Nuestra Posición Y Nuestra Condición

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Presentamos aquí algo de los más maravillosos y provechosos principios que se refieren a un recto entendimiento espiritual sobre la posición y la condición delante de Dios de los creyentes en general.
Existe una ignorancia verdaderamente patética sobre estos puntos, ya que un mal entendimiento sobre la “posición” y la “condición” del cristiano ante Dios puede tener por resultado confusión y doctrinas falsas.
Cierta vez se le preguntó a un predicador si determinada práctica de un creyente alteraría su estado ante Dios; a lo cual el interrogado contestó: “Sí, afectará su condición, pero no desmedrará su posición ante Dios.” ¿Qué quiere decir esto?
Conduciremos al lector a porciones de la Palabra de Dios que tratan sobre estas cosas tan importantes.
Citaremos primero tres pasajes que se refieren a nuestra posición ante Dios.
“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis [o estáis]” (1 Co. 15:1).
“Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por el cual también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:1-2).
“Por Silvano, el hermano fiel, según yo pienso, os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 P. 5:12).
La posición del convertido es tal como Dios le ve en Cristo Jesús. Por consiguiente, ante Dios se halla en toda la perfección de Cristo Jesús.
¿Cómo contempla Dios a Su Hijo amado? Sin tacha, sin mancha, y siempre perfecto. ¿Cómo nos ve Dios a nosotros? En Cristo Jesús nos ve salvos, lavados con Su sangre, y también sin tacha, sin mancha, y siempre perfectos.
Ya que nuestra “vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:33For ye are dead, and your life is hid with Christ in God. (Colossians 3:3)), tenemos muchas prerrogativas tales como la de no ser llamados a juicio por nuestros pecados, y la certidumbre positiva de que el Señor nos guardará para el día venturoso de Su segunda venida y la resurrección de los Suyos. Esa confianza es gráfica en las palabras del Apóstol Pablo a Timoteo: “porque yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12).
Ahora bien, veamos cuál es la condición del creyente. Citaremos primero seis textos que se refieren a nuestra condición espiritual.
“Mas espero en el Señor Jesús enviaros presto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo, entendido vuestro estado” (Fil. 2:19).
“No lo digo en razón de indigencia, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo” (Fil. 4:11).
“Todos mis negocios os hará saber Tichîco, hermano amado y fiel ministro y consiervo en el Señor” (Col. 4:77All my state shall Tychicus declare unto you, who is a beloved brother, and a faithful minister and fellowservant in the Lord: (Colossians 4:7)).
“Desazonóse a la verdad mi corazón, y en mis riñones sentía punzadas. Mas yo era ignorante, y no entendía: era como una bestia acerca de Ti. Con todo, yo siempre estuve contigo: trabaste de mi mano derecha” (Sal. 73:21-23).
“Porque a ninguno tengo tan unánime, y que con sincera afición esté solícito por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Fil. 2:20-21).
“Porque temo que cuando llegare, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, disensiones, detracciones, murmuraciones, elaciones, bandos; que cuando volviere, me humille Dios entre vosotros, y haya de llorar por muchos de los que antes habrán pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y deshonestidad que han cometido” (2 Co. 12:20-21).
¿Cuál es la condición del creyente ante Dios? Es tal como Él nos ve en nuestro discurrir diario. ¿Cómo andamos? Fallamos a cada paso y siempre tenemos que ser disciplinados y corregidos. Pecamos en palabras, en hechos y en pensamientos, siendo tentados, atraídos y cebados por nuestra propia concupiscencia (Stg. 1:12-16). Aun pecamos muchas veces por no hacer lo que debiéramos o sea por negligencia (Stg. 4:17).
La Palabra de Dios no estaría completa si nos enseñara tan sólo cómo ser salvos, sino también cómo debiéramos andar después de convertirnos a Cristo. Recomendaríamos, pues, al creyente que tuviera dificultad en comprender esto, que se pregunte a si mismo cuando lee algo de su Biblia: “¿Habla este o aquel versículo de mi posición o de mi condición ante Dios?”
Existiendo una gran diferencia entre ambos géneros, conviene escudriñar más las Escrituras para llegar a mejores conclusiones. Tomemos, por ejemplo, la Primera Epístola a los Corintios. En el capítulo 1:2, el Apóstol se dirige a los creyentes, titulándolos como “santificados en Cristo Jesús, llamados santos, y a todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar, Señor de ellos y nuestro”; pero en el capítulo 3:3, los calificó de “carnales ... habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones.”
