1 Tesalonicenses 2

 
Tal fue el efecto vívido y poderoso de la visita del Apóstol a Tesalónica. Hubo una impresión inconfundible y profunda producida por la conversión y el andar de los santos allí sobre los de afuera, alrededor y por todas partes. La fe de ellos salió como una proclamación viviente de la verdad, “de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada”. ¡Qué felicidad, cuando la obra es en un poder y una frescura tales como para dejar al obrero libre para otros campos que ya están blancos para la siega! ¡Qué gloria para el Señor, cuando los mismos paganos despertados y asombrados por el resultado en poder ante ellos no pueden hacer otra cosa que hablar del Dios verdadero y de Su Hijo!
Ahora, el apóstol entrega un buen boceto de su “visita”, en cuanto a su carácter y significado sobre los santos, un retrato interno, así como antes se nos habló de su efecto externo.
“Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana; pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición. Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos. Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (versículos 1-12).
El apóstol podía apelar confiadamente al estado consciente interno de los hermanos. La visita que Pablo y Silas (Silvano) habían hecho a los santos Tesalonicenses no había sido en vano. Un propósito divino de gracia, la realidad al instar con vehemencia la verdad sobre las conciencias, y la energía del Espíritu Santo, habían caracterizado su servicio y habían producido los resultados correspondientes. Y no es de extrañar, pues era el amor de Cristo constriñendo al amor por las almas que perecen, que no conocían a Dios ni el poder de Su resurrección que incluso había probado la muerte por ellos. Ciertamente también, no fue una exhibición ostentosa ni una visita vacacional, sino un mandato tan serio a los ojos de sus visitantes, que ningún objeto en el camino o en el sitio detuvo; “sino que, habiendo padecido antes, y habiendo sido ultrajados, como sabéis, en Filipos, cobramos confianza en nuestro Dios, para hablaros el evangelio de Dios en medio de mucho conflicto” (versículo 2—VM).
El trato injurioso recibido de manos de los gentiles en Filipos no amilanó más su fe y amor invencibles que la persecución subsiguiente provocada por el rencor y el celo judíos en Tesalónica. Ninguna experiencia de sufrimiento puede desviar a aquellos cuyo pensamiento es soportar todas las cosas tanto por causa de Cristo como por causa de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús (2 Timoteo 2:10). De ahí la confianza de ellos: “cobramos confianza en nuestro Dios, para hablaros el evangelio de Dios en medio de mucho conflicto” (versículo 2—VM). Si existía la certeza de que las buenas nuevas eran las buenas nuevas de Dios, ellos cobraban confianza (tuvieron denuedo—RVR60) en Dios para hablar, cualesquiera que fuesen la oposición o la violencia que les cercara. Así que, si el apóstol tenía ahora que exhortar a los santos en Tesalónica para que ninguno se inquietase por las tribulaciones de ellos (capitulo 3:3), no era como un teólogo aficionado, poniendo sobre los hombros de los demás una carga que él no movería ni con su propio dedo. Desde el comienzo él fue llamado a sufrir por el nombre de Cristo, tan claramente como a llevar ese nombre delante de gentiles y reyes e hijos de Israel, para abrir sus ojos de modo que se convirtieran de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios, para que pudiesen recibir, por la fe que es en Cristo, perdón de pecados y herencia entre los que son santificados. Y en esto él obró con ardiente seriedad, a lo cual se refiere la expresión “mucho conflicto” (versículo 2—VM), más que a un mero problema externo por una parte, o esa lucha de los santos contra las asechanzas del diablo, de la que oímos en Colosenses 2:1, por otro lado. Él andaba y servía en la verdad que enseñaba.
“Porque nuestra exhortación no es motivada por error, ni por inmundicia, ni es con dolo; sino que, según hemos sido aprobados de Dios, para que se nos confiara el evangelio, así hablamos, no como los que agradan a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (versículos 3-4—VM). Había una conciencia tan buena así como confianza (denuedo) y paciencia. Había integridad de corazón, todo lo contrario de actuar engañosamente, en lugar de convertirse en víctima del engaño y engañar de este modo a los demás. El error estaba tan lejos de la exhortación como lo estaba la inmundicia, ni había allí el menor intento de engañar, lo cual la palabra “dolo” expresa; sino que la verdad fue instada con vehemencia, santa y sinceramente; y de este modo hablaron estos benditos obreros, como convenía a aquellos que sabían que habían sido aprobados de Dios, para que se les confiara el evangelio. La gracia forma la responsabilidad, así como la gracia disfrutada en el alma mantiene su fuerza en estado de vida. Tenían a Dios ante ellos, Dios que prueba los corazones, no a hombres a quienes complacer “cuyo soplo de vida está en su nariz; pues, ¿en qué ha de ser él estimado?” (Isaías 2:22—LBLA).
