La Entrada Del Señor En Jerusalén Como Rey Y Señor
Seguidamente (capítulo 21), disponiendo de todo lo que concernía a Su pueblo deseoso, Él hace Su entrada en Jerusalén como Rey y Señor, según el testimonio de Zacarías. Pero aunque entra como Rey—el último testimonio a la ciudad amada, la cual (para ruina de ellos) iba a rechazarle—Él llega como un Rey manso y humilde. El poder de Dios influencia el corazón de la multitud, y ellos le saludan como Rey, como Hijo de David, haciendo uso del lenguaje proporcionado en el Salmo 118, que celebra el día de reposo milenario introducido por el Mesías, para ser reconocido entonces por el pueblo. La multitud tiende sus mantos para preparar el camino para su manso, aunque glorioso Rey; ellos cortan ramas de los árboles para darle testimonio; y Él es conducido en triunfo a Jerusalén mientras el pueblo aclama: “¡Hosanna (excepto ahora) al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Felices de ellos si sus corazones habían sido cambiados para retener este testimonio en el Espíritu. Pero Dios dispuso soberanamente sus corazones para que dieran este testimonio. Él no podía permitir que Su Hijo fuera rechazado sin haberlo recibido.
El Rey Examina Todo Como El Juez Verdadero
Ahora el Rey va a hacer un examen de todo, manteniendo todavía Su posición de humildad y de testimonio. Al parecer, las diferentes clases acuden para juzgarle, o para dejarle perplejo; pero, de hecho, se presentan todos ellos ante Él para recibir de Sus manos, uno después del otro, el juicio de Dios respecto a ellos. Es una sorprendente escena que se abre ante nosotros—el verdadero Juez, el Rey eterno, presentándose por última vez a Su pueblo rebelde con el testimonio más pleno de Sus derechos y de Su poder, y ellos, acudiendo para atormentarle y condenarle, llevados por su misma malicia, a pasar ante Él, uno después del otro, exponiendo su verdadera condición, para recibir de Sus labios el juicio que les corresponde, sin que Él olvide por un momento (excepto cuando purificaba el templo, antes que comenzara esta escena) la posición del Testigo fiel y Verdadero en toda mansedumbre en la tierra.
El Señor Como Mesías Y Jehová
La diferencia entre las dos partes de esta historia es discernible. La primera presenta al Señor en Su carácter de Mesías y Jehová. Como Señor, Él ordena que le sea traída el asna. Entra en la ciudad, según la profecía, como Rey. Él purifica el templo con autoridad. En respuesta a las objeciones de los sacerdotes Él cita el Salmo 8, que habla de la manera en que Jehová le glorificó y cómo perfeccionó las alabanzas debidas a Él de boca de los niños. En el templo Él sana también a Israel. Luego los deja, no posando ya en la ciudad, la cual Él ya no podía reconocer, sino que posa fuera con el remanente. El día siguiente, en una figura sorprendente, Él exhibe la maldición que estaba a punto de caer sobre la nación. Israel era la higuera de Jehová; pero inutilizaba la tierra. Estaba cubierta con hojas, pero no había fruto. La higuera, condenada por el Señor, está seca en el presente. Es una figura de esta desdichada nación, del hombre en la carne contando con todas las ventajas, el cual no llevaba fruto para el Labrador.
Sin Fruto Para Dios
Israel poseía, de hecho, todas las formas exteriores de la religión, y eran celosos de la ley y de las ordenanzas, pero no daban fruto para Dios. En lo que respecta a su posición responsable de producir fruto, es decir, bajo el antiguo pacto, nunca lo van a hacer. Su rechazo de Jesús puso fin a toda esperanza. Dios actuará en gracia bajo el nuevo pacto; pero este no es el tema aquí. La higuera es Israel tal como era, el hombre cultivado por Dios, pero en vano. Todo había terminado. Aquello que Él dijo a los discípulos acerca de quitar una montaña, siendo un gran principio general, se refiere también, no lo dudo, a lo que debería acontecer en Israel mediante el ministerio de ellos. Vistos corporativamente en la tierra como una nación, Israel iba a desaparecer, y a perderse entre los Gentiles. Los discípulos eran aquellos que Dios había aceptado de acuerdo a su fe.
Detalles Del Juicio Sobre Las Varias Clases De Personas De La Nación
Vemos al Señor entrando en Jerusalén como un rey—Jehová, el Rey de Israel—y el juicio pronunciado sobre la nación. Después siguen los detalles del juicio sobre las distintas clases de que se componía. En primer lugar, están los principales sacerdotes y los ancianos, quienes deberían haber guiado al pueblo; estos se acercan al Señor y cuestionan Su autoridad. Dirigiéndose así a Él, ellos toman el lugar de cabezas de la nación, y asumen el papel de jueces, capaces de pronunciarse sobre la validez de cualesquiera reclamaciones que podían ser hechas; si no era así, ¿por qué tenían que preocuparse por Jesús?
El Señor, en Su infinita sabiduría, les hace una pregunta que somete a prueba su capacidad, y que por la confesión que le dieron demostraron ser incapaces. ¿Cómo juzgarle entonces? Era inútil decirles en qué se fundamentaba Su autoridad. Era demasiado tarde ahora para explicárselo. Le hubieran apedreado si Él hubiera argüido sobre el verdadero origen de ella. Él replica, ‘Decidan acerca de la misión de Juan el Bautista.’ Si ellos no podían hacer esto, ¿porqué investigar acerca de la Suya? No podían. Si reconocían que Juan había sido enviado por Dios, habría sido reconocer a Cristo. Al negarlo, ellos habrían perdido su influencia sobre el pueblo. En cuanto a la conciencia, no había nada que hacer con ellos. Confesaron su incapacidad. Jesús, entonces, rechaza la competencia de ellos como líderes y guardianes de la fe del pueblo. Se habían juzgado a ellos mismos; y el Señor procede a testificarles su conducta y los tratos del Señor con ellos, claramente ante sus ojos, desde el versículo 28 al capítulo 22:14.
Perversidad Y Rebelión; Auto-Condenación
En primer lugar, mientras profesaban hacer la voluntad de Dios, ellos no la hacían; mientras que los declaradamente impíos se habían arrepentido y habían hecho Su voluntad. Ellos, viendo esto, se endurecieron aún más. Reitero, no sólo su conciencia natural permanecía intacta, ya fuera por el testimonio de Juan o a la vista del arrepentimiento en los demás, sino que aunque Dios había empleado todos los medios para hacerlos producir frutos dignos de Su cultivo, Él no halló nada en ellos sino perversidad y rebelión. Los profetas habían sido rechazados, y Su Hijo también lo sería. Deseaban tener Su herencia para ellos solos. No podían sino reconocer que, en tal caso, la consecuencia tenía que ser necesariamente la destrucción de aquellos hombres malos, y la entrega de la viña a otros. Jesús aplica esta parábola a ellos mismos, citando el Salmo 118, el cual anuncia que la piedra rechazada por los edificadores llegaría a ser la piedra principal del ángulo; y además, que cualquiera que cayese sobre esta piedra—como la nación lo estaba haciendo en esos momentos—sería quebrantado. Los principales sacerdotes y los Fariseos entendieron que Él hablaba de ellos, pero no se atrevieron a poner sus manos sobre Él porque la multitud le consideraba un profeta. Esta es la historia de Israel, como bajo responsabilidad, hasta los postreros días. Jehová estaba buscando fruto en Su viña.