Mateo Capítulo 16

Matthew 16  •  26 min. read  •  grade level: 14
La Respuesta Del Señor a La Incredulidad En El Corazón Y En La Voluntad
El capítulo 16 va más allá de la revelación de la simple gracia de Dios. Jesús revela lo que estaba a punto de ser formado en los consejos de esa gracia, donde Él era reconocido, mostrando el rechazo de los orgullosos entre Su pueblo, mostrando que los aborrece así como ellos Le aborrecen (Zacarías 11). Cerrando sus ojos (por la perversidad de la voluntad) a las maravillosas y benéficas señales de Su poder, que Él dispensó constantemente sobre los pobres que le buscaban, los Fariseos y los Saduceos—sorprendidos por estas manifestaciones y, no obstante, descreídos de corazón y de voluntad—demandan una señal del cielo. Él los reprende por su incredulidad, mostrándoles que ellos sabían discernir las señales del clima; sin embargo, las señales de los tiempos eran mucho más sorprendentes. Eran la generación adúltera y mala, y Él los deja: significativas expresiones de lo que estaba sucediendo ahora en Israel.
Los Discípulos Olvidadizos Son Advertidos Y Su Memoria Estimulada En Gracia Paciente
Él previene a Sus olvidadizos discípulos contra las maquinaciones de estos sutiles adversarios de la verdad, y de Aquel a quien Dios había enviado a revelarla. Israel es abandonado, como nación, en las personas de sus líderes. Al mismo tiempo, Él, en paciente gracia, recuerda a Sus discípulos lo que Sus palabras querían decirles.
La Revelación Del Padre De La Persona De Cristo a Pedro
Después, Él hace a Sus discípulos la pregunta acerca de lo que los hombres dicen en general de Él. Todo era un asunto de opinión, no de fe; es decir, la incertidumbre propia de la indiferencia moral, de la ausencia de esa necesidad consciente del alma que sólo puede descansar en la verdad, en el Salvador que uno ha hallado. Él les pregunta, entonces, qué pensaban ellos mismos de Él. Pedro, a quien el Padre se había dignado revelársele, declara su fe diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Aquí no hay ninguna incertidumbre, ni una mera opinión, sino el efecto poderoso de la revelación, hecha por el Padre mismo, de la Persona de Cristo, al discípulo que Él había elegido para este privilegio.
Tres Clases De Personas Mostradas
La condición del pueblo se manifiesta aquí de una manera notable, no como en el capítulo precedente, con respecto a la ley, sino con respecto a Cristo, quien había sido presentado a ellos. Vemos esto en contraste con la revelación de Su gloria hecha a aquellos que le seguían. Tenemos así tres clases de personas: en primer lugar, los altivos e incrédulos Fariseos; en segundo lugar, las personas que reconocían y estaban conscientes de que había un poder y una autoridad divinos en Cristo, pero que quedaban indiferentes; y por último, la revelación de Dios y la fe dada divinamente.
La Gracia Contrastada Con La Desobediencia a La Ley Y La Perversión De La Ley
En el decimoquinto capítulo, la gracia de una que no tenía más esperanza que en ella es puesta en contraste con la desobediencia y la perversión hipócrita de la ley, mediante la cual los escribas y Fariseos buscaban cubrir su desobediencia con la apariencia de piedad.
La Revelación De La Persona De Cristo Como El Fundamento De La Asamblea Y De La Administración Del Reino
El decimosexto capítulo, juzgando la incredulidad de los Fariseos con respecto a la Persona de Cristo, y poniendo aparte a estos hombres perversos, introduce la revelación de Su Persona como el fundamento de la asamblea, que iba a tomar el lugar de los judíos como los testigos de Dios en la tierra; y anuncia los consejos de Dios referentes a su establecimiento. Nos muestra, junto a ello, la administración del reino, tal como estaba siendo establecido ahora en la tierra.
Cristo El Mesías, El Hijo De Dios
Consideremos, en primer lugar, la revelación de Su Persona.
Pedro confiesa que Él es el Cristo, el cumplimiento de las promesas hechas por Dios, y de las profecías que anunciaban su realización. Él era Aquel que iba a venir, el Mesías que Dios había prometido.
