La Pregunta De Juan El Bautista; El Verdadero Testimonio Del Señor En Cuanto a Él Mismo
En el capítulo 11, habiendo enviado a Sus discípulos a predicar, Él continúa el ejercicio de Su propio ministerio. Las noticias de las obras de Cristo llegan a Juan en la prisión. Él, en cuyo corazón, no obstante su don profético, quedaban todavía pensamientos y esperanzas judías, envía a sus discípulos a preguntar a Jesús si Él es Aquel que había de venir, o si ellos aún deberían esperar a otro. Dios permitió que se hiciera esta pregunta para poner todas las cosas en su lugar. Cristo, siendo el Verbo de Dios, debería ser Su propio testigo. Debería dar testimonio de Sí mismo así como de Juan, y no recibir testimonio de este último; y esto es lo que Él hizo en presencia de los discípulos de Juan. Él sanaba todas las enfermedades de los hombres, y predicaba el evangelio a los pobres, y los mensajeros de Juan tenían que presentar ante él, el verdadero testimonio de lo que Jesús era. Juan tenía que recibirlo. Era por medio de estas cosas que los hombres eran probados. Bendito era aquel que no se ofendía por la humilde apariencia exterior del Rey de Israel. Dios manifestado en carne no vino a buscar la pompa de la realeza, aunque Él se la merecía, sino la liberación de hombres sufrientes. Su obra revelaba un carácter mucho más profundamente divino, que tenía un manantial de acción mucho más glorioso que aquel que dependía de la posesión del trono de David—más que una liberación que hubiera puesto a Juan en libertad, y hubiese acabado con la tiranía que le había encarcelado.
Emprender este ministerio, descender a la escena de este ejercicio para llevar los dolores y las cargas de Su pueblo, podría ser una ocasión de tropiezo para un corazón carnal que estuviese buscando la apariencia de un reino glorioso que satisfaría el orgullo de Israel. Pero ¿no era esto más verdaderamente divino, más necesario para la condición del pueblo, según Dios la veía? Por consiguiente, el corazón de cada uno sería probado así, para mostrar si el tal pertenecía a aquel remanente arrepentido, el cual discernía los caminos de Dios, o bien a la multitud orgullosa, la cual procuraba solamente su propia gloria, que no poseía ni una conciencia ejercitada ante Dios, ni un sentido de su necesidad y miseria.
El Testimonio Del Señor Acerca De Juan Y Su Testimonio Acerca Del Reino Venidero
Habiendo puesto a Juan bajo la responsabilidad de recibir este testimonio, el cual sometía a todo Israel a prueba, y habiendo diferenciado al remanente de la nación en general, el Señor da, entonces, testimonio de Juan, dirigiéndose a la multitud y recordándoles cómo habían seguido las predicaciones de Juan. Él les muestra el punto exacto al cual había llegado Israel en los caminos de Dios. La introducción, en testimonio, del reino, marcaba la diferencia entre aquello que lo precedía y lo que le seguía. Entre todos los nacidos de mujer, no ha habido nadie mayor que Juan, nadie que hubiera estado más cerca de Jehová, enviado ante Su faz, nadie que le hubiera rendido un testimonio más exacto y completo a Él, que hubiese estado tan separado de todo mal por el poder del Espíritu de Dios—una separación apropiada para el cumplimiento de tal misión entre el pueblo de Dios. Con todo, él no había estado en el reino: este aún no se había establecido; y estar en la presencia de Cristo en Su reino, gozando del resultado del establecimiento de Su gloria, era algo más grande que todo el testimonio de la venida del reino.
