Una parte de una carta

Mi siempre querido hermano: Estoy muy contento en ver de su amable carta que está bien. Estoy delicado como antes, pero más aliviado si en cuanto a grave enfermedad; antes era sin intermisión, veinte horas de cada veinticuatro. Ahora me deja en intervalos, digamos cuatro días de cada cinco; y aun en los días de enfermedad, es mucho más leve que antes. ¡Oh, cuán bueno es el Señor, ya sea en enviarla o en moderarla! “Todos Sus caminos son misericordia y verdad”.
Ud. se refiere a la bondad del Señor en sostenerme tan benignamente. Estoy asombrado de Su inexplicable amabilidad y bondad con una persona como yo; “mi copa está rebosando”. Tengo varias fuentes de pruebas, de algunas no podré hablar; pero Él las envía TODAS por puro AMOR, y Él me las bendice. Mis aflicciones corporales casi no se aproximan a un pesar; mis penas más duras vienen de los descubrimientos que el Señor me hace de mi propio corazón malo. Estas son a veces más pesadas de lo que puedo soportar.
No es por causa de ninguna inmoralidad, pero ¡oh, las faltas de espiritualidad! “!He aquí que yo soy vil!” “Me aborrezco”; no es tampoco tanto por éste u otro mal acto; sino por la posesión de una naturaleza que en sí misma está mala; en que siendo un árbol corrupto puede producir solamente fruta corrompida. Yo mismo soy PECADO, todo pecado. Ay, la oración sin orar de veras, y las confesiones sin vida, y la incredulidad y el amor frío, y la presencia de todo aquello que no debe ser, y la ausencia de todo lo que debiera estar.
Sin embargo, todo esto da ocasión para la tierna manifestación de Su infinito amor hacia mí. Uno empieza a comprender la manera en que Él ama, cuando en las profundidades de los descubrimientos humildes del YO, Él solamente me allegue más cerca que nunca a Su corazón y realmente ponga Sus labios puros en los míos tan inmundos y me bese con “los besos de Su boca”; es indescriptible, incomprensible e increíble, si no fuera porque existe el hecho; Él realmente lo hace. Cuán admirable es que uno tenga los ojos ungidos divinamente para ver a Jesús, como el Espíritu Santo solamente puede hacernos verlo, muriendo por nosotros por PURO AMOR; pero lo más admirable de todo, ver y sentir a este crucificado y entronado Hijo de Dios viniendo a un corazón como el mío, y escogiendo, sí ESCOGIÉNDOLO para que sea Su morada especial; y todo esto por amor, un amor que le da a Él un gozo infinitamente mayor en hacerlo que a mí de que se me haga, “¡ASÍ SE MANIFIESTA EL AMOR!”