La Muerte De Juan El Bautista
Nuestro evangelio reanuda el curso histórico de estas revelaciones, pero de manera tal que exhibe el espíritu por medio del cual el pueblo era animado. Herodes (amando su poder terrenal y su propia gloria más que la sumisión al testimonio de Dios, y atado más por una falsa idea humana que por su conciencia, aunque en muchas cosas parecía que había reconocido el poder de la verdad) había decapitado al precursor del Mesías, Juan el Bautista; a quien ya había encarcelado para quitar de delante de su esposa al fiel reprobador del pecado en el cual ella vivía.
Jesús Como Jehová, El Proveedor Para Todas Las Necesidades De Su Pueblo
Jesús es sensible a la importancia de esto que se le informa. Cumpliendo en servicio humilde (no obstante, personalmente exaltado por sobre él), juntamente con Juan, el testimonio de Dios en la congregación, se sintió unido de corazón y en Su obra a él; ya que la fidelidad en medio de todo el mal une los corazones muy estrechamente, y Jesús había condescendido para tomar un lugar en el cual la fidelidad estaba involucrada (véase el Salmo 40:9-10). Por lo tanto, al oír de la muerte de Juan, Él se retira a un lugar desierto. Pero al tiempo que se apartaba de la multitud que así comenzó a actuar abiertamente en el rechazo del testimonio de Dios, Él no cesa de ser el proveedor de todas sus necesidades y de testificar de este modo que Aquel que podía suministrar divinamente para todas sus necesidades se hallaba entre ellos. Porque la multitud, que sintió estas necesidades y que, pese a no tener fe, admiraba el poder de Jesús, le siguió al lugar desierto; y Jesús, movido a compasión, sana a todos sus enfermos. Al anochecer, Sus discípulos le rogaron que despidiera a la multitud para que ellos se procurasen comida. Él rehúsa y rinde un notable testimonio a la presencia, en Su propia Persona, de Aquel que tenía que saciar de pan a los pobres de Su pueblo (Salmo 132). Jehová, el Señor, quien estableció el trono de David, estaba allí en la Persona de Aquel que debería heredar ese trono. No dudo que las doce cestas de los pedazos de pan se refieren al número que, en la Escritura, designa siempre la perfección del poder administrativo en el hombre.
Los Discípulos Como Ministros De La Bendición Y El Poder Del Reino
Obsérvese también aquí que el Señor espera hallar a Sus doce discípulos capaces de ser los instrumentos de Sus actos de bendición y poder, administrando según Su propio poder las bendiciones del reino. “Dadles vosotros de comer”, les dijo. Esto se aplica a la bendición del reino del Señor, y a los discípulos de Jesús, los doce, al ser sus ministros; pero es igualmente un principio de suma importancia con respecto al efecto de la fe en cada intervención de Dios en gracia. La fe debería ser capaz de usar el poder que actúa en dicha intervención, para producir obras que son apropiadas a ese poder, conforme al orden de la dispensación y a la inteligencia que este tiene respecto a la fe. Hallaremos este principio otra vez, en otra parte, más plenamente desarrollado.
Los discípulos deseaban despedir a la multitud sin saber cómo utilizar el poder de Cristo. Deberían haber sido capaces de obtener provecho de dicho poder en nombre de Israel, conforme a la gloria de Aquel que estaba entre ellos.
Los Discípulos En Medio Del Mar; Jesús En La Tempestad Y En La Calma
Si el Señor demostraba ahora con perfecta paciencia, mediante Sus acciones, que Aquel que podía bendecir así a Israel se hallaba en medio de Su pueblo, Él no deja de dar testimonio de Su separación de ese pueblo a consecuencia de su incredulidad. Él hace que Sus discípulos entren en una barca para cruzar solos el mar; y despidiendo a la multitud Él mismo, sube a un monte a orar aparte, mientras la barca que llevaba a los discípulos era azotada por las olas del mar con un viento contrario: una viva imagen de aquello que ha sucedido. Dios ha enviado verdaderamente a Su pueblo a cruzar solos el tormentoso mar del mundo, encontrándose con una oposición contra la cual es difícil contender. Entretanto, Jesús ora solo en lo alto. Él ha despedido al pueblo judío, quienes le habían rodeado durante el período de Su presencia aquí abajo. La partida de los discípulos, aparte de su carácter general, presenta peculiarmente ante nosotros al remanente judío. Pedro individualmente, al salir de la barca, va, figuradamente, más allá de la posición de este remanente. Él representa esa fe que, renunciando a la comodidad terrenal de la barca, sale a encontrar a Jesús, el cual se había revelado a ella, y camina sobre el mar—una audaz decisión, pero basada en la palabra de Jesús: “Ven.” Con todo, observen aquí que este andar no tiene otro fundamento que, “Señor, si eres tú ... ”, es decir, Jesús mismo. No hay ningún apoyo, ninguna posibilidad de andar, si se pierde a Cristo de vista. Todo depende de Él. Hay un medio conocido en la barca; no hay nada sino fe, la cual mira a Jesús para andar sobre el agua. El hombre, como simple hombre, se hunde por el hecho mismo de encontrarse allí. Nada puede sostenerse por sí mismo salvo esa fe que obtiene de Jesús la fortaleza que hay en Él, y que, por consiguiente, le imita a Él. Pero es dulce imitarle a Él; y entonces uno está más cerca de Él, más semejante a Él. Esta es la verdadera posición de la Iglesia en contraste con el remanente en su carácter corriente. Jesús camina sobre el agua igual que sobre terreno sólido. Aquel que creó los elementos tal como son, podía disponer de sus cualidades a Su gusto. Él permite que se levanten las tempestades para probar nuestra fe. Él anda sobre la ola tempestuosa igual que sobre la calmada. Además, la tempestad no hace ninguna diferencia. Aquel que se hunde en las aguas lo hace tanto en las aguas calmas como en las tempestuosas, y el que puede andar sobre ellas, lo hará en la tempestad así como en la calma—es decir, a menos que se miren las circunstancias, falle la fe y el Señor sea olvidado. Ya que a menudo las circunstancias nos hacen olvidarle a Él, donde la fe debería capacitarnos para vencer las circunstancias por medio de nuestro andar por medio de la fe en Él, quien está por sobre todas ellas. Sin embargo, ¡bendito sea Dios! Aquel que camina con Su propio poder sobre el agua está allí para sostener la fe y los vacilantes pasos del pobre discípulo; y, en todo caso, esa fe había traído a Pedro tan cerca de Jesús que Su mano extendida podía sostenerle. La falta de Pedro fue que miró las olas, a la tempestad (la cual, después de todo, no tuvo nada que ver en ello) en vez de mirar a Jesús, quien permanecía inmutable y andaba sobre aquellas mismas olas. Con todo, el clamor de su angustia puso en acción el poder de Jesús, como su fe debería haberlo hecho; sólo que ahora era para vergüenza suya, en vez de ser en el goce de la comunión y andando como el Señor.
En La Barca Y Con El Remanente, En Genesaret Y, En El Futuro, En El Mundo
Habiendo entrado Jesús en la barca, el viento cesó. Incluso será así cuando Jesús vuelva al remanente de Su pueblo en este mundo. También entonces será Él adorado como el Hijo de Dios por todos los que estén en la barca, con el remanente de Israel. En Genesaret, Jesús ejerce de nuevo el poder que en el futuro expulsará de la tierra todo el mal que Satanás ha introducido. Porque cuando Él vuelva, el mundo le reconocerá. Es un fino retrato del resultado del rechazo de Cristo sucediendo en medio de la nación judía, y que este evangelio nos ha dado ya a conocer.