La Misión De Juan El Bautista
El mensaje es nuevo—por lo menos en el carácter absoluto y completo que asume, y en su aplicación directa e inmediata. No eran los privilegios judíos los que debían ser obtenidos al arrepentirse y al volver al Señor. El Señor estaba viniendo conforme a Su promesa. Juan estaba predicando el arrepentimiento para perdón de pecados, para preparar Su camino delante de Él. Esto era lo que ellos necesitaban: perdón de pecados para el arrepentido era lo verdaderamente importante, el objeto formal de la misión de Juan.
Arrepentimiento Y Perdón De Pecados; Perdón Gubernamental Y Justificador
El arrepentimiento y el perdón de pecados se refieren claramente a la responsabilidad del hombre, aquí la de Israel, en su posición natural con Dios; y clarificando que en cuanto al estado del hombre para con Dios, estos dos lo califican moral y responsablemente para la recepción de la bendición propuesta—moralmente, en que él juzga los pecados en principio, como lo hace Dios y, responsablemente, por el hecho que Dios los perdona todos. De ahí que el perdón sea forzosamente una necesidad presente. Hay un perdón gubernativo así como uno justificativo, pero el principio es el mismo, y este último es la base del primero. Solamente donde es gubernativo puede ir acompañado de varios tratos de Dios, sólo que el pecado ya no es más imputado en cuanto a la relación presente con Dios, como en el justificativo, esto es eternamente verdadero. En el perdón justificativo que leemos en Romanos 4, que es mostrado mediante el uso del Salmo 32, el carácter común de no-inculpación se fundamenta en la obra de Cristo, y, por ello, es absoluto e inmutable. El pecado no es imputado y nunca puede serlo, porque la obra está hecha y finalizada y esto lo aleja de la mirada de Dios: eso—de suyo eterno, absoluto e inmutable—es también la base de todos los tratos de Dios con el hombre en gracia. La gracia reina a través de la justicia. Hebreos 9 y 10 desarrollan esto, donde se consideran la conciencia y el venir a Dios, y ello en el Lugar Santísimo. Lo mismo sucede con Romanos 3 a 5, donde la cuestión es judicial, un asunto de juicio, ira y justificación. Es la base de las bendiciones, no el propósito, grande como de suyo pueda ser—paz con Dios y reconciliación. Aquí se trataba del terreno de todas las bendiciones que Israel tendrá por medio del nuevo pacto (fundamentado en la muerte de Cristo), pero al ser rechazado, aquellos que creyeron entraron en bendiciones mejores y celestiales. En Éxodo 32:14 y 34, tenemos el perdón gubernativo, no el justificativo. En el caso del gran pecado de David, éste fue perdonado cuando fue reconocido, su iniquidad fue quitada, pero un severo castigo fue relacionado con éste, pues él había dado ocasión a los enemigos del Señor para que blasfemasen. La gloria de Dios en justicia tenía que ser mantenida ante el mundo (2 Samuel 12:12,14).
Aquí se trataba de una propuesta de perdón presente para Israel, la cual se cumplirá en los postreros días; y entonces, como su largo rechazo habrá culminado en perdón gubernativo, ellos también, por lo menos el remanente, por medio de la muerte y el derramamiento de la sangre de Cristo, serán perdonados y justificados para el disfrute de las promesas bajo el nuevo pacto (comparar con Hechos 3).
La Conciencia Del Pueblo Incitada; Confesión De Pecados
Los profetas, de hecho, habían anunciado el perdón si el pueblo volvía al Señor; pero aquí se trata del objetivo presente del discurso. El pueblo sale como un solo cuerpo para sacar provecho de ello. Al menos su conciencia fue despertada; y cualquiera hubiese sido el orgullo de sus líderes, el sentimiento de la condición de Israel fue sentido por el pueblo, tan pronto como algo fuera de la rutina de la religión actuaba en el corazón y en la conciencia—es decir, cuando Dios hablaba. Ellos confesaron sus pecados. En el caso de algunos quizás se trató sólo de la conciencia natural, es decir, no una obra realmente vivificadora; pero, de todos modos, era efectuada sobre el testimonio de Dios.
La Proclamación De Juan
Pero Juan, separado rígidamente del pueblo, y viviendo aparte de la sociedad humana, anuncia a otro más poderoso que él, cuya correa del calzado no era digno de desatar: Él no predicaría solamente el arrepentimiento aceptado por el bautismo de agua; Él daría el Espíritu Santo, poder, a aquellos que recibieran Su testimonio. Aquí nuestro Evangelio pasa a ocuparse rápidamente del servicio de Aquel que Juan anunció de esta forma. Sólo presenta sumariamente lo que le introduce a Él en este servicio.
La Posición Del Señor En Servicio En La Tierra
El Señor toma Su lugar entre los arrepentidos de Su pueblo, y, sometiéndose al bautismo de Juan, ve que los cielos se abren a Él, y al Espíritu Santo descendiendo como paloma sobre Él. El Padre le reconoce como Su Hijo en la tierra, en quien tiene complacencia. Luego es conducido por el Espíritu Santo al desierto, donde Él sufre la tentación de Satanás durante cuarenta días; Él está con las fieras, y los ángeles ejercen su ministerio hacia Él. Vemos aquí Su posición completa—el carácter que el Señor asume en la tierra—todas sus características y relaciones con lo que le rodeaba, reunidas en estos dos o tres versículos. Esto ha sido tratado en sus detalles en Mateo.