Este es un principio serio y permanente, tan verdadero e importante ahora como cuando Pablo habló así de sí mismo y de sus compañeros en el servicio de Cristo. Uno no puede servir a dos señores. Los patrocinadores y las congregaciones no son los únicos lazos. El deseo de influencia, el temor a la desaprobación, el partidismo, lo eclesiástico, pueden interferir la obediencia al Señor, y la justicia, en ese caso, ciertamente sufrirá, quizás la verdad misma. De este modo trabaja Satanás en la Cristiandad para deshonra de Cristo. El intento de servir a más de un señor es fatal; pues un hombre “o aborrecerá a uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro (Mateo 6:24). Si un obrero en la fe se considera aprobado de Dios para que se le confíe el evangelio, él solamente pondrá más atención en sí mismo para que el ministerio no sea vituperado, pero recomendándose en todo como ministro de Dios. (2 Corintios 6:3,4). Sólo que él procurará retener la libertad tanto como la responsabilidad en el Espíritu, con la Palabra escrita como su sola regla. Un apóstol tenía la misma responsabilidad directa para con el Señor como el obrero más pequeño en el evangelio, y, como vemos aquí, lo reconocía para sí mismo así como lo insistía a los demás. No es una cuestión de derecho pues esa es la parte de Cristo; de nuestra parte se trata únicamente de responsabilidad. Esto mantiene Su gloria y nuestra obediencia. Para nosotros hay, y sólo hay un Señor, Jesucristo, mediante el cual existen todas las cosas, y también nosotros vivimos por medio de él; así como hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él. Que podamos nosotros ser imitadores del apóstol, así como él lo fue de Cristo.
Pero existe el lazo de las riquezas (Mammón) así como el de un señor rival de Cristo; y no podemos servir a Dios y a las riquezas (Mammón). Aquí, también, el apóstol pudo apelar a la experiencia de los santos Tesalonicenses, “Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (versículos 5:6). Aquellos con quienes Pablo y los otros estaban familiarizados podían dar testimonio acerca de si su discurso fue de lisonjas o de palabras de verdad y sobriedad. Dios era su testigo en caso de que la avaricia se encubriese bajo cualquier pretexto. Pero existen otras formas en las cuales la corrupción de nuestra naturaleza es propensa a complacerse y a traicionarse a sí misma. De ahí que muchos hombres que no se inclinarían a la lisonja y pueden no ser avaros, son vanos o ambiciosos. En estos aspectos, ¿cómo se condujeron Pablo y sus compañeros? Leamos esto: “Ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (versículo 6). El procuró la bendición de ellos en el testimonio de Cristo, no la suya sino la de ellos para la gloria de Dios; y en lugar de exigir una justa consideración en las cosas carnales como enviado del Señor en un servicio espiritual, hubo un renunciamiento completo en consagración a Cristo.
Él ahora se vuelve al lado positivo del andar y de la obra de ellos. “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos” (versículo 7). La figura de un padre, incluso de una madre, no logra transmitir el tierno cuidado de un amor que tiene su manantial en Dios mismo. Los niños necesitan una nodriza, lo cual no todas las madres son; pero una nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos es la justa figura aquí empleada, no una asalariada para la descendencia de otro. “Asimismo nosotros, teniéndoos un tierno afecto, tuvimos buena voluntad para comunicaros no solamente el evangelio de Dios, sino también nuestras mismas almas, por cuanto habías llegado a sernos muy caros” (versículo 8—VM). ¿En qué otra parte hay algo para comparar con esto en amor desinteresado a menos que sea en la perseverante fidelidad de la gracia, la cual vela sobre los mismos objetos en sus dificultades y peligros que tienen por objetivo su crecimiento después? “Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios” (versículo 9—LBLA).