El Reino Anunciado Y Predicado, Pero No Establecido Aún
No obstante, a partir de la época de Juan el Bautista hubo un gran cambio. A partir de ese momento, el reino fue anunciado. No estaba establecido, pero fue predicado. Esto era algo muy distinto a las profecías que hablaban del reino en un período aún distante, mientras recordaban al pueblo la ley como fue dada por Moisés. El Bautista fue delante del Rey, anunciando la cercanía del reino, y ordenando a los judíos que se arrepintieran, para que pudieran entrar en él. Así, la ley y los profetas hablaron de parte de Dios hasta Juan. La ley era la norma; los profetas, manteniendo la norma, fortalecían las esperanzas y la fe del remanente. Ahora, la energía del Espíritu obligaba a los hombres a forzar su camino a través de cada dificultad y de toda la oposición de los líderes de la nación y de un pueblo ciego, para que ellos pudieran, a toda costa, lograr un reino de un Rey rechazado por la ciega incredulidad de aquellos que deberían haberle recibido. Se necesitaba—viendo que el Rey había venido en humillación, y que había sido rechazado—se necesitaba esta violencia para entrar en el reino. La puerta estrecha era la única entrada.
Juan Como El Elías Que Había De Venir
Si la fe pudiera penetrar realmente en la mente de Dios acerca de esto, Juan era el Elías que había de venir. El que tenía oídos para oír, que oyera. Era, de hecho, sólo para estos.
Si el reino hubiese aparecido en la gloria y en el poder de su Cabeza, la violencia no hubiera sido necesaria; esto habría sido reconocido como el efecto cierto de aquel poder; pero era la voluntad de Dios que ellos fueran probados moralmente. Era así también como ellos deberían haber recibido a Elías en espíritu.
El Carácter De “Esta Generación” Manifestado Por Su Rechazo De Jesús
El resultado es dado en las palabras del Señor que están a continuación, es decir, el verdadero carácter de esta generación, y los caminos de Dios en relación con la Persona de Jesús, manifestados por Su mismo rechazo. Como generación, las amenazas de justicia y los atractivos de la gracia estaban igualmente perdidas sobre ellos. Los hijos de la sabiduría, aquellos cuyas conciencias eran enseñadas por Dios, reconocían la verdad del testimonio de Juan, como que era contra ellos, y la gracia, tan necesaria para los culpables, de los modos de Jesús.
La Justa Reconvención Del Señor a La Insensatez De Ellos Dada En Advertencia
Juan, separado de la iniquidad de la nación, poseía, a ojos de ellos, un demonio. Ellos acusaron a Jesús, bondadoso hasta con los más desventurados, de complacerse con los malos caminos. Sin embargo, la evidencia era suficientemente poderosa como para haber sometido el corazón de una ciudad como Tiro o como Sodoma; y la justa reconvención del Señor advierte a la nación perversa e incrédula, de un juicio más terrible que aquel que aguardaba al orgullo de Tiro o a la corrupción de Sodoma.
Pero esto era una prueba para los más favorecidos de la humanidad. Se podría haber dicho: ¿por qué no se enviaba este mensaje a Tiro, donde estaban prontos para oír? ¿Por qué no a Sodoma, para que la ciudad pudiese haber escapado del fuego que la consumió? Ello es debido a que el hombre debe ser probado de todas las maneras; para que los perfectos consejos de Dios puedan desarrollarse. Si Tiro o Sodoma habían abusado de las ventajas que un Dios creador y providente había acumulado sobre ellos, los judíos tenían que manifestar lo que había en el corazón del hombre, cuando poseían todas las promesas y eran los depositarios de todos los oráculos de Dios.
Ellos se jactaron del don, y se alejaron del Dador. Su cegado corazón no reconocía a su Dios, e incluso le rechazaba.
El Desprecio Del Pueblo Sentido Por El Señor Pero Aceptado Como La Voluntad De Su Padre
El Señor sintió el menosprecio de Su pueblo, al cual amaba; pero, como el hombre obediente en la tierra, Él se sometió a la voluntad de Su Padre, quien, actuando con soberanía, el Señor del cielo y la tierra, manifestó, en el ejercicio de esta soberanía, sabiduría divina, y la perfección de Su carácter. Jesús acepta la voluntad de Su Padre en sus consecuencias, y, así sujeto, ve su perfección.
