Mateo Capítulo 16

Matthew 18  •  9 min. read  •  grade level: 14
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Los Caminos De Dios En El Nuevo Orden De Cosas; El Carácter Del Verdadero Testimonio a Ser Rendido
En el capítulo 18, los grandes principios apropiados al nuevo orden de cosas son dados a conocer a los discípulos. Examinemos un poco estas dulces y preciosas enseñanzas del Señor.
Ellas pueden ser contempladas de dos maneras. Ellas revelan los caminos de Dios con respecto a aquello que debía tomar el lugar del Señor en la tierra, como un testimonio de la gracia y de la verdad. Además de esto, describen el carácter que es, en sí mismo, el verdadero testimonio que debe ser rendido.
Este capítulo da por supuesto que Cristo ha sido ya rechazado y está ausente, y que la gloria del capítulo 17 no ha llegado aún. Pasa por sobre el capítulo 17 para enlazarse con el capítulo 16 (excepto en cuanto a que los últimos versículos del capítulo 17 entregan un testimonio práctico de Su abdicación a Sus verdaderos derechos hasta que Dios los vindique). El Señor habla de los dos asuntos contenidos en el capítulo 16: el reino y la iglesia.
“Como Niños”—El Espíritu Que Conviene a Los Seguidores De Un Señor Rechazado
Aquello que sería apropiado al reino era la mansedumbre de un niño, la cual es incapaz de afirmar sus propios derechos ante un mundo que la ignora—el espíritu de dependencia y humildad. Ellos debían ser como niños. En ausencia de Su Señor rechazado, este era el espíritu que convenía a Sus seguidores. Aquel que recibía a un niño en el nombre de Jesús, le recibía a Él. Por otro lado, el que ponía una piedra de tropiezo en el camino de uno de estos pequeños que creían en Jesús, sería visitado con el más terrible juicio. ¡Es lamentable! el mundo hace esto, pero, ¡ay del mundo por este motivo! En cuanto a los discípulos, si aquello que ellos más valoraban se convertía en lazo, debían sacarlo y cortarlo, ejerciendo un cuidado extremo, en gracia, para no ser lazos a un pequeño que cree en Cristo, y ejerciendo una severidad implacable en cuanto a ellos mismos, con respecto a cualquier cosa que pudiese ser un lazo para ellos mismos. La pérdida de lo más precioso aquí no era nada, comparado con su eterna condición en otro mundo; porque esa era la cuestión ahora, y el pecado no podía tener un lugar en la casa de Dios. El cuidado hacia los demás, incluso hacia los más débiles, la severidad con el yo, era la norma para que en el reino no existiera ningún lazo ni ningún mal. En cuanto a la ofensa, gracia plena al perdonar. No tenían que menospreciar a estos pequeños; porque si eran incapaces de abrirse camino en este mundo, ellos eran los objetos del favor especial del Padre, como aquellos que, en las cortes terrenales, tenían el privilegio peculiar de ver el rostro del rey. No es que no hubiera pecado en ellos, sino que el Padre no menospreciaba a aquellos que estaban lejos de Él. El Hijo del Hombre había venido para salvar a los perdidos. Y no era la voluntad del Padre que ninguno de estos pequeños se perdiera. Él hablaba, no lo dudo, de niños como aquellos que Él tomaba en Sus brazos; pero Él inculca a Sus discípulos el espíritu de humildad y dependencia por una parte, y por la otra el espíritu del Padre que ellos tenían que imitar, a fin de ser verdaderamente los hijos del reino; y a no andar en el espíritu del hombre que busca mantener su lugar y propia importancia, sino a humillarse y someterse al desprecio; y al mismo tiempo (y esto es la verdadera gloria) imitar al Padre, el cual considera a los humildes y los admite en Su presencia. El Hijo del Hombre había venido a favor de los que no tenían valor. Este es el espíritu de la gracia del que se habla al final del capítulo 5. Es el espíritu del reino.