Además, Él era el Hijo de Dios. El segundo Salmo había declarado que, a pesar de las intrigas de los líderes del pueblo y de la presuntuosa animosidad de los reyes de la tierra, el Rey de Dios sería ungido sobre el monte de Sión. Él era el Hijo, engendrado por Dios. Los reyes y los jueces de la tierra son llamados a someterse a Él, para no ser heridos con la vara de Su poder cuando tome a las naciones por herencia Suya. Así, el verdadero creyente esperaba al Hijo de Dios nacido a su debido tiempo en esta tierra. Pedro confesó que Jesús es el Hijo de Dios. También lo hizo Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel.” (Juan 1:49). Y, aún después, Marta hizo lo mismo.
El Hijo Del Dios Viviente; La Roca Fundamental Del Inmutable Poder De Vida
Sin embargo, Pedro, especialmente enseñado por el Padre, añade a esta confesión una sencilla palabra, pero llena de poder: “Tú eres ... el Hijo del Dios viviente.” No sólo Aquel que cumple las promesas y responde a las profecías; es del Dios viviente que Él es el Hijo, de Aquel en quien está la vida y en quien hay poder vivificador.
Él hereda ese poder de vida en Dios, que nada puede vencer ni destruir. ¿Quién puede vencer el poder de Aquel—de este Hijo—que vino de “el que vive”? Satanás tiene el poder de la muerte; es él quien sujeta al hombre bajo el dominio de esta terrible consecuencia del pecado; y ello, por el justo juicio de Dios, el cual constituye su poder. La expresión “las puertas del Hades”, del mundo invisible, se refiere a este reino de Satanás. Es, entonces, sobre este poder, el cual deja la plaza fuerte del enemigo sin fuerza, que la asamblea es edificada. La vida de Dios no será destruida. El Hijo del Dios viviente no será vencido. Aquello, pues, que Dios fundamenta sobre esta roca de inmutable poder de vida en Su Hijo, no será destruido por el reino de la muerte. Si el hombre ha sido vencido y ha caído bajo el poder de este reino, Dios, el Dios viviente, no será vencido por este. Es sobre esto que Cristo edifica Su asamblea. Es la obra de Cristo basada en Él como Hijo del Dios viviente, no del primer Adán ni basada en él—es Su obra cumplida según el poder que esta verdad revela. La Persona de Jesús, el Hijo del Dios viviente, es su fortaleza. Es la resurrección lo que lo ha demostrado. En ella, Él es declarado Hijo de Dios con poder. Por consiguiente, no es durante Su vida, sino cuando resucitó de entre los muertos que Él comienza esta obra. La vida estaba en Él; pero no es sino hasta después que el Padre hubiera destruido las puertas del Hades—no, hasta que Él mismo lo haya hecho en Su divino poder y resucitase—que Él comienza a edificar por medio del Espíritu Santo, habiendo ascendido a lo alto, aquello que el poder de la muerte o del que lo poseía—ya vencido—nunca puede destruir. Es Su Persona la que es aquí contemplada, y es sobre Su persona que todo está fundamentado. La resurrección es la prueba de que Él es el Hijo del Dios viviente, y de que las puertas del Hades no pueden hacer nada contra Él; su poder está destruido por ella. De este modo, vemos cómo la asamblea (aunque formada en la tierra) es mucho más que una dispensación, el reino no lo es.
La obra de la cruz era necesaria; pero no se trata aquí de aquello que el justo juicio de Dios demandaba, ni de la justificación de un individuo, sino de aquello que anulaba el poder del enemigo. Era la Persona de Aquel que a Pedro se le concedió reconocer, quien vivía conforme al poder de la vida de Dios. Era una revelación peculiar y directa desde el cielo, dada por el Padre. Sin duda Cristo había dado pruebas suficientes de quién era Él; pero estas no habían demostrado nada al corazón del hombre. La revelación del Padre era la manera de conocer quien era Él, y esto iba más allá de las esperanzas de un Mesías.