La Revelación De Dios Al Humilde; La Gloria De Los Consejos De Dios
Era conveniente que Dios revelara a los humildes todos los dones de Su gracia en Jesús, este Emanuel en la tierra; y que Él los protegería del orgullo que procuraba escudriñarlos y juzgarlos. Pero esto abre la puerta a la gloria de los consejos de Dios en ello.
La verdad era, que Su Persona era demasiado gloriosa para ser sondeada o comprendida por el hombre, aunque Sus palabras y Sus obras dejaban a la nación sin excusa, por su negativa a venir a Él para que pudiesen conocer al Padre.
Jesús, sujeto a la voluntad de Su Padre, aunque completamente sensible a todo lo que ocasionaba dolor a Su corazón en sus resultados, ve toda la extensión de la gloria que seguiría a Su rechazo.
La Revelación Del Hijo a La Fe Y La Revelación Del Padre Por El Hijo
Todas las cosas Le fueron entregadas por Su padre. Es el Hijo quien es revelado a nuestra fe, siendo quitado el velo que cubría Su gloria, ahora que es rechazado como Mesías. Nadie Le conoce sino el Padre. ¿Quién de entre los orgullosos podía sondear lo que Él era? Aquel que desde toda eternidad era uno con el Padre, se hizo hombre, sobrepasó, en el profundo misterio de Su ser, todo conocimiento excepto el del Padre mismo. La imposibilidad de conocer a Aquel que se había despojado a Sí mismo para hacerse Hombre mantenía la certeza, la realidad, de Su divinidad, la cual esta renunciación propia podría haber ocultado de los ojos de la incredulidad. La incomprensibilidad de un ser en una forma finita revelaba el infinito que se hallaba dentro. Su divinidad estaba garantizada a la fe, contra el efecto de Su humanidad sobre la mente del hombre. Pero si nadie conocía al Hijo, excepto el Padre solo, el Hijo, quien es verdaderamente Dios, era capaz de revelar al Padre. A Dios nadie jamás le ha visto. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, le ha dado a conocer. Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. ¡Miserable ignorancia que en su orgullo rechaza al Hijo! Fue así, conforme al beneplácito del Hijo, que esta revelación fue hecha. ¡Notable atributo de la perfección divina! Él vino para este propósito; Él lo hizo conforme a Su propia sabiduría. Tal era la verdad de las relaciones del hombre con Él, aunque Él se sometió a la humillación dolorosa de ser rechazado por Su propio pueblo, como la prueba final de su estado, del estado del hombre.
La Puerta Abierta a Los Gentiles
Observen también aquí, que este principio, esta verdad, con respecto a Cristo, abre la puerta a los Gentiles, a todos los que iban a ser llamados. Él revela al Padre a los que Él quiere. Él siempre busca la gloria del Padre. Él solo puede revelarle—Aquel a quien el Padre, el Señor del cielo y la tierra, ha entregado todas las cosas. Los Gentiles están incluidos en los derechos conferidos por este título, incluso cada familia en el cielo y en la tierra. Cristo ejerce estos derechos en gracia, llamando a los que Él quiere al conocimiento del Padre.
Aquellos Que Rechazaron Al Revelador Dejados En Ignorancia Total
Así encontramos aquí a la generación incrédula y perversa; un remanente de la nación que justificaba la sabiduría de Dios como la manifestaron Juan y Jesús en juicio y en gracia; la sentencia del juicio sobre los incrédulos; el rechazo de Jesús en el carácter bajo el cual Él se había presentado a la nación; y Su sumisión perfecta, como hombre, a la voluntad de Su Padre en este rechazo, dando ocasión para la manifestación a Su alma de la gloria apropiada a Él como Hijo de Dios—una gloria que ningún hombre podía conocer, de la misma forma que Él solo podía revelar la de Su Padre. Así que el mundo que le rechazó estaba en total ignorancia, excepto por el puro afecto de Aquel que se deleita en revelar al Padre.