El Camino Del Señor Del Servicio Siempre Dispuesto; Su Palabra De Poder
Después de esto, Juan desaparece de la escena, dando lugar al ministerio público de Cristo, de quien él sólo era el heraldo; y Cristo mismo aparece en el lugar de testimonio, declarando que el tiempo se había cumplido; que no se trataba ahora de profecías ni de tiempos venideros, sino de que Dios iba a establecer Su reino y que ellos deberían arrepentirse recibiendo las buenas nuevas que les eran anunciadas en aquel mismo instante.
Nuestro evangelista pasa rápidamente a ocuparse de todos los aspectos del servicio de Cristo. Habiendo presentado al Señor emprendiendo el servicio público que llamaba a los hombres a recibir las buenas nuevas como algo actual (habiendo llegado el tiempo del cumplimiento de los caminos de Dios), Él se exhibe invitando a otros a cumplir esta misma obra en Su nombre, siguiendo en pos de Él. Su palabra no fracasa en sus efectos: aquellos a quienes llama, abandonan todo y le siguen. Él entra a la ciudad para enseñar en el día de reposo. Su Palabra no consiste de argumentos que evidencian la incertidumbre del hombre, sino que se presenta con la autoridad de Uno que conoce la verdad que anuncia—autoridad que, de hecho, era la de Dios, quien puede comunicar la verdad. Él habla también como Uno que la posee; y Él ofrece pruebas de que la posee. La palabra, que se presenta así a los hombres, tiene poder sobre los demonios. Había allí un hombre poseído por un espíritu malo. El espíritu malo dio testimonio, a pesar de él mismo, de Aquel que hablaba, y cuya presencia le era insoportable; pero la palabra que le despertó tenía poder para echarle fuera. Jesús le reprende—le ordena callar y salir del hombre; y el espíritu malo, tras manifestar la realidad de su presencia y su maldad, se somete, y se aleja del hombre. Tal era el poder de la palabra de Cristo. No es sorprendente que la fama de este hecho se extendiese a través de todo el país; pero el Señor continúa Su senda de servicio allí donde se requería la obra. Él entra en casa de Pedro, cuya suegra estaba acostada con fiebre. Él la sana inmediatamente, y cuando el día de reposo hubo acabado, traen a Él todos los enfermos. Él, siempre dispuesto a servir (¡precioso Señor!), los sana a todos.
El Carácter De Su Servicio En Dependencia De Su Dios Y Padre
Pero el Señor no trabajaba para rodearse de una multitud; y muy de mañana, siendo aún muy oscuro, Él se aleja al desierto para orar. Tal era el carácter de Su servicio—realizado en comunión con Su Dios y Padre, y en dependencia de Él. Él va solo a un lugar solitario. Los discípulos le encuentran y le dicen que todos le están buscando; pero Su corazón está en Su obra. El deseo general no le hace volver. Él continúa en Su camino para cumplir la obra que le fue dada a hacer—predicar la verdad entre el pueblo; pues éste era el servicio al que Él se dedicó.
La Curación Del Leproso; Servicio En La Fuerza Del Amor
Pero, no obstante lo dedicado que Él estaba a este servicio, Su corazón no se volvió rígido por la preocupación; Él mismo estaba siempre con Dios. Un pobre leproso vino a Él, reconociendo Su poder, pero inseguro de Su voluntad y del amor que manejaba ese poder. Ahora bien, esta terrible enfermedad no sólo dejaba al hombre aislado, sino que contaminaba a todo aquel que tocase siquiera al que la padecía. Pero nada detiene a Jesús en el servicio al que Su amor le llama. El leproso era miserable, un proscrito de sus semejantes y de la sociedad, y excluido de la casa de Jehová. Mas el poder de Dios estaba presente. El leproso debía ser tranquilizado en cuanto a la buena voluntad en la que su abatido corazón no podía creer. ¿A quién podía importarle un miserable como él? Él tuvo fe en cuanto al poder que había en Cristo; pero sus pensamientos acerca de sí mismo le velaban la magnitud del amor que le había visitado. Jesús extiende Su mano y le toca.
El más humilde de los hombres se acerca al pecado, y a lo que era señal del mismo, y lo dispersa; el Hombre, quien en el poder de Su amor tocó al leproso sin ser contaminado, era el Dios quien solo podía quitar la lepra que hacía a una persona que fuera afligida por ella, miserable y desechada.
La Autoridad Del Señor Declarando Su Amor Y Divinidad
El Señor habla con una autoridad que expresa al instante Su amor y Su divinidad: “Quiero, sé limpio.” “Quiero”—aquí estaba el amor del que dudaba el leproso, la autoridad de Dios quien solo tenía derecho a decir: “QUIERO.” El efecto siguió a la expresión de Su voluntad. Éste es el caso cuando Dios habla. ¿Y quién curaba la lepra excepto sólo Jehová? ¿Era Él Aquel que había descendido lo bastante como para tocar a este ser contaminado que contaminaba a cualquier otro que tuviese que ver con él? Sí, el Único; pero era Dios quien había descendido, el amor que había llegado tan abajo, y el cual, al hacerlo así, se mostraba poderoso para todo aquel que confiaba en dicho amor. Era pureza en poder que no se contamina, y que podía, por consiguiente, ministrar en amor al más vil y que se deleita en hacerlo. Él vino al hombre contaminado, no para ser contaminado por medio del contacto, sino para quitar la contaminación. Él tocó al leproso en gracia, pero la lepra ya no estaba.
Él evita las aclamaciones humanas, y ordena al hombre que había sido sanado a ir y mostrarse a los sacerdotes según la ley de Moisés. Pero este sometimiento a la ley daba testimonio, de hecho, de que Él era Jehová, pues Jehová solo, bajo la ley, purificaba soberanamente al leproso. El sacerdote era sólo el testigo de que esto había sido hecho. Habiéndose divulgado este milagro, y atrayendo la multitud, esto hace que Jesús salga al desierto.