El Nombre Dado a Pedro
Aquí, entonces, el Padre había revelado directamente la verdad de la propia Persona de Cristo, una revelación que iba más allá de todos los asuntos acerca de las relaciones con los judíos. Sobre este fundamento, Cristo edificaría Su asamblea. Pedro, ya nombrado así por el Señor, recibe una confirmación de ese título en esta ocasión. El Padre había revelado a Simón, el hijo de Jonás, el misterio de la Persona de Jesús; y en segundo lugar, Jesús anuncia también, por medio del nombre que le da, la estabilidad, la firmeza, la constancia y la fortaleza práctica de Su siervo favorecido por gracia. El derecho de conceder un nombre pertenece a un superior que puede asignar, al que lo lleva, su lugar y su autoridad, en la familia o en la situación en que se encuentra. El derecho, allí donde es real, supone discernimiento e inteligencia en aquello que está sucediendo. Adán da nombre a los animales. Nabucodonosor da nuevos nombres a los judíos cautivos; el rey de Egipto la da un nuevo nombre a Eliaquim, a quien había colocado en el trono. Jesús, por lo tanto, toma este lugar cuando Él dice, ‘El Padre te ha revelado esto; y yo también te doy un lugar y un nombre relacionados con esta gracia. Es sobre aquello que el Padre te ha revelado que Yo voy a edificar Mi asamblea, contra la cual (fundamentada en la vida que viene de Dios) las puertas del reino de la muerte nunca prevalecerán; y Yo, el que edifico, y edifico sobre esta base inamovible—te doy el lugar de una piedra (Pedro) en relación con este templo viviente. Mediante el don de Dios, tú perteneces ya por naturaleza al edificio—una piedra viva, poseyendo el conocimiento de la verdad que es el fundamento, y que hace de cada piedra una parte del edificio.’ Pedro fue una piedra tal de forma preeminente por medio de esta confesión; y lo fue anticipadamente por la elección de Dios. Esta revelación fue hecha soberanamente por el Padre. El Señor le asigna, al mismo tiempo, su lugar, poseyendo el derecho de administración y autoridad en el reino que Él iba a establecer.
Hasta aquí con respecto a la asamblea, mencionada ahora por primera vez, y con respecto a los judíos habiendo sido rechazados a causa de su incredulidad, y al hombre hecho pecador convicto.
El Reino De Dios En La Tierra Gobernado Desde El Cielo; Sus Llaves
Otro asunto se presenta relacionado con esto de la asamblea que el Señor iba a edificar, a saber, el reino que iba a ser establecido. Tenía que tener la forma del reino de los cielos; así era en los consejos de Dios; pero iba a ser establecido ahora de manera peculiar, habiendo sido rechazado el Rey en la tierra.
Pero, habiendo sido rechazado como Él fue, las llaves del reino estaban en manos del Señor; Su autoridad le pertenecía a Él. Él conferiría estas llaves a Pedro, el cual, cuando Él se hubiese marchado, debería abrir sus puertas al judío primeramente, y después a los Gentiles. Debería también ejercer la autoridad del Señor dentro del reino, de modo que todo lo que atara en la tierra en el nombre de Cristo (el verdadero Rey, aunque ascendido al cielo) sería atado en el cielo; y si él desataba algo en la tierra, su acción debía ser ratificada en el cielo. En una palabra, él tenía el poder de mando en el reino de Dios en la tierra, teniendo ahora este reino el carácter de reino de los cielos, porque su Rey estaba en el cielo, y el cielo había de sellar sus actos con su autoridad. Pero es el cielo autorizando sus actos terrenales, no el atarlos o desatarlos para el cielo. La asamblea relacionada con el carácter de Hijo del Dios viviente y edificada por Cristo, aunque formada en la tierra, pertenece al cielo; el reino, aunque gobernado desde el cielo, pertenece a la tierra—tiene su lugar y administración allí.
Los Propósitos Futuros De Dios En La Asamblea Y El Reino Relacionados Con Pedro
Entonces, estas cuatro cosas son declaradas por el Señor en este pasaje: primeramente, la revelación hecha por el Padre a Simón; en segundo lugar, el nombre dado a este Simón por Jesús, quien iba a edificar la Iglesia sobre el fundamento revelado en aquello que el Padre le había dado a conocer a Simón; tercero, la asamblea edificada por Cristo mismo, todavía incompleta, sobre el fundamento de la Persona de Jesús reconocido como Hijo del Dios viviente. En cuarto lugar, las llaves del reino que debían ser dadas a Pedro, es decir, la autoridad en el reino como administrándolo de parte de Cristo, ordenando en él aquello que era Su voluntad, y que debía ser ratificado en el cielo. Todo esto está relacionado con Simón personalmente, en virtud de la elección del Padre (quien, en Su sabiduría, le había escogido para que recibiera esta revelación) y de la autoridad de Cristo (quien había conferido sobre él, el nombre que le distinguía de manera personal en el gozo de este privilegio).
