La Mano Seca Sanada; El Servicio Del Señor a La Bondad Y a Los Derechos De Dios
Tal fue la interrogante suscitada en la sinagoga en la ocasión del hombre que tenía la mano seca. El Señor lo expone públicamente ante la conciencia de ellos; pero ni el corazón ni la conciencia le responden; y Él actúa en Su servicio de acuerdo con la bondad y los derechos de Dios, sanando al hombre. Los Fariseos y sus enemigos, los Herodianos—pues todos estaban contra Dios y unidos en esto—consultaron unánimes acerca de cómo podrían destruir a Cristo. Jesús va a la costa del mar de Tiberias. La multitud le siguió allí, a causa de todo lo que Él había hecho; de tal modo que se vio en la obligación de proveerse de un bote para estar fuera del gentío. Los espíritus se sujetan a Él, forzados a reconocer que Él es el Hijo de Dios; mas Él les prohíbe que lo den a conocer.
Servicio Modesto No Circunscrito Por El Judaísmo
El servicio en predicación y en la búsqueda de almas, dedicándose Él a todos, mostrándose Él mismo, por Sus hechos, como poseedor del poder divino, ocultándose de la curiosidad de los hombres, para cumplir, alejado de sus aplausos, el servicio que Él había emprendido—tal fue Su vida humana en la tierra. El amor y el poder divinos se descubrían en el servicio que el amor le indujo a llevar a cabo, y en el cumplimiento del cual ese poder era ejercido. Pero esto no podía ser reducido en sus límites por el judaísmo, por mucho que el Señor estuviera sujeto a las ordenanzas de Dios dadas a los judíos.
La Oposición Carnal Del Hombre; La Incredulidad Premeditada, Deliberada, Trae Condenación Irremediable
Pero, siendo Dios así manifestado, la oposición carnal del hombre pronto se manifiesta. Aquí finaliza, entonces, la descripción del servicio de Cristo, y su efecto es manifestado. Este efecto es desarrollado en lo que pronto sigue, tanto con respecto a la iniquidad del hombre como a los consejos de Dios. Entretanto, el Señor establece a doce de Sus discípulos para que le acompañen y para que salgan a predicar en Su nombre. Él no meramente podía obrar milagros, sino también comunicar a otros el poder para realizarlos, y esto por vía de autoridad. Él regresa a la casa, y la multitud volvió a reunirse. Y aquí los pensamientos del hombre se manifiestan al mismo tiempo que los de Dios. Sus amigos le buscan como a uno que estaba fuera de sí. Los escribas, poseyendo influencia como hombres sabios, atribuyen a Satanás un poder que no podían negar. El Señor les responde mostrando que, en general, todos los pecados podían ser perdonados; pero que reconocer el poder, y atribuirlo al enemigo, en vez de reconocer a Aquel que hizo uso de él, no era ocupar el lugar de la incredulidad ignorante, sino el de adversarios, blasfemando así contra el Espíritu Santo—esto era un pecado que nunca podría perdonarse. El “hombre fuerte” estaba allí; pero Jesús era más fuerte que él, pues Él echó fuera a los demonios. ¿Se atrevería Satanás a arruinar su propia casa? El hecho de que el poder de Jesús se manifestara de esta manera, los dejaba sin excusa. El “hombre fuerte” de Dios había venido entonces: Israel le rechazó; y, por lo que respecta a sus líderes, blasfemando contra el Espíritu Santo, ellos mismos se colocaron bajo una condenación irremediable. Por lo tanto, el Señor distingue inmediatamente al remanente que recibió Su palabra, de todas las relaciones naturales que Él tenía con Israel. Su madre o Sus “hermanos”, son los discípulos que están alrededor de Él, y aquellos que hacen la voluntad de Dios. Esto realmente hace a un lado a Israel en ese momento.