La Misión De Los Discípulos Dirigida a Israel Continua Hasta La Venida Del Señor En Juicio
Deberíamos destacar también aquí, que la misión de los discípulos al Israel que rechazó a Cristo continúa (siempre que Israel se halle en la tierra) hasta que Él venga como Hijo del Hombre, que es Su título judicial y de gloria como Heredero de todas las cosas (o sea, hasta el juicio por el cual Él toma posesión de la tierra de Canaán, en un poder que no deja sitio a Sus enemigos). Este, Su título de juicio y gloria como Heredero de todas las cosas, es mencionado en Juan 5, Daniel 7, y en los Salmos 8 y 80.
Gracia Soberana; El Lugar De Descanso Perfecto Para El Corazón
Observen también que, en Mateo 11, la perversidad de la nación que había rechazado el testimonio de Juan y el del Hijo del Hombre venido en gracia y asociándose así Él mismo en gracia con los judíos, abre la puerta al testimonio de la gloria del Hijo de Dios, y a la revelación del Padre por Él en gracia soberana—una gracia que podía hacerle conocido tan eficazmente a un pobre Gentil como a un judío. Ya no era más un asunto de responsabilidad al recibir, sino de gracia soberana impartida sobre quien quería. Jesús conocía al hombre, al mundo, a la generación que había gozado de las mayores ventajas de todas las que estaban en el mundo. No había lugar para que el pie reposase en el lodo cenagoso de aquello que se había alejado de Dios. En medio de un mundo de maldad, Jesús permaneció como el solo revelador del Padre, la fuente de todo bien. ¿A quiénes llama Él? ¿Qué otorga Él a los que vienen? Como única fuente de bendición y revelación del Padre, Él llama a todos aquellos que están cansados y cargados. Quizás no conocían la fuente de toda la miseria, a saber, la separación de Dios: el pecado. Él sabía, y sólo Él podía sanarlos. Si era el sentido de pecado lo que pesaba sobre ellos, tanto mejor. En todos los sentidos, el mundo no podía ya satisfacer sus corazones; eran desdichados, y por tanto, objetos del corazón de Jesús. Además, Él los haría descansar; Él no explica aquí por qué medios lo haría; Él simplemente anuncia el hecho. El amor del Padre, el cual en gracia, en la Persona del Hijo, vino a buscar a los desventurados, otorgaría el descanso (no simplemente alivio o comprensión, sino descanso), a todo el que viniera a Jesús. Era la perfecta revelación del nombre del Padre al corazón de aquellos que lo necesitaban; y esto por medio del Hijo; paz, paz con Dios. Sólo tenían que acudir a Cristo, pues Él lo llevaba todo y proporcionaba descanso. Pero existe un segundo elemento en la palabra descanso. Hay más que paz mediante el conocimiento del Padre en Jesús. Y más de lo que es necesario, pues incluso cuando el alma está perfectamente en paz con Dios, este mundo presenta muchas causas de turbación al corazón. En estos casos, bien se trata de ser sumiso o de mostrar el yo. Cristo, en la conciencia de Su rechazo, en el profundo dolor producido por la incredulidad de las ciudades en que había realizado tantos milagros, acababa de manifestar la sumisión más completa a Su Padre, y había hallado en ello perfecto descanso para Su alma. A ello invita a todos los que le escuchaban, a todos los que sentían la necesidad de descanso para sus propias almas. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí”, es decir, el yugo de la completa sumisión a la voluntad de Su Padre, aprendiendo de Él cómo enfrentar los problemas de la vida; pues Él era “manso y humilde de corazón”, satisfecho con estar en el lugar más bajo por voluntad de Su Dios. De hecho, nada puede derribar a ninguno que se halle allí. Es el lugar de perfecto descanso para el corazón.