Pablo trabajó con sus propias manos en Tesalónica al igual que en Corinto, de donde les escribió, para no ser carga para ninguno. Con todo, si alguien tenía el derecho de decir, como Nehemías, “Yo estoy haciendo una gran obra y no puedo descender” (Nehemías 6:3—LBLA), era el apóstol, quien verdaderamente descendió en otro sentido, e hizo su gran trabajo tanto mejor, aunque nunca hubo una mente mayor que la de él quien trabajó así manualmente día y noche durante su breve estancia entre los Tesalonicenses. “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuan santa y justa e irreprensiblemente nos portamos para con vosotros que creéis” (versículo 10). Él resume su apelación a los creyentes y a Dios mismo, del modo que solamente uno podía hacerlo, quien se ejercitaba para “tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:16). “Así como sabéis de qué manera tratamos a cada uno de vosotros, al modo que un padre a sus propios hijos, exhortándoos, y alentándoos, y testificándoos, a fin de que anduvieseis como es digno de Dios, que os ha llamado a su reino y gloria” (versículos 11-12).
El amor se adapta a las necesidades de aquellos a quienes se ama. Así lo hizo el apóstol cuando los santos necesitaron más que la comida de niños. ¿Y qué padre terrenal cumplió con sus relaciones para con sus hijos como Pablo para con sus amados Tesalonicenses? Cada uno y todos eran objeto de vigilancia incesante y considerada. La exhortación, el consuelo, el testimonio nunca dejaron de estimular, alegrar y dirigir en los caminos que convinieran al Dios que llama a Su propio reino y gloria. Allí Él tendrá a los Suyos con Cristo pronto y para siempre; en esa esperanza, y de manera digna de ella, Él los haría andar ahora. Tal es el objetivo de un verdadero colaborador de Cristo; y en ninguna parte se puede encontrar un retrato más amoroso del que aparece en el simple boceto dibujado aquí por el Apóstol.
Hasta aquí con respecto al ministerio de Pablo y sus compañeros. Ahora él se vuelve a los medios que Dios ha usado para la bendición de los santos mediante ese ministerio.
“Y1 por esto también damos gracias sin cesar a Dios, de que cuando recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis, no como palabras de hombres, sino según lo es verdaderamente, la palabra de Dios, que obra también en vosotros que creéis, Porque vosotros, hermanos, habéis venido a ser imitadores de las iglesias de Dios, que hay por Judea en Cristo Jesús; porque vosotros también habéis padecido las mismas cosas de vuestros propios paisanos, que ellos de los judíos; los cuales no sólo dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, sino que a nosotros nos han expulsado, y no agradan a Dios, y están en contra de todos los hombres; vedándonos hablar a los gentiles, para que se salven; para ir siempre llenando la medida de sus pecados: la ira empero les ha sobrevenido para acabar con ellos” (versículos 13-16—VM).
El hombre tal como es por naturaleza vive sin Dios, guiado por las cosas que ve alrededor de él, es una presa de los deseos de la carne y de la mente. Para tener un vínculo espiritual con Dios él necesita una revelación de parte de Él; y Dios está enviando ahora esto en las buenas nuevas concernientes a Su Hijo, para que los hombres puedan creer y se salven. Así el alma conoce a Dios, y a Jesucristo a quien Él envió, y esto es la vida eterna (Juan 17:3). Por fe, él comienza a sentir y a pensar conforme a Dios; y la fe es la recepción de un testimonio divino. Por este acto, él atestigua que Dios es verdadero (Juan 3:33). La Palabra de Dios mezclada con la fe coloca en asociación inmediata con Dios.
En los días apostólicos. Pablo, como aquí, fue un instrumento para comunicar la Palabra de Dios en su predicación; y esto, por el poder divino, sin mixtura de error. Del mismo modo es en las Escrituras, las cuales siendo inspiradas por Dios excluyen el error. Por eso, mientras ellas son del más rico valor como medio de comunicar la verdad, ellas tienen su función especial y verdaderamente única como siendo el modelo divinamente dado para probar cada palabra y cada obra.