La Muerte Del Señor Anunciada; La Transición Desde El Sistema Mesiánico Al Establecimiento De La Asamblea
En cuanto al Señor, habiéndonos hecho conocer de esta forma los propósitos de Dios con respecto al futuro—propósitos que serían cumplidos en la asamblea y en el reino—ya no había lugar para Su presentación a los judíos como el Mesías. No es que Él abandonaba el testimonio, lleno de gracia y de paciencia hacia el pueblo, el cual Él había dado en todo Su ministerio. No; ese, en realidad, continuaba, pero los discípulos tenían que comprender que ya no era tarea de ellos anunciar al pueblo que Él era el Cristo. A partir de este momento, también, Él comenzó a enseñar a Sus discípulos que debía sufrir, ser muerto y resucitar.
Pedro Haciendo La Obra Del Adversario; El Único Camino Es La Cruz
Pero, a pesar de lo bendecido y honrado que fue Pedro por la revelación que el Padre le había hecho, su corazón se aferraba todavía de manera carnal a la gloria humana de su Maestro (en realidad, a la suya propia) y estaba lejos aún de elevarse a la altura de los pensamientos de Dios. ¡Es lamentable, pero él no es el único ejemplo de esto! Estar convencido de las verdades más exaltadas, e incluso gozar verdaderamente de ellas como verdades, es algo muy distinto que tener el corazón formado según los sentimientos, y del andar aquí abajo, los cuales están de acuerdo con esas verdades. No se trata de que haga falta sinceridad en el disfrute de la verdad. Lo que hace falta es tener la carne y el yo mortificados—estar muertos al mundo. Nosotros podemos gozar sinceramente de la verdad enseñada por Dios, y, aún así, no poseer la carne mortificada o el corazón en un estado que esté de acuerdo a esa verdad, en lo que involucra las cosas de aquí abajo. Pedro (honrado así últimamente por la revelación de la gloria de Jesús, y hecho depositario, de un modo muy especial, de la administración del reino dado al Hijo, y teniendo un lugar distinguido en aquello que debía seguir al rechazo del Señor por los judíos) está haciendo ahora la obra del adversario con respecto a la perfecta sujeción de Jesús al sufrimiento e ignominia que debían introducir esta gloria y caracterizar al reino. ¡Es lamentable!, el caso estaba claro; él ponía la mira en las cosas de los hombres y no en las de Dios. Pero el Señor, en fidelidad, rechaza a Pedro en este asunto, y enseña a Sus discípulos que el único camino, el señalado y necesario camino, es la cruz; si alguien quería seguirle, ese es el camino que Él tomó. Además, ¿qué aprovecharía al hombre si salvase su vida y lo perdiese todo—ganar el mundo y perder su alma? Porque esta era la cuestión, y no la gloria exterior del reino.
Incredulidad Entre Los Judíos Y En Los Corazones De Los Discípulos
Habiendo examinado este capítulo, como la expresión de la transición del sistema Mesiánico al establecimiento de la asamblea fundamentada en la revelación de la Persona de Cristo, deseo también dirigir la atención a los caracteres de la incredulidad que son desarrollados aquí, tanto entre los judíos como en los corazones de los discípulos. Será provechoso observar las formas de esta incredulidad.
En primer lugar, ella toma la forma más vulgar de pedir una señal del cielo. Los Fariseos y los Saduceos se unen para mostrar su insensibilidad a todo lo que el Señor había hecho. Requieren una prueba para sus sentidos naturales, es decir, para su incredulidad. Ellos no creerán a Dios, ni prestando atención a Sus palabras ni contemplando Sus obras. Dios tenía que satisfacer su obstinación, lo cual no sería fe ni la obra de Dios. Tenían entendimiento para las cosas humanas que estaban manifestadas en forma bastante menos clara, pero ningún entendimiento para las cosas de Dios. Un Salvador perdido para ellos, como judíos en la tierra, sería la única señal que se les concedería. Ellos tendrían que someterse, lo quisieran o no, al juicio de la incredulidad que ellos exhibían. El reino les sería quitado, el Señor los deja. La señal de Jonás está relacionada con el tema de todo el capítulo.