La Asamblea Ha De Ocupar El Lugar De Cristo En La Tierra; Cristo En Medio
Pero, más especialmente, la asamblea tenía que ocupar el lugar de Cristo en la tierra. Con respecto a las ofensas contra uno mismo, este mismo espíritu de mansedumbre es el que convenía a Su discípulo; él tenía que ganar a su hermano. Si este último le escuchaba, el asunto debía quedar enterrado en el corazón del ofendido; si no, dos o tres más, entonces, debían ser llevados ante el ofensor por la persona ofendida para alcanzar su conciencia, o para hacer de testigos; pero si de nada servían estos medios designados, debía darse a conocer a la asamblea; y si esto no producía sumisión, aquel que había hecho el mal tenía que ser considerado por el otro como un extraño, igual que un pagano y un publicano lo eran para Israel. La disciplina pública de la asamblea no es tratada aquí, sino el espíritu en el cual los cristianos tenían que caminar. Si el ofensor agachaba la cabeza cuando se le hablaba, debía perdonársele incluso setenta veces siete al día. Pero aunque no se hable de la disciplina de Cristo, vemos que la asamblea tomaba el lugar de Israel en la tierra. A ella se le aplicaban, de ahí en adelante, lo interno y lo externo. El cielo ratificaría aquello que la asamblea atase en la tierra, y el Padre concedería la oración de dos o tres que convinieran en hacer juntos su petición; ya que Cristo estaría en medio de dondequiera que dos o tres se reunieran en, o hacia Su nombre. Así, para las decisiones, para las oraciones, ellos eran como Cristo en la tierra, porque Cristo mismo estaba allí con ellos. ¡Solemne verdad! inmenso favor otorgado a dos o tres cuando están congregados verdaderamente en Su nombre; pero que llega a ser un asunto profundamente triste cuando esta unidad es fingida, mientras la realidad no está allí.
El Espíritu Del Reino—Gracia Y Humildad
Otro elemento del carácter apropiado al reino, que había sido manifestado en Dios y en Cristo, es la gracia perdonadora. En esto también los hijos del reino tienen que ser imitadores de Dios, y perdonar siempre. Esto se refiere solamente a los males causados a uno, y no a la disciplina pública. Debemos perdonar hasta el final, o mejor dicho, no tiene que haber un final; así como Dios nos ha perdonado todas las cosas. Al mismo tiempo, creo que aquí se describen las dispensaciones de Dios a los judíos. Ellos no sólo habían quebrantado la ley, sino que habían dado muerte al Hijo de Dios. Cristo intercedió por ellos, diciendo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” En respuesta a esta oración, un perdón provisional fue predicado por el Espíritu Santo, por boca de Pedro. Pero esta gracia también fue rechazada. Cuando se trataba de mostrar gracia a los Gentiles, quienes sin duda, les debían a los judíos los cien denarios, no escucharían acerca de ello, y ellos son entregados al castigo, hasta que el Señor pudiera decir, ‘Han recibido doble paga por todos sus pecados.’
En una palabra, el espíritu del reino no es poder exterior, sino humildad; pero en esta condición hay cercanía al Padre, y entonces es fácil ser manso y humilde en este mundo. Uno que ha gustado el favor de Dios no buscará grandeza en la tierra; él está imbuido del espíritu de gracia, aprecia a los humildes, perdona a aquellos que le han hecho mal, está cerca de Dios y se asemeja a Él en sus modos. El mismo espíritu de gracia reina, ya sea en la asamblea o en sus miembros. Este solo representa a Cristo en la tierra; y con él se relacionan aquellas normas que se fundamentan sobre la aceptación de un pueblo que pertenece a Dios. Dos o tres realmente reunidos en el nombre de Jesús actúan con Su autoridad, y gozan de Sus privilegios con el Padre, pues Jesús mismo está allí en medio de ellos.