No solamente, entonces, el Apóstol había trabajado en el poder del Espíritu Santo y de una manera apropiada al comienzo y crecimiento de aquellos que fueron el objeto de su ministerio, sino que ello no fue en vano. Hubo dulces y manifiestos frutos en la gracia de Dios. “Por esta razón, nosotros también damos gracias a Dios sin cesar; porque cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de parte nuestra, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino como lo que es de veras, la palabra de Dios quien obra en vosotros los que creéis” (versículo 13—RVR1909 Actualizada 1989). Es siempre un resultado verdadero del poder de la gracia de Dios cuando las almas en un mundo hostil reciben Su testimonio, no obstante cuán perfectamente Su Palabra satisfaga los anhelos del corazón y presente la sangre de Cristo para purificar la conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo. Hay una red constante para que los hombres sean retenidos en manos de Satanás; y la verdad, al ser la Palabra de Dios, juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. Fue aún más angustioso cuando la verdad era tan nueva y, como nunca, opuesta a la voluntad y razonamiento humanos. Cuando muchos la profesan, el vituperio en gran parte desaparece, aunque Dios no deja de contrarrestar las asechanzas de Satanás, quien destruiría así el poder haciendo que la forma sea fácil y común. A los Tesalonicenses, así como de hecho a todo gentil de entonces, la Palabra anunciada era una cosa nueva. Pero era “de Dios”, y así ellos lo demostraron. “La aceptasteis, no como palabras de hombres, sino según lo es verdaderamente, la palabra de Dios” (versículo 13—VM). El corazón se inclinó ante Dios, y la Palabra obró también por el Espíritu de Dios sus propios efectos divinos en aquellos sometidos a ella por fe.
La mujer judía fue fiel a los instintos de humanidad y a las tradiciones de su raza, cuando ella vio al Mesías echar fuera demonios y le oyó advirtiendo de un poder peor del enemigo a los que aún buscaban una señal del cielo; de entre la multitud levantó la voz y le dijo: “Bienaventurado el vientre que Te trajo, y los senos que mamaste” (Lucas 11). El evangelio da por claro y cierto que no se trata de una cuestión de una relación según la carne, sino de la autoridad y la bendición de la Palabra divina, y abierta así al gentil como al judío. Creerlo es la obediencia de la fe. Es estar en asociación viva con Dios, lo que no puede ser de otra manera.
La Palabra esgrimida por el Espíritu y recibida como procedente de Dios separa así para Él, y se trata exactamente de lo que se denomina “santificación del Espíritu” en 1 Pedro 1:2; no en el sentido práctico (lo cual sigue en 1 Pedro 1:15,16, así como en otra parte), sino, en principio y absolutamente, esa separación para Dios desde el principio que constituye a un santo (ver 1 Corintios 6:11: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”). De ahí que ello anteceda al conocimiento del perdón o a la posesión de la paz con Dios; como Pedro dice, “en (o, por) la santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2). Aquí nada más que el prejuicio habría impedido a los creyentes ver que la obediencia no es meramente la obediencia a la fe, sino la obediencia práctica. Ahora bien, no se puede decir, en el sentido usual, que la santificación sea por motivo de, o “para obedecer”, viendo que ella consiste muy ampliamente de obediencia, y no puede existir sin ella; sino que la santificación del Espíritu de la que se habla aquí es a o adentro (G1519 εἰς)2 de la obediencia, y tal como Cristo está en contraste con un mero Israelita. Es también para “ser rociados con la sangre de Jesucristo”, pues la vida nueva o la naturaleza divina en el santo desea obedecer a Dios incluso antes que conozca la eficacia de Su sangre en una conciencia limpia; y de ahí el orden perfecto de las palabras en la frase.