A continuación, vemos esta misma falta de atención hacia el poder manifestado en las obras de Jesús; pero no se trata ya de la oposición de la voluntad descreída; la ocupación del corazón en las cosas del presente, aleja a los tales de la influencia de las señales que se habían dado. Esto es debilidad, no mala voluntad. No obstante, ellos son culpables, pero Jesús los llama “hombres de poca fe”, en vez de “hipócritas” y “generación mala y adúltera.”
Vemos, entonces, a la incredulidad manifestándose bajo la forma de opinión indolente, la cual prueba que el corazón y la conciencia no están interesados en un asunto que debería gobernarlos—un asunto que, si el corazón enfrentara realmente su verdadera importancia, este no descansaría hasta llegar a la certeza con respecto a este asunto. Aquí el alma no siente la necesidad; consecuentemente, no hay discernimiento. Cuando el alma siente esta necesidad, sólo hay una cosa que puede satisfacerla; no puede haber descanso hasta que se encuentra. La revelación de Dios que creó esta necesidad, no deja al alma en paz hasta que tiene la seguridad de poseer aquello que la despertó. Aquellos que no son sensibles a esta necesidad podrán descansar en probabilidades, cada cual conforme a su carácter natural, su educación, sus circunstancias. Hay bastante como para despertar la curiosidad—la mente está ocupada en ella, y juzga. La fe tiene necesidades, y, en principio, inteligencia en cuanto al objeto que satisface esas necesidades; el alma es ejercitada hasta que encuentra lo que necesita. El hecho es que Dios está ahí.
La Fe Viva De Pedro Como Una Piedra Viva En El Templo
Este es el caso de Pedro. El Padre le revela al Hijo a él. Aunque débil, se halló en él fe viva, y vemos la condición de su alma cuando dice: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” ¡Dichoso el hombre a quien Dios revela verdades tales como estas, en quien Él despierta estas necesidades! Podrá haber conflicto, mucho que aprender, mucho que mortificar, pero el consejo de Dios está allí, y la vida relacionada con este. Hemos visto su efecto en el caso de Pedro. Cada cristiano tiene su lugar en el templo del cual Pedro era una piedra tan eminente. ¿Quiere decir esto que el corazón sea, prácticamente, digno de la revelación que se le hace? No; después de todo, puede estar la carne no mortificada aún en aquel punto donde la revelación toca nuestra posición terrenal.
La Revelación Dada a Pedro Implicando El Rechazo De Cristo En La Tierra; La Cruz Como La Entrada Al Reino
De hecho, la revelación hecha a Pedro implicaba el rechazo de Cristo en la tierra—conducía necesariamente a Su humillación y muerte. Ese era el punto. Para sustituir la revelación del Hijo de Dios, la asamblea y el reino celestial, por la manifestación del Mesías en la tierra, ¿qué podía significar, excepto que Jesús iba a ser entregado a los Gentiles para ser crucificado, y después de esto que resucitase? Pero moralmente, Pedro no había llegado a esto. Al contrario, su corazón carnal se beneficiaba de la revelación hecha a él, y de aquello que Jesús le había dicho, para exaltarse a sí mismo. Él vio, por lo tanto, la gloria personal sin percibir las consecuencias prácticas morales. Él comienza a reprender al Señor, e intenta disuadirle del camino de la obediencia y la sujeción. El Señor, siempre fiel, le trata como un adversario. ¡Es lamentable! ¡Cuán a menudo hemos gozado de una verdad, y gozado sinceramente, y no obstante hemos fracasado en las consecuencias prácticas a las que nos conducía en la tierra! Un Salvador celestial glorificado, el cual edifica la asamblea, implica el llevar la cruz en la tierra. La carne no comprende esto. Elevará a su Mesías al cielo, si ustedes lo desean; pero tomar su porción de la humillación, lo cual sigue forzosamente, no es su idea de un Mesías glorificado. La carne debe ser mortificada para tomar este lugar. Debemos poseer la fortaleza de Cristo por medio del Espíritu Santo. Un cristiano que no esté muerto al mundo, no es sino una piedra de tropiezo para todo aquel que busca seguir a Cristo.
