielos a Él como hombre, se recorre el curso de Su genealogía hasta Adán; y, el descendiente de Adán, sin pecado, lleno del Espíritu Santo, Él conquista a Satanás (como el hombre obediente, no teniendo otro motivo sino la voluntad de Dios), y se propone cumplir, como hombre, la obra que Dios Su Padre le encomendó en este mundo, por el poder del Espíritu Santo.
El Regreso a Galilea En El Poder Del Espíritu
Él regresa, en el poder del Espíritu, a Galilea, y Su fama se difunde por toda la región de alrededor.
El Anuncio Del Cumplimiento De Las Promesas De Dios En Gracia Y Bendición
Él se presenta en este carácter: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, ... a predicar el año agradable del Señor.” Aquí, Él se detiene. Lo que sigue en lo expresado por el profeta, respecto a la liberación de Israel por el juicio que los venga de sus enemigos, es omitido por el Señor. Ahora, Jesús no anuncia promesas, sino Su cumplimiento en gracia mediante Su propia presencia. El Espíritu está sobre este hombre, lleno de gracia; y el Dios de gracia manifiesta Su bondad en Él. El tiempo de la liberación ha llegado; el instrumento de Su favor a Israel está allí en medio de ellos.
El examen de la profecía hace que este testimonio sea mucho más notable, en que el Espíritu, habiendo declarado el pecado del pueblo y su juicio, en los capítulos que preceden estas palabras, habla (al presentar al Cristo, al Ungido) solamente de gracia y bendición a Israel: si hay venganza, debe ser ejecutada sobre sus enemigos para la liberación de Israel.
La Manifestación Perfecta De La Gracia Es Rechazada; El Resultado
Pero aquí se trata de la gracia en Su Persona, este hombre, lleno del Espíritu Santo, para proclamar la misericordia de un Dios que es fiel a Sus promesas, y para consolar y levantar a los oprimidos y a los pobres en espíritu. La bendición estaba allí, presentándose delante de ellos. Podían no entenderla, pero no reconocen al Hijo de Dios. “¿No es éste el hijo de José?” Tenemos aquí toda la historia de Cristo—la manifestación perfecta de la gracia en medio de Israel, Su tierra, y Su pueblo; y ellos no le conocieron. “Ningún profeta es acepto en su propia tierra.”
Pero este rechazo abrió el camino a una gracia que traspasaba los límites que un pueblo rebelde le establecería. La mujer de Sarepta, y Naamán, fueron testimonios de esta gracia.
La ira llena los corazones de aquellos que rechazan la gracia. Incrédulos, e incapaces de discernir la bendición que los había visitado, no aceptarán que ésta vaya a lugares vecinos. El orgullo que los hacía incapaces de apreciar la gracia no escucharía sus comunicaciones para los demás.
Ellos buscan destruir a Jesús, pero Él sigue Su camino. Aquí es trazada toda la historia de Jesús entre el pueblo.
Los Hechos Y Curaciones Que Caracterizan El Ministerio De Gracia Del Señor
Él siguió Su camino; y el Espíritu nos preserva los hechos y las curaciones que caracterizan a Su ministerio en el aspecto de la eficacia de la gracia, y la extensión de ella a otros además de Israel.
Había poder en Aquel cuya gracia fue rechazada. Reconocido por los demonios, aunque no por Israel, Él los expulsa con una palabra. Él sana al enfermo. Todo el poder del enemigo, todos los tristes efectos exteriores del pecado, desaparecen ante Él. Él sana, Él se retira; y cuando le ruegan que se quede (el efecto de Sus obras que le procuraron ese honor del pueblo que Él no buscaba), se marcha para trabajar en otra parte en el testimonio que le fue encomendado. Él busca cumplir Su obra, y no que le honren.
Él predica en todas partes entre el pueblo. Echa fuera al enemigo, quita el sufrimiento y anuncia la bondad de Dios a los pobres.