La falta de ver esto ha confundido grandemente a los comentaristas, e incluso ha conducido, a una falsificación positiva, como en la Versión Latina de Beza (Beza’s Latin Version) y la Versión Inglesa de Ginebra (Geneva English Version), las cuales traducen la cláusula, “hacia (ἐν) la santificación del Espíritu mediante (εἰς) la obediencia y el rociamiento de la sangre de Jesucristo”. Esto es sacrificar, no meramente la gramática, sino la Palabra de Dios a un sistema defectuoso de teología, que solamente reconoce la santificación que es consiguiente a la justificación, y que ignora la separación primaria de la persona para Dios por el Espíritu, lo cual es verdad de cada santo desde su conversión, cuando él no puede reposar aún por la fe en la sangre de Cristo. Erasmo, aunque indeciso, está más cerca de la verdad que la Vulgata, seguido por la Rhemish3, traducción que no entrega ningún sentido en absoluto. El Arzobispo Leighton es uno de los pocos que dice que la santificación aquí no significa santidad inherente, gradual o práctica, sino esa obra del Espíritu que desde el principio hasta el final separa de la naturaleza y del mundo para Dios (comparar con 2 Tesalonicenses 2:13—“Pero estamos en la obligación de dar gracias a Dios, respecto de vosotros, hermanos, amados del Señor, por haberos escogido Dios, desde el principio, para salvación, en santificación del Espíritu y en creencia de la verdad”—Versión Moderna).
La misma causa espiritual produjo efectos afines. No todos son Israelitas, ni tampoco son Cretenses, y la carne en todos, si no es juzgada, representa una ocasión preparada para el enemigo quien presenta asechanzas apropiadas para engañar a cada uno. Pero el Espíritu Santo forma por la imagen de Cristo, presentado en la Palabra de Dios, que no sólo es eficaz para engendrar almas para Dios, sino para aclarar, corregir, instruir, reprender, y de todos modos para disciplinar, así como para alegrar, al creyente. De esto el Apóstol recuerda a los Tesalonicenses, “Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea”. La diferencia de raza, el contraste en cuanto a hábitos previos de religión, no pueden impedir el poder de la gracia y la verdad. Los Tesalonicenses siguieron en la misma senda de sufrimiento y paciencia que las asambleas Judías en Cristo Jesús. Allí la llama de la persecución ardió fieramente contra las compañías de creyentes que llevaban el nombre de Aquel a quien ellos habían crucificado. No fue de otra manera para los santos Tesalonicenses de parte de sus propios compatriotas.
No existe odio semejante a aquel exacerbado por diferencia en la religión, y especialmente donde la pretensión es exclusiva y divina. El evangelio brindó la ocasión para esto en su forma más concentrada; pues primera tenía que abrirse camino donde Dios había dado realmente privilegios peculiares, los cuales era bastante correcto mantener en todo su valor mientras Él reconoció al pueblo a quienes Él había los había dado. Pero el pueblo judío los había despreciado y abandonado, matando a los profetas que enfatizaban la infidelidad y apostasía de ellos sobre sus conciencias, mientras ellos coronaban su culpabilidad cuando formas exteriores parecían ordenadas, pero la incredulidad y enemistad reales hacia Dios fueron mostradas abiertamente, por el rechazo y la muerte ignominiosos de su propio Mesías. Pero el mal es insaciable, e incluso la cruz sólo estimuló el rencor de ellos contra los testigos de la gracia divina. Ellos “nos expulsaron”.
Pues los poseedores de la ley se irritan hasta la locura por la predicación de la gracia, la cual hace que cualquiera de los privilegios terrenales sea poco, e insiste acerca de la ruina de los judíos tanto como la de los gentiles. De ahí el perpetuo odio que sienten los judíos hacia el evangelio. Era suficientemente malo oír un testimonio muy por encima y más profundo que la ley, pues Cristo es mayor que Moisés; y la diferencia es realmente inmensurable. Pero proclamar sus bendiciones incomparables en Cristo de manera de borrar toda distinción, y traer al creyente, judío o gentil por igual, a un nuevo lugar de relación celestial y de favor eterno, es intolerable. Esto, entonces, fue necesariamente el trato final de Dios en lo que respecta a la responsabilidad de Israel. Toda esperanza para la nación en la tierra fue enterrada en la tumba de Cristo. Ellos tuvieron una última exhortación del Espíritu Santo en el evangelio al testificar de Cristo exaltado al cielo; pero ellos rechazaron el mensaje tanto o mucho más que la Persona, sobre todo cuando vieron a otros, sí, a los gentiles, entrando en el bien que ellos mismos habían rechazado con desdén.