Estas son las formas de incredulidad que preceden a una verdadera confesión de Cristo, y las cuales se hallan, ¡lamentablemente! en aquellos que sinceramente le han confesado y le conocen (no mortificando la carne de tal manera que el alma pueda caminar a la altura de lo que aprendió de Dios y su entendimiento espiritual siendo oscurecido al pensar en las consecuencias que la carne rechaza).
El Título Glorioso De “Hijo Del Hombre” Reemplazando El De Mesías
Pero si la cruz era la entrada al reino, la revelación de la gloria no se tardaría. Siendo el Mesías rechazado por los judíos, un título más glorioso y de trascendencia mucho más profunda es manifestado: el Hijo del Hombre vendrá en la gloria del Padre (pues Él era el Hijo de Dios) y recompensará a cada hombre conforme a sus obras. Había allí incluso algunos que no gustarían la muerte (pues ellos estaban hablando de esto) hasta que hubieran visto la manifestación de la gloria del reino que pertenecía al Hijo del Hombre.
Podemos observar aquí el título de “Hijo de Dios” establecido como el fundamento; y el de Mesías, dejado por lo que respecta al testimonio dado en ese tiempo, y sustituido por el de “Hijo del Hombre”, el cual Él toma al mismo tiempo que el de Hijo de Dios, y que poseía una gloria que le pertenecía a Él por Su derecho propio. Vendría en la gloria de Su Padre como Hijo de Dios, y en Su propio reino como Hijo del Hombre.
Cristo Como El Hijo Del Hombre En Los Salmos
Es interesante recordar aquí la enseñanza dada a nosotros al comienzo del libro de los Salmos. El hombre justo, distinguido de la congregación de los malos, ha sido presentado en el primer salmo. Luego, en el segundo, tenemos la rebelión de los reyes de la tierra y de los gobernantes en contra del Señor y de Su Ungido (es decir, de Su Cristo). Ahora bien, sobre este se declara el decreto de Jehová. Adonai, el Señor, se burlará de ellos desde el cielo. Además, el Rey de Jehová será establecido sobre el Monte Sión. Este es el decreto: “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy.” A los reyes de la tierra y a los jueces se les ordena honrar al Hijo (N. del T.:o “Besad al Hijo”, como reza el versículo 12 del Salmo 2 en la Versión Moderna).
Ahora, en los salmos siguientes, toda esta gloria es oscurecida. La angustia del remanente, en el que Cristo tiene una parte, es relatada. Luego, en el Salmo 8, se le menciona como el Hijo del Hombre, Heredero de todos los derechos conferidos soberanamente sobre el hombre por los consejos de Dios. El nombre de Jehová llega a ser grande en toda la tierra (“admirable”—Versión Modera). Estos salmos no van más allá de la parte terrenal de estas verdades, excepto donde está escrito: “El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4); mientras que en Mateo 16, la relación del Hijo de Dios con esto, Su venida con Sus ángeles (para no decir nada de la asamblea) son puestas ante nosotros. Es decir, vemos que el Hijo del Hombre vendrá en la gloria del cielo. No que su morada allí sea la verdad declarada; sino que Él es investido con la gloria más alta del cielo cuando Él viene a establecer Su reino en la tierra. Él viene en Su reino. Este es establecido en la tierra; pero viene para tomarlo con la gloria del cielo. Esto es expuesto en el capítulo siguiente, conforme a la promesa aquí en el versículo 28.
Una Muestra De La Gloria Venidera Dada Para Confirmar La Fe De Los Discípulos
En cada Evangelio que habla de ella, la transfiguración sigue inmediatamente a la promesa de no gustar la muerte antes de ver el reino del Hijo del Hombre. Y no solamente esto, sino que Pedro (en su segunda Epístola, 1:16) hablando de la escena declara que fue una manifestación del poder y de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dice que la palabra profética les fue confirmada al ver ellos Su majestad, de modo que ellos sabían de qué hablaban al serles dado a conocer el poder y la venida de Cristo, tras haber contemplado Su majestad. De hecho, es precisamente en este sentido que el Señor habla de ello aquí, como ya hemos visto. Era una muestra de la gloria en la cual Él vendría después, dada para confirmar la fe de Sus discípulos en la perspectiva de Su muerte, la cual Él les había anunciado recién.