En la primera parte, al llamarlos “santificados” (apartados) por Él y para Su gloria, se está considerando la posición ante Dios de los Corintios perfectos en Él. Pero su modo de andar o sea su condición, estaba sujeta a la crítica constructiva del Apóstol Pablo, pues los encontró completamente “carnales” y andando “como hombres,” por lo que necesitaban ser corregidos y exhortados.
También en Colosenses 2:10 leemos: “En Él estáis cumplidos.” Se refiere este versículo a la posición perfecta que cada creyente tiene en Cristo. No se podría jamás mejorar tan privilegiada posición porque ya el creyente es completo en Él.
Pero lamentablemente nuestro modo de andar o condición no guarda igual correlación, porque jamás podemos decir que estamos sin pecado: “Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos a Él [a Dios] mentiroso, y Su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:1010He was in the world, and the world was made by him, and the world knew him not. (John 1:10)).
Dios siempre contempla a los Suyos como si ya estuvieron en la gloria, es decir, en cuanto a su posición actual ante Él. En Efesios 2:6 nos confirma esta verdad tan preciosa: “juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús.” ¡Sublime bendición! Pero en Colosenses 3:5 se nos exhorta en cuanto a nuestra condición terrenal, amonestándonos a que debemos hacer morir “vuestros miembros que están sobre la tierra.” Así pues, vemos que los creyentes a la vez se les sitúa tanto en el cielo como en la tierra.
La epístola de Pablo a los Efesios es la porción más extraordinaria de toda la Biblia referente a la “posición” y la “condición” del creyente. Se divide la epístola en seis capítulos. Los tres primeros tratan de la posición nuestra en los lugares celestiales en Cristo, y terminan con la palabra “Amén” al fin del capítulo tres. “Amén” quiere decir: “así sea.” [Los indígenas bolivianos tienen una expresión muy vibrante en quechua, “Jina cáchun”—“así sea.”]
La segunda parte de la epístola, los tres capítulos restantes, empieza con la palabra “andar”: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados” (Ef. 4:1). Así es que nuestro modo de andar o sea nuestra condición es el tema que llena todos estos capítulos 4-6 enteros de la epístola.
Es obvio, pues, que hay mucho más instrucción en la Palabra de Dios referente a la condición del creyente que a la posición del creyente ante Dios. Debe ser así, porque su condición es terrenal y temporaria, pero su posición es celestial, eterna y perfecta. Cristo en Su muerte en la cruz del Calvario lo ha hecho así; es el don gratuito de nuestro Dios para pobres pecadores como nosotros.
Tenemos que ser “celoso de buenas obras” (Tit. 2:1414Who gave himself for us, that he might redeem us from all iniquity, and purify unto himself a peculiar people, zealous of good works. (Titus 2:14)), no para que seamos salvos, más bien porque ya somos salvos.
Es el deseo constante del Padre (y el Espíritu Santo obra también continuamente con igual propósito), que nuestra condición esté en conformidad con nuestra posición gloriosa y celestial.
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado por instrumentos de iniquidad; antes presentaos a Dios como vivos de los muertos, y vuestros miembros a Dios por instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Ro. 6:12-14). “Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón” (2 Ti. 2:22).
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Ahora, una exhortación final para los creyentes verdaderos, nacidos de nuevo, arrancados de la servidumbre de Satanás y las tinieblas del mundo y del pecado, para ser asegurados en perfecta salvación y vida eterna, es decir, para los de quienes está escrito: “Ya vosotros sois limpios” (Jn. 15:33Now ye are clean through the word which I have spoken unto you. (John 15:3)).
Cabe preguntar, entonces, ¿en qué forma, en cuanto a su condición espiritual, puede un hombre de Dios ir camino a la perfección y estar bien preparado para toda buena obra? La respuesta se lee en 2ª Timoteo 3:16-17: “Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra.”
La Palabra de Dios es poderosa para ejercer su maravillosa influencia divina—ya que su origen es divino—para quebrantar y despertar corazones y conciencias adormecidas, muchas de las cuales ni siquiera se dan cuenta de la posición a que han ascendido cuando han sido salvados por gracia del amor de Dios y la sangre del Señor Jesucristo. Escudriñad, pues, las Escrituras.