Así ellos “no agradan a Dios sino que son contrarios a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que se salven, con el resultado de que siempre llenan la medida de sus pecados. Pero la ira ha venido sobre ellos hasta el extremo” (versículos 15:16—LBLA). Puede ser que esto aún no haya sido ejecutado, pero es inminente, y una parte no pequeña llegó a ser la porción de ellos después que el apóstol durmió en el Señor. Con todo, esto permanece sobre el judío, pero aún no se agota; y si el judío volviese a su tierra4, a reconstruir la ciudad y el santuario, y a tomar posesión lo más posible de su antigua herencia, no sería más que un engaño mortal y una trampa satánica, trayendo sobre ellos primeramente el Anticristo, luego el problema de parte de los Asirios, y finalmente el mismo Señor en venganza sin tregua, por mucho que la misericordia pueda a la larga regocijarse contra el juicio. No obstante, como el apóstol no levanta el velo del futuro, (como en Romanos 11) desde las perspectivas de ellos, sino que regresa a las nuevas relaciones de gracia, que es su gozo común y el de los santos Tesalonicenses, nosotros seguimos también aquí la línea del Espíritu Santo.
“Mas nosotros, hermanos, separados de vosotros por breve tiempo (lit., por una hora)—físicamente, mas no con el corazón—ansiábamos con ardiente deseo ver vuestro rostro. Por eso5 quisimos ir a vosotros —yo mismo, Pablo, lo intenté una y otra vez— pero Satanás nos lo impidió. Pues ¿cuál es nuestra esperanza, nuestro gozo, la corona de la que nos sentiremos orgullosos, ante nuestro Señor Jesús6 en su Venida, sino vosotros? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo” (versículos 17-20—BJ).
Indudablemente, si el Cristianismo da la más profunda importancia al individuo con Dios, la asamblea concede el más grande alcance a los afectos de los miembros de Cristo como Su “un cuerpo”. Y Satanás estorba de todas las formas posibles el feliz intercambio de lo que es tan dulce y santo, la mente y el amor del cielo disfrutado entre los santos en la tierra. La presencia de cada uno de nosotros, sobre todo de uno como Pablo, ¡qué diferencia hace! No obstante, el apóstol había estado presentando aquello que tenía que corregir cualquiera importancia indebida dada a la presencia corporal. ¿No había estado él mostrando la suma importancia de la Palabra de Dios, y cuán efectiva ella es en manos de la gracia? La ausencia, por consiguiente, no es fatal de ninguna manera para el gozo y la bendición de los santos. La espera no hace más que ejercitar la fe, y debería aumentar el deseo ansioso, el cual, después de todo, era más fuerte en Pablo que en sus hijos Tesalonicenses; y ¡cuánto más en Él cuya paciente espera es tan perfecta como Su amor por nosotros! De este modo él une los corazones de ellos con el suyo (¡y que esto pueda ser verdad de nosotros también!) en el gozo de la presencia de Cristo en Su venida. Entonces será el verdadero reposo del trabajo, entonces el disfrute de los frutos sin impureza o peligro. ¡Que podamos hallarnos nosotros habitualmente mirando así hacia adelante desde los obstáculos presentes a esa bendita y eterna escena!
 
1. La conjunción “y”, omitida en el “Textus Receptus”, tiene la más alta autoridad pero no la más amplia
2. N. del T.: Strong: G1519 εἰς eis; prep. prim.; a o adentro (indicando el punto alcanzado o al que se ha entrado), de lugar, tiempo, o (fig.) propósito (resultado, etc.); también en frases adv.:-perecer, siempre, entrar, alcanzar. A menudo usado en composición con el mismo sentido general, pero solo con verbos (etc.) que expresan movimiento (lit. o fig.).
3. N. del T.: “RHEMISH TESTAMENT” = La versión inglesa del Nuevo Testamento utilizado por los Católicos Romanos. Traducción al inglés de la Vulgata Latina, publicada en la ciudad francesa de Rheims en 1582. Traducción llevada a cabo por el “English College” de esa ciudad. La versión total de esta Biblia también es conocida como Versión Rheims y Douay.
4. N. del T.: El lector debe recordar que este sermón fue expuesto en el siglo 19, mucho antes de la creación del Estado de Israel a fines de los años 1940.
5. La lectura correcta es διότι, no διό del Textus Receptus, aunque el sentido difiere poco.
6. “Cristo” está añadido en el Textus Receptus pero no aparece en los mejores manuscritos y versiones.