Mi substituto

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Cuando yo era chico vi una escena que jamás olvidaré: un hombre atado a un carretón y llevado por las calles a la vista de todo el pueblo. No puedo olvidar sus espaldas ensangrentados por los azotes que recibía. Fue un castigo vergonzoso. ¿Fue por muchas ofensas? No; por un solo delito. ¿Acaso alguien de sus conocidos ofreció compartir los azotes con él? No. El que cometió la ofensa tuvo que sufrir el castigo. Era la pena de una ley humana que fue abolida ya.
Mas tarde, vi otra escena que tampoco olvidaré: un hombre conducido al patíbulo, sus brazos atados, su rostro pálido como la muerte y millares de personas contemplándolo al salir de la cárcel. ¿Acaso hubo algún amigo que viniera y le soltara la soga diciéndole: “colocadla sobre mí, pues yo moriré en su lugar”? No, él solo sufrió la sentencia de la ley. ¿Por muchas ofensas? No, por una sola ofensa. Había asaltado y robado dinero. Violó la ley en un solo punto, y murió por ello.
Pienso en otra escena que tampoco olvidaré. Yo mismo, un pecador, a la orilla de un precipicio, condenado al lago de fuego y al eterno castigo. ¿Por una culpa? No; por muchas y muchas ofensas cometidos contra la ley inmutable de Dios. Reflexiono y veo que Jesucristo tomó mi lugar. Llevó en su propio cuerpo todo el castigo por mis pecados. Murió sobre la cruz para que yo pudiese vivir en la gloria con Dios. Sufrió el JUSTO por los injustos para llevarnos a Dios. Nos redimió de la maldición de la ley. Yo pecador fui condenado al castigo eterno. Él sufrió el castigo por mí y yo soy libertado. Y yo hallé en Él no solo mi SUBSTITUTO, sino también Aquel que suple todas las necesidades de mi vida.
“Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo murió a Su tiempo por los impíos.” Romanos 5:6 N.C.